Prólogo
-Deja que te cuente todo desde el principio- le dije.
-¿Acaso sirve de algo ahora?-
-Servirá o no. Eso depende más de ti que de mí, pero tienes el derecho a saberlo- y agregué – Al menos, te debo eso.
“Aquel invierno fue el primero de los más largos e intensos. Ya sabes, el planeta se equilibraba y se definían marcadamente sus climas.
Los humanos eran por ese entonces, pocos en relación a los ejemplares de las otras especies animales y estaban dispersos en grupos por todo el orbe sometidos a diversos entornos.
Cuando llegó el invierno, algunos de esos grupos acostumbrados a un clima cálido, comenzaron una emigración en busca del calor.
Déjame decirte, que por ese entonces, esos grupos humanos no vestían ropa alguna ya que, lo benigno del clima donde habitaban no había precipitado tal necesidad a un uso extendido y su alimento consistía en tubérculos, frutos arbóreos y granos que encontraban fácilmente en su entorno…”
El invierno se aproximaba rápidamente y los fortuitos moradores de la caverna, comenzaban a sentir los estragos de sus inclementes garras heladas que avanzaban día a día, cobrando vidas, restando fuerzas y minando las esperanzas del incipiente grupo.
Habían llegado a esa caverna húmeda y oscura, acorralados por la ventisca, las nevadas y la gradual pero firme disminución de la temperatura ambiental.
Era una cincuentena de seres humanos apiñados en racimos para compartir el calor de sus cuerpos delgados y desnudos, mirando desolados la entrada de aquella caverna, añorando en su interior, el calor del verano. Solo un tercio había logrado llegar al discutible amparo de aquella caverna, desde los verdes valles ahora invadidos por el frío.
Sus ojos, hundidos en cuencas oscuras e incrustados en caras esqueléticas se habían detenido en la silueta de un joven que parecía inquieto y que sostenía en su diestra un palo largo aguzado en uno de sus extremos.
Ese palo le había servido para cazar peces en las aguas de los ríos ahora helados, también para defenderse del ataque de depredadores o para atravesar a algún pequeño mamífero que luego le sirvió de alimento. Por eso, ese palo representaba para él, la posibilidad de sobrevivir.
Pero ahora todo había cambiado, el frío, la nieve, el viento cortante del sur de un invierno que aún no empezaba y amenazaba con ser el peor que el abigarrado grupo de humanos conociera, habían menguado hasta el extremo todas las posibilidades de alimento.
Hasta los árboles, antes pródigos en frutos, habían perdido sus hojas y solo ofrecían sus ramas secas y su áspera corteza.
La tierra dura ocultaba el tesoro de las raíces y semillas que formaban parte importante de la dieta alimentaria de aquellos humanos.
El joven, estuvo caminando irresoluto y gruñendo un buen tiempo, pero ahora su errático deambular se había detenido y miraba como embelesado el exterior inhóspito y que amenazaba con una tormenta. Miraba el cielo gris y el rápido transcurrir de las nubes.
A su espalda podía escuchar el gemido de los moribundos, el llanto de los niños y los lastimeros gruñidos de dolor de sus pares y de alguna manera se sintió responsable.
Nada indicaba que aquellos seres eran su responsabilidad, pero él así lo entendía desde una tristeza impotente y una furia contenida que crecía en su interior.
La idea del parentesco o pertenencia gregaria sólo aparecerían, al igual que el lenguaje, milenios más tarde, por eso, tal vez, en su primitiva mente era el más débil de todos, aquel que no soportaba la ansiedad de la espera y que de alguna forma tenía que tomar partido para cambiar el curso de las cosas, para volverlas estables y menos mortales. O tal vez fue su anatomía y musculatura lo que lo determinaron como el más apto como para cargar con esa responsabilidad.
Pensamientos poco coherentes y diseminados por su primitivo neocortex, le decían que la solución no estaba allí en esa caverna que olía a final. Debía hacer algo.
Casi instintivamente, levantó el palo y dándose la vuelta profirió un enérgico grito.
Dos de los machos más jóvenes se levantaron y gritaron de la misma forma y luego otro y después otro, sumando cinco en total.
