La duda inesperada

La duda inesperada

Moritaa

10/05/2025

Mientras comíamos, el ruido del restaurante se difuminó cuando la pregunta llegó como un golpe inesperado.

—¿Y qué onda con él?

Confusa, casi ni supe cómo reaccionar. Miré a mi amiga, esperando alguna pista, y me quedé quieta por un segundo, tratando de procesar.

—¿Cómo? ¿Qué onda con quién?

—Con él, no te hagas —dijo mi amiga con una sonrisa que ya intuía que no era inocente, y su tono se tornó un poco más burlón.

Mi otro amigo, siempre directo, se inclinó hacia adelante, como si me estuviera desvelando un secreto:

—Yo pensé que eran novios…

La sorpresa me ahogó. Un nudo se formó en mi garganta, y por un instante, todo se volvió borroso.

—¿Qué? —respondí, la voz apenas audible por la confusión, tratando de encontrar algún sentido.

—No, no. Solo somos amigos, ¿conocidos? Estudié con él, es solo eso…

Ellos se miraron entre sí, claramente escaneando mis reacciones, como si ya pudieran ver algo que yo no había notado.

—¿En serio? —preguntaron, con esa mezcla de incredulidad y curiosidad en sus rostros.

Mi amiga, con una sonrisa más pícara, casi me obligó a sentirme vulnerable.

—Entonces te tiene ganas. Se nota en la mirada, ¿no ves?

Mi otro amigo, dándole un toque más relajado pero cargado de insinuación, agregó:

—Yo creí que realmente eran novios. Jeje…

El aire se volvió denso, como si de repente estuviera atrapada en una burbuja. Mi risa fue nerviosa, forzada, intentando minimizar lo que acababan de decir, pero no pude evitar sentir cómo una oleada de incomodidad me invadía.

—Ay no, qué delirio —murmuré, aunque mi voz traicionaba mis pensamientos. Lo de «delirio» me sonaba más a una defensa que a una risa genuina.

No era la primera vez que escuchaba algo similar. «Se miran mucho», «¿Por qué tantos regalos?», «Esos abrazos son muy fuertes, ¿no?»… todas esas observaciones, esas preguntas que no pedí, empezaban a desbordarse en mi cabeza. Me lo repetían tanto que ya no sabía si lo decían en serio o era solo una broma. Pero algo en mí se estremecía cada vez que lo decían.

Lo que me inquietaba no era la duda de ellos, sino la mía propia. La forma en que él me miraba, con una intensidad que no podía negar. Y lo peor era que… yo sentía algo. Algo más de lo que quería admitir. Pero ¿qué significaba todo eso? ¿Por qué me estaba afectando tanto?

Mi amiga, notando que mi risa se desvanecía, trató de calmarme:

—Bueno, ya no lo pienses más. Solo era una duda que teníamos, nada más.

Pero las palabras no se iban. Quedaron grabadas en mi mente, flotando como una sombra que no podía ignorar. ¿Realmente veía algo que yo no podía ver? ¿Qué estaba pasando entre él y yo? ¿Era todo tan inocente como creía? Mi cabeza daba vueltas, y al final, no sabía si quería saber la respuesta o si tenía miedo de lo que podría descubrir.

Esa noche, mientras me preparaba para dormir, las palabras seguían resonando. La pregunta que había quedado suspendida entre los tres, esa simple duda, se había transformado en una obsesión. Porque, por primera vez, me di cuenta de que no tenía claro qué era lo que estaba sintiendo. Y eso, en sí mismo, me asustaba más que cualquier otra cosa.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS