La fiesta procedía sin contratiempos, los meseros habían terminado de servir el pastel a todos los invitados del lado de la familia del novio, las rosas rojas en los adornos de mesa permanecían frescas a pesar de las horas y su aroma armonizaba el ambiente. El lugar brillaba en tonos dorados gracias a la luz amarilla que hacía espectro a través de los adornos de cristales Swarovski que colgaban del techo al piso entre las mesas de manteles impecablemente blancos con encaje en las orillas.
Charlie no podía creer lo afortunado que era de haber encontrado a una chica cómo Giselle, de piel blanca y tersa cómo la leche tenía un mirar profundo de brillantes ojos negros cómo las alas de un cuervo. Sus labios rojos y seductores le enloquecían de sobremanera al igual que los cabellos oscuros cómo carbón que le llegaban a la cintura obligándole sólo con el dulce aroma de su piel a hacer lo que sea que ella deseara.
Pero sobre todo, se sentía atraído por su sonrisa, siempre admiró lo blanco de sus dientes casi cómo si fueran de nieve brillando con el sol cómo un glaciar. Pero más allá de su impecable higiene bucal Charlie adoraba sus dos marcados caninos que sobresalían cada que reía ante un comentario gracioso o las desdichas que le acontecían a la humanidad y solía leer en el periódico matutino.
Giselle era todo un misterio, la mayoría de sus amigos le temían, su presencia abrumaba a todos en la habitación sólo aparecer. Los gatos y otros animales relacionados con lo obscuro le seguían cuál si de una Blancanieves gótica se tratara y la boda tan sobria y formal era otro de los múltiples detalles que incomodaban a los demás.
Charlie por su parte, miraba a Giselle caminar entre las mesas de sus invitados con su porte elegante y delicado que sobresalía gracias al vestido de seda con encaje blanco de corte pegado al cuerpo resaltaba su voluptuosa figura. El velo largo de tul fino caía sobre su espalda perdiéndose entre su cabello cómo una visión espectral que emanaba un frío que calaba hasta los huevos y perturbaba a los invitados del novio.
Aquella visión, sin embargo, tenía absorto a Charlie, quien no dejaba de recordar el día en que conoció a Giselle, desde hacía un par de meses sentía muchos de sus recuerdos difusos cómo una doble vida que había terminado el día que conoció a la que ahora era su esposa. Este hecho lejos de asustarlo en aquellos entonces reforzaba los sentimientos que Charlie tenía por Giselle, a quien sentía tan familiar en su vida que poco importaba si no podía recordar dónde la había conocido.
Giselle parecía consciente de estas dudas en la mente de su esposo y disipando temores se acercó a él con su mirar profundo y severo. Charlie parecía hipnotizado por esta mirada por lo que permaneció en su sitio hasta que su esposa se acercó a él.
Esta parecía sedienta de Charlie mirándolo como si de un bocadillo se tratase, Charlie no parecía aterrado de aquella mirada parecía extrañamente encantado de ser para Giselle su última comida. Giselle sin dejar de mirarle se acercó a él rodeando su cuello con sus brazos para atraparle en un apasionado beso, rápidamente las damas de honor se pusieron de pie y extrañamente se apuraron a cubrir el beso de la feliz pareja bajo el grueso velo de novia.
—¿Estás bien cariño?—dijo tiernamente Giselle en aquel pequeño escondite a plena vista.
—Sí, sí, estoy bien, sólo me quedé admirado de tu belleza con el vestido de novia, luces preciosa querida— respondió tiernamente Charlie.
Giselle sonrío de manera maliciosa al chico regordete, cabellos rizados y nariz pronunciada que parecía adorarle de sobremanera. Cualquiera pensaría que las intenciones de Giselle eran otras pues no eran una pareja muy común de un chico poco atractivo y la belleza gótica que era su ahora mujer.
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El vendedor miraba aterrorizado a la belleza de cabellos negros y piel blanca que aquellos momentos entraba en el establecimiento, se veía seductora con el estrecho vestido blanco que acentuaba su figura pero aun así no parecía ser alguien con quien quisieras siquiera hablar. Se acercó al mostrador con una mirada penetrante y una sonrisa aterradora de afilados dientes que estaban manchados de rojo, el chico de dieciséis años que atendía la cafetería se sentía nervioso con esa sonrisa roja que le pedía amablemente unas servilletas para limpiar la mancha roja sobre su elegante vestido blanco.
—Disculpe señorita pero no puedo darle más servilletas si no consume algo—dijo el chico aún asustado.
Giselle miró con una sonrisa ladeada al chico, parecía molesta y tomando su mano comenzó a apretarla con tal fuerza que se escuchaban los huesos de su mano quebrarse lentamente mientras rechinaba sus dientes uno contra él.
—¿Quién dice que no consumí aquí?—preguntaba Giselle sin soltar la mano del chico quien quería quejarse sin poder lograrlo y lloraba silenciosamente suplicando con la mirada que lo soltara.
—¡Yo tengo algunas extra!—dijo una voz detrás de Giselle.
Giselle se giró soltando al chico que soltó un silencioso suspiró de alivio, acostumbrada cómo estaba a que los hombres más atractivos fueran quienes le brindarán ayuda Giselle esperó encontrarse a un Adonis. En su lugar se encontró con un estudiante de cabellos rizados, un tanto regordete y de nariz caída que le ofrecía un puñado de servilletas mientras en la otra mano sostenía una coca—cola de lata.
No, aquello no era posible, el chico usaba un rompevientos bastante descuidado que además tenía una mancha de salsa en un costado. Su mochila era enorme y jalaba un carrito de juguete con un montón de piezas electrónicas de todo tipo de objetos, desde computadoras hasta microchips, en resumen, un verdadero nerd.
—Gracias—dijo Giselle tomando un puñado de servilletas.
—Imagino que debió ser un día difícil, ¿estudias aquí?—preguntó Charlie con una alegre sonrisa de camaradería pura.
—No estudio aquí y gracias—respondió Giselle dirigiéndose hacía la puerta asqueada del aspecto del joven y de su hedor tan marcado entre sudor y grasa de aparatos.
—¡Espera!—suplicó el chico soltando todas sus cosas para sujetar el brazo de Giselle.