Minutos después, sin despedidas, sin mirar atrás, los más jóvenes de aquel grupo perdido en la estepa, salieron de la caverna hacia el frío mortal, muñidos todos ellos, de palos y huesos aguzados y cargando además con la propia y comunitaria necesidad de la consecución de alimento que paliara el frío y les permitiera sobrevivir.
Era la primera partida de caza.
Los que quedaron en la caverna fueron los viejos, las mujeres (casi todas preñadas o amamantando a sus crías) y los niños.
Pero también quedaron la desesperación, el hambre y el tiempo.
La desesperación no tardó en tejer rencillas en el pequeño asentamiento a medida que el alimento menguaba y el frío crecía. En efecto, por esos lejanos tiempos no era costumbre atesorar alimentos. No había necesidad. Todo, estaba al alcance de la mano. Por eso, las vituallas con que el grupo contaba en ese momento eran las que habían podido recolectar durante su veloz exilio hacia el norte mientras escapaban del creciente frio.
El hambre comenzó a cobrar nuevas víctimas a los dos días que los jóvenes partieron.
Primero fue un bebe, luego un anciano.
Pero el paso del tiempo tuvo un, si se quiere, efecto bienhechor en los atribulados integrantes de aquella incipiente tribu.
Sin mucho por hacer y acorralados por la muerte en sus diferentes formas, los débiles comenzaron a pensar.
Había tiempo para pensar, y aquello que pensaron no fue azaroso. Tenía que ver con el futuro, con sus posibilidades, con la muerte, imaginaron, y eso fue todo un portento, en sus posibles finales.
Esto fue importante en el sentido de que el humano tomó conciencia por primera vez de su finitud y de la vida a partir de la muerte.
En efecto, la vida para esos humanos simplemente ocurría, no había cuestionamientos ni nada que plantearse sobre ella, pero la muerte, el tiempo necesario para pensar y la falta de certezas de lo que les esperaba, pusieron en funcionamiento unos pensamientos inéditos que daban cuenta de algo que tenían y que podían perder.
La vida y su fragilidad se erigió como un primer miedo, sobre el cual el hombre, se encargaría de edificar todos los posteriores.
– Entonces ¿allí estaba el principio?- preguntó.
– Podría… Pero fíjate como todo es al revés de como se piensa, la vida proviene de la muerte- le conteste, pero el ceño fruncido y el brillo curioso de sus ojos me exigieron explayarme.
-La vida, según el razonamiento del humano, solo toma valor ante la muerte. Deberías pensar como un niño humano, no tiene noción de la muerte, hasta que ésta, acaece en su entorno, así y todo su valoración es bastante ambigua. En muchos sentidos, la ontogénesis humana se asemeja a su desarrollo individual.
-Pero, no estoy hablando de un razonamiento – su argumento parecía acercarse lentamente a su obsesión – No estoy interesada en la razón, sino en el sentir.
En la caverna, con el paso de los días, el cuadro comenzó a ponerse oscuro y siniestro.
El olor de los restos cadavéricos y las heces, el hambre y la incertidumbre comenzaron a corroer la ya de por sí débil cohesión entre los miembros de la pequeña comunidad.
Cuando las reservas de tubérculos y semillas se acabaron, aquel grupo optó por comer los cadáveres de sus pares que el hambre y frío se encargaban de dispersar día a día por la caverna.
Pero no eran todas las calamidades que el duro invierno deparaba para ese grupo de humanos.
Otras criaturas también sufrían sus rigores. Lobos.
Manadas de ellos pronto olfatearon la presencia de los humanos en la caverna. La rondaban al principio alertas, luego dejándose ver a la distancia pero a poco, los lobos se volvieron más atrevidos y no solo merodeaban por los alrededores de la cueva, sino que algunos ejemplares, osaban entrar y mostrar sus colmillos a sus atribulados ocupantes, quienes solo atinaron a espantarlos con gritos y arrojándoles piedras.
Entonces ocurrió lo inaudito.
Una noche, en medio de una hórrida tormenta eléctrica, un rayo alcanzó con gran estruendo a un árbol seco delante mismo de la caverna partiéndolo en mil astillas.
Los ocupantes de la cueva nunca habían visto tal prodigio natural o si lo habían visto no fueron capaces de simbolizarlo de la manera en que ese grupo, en esa caverna, en ese momento, lo hizo.
