I
Sol, no dejes que las nubes oscurezcan mi camino, ni que el viento haga de mí su hoja, hazte dueño de la luz de mi alma, es mi trato a cambio de la verdad.
-Me lo pedía a gritos, lo juro.-
Su néctar rojizo era dulce,
empalagoso en realidad,
podría explicar más como luce,
pero no recuerdo toda la verdad.
-Su rojo me encandiló.-
Perpetuo su silencio marcó
el color de la habitación,
¡Estaba tan feliz, Señor!
Y el brillo en su ojos durmió.
-No puedo creer lo que hice.-
¿Qué más quieren de mi?
¿No es suficiente mi crudeza?
¿Acaso me puedo ir?
Si desean, ábranme la cabeza.
II
El aire que recubre las sombras y luces de mi cuerpo se demacra en este carrusel sin fin de cuerpos celestiales, que, al fin, me abandona. Ayuda sin embargo ya no sirve. Quiero volver.
-Salida, no hay, lo se.-
Rendido ante el de la silla alta,
el dueño del martillo amenazante,
que me encuentra obsoleto,
roto por completo,
y encuentro sus gritos despedazantes.
-Perdónenme, no lo volverá a hacer.-
¿Qué voy a decir, si no fui yo?
¿Con quién me voy a disculpar?
Si en sus líos otra vez me enredó,
soy otra víctima de su mal.
-Una vez más: él me controla.-
El verdugo deja caer su papel,
abrumado, como aquellos
bellos momentos que me toco ser
lento, empiezo a palidecer.
-Ya duermo, sobre mis momentos.-
III
El reloj me mira de reojo, es el momento de partir, no me quedan fuerzas. Agonía silenciosa y un dolor negro, que dentro mío vive y es el causante de mi desvelo.
-¿Debo irme ya?-
Mis venas son oscuras,
las cortinas ya no tanto,
suaves melodías puras
ocultaban los llantos,
con el ángel en la puerta
mi rendición esperando.
-Un minuto más, por favor.-
Las paredes arañadas dicen,
hablan por si solas.
Al mágico que me observa:
no dejes que alimenten sus grises,
sálvalas a todas,
a todas esas almas en tinieblas,
ergo, presas de lo que hice.
-Vamos.-
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