El cielo gris de Luxemburgo prometía un viaje tranquilo. Louis, un joven valón, entró al Blablacar rumbo a Ámsterdam sin esperar demasiado. En Lieja, la puerta se abrió, y apareció Femke. Alta, esbelta, de cabello castaño claro y ojos verdes intensos. Louis sintió una mezcla de atracción y nerviosismo. Ella era flamenca, de Gante, y él había crecido escuchando historias de conflicto entre el norte y el sur de Bélgica.
Se saludaron con una breve sonrisa y subieron al coche, manteniendo las distancias. Al principio, el trayecto transcurrió en un incómodo silencio. El ambiente tenso empezó a cambiar cuando el conductor puso música. Jacques Brel sonaba en la radio, y Louis, por costumbre, comenzó a tararear. Para su sorpresa, Femke también lo hizo.
– ¿Te gusta Brel? – preguntó Louis, casi sin pensarlo.
– ¿A quién no? – contestó ella con una sonrisa que lo desarmó por completo.
Empezaron a hablar. Lo que inicialmente parecía una conversación trivial sobre música y viajes pronto se tornó más personal. Louis, incapaz de resistir la atracción que sentía, confesó sus prejuicios sobre los flamencos. Esperaba que ella lo juzgara, pero en lugar de eso, Femke lo miró fijamente a los ojos, y en un gesto inesperado, le rozó el brazo con suavidad.
– Las historias que nos cuentan no siempre son la verdad , no debes juzgar a un libro por su portada – dijo ella, su voz baja y cálida, como si solo fuera para él.
A partir de ahí, el aire en el coche cambió. Cada roce accidental de sus manos parecía intencional Los kilómetros pasaban, pero el calor entre ellos crecía con cada mirada. Cuando el coche hizo una breve parada, ambos se quedaron solos por un momento.
Sin pensarlo, Louis se inclinó hacia ella, su respiración pesada, sintiendo el impulso de acercarse. Femke no se apartó; al contrario, sus labios se encontraron en un beso intenso, cargado de la pasión contenida de horas de viaje. Se separaron solo cuando escucharon el ruido de las puertas del coche abriéndose de nuevo, pero la chispa ya estaba encendida.
Cuando finalmente llegaron a Ámsterdam, el ambiente estaba cargado de una tensión palpable. Al bajarse del coche, Louis tomó a Femke del brazo suavemente.
– ¿Nos quedamos un poco más? – susurró, sus labios cerca de su oído, el deseo aún latente.
Ella lo miró con complicidad, sus ojos encendidos.
– Solo si prometes que esto no acaba aquí.
Y con ese acuerdo tácito, caminaron juntos por las calles adoquinadas, conscientes de que el viaje entre ellos apenas comenzaba, y que lo que había surgido en ese coche no era solo un impulso momentáneo, sino una pasión que, como los kilómetros que habían recorrido, seguiría avanzando sin freno.
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