El tronco de aquel árbol quedó ardiendo y los débiles vieron la luz del fuego, en medio de la oscuridad nocturna.
La luz era buena.
Lo sabían pues los depredadores atacaban en la oscuridad de la noche y además, sus propios ojos no podían distinguir el peligro cuando la luz estaba ausente.
Fue a la mañana siguiente cuando la menuda lluvia había cesado y el sol estaba cubierto por una espesa y helada cortina de nubes grises, cuando uno de los ancianos del grupo, salió de la caverna y se encamino a lo que quedaba del viejo árbol del cual aún humeaban sus restos levantando delgados y verticales hilos grises en la atmósfera exenta de viento.
Al acercarse fue notando el calor que despedían los rescoldos.
El calor era bueno.
Una chispa de inteligencia inspirada por los Hermanos, surgió en aquel cerebro primitivo, y encontró la manera de llevar varias brazas a la caverna para calentar al resto.
-Si claro, los Hermanos temían que los humanos dejaran sus huesos allí, intervinieron, pero después, como veras si tienes paciencia, verás que se volvió una costumbre bastante insidiosa – le dije.
Así, el humano se encontró de buenas a primeras con el fuego que le permitía aminorar los rigores a que el invierno lo sometía; pero no hay que perder de vista que este avance en lo respectivo a la supervivencia, tenía un correlato inexplicable, misterioso, ominoso, esto es, el origen del fuego era algo externo, ingobernable y, por el momento, irreproducible.
Los habitantes de la caverna se reunían alrededor del fuego, adormecidos por el crepitar de la leña y la calidez, mientras afuera la nieve caía pesada e inmisericorde; sus ojos se extasiaban en los movimientos de las llamas, en las sombras que proyectaba en el techo y las paredes pétreas de la caverna.
Pero el prodigio, pronto entendieron, tenía un costo: debía ser alimentado. Y alguien se encargó de ello.
El fuego, lo azaroso de su ocurrencia y su inextricable misterio, había salvado a la pequeña comunidad del frío y de una muerte segura y era en cierto modo una presencia en la caverna.
Una presencia dadora de vida y con ella, de esperanzas.
La comunidad debía su existencia a Él.
Muy pronto el conocimiento del fuego reveló nuevas bondades: alejaba a las bestias, transformaba los alimentos de manera que estos durarán más, proveía de luz y secaba las cosas que estaban mojadas.
Las horas de sueño se extendieron cuando el humano pudo descansar despreocupado de sus predadores, cuidados por el ardiente fuego y el poco alimento que lograban, a menudo ratas o pequeños roedores abundantes en la cueva, rendía más, al no usar su energía implícita para paliar las consecuencias del frío.
No es de extrañar que cuando los jóvenes cazadores, mermados en su número volvieron con comida, se encontraran con un fuego ardiendo y con un Dios recién creado.
Los Hermanos estaban bastante satisfechos.
Con muy poco habían logrado sumir al hombre en una creencia que no gobernaba, algo externo y poderoso que lo regulaba y que por supuesto, Ellos podían manejar a su antojo.
Si con solo un tronco ardiendo, cierta motivación y guía en los primitivos pensamientos, los Hermanos habían creado un Dios para el hombre, podían crear cosas maravillosas con el mínimo uso de sus potestades y siendo siempre discretos.
No hay nada más beneficioso que alguien crea que ha descubierto algo, cuando en realidad fue el juguete pasivo de una discreta manipulación.
Pero pronto, los Hermanos descubrieron que no era tan simple.
Hay varias formas de explicar un fenómeno.
Una de ellas, es no explicarlo en modo alguno y aceptar que la explicación no es necesaria. Pero al parecer una inercia propia de la inteligencia del humano lo lleva a buscar una explicación para gobernar y poder reproducir a voluntad tal fenómeno, esto es, buscar un utilitarismo del fenómeno en beneficio propio.
Volviendo al fuego, hubo quienes se limitaron a alimentar el fuego y gozar de sus beneficios y quienes en base a la observación trataron de producirlo de forma individual.
De ese modo, los Hermanos descubrieron que había al menos, dos tipos de humanos según sus reacciones a lo inexplicable.
Por un lado estaban quienes alimentaron a ese fuego primordial, heredero de aquel árbol alcanzado por un rayo que no se cuestionaban mucho su funcionamiento y solo se dedicaban a mantenerlo y gozar de sus beneficios dotándolo de características místicas y ominosas.
