LA CIUDAD DEL OLVIDO
Por: Mateo Maldonado
Capítulo 1.
Era una fría mañana de invierno. Laura estaba mirando las hojas de los árboles caer
repetidamente sobre el suelo encharcado con copos blancos. La brisa soplaba, llevándose los
vestigios de la gente que andaba por las calles. Papeles volaban por todos lados, pero nadie
se inmutaba. Ante la inminente lluvia, una marea de paraguas negros inundó el lugar, aislando
cualquier vista del suelo y obligando a Laura a dejar de observar la ventana y poner atención
a la pantalla titilante que tenía frente suyo.
Un formulario de Excel que debía terminar para ese día se mostraba en la pantalla. La raya
de escritura que aparecía y desaparecía era como un cronómetro que marcaba su ritmo de
trabajo. Por cada segundo en el que dicho objeto inmaterial hacía un cambio, ella ya debía
haber escrito una palabra. O al menos eso le decía su subconsciente: No lo haces lo
suficientemente rápido, se repetía una y otra vez.
Sintió un escalofrío, volteó a ver la calle y observó un hombre de negro vestido con un
sombrero de copa, una capa gris y un bastón con un pequeño farol en la punta. Parpadeó dos
veces, y él había desaparecido.
No le dio importancia y siguió con su trabajo. Al más mínimo error soltaba un alarido de
fastidio y estampaba su cabeza contra el ordenador. ― ¿Qué sucede? ―preguntó su compañera de al lado. ―Este maldito formulario. No soy capaz de terminar de llenar la información porque está
incompleta. ― ¿Ya le dijiste al jefe de proyecto? ―No me hace caso. Supongo que haré horas extras. ― ¿De nuevo? ―La chica suspiró. ― Como tú quieras. ― ¿Qué se supone que haga? ―dijo con cara de amargura, pero su compañera ya se había
sumergido nuevamente en la pila de documentos que ella llamaba “escritorio”.
Laura volvió a enfocarse en su computadora, y cuando se le ocurrió mirar el reloj, se dio
cuenta de que ya eran las once de la noche. La oficina estaba casi vacía, salvo unos cuantos
cubículos ocupados por empleados estresados por no poder terminar su trabajo a tiempo.
Sin embargo, ella había acabado antes de lo esperado. Tomó su cartera negra con una flor
plateada metálica de broche, se puso su chaqueta gris y salió de la oficina sin fijarse en nada
más que en su estómago. ¿Qué iba a comer? ¿Tenía dinero para comer por fuera? Es una
parte del estrés diario de un adulto: no tener tiempo para cocinar, pero tampoco dinero para
comer fuera. Bastante divertido si me lo preguntan.
Dándole poca importancia a la vida real, volvamos a los ojos de Laura, quien acababa de
recibir un mensaje de su pareja. No quiso verlo; en realidad, no tenía muchas ganas de leerlo.
Con cartera en mano, se metió en el primer lugar de mala muerte que encontró: un local
pequeño con una luz amarillenta vieja como única iluminación, mesas de plástico barato y
hombres gordos y feos como clientes. Una tienda convencional, con cervezas vacías en el
mostrador y bocados como tamales, pan de yuca y buñuelos acumulados en la vitrina de
comidas.
El teléfono sonó. Ese molesto tono de llamada volvía a fastidiarla; era la tercera vez esa
noche. Decidió ignorarlo y dejar para después lo que tenía que resolver.
Laura se acercó al tendero, un señor alto, con barba recién afeitada, aunque nada simétrica.
Los pelos largos por doquier, de un color grisáceo, y una papada muy grande. Su nariz en
forma de rábano resaltaba bajo sus gafas negras con los lentes repletos de grasa. ―Dígame ―dijo el hombre, agarrando un fajo de billetes de dos mil. Con su dedo gordo, sin
uña, contaba mientras observaba sin prestarle mucha atención a la clienta. ―Deme un tamal, por favor. ―Mmmhh ―murmuró. Se pasó el dedo gordo por la boca, guardó los billetes en la caja
registradora y procedió a empaquetar la comida.
Laura no quiso hablar de más, así que sacó su celular para ver el mensaje que intentaba
ignorar con todas sus fuerzas. Al leerlo, su cuerpo se estremeció al encontrar esa horrible
frase que las generaciones de jóvenes usan: «Nunca fuimos nada, no tenía obligaciones
contigo.»
Casi se le partió el corazón, pero ya lo veía venir desde hacía tiempo, aproximadamente un
mes, cuando su pareja dejó de dormir en casa. Ya no la veía, siempre andaba de fiesta en
fiesta, y rara vez contestaba sus mensajes. Si no hubiera sido por ese pequeño momento de
valentía en el baño, donde le envió un mensaje demandando una explicación, nada de esto
estaría ocurriendo.
El hombre puso el tamal en la baranda metálica. ―Invita la casa.
Laura lo miró tratando de aguantar el llanto. ―Gracias. ―Agarró la bolsa azul de rayas
blancas y salió de ahí lo más rápido que pudo.
No voy a llorar, nunca más lo voy a hacer. Trató de caminar de forma recta, pero con cada
paso dado, su cabeza daba más vueltas. ¿Cómo era posible que un mensaje la desestabilizara
tanto? Especialmente uno que ya veía venir desde hace tiempo.
Volvió a ver al mismo hombre con el farol en la calle, frente a ella, esta vez haciendo un
gesto de silencio con su mano. Llevaba una máscara blanca sin rostro. Antes de hacer algo
más, chocó con alguien y cayó al suelo. Su comida desparramada por el piso sucio pronto
desapareció.
―Disculpe ―dijo apenada.
Un hombre le tendió la mano. ―Usted a mí, estaba algo distraído.
Lo observó con detenimiento: era alto, fornido, con chaqueta marrón, traje y corbata roja, un
sombrero con cinta escarlata y una cara irreconocible; no podía verla, por más que tratara. ―Es grosero dejar a un caballero con la mano esperando ―dijo burlonamente. ―Disculpe ―dijo mientras se levantaba.
Él llevaba un guante blanco bordado. ―Permítame compensarle. ― dijo Laura.
El hombre puso su mano frente a ella. Era mucho más grande que la de Laura. ―Yo debería ser el compensador. Mire cómo quedó su cena. Además, veo que no está en
posición de dar mucho.
Sacó de una mochila que ella no había notado un pequeño saco con listón rosado. ―Aquí tiene.
Ella lo recibió un poco sorprendida. Un aroma a flores salía del pequeño amuleto. ― ¿Qué es? ―Trate de llevarlo siempre con usted, querida dama ―dijo―. Estoy seguro de que nos
volveremos a ver.
Se despidió con un toqueteo en su sombrero y desapareció entre la gente que caminaba a su
alrededor.
Laura cayó en cuenta de lo sucedido. Olió y observó con atención la pequeña bolsa, que
desprendía un hermoso aroma dulce de canela cocida, panela, un toque de tomillo y albahaca.
El popurrí estaba envuelto en una tela delgada marrón, con el listón amarrándola por los
extremos. Apretó un poco más el nudo para evitar que el contenido se desparramase por su
bolso. Luego, siguió su camino con afán.
Entró a la estación de tren, esperó con paciencia, por algún motivo sentía que no estaba sola.
Después de bajarse a toda maquina del tren, subió por las escaleras y camino hasta llegar a
un edificio negro, mucho más alto de lo usual. Era gigantesco. En la entrada se encontraba
un reloj de cuarzo mucho más grande que ella. Marcaban las seis treinta. Al frente había una
pequeña fuente que tiraba chorritos de agua uno tras otro, con luces amarillas iluminando el
gigantesco círculo.
Entró por la puerta principal. ―Buenas noches, señora Laura ―dijo el celador toqueteando
su placa―. Debo decirle que su novia está algo alterada. Hay unas cuantas cajas fuera de la
puerta. ¿Debería ayudarla a bajarlas? ―No es necesario.
El celador puso cara de sorpresa. ―No me diga que se está mudando. No me deje con todos
estos viejos amargados. Gracias a usted, aún no estoy despedido.
Laura rio. ―Seguro. Discúlpeme, pero estoy algo cansada. ―No se preocupe.
El sonido de los tacones era lo único que se escuchaba en ese largo pasillo blanco. El piso
reflejaba su figura borrosa, casi imperceptible. Se detuvo frente a una puerta, 101. Observó
con molestia las cajas llenas de ropa y pertenencias, junto con unas cuantas maletas. Sacó su
llave con llavero de gato de su bolso y entró a su casa. ― ¿Qué se supone que es todo esto? ―gritó. ―Lo que crees ―respondió una mujer de pelo corto, top negro, jeans azules con la parte baja
extendida y ojos esmeraldas. Dejó su celular en la mesa de madera y se dirigió a Laura con
una mirada un tanto burlona―. Me largo. ― ¿Se puede saber la razón? ―No es de tu incumbencia. Me sentía atrapada en este lugar, un poco pequeño para mi gusto. ― ¿Después de todo este año viviendo juntas te vas sin darme una explicación? ¿Qué pasó
con lo nuestro?
La mujer se levantó indignada. ― ¿Lo nuestro?
El teléfono en el bolso de Laura la interrumpió. ―Apaga eso primero ―ordenó la otra.
Ella obedeció. ―Ahora explícame, ¿por qué abandonas nuestra relación? ― ¿Relación? ―dijo indignada. ― Nosotras nunca tuvimos una relación en primer lugar. ―Salimos durante meses, vives aquí y ya hemos tenido la suficiente intimidad como para
considerarnos algo. ―Nunca dijimos que fuésemos novias ―se levantó―. Nunca dije que te amaba.
Caminó lentamente hacia Laura con una cara de satisfacción. Con su dedo índice le tocó el
pecho.
―Nunca dije que fuésemos algo más que amigas con derechos. Si pensaste que éramos algo,
qué pena por ti. Pero yo me largo.
Lo último que escuchó fue el portazo de la puerta antes de caer al suelo de rodillas y echarse
a llorar.
El teléfono volvió a sonar. ―Me tiene harta esta mierda de aparato ―gritó. Lo sacó del bolso
y apretó con fuerza el botón para contestar. ― ¿Qué quiere? ―preguntó furiosa. Miles de lágrimas escurrían sobre sus mejillas pecosas. ― ¿Señorita Laura? ¿Está todo bien? Llamamos de la policía. ― ¿Y? ― gritó. Abrió la ventana y vio al mismo hombre. La volvió a cerrar y abrir y había
desaparecido. ―Su hermana ha desaparecido por completo. Solo encontramos un tiquete de tren.
Capítulo 2. Un tiquete de tren.
Laura miró la puerta de la estación desconocida, un lugar pequeño y bastante olvidado, con
todas las luces apagadas y tablones de madera cubriendo los arcos dorados que eran la
entrada. La caseta de tiquetes tenía el cristal rotó y el reloj estaba detenido, menuda suerte
que esa fuera la única pista. Era algo raro que los policías no estuvieran rondando el lugar,
en especial con su hermana perdida. Aun recordaba la conversación de hace una hora. ―Pero oficial, ¿no la encuentran en ningún lado? ― No señora, sus amigos dicen que desapareció de un momento a otro, estaban en el
restaurante, se fue la luz, y cuando volvió ella ya no estaba, y en su asiento había este tiquete
de tren. ― Se lo entregó, era uno dorado, ya estaba aprobado por la máquina, le faltaba un
pequeño circulo a la derecha. ― ¿Qué estación es esta? ― Ha estado cerrada durante mucho tiempo, no vamos a encontrar nada ahí. ― ¿Una reunion con su novio tal vez? ― Según sus amigos no lo tenía. ¿usted no debería saber si tiene novio? ― ¿Disculpé? ― Después de todo es su hermana. ― El policía dejó de hablar tratando de recordar algo. ―
¿Cómo se llamaba? ― Su nombre es… es… ― ¿Qué? No podía recordar el nombre de su hermana. ― En fin, señora, tenemos cosas más importantes que hacer, seguramente es una escapada
típica de adolescentes, si no ha vuelto para la mañana avísenos. ― Pero es mi hermana. ― Le agarró el brazo con fuerza.
El policía aparto su mano. ― No sabemos cómo se llama si quiera, ¿está segura de que existe? ― Pero. ― Trató de recordar, pero por algún motivo su mente se había quedado en blanco,
¿Dónde estaba su hermana? ¿Quién era su hermana? Se maldijo por no acordarse de ella.
Esto no era normal, ¿Qué demonios está sucediendo? ―Ayúdenme.
El policía carraspeó y luego salió del local. En la puerta, ella vio al hombre del farol
asintiendo, y tas dos parpadeos desapareció nuevamente, seguro estaba viendo cosas por el
estrés.
Laura quería recordar a su hermana, pero poco a poco sus memorias iban haciéndose cada
vez más borrosas, sacó de su bolso un hacha y con fuerza rompió los tablones, el eco del
estruendo retumbó en el lugar al sentir la madera tocando el suelo. Ahora recordaba algo, esa
mañana había discutido con ella, ¿pero por qué?
Entró en el extraño edificio, todo vacío. Las bancas de madera llenas de polvo con leones
metálicos oxidados rugiendo como reposabrazos. Todas en una fila, había algunas con
maletas y ropa que parecía nueva. Cuando se iba a acercar algo más le llamó la atención. Por
cada dos bancas había una farola, y en el centro de la línea un enorme reloj de esmeralda que
todavía funcionaba. Las siete de la noche. Rodeándolo se encontraba un jardín de hermosas
flores nunca vistas, rosas moradas con dragones pintados en sus pétalos, amapolas blancas
con mariposas en vez de tallos y piedras por todo el suelo en forma de ranas y escarabajos. ― Wow. ― Dijo, sacó su celular y tomó una foto. Pero ya se había desconcentrado mucho. ― Hermana. ― Gritó. ― ¿Estas por aquí? Soy yo, Laura.
Su eco resonó por todo el lugar, llegando hasta la vieja vía de tren. Ahora que lo veía, solo
había una línea, el tren era viejo, vagones adaptados para pasajeros de un color rojo apagado,
techo negro con faroles colgando de cada esquina y era tan largo que su vista no llegaba a
ver la cabina del conductor. ― Está preparado para salir. ― Dijo en voz alta.
Entonces, algo impensable sucedió. Cada farol se encendió en un instante iluminando el viejo
lugar, la ropa tirada en las bancas había tomado forma, eran personas invisibles usándolas,
había viejos, hombres, mujeres adultas, jóvenes y niños.
Laura se quedó atónita y retrocedió, algo grande y peludo chocó con ella, pero al voltearse
se encontró con una criatura enorme y barrigona, de un color blanco grisáceo, su cara redonda
tenía un largo bigote que llegaba hasta el suelo y sus miles de ojos la observaban con cuidad.
La criatura la alzó con sus cuatro brazos peludos. ― AAAAHHH― Gritó Laura asustada, pataleo y golpeó al monstruo todo lo que pudo, pero
no pareció inmutarse.
Todas las personas invisibles ahora la estaban viendo, susurrando cosas sobre ella. ― ¿Qué
está pasando? ― Preguntó asustada.
La criatura abrió su enorme boca con millones de colmillos pequeños y afilados, la baba
escurría por todos lados y su aliento era inmundo. ― waaaa. ― Dijo el monstruo a su nuevo
chocolate.
Pero algo lo detuvo. ― Discúlpeme. Agradecería que no se comiese a mi compañera, pese a
que se ve muy apetitosa.
El la bajó, y luego hizo una reverencia. El hombre que la había salvado era el mismo que se
había encontrado esa noche.
― Lamento haberla dejado sola. Menos mal que se encontró con un Domovói, y uno muy
amigable, por cierto.
El se ruborizó y mostró lo que parecía una sonrisa, volvió a hacer una reverencia en forma
de disculpa y luego se fue. ― Espero que consigas un nuevo hogar el cual cuidar. ― Gritó
el hombre.
El Domovói levantó su mano derecha antes de irse por completo.
Laura lo volteó a ver cubierta en lágrimas y le dio un fuerte abraso. ―Wow. ― Dijo
sorprendido antes de apartarla. ― ¿Qué era eso? ― Preguntó sorbiéndose los mocos ― ¿Por qué me quería comer? ― Es un Domovoí, un espíritu hogareño, uno muy viejo. Parece que perdió su casa, y esta
muy confundido, normalmente no tratarían de comerse a los humanos. ― ¿Qué está sucediendo? ― Su respiración aumentó. ― Te lo explicare todo. Por ahora sígueme. ― Le agarró la mano y la guio hasta una pequeña
cafetería de madera con mesas redondas y sillas sin espaldar. Al sentarse una araña gigante
les entregó dos menús. ― No es necesario, un café por favor. ― La araña asintió. ― Pero.
El hombre la interrumpió. ― No puedes comer nada de aquí. ― Por algún motivo, ella era
incapaz de ver o entender su rostro. ― Bueno, dije que te explicaría todo. ― ¿Qué esta sucediendo? ¿Dónde estamos? ¿Por qué esta estación tiene tantas cosas
extrañas? ― Estas en el Limbo, un lugar en donde los muertos que no es ni el infierno ni el cielo, donde
no hay tiempo ni espacio y sobre todo en donde la realidad misma parece un juego en donde
las reglas pueden doblarse. ― ¿Cómo llegué aquí? ― Por ese tiquete de tren que tienes en el bolso. ― ¿Por qué? ― Es complicado de explicar, para que un humano pueda entrar al mundo espiritual debe
encontrar una de las puertas, y tener la llave para abrirla, ese tiquete era lo que necesitabas
para poder entrar a la estación. ― ¿Osea que ya no estoy en el mundo normal? ―No, estas en el espiritual, ahora, debo sacarte de aquí.
Laura entró en razón. ― ¿Quién eres?
El hombre la observó sorprendido. ― Te tardaste mucho en hacer esta pregunta. ― Se quitó
su sombrero. ― Soy William, un viejo mago. ― ¿Eres humano? ― JAJAJAJA. Lamento decepcionarte, pero no, soy un hombre invisible.
Laura lo miró con algo de confusión. ― Es más fácil si no piensas en ello jovencita.
La araña volvió con el café, el hombre sacó de su chaqueta unas flores y se las entregó. ― ¿Qué le diste? ― Preguntó Laura cuando el insecto se fue. ― Su paga. ― ¿Plantas? ―JAJAJAJA. El dinero no significa nada para los espíritus, todo tiene un valor especial y
diferente en este lugar, las flores que le di eran Cempasúchil, flores mexicanas que
representan a los vivos y a los muertos, es como si pagara con billetes de dos mil pesos para
que te quede claro. ― William tomó un Sorbo de café. ― Ahora déjame preguntarte algo.
