La grabadora

La grabadora

Rick Diaz

31/10/2022

El timbre sonó, no tenía más remedio que bajar a abrir, pues estaba solo en casa. Era el cartero que preguntaba por mí, me resultó extraño ya que jamás había recibido algo por el correo; a decir verdad, ya nadie lo utiliza, sólo los bancos para mandar sus cartas de aviso, estados de cuenta o cosas así. Me entregó un paquete que estaba envuelto en mucha cinta, me solicitó la firma de recibido, se despidió, cerré la puerta y me dirigí a mi habitación para abrirlo. Tomé un cúter de mi escritorio y lo rasgué, tenía demasiada envoltura para ser tan pequeño; en su interior tenía una tarjeta: “Escucha con atención”, decía; fruncí el ceño, dejé la tarjeta en el escritorio para seguir hurgando en el sobre en el que encontré un diminuto casete “¿Cómo se suponía que lo iba a escuchar?, qué absurdo”, pensé en voz alta. A punto de botarlo todo, recordé que mi papá tenía una grabadora de mano; no lo pensé dos veces y fui directo a su estudio para abrir el primer cajón del escritorio, revolví los papeles… nada; abrí el segundo, estaba vacío; el tercero tenía una botella de wiski y nada más; cerré el cajón decepcionado, la intriga de escuchar el casete me devoraba por dentro. Una vez más estuve a punto de claudicar, pero algo me hizo mirar detrás de mí: ahí estaba, en el librero esperando a ser tomada. La curiosidad me sujetó de la muñeca, obligándome a correr para reproducir el rectángulo anticuado de plástico y escuchar su contenido. Apreté los botones de la grabadora, uno a uno, no sabía cómo se utilizaba ese viejo aparato. La compuerta se abrió con el tercer botón; intenté meter el casete pero no cedía, traté de varias maneras hasta que lo conseguí; volvía presionar los botones, no tardé en encontrar el correcto. La cinta comenzó a rodar, se escuchó un siseo pesado, profundo, pasmoso.

—Sé que estás en casa, sé que estás solo- inició una voz alterada, casi gutural, como de un ser enorme que vive en las cavernas, —te estoy observando en estos momentos…— su respiración era tan intensa que la sentía soplar en mi oído, —ahora estás en tu habitación, ¿cierto?

“¿Qué está pasando?”, pensé muy asustado.

—Para darte una prueba de que no estoy mintiendo, tocaré la puerta— ¡toc, toc, toc!, tocaron fuertemente con los nudillos en la entrada principal.

Desesperado, bajé las escaleras para ver por la mirilla; no había nadie, sólo vi pasar un par de carros.

—Ahora estás detrás de la puerta, ¿verdad? — sonó la voz en mi mano.

“¿Cómo demonios podía adivinar lo que hacía?, es decir, ¿cómo sabía dónde estaba?” Me espanté aún más, mi respiración comenzaba a agitarse.

—¿Quieres saber dónde estoy?, te daré otra pista— ¡tic, tic, tic!, se escuchó el golpeteo en la ventana de la sala.

Giré espantado, el pánico se había apoderado de mí, me había inmovilizado.

—Estás asustado, ¿no es así? — la voz sonaba cada vez más cerca; sabía que surgía del aparato, pero la sentía a poca distancia, casi palpable, tétrica, espantosamente grave.

Tenía razón… o tal vez no; no estaba asustado, estaba aterrado.

—Si ya no quieres escucharme puedes detener la cinta, basta apretar el botón…— estática… —si estás oyendo esto es porque tienes una curiosidad enorme; eres muy valiente o estas aterrado, yo me iría por la última.

Me entraron unas ganas enormes de preguntarle ¿Quién eres? ¿Qué quieres de mí?, pero la cinta no me respondería.

—¿Te estás preguntando quién soy?

“¿Acaso puede leer la mente?”, mi cabeza estaba llena de preguntas que no quería que se respondieran. Mientras más pensaba en la situación más me ofuscaba.

—Ahora estoy dentro de tu casa…— su voz se escuchó entrecortada, —¿quieres saber dónde? — en realidad no quería saberlo, —en la cocina.

Escuché algo caer en la cocina, era un utensilio de metal, no sabría exactamente si fue una cuchara, un tenedor o un cuchillo. Mi corazón, lleno de pánico, casi se salía de mi pecho. Mi mente me incitaba a averiguar, pero mis piernas tomaron el control para subir las escaleras en un segundo; entré a mi habitación, azoté la puerta y me recargué en ella mientras respiraba agitadamente. Miré la grabadora que me hacía sufrir tanto y posicioné los botones para detener la agonía.

—Espera, no la detengas— obedecí petrificado, —ya estoy muy cerca, ya estoy aquí…— hizo una pausa.

¡toc, toc, toc! Detrás de mí sonó la puerta. Sentí el cuerpo entumido, mi corazón se inflaba como un globo que estaba a punto de estallar.

—Hijo, abre la puerta, ¿qué pasa?

—¿Papá?

—Sí ¿Por qué no me abriste? He estado tratando de entrar porque olvidé las llaves, toqué la puerta y la ventana, tuve que entrar por la cocina ¿Estás bien?

Abrí la puerta aliviado y abracé fuertemente a mi padre, todo regresaba a la normalidad, sólo había sido un malentendido entre mi imaginación, la cinta y la realidad; el llanto llegó inevitablemente copioso. Comenzaba a tranquilizarme cuando el cuerpo de mi padre se derritió entre mis brazos, se diluía a través de mis dedos, se pegaba a mis ropas, se deslizaba por el suelo; no podría creerlo, no sabía si el sueño había tomado mi realidad o si mi realidad se había convertido en un sueño.

—¡No! — grité desesperado.

En la grabadora, que seguía sujetando mi mano, se escuchaba una carcajada siniestra: —Ja, ja, ja, ja— rebotaba por todas las paredes, por todo mi cuerpo.

Desperté bañado en sudor frío, con la respiración acelerada; estaba en mi habitación y apenas recordaba qué día era, no sabía ni qué hora marcaba el reloj. Revisé mis brazos, sujeté mi pecho, miré la puerta, todo estaba en su lugar. Hice las cobijas a un lado, la luz de la luna se colaba por mi ventana bañando el centro de mi cuarto. Me levanté tallando mi cara con ambas manos, respiré hondo, me tranquilicé al sentir mi corazón latir apaciblemente. En mi rostro se dibujó una sonrisa al saber que sólo había sido un mal sueño, uno de muy mal gusto, pero ahora me sentía a salvo. Sin dejar de pensar en la pesadilla, di unos pasos para acércame a la ventana: el cielo tenía algunas nubes que no se movían, la luna estaba llena y algunas estrellas parpadeaban en el manto estelar; giré sobre mis talones para regresar a la cama deseando no volver a regresar al mismo escenario. Di un recorrido con la mirada a mi alrededor, todos los muebles descansaban inertes, en silencio; sin embargo, al mirar mi escritorio vi la pequeña grabadora de mi padre. Confesaré que me acerqué con miedo, despacio; sentí un dolor en la boca del estómago que se fue expandiendo por todo mi cuerpo, como si hubieran recibido un disparado y la sangre se estuviera dispersando. Tembloroso, estiré la mano, tomé el aparato y presioné el botón de play…

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