Por el otro estaban quienes en base de la observación de las chispas que este producía llegaron a la conclusión de que eran de la misma naturaleza que las que producían ciertas piedras al rozarse y lograron luego de innumerables intentos durante generaciones, convocar al voluble dios a voluntad.
Pero la fundamental enseñanza que esto trajo a los Hermanos, fue que algunos humanos necesitaban explicarse lo que otros ni siquiera se cuestionaban.
Obviamente aquel humano que logró cierto estatus alimentando el fuego, no renunciará a él fácilmente, sobre todo cuando, se trataba de un miembro de la comunidad ,“débil” y su explicación del fenómeno era que aquello simplemente ocurría siempre y cuando él (o alguien más) cumpliera la función de alimentarlo. Eso lo ponía en un escalón muy cercano al dios, pues si él olvidaba alimentarlo, el dios fuego, desaparecería.
Por supuesto, los Hermanos estaban mucho más complacidos con aquellos que no se cuestionaban demasiado las cosas, por lo cual decidieron motivar un poco más esa tendencia en un intento de que sea ampliamente aceptada y compartida por todos los humanos.
El lenguaje había sido en este sentido, una idea con frutos dulces y amargos en una misma medida.
Con él, el descendiente lejano de aquel anciano que había descubierto el fuego y que por generaciones sucesivas había delegado en su prole el deber de alimentarlo, podía nombrar a su dios, podía comunicar de alguna manera su origen místico, trasmitir a quien quisiera escuchar sus portentos y sobre todo sobrevivir al olvido. Del mismo modo también les permitió a quienes intentaban descubrir las causas últimas de las cosas, transmitir sus conocimientos.
-Todo parece muy conveniente- dijo.
-Sí, claro, el miedo a la muerte es lo que impulsa al hombre, siempre y cuando la muerte pueda ser pensada y temida- le dije.
-El miedo son los dioses-
-En su parte fundamental, si-
Pronto los hechos inexplicables fueron multiplicándose a medida que el hombre comenzó a explorar el mundo. Aerolitos, terremotos, maremotos, eclipses, erupciones volcánicas, o cualquier otro evento natural extraordinario sirvió de base, para estimular el miedo y por ende el cuestionamiento de la propia existencia humana.
El poder del aire, del agua, de la tierra y sus manifestaciones crecían con el afán del hombre por conocer, pero la razón siempre iba a la zaga del miedo a lo desconocido, pues el conocer llevaba tiempo, experimentación y el creer era casi inmediato.
Desde aquel fuego primordial, primer dios y aplicando el mismo método pronto se logró establecer las Esferas primitivas a las cuales el hombre habría de adorar.
Lo más notable de aquel proceso fue que no fue necesario dotar de todo un corpus teórico, o mejor dicho, dogmático a toda esta construcción ya que el hombre llenaba los huecos con su imaginación, inventando rituales, creando estamentos jerárquicos, señalando fechas como tabúes o benéficas y justificando con algo llamado fé lo que la razón no podía explicar.
Pero aún había quienes estaban más dispuestos a indagar sobre las causas últimas de las cosas que a simplemente creer en ellas.
Era mucho más provechoso para los Hermanos, si el hombre dejara de lado aquella morbosa tendencia a la investigación y asumiera la creencia de algo superior e ingobernable que se extendiera por todos ellos como una ideología, como una forma de ver las cosas más pasivamente.
-¿Y porque no hicieron eso?, ¿acaso no podían?-
-Podían, si – su curiosidad era proporcional a mi dolor – Podrían haber hecho con una sola acción que todo humano creyera en las benditas Esferas, pero eso marcaría un tremendo grado de intromisión en el desarrollo del humano y relegaría un descubrimiento que los Hermanos debían hacer aun.
Nuevamente fue el miedo quien dio la solución a tal problema, pero no debía ser un miedo externo que cualquiera, alguna vez, podría explicar. No, debía ser un miedo que todos y cada uno de los humanos llevan dentro y del cual no pudieran evadirse.
El humano, desde aquella caverna tenía un miedo que compartía colectivamente: la muerte.
Nace así la Esfera del Vacio, prometiendo al hombre la Inmortalidad, una vida más allá de la muerte.