Una rabia se apoderó de ella, aquel infectó mortal había tenido el atrevimiento de tocarla, reyes, emperadores y tiranos había cortejado a Giselle Alucard desdeñándolos sin reparó y un fétido mortal, asalariado miserable ¿se atrevía a intentar cortejarla? Aquello era inaceptable. Estaba listo para matarlo, decidida a cortarle la garganta en cuanto volteara, sin embargo, la mirada en su rostro quebró su ser eterno quien en sus mil años de vida jamás había visto tan dolorosa vida, un don curioso era saber la existencia de los mortales con sólo verlos a los ojos, una vida entera de estudios privándose de sus verdaderos deseos por complacer a todos menos así mismo, un ser que no tenía intenciones de conquista sino de simplemente ser querido.
—Perdón que sea tan brusco, yo, no habló mucho con la gente, pensé, bueno, quisiera saber si…—iba a decir Charlie cuándo Giselle tocó sus labios con su dedo largo y delgado para callarlo.
—Si quiero ir a cenar contigo—respondió Giselle secamente.
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—En ese caso, deberás esperar a que estemos sólo pues ahora estamos entre los nuestros y deben de vernos—agregó Giselle tranquilizando a su marido.
—Trebuie să ne întoarcem— dijo Giselle a sus damas que enseguida retiraron de nuevo el velo para las miradas extrañadas de los invitados.
—¡Y que pasen los novios para el brindis!—gritó el animador al ver a los novios regresar a la fiesta.
Giselle y Charlie sonrieron ante la bienvenida entre las miradas dichosas de los familiares de la novia y las miradas extrañadas y preocupadas de los invitados del novio. Charlie tomó la mano de su esposa para poder atravesar la pista y llegar a la mesa principal y comenzar el brindis, jamás había tenido la oportunidad de tocar la piel de Giselle hasta aquel día según las costumbres de su familia por lo que fue una sensación extraña cruzar su mano con la de ella.
Su piel era helada, sus dedos eran tan delgados que parecía ser puro hueso, Charlie siempre pensó en esto cómo un efecto visual pero ahora veía que realmente eran delgadas. Las uñas largas no eran artificiales sino que naturalmente se las había dejado crecer como si fueran las garras de un animal.
La sensación de tocar mármol le heló la sangre a Charlie, un escalofrío escéptico le llenó el cuerpo, desde un principio su familia no aceptaba las extrañas costumbres de Giselle cómo que sólo estaba despierta de día o que evitaba verse al espejo. Ahora al sentir por primera vez a Giselle, Charlie comenzó a sentirse en una ensoñación, era extraño, una piel tan fría, era extraño una boda donde todos los invitados se cubrían los rostros y las manos, era extraño sentir a Giselle tan cerca y tan lejos.
—Creo que esta noche dormiremos abrazaditos— dijo Charlie al oído de su esposa mientras caminaban por la pista.
—¿He? ¿Por qué?—preguntó Giselle contrariada soltando la mano de Charlie.
—Tienes las manos demasiado frías y me dijiste que eras friolenta—respondió Charlie con ternura.
Giselle no rió ante su comentario, lo sentía cómo un insultó más que un detalle tierno, un ambiente pesado se hizo entre los dos acallado la conversación de Charlie que sentía que de nuevo se había equivocado con ella. Odiaba no poder complacerla cómo ella quería y a menudo este sentimiento lo ponía triste, quería que Giselle jamás tuviera queja de él, quería que Giselle estuviera a su lado para siempre, aún si eso significaba que no siempre podría lograrlo a la primera.
—Perdón que no sea lo que querías escuchar— musitó Charlie bajando la mirada.
La mujer parecía cavilar lo que su marido le decía, una sonrisa aterradora se formó en los labios de Giselle que en un instante cambió su actitud tornándose en una forzada dulzura de un instante a otro. Un aura oscura invadió el aire del sitio, una solemnidad se produjo entre los invitados de la novia quienes todo el tiempo parecían estar esperando que Charlie pronunciara esas palabras mientras los invitados del novio se llenaban de terror al ver a la otra mitad del salón ponerse de pie.
—No tienes que disculparte amor, creo que soy yo quien debería de hacerlo— agregó Giselle sonriéndole con cierta locura en sus ojos.
Giselle entrelazó sus manos con las de Charlie, seguidamente depositó un tierno beso en los labios de Charlie para disipar el miedo que le producía su rostro ante aquella mueca pero la sensación de terror no se fue del todo. Algo estaba pasando, lo podía presentir, los meseros se apuraron a terminar de colocar todas las copas doradas en las mesas y Giselle apuró a su marido hacía la mesa principal.
Finalmente los novios tomaron sus asientos y las doradas copas para el brindis, Charlie veía todo a su alrededor buscando el motivo de su intranquilidad. El ambiente se sentía extraño, el aire pesado y agresivo, algo malo estaba por pasar y necesitaba con desesperación saber de qué se trataba.
Al fondo del salón, en una de las mesas, medio borrachos, medio idiotas, molestando a las chicas que pasaban se encontraban los ex-novios de su nueva esposa. Charlie los conocía bien, perfectamente bien, a menudo Giselle los mencionaba con rabia, él ocultaba su molestia ante este hecho pero invitarlos a su boda era algo que rebasaba sus límites.
—No debería de incomodarte, pronto no serán algo relevante en nuestras vidas— agregó con profunda seriedad Giselle tomando su copa al notar la incomodidad de su marido y pidiendo al animador que hiciera silencio.
—¡Silencio, por favor, silencio! La novia quiere decir unas palabras— agregó el animador un poco extrañado de la actitud tan seria que tomaron los invitados cuándo dijo esto.
—Querido Charlie, ha sido un placer haberte conocido y ahora ser tu esposa, la verdad no quería casarme, no quiero hacerlo, menos contigo, te odio profundamente y si por mi fuera me iría con cualquiera de los idiotas de la mesa del fondo. Pero, me debo a mi pueblo y ellos me exigen que haga lo necesario para sobrevivir, he llegado a mi madurez, veinticinco años y a partir de aquí tú serás mío para toda la eternidad— agregó Giselle levantando su copa.
Los invitados hicieron lo mismo preocupados por las palabras de la novia, un terror se apoderó de Charlie que se sentía confundido ante el macabro discurso. Giselle comenzó a carcajearse, dejando su copa en la mesa extrajo un arma calibre 45 de debajo de la mesa y se apuntó a las sienes.
—Debo irme Charlie— dijo Giselle con una sonrisa.
—Giselle, ¿Qué estás haciendo?—preguntó Charlie dejando la copa y levantándose de golpe de la mesa para tratar de tranquilizar a su esposa.
—Giselle, por favor, cariño, por lo que estés pasando podemos resolverlo juntos sólo debes bajar el arma— suplicaba Charlie.
Giselle permanecía firme con el arma en sus manos, la sonrisa perturbada no se quitaba de su rostro y los parientes de esta parecían inertes ante el suicidio que estaban a punto de ver. Charlie sintió los segundos eternos hasta que vio los sesos de su esposa ensuciar al animador mientras el cadáver de la novia caía al suelo estrepitosamente.
Un charco de sangre comenzó a formarse debajo de su cabeza, Charlie se dejó caer juntó al cuerpo ¿Qué era lo que había pasado? ¿Qué había sucedido para que Giselle hiciera semejante acto en un día cómo ese? Charlie sintió la sangre debajo de sus manos moverse, las giró frente a él para ver la sangre que se había pegado a sus palmas, el rostro desfigurado de Giselle le tenía inmóvil, invadido de pánico hasta que se dio cuenta de que el charco de sangre cobraba vida y se deslizaba por la pista.
Cómo una serpiente la sangre se deslizaba despegándose del piso y de las manos de Charlie, mientras se arrastraba entre las mesas y por la pista tomando la forma de cuatro siluetas femeninas que aullaban y empujaban todo lo que se atravesara en su camino para llegar a la mesa al fondo del salón.
—¡Yo quiero un marido que sea dulce conmigo!—chilló uno de los bultos rojos trepando por el cuerpo del novio de secundaria de Giselle y entrando en su boca mientras este caía al suelo retorciéndose.
—¡Yo quiero uno que sea un idiota bueno en la cama!—chilló otra cosa jalando los pies del novio de universidad de Giselle que arrancaba trozos del piso de madera mientras la forma humanoide de sangre lo sometía subiéndose encima de él.
—¡Yo quiero uno que tenga todo el poder del mundo!—gritó el bulto más grande devorando de un bocado al hombre de edad madura que había sido el novio de Giselle en la preparatoria.
La gente veía horrorizada la visión de cómo estas cosas parecía absorber carne de los tres hombres, tomando poco a poco la forma de tres jovencitas tan diferentes entre sí cómo el agua del fuego y que lucían vestidos de novia acorde a sus aspectos. La primera parecía una niña envuelta en su vestido esponjado de holanes y moños, la segunda llevaba uno en dos partes que dejaba ver mucha piel y la tercera tenía un sencillo traje sastre color blanco.
—Es una lástima que no sean suficientes— dijo Giselle levantándose del suelo con el vestido manchado de sangre.
—Giselle— dijo aterrorizado Charlie al verla levantarse de los suelos sin más daño que la mancha roja en su vestido de novia.
—¡Te dejamos a ese!—dijo despectiva la segunda mujer.
—Pero no pueden dejar a mi familia sin cenar— respondió Giselle a su comentario.
—¿Quién dijo que lo haríamos?—preguntó seductoramente la segunda mujer.
Los demás invitados se miraron preocupados entre sí, uno de los amigos de colegio de Charlie dirigió su mirada a la segunda mujer perdiéndose en el revelador vestido de novia. La mujer sonrió dejando entre ver los enormes colmillos blancos que habían exageradamente su boca, el chico echó a correr al ver esto pero planeando por el aire la mujer se abalanzó sobre él.
Las garras largas se enterraron en su espalda y otros tantos invitados de rostros deformes y colmillos sobresaltados se lanzaron contra los demás invitados, los pocos que pudieron echaron a correr fuera del salón entre gritos y pánico. Charlie veía a sus padres correr junto con sus tías en todas direcciones, por suerte los seres horrendos parecían concentrarse sólo en unos cuantos más acercados a los tres pobres hombres que gritaban sin parar mientras extremidades de sus cuerpos saltaban en todas direcciones siendo devoradas por otros miembros de la familia de la novia.
—Giselle— musitó Charlie viendo con profunda tristeza el rostro desencajado de su esposa que se dirigía hacia él.
—Charlie, Charlie— decía la voz de Giselle mientras sentía que golpeaban su rostro y abría los ojos.
Charlie despertó, frente a él estaba su esposa, sus tías tanto de él cómo de ella y su madre que lo veían con preocupación acostado en el suelo. El mesero se acercó para tomar el frasco de sales que Giselle le había solicitado y que le devolvía con una sonrisa mesurada, Charlie pensó que eso era una cruel ironía.
—Giselle ¿Qué pasó? ¿Qué eres? ¿Qué hiciste?—decía Charlie desesperado mientras se incorporaba.
En la pista ambas familias bailaban cumbias clásicas, niños correteaban por la pista, el vestido de novia de Giselle lucía impecable y Charlie comenzó a darse cuenta de que estaba recostado en el piso. Con miedo miró al fondo del salón pero sólo encontró a un par de tías lejanas que su madre no toleraba y había mandado lejos para evitar tener que saludarlas, no había rastro de que Giselle hubiera invitado a sus antiguos amores.
—Giselle, yo, tuve un sueño horrible, yo— tartamudeaba Charlie tomando por los brazos a Giselle.
—Tranquilo, mi tío Víctor ya te ha revisado, estabas exhausto por el trabajo y la boda por eso te desmayaste mientras bailábamos pero te dimos sales y dijo que estarás bien, en cuanto reposes podremos irnos de luna de miel— dijo Giselle dejando entre ver sus colmillos.
Una sensación se apoderó de Charlie, los colmillos seguían ahí, tan reales cómo su aterrador sueño que parecía más real que la misma realidad, no estaba seguro de que esa pesadilla hubiera sucedido pero por alguna razón tampoco la descartaba. Aquello se había sentido tangible y real, no podía ser mentira, quizá Giselle sólo fingía o quizá en efecto era su agotamiento por todo lo que había vivido pero entre más pensaba y miraba todo, más se daba cuenta de que los colmillos de Giselle no desaparecían.
—Además, nos espera la noche de bodas— susurró pícara Giselle al oído de Charlie.
Un tufo a muerte le llegó a Charlie con el susurró de su esposa ¿A Giselle siempre le había olido la boca así? La voz del animador solicitó su presencia en la pista para el último baile, Giselle tomó entre la suya la de Charlie para bailar, tan fría cómo el mármol, aquello no era algo que se sintiera irreal aquella sensación eran tangible y verdadera, Giselle no era quien él pensaba pero Charlie tampoco quería saber quién era en realidad.
