Horror arácnido

Horror arácnido

Mike Macflai

05/08/2024

El tren avanzaba con su ajetreo monótono a través de la mañana gris, empapado por una lluvia que parecía no tener fin. El vagón estaba casi en silencio, sólo roto por el murmullo de los rieles y el ocasional ronquido de algún pasajero dormido. Era la rutina: cuerpos inertes que se dejaban llevar hasta cada destino, sus mentes apagadas hasta el momento de la llegada. Yo, por costumbre, me refugiaba en un libro, hundiéndome en las palabras para escapar de la monotonía, para llenar ese vacío con algo que tuviera sentido. Leía con la esperanza de que, al menos por un rato, esas páginas me transportaran a otro lugar, lejos de la grisura que se pegaba al mundo como un mal presagio.

Pero algo me hizo levantar la vista. Un hombre, a dos asientos de distancia, se inclinaba hacia adelante, en esa postura que los durmientes adoptan cuando el sueño es más fuerte que la incomodidad del asiento. Algo en su cabeza me llamó la atención. Una araña, pequeña y blanca, se movía entre sus cabellos. Mi primer pensamiento fue de repulsión, y tal vez de lástima: -Pobre diablo- murmuré en voz baja. Mi mirada volvió al libro, intentando recapturar el hilo perdido de la historia. Pero una punzada de inquietud me hizo mirar de nuevo. Había más arañas. Seis o siete, emergiendo de su cuero cabelludo como si fueran parásitos. Un escalofrío me recorrió la espina dorsal, y por un momento sentí que algo me caminaba por los brazos. Sacudí la cabeza, como si pudiera librarme de la sensación de que esos pequeños horrores se arrastraban también sobre mí.

Miré a mi alrededor, buscando en los rostros de los demás pasajeros algún reflejo de mi creciente pánico. Nada. Nadie más parecía notar lo que yo veía. Los cuerpos seguían allí, inertes, en su propia ignorancia bendita. Las arañas, mientras tanto, se multiplicaban. Ya no sólo se arrastraban por su cabello; ahora cubrían toda su cabeza, trepaban por las orejas, entrando y saliendo como si estuvieran en su propio terreno, invadiendo su cuerpo como un mal inevitable. La escena era grotesca, y la repulsión me anclaba al asiento mientras el miedo se convertia en carcoma.

No pude soportarlo más. Me levanté de golpe, mis ojos recorriendo el vagón, buscando una salida o al menos una confirmación de que no estaba perdiendo la cordura. Pero los otros pasajeros seguían ajenos, atrapados en su letargo. -¿Qué carajos está pasando?- me pregunté, mientras las arañas comenzaban a bajar por el cuello del hombre, extendiéndose por el asiento como una plaga.

Entonces, como si algo en el ambiente hubiera cambiado, el hombre se incorporó bruscamente. Las arañas, en un parpadeo, desaparecieron bajo su cuero cabelludo, ocultándose como si nunca hubieran estado allí. Se levantó y comenzó a caminar hacia la puerta, su paso mecánico, su mirada vacía. El tren se detuvo, y mientras las puertas se abrían, él se volvió para mirarme. Una pequeña araña blanca emergió de su ojo izquierdo, deslizándose hacia su fosa nasal, y desapareció en su interior.

El hombre bajó del tren. Lo seguí con la mirada mientras se alejaba bajo la lluvia. Algo estaba terriblemente mal. Con cada paso, su figura parecía desmoronarse, desintegrándose como si la misma realidad lo rechazara. De cada fisura, de cada poro de su piel, emergieron arañas, miles de ellas, inundando la calle en una tormenta de patas y cuerpos. No dejó ni un rastro cuando la lluvia lo devoró por completo, como si nunca hubiera existido.

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