Su espera nunca se había desesperado de manera tan aguda y tenaz. Sus lágrimas al son de la campana del añejo campanario, daban al caer, una melodía de monasterios y callejones desérticos. Parecía tener una clara intuición de que todo aquello llegaría a su final y sin embargo, sus manos no dejaron ni un solo instante de proyectar luces y sombras en aquel único mudo testigo de su desdicha: el banco.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS