Hojas de Otoño

Era otoño, frío como cualquier otro otoño. No había diferencia entre este y los otros. Solo notaba la diferencia si te miraba, ya que parecías más hombre.

Y pensar que sigues siendo el mismo y a la vez cambiaste tanto. En todo esto pensaba y me fijaba mientras paseábamos por el parque mientras las hojas ya secas, caían de los árboles esperando llegar a la fría y húmeda tierra dejándolos desnudos.

Todo ese ambiente se mezclaba con el humo procedente del pequeño puesto que tenía la castañera a un lado del parque. Se podía percibir el delicioso olor a castaña mientras el frío de la noche caía poco a poco haciendo un grandioso paisaje. Un bello atardecer de color naranja, rosa y azul del cielo.

-¿Qué tal Pedro?

-Bien, hoy ha sido un día movidito en la facultad. La profesora nos mandó hacer un trabajo sobre el Siglo del Oro español. Parece interesante- Dije.

-Joder-respondió riéndose-Pues con ese tono parece que no te gusta tanto.

-Es que estoy cansado joder, te he dicho que ha sido un día muy pesado y largo. He querido que terminase pronto.

– Pues yo no se tú, pero yo no quisiera que fuera rápido este paseo contigo ni que se termine este día. Me agrada este ambiente y hablar contigo.

-Pues por eso se me hizo largo por que lo mejor siempre tarda en venir- ambos sonreímos mientras nos mirábamos.

Al llegar al centro del parque nos sentamos en un banco. Estaba helado y un poco húmedo. Tenía frío y maldije al cielo por no acordarme de traer la chaqueta antes de salir de casa. Lo único que me daba calor era un jersey rojo y una bufanda negra liada al cuello, tanto que incluso me apretaba un poco.

-¿Tienes frío? ¿por qué no te trajiste nada más que el jersey sabiendo que íbamos a estar fuera?

-Porque se me olvidó en mi casa. Al salir no me acordé hasta cuando ya cerré la puerta, y como no tenía ganas de subir de nuevo pues no lo cogí.

-Serás vago. Vamos a compartir la chaqueta aunque sea.- Seguido, se quitó la chaqueta e intento cubrirnos a ambos todo lo que pudo. Ya notaba el calor, no solo de la chaqueta, sino especialmente de Mario, quien me abrazó lo mejor que pudo para que el calor no se perdiera. Trasmitía un calor acogedor. Tal como la chimenea, tal como una taza de chocolate en pleno invierno. En ese momento me percaté de nuevo de que sus labios estaban resecos por el frío. Era normal, pero él era muy sensible y le salían más heridas.

-Gracias Mario. -Dije apoyándome aun más en su pecho.

-No se dan. – Mientras decía eso, se intentaba quitar un trozo de herida del labio. Antes se había quitado un poco y le había salido algo de sangre.

– No hagas eso, si no te sangrará de nuevo. Ya se curará, tu échate siempre protector para que no se te abran más.

– Eso hago siempre, pero es que no soporto tener ese trozo de piel suelta. Molesta.- Seguido se quitó de un tirón la piel con un gesto de dolor. Se notaba que eso dolía a pesar de ser una herida pequeña, y encima le había salido más sangre.

– Serás tonto, ahora te sale más- Intenté limpiarle un poco de sangre del labio con el dedo. A pesar de tener el labio dañado, se sentían cálidos y suaves. Tras quitarle un poco le acaricie la mejilla. Estaba fría e intenté con mi mano calentársela un poco.

– Habló el que se le olvido la chaqueta- dicho esto cambie la caricia de la mejilla por un pequeño pellizco.

– ¡Ay! Eso duele.

– ¿Por qué crees que lo hago?-reí.- te sangra aún. Serás tonto.¿ Tienes algún pañuelo o algo para limpiarte?

