Parte I: el soñador
¿Por qué no puedo moverme? Esta pesadilla otra vez no, por favor. No puedo soportarlo. Uno, dos, tres a mi derecha. A mi izquierda hay más pero no sé cuántos. Somos clones. ¿Me han clonado? O eso o son mis hermanos. Somos gemelos. Son como yo, casi como yo, pero me falta algo. Mi cabeza no es igual. ¿Qué es este agujero que noto en la sien? A lo mejor también están alucinando. O nos han secuestrado. O estoy en un laberinto de espejos. O me he vuelto loco. Vale, esto es demasiado, despierta ya. ¡Despierta! Joder, es demasiado real para ser un sueño. Esa voz detrás de mí, esa dulce y melosa voz de mujer. Esa voz me desespera. Está angustiada. Tiene miedo. O me infunde miedo a mí, ya no lo sé. El otro día estaba segura de sí misma.
Espera. ¿El otro día? ¿Ya la he escuchado antes? Que me prepare, dice. ¿Prepararme para qué, señora? Además no puedo verte. Ojalá pudiese verte. El otro día me infundiste valor. Mi clon a la izquierda se está alejando de mí. Está temblando. Ni que fuese esto una guerra. ¿Cómo? ¿Ha gritado ‘a la batalla’? Mierda, sí que es una guerra. ¿Qué hago yo metido en una guerra, si soy pacifista? Si a mí lo que me gusta es quedarme en casa, lo más cerca suyo que puedo, mirarla toda la noche, toda la mañana, rozarla en lo posible, amortiguar sus caídas y conversar sobre lo divino y lo humano durante horas, recordar nuestros orígenes y gozar de su olor a pino y a nogal. Pero no recuerdo su rostro. Está desdibujado. Quiero girarme. Quiero verla. Necesito verla. No entiendo qué hacemos aquí pero te protegeré, lo prometo.
Sigo sin poder moverme. El enemigo se acerca a mi clon. No quiero mirar. No mires. Cierra los ojos. Es enorme. Lo va a destrozar. No tiene ninguna posibilidad. Es como la última vez. El horror. El caos. El olor a sangre. La soledad y el desamparo. Me quedé solo. No veía a nadie más que a él. A mí. Mi reflejo. Era yo, pero no era yo. Era casi igual que yo pero le odiaba. Quería matarle. Estuvimos mirándonos durante horas, desafiantes, sin hablar. Los dos solos en aquel espacio desértico y sin color escuchando a los nuestros gritar. Gritos de lucha, de muerte, de miedo y estupor. Palabras ininteligibles en un mar de sonidos bélicos. Luego todo acabó y la oscuridad se apoderó de mí. Debió de ser otro sueño. Otra pesadilla. No volveré a respirar el humo con aroma a algo que parece incienso y que se cuela por la rendija de la habitación donde duermo.
Creo que lo he soñado más veces. Pero nunca tan real como hoy. O sí. Buf, aquella otra vez sí que me gustó. Me los cargué a todos. Bueno, a todos yo solo no, pero a muchos. Estaba en plena forma. Y ella me miraba. Y todos me miraban. Y yo no dejaba de atacar y esquivar. Era un héroe. Incluso conseguí robar un caballo, creo, porque de pronto estaba montado en uno. Qué poderoso me sentía mirando el devenir de este sinsentido desde allí arriba. Viendo cómo arrasábamos con ellos. Viendo el orgullo en sus ojos y a los enemigos devastados por todas partes, derrotados, frustrados ante nuestra implacable superioridad. Éramos un equipo. Y yo los lideraba.
Tan bueno para ser real como irreal me parece estar moviendo, al fin, mis desobedientes piernas. A lo grande. Toma esto. Y esto. Prueba un poco de tu propia medicina, abusón de mierda. ¿Te ha gustado? ¿Eh? ¿Has aprendido ya a no meterte con quien no debes? Estoy manchado de sangre. Sangre por fuera. Adrenalina por dentro. Lo he matado. Él ha destrozado a mi… ¿amigo? Y yo a él. Justicia poética. Espera, ¿dónde está ella? Ya no puedo notar su respiración en mi nuca. Esto no me gusta. Seguiré adelante. Siempre adelante. Siempre voy hacia adelante.
Una figura grácil y blanca me mira desafiante.
