La fatiga susurra secretos al viento.

No sé por qué, pero se ilusionan tan rápido como las burbujas ascienden en una Coca-Cola hacia la cima de su envase, con tanta prisa por alcanzar la cima que terminan precipitándose y perdiendo todo su fuelle.

Tu caída al precipicio es como la quimera que desvanece mis deseos de seguir enamorándome, ni de ti ni de nadie más…

Y en mi espejo del alma borro las huellas de la ilusión, ya no permitiré que el romance me vuelva a envolver en sus redes y nunca más desee esa efervescencia, tanto que suscita en mi un temor la premura con la que ansían amarme, como si el amor pudiera florecer en el vértigo del tiempo.

Que estoy cansada de ser terapia para las sombras de corazones rotos, cansada de ser el faro de sus tormentas, anhelo ser la calma en la bahía de mi propia paz.

Fatigada de liberar prisioneros de guerras internas ajenas, anhelo un alba donde mi paz sea la única bandera y no sea interrumpida por sombras externas y mis susurros rompan las cadenas que atan mi alma a sus conflictos.

Agotada de ser el saco de boxeo que absorbe la rabia ajena, anhelo ser el cielo donde los huracanes se disipan en silencio, y las tormentas encuentran su paz.

Y lo que yo anhelo es ser acariciada por un amor que abrace mis imperfecciones conscientemente, que se cocine a fuego lento, un amor que hierve perpetuamente con sinceridad, ajeno a la ira, al miedo, sin que nada compita por su lugar a mi lado.

Ser amada sin temores que la alejen.