¿Qué hace una humana como tú en este lugar? Porque desde mi punto de vista no te
especializas en capturar espíritus. ― Mi hermana pequeña desapareció y todo lo que dejó fue este tiquete.
William examinó el trozo de papel. ― La ciudad del olvido. No es un lugar muy bonito. ― ¿Ahí está mi hermana? ― Es una posibilidad, pero no es buena idea que vayas. ― Peleamos en la mañana, creo que es mi culpa que haya desaparecido. ― Las palabras tienen poder, más si las Escucha un ser que se aprovecha de ellas. ― William
puso su mano en la cabeza de la mujer. ― ¿La estas olvidando? ― ¿Cómo? ― Lo suponía, tienes menos tiempo del que esperaba. ¿Qué recuerdas de ella? ― Solo se que es mi hermana, que existe y que necesita mi ayuda. ― William bebió otro
sorbo de café. ― Deberías rendirte.
Ella le agarró del cuello de la camisa y le gritó. ― Nunca. ―No duraras ni un segundo en esa ciudad. No sola. ― Una sonrisa maléfica se dibujó en la
cara del hombre invisible. ― ¿Qué te parece un pequeño trato? ― ¿Un tarto?
― Si te ayudo, ¿Qué estarías dispuesta a darme?
El ambiente se tensionó, un aura maléfica surgió de William, el, seguro de lo que estaba
haciendo y viendo la desesperación en los ojos de la humana le ofreció su mano. ― Te daré lo que me pidas. ― De acuerdo, lo quiero todo. ― Estrechó la mano de la mujer y una cadena surgió de su
pecho ligándose a la mano de William.
Ella lo apartó de un empujón. ― ¿Qué sucedió? ―Hicimos un contrato, te ayudaré a encontrar a tu hermana, pero a cambio, me darás todo
lo que tengas. ― Laura lo miró asustada. ― No soy deslamado, no voy a quitarte tu alma ni
mucho menos. Pero cuando te pida algo de tu posesión, tendrás que dármelo sin rechistar.
Laura observó a su lado derecho, el farol estaba parado y le hombre leyendo un libro sentado
en una silla invisible, volteó a mirarla y toqueteó su mano como si estuviera mostrándole el
tiempo. ―Oye― Dijo William ― ¿Si o no?
Laura asintió. ―Eres muy valiente al hacer un trato conmigo, ahora, ¿Qué te parece si abordamos ese tren
y buscamos a tu hermana? ― ¿El tren? ― Por supuesto, ¿Cómo más vamos a llegar a la ciudad el olvido?
Capítulo 3. El tren de los recuerdos.
El vagón en donde se ubicaron era bastante ordinario, ignorando todas las demás criaturas
que estaban sentadas. Había dos filas, cada una con tres mesas y dos sofás terciopelados de
color rojo, uno en cada lado, además, arriba de sus cabezas se encontraban las barras de metal
repletas de maletas. Las ventanas recorrían todas las paredes dejando ver la parte exterior, la
estación cada vez estaba más llena de cosas indescriptibles para la mente humana. Por si
fuera poco, sentados había hadas con pieles semejantes al hielo y alas de cristal, las cuales
parecían que se fueran a romper con tan solo un toque. Gnomos que le llegaban hasta las
rodillas, sentados en cojines para poder apoyarse en las mesas, unos con largas barbas
blancas, negras o rojas y con sombreros o cascos de minería, sus ropajes estaban repletos de
tierra, hojas y hongos por doquier. Además, había insectos, cien pies gigantes, mantis y
arañas, las cuales miraban con agua en sus bocas a Laura.
Ambos se sentaron en la mesa del fondo a la derecha, al lado de la puerta para cambiar de
vagón. ― Entonces, esta es la idea de cómo rescatar a tu hermana. ― William sacó un papel
y una pluma de su chaqueta, dibujó un enorme circulo con tres anillos por dentro y
rectángulos saliendo de los alrededores.
Marcó uno de ellos. ― Esta es la estación por donde vamos a llegar a la ciudad, la cual se
compone de cuatro círculos internos. Lo primero es buscarla en la parte más baja, los
mercados, aquí hay que tener mucho cuidado con no ofender a nadie y no decir o desear nada,
en especial tu. Luego, entraríamos en el segundo circulo, la zona industrial, aquí no debemos
separarnos pase lo que pase. Si en ninguno de los dos la encontramos entraríamos al tercer
entorno, repleto de conjuntos y casas mágicas, es casi inofensivo, solo trata de no molestar a
nadie y seguir mis indicaciones al pie de la letra y si no esta en ninguno de los anteriores,
iremos por la última opción, el ultimo circulo, en donde está el rey. ― ¿Rey? ― Oberón, Finvarra, Midhir, responde a cualquiera de esos nombres, pero debes saber que
él es el rey de las hadas. Su palabra es ley, y está siempre rodeado de un sequito bastante
peligroso, esperemos que no tengamos que entrar ahí.
La puerta del vagón se abrió, dejando pasar a una mujer delgada, sus huesos resaltaban por
sobre la piel y su cabeza estaba recubierto por un velo blanco, combinado con su pelo.
William le dio los dos boletos de tren, ella los perforó con su uña y prosiguió su camino. ― ¿Qué es eso? ― Un Banshee, uno muy fuerte, por eso está cuidando el tren.
Un fuerte pitido estremeció a todos los pasajeros, Laura vio por la ventana como el tren
comenzaba a moverse y entonces, observó al hombre del farol inmóvil. El sonido de las
ruedas y mecanismos funcionando fue lo único perceptible durante unos segundos rompiendo
la ilusión. De la nada, una música jazz comenzó a sonar por el vagón, relajando a los
pasajeros. ― Supongo que ya estamos en marcha. ― ¿Cuánto tardaremos? ―Mas o menos una hora. En este momento son las nueve.
Ambos observaron como el tren abandonaba la estación sumergiéndose en un entorno de un
mar templado de color grisáceo, las gotas de lluvia surgieron del cielo cayendo como un
llanto doloroso. ― ¿Esto es? ― Una parte del limbo, el mar de almas. No es muy agradable si tratas de nadarlo. JAJAJA.
Laura le lanzó una mirada molesta a William. ― Entiendo entiendo, no te gustan los chistes. ― ¿Puedo preguntarte algo?
William sorprendido dijo. ― Por supuesto. ― ¿Por qué crees que se habrán llevado a mi hermana?
Se llevó la mano derecha a la barbilla. ― Buena pregunta, desde mi experiencia puede ser
porque alguien deseo que desapareciera justo cuando un ser estaba por ahí o tal vez alguno
de ellos necesitase a una persona viva para un conjuro o algo por el estilo. Hay muchos
motivos, pero el más acertado es el primero. ― ¿una palabra puede afectar tanto? ― ¿Alguna vez has escuchado la frase “las palabras tienen poder”? ―Si. Mi madre nos la decía todo el tiempo cuando peleábamos. ― He visto a un hombre con un farol siguiéndome ¿Sabes qué es?
Laura sintió como su cara se empalidecía, pese a ser invisible. ― El farolero, resumiéndolo
mucho, es la muerte encarnada. ― ¿Qué? ―Preguntó asustada. ― Si está yendo a por ti, puede que sea tu hora, no te preocupes, mientras tengas el trato
conmigo, no va a hacerte nada. Pero es posible que te siga siguiendo para aprovechar una
oportunidad en la que yo no esté y hacerte algo. ― ¿Podemos vovler a la explicación anterior?
William rio. ― En el caso de estos seres, ellos no ven el mundo como tu lo haces, lo que para
ti puede ser una simple broma o algo que dices normalmente, para ellos puede ser algo muy
serio. Supongamos que dices, ojalá estar muerta o quiero morir, pero no hablas en serio y te
escucha alguna criatura, por ejemplo, un Redcap. Ninguno va a desaprovechar la oportunidad
de comer un humano fresco. ― Al ver la cara de Laura William trató de suavizar un poco
más el mensaje. ― Obviamente hay muchos que no les importa, pero un deseo desde lo mas
profundo, pese a ser insignificante, es lago de mucho poder. Si tu dices ojalá desaparezcas,
pese a no decirlo en serio si alguno de ellos te oye puede que hagan eso realidad. ¿No pediste
eso al fin y al cabo?
Laura recostó su cabeza sobre la ventana. ― ¿no es un poco extremo? ― Si, puede serlo a veces, pero ellos no son humanos, un humano es insignificante para ellos.
Son como un animal inferior, no para tratar mal ni nada así, para que puedas entenderlo, es
como si hablasen con un niño pequeño. ― Por eso debes tener cuidado niña. ― Dijo una voz aguda. Ambos voltearon a ver el pasillo,
un gnomo muy delgado, de piel verde pálida, con un gorro rojo que le llegaba hasta las
piernas, encorvado, con ropas andrajosas de colores tierra y una hoz metálica el doble de
grande de su tamaño los observaba sonriendo de oreja a oreja, mostrando sus colmillos sucios
de sangre. ― ¿Cómo estás viejo amigo?
El Redcap se sentó al lado de William acomodando su hoz. ― Hace años que no te veo por
aquí mago decrepito. ― Laura, el es un Gnomo, concretamente un Redcap. ― Así es niña, soy uno de los mas temidos en todo Londres. ― El Gnomo volteó a ver a
William. ― ¿Hiciste otro contrato? ― Eso estas viendo. ― William agarró con fuerza la mano de Laura, tranquilizándola un
poco. ― Oohh, no sabía que había captado tu interés. ― No lo ah hecho. ¿Qué quieres de mí? ― ¿Qué un viejo amigo no puede saludarte?
