Fue un cierto día, un día más en el que hacer sin nada nuevo que decir, sin nada nuevo que sentir a excepción del repetitivo peso y el suspiro profundo de una monotonía obligada. El sentir sinfín de una pendencia de reclamos internos por no cumplir los sueños, o al menos, por no haber sido más perseverante con ellos. Una mañana en la cual tomé un café acompañado del haz de la mirada vacía que terminaba posándose sobre el desorden y suciedad de mi mesa, junto a los pelos danzantes de mis gatos que obraban encima de ella, sin pensar en nada, sólo contemplando vanos pozos negros de interminable silencio. Fue en esa jornada de trabajo en donde saludar pacientes, llevarlos angustiosos y preocupados a un destino operatorio que no llega nunca al alivio de la certeza, sacarles su manta como única capa protectora de sus abrigos y pudores y hacerlos mover a la mesa quirúrgica trayendo por encima un delantal desteñido y quejumbroso por una pronta novedad. Ellos, los pacientes quedan allí, supinos en la mesa de los nerviosismos, los sustos, a la entrega de su fe y a sus aguas más íntimas arraigada de la propia tristeza. Yo, Día tras día, hora tras hora. Año tras año, espectador de esas obras de carácter humanas y obligatoriamente dramáticas dirigidas por la enfermedad, acostumbro a dar lo mejor de mí antes de que el tiempo haga el acto más abominable que lo afama que no precisamente tiene que ver con la muerte. Yo, estaba allí tan automático como de costumbre, permitiendo el afán pernicioso provenientes de quienes habitan en el pináculo del sistema. Justo cuando estaba a punto de ahogarme en la maraña del auto boicot, y en cierto día tan soleado que de seguro era producto de un clima deseoso de placer, apareció ella.
-Listo, tengo bolsas de compreseros y desecho biológicos dobladas, ecógrafo y video laringoscopios en orden, quirófanos listos y bla bla blah, sólo me quedan 8 horas de sobre…
-¡Hola!
Una enfermera que había llegado hace poco, a decir verdad, era una hermosa mujer que llegó heroicamente a salvarme de un asediado sentimiento de rutina. Sinceramente no me esforcé en percatarme de su llegada a la fundación, pero tenía mi acertada escusa. Cuando llegan enfermeras nuevas, de seguro en cualquier sector salud de todo el planeta a la redonda, en su primera semana son muy humildes, muy señoritas y muy calladas, otras muy elegantes y otras sumisas y nerviosas, Pero repito que sólo por una semana, luego destapan su “lado b” y se van al carajo. Aflora todo ese clasismo y temperamento que para ellas es un aromático modo de establecer el tan cautivante estamento, pero que en lo valórico y absoluto sólo tiene hedor a podredumbre y miseria. Aún recuerdo hace años atrás, a una enfermera muy joven, de una esencia muy pacífica y amable, animalista, promovedora de los deportes y la vida sana y plena. De un rostro que al llegar demostraba serenidad… pero al tiempo de trabajar en aquella clínica de Recoleta, comenzó a tornarse de expresiones incómodas y opacas. Un cansancio que más que originarse en su cuerpo, estaba colándose en los torrentes de su sangre, yo la notaba un poco más angustiada cada día, así que, auxiliar y todo, no aguante preguntarle que le estaba sucediendo
-Estoy abrumada, porque “la jefa” junto a mis otras colegas me han dicho hace un tiempo que no debo tener mucho contacto con el “personal no médico”. Soy una enfermera y debo tener más carácter autoritario que social, que debo tener cuidado porque si doy la mano, “ésta gente” se tomará mi brazo y un sinfín de otras tonterías, y cada vez que las veo pasar me lo recuerdan con una espetada mirada. De todas formas tengo pensado no hacerles caso, pero me es increíble y me gobierna una tristeza sofocante el ser consciente de que esto suceda…
-Hola, ¿dígame?
-¿cómo está?
-yo… bien gracias
Unos compañeros que tenía cerca comenzaron a hacerse los graciosos, miraban hacia el techo, silbaban como haciéndose los tontos, me miraban y levantaban sus cejas
-¿y usted?
-¡bien!
Me respondía de vuelta con una expresiva sonrisa
-¿me ayudaría a pasar a un paciente?