Parecía en principio una idea descabellada, pero los resultados superaron todas las expectativas de los Hermanos.
Solo hizo falta algún que otro, a la vista de los hombres, milagro, para que los Hermanos vieran que aquello era bueno.
Entonces sonrieron y se felicitaron.
Las cinco Esferas, del Aire, de la Tierra, del Fuego, del Agua y del Vacío constituyeron el primer orden jerárquico global entre los humanos y alrededor de este credo, se construyeron instituciones cada vez más complejas pero que en su raíz tenían un mismo funcionamiento: todo llevaba a vencer al destino final que era la muerte, aunque sea simbólicamente.
-Fue más o menos por ese tiempo que los Hermanos te encontraron- le dije y sus ojos se cerraron en dos rendijas rojas – Sin dudas fue una sorpresa y no de las más gratas.
-Recuerdo muy poco de eso- dijo apretando sus mandíbulas y supe que quería escucharlo de mis labios.
-A pesar de estar diseminado en su nido, el primero en sentir tu vibración fue Gael, pero pronto el resto de los Hermanos pudo notar tu presencia ineluctable- comencé a contarle.
Solo Déva estaba despierta y a pesar de lo inesperada de la vibración y de la curiosidad que ella le ocasionaba, decidió esperar una hora a que su hermano Ur se integrara y le acompañara a indagar las causas del fenómeno.
Cuando Ur despertó y cobró su forma mundana, convenció a Déva de que esperaran hasta que alguno más de sus Hermanos estuviera presente.
Así, a Déva y a Ur se les unió Sealgair y Gael en sus aspectos mundanos, mientras los demás, diseminados en sus respectivos nidos, vivirían la experiencia empáticamente.
Para cuando llegaron, ya habías cometido una matanza y te hallaron destripando y desmenuzando minuciosamente a un anciano humano.
Estabas tan concentrada en quién sabe qué indagación anatómica que tardaste bastante en darte cuenta de la presencia de tus pares.
Déva fue la primera en tomar contacto contigo desde un tiempo detenido e invisible para los ojos indiscretos de los humanos.
Se acercó lentamente y te habló en su idioma.
“-Soy Déva, tu Hermana. Ven con nosotros y todo te será revelado- “
-Lo recuerdo- dijo y algo se movió en su interior – Déva es amable. Mire hacia aquel tiempo detenido e invisible y vi a mis Hermanos, pude sentir sus vibraciones, sus miradas, sus cuerpos y supe que no era como ellos, que algo estaba mal, pero aun no sabía que.
-Nada estaba mal contigo- le dije- No en el sentido literal de la palabra.
Aquel hallazgo había puesto en marcha algunos eventos que a la larga tendrían consecuencias muy marcadas en el devenir de la historia, sobre todo desde el punto de vista humano.
Por ejemplo, luego de la matanza, los humanos tomaron conciencia de que allí afuera había algo poderoso e ingobernable que los mataba sin que ellos pudieran hacer nada para evitarlo.
Y aquello, era malo.
Ocurrió entonces que uno de los conceptos más originales del hombre llegó a su máximo desarrollo.
A primera vista, parecía algo inconveniente para los Hermanos pero luego que hubieron analizado sus consecuencias les pareció extremadamente elaborado y conveniente.
Esto es, la concepción del Bien y del Mal.
Al parecer, la matanza puso en funcionamiento algo que ya se venía insinuando pero que con su ocasión había desbordado los diques de la razón y de la fe.
Tal vez, el terror y no el miedo era capaz de obrar de tal manera en la psique humana.
Lo más curioso es que los humanos empezaron a impartir leyes o formas de comportamientos cada vez más complicadas y enajenantes basadas en el premio y castigo.
Aquello que era del Bien, sería recompensado por la Inmortalidad, en una vida después de la muerte, y una eternidad de gozos y descanso beatificó.
Aquello que era del Mal, tenía destino del vacío, la inercia, la nada, el olvido.
Solo hubo que apuntalar un poco más firmemente el parentesco entre el binomio Bien y Mal y el binomio premio y castigo haciendo el uno consecuencia del otro y subrogarse al miedo primordial del hombre a la muerte.
Y aquello funcionó, al menos por un tiempo.
