El fin del sueño

En la enormidad donde yo soy voz, ser y presencia, un juego de palabras va y viene, solas no hablan lo que dicen, juntas señalan la dirección de lo incontable. El lugar carece de importancia, el espacio se maneja como una primera idea, el tiempo es en donde se descarrilan los significados de las cosas. La información gotea desde el absurdo y alimenta con su rumor de colores instantáneos el punto donde adquiere consistencia lo que existe. Apenas somos suspiros. ¿Cómo resistirá el yo que no calla al silencio de la noche eterna?

Era un cuarto pequeño de hotel, en un rincón Pánfila-Q besaba tiernamente un cigarrillo, después dejaba escapar su alma plateada entre sus labios afilados. El alma se iba al cielo y ahí permanecía. Esperaba que ya despertara y que regresara a su lado. Pánfila-Q nació en un pequeño puerto, con playas infinitas y tristes que solo visitaban los viejos marineros. Su cuerpo aún llevaba el bronceado que el sol le imprimió durante su juventud temprana. Estaba desnuda, siempre estaba desnuda. Sentada sobre una silla, abrazaba con los brazos sus piernas, su cabeza se apoyaba en sus rodillas y con la mano derecha sostenía el cigarrillo a punto de extinguirse. Lo que más me gustaba de ella eran sus pies, con dedos largos y delgados. Estos estaban al borde del asiento; y sus uñas, pintadas de un violeta eléctrico contrastaban con la penumbra en que estaba envuelta la habitación. Lo más triste de la vida – me decía, es que todo es reemplazable.

Calcula cuanto tiempo hemos estado discutiendo sobre lo mismo. Schroringer tenía razón. Nada va hacia donde parece de una manera relativista.

Amanecía por fin sin dejar de amanecer, el sol trataba en vano de restablecer de nuevo el imperio de la luz en el mundo. Me acerque a Elisa y ella me besó suavemente, en su beso habitaba una caricia que estremeció mis labios. Y recuerdo haberle dicho con la llegada del frio – No sabes qué difícil es dejar un amor a la deriva-

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS