LA ALERGIA.

Empezó solo como una picazón. No había manchas ni rastros en la piel que indicara la existencia de algo que no fuera normal. Primero fue en los brazos, después muslos y pecho. No era grave, era apenas molesto. “En primavera suele pasar esta clase de cosas, claramente es un caso de alergia”, decía para sí. Con el tiempo la picazón dio lugar a manchas. La alergia no era otra cosa más que una reacción inmunitaria a una sustancia inocua; los efectos colaterales provenientes de un error de los mecanismos de protección, al actuar contra un agente inofensivo. No creyó que fuera necesaria, ni justa, la participación de nadie, en definitiva, la alergia, no era más que un error del propio cuerpo y de sus mecanismos de resguardo. No existía en realidad un invasor dañino al que se debiera atacar, era solo la suposición falsa de esa existencia la que causaba el daño. Las manchas empezaron, como la picazón, en brazos, muslos y pecho. Con el tiempo esas manchas se convirtieron para él, en algo natural. Cuando la mancha subió por su cuello hasta invadir la cara, sintió que la alergia había empezado a afectarlo de una manera diferente, ya no se trataba de algo que quedara en su intimidad, ahora la alergia había decidido darse a conocer, participando a los demás, de una relación que hasta ese momento era solo de dos. Se sintió traicionado, molesto e invadido, pero no obstante eso, consideró que ningún médico merecía que se le diera participación en el problema, cuando el inconveniente era propio, un error de su cuerpo, de nadie más que de su cuerpo. Las manchas se agravaron y pasaron a ser llagas. La piel, afiebrada, comenzó a descascararse y abrise. Todo, por un enemigo inexistente. La alergia desfiguró su rostro, se miraba al espejo y veía a un extraño. Él se consideraba el único culpable; no merecía la ayuda de nadie. El error estaba dentro de él, ningún agente maligno había causado ese daño. “Cuando los mecanismos de defensa entiendan que la sustancia agredida es inocua y que todos los daños han sido causados por este error, la alergia desaparecerá y volveré a ser el mismo de siempre, es solo cuestión de tiempo”, pensaba en sus momentos de mayor optimismo. Nada de eso pasó. Comenzó a perder el pelo. Las llagas en las manos le impedían hacer el más elemental trabajo. Cada vez le resultaba más difícil ingerir alimentos. Su garganta se estaba cerrando. La piel muerta comenzó a oler como huele un cadáver. Desde hacía tiempo no podía calzarse; los pies habían duplicado su tamaño y estaban prácticamente en carne viva. Los brazos y piernas, los pies y las manos, ya no servían para nada. Finalmente su garganta se cerró, al punto de no poder siquiera permitir que por ella ingresara una pizca de aire. La alergia había inventado un agresor; él inventó una víctima.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS