Llovizna la tierra, dulce agua donde mis amatistas desangran,
bajo las llamas, sus comienzos.
Techos violados por el granizo de lo superficial,
y el sol de los otros ahogado en el entierro de lo banal, trasiego ingente de pesados equipajes donde la nada densifica a pedazos su torpe influencia sobre corazones vivos sin latir.
La luz pesa… el terreno no despierta… la amalgama sospecha que me di cuenta… la impronta no existe, ya es parte que no imparte, facilita, ya desprende la escoria.
Oh, mi noche no sobrevuela…
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