La ventana de la habitación de Anaís se asomaba a la parte trasera del jardín, ofreciendo una vista privilegiada de los parterres de rojas y amarillas rosas y del árbol de lilas en el rincón, que otorgaban colorido al reducido entorno y perfumaban de embriagadores aromas la suave brisa primaveral.

También se podía ver el tendedero donde su abuela , Tomasa ,se dedicaba a recoger las sabanas .Era una escena familiar, repetida casi todas las tardes desde que Anaís tenía memoria.La joven se sumió en la contemplación de su abuela , absorta en la belleza idílica de la imagen. Los dorados rayos del sol acariciaban los cabellos cenicientos de Tomasa, sujetos en un moño, iluminando su rostro bondadoso, ajado, pero aún hermoso, que resplandecía al elevarse para mirar las cuerdas del tendedero.

Su cuerpo bajito y regordete, cubierto por un delantal de tonos oscuros que colgaba de su cintura, se estiraba con esfuerzo para alcanzar las pinzas que sujetaban las ropas.Anais recordaba con cariño ese cuerpo cálido, blando y acogedor, donde tantas veces se había refugiado buscando consuelo en su infancia.

Con una íntima sonrisa, Anaís rememoró los divertidos juegos que había compartido con su abuela en su niñez, y las fascinantes historias con las que le deleitaba las tardes de lluvia. El cariño y la solicitud que la anciana le dedicaba al atenderla y mimarla cuando sufría un percance ,o una caída en sus traviesas correrías.O cuando se desanimaba por algún pequeño contratiempo en sus planes.

Inmersa en sus felices recuerdos la joven continuó contemplando con amorosos ojos a su abuela.

Con movimientos pausados y relajados, Tomasa bajaba las floreadas sabanas y las iba depositando en un gran canasto a sus pies. Como si hubiera percibido la presencia de Anaís , de pronto su abuela giró la cabeza y al descubrirla tras el cristal de la ventana sonrió con ternura , se llevó dos dedos a los labios y le lanzó un cariñoso beso. Anaís le devolvió la sonrisa y tras saludarla con un gesto de la mano , le envío un beso de regresó.

Tras ello su abuela prosiguió con su tarea bajo la atenta mirada de Anaís.

Cuando terminó de recoger todas las sábanas y el tendedero quedó vacío , Tomasa, tomó el cesto con firmeza , lo sujetó a su costado y se volvió para regresar a casa.Pero antes de marcharse se detuvo y , con la mano libre , le lanzó otro beso mientras le guiñaba un ojo. Anaís la imitó y , aunque no podía oírla a través del cristal, murmuró:

__ Adiós abuela

Siguió observándola mientras su abuela se alejaba por el camino empedrado rumbo a la entrada principal de la casa, cargada con el canasto de la ropa, con andar bamboleante pero seguro , hasta que desapareció tras la esquina.

Justo en ese instante , escucho voces en el interior de la casa y pasos que se aproximaban apresuradamente por el pasillo. Segundos después la puerta de su habitación se abrió bruscamente y entró su madre , con el rostro congestionado y los ojos enrojecidos por el llanto. Como en un sueño , como si el sonido procediera de una dimensión lejana , la escuchó declarar con la voz rota por el dolor:

__ Cariño, la abuela ha fallecido está tarde en el hospital, donde se hallaba ingresada.

Anaís sintió como si el mundo se derrumbará a su alrededor. Como si un gran puño surgido de la nada golpeará su pecho y una densa nube hubiera oscurecido repentinamente la luminosa tarde .

Con el corazón destrozado y las lágrimas deslizándose por sus mejillas, echó una mirada a través de la ventana al tendedero vacío rodeado de rosas , y por segunda vez en esa tarde , con un nudo en la garganta, musitó:

__ Adiós abuela.

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