-pero claro que sí…
Quizás sería muy pronto y hasta pecaría de iluso, pero había algo raro… ¿De verdad ella sería tan amable para pedir un que hacer a un auxiliar de servicio?
Desde ese momento y como a modo de gentileza, comenzamos a comunicarnos un poco más.
Al vernos pasar entremedio del personal nos cruzábamos de miradas, yo le cerraba los ojos, le sonreía, ella me respondía de igual forma, yo la buscaba, ella me buscaba, nos encontrábamos y sonreíamos.
-¿le gustan los microscopios?
Jamás me habían hecho esa pregunta, fue bastante peculiar porque uno siempre espera un “¿qué edad tienes? ¿O, te gusta el fútbol? o Incluso la increíble ¿de qué signo eres?
-sí, o sea, son (no sabía qué decirle) bonitos, sí, son…
-yo tengo uno, y he descubierto cosas interesantes, la otra vez pude ver algo que nadie ha podido o al menos no he encontrado información de que alguien lo haya descubierto aún, ni un solo artículo sobre el tema. Mire…
Sacaba un micro de bolsillo muy pequeño, daba incluso una sensación de ternura.
-a mí me gusta mucho la ciencia, de echo me considero una científica frustrada (reía dulcemente) éste es un microscopio chiquitito, pero no lo mire a huevo, éste tiene fluorescencia
¿Qué es eso?, ¿de qué me estaba hablando?, ¿podría preguntarle para qué sirve y no pecar de estúpido?, ¿por qué a mí?
-¡vaya, no me diga! (espero no haber sonado sobreactuado)
-jajá, ¡sí!, siempre estoy mirando y experimentando con diversas cosas, a veces tomo un pedazo de fruta y lo examino, o bichitos u hojas, sustancias, lo que sea. Y hace poco examiné un jengibre…
Sacaba de su bolsillo mágico del cual sacó su microscopio, un pedazo de jengibre. Lo partió y puso a mí disposición, haciéndome observar sobre los diminutos cristales, mientras ella los sostenía sobre sus tersas y nevadas manos
-y si usted lo mira con atención al encender esta lucecita mire cómo reacciona
Me apegué con atención a su voz tenue de melodías inquietas, no separé mi vista dentro de los pequeños lentes junto al jengibre hasta que de pronto…
-¡Oh!
Jamás lo había visto. En su interior aquel jengibre era como una pequeña selva extraterrestre, tenía pequeños cabellos en puntas que formaban caminos, habitaban partículas y todo era de una tonalidad amarillenta dorada, que de la nada, cuando ella encendió la fluorescencia, tapó todas las puntas de los pelos con un morado brillante. Era un rastro nevado violáceo encima de un dorado luminoso
-¿ve? ¿Qué le parece?
-¡genial! (realmente había sido bellísimo)
Era evidente que algo estaba sucediendo entre nosotros ¿no?, al menos es lo que yo intuía. Todo el personal de pabellón comenzó a mirarnos con cada vez más extrañeza, y las demás enfermeras comenzaron a hacerle el vacío a mí persona favorita dentro de ese lugar
-¿qué les pasa a éstas tontas?
-yo creo que es donde hablamos muy seguido
-¿y qué les importa a éstas lo que yo haga o con quién hablo?
-en este lugar son así, quizás tenga problemas más adelante, yo en lo personal no quisiera causarle problemas…
-si crees que dejaré de hablarte no lo haré
Decidía tajante con sus ojos lunares
Pero tenía una característica que me hacía dudar sobre sus sentimientos. Al terminar la jornada laboral ella colocaba sus audífonos sobre su cabeza, encendía su música metal y se iba desde la marcación de salida, dentro del ascensor y hasta la salida del edificio sin mirar a nadie, ni siquiera a mí, habiéndonos reído, mirado y hasta jugueteado juntos, eso me dejaba pensativo toda la noche. Me hacía sentir un idiota, ¿qué es lo que ella debe estar sintiendo? ¿De ser así lo haría por mí, o es mi ilusión? Pero si mis compañeros hasta nos molestaban ¿Qué querrá de mí? Iba durante todo mi retorno a casa con esas preguntas en mi cabeza y también con las imágenes más actuales de nuestras risas, al fin y al cabo, fuera cual fuese la respuesta ella me complacía los días
A la dolorosa y repetitiva jornada siguiente, cuando lograba divisarla cruzándose por el fondo del pasillo de pabellón, al fin se me calmaba la endógena ansiedad y es que ¡Cómo me alegraba verla!, saber que podría abrazarla mientras la saludaría, aunque sea por uno segundos, los más efímeros y melodramáticamente felices. Para mí, los mejores segundos de todo el día.
