Ella se creía fuerte, capaz, imparable,
hasta que los miedos ocultos a su presencia se hicieron carne
el asombro ante la circunstancia la paralizo,
viendo su alma, como último recurso huir de la agobiante vida
aquella que tantos golpes le había propiciado.

Justo antes de lanzarse al abismo
sintió el abrazo de unos amables y reconfortantes brazos
aquellos que abrían de salvarle, estos susurraron justo lo que su alma temía escuchar, eso que calmo la escalofriante agonía que perturbaba la psique de aquella extraviada, aquello que siempre quiso creer pero nunca acepto,
su gran amor, tangible entre hechos.

Su nuevo refugio logro abárcala a tal punto
que al fin pudo entregar todo su afecto tan sólo a uno, tan sólo a él
ya no necesitaba esparcirlo entre brazos desconocidos
esos que sólo buscaban embriagarse con el placer que bien sabia propiciar,
ya le pertenecía a alguien que no la dejaría correr
porque sabía qué era amar, qué era perder, qué era vivir, qué era morir
Y le enseñaría el camino hacia su afable presencia, en la cual ha de abrigarse.
Él le enseñaría a renacer
pero esta vez dejando atrás las heridas
que en tantas ocasiones le obligaron a huir.

Los suyos eran el lugar de ella.

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