Tras terminar la fiesta, los novios subieron al Ford T de 1920 bellamente decorado con rosas rojas en las puertas y el capó, mientras la novia se despedía de su familia, Charlie lo hacía con la suya, quienes preguntaban preocupados si se sentía listo para viajar. Su desmayo había causado cierta preocupación en su madre y sus hermanos quienes aún lo veían tan pálido cómo su esposa tras describir su horrenda visión que tomaron por una simple intoxicación por la comida.
—Charlie, ¿no sería mejor que nosotros los llevamos al aeropuerto?—preguntó la madre de Charlie quien no disimulaba su angustia e incomodidad ante la familia que bendecía a la novia con extraños objetos cómo una mano de mono y un camafeo dorado que al abrirse contenía un puñado de tierra en su interior.
—Estaremos bien, pasaremos la noche en un hotel del centro, realmente Giselle se pone un poco mal si salimos de día y ya casi amanece, prefiere que descansemos un poco antes de irnos— respondió Charlie decidido mirando a su esposa que terminó de despedirse y que en aquellos momentos subía al auto.
Tras despedirse de todos, Charlie hizo lo mismo, el chófer entonces puso marcha y se adentro de regresó a la ciudad dejando atrás la hacienda donde había sido la recepción. Dentro Giselle se había cubierto con una gruesa manta oscura, parecía tener frío siempre y mirar con una profunda melancolía de quien ha vivido mil vidas.
—¿Estás bien cariño?—preguntó Giselle viendo el semblante agotado de Charlie.
—Si amor, sólo necesito descansar, cómo tu tío dijo— agregó Charlie llevándose las manos a la cabeza.
Tras su desmayó, un hombre regordete de piel tan pálida como la de su esposa, de espesa barba, uñas largas y marcado acento alemán se acercó a él. El hombre en cuestión dijo ser Erick Dimitru Stanciu, un tío de Giselle que había asistido a la boda y era médico de cabecera de la familia, tras recomendar las sales para despertarlo de su desmayó insistió en el reposo debido a que sufría de un extraño agotamiento.
Giselle se acercó lentamente arrastrándose por debajo de las manos de Charlie para recostar su cabeza sobre sus piernas, las manos delgadas y frías sujetaron su cabeza acercándose a ella. Hasta sus besos eran fríos y muertos pero de algún extraño modo sentía una necesidad irrefrenable de no dejar de besarlos, aquel beso parecía querer devorarlo, tanto que Giselle le abrió la carne ligeramente sacando una gota de sangre que está lamió seductoramente.
—Hoy no puedes descansar amor mío, hoy es una noche especial— decía Giselle señalando la luna roja que resplandecía en el cielo.
Aquel espectro sangriento heló el cuerpo de Charlie mientras un escalofrío lo recorría poniéndole los vellos del cuerpo de punta, Giselle, Giselle ¿en verdad era posible que hubiera vivido tantos años que fuera una verdadera melancolía por tiempos pasados su mirar? Su esposa cerró los ojos y la sensación de tener un cadáver sobre sus piernas aumentó cuándo la sintió completamente tiesa con los brazos sobre su pecho acostada sobre él.
Los minutos restantes del viaje pasaron eternos para Charlie que no dejo de pensar durante todo el trayecto. Las horas se sintieron eternas sintiendo un bulto encima, las gotas de sudor caían de su frente pero parecía no caer sobre la frente de su esposa que permanecía inmóvil y quieta.
Cómo presintiéndolo, cuándo el auto se detuvo Giselle se levantó marcialmente abriendo los ojos de golpe con la mirada perdida en la recepción que se veía desde el interior del auto. Charlie bufó sintiendo que su corazón se paraliza por esos breves minutos que Giselle veía al vacío justo cuándo el auto se detuvo frente al hotel ¿había fingido Giselle todo ese tiempo estar dormida?
—¡Llegamos!—chilló Giselle saltando fuera cómo si hacía apenas unos minutos no tenía la mirada perdida de un difunto.
Charlie asintió con la cabeza bajando lentamente del auto, una voz interna gritaba para que subiera de regreso al interior del vehículo y echara a andar lo más lejos de esa mujer. Otra voz en su interior se alegraba de ver la belleza espectral de Giselle que levantaba las capas de su vestido girando en el estacionamiento bajo la luz de la luna roja.
—Tengo una reservación— agregó Charlie al llegar a la recepción donde la tierna chica del mostrador entregó a los recién casados la llave electrónica y felicitó a la feliz pareja.
La mirada de Charlie parecía suplicar ayuda a la recepcionista, un grito interno que clamaba por ser escuchado y atendido en contrariedad con su rostro que reflejaba una profunda devoción por la mujer que lo agarraba fuertemente del brazo y miraba desdeñosa a la recepcionista que veía a su esposo.
El pasillo blanco con dorado se vio largo a los ojos de Charlie, la música nupcial resonaba en su cabeza ahora en tonos agudos y macabros cómo quien camina a su fin, una sonata funeraria. No eran las clásicas bromas de boda lo que le tenía perturbado y que ahora parecían tener un sentido literal, si no el hecho de que se sentía caer en una ensoñación profunda de la que debía despertar pronto.
Tras lo que fueron minutos para Charlie finalmente llegaron a la habitación, la suite imperial, nervioso y un poco preocupado de lo que pudiera haber del otro lado de la habitación Charlie introdujo la llave electrónica y lentamente abría la cerradura. De alguna manera quería detener ese momento en el tiempo y correr lejos de aquel sitió pero su mano parecía pegada a la de Giselle quien no dejaba de sonreírle y acurrucarse en su hombro, cómo por instinto Charlie la cargó atravesando la puerta, aún seguía sintiendo que cargaba un peso muerto.
—¿Por qué la haces cardiaca? ¿Es que no quieres verme desnuda?—preguntó Giselle desabrochando el vestido una vez que Charlie la bajo dentro de la habitación.
Bajo el vestido, Charlie pudo percibir más claramente la figura de su mujer, era extremadamente delgada, parecía que no había comido en meses. El body de encaje blanco deslucía debido a la figura extrema de la chica y aun así, a los ojos de Charlie se veía tan voluptuosa cómo el día en que la conoció.
—Giselle yo…—iba a decir Charlie cuándo una sombra apagó la luz de la habitación.
El miedo finalmente terminó de apoderarse de Charlie que se tiró al suelo caminando a gatas por la alfombra, ¿Qué había pasado con Giselle? ¿Quién había entrado al cuarto? ¿Dónde estaba? Las preguntas invadían su mente sin obtener respuesta, un ruido siniestro caminó detrás de él, encajando sus uñas en sus hombros.
—¡Ah!—gritó Charlie aterrado al tocarse el pecho y sentir el hilo de sangre correr.