-¿Cómo está?
-bien ¿y usted?
Al fin podía acariciarle su delgada y fina espalda y besarle su terciopelada mejilla risueña.
-Hoy podríamos comer algo para la once
Me decía entusiasmada
-uy! Es que aún no pagan…
Le decía yo, un tanto avergonzado
-no se preocupe yo invito
Ese día me pasó de su dinero para que pudiésemos merendar en la tarde junto a mis otros dos colegas auxiliares. Realizó un mapa el cual nos brindó algunas carcajadas ya que la interpretación de la geomensura del lugar donde yo debía comprar el pan y la palta, le resultó en un dibujo muy niñato y de un estilo muy minimalista pero con gracia, y eso no fue impedimento para quedármelo y guardarlo con recelo y devoción como si de un Dalí de inescrupulosos miles de dólares se tratara. Su sonrisa expresaba simpleza y humildad aferradas a unos labios delicadamente carnosos.
En otra ocasión tuvo un gesto que me dejó helado. Ella de la nada pronunció tímidamente mi nombre
-tome, le tengo un regalito, cierre los ojos y saque la lengua
-¡ooh!
Me hizo entrega de un chocolate. ¿Qué enfermera le regala algo a un auxiliar? Y en lo personal, a mí jamás me habían dado un presente o un “engañito” como le dicen.
Pero lo que más me fascina es sencillamente, cómo trata a los pacientes. Con ternura, con delicadeza, nada fingido ni forzado, no es su manera de hacer las cosas. Los acaricia y les entrega calma. Yo la miro, la observo y me digo “eso es lo que le falta a este mundo”.
Y así, detalles que me hacían volverme un poco más idiota cada día.
Su risa, su mirada, su voz. Todo fue sincero. Sus gustos, sus bromas, su manera de ver la vida. Yo estaba apagado, sumiso, inmerso en realidad. Ella me ayudó. Me hizo cantar, volver a tocar mi guitarra, bailar y de paso correr a gritarle a un DJ que por favor cambiara la música y nos pusiera Rock. Debo admitir que no me abandonó nunca, en toda esa fiesta. Su compañía tuvo un perfume sincero. Esa noche no debí dejarla de ver nunca, porque justamente, cuando se fue con su aeronáutico, fue que viví la mayor de mis abominables experiencias, pero esa cabe decirla en otra historia.
EL DÍA DE LA FIESTA
En la fundación donde trabajamos se realiza una fiesta anual en donde participamos todos los colaboradores de la empresa. Una grandiosa y lujosa celebración por los años que cumple la clínica. Ésta era su número 68, había que ¡brillar!
Yo no tenía ninguna fe en ir, no tenía una sola gana en absoluto, pero apareció ella…
-supongo que usted va a ir a la fiesta a la tarde
-la verdad es que no
-¿en serio? ¿Por qué´?
-la verdad no tengo mucho ánimo, me queda lejos y no sé si después me pueda devolver
-pero dígale a uno de sus compañeros que vayan juntos. Vaya pues, no sea fome
-es que no sé, no le he dicho nada a mi familia, no traje mi ropa y hay que ir formal ¿no?
-no, yo voy a ir con un vestido victoriano negro, un peinado de tipo los 60´s y unos guanteletes de género góticos, no creo que eso sea muy formal
(El sólo hecho de imaginármela así vestida, como me acababa de decir, ya me dejaba baboso, pero debía simular con indiferencia)
-no lo sé no creo que alcance a llegar
-¿Dónde vive usted?
-yo vivo muy lejos, donde está ese cerrito con una cruz encima
-yo también vivo lejos pero saliendo de acá voy a otro lado…
-¿Dónde?
Ella calló por unos segundos, algo se le había escapado, desvió un poco su mirada y me apuñaló
-donde mi novio
No lo podía creer, estuve a punto de escupir toda el agua que me estaba bebiendo. Ya habíamos pasado un buen tiempo juntos, almorzábamos, nos compartíamos, nos bromeábamos y en 4 meses nunca me había contado acerca de su prometido.
-ah qué bien! ¿Ve? Usted tiene donde ir, yo tendría que ir a mi casa luego volver…
-pero vaya no me deje sola, no conozco a nadie acá y yo voy porque pensé que irías,
Además ¿qué sucedería si ganamos el concurso de talento y usted no está? Acuérdese del premio. ¿Ve?, ya anímese
-ya está bien iré, pero por favor no me deje allá tirado
-¡le prometo que estaremos juntos toda la fiesta!
Encaminando el viaje hacia el evento dentro del bus sentado mirando hacia la ventana y viendo como el ocaso se perdía entre los gargantuescos edificios empresariales y los somnolientos vaivenes de los árboles, mi celular sonó…
-¡hola! ¿Ya llegaste?
-¿quién es?
-soy yo, Natacha la enfermera
-oh! Perdón (¡que emoción!, ella se había conseguido mi número)
-mira, en 10 minutos llego, ¿me esperas en la entrada?
-¡claro!, yo ya estoy llegando…
Cuando la vi entrar con ese vestido negro que abrazaba sus hermosas curvas, su cabello negro ondulado y decorosamente arreglado, su semblante puro y tan hermoso como el alba que se hacía existente desde sus comisuras cuando sonreía. En ese momento supe que estaba enamorado de ella.
-Te ves hermosa
-¡gracias!
Júpiter es el planeta más grande del sistema solar, parecido a una estrella (nuestro sol por ejemplo). Su apariencia es la de una gigantesca esfera rodeada de nubes gaseosas arremolinadas, dignas de los trazos de un pincel y su tela, la cual baña de caricias con sus óleos. Quizás fue la inspiración divina de van Gogh. De bellos colores pasteles, suaves, y adormecedores cuando te detienes a contemplar su movimiento de rotación por alguna aplicación virtual.
La característica que más me gusta es en donde se dice que júpiter absorbe la basura espacial, esto debido a su fuerza gravitacional en la cual júpiter actúa como una barrera protectora que protege a la tierra de los desechos espaciales. Varios objetos peligrosos e incluso asteroides han sido arrastrados a su propia órbita, antes de que se impacten de frentón en nosotros. Que bello detalle ¿no?
Entonces, no es que yo sea astrónomo ni nada por el estilo, tampoco tengo estudios ni pertenezco a algún club selecto o secreto en el cuál se puedan mirar las estrellas todo el tiempo. Que nunca lo descartaría tampoco, el universo me parece bellísimo, es enigmático, sublime y fuerte. Es la cuna de toda existencia. Sean las especies que sean que hayan pasado por la tierra. Sólo que un día caminando por algún lugar y entrando a alguna tienda, encontré una piedra que era igual a éste planeta. Sus colores, sus anillos gaseosos y sus delicados tonos eran iguales, tenía hasta los remolinos y sus tormentas de gas naranjas, amarillas y grises. Era júpiter en una piedra Ágata. La compré inmediatamente. Tenerla en mi velador me hacía sentir algo especial. Me acompañaba de belleza, de silencio, lo más científicamente poético que tenía. Por coincidencia a ella le encantaba la astronomía, era una científica frustrada recordaba. En varias oportunidades hablamos de los planetas, el universo y las estrellas, algo que no acostumbro a hacer ya que la mayoría de la gente de este presente está viviendo sin mirar hacia ningún lado. Pero ella fue distinta, Natacha fue distinta. Se me acercó, me habló, me saludó y sonrió de manera tal que iluminó mis sentidos. A mí, al simple empleado recoge mierda (y no es por tenerme poca autoestima, en serio recojo mierda) con escobas y palas, con bolsas llenas de desechos y contaminación que van a parar al quemadero de los desechos biológicos. Eso se ve mal. A simple distancia se ve mal. Éste sistema permite que un ego alterado, odioso y muy vanidoso pueda lograr hacer de las suyas sin remordimientos y totalmente perdido. Doctores, enfermeros, directores, jefes, cirujanos y hasta secretarias más antiguas que el rodapié de las cuevas de Altamira, todos ellos caben en el mismo saco. Es cierto que la vida contiene muchas perspectivas pero a veces todos coincidimos en una, mientras que cuando eso sucede quienes creen tener la perspectiva correcta es la que tiene el poder y se equivoca. Entonces nace así la hazaña cretina y sus derivados. El “me caes bien pero no podemos hablar, no somos iguales” o “mira cómo se están saludando esos dos, que extraño, eso no puede suceder” o el clásico si te veo en la calle no te conozco. Pero ella se salvó, Natacha lo logró, evadió toda deformada moral y ética del uniformismo inherente a la definición que dio el mismísimo Alexis de Tocqueville sobre lo que se denomina “Gobierno”. Logró comunicarse, sentirse, superarse. Derrotó o quizás nunca enfrentó a ese monstruo oligárquico rabioso y sediento de autoridad, porque decidió ser blanca, armoniosa y humana.