William estaba muy serio, no dudaba o tartamudeaba en sus oraciones, todas ellas eran muy
firmes. ― No sin un motivo.
El Redcap rio con fuerza centrando toda la atención de los pasajeros en él. ― Mas que, para
pedirte un favor, esto es para advertirte. No es buena idea llevar a una humana a la ciudad,
menos en este momento. ― ¿Por qué lo dice un gnomo especializado en sigilo? ― Morrigan está mucho mas vigilante, ha desplegado muchas de sus fuerzas por todos lados,
ya no puedes caminar por las calles sin que un maldito pájaro te picotee el trasero si sabes a
lo que me refiero. ― Dijo dándole un codazo. ― En fin, fue un placer verte viejo amigo. ―
Se bajó continuó con su camino por el pasillo principal del tren.
Laura tosió, obligando a William a mirarla, le tomo un minuto en darse cuenta de que durante
toda la conversación le había estado sujetando la mano con fuerza. Como si fuese un niño la
apartó rápidamente. ― perdóname, no me había dado cuenta. ― Laura rio tapándose
sutilmente la boca con su mano.
William abrió su chaqueta y sacó un pequeño cuarzo rosado, extendió su palma para que ella
pudiera verlo mejor, luego puso su otra mano encima y dentro de ellas surgió una pequeña
nube de polvo, ahora la piedra tenía una forma de ángel, alas curvas, cabeza redonda y un
vestido completo. Algo muy simple y nada detallado. El mago chasqueó los dedos y ahora el
pequeño artefacto estaba amarrado a un collar de lana.
El se lo entregó a Laura ― Si el Redcap tiene razón, es mejor que lleves esto en todo
momento, así sabrán que ya tienes dueño. ― ¿Dueño? ― Veras, para estos seres, no existen cosas o compromisos mas que los contratos, si un ser
no ah terminado de pagar su deuda, representado con el uso del collar, normalmente tratan
de dejarlo en paz. Es como un código o una regla general.
Ella volvió a reír. ― Esto es muy raro. ― Y todavía no hemos llegado a la ciudad. Por ahora debemos encontrar a tu hermana.
Laura observó el pendiente. ― ¿Por qué un ángel? ― Preguntó extrañada. ― Por que son puros, o bueno, los que están descritos en la Biblia. Si conocieras a los
verdaderos y en especial a los arcángeles no pensarías lo mismo. ― ¿Existen? ― Obviamente, casi todo mito o leyenda surge de algún avistamiento, es algo bastante
común. Obviamente un libro tan modificado no tiene las versiones exactas de su
comportamiento, pero es una pista de por donde va la cosa. ― ¿Quién es Morrigan? ― Agh. ― Bramó. ― Es la diosa de la guerra para los celtas, una mujer que tiene cuervos
de mascota y adora enviarlos a patrullar los dominios del rey. Se cree la gran cosa por que
tiene animales bajo su mando.
Iba a seguir preguntando, pero por el tono molesto que tomó el mago, decidió cerrar la boca.
La chica bostezó, estaba cansada después de un largo día de trabajo.
William generó un libro en la palma de su mano. ― Duerme, me encargaré de despertarte
cuando lleguemos, no te preocupes. Y una cosa más, nunca insistas en obtener algo de ellos.
Capítulo 4. Recuerdos.
Laura despertó en un cobertizo de madera lleno de cajas de cartón con etiquetas
indescifrables encima, el techo estaba repleto de telarañas y comején, la cabeza de daba
vueltas, ¿había sido todo un sueño? No, imposible, se había sentido muy real. Se incorporó,
su cuerpo le dolía y sentía que se iba a caer en cualquier momento. ― Que pesadilla. ― Se
dijo.
Salió por la puerta principal y entró a su cuarto. En la cama doble estaba su novia, dormida
como un oso. Observó las mesas de noche con las lámparas de plástico barato, “esta es mi
casa” pensó. Se acercó al closet desordenado, el cajón de camisas estaba a punto de estallar,
y el de ropa interior vacío como de costumbre, en la parte superior había un espacio para
joyas, del cual colgaban dos collares esmeraldas en forma de corazón. ― ¿Qué hora es?
Revisó el reloj del cuarto, las seis de la mañana del día. Salió de la habitación al pasillo
principal, a su lado derecho estaba el baño de azulejos y al izquierdo la habitación de su
hermana. La abrió con suavidad para evitar que la luz entrase y se sorprendió al ver que ahí
estaba ella, durmiendo cálidamente, tapando su rostro con las sábanas para evitar cualquier
rastro de luz.
Sin pensarlo entró a la habitación y la levantó abrazándola con fuerza. Las lágrimas surgieron
de forma natural― Estaba tan preocupada. ― Dijo entre sollozos. Al apartar a su hermana,
se dio cuenta que no podía ver su rostro. La empujó hacia la pared y al tratar de retroceder se
enredó con sus pies cayendo al suelo. ― ¿Que está sucediendo? ― Preguntó. Toda la imagen cambió, ya no estaba en su
apartamento, si no en la entrada del colegió al lado de su hermana sin rostro. Ella dijo algo,
pero las palabras no salían de su boca, no podía hablar, cada vez que trataba un centenar de
burbujas surgían de su garganta. ― Entiendo que no quieras hablar conmigo. ― Dijo la hermana.
Laura negó con la cabeza y trato de explicarle con señas. Pero ella no le estaba entendiendo
y como si fuese polvo desapareció de la existencia. Quería gritas, explicarle que todo era un
malentendido. Pero el gato le había comido la lengua.
¿Por qué habían peleado? ¿Qué sucedió esa mañana? Trató de recordar. Se imaginó su mente
como un millar de puertas, cada una de un modelo y material distinto, solamente debía
abrirlas para saber cuál era el recuerdo indicado.
Primero abrió una roja con bordes naranjas, era de un metal intenso. El recuerdo se manifestó
ante ella. Prados verdes llenos de lapidas, el día soleado y un tumulto de personas vestidas
de negro con máscaras de teatro viendo como una joven y una niña lloraban ante los
sepultureros que estaban tapando el agujero de la tumba. ― Por favor, queremos verla. ―
Dijo la joven. Pero todos los presentes susurraron.
―Están solas, que pena por ellas. ―
Salió del cuarto y abrió otra puerta de madera de roble, con un color verde oscuro y
rotulaciones en forma de hojas doradas por todos lados.
Un bosque de robles, la misma joven del entierro charlando con otra mujer mientras que la
niña observaba atentamente el camino que las hormigas habían elaborado para transportar
comida hasta su hogar. Escuchó la conversación de ellas. ― No se que voy a hacer, acabo de graduarme de la universidad y ahora tengo que cuidar de
ellas. ― Tu sabes que siempre vas a contar conmigo― Dijo la chica agarrándole la mano.
Salió de la habitación con unas cuantas lagrimas en los ojos. ― Suficiente. ― Gritó, que
alguien me ayude a encontrar el recuerdo.
Tres puertas aparecieron delante de ella, una morada de piedra, otra rosa de cuarzo y una
blanca de cristal. Se acercó a la primera de ellas, y en ese momento abrió los ojos, estaba en
el tren y al frente William, leyendo un libro y tomando una taza de té. Se veía tan tranquilo,
decidió seguir con los ojos cerrados para no molestarlo, pero por más que tratase el sueño no
volvía a llegar. “Maldición” dijo para sí.
Escucho un graznido de pájaro, como un cuervo, luego sintió unas plumas ásperas y
puntiagudas tocando su brazo derecho. ― Aléjense de ella. ― Dijo William con calma.
El cuervo habló. ― Es una humana muy apetitosa. ― Ese único ojo no es tan perceptible como parece. ― ¿Te refieres al collar? ― Lanzó un graznido a forma de carcajada. ― Somos los cuervos
de Morrigan, tomamos lo que queremos, no puedes hacer nada contra nosotros. ― Yo no. ― Tomó un Sorbo de su taza. ― Pero su ama si, imagínate lo que pensaría si
supiera que sus dos pájaros quieren tragarse a una humana bajo contrato, eso rompe muchas
normas éticas.
Laura abrió lentamente los ojos y lo primero que divisó fue un enorme pico negro a punto de
zamparse su cabeza. No dijo nada, estaba helada, el miedo había recorrido su cuerpo.
William agarró el pico del cuervo y lo volteó hacia otro lado, luego lo miró en su único ojo
central. ― Este bajo contrato, respeta lo que no es tuyo.
El otro cuervo frente a la mesa graznó. ― Vámonos, no me van a degradar más por tu culpa. ― Como sea. ― Dijo su compañero. ― Cuídate vejestorio.
William se dirigió a Laura. ― ¿Estas bien?
Asintió con nerviosismo. Todo el cuerpo le temblaba, la cabeza le daba vueltas, todo era
demasiado confuso, ¿Por qué se comportan así los espíritus? ¿acaso se veía como un cupcake
perfecto para ellos? ― No te preocupes, mientras estes bajo contrato nada te sucederá en esta ciudad. ― ¿Esos son los guardianes de la ciudad? ― En el fondo esperaba que no, ya era suficiente
con tener la preocupación de su hermana, no quería una nueva en donde debía estar atenta
para que ningún pájaro le arrancara la cabeza de un mordisco. ― Son como las aduanas de aquí. ― ¿Aduanas? Eso significa que.