—No tienes idea de cuánto he deseado desde el día en que nos conocimos— susurró la voz de Giselle en su oído.
Charlie se puso de pie y sin darse cuenta terminó en la orilla de la cama, las manos caminando sobre la alfombra le pusieron en alerta y cómo si de un animal ponzoñoso se tratase Charlie subió rápidamente a la cama. La luz de la luna roja atravesaba por la ventana dando a la habitación un tono rojo cómo si estuviera en un lago de sangre, la alfombra era roja, las sábanas eran rojas y ahora Charlie veía su propia piel roja.
—Justo donde te quería— decía una voz espectral en la oscuridad.
Un instante, sólo fue un instante lo que a Charlie le tomó procesar el aire frío que sobrevoló encima de él para colocarse entre sus piernas, era Giselle que completamente desnuda cubría sus pechos con su largo cabello oscuro. La escena podía ser erótica si no fuera por los enormes y deformes colmillos que abrían el rostro de Giselle y que ahora tenía chorreando la sangre de sus hombros sobre su pecho.
—Eres el amor de mi vida Charlie, jamás dudes de eso— dijo Giselle con voz aguda casi cómo si se tratara de un chillido.
Charlie quería moverse pero las piernas de Giselle parecía tenerlo sujeto bajo ella de tal manera cómo si tuviera ganchos en estas. Un par de enormes alas de murciélago se extendieron para reflectar enormes venas corriendo por el cuerpo de su esposa tornándose la piel lechosa en morada y enfermiza.
—¿Sabes lo que hace mi gente en su noche de bodas?—preguntó Giselle en aquel tono de voz.
Nada salió de la boca de Charlie, ni un gritó, ni un chillido, no podía moverse o patear sólo sentía las garras filosas de Giselle desnudarle mientras la lengua bífida lamía cada centímetro de su piel. Todo fue tan repentino, ¿con quién se había casado? quizá ahora lo sabría al ver los enorme colmillos enterrarse en su cuello con ferocidad mientras la bestia que tenía por esposa no paraba de arrancarle trozos de piel bajo la luz de la luna roja.
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Charlie abrió los ojos abruptamente, miró en todas direcciones buscando a la monstruosidad que le había usado la noche anterior pero no encontró nada, en la alfombra el vestido de novia se combinaba con su traje negro. Se sentía extremadamente agotado cómo si no hubiera dormido en miles de años, cómo si una parte de su vida se hubiera ido, se giró a un lado esperando encontrar a la cosa, en su lugar Giselle permanecía dormida boca abajo enredada en las sabanas, se veía lozana y fresca cómo una lechuga, hasta su piel parecía haber adquirido otro tono.
Giselle sentía la mirada de Charlie por lo que lentamente abrió los ojos, la luz del sol entraba directa a la habitación, por lo que levantando su mano y mirando a Charlie con ojos tristes este se puso de pie para cerrar las cortinas. La mirada de Giselle parecía dulce y agradecida ante el tierno gesto de su esposo, él sabía de su extraña condición médica en la que su alergia al sol le impedía estar directamente bajo del.
—Gracias Charlie, no me equivoqué al casarme contigo ¿Qué haría yo sin ti?—dijo Giselle tomando el rostro de Charlie entre sus manos para darle un tierno beso en los labios que Charlie aceptó apático.
—¿Estás bien?—preguntó Giselle viendo el rostro pálido de su esposo y la mirada cansada de quien no ha descansado.
—Giselle, no sé qué pasó esa noche pero…—iba a decir Charlie cuándo Giselle le dio un tierno golpe en el hombro.
—¡Oye! Eso no dice—dijo Giselle guiñando el ojo y sacando la lengua cómo una niña.
Charlie se sentía confundido, Giselle saltó de la cama desnuda, sus curvas se veían de nuevo marcadas, sus cabellos parecían haber crecido hasta cubrir gran parte de su espalda baja y ella misma parecía más entusiasmada de vivir. Quería decir algo, gritar, suplicar pero no podía, sin poder convencerse de irse del lado de Giselle, Charlie se dirigió al baño ignorando por completo la efervescencia matutina de su mujer.
Con el peso del mundo sobre él abrió la puerta, cerró tras de sí y se miró al espejo, la ojeras marcadas, el cabello chino parecía perder volumen , la piel pálida y una serie de raras marcadas a medio sanar aparecían en su cuello y hombros. Miró el lavamanos, las toallas de él y ella estaban impecables, los cepillos azul y rosa en la taza blanca con un corazón rojo dibujado, el mármol en todo el cuarto odiaba el mármol ahora.
Las sensaciones de asco le invadieron de nuevo y Charlie corrió a vomitar abriendo la tapa del baño, se sentía débil, dejó que sus manos tocara la loza fresca del sol cuándo la sensación de un líquido espeso le volvió a poner en alerta. Charlie giró su cabeza y encontró que se había hincado en un charco de sangre, sin gritar se alejó de este arrastrándose hacía la puerta manchado con la sangre que emanaba de la tina de baño el piso blanco.
Charlie se puso de pie lentamente y tragando su asco corrió la cortina de baño, metido en hielo con la cabeza cercenada junto a su cuerpo estaba el botones de la noche anterior. Trago en seco, era mucha la sangre que manchaba el piso blanco, un sobresalto lo puso a la defensiva cuándo Giselle entró en el baño abruptamente en ropa interior.
—Oh, sobre eso… prometo limpiar cuando regreses de desayunar— dijo Giselle dándole un beso en la mejilla y pasando de largo para lavarse los dientes.
Charlie permanecía inerte mirando fijamente al muerto en la tina, quería saber ¿Cómo había sucedido? ¿Qué había pasado? No podía entender si todo era una pesadilla o la realidad una espantosa realidad. Todo era real, la noche anterior, Giselle, la forma de conocerse, lo que decían de ella, ahí estaba, todos esos misterios sin resolver, todas esas cuestiones extrañas, esa era su esposa y el botones en la tina era el producto de lo que ella era.
—Vamos Charlie ahora que sabes lo que soy ¿no me dejarás ir o sí? Te amo Charlie, te necesito en mi vida, corazón— agregó Giselle dejando el cepillo en el lavamanos y saltando sobre Charlie para rodearlo con sus piernas.
La mirada de Giselle le enamoraba, un beso apasionado terminó de convencerlo, no dejaría a Giselle, se lo había prometido, la amaba y la amaría aún aunque fuera lo que fuera. Charlie sujetó el rostro de Giselle y se fundió en un beso con ella mientras los ojos vacíos del botones continuaban viendo a la infeliz pareja, pero en el fondo Charlie no estaba del todo conforme.
Tras la noche de bodas, Giselle y Charlie mudaron su residencia a la tierra natal de Giselle, en Europa del Este, a una enorme mansión a cuarenta kilómetros de la ciudad más cercana, Budapest. Desde el primer día Charlie se sintió un tanto desubicado, las diferencias culturales, los horarios, el clima, pero sobre todo su esposa, le tenían siempre distraído, perdido en sus propios pensamientos.
A menudo Giselle le mantenía en vela, los recuerdos de su primera noche juntos le atormentaban a tal punto que Charlie sentía que lo repetía una y otras vez. Despertaba exhausto y agotado, su piel se tornaba pálida y las cuencas de sus ojos se marcaban de sobre manera casi cómo si sus ojos se salieran de su cráneo, había visto lo que Giselle era realmente pero aun así se negaba a alejarse de su lado.
En numerosas ocasiones se preguntaba el motivo de tan enfermiza relación, su única respuesta radicaba en un profundo amor hacía su esposa que negaba por completo la naturaleza sobrehumana y salvaje de la misma que lo enfermaba y mataba lentamente.
Giselle por su parte se había desnudado no sólo en cuerpo sino también en ser ante Charlie, temerosa, secretamente, de que este huyera en cuanto supiera su verdadera naturaleza se alegró enormemente cuando lejos de irse le ayudó a limpiar aquel primer cadáver fruto de una comilona de medianoche. Quería creer que Charlie se quedaría con ella para siempre pero pensaba en que poco a poco ella robaba lentamente la vida de este sin poder saciarse del todo, era natural, Charlie era sólo un pequeño hombre ¿Qué pasaría cuando él muriera y ella permaneciera en el mundo?
La duda ante vivir sin su amado Charlie y lo que su sangre representaba para ella se apoderaba de su existencia haciendo que permaneciera despierta mirando el techo de su ataúd tratando de responder a su inseguridad.
No podía convertirlo, no sería justo para Charlie pasar por el doloroso proceso de una transformación, cabía la posibilidad de que no sobreviviera además. Ya había visto cómo se puso Charlie tras presenciar el acto de «purificación de la novia» donde debía destruir parte de sus instintos primitivos para poder estar con un mortal, ¿Qué pasaría si lo sometía a la transformación?
Charlie trataba de resistir, su cuerpo entero estaba demacrado entre rasguños y mordiscos, el ir de compras era un suplicio en el que debía maquillar las marcas y cubrir las heridas con gasa previamente desinfectada. Ante los vecinos, Charlie tenía un trabajo peligroso, jamás diría que en realidad, los motivos de su dolor físico eran por ser el alimento viviente de su esposa que rejuvenecía con cada litro que extraía todas las noches de él.
—¿Se encuentra bien Mr. Charles?—preguntó Dory la encargada del supermercado cada vez que lo veía entrar a su establecimiento tan blanco cómo una hoja.
—Estoy bien, Do, sólo estoy agotado, el trabajo me está matando— respondió Charlie poniendo sus cosas sobre la banda transportadora.
—Pero es que se ve realmente acabado Mr. Charles, su esposa debería de darle esto, tengo té de ruda y ajo en una cuenca de calabaza, aquí es uno de los mejores remedios contra todo mal— agregó la vendedora entregando un termo a Charlie.
Charlie abrió el termo rojo de metal, ajos y calabaza, Giselle se molestaría con él por llevar eso a su hogar, pero reconocía que aquellas gentes tenían un don para la sanación, necesitaba recuperar fuerzas o ese paso terminaría tan muerto como Giselle. Charlie tomó el termo metiéndolo entre las compras, sacó su cartera y cuándo iba a pagar, Dory negó poniendo su mano sobre la de él.
—No se preocupe por eso Mr. Charles, este es un pueblo pequeño aquí nos cuidamos entre todos, es más, sé que usted no es creyente pero por aquí rondan cosas malas que nadie quiere toparse en la noche. Si es víctima de algo así, sólo debe llevar esto en su cuello y podrá sentirse protegido, tal vez su mal no sólo es del cuerpo si no también del alma— respondió la mujer entregándolo una cadena de pedrería azul lapislázuli que tenía una enorme medalla dorada con la imagen de la Virgen cargando al Santo Niño.
Charlie miró el objeto, la sensación de despertar de un trance se hizo notoria al tener el objeto entre sus manos, aquello no podía seguir así. Debía dejar a Giselle, no importaba los votos o lo que hubiera pasado entre ellos, el matrimonio duraba hasta que uno de los dos falleciera, Giselle ya lo había hecho.
Tras agradecer a Dory, Charlie salió de la tienda, subió a su pequeño Mini Cooper rojo y puso marcha de regresó a la enorme mansión que se dibujaba muy diferente en su mente ahora que la claridad regresaba a él. No era una mansión lujosa en donde vivían, era un enorme castillo medieval que durante diez meses le estaba sirviendo de prisión a Charlie, no quería vivir así, no quería morir lentamente de un amor enfermizo que ahora dudaba fuera amor.
—Me amas, sí cómo no, por algo sabía yo que yo no era para ti— musitaba Charlie mientras giraba en las peligrosas curvas de la carretera.
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Pronto Charlie regresaría y Giselle sabía que tenía que salir de su ataúd antes de que él regresara, odiaba verla salir lentamente de aquella caja de muerto y en más de una ocasión se lo había mencionado. Todo se había vuelto tan complicado desde que estaban juntos, debía de guardar la compostura ante la carne cruda que Charlie le servía para cenar, debía de tener cuidado al irse y levantarse de su cama, no estaba con Charlie a menos que fuera para tener sexo y sus salidas se habían limitado a pasar dos horas en los jardines del palacio antes de que Charlie se fuera a dormir.
¿En que se estaban convirtiendo? Ni siquiera le había permitido conseguir un trabajo fuera del castillo, ella temía por que fueran a encontrarla mientras dormía y por ello Charlie trabajaba desde casa. El romance de cuándo se conocieron había muerto en una serie de pasos para poder tratar de llevarse mejor, Giselle comprendía entonces la injusticia que había cometido, amaba a Charlie y él a ella pero era Charlie quien estaba sacrificando todo por ellas.
Escuchó el auto frenar abruptamente afuera del patio principal, Giselle emocionada se levantó de la silla del tocador y corrió a abrir la puerta a su amado, tenía un plan y esperaba que Charlie estuviera de acuerdo con él. Aquello podría salvar no sólo su matrimonio, si no la vida del mismo Charlie quien agonizaba por complacerla, la alegría de Giselle se vio opacada al encontrar la medalla colgada al cuello de su esposo y percibir el aroma del té, escondido entre las galletas y el cereal.
—No vas a entrar en mi casa así— dijo con firmeza Giselle cruzando los brazos frente al enorme portón.
Charlie miró con desdeño a la mujer frente a él, las venas moradas sobresalían en su cutis su cabello negro tenía canas enormes a los costados y hasta los colmillos se le veían sucios y poco amenazantes. Estaba cansado y no lidiará con eso, por lo que tirando las compras en el suelo regresó al auto, quería comer, descansar, tener una buena noche de descanso, que importaba lo demás.
—¡A la mierda!, pasaré la noche en una posada, ¡no pienso tolerar esto!— agregó Charlie bajando la ventana y poniendo marcha al auto.
—¡Charlie!—gritó Giselle dejando que una lágrima rodara por su mejilla mientras echaba a correr tratando de alcanzarlo.
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Encerrada en su habitación, Giselle destruyó todo lo que estaba a su paso, las fotos de la boda estaban hechas añicos en el suelo, había arrancado cortinas, desgarrado la ropa de Charlie y hasta el vestido de novia. La impotencia dentro de Giselle dejaba que las alas enormes y las filosas garras salieran a relucir, su rostro se deformaba por los colmillos largos y la luna volvía a teñirse de sangre con la rabia de su ama.
Ya no había conciencia humana que le detuviera, tenía hambre, hambre de gozo, hambre de carne y sangre fresca que sólo Charlie había podido controlar durante todos esos meses pero que ahora le era negada y en un estado de sed insaciable Giselle revelaba su verdadera forma ante el mundo.
Recordando tiempos de antaño, Giselle subió por la torres llegando al tejado, un chillido agudo escandalizó a los animales del bosque y saltando, Giselle emprendió el vuelo por sobre el campo y la ciudad en búsqueda de alimento suficiente para saciar su hambre. Había pasado por aquel sufrimiento mucho antes de conocer a Charlie podía soportar esta necesidad de su cuerpo y calmarla cómo sólo su gente sabía hacerlo en una noche de caza desenfrenada donde sólo los instintos le harían sobrevivir.
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Charlie se tambaleaba medio ebrio entre la gente que iba a la posada, en su mayoría turistas o jóvenes desesperados por una nueva aventura, la amargura de estar perdiendo a Giselle se estaba apoderando de él, no era cómo que fuera tan malo verla en esa forma desnuda o tener que servirle de bolsa de sangre. Giselle le había compensado también, recordaba las maneras tiernas en que recordaba sus aniversarios, los cumpleaños y las festividades que aunque ella no celebraba lo hacía por él, Giselle trataba de luchar con su familia, con su cultura, con su propia naturaleza y sólo pedía que la mantuviera viva.
La mesera gritó su nombre para poder entregarlo el plato de verduras que había ordenado, Charlie corrió de regresó a su mesa para poder recibirlo, la mesera le entregó los aderezos y los cubiertos y se alejó de ahí. Charlie miró los alimentos, era extraño no ver carne entre algo que era tan común de comer para los humanos pero que debido a la dieta de Giselle él había dejado de consumir.
Giselle, volvía a su pensamiento al imagen de su esposa, tierna y un poco loca pero finalmente suya, se había quitado la medalla y se la había dado a la mesera hacía apenas unos minutos, pues la sensación de que esa sola acción dañaba a Giselle le hizo querer arrancársela. Amaba a su esposa, estaba decidido a regresar, quería estar para ella toda la vida, toda la eternidad de ser necesario, si ella así lo quería.
Iba a dar el primer bocado para recuperar fuerzas, cuando su teléfono sonó, era Giselle, parecía que ella intuía su pensamiento reconfortante de Charlie y en su miedo e inseguridad telefoneó a su esposo. Charlie no dudo en responder, quería estar con Giselle, lo había prometido en las buenas y en las malas y si ahora estas eran las malas estaría para ella.
—Giselle, amor…—iba a decir Charlie cuándo la voz en llanto de Giselle le heló la sangre, jamás la había escuchado tan aterrorizada y llorando.
—Charlie, Charlie, por favor, por favor, amor perdóname, por favor, necesito que vengas— suplicaba la mujer hecha un mar de lágrimas.
Charlie dejó el plato y un billete de doscientos sobre la mesa, tomó su abrigo, corrió al auto y puso marcha de regresó a su hogar, esperaba no sufrir ningún accidente mientras andaba por las colinas pero era necesario encontrar a Giselle. Jamás la había escuchado llorar, jamás la había escuchado desesperada, algo había sucedido y quería saber que, Giselle le necesitaba, él la necesitaba.
Los temores de Charlie se hicieron realidad cuándo encontró un enorme charco de sangre salir por debajo del portón de madera, era mucha y ya había corrido por la escalera y se dirigía al camino principal, con todo y el hambre de Giselle no la creía capaz de hacer algo tan escalofriante. Con miedo, bajó del auto, sus zapatos se mojaron bajo el río de sangre, que salpicaba sus pantalones también, lentamente empujó la enorme puerta de entrada y tuvo que aspirar fuerte para poder aguantar el asqueroso aroma que emanaba del interior.
Apilados por todo el patio interior estaban cientos de cadáveres de personas de todos los estratos y nacionalidades, sin extremidades, sin cabeza, medio comidos, medio bebidos todos masacrados y apilados cómo si fueran sólo trozos de carne. Charlie quería regresar al auto, sentía náuseas, pero tenía que encontrar a Giselle, eso no era normal ni siquiera para alguien cómo ella, algo pasaba y debía de encontrarla pronto.
Charlie se introdujo en la casa, el fétido aroma le atormentaba conforme entraba y encontraba más y más cuerpos apilados en los pasillos y sobre los muebles. Pronto los ríos de sangre comenzaron a cambiar de color, de un sangre brillante se tornaban purpúreos o negros, pegajosos y espesos cómo la miel con un aroma aún peor que ha muerto.
Finalmente encontró a Giselle sentada en medio del charco de sangre al centro del salón principal, aterrorizada de sí misma, con la mirada perdida en su forma humana pero desnuda con la boca goteando sangre. Su palidez se había vuelto verduzca, el cabello completamente blanco, los ojos vidriosos y toda ella abrazada de sí misma, hecha ovillo en medio de tanto caos que parecía perturbarla.
