I.
Toco mi hombro y se acercó. Normalmente me molesta la cercanía, pero me dio gusto saludarnos. Repletas las calles de personas, ahí nos encontramos, y me preguntó después si eso era casualidad, le dije que sí; pero no lo sería lo que sucediera después. No es casualidad que, aún cuando me juré a mí mismo y al fantasma que viene a acecharme que le rendiría tributo a mi infortunio, me haya enamorado. Escucharle platicar sobre sus pasiones, sus gustos, bromear, vernos a los ojos, rozar las manos, acariciar el cuerpo, y todo aquello que hacen los tórtolos me han incitado a más y más; sin despojar del todo el miedo. Temo a equivocarme. Temo a que sea demasiado rápido. Temo a que se aburra y aleje. Cuento dos temores nuevos por noche, y al final, en mi cama reposan las esperanzas de encaminarnos juntos en esta ciudad, en su rancho y en mi pueblo. Ahí estuvo, y le besé y le sentí, y nos recorrimos y me acarició y me abrazó y nos volteamos y se alejaba burlonamente de mí. Nos miramos con soberbia. Y no pude hacerle sentir lo que desenfreno, mi pasión se fue y el miedo que intento ahogar al trasnochar re aparece en forma de pensamientos e ideas inclaras. Me besó con ternura, al menos, y al final, me dijo como tres veces que se iría, le cuestioné pero no supe cómo o por qué. Creí que se quedaría, al menos por más tiempo. Hablamos, bajamos, nos besamos, la encaminé y se despidió. Me rompió no decirle “quédate”. ¿Hubiera querido escuchar eso? Le quiero, me interesa. Me gusta y sé que le gusto, pero no sé si para quedarse conmigo.
OPINIONES Y COMENTARIOS