Predecir los pálpitos designados a cada uno de nosotros es arraigar el futuro a los senos de la Diosa Madre dejando al hombre adulto en sus brazos.
Antes que llegue la noche siempre fue preciso contar con más de una luz, una nunca es suficiente, por el contrario no es necesario enternecer la noche para pasarla.
Algunos fuimos agraciados al obsesionarnos con el hado de la noche; a ella no se le toca, impoluta gobierna la tradición de intimar entre dos violentos sesgos condenados a caer en la tentación (dormís o pecás). Nuestra obsesión no es estrictamente por rebeldía sino también por identificarnos al compartir complicidad.
Versan al aire caprichosos por sonar y nombrarse tal como la lluvia corroe mis letras, pese a que el aire no se puede limpiar, en todo momento brotan ligeros compuestos que suman a la purificación del ser a fin de corromper nuestro cargo de conciencia y así calmar el andar de pensamientos fuera de lugar, eso sí, serenar las aguas no siempre tiene que ver con la actividad de la corriente, a veces tolerar nuestros impulsos y alentar los riesgos del atrevimiento es suficiente.

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