Las miles de cartas que te he escrito empiezan con la misma frase casual y en ocasiones de forma trágica, sepulcral – ¿cómo ha estado todo? Cómo si todo este tiempo hubiera estado sofocando en mis buzones de tantas llamadas, mis intentos de no perderme de ti y tus mudeces. He tenido que atender un par de veces los éxitos de carretera sin atravesar ninguna, siendo el hombre de azul, cuando es un vestigio del negro que cubre todo mi exterior, desde que no te veo. Por fortuna, la vida va bien o eso suelo decir; me absorbe la envidia hacia ti, debo confesar, en el pasar de todos estos días, empiezo a notar como las señales de lozanía y altivez empalidecen en mí, mientras tus ojos sonrientes, tu cabello rugoso, los plisados de tu abdomen, tus difusos muslos, tu encantada voz y tu atronadora sonrisa permanecerán joviales eternamente en mi memoria; Como si se confabularan en la paradoja de que te fuiste con el único afán de que te recordara; no como quien olvida a ratos, sino como quien nunca deja de recordar.

Quisiera saber cómo marchan las cosas de manera exagerada hacia lo ideal, porque desde afuera todo parece ir conforme con el plan, tengo esa fachada estética y artificiosa de que “aquí no acontece nada”, cuando pasa todo. He dejado de sentir interés y placer por esos momentos, situaciones y lugares que acostumbrábamos a disfrutar en conjunto y criminalmente; nuestra finura era el complemento de las carencias del otro, sumada a las complacencias de ser plenamente conscientes de estar absurdamente locos de amor.

Quisiera continuar diciéndote que todo va bien, que todo se siente en paz, pero no, los “quisiera” no son reprochables ni deleznables a mis deseos.

Estoy quebrado, desde que no estás.

Posiblemente estoy decayendo mentalmente o en verdad, algo en mi definitivamente se esfumó. Me he descartado en la respuesta oclusiva a cualquier invitación a permanecer, a ser la respuesta de negación a no estar, a ser el silencio de quien ya no quiere ser. Y te soy honesto, nadie ciertamente lo ha notado, he sido un buen interprete de mi catarsis, siendo el perfecto protagonista de mi elegía de amor insufrible.

Pero ya basta, no te quiero abrumar en la contemplanza de mis infiernos, sólo te escribo porque ansío otro color, tal vez podría ser un plumbago o un matiz de pervenche, pero no azul, el azul me está enlutando, secretamente. Las tardes son de un tonillo azul oscuro, diluvio y desvelo, bastante petulante; las noches del cielo se pintarrajean del azul oscuro de mis alucinaciones, de forma descarada; las mañanas se mancillan del azul cerúleo futuro. Sinceramente, anhelo otro color.

Por favor, tu mi amor inmortal, si aún te queda algo de esperanza en mí, por favor dame otro color, porque ya no sé cómo vestir y lucir de azul, las personas lo empiezan a notar, descubrirán que aún te amo y extraño, nadie puede saber que aún en el viaje de los tiempos, los cielos y las realidades, seguimos juntos. No es el momento aún.

Por favor, amor de mi alma, ya no quiero ser el hombre azul.

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