William al interrumpió. ― Efectivamente, hemos llegado al a ciudad del olvido. ― Se bebió
el resto de su té de un sorbo y guardo su libro. ― Debemos irnos, no perdamos más tiempo.
Se levantaron de sus asientos, Laura chocó con un ciempiés frente a ella, el cual volteó a
verla. ― Discúlpeme. ― Dijo apenada.
El bicho produjo un sonido son sus tenazas y luego bajo levemente la cabeza en señal de
aceptación. Laura miró a William con incomodidad, el hombre invisible hizo caso omiso de
ella. La fila de pasajeros avanzó tan pronto como se abrieron las puertas, la mayoría salió de
forma apresurada aprovechando sus formas. Laura y William quedaron atrapados entre el
forcejeó al intentar salir, y entonces tras un pequeño empujón todos cayeron al suelo de la
estación.
Laura se levantó sosteniendo sus cabezas, aun resonaba por el golpe, y entonces vio la
inmensa ciudad que yacía frente a sus ojos. William puso su mano sobre el hombro de la
chica. ― Bienvenida a la ciudad del olvido.
Frente a ella había una enorme pila de torres que se sostenían por medio de una pirámide,
cada nivel era un sector distinto y en lo más alto habían edificios largos y curvos que no
tenían sentido, además las luces eran impresionantes, creando un contorno colorido y con
mucho movimiento. ―Es, impresionante. ―Jajajaja. Es verdad, es muy impresionante. ― William soltó su hombro. ― Andando, no
tenemos tiempo que perder, veras lo emocionante que es por dentro.
Laura lo siguió por la estación, que no se quedaba atrás. Farolas de oro flotando en el espació,
sostenidas por alguna forma mágica, puentes de madera por todos lados repletos de criaturas
sensacionales a la vista, arboles gigantescos que llegaban hasta el techo de un cristal tan
templado que no impedía ver el cielo estrellado. Por todos lados había seres sobrenaturales,
dragones largos y escamosos con cuatro patas y largos bigotes ondulantes, duendes y gnomos
bailando por doquier, llevando sus pequeñas maletas con herramientas como picos, palas y
azadas.
Por si fuera poco, también estaban los insectos, cucarrones cargando equipaje y cabalgados
por gatos negros parados en dos patas. Caracoles que servían como monturas para los
espíritus más ricos. Mariposas enormes de múltiples colores volaban directamente hacia la
ciudad e incluso algunos cuantos pájaros deambulaban por ahí, como pelicanos y tucanes,
pero estos eran mucho más grandes que un humano común.
Todo era demasiado extravagante para la vista, ¿Cómo nadie había descubierto este mundo?
Como si le hubiese leído la mente, William dijo: ― Hay pocos humanos con la capacidad de
ver lo oculto, este sitio es un lugar espectacular, es mejor que no lo descubran. ― Por supuesto.
William la guío hasta una caseta de madera en donde había un Bennu sentado, algo un tanto
raro de ver, pero comparado con todo lo demás, era lo más normal que había. ― Buenas
noches, para entrar a la ciudad
El pájaro lo miró de reojo volteando su cabeza a un lado. ― Por supuesto señor William. ―
Con una de sus patas le entregó dos papeles. ― Muestre estos documentos a los oficiales y
lo dejarán pasar.
Laura se imaginó a los dos cuervos de antes, un escalofrío recorrió su cuerpo. ― Wow, ―
Dijo el Bennu. ― Hacia tiempo que no veía a una humana. ― ¿De verdad? ― Claro. ― El pájaro aleteó por la emoción. ― Desde el antiguo Egipto. ― Eso es muchísimo tiempo. ― Respondió sorprendida.
William tosió. ― Si me disculpas, tenemos que continuar con nuestro camino.
El Bennu asintió. ― Por supuesto.
El hombre invisible se llevó a Laura de la caseta cogida de la mano, ambos caminaron por el
tumulto de personas hasta llegar a una estructura alta, una enorme puerta de piedra con pulpos
dibujados en sus pilares, pintados de un color aguamarina fosforescente y con un paisaje
marítimo de fondo. Ahí los espíritus estaban haciendo filas y mostrando tarjetas u otros
objetos a varios cuervos iguales a los que se habían topado en el tren. ― Por aquí mi lady. ― Dijo William guiándola por una fila que estaba completamente vacía.
Antes de llegar volteó por un momento y volvió a ver al Farolero.
El cuervo los recibió de una forma seria, se comportaba muy diferente a los encontrados en
el tren, pero este desprendía un aura más tenebrosa, todos los sentidos de la chica la alertaban
del peligro, era mejor no provocar a esa cosa. ― Mi señor. ― Graznó el cuervo.
El mago le ofreció los papeles y como si de comida se tratasen este se los zampó. ― Pueden
pasar. ― Bramó.
Ambos caminaron por la entrada encontrándose con unas escaleras que los llevarían hasta el
primer círculo, onduladas y empinadas, con faroles flotando y talismanes de todo el mundo
volando con el viento. ― Te dije que no todos los cuervos eran así. ― Dijo William soltándole la mano. ― Ahora
debemos estar concentrados, en especial cuando entremos al mercado, allí encontraras todo
tipo de maravillas, pero debes permanecer fuerte, aguantar la tentación. ― Por supuesto. ― Dijo Laura. ―Es más fácil decirlo que hacerlo.
Capítulo 5. El mercado del olvido.
Laura llegó a la cima cansada, estaba sudando a chorros y le costaba respirar. En cambio,
William estaba como nuevo, sin fatiga ni sudor, además de llevar esa chaqueta. ― Te falta
ejercicio dijo con voz burlona.
Sin embargo, en cuanto la chica observó lo que estaba frente a sus ojos, se quedó sin palabras.
Era un mercado extraordinario, múltiples tiendas de madera con telas como techo por todos
lados, era demasiado grande, su vista no alcanzaba a diferenciar todos los pasillos laberinticos
de aquel lugar y tampoco podía ver el final del círculo y la entrada al otro. La iluminación
era muy colorida, de colores veraniegos, las lámparas de papel rondaban el cielo, además de
farolas convencionales, cartas que producían luz y bolas blancas que deslumbraban todo a su
alrededor.
Las tiendas y la iluminación no eran lo único destacable, cada local ofrecía una gran variedad
de artilugios, desde flores de todos los colores, plantas aromáticas y galletas de formas
insectoides hasta espadas, cañones, sombreros, telas y ropajes de la seda más fina que jamás
hubiese visto. ― Esto es. ― Dijo boquiabierta. ― Espectacular. ― Así es, ahora, tenemos que empezar a preguntar por tu hermana. Procura no separarte de
mí. ― Ella asintió y juntos se adentraron en ese lugar mágico.
En el centro del camino se encontraron con el Farolero, esta vez se acercó mucho más a tal
punto de estar frente a frente. ― Uno, dos, tres, cuatro, el farolero está contando. ― Tarareó.
William puso su manó enfrente de ella y el Farolero desapareció. ― Eso estuvo cerca. ― Dijo con lo que parecía una sonrisa. ― ¿Continuamos?
Cada cosa que veía era fascinante, había tantos objetos que desconocía y la comida se veía y
olía deliciosa, daría lo que fuera por algo de comer, pero William ya le había advertido que
no podía comer nada de ese mundo, así que solo se conformó con ver. ― Mira eso― Dijo al ver algo super peludo en una de las tiendas. ― Podemos empezar por ahí. ― Dijo, ambos se acercaron. El local estaba bastante ordenado.
En la parte de afuera tenía maniquís iguales a los que usan los dibujantes, pero de tamaño
humano posando con trajes y telas japonesas, en las mesas dentro de la tienda había ropa
puesta en exhibición, la mayoría eran hermosos kimonos de flores rojas y verdes además de
sombrillas de papel. En el mostrador surgió una marioneta japonesa, con un kimono negro,
cara redonda de un blanco puro, maquillado con mejillas rojizas, ojos cristalinos y pelo negro
recogido en trenza. ― ¿Qué se les ofrece? ― Preguntó moviendo su boca de abajo a arriba. ― al ver a Laura su boca se bajó por completo, su voz sonaba algo distorsionada, como si
fuese una radio. ― Dioses míos. ― Dijo, ― ¿Qué le puedo ofrecer a una mujer humana tan
bella como usted?
Laura rió. ― Todo es muy hermoso, pero no venimos a comprar. ―Es una lástima― Bramó la marioneta
William se acercó al mostrador. ― Oye, estamos buscando a otra humana, parecida a ella
asumo, pero mas pequeña. ― mmhhh― Dijo el vendedor llevándose una de sus manos de madera a la barbilla. ― No
eh visto a una humana, esta es la primera que veo por aquí, tal vez el Hotei local los pueda
ayudar. ¿Seguro que no quiere buscar nada para su chica?
William rio. ― Hoy no Ikiryo, hoy no. ― Se acercó a Laura. ― Vamonos, se a donde
tenemos que ir.
Al salir del local y echar a andar el hombre se le adelantó para guiar bien el camino. ― ¿Qué
era eso? ― Preguntó. ―Eres una mujer muy curiosa. ― ¿Eso es malo? ― No, pero considerando toda la situación me sorprende que no te haya dado un ataque de
nervios o ansiedad. ― William tragó saliva. ― Eso era un Ikiryo, un espíritu muerto que
posee marionetas. ― Todo ese mundo es demasiado intrigante, quiero saber que hay en cada esquina. ― Si, eso mismo pensaba yo. ― William se detuvo. ― Hemos llegado.
