Justine, 7 años

Justine, 7 años

Vins Henz

12/02/2025

Todos alguna vez hemos experimentado cierto grado de temor; Justine lo encontró sin haberlo buscado, gracias a una actividad académica que le dejó la profesora Mia, maestra de arte.

Justine debía encontrar “el animal más aterrador” para posteriormente dibujarlo con crayones. «Seguro que todos mis compañeros presentarán ejemplares de arañas y los que no, dibujarán serpientes. Yo…,» se dijo, mientras mordía su labio inferior, sentada en el borde de su cama, «no lo sé aún». “– ¡He regresado de la pesca, cariño!”, anunció su padre, cuya voz escuchó Justine, a pesar de que ella estaba en el segundo piso. “–Un momento, pesca… océano, anguilas de mar, y aún peor, el kraken,” susurró. Dejó su mochila en el suelo, se quitó las medias, y bajó rápido, para saludar a su papá. Lo encontró fileteando una cherela y lo saludó con un beso en la mejilla, mientras decía: “Buenas tardes, papi, ¿te fue bien hoy? ¡Qué bueno!” – “Oh Justine, ahí estás pequeña, ¿qué te parece? Genial, ¿verdad?” – “¡Oh sí, está grande, papá, felicidades!,” contestó ella. “–Justine, aún sigues con el uniforme escolar, ve a cambiarte y bajas para almorzar,” dispuso su madre.

Así que, Justine subió animada las escaleras, por dos motivos: su padre había pescado su pez favorito, y gracias a él, ella había creído conveniente bocetar a un calamar gigante. “–Pero, si lo dibujase, ¿cómo va a verse grande si debe alcanzar en una hoja bond?” pensó ella. Esto representaba un problema, por lo que se rindió respecto de utilizar como el animal más tenebroso al kraken. Justine había comido pequeños calamares antes; le parecían exquisitos en chicharrón. Pero imaginar que uno fuera lo suficientemente grande como para partir un barco en dos le aceleró el corazón. Había otros seres que también tenían al mar como su hábitat natural: las sirenas, tan hermosas como traicioneras, que, con su canto y su rostro angelical, cautivaban a los navegantes de alta mar.

Justine creía que estos eran llevados a las profundidades del océano y mantenidos cautivos, sin volver a tener la ocasión de ver los rayos del sol.

Además, estaba el caballo de mar que, cuando llegaba a la orilla, se transformaba en uno terrenal, considerado uno de los corceles de raza más pura. En parte, porque su pelaje estaba hecho a base de polvo de estrellas, lo que generaba que el caballo emitiera una suerte de luz plateada, gélida y sobrenatural. Tenía mirada desafiante y orgullosa, su postura era siempre erguida y su actitud altanera; era uno de los caballos más veloces sobre la tierra. Lo desagradable era que todos los que lo montaban morían; más bien parecía como si estos caballos estuviesen malditos.

El canto de un ave hizo que Justine olvidara sus pensamientos por unos segundos, por lo que recorrió su habitación con la mirada. Dejó escapar un suspiro y encontró la enciclopedia de vida marina. La cogió y la abrió casi por la mitad. “¡Oh, qué miedo!”, exclamó, soltándola rápidamente sobre su mesita de noche. “No, aquello no puede salir del libro para hacerme daño”, se dijo. Así, pensando, se animó a acercarse para ver mejor. Se trataba de un Centrophryne spinulosa, comúnmente conocido como pez linterna.

Ya habiendo recobrado su confianza, atrajo hacia sí el libro, que le resultaba algo pesado, y lo miró minuciosamente. “He aquí, el protagonista de mi obra: el pez linterna, el amo de las tinieblas del océano”, concluyó. Finalmente, Justine cerró los ojos, adormilada, deseando no soñar con alguna de estas fieras, y olvidando que estaba próximo el almuerzo, se durmió.

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