«Neue minor neu sit quinto productior actu fabula»

Horace

Exposition

Jakob salía de su trabajo a las seis y cuarto de la tarde. Se tomaba su moka en el tren metropolitano camino a la estación. Tomaba el tren de las ocho y se dormía luego de revisar sus pruebas de Historia Universal, se tapaba con su chaqueta de gamuza y dormía hasta que el tren llegaba a la estación de Praga a las seis de la mañana, tiempo justo para ducharse y cambiarse ropa, para llegar a las ocho en punto al colegio mayor de la ciudad.

En la tarde repetía el ritual. Se tomaba un café en Le Parisien, al costado de la estación de trenes. Salía en el tren de las ocho y se bajaba en la estación de Budapest a las 5:45 de la mañana, cuando los locatarios recién comenzaban a levantar las cortinas de sus puestos. El viernes se relajaba y cenaba en Le Fourniell y tomaba el expreso de medianoche hacia Zadar o Trieste en invierno, y hacia Siófok o Varna en verano. Su maleta y su escasa ropa de trabajo eran sus exiguas posesiones, que iba renovando de acuerdo a las estaciones del año. Los fines de semana se la pasaba en los cafés de estos pueblos y luego se iba a la estación para ducharse y tomar el tren hacia su próximo destino, y que intercalaba de acuerdo a un organigrama que tenía pegado bajo la cubierta de su bolso. La última noche que había dormido en una cama había sido cuando su mujer lo echó de su casa. Dese entonces había comenzado un periplo de trenes y estaciones donde dormía y se duchaba, donde lavaba su ropa y se entretenía.

Rising action

Una noche de invierno, fría, lluviosa, en que el viento mecía los árboles y los cables eléctricos, el tren se detuvo en medio de un arrozal bañado por la luna que se avizoraba tras las nubes llenas de agua. Los pasajeros se levantaron de sus asientos y bajaron a conversar y a fumar mientras esperaban se resolviera el desperfecto técnico. Jakob, se arrellenó en su asiento y siguió durmiendo hasta que el rumor de las conversaciones y los pasos que iban y venían, lo sacaron de su sopor. Sacó su licorera con el emblema de la RDA y bebió su cálido contenido para aplacar el frio de diciembre.

Se apeó al costado del carro comedor, volvió a tomar un sorbo de vodka y encendió un Petra para entibiar su rostro.

Contempló el paraje bañado por la luz de la luna mientras los anillos de humo se fundían con las estrellas.

– ¿Este libro es suyo?

– No lo creo. No tengo tiempo para leer.

– Estaba en su asiento. Está abierto en la página 166, el día en que Miss Mary cazó su león.

– Le invito un café.

– Preferiría uno de doce años.

Se llamaba Yazmín e iba de viaje por razones médicas. Su siquiatra le había dado licencia por unos días para poder olvidarse de su estudio jurídico y el estrés de la ciudad.

– ¿Ud. tiene hijos? ¿Esposa? ¿Novia?

– Yo solo viajo a trabajar. Los fines de semana también.

No entiendo porque le conté algo tan privado a una desconocida. Evito a las personas tanto cuanto pueda. En mi trabajo es solo parte de la necesidad de recibir pago por mi desempeño. La humanidad no era lo mío y no me interesaba. Si no necesitara el dinero podría cumplir mi sueño de irme al mismísimo infierno.

Ella me hablaba mientras que seguía inmerso en mis pensamientos sobre la especie humana y las aglomeraciones.

– Mis hijos son pequeños. El mayor va en quinto y el menor va al jardín y en la tarde juega con Asmar, nuestro perro. ¿Ud. ve a sus hijos?

Me llamó la atención el trato amable y respetuoso con el que se dirigía a mi aun siendo un par de años más joven.

– A veces.

– ¿Cada quince días?

– Nunca.

– No le puedo creer. Es su derecho y obligación verlos cada fin de semana.

– Ellos ya no quieren verme.

El silbido del tren nos conminó a abordar.

– ¿Vamos por esos doce años?

El ferrocarril tomó una ruta que nunca habíamos hecho antes. Después de años viajando, y aún en la oscuridad, podía reconocer cada detalle del viaje. Esta vez la luna descubrió arrozales inusuales para esta geografía y esta época del año. De pronto una estación iluminada como árbol de navidad se apareció en medio de las plantaciones.

– Estación Taivō No Shiawase. Todos los pasajeros deben descender.

– Debe haber un error, le indiqué al guarda aguja, yo voy a …

– Todos los pasajeros deben descender.

– Jakob, dijo Yazmín, acompáñame a la oficina del jefe de estación.

Cruzamos un puente arqueado sobre un arroyo lleno de peces Iyuasha naranjos, verdes y blancos.

Las dependencias estaban en lo más alto de la torre. El mapa detrás del escritorio no mostraba ningún lugar que yo conociera o mi acompañante conociera.

– ¿Dónde dicen que se dirigen?

– Budapest.

– Varna.

– Mmmmmm. Esos destinos no aparecen en ninguno de nuestros itinerarios.

– Me gustaría cenar. ¿Está abierta la cafetería?

Ella pidió falafel y cous cous. Le pedí que fueran dos órdenes. No quería pensar en que comer. La decisión valió la pena pues estaba deliciosa.