Un tumulto de seres estaba arremolinado frente a una plataforma de madera en forma de
circulo, atrás de ella se extendía un enorme árbol de cerezo que dividía el camino de tiendas
en dos de manera ascendente, el aire se había llenado de pequeñas hojas rosadas que caían
con suavidad volando con el aire.
En la plataforma había un hombre muy gordo de color dorado, con una pansa redonda
perfecta, sin arrugas ni pelos, brazos enormes y cara regordeta sonriente. Llevaba un Kasaya
que desvelaba su estómago. Portaba un cetro de madera con un gran lingote dorado con letras
imposibles de leer para Laura. Sus pies descalzos tocaban la madera y con cada paso que
daba esta chirriaba. ― Quien quiere alegría. ― Gritó el hombre. Agitó su bastón y partículas
doradas llovieron sobre el tumulto de seres haciéndolos reír y bailar. ―Eso eso. ― Grito alegremente mientras saltaba de un pie a otro dando círculos con su
báculo. ― Sientan alegría.
William le tapó la boca a Laura y ella sintió como si un caparazón la cubriera. ― Es mejor
no oler eso.
Ambos se acercaron al escenario, el Hotei al verlos se agachó para hablar con ellos, apuntó
con su bastón a Laura y dijo con una sonrisa de oreja a oreja y ojos cerrados: ― Esta perdida
pequeña humana, pero no te preocupes, has venido al lugar indicado. ― Vera, yo no soy la que está perdida, es mi hermana. ―JAJAJAJAJAJAJA― Rio el Hotei golpeando su estómago con la palma de la mano
izquierda. ― No me refiero a eso, no sabes que hacer, piensas que tu vida se desborona a tu
alrededor. Pero no te preocupes yo te haré feliz. ― Gran Hotei ― Dijo William. ― Si me permite pedirle un favor. ― Pero por supuesto mago afligido por la tristeza.
El ignoró lo dicho por el hombre dorado. ― Ayúdenos a encontrar a la hermana pequeña de
esta joven por favor.
El Hotei entreabrió los ojos. ― ¿Están seguros de que quieren eso? ― Preguntó son una
sonrisa. ―Si. ― Gritó Laura. ― ¿Por qué no lo querríamos? ― Es algo que ella pidió para ser feliz después de todo. No es mi deber arruinar la felicidad
de las personas.
Laura entró en colera, que iba a saber un espíritu regordete de la felicidad de su hermana,
había desaparecido por una pelea, por supuesto que no iba a ser feliz depsues de desear
desaparecer. En ese momento Laura calló en cuenta, había recordado algo, su hermana había
pedido desaparecer. ― Ya se lo que sucedió con mi hermana, pidió desaparecer. ― ¿OOOHHH? ― Bramó el Hotei. ― Pero no lo dijo en serio, por favor ayúdenos. ― Ya me negué pequeña ― Ayúdenos, no le cuesta nada. ― Le gritó. William agarró el hombro de Laura tratando de
calmarla, pero ella hizo caso omiso. ― Gordo envidioso mi hermana está perdida y no quiere
ayudarnos. ― LAURA. ― Le gritó William. ― Te dije que no les insistieras.
El gordo saltó de la tarima, era mucho más alto que ambos. ― Malditos humanos
malagradecidos. ― Dijo el Hotei. Su expresión ahora era de rabia absoluta y su color había
cambiado a un rojo fuego. ― Les doy la felicidad eterna pero nunca es suficientes. Ahora les
enseñare lo que es el dolor y la pena. ― Balanceó su bastón golpeando a William en el
estómago y estampándolo contra una de las tiendas. ―Sigues tu. ― Dijo enojado.
Laura echó a correr para el camino de la derecha apartando a todo el mundo a empujones y
pasando por encima de los seres que caían al suelo. ― No escaparas. ― Gritó el Hotei, cada
paso que daba hacía estremecer el suelo por completo, como era tan grande no podía correr,
pero si daba saltos alternando con cada pie para poder llegar hasta su presa mucho mas rapido.
Para empeorar la situación, Laura se había metido en un callejón colina arriba, y viendo como
era el Hotei, ella no tendría muchas posibilidades de escapar de él, aun así, corrió con todas
sus fuerzas. ― ¿A dónde crees que vas jovencita? ― Balanceó su bastón expulsando partículas rojas, de
repente, todos los seres que fueron tocados por estas enloquecieron por completo, empezaron
a tirar los productos, pelear entre ellos y destruir todo el mercado por completo. ― Humana malagradecida. ― Girtó el Hotei. ― ¿Por qué no te afecta nada de lo que hago?
Laura siguió corriendo, metiéndose en el primer callejón que encontró, sin embargo, pese a
ser mucho mas grande que el hueco, el dios lo atravesó derrumbando todo a su paso y
golpeando lo que le fuese a caer encima con su báculo.
La chica se deslizó para salir del callejón y hecho a correr cuesta abajo, detrás el Hotei salió
del callejón cubierto de escombros y con una nube de polvo rodeándole. En ese instante dos
cuervos llegaron al lugar y se pusieron entre ambos. ― Hotei― Graznó uno. ― Estoy seguro de que esta destrucción es innecesaria. ― Pero las
palabras no sirvieron, porque cuando terminó la oración, el gordo ya le había aporreado con
su bastón, aplastándolo de un golpe. El otro cuervo gruñó y con sus alas lanzó una ráfaga de
plumas que rebotaron en el estómago del ser antes de ser aplastado como su compañero.
Laura no desaprovechó la oportunidad y siguió corriendo, en el cielo vio como diez cuervos
volaban al lugar en donde estaba el Hotei. Se detuvo y observó como unos cuantos pájaros
lanzaban plumas afiladas como el acero al a criatura mientras los otros trataban de apresarlo
en una red gigante al mismo tiempo que evitaban ser golpeados por el enorme bastón. ― Pajarracos molestos. Quítense de mi camino. ― Lanzó su bastón horizontalmente
tumbado cuatro de ellos.
Una mano blanca agarró a Laura y la arrastró hasta un callejón oscuro.
Capítulo 6. ¿cómo no vas a saber quién
soy yo?
Al entrar al callejón oscuro, Laura trató de separarse, entonces vio a su captor. El farolero la
observaba con su mascara puesta. Levantó su mano derecha y la puso sobre la cabeza de
Laura y entonces desapareció.
Detrás había una mujer la cual estaba riéndose a carcajadas. Finalmente, la mujer paró en
seco y se volteó con una sonrisa. ― ¿Viste la expresión del Hotei? ― Gritó tratando de contener la risa ― Eso si fue increíble
y la manera como te deslizaste para tratar de evadirlo, wow. Y ahora, te enfrentaste al
Farolero sin titubear, eres increíble. ― ¿Quién eres? ― Preguntó extrañada. ― Que grosera de mi parte. ― La mujer posó de manera provocativa para la vista, su cara
era cachetona y estaba maquillada con polvos blancos a manera de rallas por todos lados, sus
labios saltones pintados de un color dorado. En el cuello portaba un collar de tubos metálicos
brillante, en cada mano y pie tenía manillas de oro puro y su vestido blacno y esponjoso
resaltaba el pecho y dejaba ver su ombligo con una abertura en forma de diamante. ―
Contempla a la belleza encarnada, Erzulie Freda. ― Un placer conocerte. ― Dijo. ― Gracias por, ¿Salvarme? ― Dijo confundida, ella
realmente no sabía que estaba pasando.
Erzulie agarró los cachetes de Laura y los estiró con ternura. ― Mírate, eres tan linda.
Laura trató de hablar, pero fue interrumpida por Freda. ― Estas perdida en esta enorme
ciudad, sola, sin nadie quien pueda ayudarte. Pobrecita, pero no te preocupes que yo, la
manifestación de la sensualidad, el amor y la belleza, me encargaré de ayudarte.
La chica se quedó sin palabras, no sabía muy bien que decir. Erzulie pasó su brazo por detrás
del cuello de Laura y comenzaron a caminar. ― Voy a llevarte a mi local, te va a fascinar,
ahí podremos hablar y hablar todo lo que queramos, será como una pijamada. Nunca he
tenido una, pero suenan muy divertido, oye, no sabes la alegría que me da verte. Siempre
quise una amiga humana que no estuviera a mis pies, que emoción encontrar a alguien que
no sea de mi sequito.
Se notaba que no había visto a una persona en mucho tiempo, con cada palabra que decía su
velocidad de habla iba aumentando. ― Disculpa. ― Dijo Laura. Señalando un puesto lleno
de esqueletos y muñecos vudú. ― ¿Es ese? ― Si, bienvenida a el lugar de las maravillas perdidas.
―ERZULIE FREDA ― Gritó una voz áspera y enojada. Una mujer de cuerpo idéntico a
ella, con el cabello churco y ojos rojos salió con un escudo y lanza en mano, además vestía
lo que parecía ser una armadura de cuero. ― Te presento a mi hermana podría decirse. Erzulie Dantor. ― ¿Eso es una humana? ― Preguntó la guerrera emocionada. ― increíble, es tan, normal. ― Guardó sus armas en su espalda y procedió a extenderle las mejillas a Laura igual que
como lo había hecho Erzulie Freda.
