la avenida de la novena sur

LA AVENIDA DE LA NOVENA SUR

La sastrería de don Andrés solía aquietarse a eso de las dos y media de la tarde, era como un ritual, Amelia la costurera dejaba la máquina de bordar, y Juan, que ya no era aprendiz, dejaba las tijeras. Ambos tomaban un respiro y un refrigerio, que regularmente preparaba Amelia

Don Andrés Martínez es gente de hábitos, decían quienes le conocían; caminaba a casa, siempre por las mismas calles, desde la sexta hasta la doce sur, y lo hacía para ir a comer con su esposa. A sus cincuenta y cinco años su paso era firme y su caminar era con cierta agilidad. En casa lo esperaba ya su esposa casi con la mesa puesta. Comían con lentitud, charlaban y reían, y se ponían tristes cuando recordaban a sus tres hijos, el mayor de nombre Andrés, se había ido para el norte y de él, habían pocas noticias, María le seguía en edad y vivía con el marido en otro estado, y por último, Cornelio, que a sus veinticinco años aún no se casaba, y como agente de ventas de una gran tienda abarrotera, nunca estaba en casa

Por el mes de abril, los arboles de primavera alegran las calles de Tuxtla con su tonalidad amarilla, y desde el mediodía, el sol cae sofocante sobre el pavimento y las banquetas. Las dos y media de la tarde, doña Rita, la esposa de Andrés dispone la mesa, pero Andrés no llega. Se mueven las manecillas del reloj de pared situado en el dintel de la puerta de la cocina y dan las tres de la tarde, Rita se preocupa un poco, pero se hace mayor su preocupación cuando dan las cuatro de la tarde y Andrés no se aparece. Una hora después, estaban a la puerta Amelia y Juan, Andrés había salido de la sastrería a la hora acostumbrada, pero no había regresado. Cayó la noche y Rita permaneció despierta, fue la primera de muchas noches, noches interminables.

Justamente en donde hace esquina la avenida de la novena sur y La calle séptima poniente se encuentra el supermercado denominado EL SUPER SUR con su eslogan, AQUÍ ENCUNTRAS DE TODO Y TODO AL MEJOR PRECIO. Ocupa casi media cuadra por el lado de la avenida de la novena sur, pero menos terreno por la calle séptima poniente, con sus cortinas levantadas, y a través de los vidrios, puede verse la estantería con productos diversos.

Faltaban algunos minutos para las dos de la tarde, dos personas entran al establecimiento comercial, utilizan cascos de motociclistas para cubrirse el rostro; con voces insultantes y armas cortas amagan a la cajera al tiempo que le lanzan con brusquedad una mochila que le llega al rostro: la joven , visiblemente asustada, mete el dinero a la mochila, y todo fue cuestión de segundos, los asaltantes huyen a bordo de dos motocicletas, en donde ya esperaban conductores con el motor en marcha, y se pierden en el vapor sofocante de las calles de Tuxtla.

La sastrería Martínez es famosa en Tuxtla, no solo por sus trajes hechos a la medida sino por sus camisas, que sin menoscabo alguno, las mejores de la región. Don Andrés y Juan cortan las telas con enorme precisión, y como dice don Andrés, “sin miedo Juanito, aunque sean importadas “. Amelia es capaz de bordar diminutas iniciales y nombres completos en las prendas cuando así lo exijan los clientes.

Eran las dos treinta de un día viernes del mes de abril, Andrés salía de su sastrería, prometiendo su rápido regreso, pues el proveedor de telas se había retrasado y el cliente ya necesitaba su traje, Andrés confiaba en la pericia, de él mismo y la de sus compañeros, el pedido quedaría hoy mismo menciono con tranquilidad. Como era costumbre, enfiló sus pasos con rumbo a casa, más que hambre tenia sed, el día era caluroso, el aire que circulaba en la calle se tornaba denso, caliente. Seguramente Rita, le tendría preparada una bebida fría. Era prudente al caminar, aunque ya sabía cuantos y que árboles había en la calle, siempre los veía con deleite, como buscando algo nuevo en ellos, sobre todo aquellos que floreaban de temporada.

