Una palabra tan fuerte… y al mismo tiempo tan olvidada.
Tan común en todos lados.
Pero si la vemos actuar —si realmente la vemos en acción— puede abrirnos un hilo de aprendizaje tan grande que ningún concepto, por profundo que sea, nos podría ofrecer.
Ver nuestra propia arrogancia de frente, sin miedos, con honestidad, nos muestra que en el fondo es simplemente eso:
‘creer que ya lo sabemos todo’
En nuestras mentes, cada situación, cada persona, cada opinión se vuelve víctima de esa arrogancia.
La mente cree que ya entendió, ya catalogó, ya vivió.
Y al parecer, si lo analizamos con claridad, todos somos arrogantes, en distintos niveles.
Porque todos, en algún rincón, creemos que ya sabemos cómo funciona todo.
Es curioso… vista desde este ángulo, la arrogancia parece ser hermana directa de la ignorancia.
Porque cuando creemos que ya sabemos, cerramos todas las posibilidades de descubrir algo nuevo.
Voy a poner un ejemplo, simple, pero poderoso:
Imaginemos que entramos a una heladería nueva.
Hay muchos sabores distintos.
Pero en mi mente pienso: “Ya los probé todos antes.”
Así que sin emoción, sin apertura, simplemente pido el mismo sabor de siempre.
No pruebo nada nuevo.
Me pierdo de una experiencia distinta porque mi mente ya decidió que esta situación es igual a todas las anteriores.
Ahora llevemos esto a cualquier otro ámbito de la vida.
¿Cuántas veces hacemos lo mismo?
Nuestra arrogancia ya dictó lo que pasará.
Y aunque ocurra algo distinto, muchas veces no lo aceptamos, porque nos resulta más cómodo tener razón que estar abiertos.
Por eso creo que la arrogancia y la ignorancia son inseparables.
Porque en esa certeza cerrada, en esa mente que no escucha, nos perdemos la vida que está tratando de sorprendernos.
Pero si somos capaces de ver esa arrogancia —verla con ternura, sin culpa, sin orgullo—
y nos permitimos aceptar que no sabemos…
entonces se abre otra palabra, una que también ha sido malentendida:
humildad.
La humildad de aceptar que no sabemos nada de nada.
Que estamos descubriéndolo todo, momento a momento.
Y en ese descubrimiento renace algo que parecía perdido:
la curiosidad.
Y con ella, desaparece ese aburrimiento con el que muchos cargan, creyendo que ya lo vivieron todo.
Es tan simple…
solo debo abrirme a imaginar que no lo sé todo, aunque lo haya vivido cien veces.
Tan simple… y tan complicado.
Porque ver tu arrogancia es un acto de humildad.
Y a veces, ese solo acto…
te abre la puerta a una nueva vida.
OPINIONES Y COMENTARIOS