

Frente al muelle, ella se quedó allí, con la mirada fija en el horizonte.
La brisa acariciaba su rostro, pero sus ojos estaban llenos de esperanza y tristeza.
El barco que llevó a su hermano no volvió, llevándose sus sueños y promesas.
Sin embargo, ella lo espera, como si el milagro aún pudiera suceder…
Como si en algún rincón del mar aún pudiera regresar.
La espera era su acto de fe, su forma de mantener vivo el amor y la esperanza.
Aunque el tiempo pareciera detenerse a su lado.
cada día, al amanecer, ella llegaba temprano
mirando el horizonte que parecía extenderse sin fin.
Las gaviotas volaban sobre su cabeza,
susurrándole historias de otros mares y otros reencuentros
La misma rutina, la misma fe inquebrantable,
la misma oración en silencio que repetía en su corazón.
A veces, el sol se ocultaba y la noche cubría el mar, pero ella permanecía allí,
como si el silencio del océano pudiera devolverle respuestas
o traer de vuelta a su hermano.
La luna testigo silencioso de su espera,
iluminaba su rostro con una luz suave y triste.
Pero ella solo pensaba en aquel barco que quizás, en algún rincón del mundo
aún navega con la esperanza de volver a casa.
El tiempo pasaba, y con él, su vida y su eterna espera,
pero su corazón seguirá latiendo con la misma intensidad.
La esperanza no moriría en ella; es su refugio, su fuerza,
su promesa de que algún día, quizás, el mar lo devolviera.
Y así, día tras día, ella seguía allí, con la mirada fija en el horizonte,
creyendo en un milagro, en un reencuentro que llenara de luz su alma
y cerrara esa historia perdida que el mar, había escrito en su vida.
(A la tripulación del San Antonino y sus familiares )
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