Cuando caminaba ya, por la novena avenida sur, un auto compacto, color café sin placas, subiéndose a la banqueta y casi atropellándole, le interrumpe abruptamente el paso, dos sujetos descienden con rapidez, portan armas largas, uno de ellos propinándole un culatazo en el estómago hace que Andrés se doble, el otro sujeto le da una bofetada en pleno rostro, al tiempo que le dice ¡POLICIA JUDICIAL, QUEDAS DETENIDO!, los dos hombres, suben por la fuerza a Andrés situándolo en asiento posterior del compacto, y ellos en sus flancos. Al volante, Pedro Pérez, conocido por el buen Pérez y de copiloto, el comandante José Toresana.

La vegetación, por esa temporada, es carente de hojas, los arbustos parecen caer abatidos por el calor, el arroyo trae poca agua, pero después de la pequeña cascada, el remanso es profundo. Suficiente dice la Lagartija.

Ernesto López, a diferencia de Pedro Pérez, y Carlos Castellanos, apodado el Manos, es delgado y bajo de estatura por esa razón le apodan la lagartija. Entre el Manos y la Lagartija, bajan a Andrés a jalones, y es la Lagartija que levantando el brazo, le pone la pistola en la cabeza

— ya te llevó la chingada asaltante de mierda.

Es el Manos quien, con cinta adhesiva, ata las manos de Andrés a la espalda

— pero señores, por favor, yo soy sastre, hago camisas— balbucea Andrés

El rostro oscuro de Toresana se le pone enfrente— pero por supuesto que no, tú y tus cómplices acaban de asaltar el súper de la esquina, y me vas a decir cómo se llaman y en donde los encuentro, lo quiero rápido, no se nos vallan a pelar

Y al tiempo, Toresana, golpea fuertemente con la rodilla derecha los genitales de Andrés, quien cae encogido por el dolor, el Buen Pérez, asiéndolo del pelo le levanta el rostro.

—es mejor que hables, así te evitas la calentadita, dinos quienes son tus cuates, y que sea rápido, antes de que empecemos.

Andrés, que por el dolor, tenía cerrados los ojos, los abrió leve—- no amigos, por favor, yo solo soy sastre, no le robo a nadie, si quieren le hago sus camisas.

Toresana, sonrió levemente y luego ordenó——– Lagartija, amárrale las patas, bien amarradas, que no sean como el otro que trajimos que casi se lo lleva la corriente.

Habilidoso, la Lagartija tomo una cuerda y dio varias vueltas a los pies de Andrés e hizo un nudo ciego, el Manos le descargo un puñetazo en el estómago, y entre el Manos la Lagartija y el buen Pérez, lo sumergieron de cabeza casi en la totalidad del cuerpo, Toresana hizo una señal y lo sacaron casi de inmediato; Andrés casi amoratado y con los ojos desorbitados, abría la boca jalando aire.

—-Ahora si ya quieres hablar? Te conviene — dijo Toresana con suavidad

Andrés con voz quebrada, apenas audible, volvía a pedir clemencia— por favor señores yo no asalte a nadie, solo soy un sastre, iba para mi casa

Toresana le clavó la mirada asesina—- te gusta la mala vida. Haber muchachos, va de nuevo.

Fue el buen Pérez quien hundió brutalmente su puño derecho en el estómago de Andrés, y de nueva cuenta sumergido en el agua, Toresana dio la señal y al unísono los tres jalaron el cuerpo, la Lagartija dio la voz de alarma

—– mi comanche, parece que este, ya colgó los tenis

—– verifíquelo bien—- dijo Toresana con voz serena

Tendieron el cuerpo a orillas del remanso, Andrés ya no respiraba, su rostro había perdido el color de la vida

—– así es mi comanche— dijo el buen Pérez, —- este, ya colgó los tenis

Toresana, asintió con la cabeza, —- saquen las palas y busquen un buen lugar, ya saben qué hacer. Échenle, para que nos vallamos antes de que anochezca

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