Había una voluminosa luna logradamente circular, podían verse claramente su brillo platino y piquetes delicadamente ambarinos. Quieta, observadora. Ella lo sabía, ya me lo había insinuado
-está preciosa la luna mira
-Bellísima
Me contó algunas cosas sobre su experiencia al haber observado en alguna oportunidad el universo. A la vez que la miraba como se expresaba, como parpadeaban sus ojos y entonaba las palabras, recordaba que tenía en mi mochila mi queridita piedra que le era símil a júpiter, dispuesto a entregársela. Pero mis nervios no cedían, ¿sería bueno?, ¿y si piensa que estoy enamorado de ella?, somos amigos, o sea, lo estoy, pero ¿si deja de hablarme? Me comía la inseguridad, como siempre en toda mi vida ha sido y me atenta las acciones y deseos que he ido perdiendo.
Comenzaba a manifestarse al fin para nuestra suerte la verdadera música, Soda Estéreo, Los prisioneros, Rock de los 80´s
-¡vamos a bailar!
Tomados de la mano corrimos al núcleo de los movimientos voluntariamente vacilantes pero optimistas, más aún si ya llevábamos varias cervezas diluidas por el arroyo de nuestra sangre, pero
era de una innegable obviedad que ella resultaría ser la sensualidad y la delicadeza adheridas al ritmo de nuestro momento. Faltaría poco para que descubriera mi perversión de no poder lograr sacarle mi ojo disimulado de encima, pero quizás ella lo sabía, me sonreía todo el tiempo.
De pronto y como un favor divino que no merecía, nos penetró a través del canal auditivo mermando nuestros tímpanos, nuestra miel sonora…
-¡nuestra canción de Pink Floyd!
-Así es, ¡comfortably Numb!
Nos abrazamos al instante, estábamos emocionados. Poco a poco comenzamos a apoyarnos sobre el templo del otro, su cabeza tomaba descanso sobre mi pecho, mis labios caían en forma de besos sobre sus cabellos fragantes. Tracé mi sentimiento agitado con mi brazo izquierdo por su cintura, ella abrazaba mi espalda y con su otra mano acariciaba en vaivenes invisibles mi nuca. Cada paso junto que danzábamos era como si marcáramos un tic tac del péndulo de un reloj,
“Out of the corner of my eye,
I turned to look, but it was gone
I cannot put my finger on it now
The child is grown
The dream is gone
And I…… have become
Comfortably numb…”
Se encendieron unos haz de luces azules, moradas y blancas por todo el recinto pero seguía más que nunca el fondo de una absoluta oscuridad, una especie de linternas gigantes buscaban entre toda la multitud el sonido de un bajo aproximándose, el órgano remarcando, y la batería que los mecía y sostenía. El delito era darle paso al solo de guitarra más desgarrador que he escuchado jamás, perfecto de fondo para ya no soportar más, apreté mis ojos como si fuese a darme el impulso de la insensatez más vehemente, la tomé de sus brazos…
-Natacha, ya no me queda de otra, tengo que decirlo…
-yo también lo siento
Nos miramos tímidos pero con nuestros labios dispuestos a fundirse en un besar que de seguro estaría bañado de nuestras aguas más fervientes contenidas en la raíz más profunda de nuestros deseos.
La aventé hacia mí con un suave desespero, ella sólo cedió, le vi una curiosa pero jubilosa sonrisilla. Ya estaba hecho, era cosa de un solo segundo para el beso que me duraría para toda mi vida de no ser por un jodido y ebrio palmazo que chocó en mi hombro derecho pillándonos de sorpresa
-oh!, están bien pegaditos ustedes ah!, jajajaja
Era uno de mis colegas al que le respondimos con una simpática apatía, no era para menos, nos había despertado de una soporosa ilusión
-jajajajaj
Ella sólo le reía, y bailaba al son del llanto de la guitarra, yo la miraba cómplice.
-¡se ven bien igual ah!, (nos gritaba en nuestras caras) jajajaja, ya pásenlo regio chiquillos!
Se retiraba mi compañero bailando con su trago en la mano.
-¿me esperas?, voy al baño pero vuelvo enseguida
Mi pareja de baile, se apartaba un poco vergonzosa
-bueno, te espero.
Se perdía entre la multitud, y el término de nuestra canción favorita. ¿Habré perdido mi oportunidad?, no lo creo, nos dijimos todo a través de nuestras miradas, las caricias, nuestra danza y sobre todo en ese segundo mortífero pero testigo de nuestra indudable pasión.
-¡Tengo una oportunidad más!
En una milagrosa sinapsis se me hizo presente la imagen de mi piedra que dejé en mi mochila. Fui corriendo a buscarla al hall, busqué entre la custodia donde recibieron nuestras pertenencia, busqué a la chica que estaba a cargo hasta encontrarla, le entregué mi número asignado y me arrebaté a sacar mi pequeño Júpiter.
Me devolví emocionado, ansioso, ensayando las líneas que le diría mientras le entregaría esta demostración de mi amor. Fui a buscar una cerveza, ya me encontraba un tanto mareado, tendría que tener mucho cuidado ya que cuando me entra la cerveza me afecta sin retorno, pero me ayudaría esta vez a estar más desinhibido, estoy seguro. Prendí un cigarrillo, alcé algunas bocanadas, allí venía ella…
-¿cómo vas?
-acá esperándote (le sonreía) bien, y tú?
-si acá… (Suspiro con desgano) me llamó recién mi pololo
Cada vez que lo nombraba me agrietaba un poco más el corazón, pero no podía mostrar ningún recelo, pensaría que soy débil o sólo no quería espantarla jamás con esas odiosidades, debía ocultarlo, pero era un hecho que me hervía la sangre
-¿En serio? ¿Qué te dijo? (Le pregunté de forma amable)
-Es que anda por acá cerca y decidió venir a buscarme…
No podía ser, terminaba todo y no pude hacer nada. Terminaba la velada más importante de mi existencia
-¡oh!
Bebió un trago de cerveza que traía con ella y encendió su último cigarrillo junto a mí.
-bueno, está bien…
Ella miraba a su alrededor, con la expresión como cuando de niño no nos querían seguir dando permiso para quedarnos con nuestros amigos cinco minutos más. Hablamos un par de cosas sin importancia, no reímos mucho. Algo se nos había quitado.
Pisaba su cigarrillo y daba el último sorbo de su trago. Salté sobre su mirada, le tomé su mano y la hice extenderla
-cierra tus ojos
-jajajaja, ¿ok?
-como cuando me hiciste cerrar los míos para regalarme tu chocolate
(Ella sonreía nerviosa)
Tomé de su brazo para extenderlo, una excusa más para poder sentirla con mis manos, le giré y coloqué sobre la palma de su decorosa mano, mi piedra
-ábrelos
-¡OH!, ¡JÚPITER!
-así es
Ella con sus hermosos ojos cristalinos sonreía, pero a mí me ocurrió lo impensable, quedé mudo. No supe que decir luego de verla con mi piedra. Sólo nos miramos por unos segundos, ella me abrazó fuerte, yo le respondí.
Al fin me envalentonaba para decirle lo que sentía
-bueno para mí esto significa mucho y quería dártelo porque…
Le sonó su teléfono
-¿aló?… ok… está bien salgo ahora
Colgó rápidamente, abrió su pequeña carterilla y tiró mi piedra dentro
-pucha tengo que irme
-bueno, que estés bien, nos vemos el lunes, y gracias por todo
-gracias a ti por tu regalito
Se había ido. Y con ella mis ganas de estar en ese lugar. Todas las personas de pabellón presente que nos vieron juntos ahora me miraban con una expresión extraña, incómoda, quizás les di algo de lástima o quizás era porque estuvimos juntos en una fiesta, bailando y conversando de una manera no tan convencional para sus ojos de color jerarca, se me olvida que doctores con doctores, enfermeros con enfermeros, jefes con jefes y toda esa mierda…
Estuve todo el fin de semana pensando en ella, en lo que habíamos vivido ¿estaría ella pensando y sintiendo lo mismo? Faltaban dos días más para poder verla, resplandeciente y tan especial como única. Mi querida amiga y enfermera Natacha. Mi amor secreto.
Resultó ser que el día lunes no llegó. Esperé martes y miércoles y tampoco la vi. Me estaba desesperando, no me hablaba, y eso me hacía dudar si yo podría hablarle ¿qué le habrá pasado? Me acerqué sutilmente a la única colega amable que la había recibido amistosamente. Me dijo que estaba con licencia seguramente por toda la semana. Una abismante mala suerte me estaba acechando, yo salía en dos días más de vacaciones, 15 días sin verla.
Al quinto día estando en mis vacaciones, aún sin saber nada de su parte, una compañera me escribió
-¡hola!
Era Nadia, una amiga y colega cercana que tengo en pabellón
-¡hola! ¿Cómo están?
-bien ¿y tú?, ¿ya supiste lo de la enfermera?
Ella sabía lo que yo sentía por ella y ella veía lo que había entre nosotros
-¿qué pasó Nadia?
-la echaron ayer. La encontraron robando fentanilo
-¡NO!
-¡SI!
-¿es broma?
-es enserio, cambiaba las jeringas de “fenta” por solución fisiológica y la agarraron con una cánula llena de esa droga, Pero al parecer ya estaban sospechando.
Se me desmenuzaba el corazón, mi estómago se apretó y se deslizaron mis aguas tristes por mis mejillas hasta enterrarse en mi pecho. No lo podía creer, encendí un cigarrillo, daba profundas y ahogadas bocanadas tratando de pensar en lo que había sucedido y cómo podía ser posible. Ella no estaba para ese papel, no existe para acometer delitos, ella era honesta, pura, un alma de absoluta desigualdad tiránica y déspota.
Ya asimilando la noticia, la busqué, fui a mis redes sociales, donde solíamos conversar ya no se encontraba su foto y no le llegaban mis mensajes, donde estaba su perfil ya no se encontraba el usuario, Se había borrado y bloqueado de todo contacto sin decirme siquiera un adiós. Desapareció de un segundo a otro y llevándose consigo el beso que pudo cambiar nuestras vidas pero que no podré saberlo jamás.
Donde quiera que ella esté leyendo esto, con todo mi corazón lo siento. Me duele su ausencia pero también me río a la vez. ¡Dios!, era como volver a ser adolescente y ponerme nervioso frente a la chica más bella, dulce y brillante que había en la escuela. Mis palabras se habían perdido en esa fiesta, en ese momento en que sólo quería decirle lo que ella significaba para mí pero que no pude soltar… a ti, era tan simple como…
“Siempre que veo ésta piedra de júpiter en mi velador ya no se trata de mi satisfacción, si no que me hace pensar en ti, en lo especial que eres, en lo importante que haces y en la cantidad de objetos peligrosos que absorbes, si los demás no lo saben cómo pocos saben de sí mismos no sabrán reconocer lo beneficioso que es estar de tu mano. Eres tú. Me recuerda a ti, un hermoso júpiter”
Eso era todo, luego harías lo mismo que hiciste esa vez, abrirías rápidamente tu pequeña cartera y guardarías velozmente mi planeta, luego nos despediríamos inofensivamente, como cuando aún no sabíamos que ibas a traficar tu letal droga.
JÚPITER
(un relato de «CONTAR PARA OLVIDAR; memorias de un pabellón).
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