Por las ventanas se podía ver que una violenta lluvia que caía del oscuro cielo, chocando contra las ventanas… El viento silbaba ferozmente… Se encontraba en un oscuro salón…, y podía ver la silueta negra de una mujer, siendo asesinada de una horrorosa manera por otro individuo al que no podía distinguir del todo… El sujeto desapareció…, y comenzó a correr hacia la mujer, tirada en el suelo…

—¡Neo! ¡Neo! —Exclamaba una voz familiar.

Era su compañero militar Fritz. Podía oír el ruido de una llovizna, y los truenos. Se hallaba en una carpa color verde militar, iluminada por una blanquecina luz generada por una bola que había a su lado. Estaba acostado sobre una bolsa de dormir verde bosque, acompañada de una pequeña almohada blanca de plumas. A a su lado se encontraba Fritz, mirándolo con una sonrisa.

—Dormiste una buena siesta ¿eh? —le dijo mientras Neo se reincorporaba del sueño—. Vení, ponete la campera impermeable, que el general Lefebvre te espera en su oficina.

Neo se puso su campera impermeable que estaba tirada cerca de la bolsa de dormir, se levantó —la cabeza le palpitó por unos segundos porque se había levantado rápido—, y se dirigió junto a Fritz a la oficina del general Lefebvre (la base militar estaba en un campo). El cielo estaba lleno de nubes, tanto que no se podía ver ni una pizca del cielo.

Cuando llegaron a la entrada, Fritz le dijo que entre, que lo esperaría al lado de la puerta. Neo abrió la puerta y sintió un leve olor a cigarrillo y divisó al general Lefebvre sentado en una silla de madera, frente a su escritorio lleno de papeles, carpetas, y bolígrafos, iluminado por una lámpara azul. Con su boca sostenía un cigarrillo que despedía pequeño humo que se elevaba lentamente hacia arriba e inundaba la oficina.

—Saludos, Lovecgaft… —dijo Lefebvre— ¿pogque
esa caga?, pagece que tuviste una pesadilla hogible

—Nada interesante.

—En fin… Te mandé a llamag paga otoggagte ciegta misión… —comenzó a decir— como bien sabes, dentgo de dos años sucedegá la catgástofe del Y2K.

«Paga intentag solucionag este pgoblema, o entendeg su natugaleza, nos hagá falta un ogdenadog IBM 5100. El pgoblema es que el mencionado ogdenadog no existe más, pego si existe en los años setenta; pog ende, mañana a las siete de la tagde, con ciegta máquina del tiempo, viajagás
a los años setenta, paga conseguig el IBM 5100. El día de mañana se te dagá
las cosas y la infogmación adecuada».

—¡Si, señor! —dijo Neo, haciendo el saludo militar.

—Puedes getigagte.

Neo se fue de la oficina y, al salir, Fritz le preguntó:

—¿Qué te dijo?

—Tendré que viajar en el tiempo.

—¡Increíble! —exclamó— ¿cuándo?

Neo y Fritz, mientras caminaban hacia el área de entrenamiento, se quedaron charlando. Cuando finalizó el entrenamiento, Neo se bañó junto a sus compañeros, y luego de una cena, llegó la hora del descanso nocturno.

Llegaron las cuatro de la tarde y Fritz entró en la carpa de Neo con una caja mediana y plateada. Neo, que se ubicaba en su silla de madera, frente a un escritorio también de madera, escribiéndole a su hermano mayor, Ben, con lo que parecía ser un pequeño ordenador que le iluminaba el rostro, y un pequeño teclado.

—¡Hola Neo! —dijo Fritz— el general Lefebvre me mandó a decirte y darte ciertas cosas.

«Tenés que vestirte con la ropa de esta caja antes de las dieciocho y media. A esa hora va a venir el sargento Gutiérrez con una máquina del tiempo a llevarte a los años setenta y a darte ciertas indicaciones».

—Gracias.

—¡Nos vemos!… ¡y suerte! —decía Fritz mientras se iba.

Neo continuó tecleando las teclas del pequeño teclado, que formaban letras que formaban palabras que formaban frases en la pantalla

Media hora después hubo un pequeño entrenamiento. Todos estaban repletos de polvo y tierra, y el sudor invadía gran parte de sus cuerpos.

Neo se situaba sentado en un césped corto, verde, y húmedo, con Baird, un hombre de cincuenta años, al frente. Y al lado de Baird estaba Medad, un hombre de por lo menos treinta años.

—¡Así que viajaras a los setenta! —exclamó Baird, sonriendo, y levantando las cejas.

—¿Quéeee? —dijo Medad— ¿Enserio?

—Claro —contestó Neo.

—¿Cuánto apuestas a que no vuelve? ­­—le dijo Medad a Baird.

Baird soltó la carcajada.

—¡Oye! ¡Tú dices eso porque no tienes fe en Neo!

—Estaba bromeando —señaló Medad con una sonrisa pícara, dándole un golpecito en el bíceps con el codo a Baird—. ¿Por qué tendrás que viajar?

—Conseguir un ordenador IBM 5100 para solucionar el problema del Y2K.

—Apuesto diez mil Vergoldungs a que vuelve, pero sin la IBM 5100 —apostó Medad,

—Yo apuesto nueve mil a que vuelve con la IBM 5100 —exclamó Baird.

—Más te vale volver con ese ordenador —le dijo Baird a Neo, riendo.

Después de minutos, regresó a su carpa, y fue aquí y allá para encargarse de ciertas cosas. Descansó un rato y, al mirar su reloj, se percató de que quedaban veinticinco minutos para que comience su misión. Abrió la caja plateada que había apoyado en un rincón de la carpa, y vio un pantalón gris, unas botas negras, una remera y una gran chaqueta negra, y unos lentes de sol negros redondos y gruesos, que parecían sacados del futuro. Se fue a dar un baño y se vistió con la vestimenta anteriormente mencionada. Volvió a la carpa, esperó pacientemente unos cinco minutos sentado en la bolsa de dormir, y en la carpa apareció un hombre ya mayor con un pelo y una barba canosa y corta, con cara de amargado total. En las manos llevaba una caja de hierro con botones, una palanca, y alambre de cobre enrollado en un tubo, y lo que parecían ser antenas.

—¿Estás listo? —dijo apenas entró.

Neo asintió con la cabeza.

—Esta es la máquina del tiempo ¿sí? —Exclamó el sargento— Aparecerás en la ciudad más cercana, o sea, Oklahoma.

­­«Tendrás que encontrar a Thomas Cuthbert Lennox, un militar retirado que se encuentra en la ciudad en la que aparecerás. Él tendrá lo que buscas. Te aconsejo que trates de no alterar tanto las cosas, porque todo se puede ir a la basura. Apenas consigas la IBM 5100, regresa… Y, por cierto, te identificarás bajo el nombre Ion y el apellido Howcroft. ¿Quedó claro?»

—¡Si, señor!

El sargento le otorgó una pistola y cargadores, y una mochila celeste para guardar la máquina del tiempo a Neo. A continuación, Gutiérrez tocó ciertos botones de la máquina, y accionó la palanca. Las antenas comenzaron a generar pequeños rayos. Los rayos comenzaron a unirse y segundos después, una bola negra del tamaño de una miga emergió en el aire, cerca de los rayos. El sargento dejó la máquina del tiempo en el suelo y le dijo a Neo mientras se alejaba:

—Buena suerte.

La pequeña bola negra empezó a agrandarse hasta llegar al tamaño de una canica. Luego, de una pelota de fútbol. Luego, se agrandó rápidamente y se tragó a Neo y a la máquina, y al instante desapareció.

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