– ¿Ud. nunca había estado acá?

– En mis tres años de viajes, jamás habíamos pasado por aquí.

La abogada elaboró múltiples teorías sobre lo que ocurría. Cada una más elaborada que la anterior.

– Es muy tarde. Ya no hay nada que hacer. Muy tarde.

– ¿Y se va a quedar así de tranquilo?

– ¿Quiere un café?

Climax

La besé. Fue la única manera de hacerla callar. La volví a besar. La abracé y pude sentir su cuerpo junto al mío y mi sangre irrigó cada pulgada de mi carne, y me sentí vivo de nuevo. Finalmente sentí que mi corazón latía, después de tantos años. Sus muslos eran suaves. Sus piernas largas invitaban a recorrerlas con la boca.

– Voy a pedir pie de limón.

– Me gustaría uno también. No será tan maravilloso como su boca, pero será un buen paliativo.

– Sé que es un hombre desesperado y se encontró conmigo y yo soy su última prioridad. Lo sé. Sé que llegaremos a la estación, volverá a su asiento y se olvidará de mí.

La volví a besar. Aunque su voz era hermosa y sus palabras demostraban lo educada y sensible que era, odio cuando las personas racionalizan demasiado. Odio que sus cerebros hablen sobre sus corazones. Nunca tomé una buena decisión, no una bien pensada al menos, solo corazonadas y alguna mujer que me conmoviera o me gustara demasiado.

– Quizás sea cierto, pero yo no tengo opciones.

– Por favor, no me vuelva a hablar más, nunca más.

Sentí que debía decir algo para revertir esa decisión. Mi vida no me pertenecía, pero ella me hizo pensar que eso podía cambiar. Me hizo creer que los sueños pueden estar por sobre los hechos.

Me levanté sin decir nada y bajé de la cafetería y me senté en la sala de espera. Mi cuerpo aún temblaba luego del encuentro con Yazmín. Me sentía nervioso. Me costaba respirar y organizar mis ideas. Ella apareció junto a la boletería y se sentó frente a mí, pero leía el libro que había encontrado en el vagón.

– Pasajeros abordar el tren.

Falling action

El sol iluminaba la línea del tren que flanqueaba el campo bajo la luz crepuscular. Me arrellané en el asiento para dormir durante el viaje. La luz que inundaba el carro era cada vez más intensa y me era imposible cerrar los ojos por el fulgor que se derramaba por las ventanas.

Cruzamos un puente que parecía eterno. Los rieles flotaban sobre un lago que parecía no tener límites. El cobrador se me acercó y me preguntó por la dama que me acompañaba. Había encontrado su bolso y el libro abierto en l página 166 en el carro contiguo. Me levanté y entré al tren comedor, pero no estaba ahí. Le pregunté a barman por mi compañera, pero la muchacha que había estado hace un rato ya se había marchado. Finalmente, la encontré en el último carro. Contemplaba la vía perdiéndose en el horizonte lacustre que se fusionaba con el sol.

– La buscaba.

– Mire Jakob, ya se lo dije, no quiero que me vuelva a hablar. Creo que Ud. tiene suficiente con su vida como para hacerse cargo de alguien más.

– No se preocupe. Tengo la infinita capacidad de decepcionar a todo el mundo.

– No me estoy haciendo la interesante Jakob. Me encantó que me besara, pero yo a Ud. no le importo.

– Quisiera tener una frase tan bien organizada, con las palabras adecuadas, con la sintaxis correcta que la hiciera cambiar de opinión, pero no tengo nada. En mi cabeza no hay nada.

– Ud. aún no entiende quien es.

– Solo me llevo a cuestas. Eso es todo.

– Me gustaría un poco de pie.

– Y a mí un café.

– Una cosa más.

– Dígame.

– No solo debe viajar. También debe comprender la manera en que lo hace.

La lluvia torrencial golpeaba las ventanas. Era como si alguien lanzara agua con una manguera gigante contra el tren. Un paisaje espectral se recortaba bajo el torrente y la neblina que difumaba el paisaje.

El conductor se dirigió a los pasajeros para informarnos que llegaríamos a Budapest en diez minutos. Llevábamos tres días viajando y aún no había dormido. Busqué a la abogada en la multitud que se agolpaba para descender, pero el mar de paraguas negros me impedía ver cualquier rostro perdido en el gentío. Le pregunté al cobrador si la había visto y el solo me dijo “¿a quién?”. Tomé mi maleta y el libro que intentaba leer durante el viaje y descendí al andén. Los charcos dibujaban un hermoso mosaico cristalino bajo las lámparas a gas de la estación. El reloj indicaba las 5:45 y estaba a tiempo de cambiarme ropa antes de volver al trabajo. Los locatarios recién comenzaban a levantar las cortinas de sus puestos y el aroma a café, tinta fresca y humedad se fusionaban en una fantástica sinfonía de fragancias. Saqué mi licorera con el emblema de la RDA y bebí su cálido contenido para aplacar el frio de tantos días en un tren.

Denoument

– ¿Cómo se siente? Espetó el conductor cuando me vio pasar.

– Cansado, atiné a decirle con voz de desinterés.

– Fue difícil encontrarlo en medio del arrozal.

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