—Giselle, ¿Qué sucedió?—preguntó Charlie seriamente tratando de acercársele.
—Traté de comer, pero volví el estomagó Charlie— dijo Giselle con una voz infantil.
Charlie se quitó el abrigo y cargando a Giselle envuelta en este, subió la escalera con ella, la metió en la tina y limpió la sangre en su rostro y cuerpo, el aroma no se iba y varias veces vio cómo Giselle regresaba litros y litros de sangre purpura. Algo estaba mal con ella, Charlie reconoció que necesitaba ayuda, tras meter a Giselle en su cama y abrigarla, cerró las cortinas, en su estudio encendió la computadora y envió un correo a la única persona que podía ayudarle.
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Los servicios familiares llegaron apenas un par de horas después de haberlos contactado, entre un grupo de sirvientas bien preparadas limpiaron el lugar dejándolo tan impecable cómo si nada hubiera sucedido. Charlie reconoció que cuándo la familia de su esposa se decidía a tapar toda evidencia sabían lo que hacían, prepararon cena para ella y para él teniendo cuidado de mantener una dieta sana en ambos, Charlie se veía un más agotado que antes pero reconocían la devoción que tenía para con la más mimada de los Alucard.
—¿Dices que estaba vomitando sangre morada y tenía mucha hambre?—preguntó Erick tomando la temperatura de su inconsciente sobrina.
—Tuvimos una pelea, no sé qué hizo mientras estaba fuera, yo, no lo sé, debí quedarme con ella, porque no lo hice, nada de esto hubiera pasado— se decía Charlie un tanto molestó consigo mismo por no estar para hacer algo.
—De cualquier modo no podías hacer nada Charlie, Giselle se maldijo a sí misma sin darse cuenta, sólo podrá beber de tu sangre a partir de ahora o morirá envenenada— respondió Erick cerrando el maletín médico.
Charlie se dejó caer contra una silla, estaban condenados, uno de los dos debía morir si quería vivir el otro, Giselle moriría si no lo devoraba lentamente hasta matarlo y él moriría si dejaba que Giselle terminara de comerlo. Debía de hacer más, tal vez debió dejar que lo convirtiera, tal vez no debieron casarse, su mente se llenó de tal vez hasta que Erick lo notó, la debilidad humana le era tan irrisible.
—No podías hacer más, muchas parejas mixtas pasan por lo mismo—respondió Erick dejando la habitación.
Charlie permaneció varios días sin despegarse de la cama, las tías de Giselle eran las encargadas de mantener el orden en el castillo mientras los dueños recuperaban fuerzas. Charlie esperaba que Giselle despertara de su envenenamiento, quería encontrar una solución y necesitaba a su esposa para eso, no podía conformarse con el diagnóstico de Erick.
Tras unas semanas Giselle despertó alegre de seguir en el mundo mortal y agradecida de que Charlie trajera a sus familiares, Erick le explicó lo que le había sucedido sin rodeos, fue cuándo el rostro de Giselle se ensombreció. Su mayor miedo se había hecho realidad, perder a Charlie para siempre no era algo con lo que quisiera vivir pero tampoco quería dejarlo sólo, lo necesitaba y él a ella.
Dos días después sus familiares se fueron, era necesario que la feliz pareja siguiera con sus vidas, sentados a la mesa Charlie y Giselle evitaban el tema viendo sus trozos de carne cocida y cruda frente a ellos. Debían hablar, debían resolver aquel asunto pero tampoco tenían el valor para enfrentarlo, querían hacerlo pero no sabían cómo y peor aún conforme los días pasaron Giselle y Charlie dejaron de hablar.
Se evitaban todo el tiempo tratando de evadir el tema mientras en el estómago de Giselle la desesperación tomaba lugar y un idea se formaba en la mente de Charlie, debía terminar con el sufrimiento de Giselle antes de que ella acabará con él.
—Charlie— dijo finalmente un día Giselle cuándo su rostro se demacro y su cabeza permaneció blanca.
—¿Qué sucede linda?—preguntó Charlie quien había recuperado su forma y fuerza y parecía más vivo que nunca, cómo un renacimiento de la muerte, un fénix que volvía de las cenizas.
—No puedo más Charlie— agregó Giselle.
—Lo sé querida— respondió con cinismo Charlie al ver a su anciana esposa apenas levantarse de la mesa mientras se dirigía hacia él.
—Creo que sabemos cómo terminará esto Charlie— respondió Giselle abriendo lentamente sus alas mientras Charlie tomaba secretamente un cuchillo de plata de la mesa y se dirigía hacia ella.
—Sí querida, sabemos cómo terminará— respondió Charlie.
Una sonrisa perturbadora se dibujó en Giselle que exponiendo su forma real saltó contra el pobre hombre enterrando sus garras en los hombros de este y abriendo con tal fuerza sus fauces que se rompió la quijada no sin engancharse a su cuello. Charlie pateaba y empujaba a su esposa tratando de zafarse mientras enterraba el cuchillo en la espalda de Giselle, entre más sentía su carne quemarse poco a poco debido a la plata con más fuerza Giselle enterraba su mordida en el cuello de Charlie.
Su cuerpo recuperaba lozanía lentamente, los embistes de Charlie perdían fuerza conforme esto sucedía, los minutos se hicieron eternos para Charlie. Ya no importaba mucho, Giselle, su amada esposa tenía lo que quería y ver su sonrisa extasiada y saciada era todo lo que ocupaba para él ser feliz.
—¿Charlie?—interrogó Giselle dándose cuenta de lo que había hecho mientras en sus brazos el último aliento de Charlie se iba con una sonrisa.
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La joven vampira permanecía todo el tiempo sobre el diván, acostada juntó a lo que ahora era un esqueleto, su cabello negro y largo resbalaba por el vestido de manga larga de terciopelo, sus labios carmín no dejaban de besar el cráneo que sostenía con ambas manos. Su pierna se entrecruzaba con el esqueleto dando la apariencia de querer acurrucarse con él, ella misma parecía un esqueleto andante que el vestido no podía disfrazar del todo y que dejaba entrever sus costillas.
—Mi amado Charlie, mi amado Charlie, cuanto te he echado de menos espero haber hecho lo suficiente para finalmente reunirnos de nuevo— dijo Giselle al esqueleto mientras sus ojos se cerraban lentamente al final tan esperado que devolvía una sonrisa delicada a la muerte viviente.
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