-¿Acaso vas a culparme de causar esa absurda división?- dijo y verdaderamente estaba furiosa.
-¿Culpar?- el término me causó gracia – Por supuesto que no, eso corrio por cuenta de los humanos. Hay una cosa, que tanto tú, como tus Hermanos no tuvieron en cuenta: El humano también juega.
-¿Eso es para ti? ¿un puto juego?- en verdad estaba furiosa.
-Si lo piensas un juego, tiene sus reglas y las reglas están dadas por los privilegios y prohibiciones- le dije no tan convencido.
-Pues los Hermanos parecen no conocer las reglas o las prohibiciones-
-Tu eres una de ellos y dejame recordarte que una privilegiada-
-No encuentro privilegio posible en esta ignorancia-
-Por eso estamos reunidos-
En lugares más alejados de la influencia y de la preferencia, de los Hermanos, otros grupos de humanos evolucionaron más lentamente y con menos suerte, pero sin embargo desarrollaron algunas filosofías y culturas que podían, sino desafiar, traer aparejados algunos problemas.
Fue para los Hermanos un hallazgo interesante.
Algunos humanos habían logrado desarrollar, además del lenguaje hablado, la escritura y encontraron en aquella herramienta, la manera de fijar fielmente las experiencias y conocimientos logrados de una manera más eficaz que la tradicional forma de transferencia verbal.
Pero había algo más.
Al parecer algunos muy escasos hombres de determinadas y diferentes culturas, habían alcanzado un conocimiento más trascendental de las cosas.
Esas culturas llamaron a ese conocimiento de diferente manera, arcanum, maegicia, magesteria, taumatum, numen, taeterceria, pero esos diferentes nombres referían a un mismo contenido y objetivo: lograr el dominio de la naturaleza y someterla a voluntad.
Lo notable es que aquellos escasos humanos que lograron tal conciencia de las cosas, arribaron a él, de diferentes maneras.
Hubo quienes lo alcanzaron en base a un exhaustivo examen de la realidad de los fenómenos y sus múltiples variables intervinientes. Así y todo, había algo más allá de los sentidos que si bien no determinaba la ocasión de los eventos, parecería ser una condición indispensable. En un principio no lograron identificar esa condición, pero luego de mucho tiempo arribaron a la conclusión de que correspondía a una actitud intrínseca e individual de cada uno de esos escasos humanos, esto es, un don en el interior que servía a la manera de catalizador.
Otros, adquirían ese conocimiento en base a una intuición que describían como algo interno e intuitivo que les llevaba a realizar ciertos actos inconscientes que tenían como resultado la ocasión de los eventos deseados.
También había quienes en base a una disciplinada introspección lograban apresar aquellos fragmentos de verdad universal que eran el núcleo más duro del análisis de los eventos.
Sea cual sea el método empleado, pronto fue evidente que sólo unos pocos estaban preparados para advenir al dominio de las causas fundamentales de los eventos naturales y su consecuente manipulación. Ni siquiera la transcripción exacta mediante la escritura del método empleado, aseguraba la consecución del éxito.
Luego del accidente y luego de que la voz comenzara a hablarle desde un interior oscuro y desconocido, el viejo se había alejado del poblado en busca de la soledad y el silencio.
Hacía mucho tiempo de eso y nadie recordaba ya lo del accidente.
En el poblado solo sabían que en el desierto de sal, estaba el viejo.
Su único ojo miraba desde la frescura de la cueva el resplandeciente páramo que se extendía blanco, plano y esteril hasta las lejanas montañas grises.
Estaba sentado sobre el piso, vestido únicamente con un taparrabos, enajenado y absorto en los sordos sonidos que el universo produce al moverse.
“Es hora” dijo la voz en su interior y el viejo se levantó acompañado por un horrible crujido de huesos y articulaciones.
Esperó aún un poco a que la voz le dijera que necesitaría para acallar las otras voces que, con sollozos y gemidos le demandaban algo que desconocía.
Luego vistió una mugrosa gonela con capucha de color indefinido, tomo varios potiches, los metió en un macuto, un largo bastón que le serviría de apoyo y salio al encandilante exterior salino.
El áspero suelo del desierto comenzó a quemar sus pies desnudos a pesar de los gruesos callos de sus plantas a una centena de pasos de la cueva, pero el viejo parecía no reparar en el dolor, solo su ojo derecho casi blanco por las cataratas, fijo obsesivamente en las aún lejanas colinas grises parecía tener algo de voluntad propia.
El poblado estaba antes de llegar a las colinas, en los bordes de un pequeño pero fértil valle que contrastaba con la aridez del desierto. Más allá en la ladera misma de las montañas que se anunciaban en una suave sucesión de lomas surcadas habitualmente por estrechos y cantarines riachos, estaban los campos de labranza.
Cuando el viejo entró al poblado, el sol estaba en el mediodía y calentaba la atmósfera de una manera sobrehumana, por eso, todo el mundo había buscado el amparo de sus moradas y nadie, salvo los perros, noto su llegada.
Los canes se acercaron al viejo meneando las colas y alguno comenzó a ladrar insistentemente, alertando a los pobladores de su llegada.
Cuando el viejo llegó al centro del poblado, sintió que el aljibe comunitario estaba seco.
Para ese entonces varios de los pobladores habían salido de sus casas exponiéndose a los rigores de la canícula y se agolparon alrededor del viejo.
Una joven mujer se precipitó a tierra y postrándose a los pies del viejo, comenzó a lamerlos ávidamente, mientras comenzaba a llorar.
“No hay tiempo” dijo la voz y el viejo se arrodilló ante la joven y la levantó sin decir nada.
Todo a su alrededor parecía bullir de actividad, pero el viejo siguió su marcha hacia los campos de labranza, ignorando las palabras del líder del poblado y las muestra de afecto y respeto que los pobladores le ofrendaban. Todos y cada uno de ellos le debía algo, pero él, casi ciego, mugroso y con los pies sangrantes parecía ignorarlo, pendiente de la voz que le revelaba las formas del universo y como los raros sonidos del caos y el orden alteraban las cosas y en realidad, en ese momento, ese cuerpo suyo que se movía, que caminaba, no era más que una reseca cáscara limitante.
Se encaminó hacia los campos de labranza, lentamente y seguido por una procesión que no dejaba de quejarse de la sequía, del hambre, de la enfermedad, de una realidad tan alejada de las indagaciones metafísicas a las cuales el viejo estaba entregado en esos momentos que le resultaban inaudibles.
La voz le indicó que era el lugar y el viejo se acuclillo, tocó la tierra resquebrajada, y sintió que los arroyos estaban secos.
Los astros giraban a velocidades vertiginosas dentro de su cabeza y tragaban todos sus pensamientos mundanos.
Su boca se abrió bobaliconamente, anonadado por la maravilla y se sintió a millones de kilómetros de los pobladores que le miraban expectantes, sin darse él cuenta de nada.
La voz le dictaba lo que debía hacer y el viejo, siguiendo ese mandato, clavó su largo bastón en la tierra y tomando de su morral un potiche con sal, trazó un círculo alrededor de él, dejándolo como centro.
Luego esperó, escuchando el movimiento de la tierra.
“Ahora di, lo que has escuchado” le dijo la voz.
Los hombres, mujeres y niños vieron al viejo abrir una mano artrítica hacia el cielo mientras, aferrado con la otra al largo bastón, comenzaba a decir palabras en un lengua que nadie pudo entender, con una voz cascada y que sin excepción los conmovió intensamente.
El viejo siguió entonando esas palabras desconocidas y que cada vez más, parecían articularse de manera que formaban una especie de canto melodioso y que fue cobrando firmeza con el transcurrir del tiempo.
Hubo una evidente contracción en la atmósfera que se tornó inmediatamente pesada y cargada de estática y aquello pareció afectar al viejo que repentinamente cayó de rodillas como si una mano gigantesca e invisible lo hubiera aplastado contra el suelo resquebrajado.
-A miles de kilómetros de allí, los Hermanos sintieron esa vibración inmediatamente como había ocurrido con tu despertar- le dije – La mayoría de ellos estaban diseminados en sus respectivos Nidos y sumidos en el sueño, pero pudieron sentir algo de su propia naturaleza moviéndose.
Nuevamente Déva, fue la que estaba fuera y se movía en su no forma por la densa niebla de los pantanos cuando la vibración la sorprendió. Inmediatamente buscó a sus hermanos con el pensamiento. Le respondió la relajada sensación del sueño desde sus ocultos y respectivos Nidos.
