A finales del siglo XVII. La colonia aún babeaba sangre sobre las piedras del nuevo mundo, y los caminos eran arterias de polvo que unían aldeas pérdidas entre la altura y la superstición.
En aquel entonces, el miedo caminaba con sandalias invisibles, pero todos odian sus pasos.
Habia en lo profundo del valle de tenanpulco, un Valdo olvidado por los mapas y por la razón. Lo llamaban el baldío sombrío pues ni el sol se atrevía a besar su superficie. Las aguas quietas con ojos dormidos, reflejaba un cielo que parecía más profundo de lo real. Los árboles enmudecidos por algún pacto escuchar el murmullo del ría o esconder sus hojas del espanto.
Los ancianos del pueblo decían que al caer la noche, del Valdo surgía una figura blanca, alta y grácil (ligera y animada), que flotaba entre la niebla como el eco de un suspiro perdido su rostro era pálido como la luna enferma y sus cabellos caian como lágrimas de sombra. Nadie podía nombrar la directamente, pero todos sabían quien era: La Dama del Valdo.
Se decía que siglos atrás cuando la region era un joven y la iglesia apenas se alzaba con sus campanas oxidadas vivía ahí una mujer llamada Leonor de Estrada, hija del encomiendo y prometida de un capitán realista. Era hermosa como la mañana de los cerezos, y su voz tenía el poder de calmar tormentas y de inflamar pasiones.
Pero Leonor amaba en secreto a Nahuel, hijo de un chamán nahuatl, nacido entre la selva y el misterio.
Su amor era prohibido por todos los cielos y todas las leyes de la tierra. Se veían al anochecer, escondidos entre la niebla del Valdo, dónde el mundo parecía detenerse para oírlos prometerse eternidades que serían fugaces.
Una noche el capitán prometido, celoso como un demonio herido, lo siguió en silencio. Oculto entre los sauces, los vio fundirse en un abrazo, y su ira no espero amanecer.
Sacó su espada, gritando palabras malditas, y con manos temblorosas de furia atravesó a Nahuel, el bajo la mirada horrorizada de Leonor.
El joven cayó sin un grito, pero sus ojos antes de cerrarse parecieron lanzarle al viento una maldición. El río enmudeció, el aire se detuvo.
Y en ese instante cuenta la leyenda, el alma de Leonor se quebró como un cristal en manos de un niño.
Esa misma noche, bajo un cielo sin estrellas, Leonor se interno en el Valdo y nunca más se le vio con vida. Pero desde entonces los pescadores y pastores decían haberla visto deambular entre los juncos con su vestido flotando como niebla y los ojos vacios de razón.
Los más viejos dicen que ella espera, que las noches de luna nueva, cuando el agua no refleja nada camina sobre el río y susurra en lenguas olvidadas, como si llamara a su amor muerto, o tal vez a cualquiera que se atreva a amarla.
Algunos afirman haber oído su voz detrás del viento.
«Nahuel…vuelve…el tiempo ya no sangra…».
Nadie que se atrevido a seguirla a regresado, los perros aullan sin razón junto al valdo. Las velas se apagan solas y el río en esos momentos no fluye sólo mira.
Hoy tres siglos después, el Valdo aún existe. Se esconde entre matorrales espesos y raíces enredadas como secretos de antaño. Sus aguas no cantan, no corren, no brillan. Parecen esperar.
El pueblo a crecido pero el Valdo sigue ahí, inmutable como una herida que nunca cierra. Al veces los viajeros que ignoran la historia, queriendo tagar camino cruzan por el. Algunos logran pasar con un escalofrío inexplicable, como si una mano invisible les rosara la nuca. Otros…
Simplemente desaparecen.
Los más viejos del lugar ya con la voz temblorosa y la mirada opaca de recuerdos no contados aseguran que por las noches sin luna, cuando el cielo es solo es un espejo negro y el silencio pesa como piedra como la Dama del Valdo camina sobre las aguas dicen que canta, con un hilo de voz dulce y roto, una canción sin lengua y sin tiempo, tejida con palabras que nadie recuerda pero todos entienden.
Hay quienes dicen haberla visto acercase a los que lloran por amor no correspondido.
Hay quienes aseguran haber oído su voz en sus propios sueños.
Y es que la Dama del Valdo no busca venganza. No.
Lo que ella busca es compañia. Porque en la eternidad del dolor no mayor condena que en la soledad. Quien la ve, quien la escucha, quien se atreve a tocar su reflejo, no muere, se queda con ella para siempre. Cómo sombra entre sombras.
Y así termina está historia, no con un final, sino como una advertencia.
Porque hay rincones del mundo donde el tiempo no pasa, dónde el amor no muere y el dolor……camina.
Y en el Valdo sombrío, todavía hay pasos que no dejan huella, voces que no tiene cuerpo. Y un alma rota que llama la noche.
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