La mano de la soledad se siente fría al rozarme por las mañanas, mí cuerpo pesado cede ante ese silencio tan vacío mientras llego hasta el comedor, una rutina que anhelaba mientras me ahogaba entre los gritos de mí familia.. gritos que ahora parece que eran cánticos angelicales acompañados de un arpa que se acercaba hasta mis oídos en la mañana.

Cada nuevo presente es igual a un ayer que veo todos los días, el trabajo es un falso consuelo, el alcohol un remedio que nadie me recetó pero encontré en el camino, surgió desde la desdicha de mí confusión por encontrarme frente a un muro tan alto y vacío como los ecos de mí casa cuando llego al final del día.

El silencio de la mano de la ensordecedora realidad, me dieron una lección importante; no se grita por el presente y no se debe de quejar por lo que tenés, se debe de querer ese sendero porque cuando te perdes es mucho más largo el camino de vuelta, solo con tu cabeza que no sabés si está de tu lado o no, entre pensamientos negativos e intrusivos que dudan de tu valor, ojalá esa mano que me entendían me hubiera dado una bofetada y no compasión. Pero ahora que lo veo es muy curioso sentirse solo en un lugar donde todo es mío, pero nada es suficiente porque no está eso que me empujaba a ser mejor. Entonces, esa mano que alguna vez me entendió… no es que haya dejado de hacerlo, sino que fui yo quien la soltó, sin saber que no volvería a tener el privilegio de sentir ese tacto cálido —ese que se sentía como resolver, en silencio, todos los problemas que alguna vez respiraron sobre mis hombros.

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