Ayer por fin rompí el último vaso del aparador.

Ayer por fin saqué los escombros que quedaban escondidos abajo de la alfombra. No fue bonito y mucho menos cómodo, pero fue liberador.

No quería hacerlo, lo confieso; aún guardaba la esperanza de que ese poco me alcanzara por si decidias regresar y esta vez quedarte. Como cuando guardas unos jeans viejos en el armario por si un día logras adelgazar: ¡eso era!; la esperanza. El “no lo tiro por si lo ocupo” el “no lo olvido por si vuelve”, y ayer después de tanto meditarlo hice lo que se supone debí haber hecho desde el comienzo: liberar espacio, tiempo y energía.

Sentía que moría, no podía creer que por decisión propia te estuviera desterrando, ¿cómo? si un día fuiste mi sueño inalcanzable, la estrella de navidad en la cúspide del árbol, el cigarrillo con café caliente en la terraza; mi canción favorita.

Aún no logró explicar quién hablo por mí anoche, quién por voz propia presionó el botón de pánico, quién del cajón rojo sacó tu recuerdo y lo hizo pedazos, pero sea quien sea que me estuviese orillando a hacerlo le agradezco con todos mis días soleados las noches frías de las que me liberó.

Claramente esto siempre me dolerá más a mi que a ti, pero he tenido tiempo de sobra para no culparme, después de todo: ¿Quién podría resistirse a tu sonrisa?

Me voy y no me gusta el camino, mejor dicho, no me gusta ir sin ti, pero entiendo que no eres mi destino y pesé a todo este dolor siempre desearé que seas feliz.

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