También pudo sentir tu caótica y salvaje vibración y te llamó con su pensamiento, pero como de costumbre, no respondiste a su llamado.
-Lo hice a mi manera- respondió mientras evadía mi mirada.
-Una mala manera, debes reconocerlo-
-Y tú debes reconocer que mis… “hermanos” me trataban como si fuera una mierda-
-Debes entenderlos. Fuiste la última. Ya nadie esperaba nada- trate de contenerla – Sin dudas, les ocasionaste algo como miedo o incertidumbre.
No había mucho tiempo para más reflexiones y Déva se presentificó en el epicentro de aquella vibración. Lo que vio la intrigó mucho. Pero no necesito contarte esto. Tú estabas allí.
-Un viejo hombre estaba invocando lluvia- recordaste – Esa invocación tenía la misma naturaleza que yo. Es natural que haya sentido curiosidad.
Negros nubarrones asomaban amenazantes detras de las colinas grises obedeciendo sumisamente al cantico que el viejo elevaba desde su garganta reseca.
-Déva examinó la vida de aquel viejo, pero no encontró a simple vista nada que le dijera como estaba haciendo aquello- le dije- Solo un accidente terrible. Un accidente que le había llevado al borde de la muerte y luego de eso…
-Luego de eso, despertó- dijo impaciente- ¿Acaso vas a decirme que ese viejo mortal, despertó, como lo hice yo?
-No exactamente. Pero aquello como a ti, intrigó a Déva… y a los demás-
“Si bien la forma era rudimentaria, tosca, lenta y poco sutil, aquel humano, mortal y débil había logrado realizar un portento que por sobre todo, tenía la misma vibración que los realizados por los Hermanos.
Intrigada y amparada en su no forma, Déva se acercó más al hombre y entonces sintió, antes que ver, tu presencia”.
-Estaba en mi forma cuervo- dijo un tanto avergonzada – Por ese entonces no conocía las otras formas y menos aún permanecer disuelta. Ni siquiera pude notar su presencia ni sentir su vibración. Maldición! Fui hasta el lugar volando. ¡Qué ingenua!
-Estabas tan pendiente del viejo y su rito que nada más importaba a tu alrededor- le dije y sonreí – Convengamos que tu, en forma cuervo no eras un cuervo común, no te costó mucho llegar…
-!Estaba tan pendiente porque ese viejo mortal podía tener respuestas a mis preguntas!-
-Hay preguntas que no deben ser contestadas- le dije, sintiendo algo de culpa.
La lluvia se desató.
No era una tormenta, sino una lluvia suave, vertical, sin viento, que caía parsimoniosa y abundante sobre los campos de labranza resecos.
La muchedumbre que observaba el portento, prorrumpió en gritos de algarabía, mientras el viejo, en el centro del círculo parecía más pequeño e insignificante ahora que la lluvia pegaba sus mugrosas ropas a su cuerpo flaco.
“Aquello era notable y Déva recordó las viejas tradiciones buscando alguna respuesta al prodigio que había logrado aquel mortal, mas no encontró nada que lo explicara cabalmente. Solo había rumores. Antiguos rumores sin comprobación.
En ese momento se constituyó Ur, que salido del sueño y al tanto de lo que ocurría, había decidido presentarse.
-Oh! Claro, ahora viene la parte bonita donde me encierran- sus ojos se tornaron rojos y amenazados, pero le sonreí.
-No fue encierro. Solo que había… cosas que necesitabas saber…- le dije.
-Las cosas que me explicaron mis “queridos” hermanos, fueron mentiras, engaños-
-Si, muchas de ellas fueron mentiras. Supongo que hay algo de razón en tu comportamiento-
-¿Algo de razón?- rió muy a la manera humana – Esa mierda del Nido… nunca necesite eso! Ellos me convencieron…-
-Solo aplicaron patrones que les regían- la mire serio- Te dije que eras especial.
-Especial una mierda!- su furia llegaba al extremo – ¡Te mataré ahora mismo!
-Lo intentaras, claro – le respondí sin perder la calma – Pero antes deberás escuchar todo.
-Ya no tiene sentido-
-Si lo tiene. Aún falta que me perdones-
OPINIONES Y COMENTARIOS