Parte II: la dama de negro
Otra vez me ha tocado tener delante al imbécil del peón amnésico. ¿Qué he hecho yo para merecer esta carga? Antes era útil. Pero ese golpe… Aquel borracho. La pelea. Lo lanzó sin piedad. Se rompió. Y ya no es el mismo. Ya no. Ya no es mi seguro de vida, solo es un patán calvo y bajito. Palurdo, roto, incompleto… muy roto. En la última batalla le tocó en la atalaya, normal, en la punta, apartado. Ahí estabas bien. Ahí quieto, sin molestar, bloqueado por el peón contrario casi todo el tiempo. Protegido, también. Sobreviviste hasta el final. Menos mal. Bueno, no. Me da igual. Si no me importa. Claro que no. Pero menos mal. ¡Que no!
Me temo que esto va para largo. Voy a intentar azuzarle, a ver si espabila. Si es que no se entera. ¿Me quedará bien el vestido? La corona sé que la llevo pulcra y en su sitio. Debería haber más espejos aquí. Me quiero mirar. A ver si nos movemos rápido y puedo estar un poco con él, mi eclesiástico. Tengo que ser buena. Va. Sé buena. Aunque con él me gustaría ser mala. Le queda tan bien la mitra. Ya avanzamos. A la española. Cómo no. Debe de ser un principiante. A este bar solo vienen aficionados. No es como antes, cuando los grandes maestros se hacían cargo de nuestra lucha. Ahora tengo que soportar seguir las órdenes de cualquier cateto. Y cuando fuman cannabis… es aún peor. Y al amnésico le afecta. O cuando vienen niños. A la mierda las reglas. Miles de años de historia para que me uses de pinypon.
Primera baja. Esto irá rápido. Vaya. Eso no me la esperaba. El amnésico avanza. Se le ve decidido. No sé cómo lo han puesto aquí conmigo, de verdad. ¿No ves que está roto? ¿No ves que no se entera? ¡Oh! No podrá con el. No quiero verlo. ¿Pero por qué me importa? No quiero que le pase nada. ¿Por qué? Solo es un zafio peón. No como mi refinado alfil. Hoy le ha tocado al lado del viejo. Pero no está lejos. En nada lo veré. Empieza la lucha. ¡Le ha dado! Vaya con el amnésico. Será porque le he animado. Pobre. Siempre me mira. Él me mira de una manera… él. Antes siempre quería con él. Pero el golpe… maldito borracho. Ahora es él a ratos. Sólo a veces. Las mejores veces. Esas veces soy la más atea. Pero amores a veces son… no son. No puede ser. No es para mí.
¡Sí! ¡Lo ha hecho! Buf. Lo ha hecho. No me lo creo. Joder. Menos mal. Joder, joder, joder. Bien hecho chiquitín. No me estará mirando nadie, ¿no? Que no me importa tanto. Cabeza alta. Mira al frente. En nada salgo. Ya me toca. Voy. Allí está ella. La maldita dama blanca. Tú eres una dama pero yo soy una reina, zorra. Me mira por encima del hombro. Siempre lo hace. Hoy no podrás, blanquita. A él ni lo toques. Ni se te ocurra. O te destrozo. ¡Vaya salto corcel! Bien hecho. Bien defendido. No vamos tan mal. Eso, tú enrócate y deja de babear, viejo. ¿Pero dónde va el enano? Está demasiado cerca de ella. Lo mira. Va a ir a por él. Sácame. Sácame de aquí. Tengo buena diagonal, ponme en f6 y no lo tocará. Si estoy ahí nadie lo tocará. Él cree que me protege. Así es feliz. Pero soy yo. Soy la fuerte. Soy la reina. Soy yo. No tú. Pero estás muy mono intentándolo.
Está lúcido. Se nota. Se acuerda de algo. Me mira. Me reconoce. Lo sabe. Lo sabe todo. ¿G5? Venga ya, ¡hombre! Desde aquí no puedo hacer nada. No… no por favor. No. Está avanzando. Esa maldita mancha blanca con corona avanza hacia él. No para. Es como una serpiente. Está saboreándolo. Ella lo sabe. Sabe que es otra manera de matarme. Y lo es. Me mata. Me está matando a mí. Es a él, pero es a mí. Me duele. Mi pecho. Mi cabeza. Todo. Dolor. Solo dolor. Porque se irá. Porque se olvidará. Porque el alfil no es él. Porque si llega al final subirá en corcel. O será reina como yo. Y yo seré la más lesbiana. O será torre y montaré en ella. Pero si se va se volverá a olvidar de todo. Y ya no será. Y yo dejaré de ser.
OPINIONES Y COMENTARIOS