Freda golpeó a su hermana con el codo. ― Ni te imaginas lo que esta chica hizo. ―Dime. ―Dijo sin dejar de apretujarle la cara a Laura. ― Se enfrentó sola al Hotai.
La soltó ― ¿De verdad? ― Acarició la cabeza de la chica. ― Que valiente de tu parte. ―Muchas gracias. ― ¿Pero que hacías enfrentándote a un Hotei? Hacerlos enojar es muy complicado. ―Insistí demasiado. ― ¿Que le pediste? ― Preguntaron al tiempo. ― Verán, mi hermana esta desaparecida y sé que está en eta ciudad, le pedí ayuda al Hotei,
pero se negó por que dijo que mi hermana era feliz aquí.
Las Erzulies suspiraron. ― No repreocupes. ― Dijo Freda. ― Para los Hotei, la felicidad es muy importante, no pasa nada si es una felicidad que vino
de una mentira. ― Contó Dantor. ― Nosotras no podemos ayudarte, pero conocemos a alguien que sí. ― ¿De verdad? ― Preguntó ilusionada. ― Por supuesto ― Dijeron al tiempo. ― Pero debes entrar en la tienda, el ya te está
esperando.
El local por dentro era oscuro y siniestro, con muñecos de tela como paredes, incienso
quemado por todos lados, cabezas pequeñas y cocidas colgando del techo y telas verdes y
rosas extendidas por el suelo, además, en el centro de la habitación había una pequeña mesa
iluminada con velas flotantes a su alrededor. Laura olió por un momento, era como si sus
sentidos se hubiesen apagado, no percibía nada de ese lugar, únicamente un frio que recorría
su cuerpo de pies a cabeza. ― Siéntate. ― Dijo una voz grave, tan profunda como el corazón del mundo.
Laura se ubicó frente a la mesa y entonces vio a un hombre alto y negro arrodillado, llevaba
un traje morado con corbata rosada que de vez en cuando desprendía partículas como si
fuesen gotas de agua que se expandiesen por todos lados, llevaba un sobrero de copa y en su
cara estaba pintada una calavera, con trazos amarillos señalando sus ojos y verdes su boca.
El misterioso hombre le extendió la mano. ― Es solo un saludo, no te asustes.
Ella le apretó la mano y sintió como el alma se le iba del cuerpo, entonces el hombre la soltó. ― Tienes un espíritu fuerte pequeña. ― Que son mis modales, no me eh presentado ni te he
ofrecido algo de beber. ― Chasqueó los dedos y un vaso de té negro apareció de la nada. ― Es completamente natural. ― Se acomodó la corbata. ― Mi nombre es Samedi, el Baron
Samedi. ― ¿Es usted un vudú?
El hombre soltó una fuerte carcajada. ― Por supuesto que no soy un vudú.
Laura soltó un suspiro de alivio. ― Soy uno de sus dioses.
Sintió como la sangre se le congelaba, esto no era nada bueno, estar solas a solas con un ser
así. ― No se preocupe, no somos tan malos como lo pintan, es más, las dos encantadoras mujeres
de enfrente también son diosas. ― ¿De verdad? ―Veo que ha escuchado cosas horribles de nosotros. Pero no estoy aquí para desmentir las
verdades ficticias, ahora, busquemos a tu pequeña hermana. ― Aquí hay una trampa, no me va a ayudar gratis. ― Por supuesto que no querida, pero por lo que veo, no te queda mucho que ofrecer, alguien
ya tomó todo de ti. ― No voy a darle mi alma.
Samedi rio. ― Cuando pido un alma doy un gran pode a cambio, pero solo voy a decirle
donde está tu hermana. Además, no me quiero meter en el camino del Farolero. ― ¿Es tan poderoso? ― Laura dudó. ― Si. Demasiado.
Ella lo miró confundida. ― Son las diez de la noche querida, el tiempo corre. ― ¿Qué quieres?
El barón sacó un pequeño muñeco igualito a él. ― Que lleve esto al mundo real. ― ¿Eso es todo?
―Si, pero recuerda, si no cumples tu promesa, debo tomar algo en compensación. ― Se
quedó pensando. ― El alma de su hermana si falla. ― La mía si fallo. ―Dijo. ―hecho. ― Levantó su mano ofreciéndosela y Laura sin nada que temer selló el trato don el
Baron Samedi.
Laura cayó al suelo dormida. Entonces, apareció en el mismo lugar repleto de puertas de
distintos colores, encontrando las tres que había visto en su primer sueño. una morada de
piedra, otra rosa de cuarzo y una blanca de cristal.
El barón se manifestó a su lado, ahora llevaba un bastón con una calavera humana como
mango. ― ¿Así que este es el reflejo de tu mente? ― Me engañaste. ― Le gritó. ― Claro que no. Tal vez sea un dios, pero necesito entender que es lo que estoy buscando
para encontrarlo. ― Merodeó las tres puertas tocándolas con sus palmas, mientras cerraba
los ojos y escuchaba atentamente el sonido que le proporcionaban las piedras y cristales. ― Esta― Dijo señalando con su bastón la primera puerta. ― Es un recuerdo doloroso, una
breve conversación que influyó en la situación actual. La segunda es un sonido mas amargo
y agrió, la mismísima batalla por la cual tu hermana salió corriendo y finalmente, lo que pasó
con ella y lo que deseó, un lugar en donde las mentiras se reflejan con honestidad. Puedes
abrir una, pero no todas.
Sin pensarlo abrió la segunda, entrando en su apartamento, ahora se veía cara a cara con su
yo de esa mañana, sentada en la mesa, estaba su hermana a la cual no podía ver. ― ¿Usted
puede verla? ― Me temo que solo puedo observar lo que tú puedes ver.
Ambos escucharon atentamente la discusión, mientras Laura le gritaba a su hermana por
cualquier bobada, ella le devolvía los insultos con tristeza en sus ojos, hasta que finalmente
dijo las palabras. ― QUIERO DESAPARECER. ― Y con terror en su rostro, Laura escuchó
como su yo del pasado le contestaba. ― Tal vez eso sea lo mejor.
El recuerdo se desvaneció, y el barón vio como ella caía al suelo de rodillas con sus lágrimas
saliendo de sus ojos. ― No puedo creer que haya dicho eso. ― La verdad es un martillo, siempre cambia lo pensado por la gente. ― Se arrodilló y
gentilmente elevó la cara de la mujer con su mano. ― Lo importante es que estes dispuesta
a aprender de lo dicho. ― Fue mi culpa. ― Y eso no lo puedes cambiar. ― Soy la peor hermana que existe.
― No lo creo. ― El Barón chasqueó los dedos mostrándole su vida entera, como una joven
se había levantado y escapado de las garras de la muerte para guiar a una pequeña que estaba
perdida sin su guardiana. ― Esto que estoy viendo, es la historia que he querido leer y ver. ― La ayudó a levantarse. ― Sea lo que sea que tenga a tu hermana, es algo peligroso que
nunca vas a poder derrotar.
Laura se despertó.
El Barón sacó un pequeño muñeco de tela, pelo largo, manos y piernas regordetas y con dos
alfileres clavados en sus brazos a modo de armas. Samedi le coció dos ojos de botones y
luego susurró unas palabras.
El muñeco cobró vida y pegó un salto al hombro de Laura. ― El la llevara a su hermana. Por último, recuerde nuestra promesa.
Al salir de la tienda las dos Erzulie estaban esperándola. ― Todo resultó al final ― Dijo con
alegría Freda. ― No había nada que temer. ― Bramó Dantor. ― Que te vaya bien. ― Hablaron al tiempo antes de esfumarse en la niebla junto con la
tienda entera.
Laura observó el inicio del pasillo y vio a William con un libro en la mano, esperando a que
ella saliera, sin pensarlo dos veces corrió a abrazarlo. ― ¡Oye! ― Dijo sorprendido. ―
¿Que sucede? ―Estaba preocupada. ¿Estás bien? ― Aun me duele el golpe, pero ya puedo caminar. ― William vio el muñeco vudú en el
hombro de Laura. ― ¿Que sucedió mientras no estaba? ¿qué hiciste? ― Te contaré en el camino.
Capítulo 7. la zona industrial. ― ¿Te encontraste con el Barón Samedi? ― Preguntó sorprendido. ― Si. Pero era más amable de lo esperado.
William observó la entrada principal al sector industrial. ― Si, nada es lo que parece, en es
especia hablando de humanos.
El muñeco vudú brincaba y señalaba la puerta con emoción, indicando que ahí era donde se
encontraba la hermana pequeña de Laura. Dicho lugar era mucho más oscuro y siniestro que
el anterior, una ciudad metálica que cambiaba de posición a simple vista.
La entrada estaba compuesta de dos tubos oxidados gruesos y altos, con tornillos y clavos
saliendo de ellos, en las puntas, una enorme nube de humo surgía de los huecos gigantescos
que había uniéndose al resto de la nube que tapaba los edificios más altos del sector. Al entrar,
ambos sintieron como el arie era mucho más denso y el calor se multiplicaba, a tal punto que
William se sacó la chaqueta de encima junto con sus guantes, ahora era un torso que se movía
sin nada más. ― Las entidades encontradas aquí no son muy amigables, trata de no separarte esta vez. ― Te recuerdo que fuiste tú el que salió volando con ese golpe. ― JAJAJAJAJA. ― William le acarició el pelo. ― Es verdad.
Ambos anduvieron por los estrechos pasillos llenos de ductos con vapor saliendo de ellos
siguiendo la pista del muñeco, el gas los rociaba de vez en cuando y el humo era tan denso y
potente que era imposible ver el cielo estrellado.
Tras unos minutos de deambular por el humo, lograron salir del humo, llegando a un puente
que conectaba con el distrito principal. Era demasiado confusa la imagen, edificios gigantes
por todos lados, que llegaban hasta lo más alto de la ciudad.
Tal y como se veía desde afuera, muchos de ellos estaban torcidos y las ventanas no tenían
un orden, todo estaba repartido al azar, además, la forma del edificó era como un montón de
cajas apiladas y con el viento tan fuerte que hacía pereciese como si fueran a caerse unos
encima de otros, algunos tenían relojes tan grandes que ocupaban un piso entero de espacio.
Además de los ductos y tubos metálicos que conectaban los edificios, también había turbantes
y cuerdas con banderines colgando de las ventanas.
Frente al puente se encontraba una plaza con un árbol bastante grande, algunas bancas y
faroles, asimismo, muchos puentes que conectaban con otras plataformas y estructuras. Laura
miró por el borde, encontrándose con un mundo sin fin de encrucijadas y laberintos de metal,
con carreteras y conexiones a las cuales no les afectaba la física o el sentido común. ― Es muy diferente del otro sector.
―Efectivamente, incluso sus habitantes son más raros.
Laura se fijó en ellos, hombres y mujeres que no parecían tan humanos, caras torcidas, brazos
largos, encorvados, con deformidades en todo el cuerpo y caras tapadas por trapos con narices
extremadamente largas.
Entonces lo volvió a ver, el Farolero estaba parado en uno de los puentes esperando, esta vez
lo iba a confrontar. William le agarró la mano, pero ella decidida con su expresión, lo soltó
y fue directamente a por él. ― ¿Qué quieres? ― Le preguntó.
El Farolero le agarro el brazo derecho y lo estiro con fuerza. ― Tienes agallas. ― ¿Tú crees? ― Cuatro, cinco seis. Volveré por ti. ― Se esfumó como niebla, dejándole una marca de
quemadura en la muñeca.
William corrió a verla, pero ella no se dejó consolar, por algún motivo se sentía impaciente
de vovler a ver al Farolero.
Avanzaron por el lugar siguiendo las indicaciones del muñeco. Cada ser que veían se les
quedaba viendo, tambaleando sus cabezas de manera inquietante.
El dúo se dio cuenta de que algo los estaba siguiendo. ― William. ― Dijo. ― ¿Hay algo?
¿el Farolero? ―No, lo que secuestró a tu hermana sabe que estamos aquí, debió enviar a uno de sus
sirvientes para comprobar que no nos acercamos lo suficiente.
Anduvieron un buen rato hasta que William la metió a un callejón oscuro. Luego sacó una
bellota, susurró unas palabras y la puso en el suelo. ― Ahora lo que sea que nos esté
siguiendo no podrá encontrarnos.
Ambos vieron como una criatura pequeña y delgada, con un cuerpo azabache de símbolos
blancos indescifrables pintados por todo el cuerpo observaba el lugar. Su cola en punta se
movía como una brújula mientras el animal afilaba sus garras de pies y manos con sus dientes
puntiagudos. Cuando Laura miró sus ojos sintió un vació eterno, una oscuridad errante que
absorbía todo lo que tocaba. Cuando el bicho se fue ambos suspiraron. ― ¿Qué es eso? ― Un Tokoloshe, un ser creado para servir a su amo. ― William agarró el hombro de Laura. ― pero ¿quién lo habrá hecho?
El muñeco vudú le clavó una de sus puntas al hombre, el cual soltó un pequeño alarido. ―
¿Qué sucede?
El muñeco apuntó arriba y cuando subieron la mirada se encontraron con cientos de
Tokoloshes mirándolos con las bocas abiertas.
William susurró unas palabras, chasqueó los dedos y todos se prendieron en fuego, ambos
salieron del callejón tan rapido como pudieron antes de que el bulto de cadáveres en llamas
les cayese encima. ― Sabe que estamos aquí, eso sabe que estamos en el sector y que estamos cerca.
Necesitamos escondernos, y rapido.
De repente, dos Tokoloshes mordieron a William en los brazos y lo tumbaron al suelo
inmovilizándolo. Luego, un tercero se puso encima de el y se derritió tapándole la boca.
Laura, sintió punzadas por todo el cuerpo cuando cayó al suelo y lo último que vio fue al
muñeco vudú siendo devorado por una manada de monstruos.
Capítulo 8. Soy.
Laura despertó en medio de una sala vacía, exceptuando por una silla, en donde estaba su
hermana pequeña, era idéntica a ella. Entonces recordó todo. ― Julia. ― Dijo entre
sollozos.
Corrió a abrazarla, pero dos Tokoloshe se interpusieron en su camino, rugieron mostrando
sus dientes afilados y corrieron contra ella, entonces alguien gritó. ― Ya basta.
Se detuvieron en secó, flotando en el aire a centímetros de Laura con sus fauces abiertas. La
que gritó era una mujer vestida con traje rojo y una máscara blanca. ― ¿Quién eres? ― Preguntó. ― Sígueme. ― Dijo, entonces una parte de la pared se abrió. Laura obedeció y al entrar a
la nueva habitación vio como estaban en el edifico más alto de todo el sector, podía verse
toda la ciudad desde ahí, incluso los otros dos sectores. ― Siéntate ― Dijo.
Un sofá escarlata de movió por arte de magia. ― Laura, ¿Qué dirías si te ofreciera darte un
deseo? ― ¿Un deseo? ―Si, cualquiera. ― Diría que es falso.
La mujer se sentó frente a ella. ― Yo también lo pienso. ― ¿Por qué todo esto? ¿Por qué secuestrar a mi hermana? ― No me importas tú, es más, ya no te necesito. ― En la habitación apareció el Farolero. ― ¿Era él? ¿Por qué no buscar a alguien mas cercano a la muerte o a cualquier otra persona? ― Por que el Farolero solo se manifiesta cuando tiene interés en alguien. ― Dijo la mujer.
Chasqueó los dedos y ciento de Tokoloshe aparecieron rodeándolo, sin dudarlo se lanzaron
contra el pero como surgieron, fueron destruidos, dejando nada más que polvo. ― Vamos, corre. ― Gritó William desde el otro lado de la habitación. ¿En que momento?
Se preguntó Laura.
El llevaba a su hermana en los hombros así que no hizo mas preguntas y lo siguió. ― ¿Qué está pasando? ― Por algún motivo el Farolero te quiere y ella usó esa información para tratar de atraparlo.
― ¿Por qué? ― Así como quita vidas, también puede darlas.
Un estruendo inundó el edificio entonces Laura cayó inconsciente.
Capítulo 9. Fin.
Laura se despertó en el tren, los rayos del sol cayeron sobre sus ojos cegándola por unos
instantes, volteó a ver el panorama, acostada en sus piernas estaba su hermana, todavía tenía
que resolver los asuntos con ella, pero no iba a despertarla. William no estaba cerca y frente
a ella se encontraba nada mas y nada menos que el Farolero. ―Hola― Le dijo Laura. ― Me interesas. ― ¿De verdad? ― ¿Crees que muchas personas tienen la capacidad de venir a este mundo? ― No lo sé. ― Eres especial, no logro descifrar el por qué, pero mis sentidos me están advirtiendo de ti. ― Aparentemente puedes decir más de dos palabras. ― Laura. ― Dijo con fuerza. ― Hace una hora que debiste haber muerto, pero no lo hiciste,
¿Por qué? No lo sé, pero como evadiste a la muerte, ahora tu tiempo de vida se ah extendido,
bastante sorprendente si me lo preguntas. ― El Farolero arrastró el brazo de Laura mostrando
la muñeca. ― Sin embargo, esta marca demuestra que todavía voy tras de ti. No ahora, pero
algún día volveré.
Desapareció, entonces entró William en escena, sentándose frente a ella. ― ¿estas bien?
Parece como si hubieses visto a un fantasma. ― No es nada. ―Bueno. ― Suspiró William. ― Supongo que esto es el adiós. ― ¿De verdad? ― Dijo un poco triste. ― Por ahora, aun me debes mucho. ― William le entregó el muñeco del Barón. ― No me
vas a pagar sin esto. ― ¿Algo más que quieras decirme? ―Estas horas que pasé contigo, fueron muy entretenidas, recuerda todo lo que viste. Y
siempre usa ese amuleto, ahora que los has visto, nunca los dejaras de observar, se volvieron
parte de tu vida. Ese viejo collar te protegerá de cualquiera que intente comerte.
Se levantó se su asiento. ― Nos vemos. ― Entonces salió del tren perdiéndose en la niebla
matutina.
Laura dejó el muñeco vudú frente a la estación, este creció y creció hasta convertirse en el
Barón Samedí. El chasqueó los dedos y la mujer de traje rojo con mascara blanca apareció
de un vórtice. ― ¿Lo atrapaste? ― No, se me escapó en el último minuto. ― Da igual, no lo necesitamos. Tenemos que encargarnos de ese desgraciado de una vez por
todas. ― El rey de la luna está muerto, solo falta acabar con el hombre del sombrero para cobrar
todas tus deudas. ― Dijo la mujer acariciando la barbilla del barón.
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