-No se ¿No tienes tú nada para limpiarme? Yo creo que sé como podrías limpiarme la herida del labio.-Dijo mientras se acercaba poco a poco. Sentía su respiración, su olor muy cerca, solo pude cerrar los ojos y esperar. En ese momento me besó y de repente el tiempo se detuvo eso si alguna vez empezó a andar en esa noche. Fue un beso reconfortante, sentía como si mi cuerpo recibía el calor por sus labios. Sentía como sus manos me agarraban, me abrazaban, me acariciaban y me transmitía su calor, su amor.

-¿Sigo teniendo sangre?- dijo con una risa burlona.

-Tonto, vaya beso mas salado. Pues no, no tienes sangre ya, al menos por ahora.

-Pues si me vuelve a salir, ya sabes lo que tienes que hacer- me volvió a besar, esta vez con más ternura y cariño. Ya definitivamente, no quería que acabase este día, esta noche, este momento a su lado. Siempre a su lado.

Era ya noche cerrada. El parque ya vacío, se cubrió de la oscuridad de la noche, en donde solo se veía gracias a las luces tenues de las farolas, guiando el camino lleno de árboles y bancos.

-¿Vamos a una cafetería?

-Vale, invito yo-dije.

-Vale, pero que sea la última vez.-En ese momento se apartó de la chaqueta y me la ofreció.

– ¿Eres tonto?¿acaso te gusta pasar frío?

– No me gusta, pero prefiero pasar frío antes de que lo pases tú.

-¡Pues entonces si que invito yo al chocolate, a este y al siguiente!

Reímos juntos mientras nos íbamos a una cafetería, en esta noche perfecta. En donde las luces cálidas eran las protagonistas, en donde mis sueños estaban haciéndose realidad, junto a él. Los dos, juntos, cogidos de la mano y besándonos a la luz del parque.

-¡Eh, estaros quietos gilipollas!- De repente un grito interrumpió el momento. La estridente voz procedía de una persona que se encontraba a nuestras espaldas a lo lejos, pero que rápidamente aceleró el ritmo hacia nosotros. El corazón me latía fuerte, el miedo se apoderó de los dos.

-¡Corre Pedro, vamos!-Me gritó Mario. El estaba tan asustado como yo. Ambos temíamos que nos alcanzara aquel hombre. Era una persona alta, con la cabeza rapada y muy musculoso. Poco a poco nos cogió ventaja, hasta que me alcanzó y me cogió de la ropa para echarme al suelo. Mario se dio cuenta y enseguida intentó ayudarme, pero aquel hombre era mas rápido y lo abatió en el suelo, le dio una patada en la boca y otra en la cabeza que lo dejo inconsciente. Yo miraba la escena con los ojos rojos y llorosos y con una expresión de terror. Tras acabar con Mario, vino directo a mi.

-¿Qué sois maricas?-dijo con una seriedad y un enfado en el rostro. Yo, abatido en el suelo y muerto de miedo no contesté. De repente me dio una patada en la barriga y me repitió la pregunta con mas fuerza.-¡¿Qué sois, unos putos maricones?!¡Contesta!

-S-sí. -dije con la poca voz que me dejó la escena.

-Putos maricones de mierda, deberíais moriros todos. – Después de decir estás palabras me siguió pegando.Me daba patadas en la cabeza, en la barriga y en la ingle. Puñetazos en la cara, me escupía, me insultaba, me martirizaba, sin haber hecho nada aquella noche. No perdí la consciencia cuando me escupió por última vez y se fue corriendo de la escena.

Silencio. Silencio sepulcral. Como si de un camposanto se tratase. Estaba consciente como dije antes, pero estaba conmocionado por lo ocurrido. En mi cabeza aun sentía los gritos de aquel demonio, en mis moratones y en mi boca sangrada aún. Palpitaba de una forma u otra el dolor, como si aún siguiera matándome a palos.

Mi mente estaba en blanco, en trance. Poco a poco intenté incorporarme de rodillas y mis ojos encontraron a Pedro. Poco a poco me fui acercando a su cuerpo, hasta que por fin pude cogerle en brazos y ponerlo en mi regazo. Tenía en la frente una herida que sangraba muchísimo.

-¿Hola, necesitáis ayuda?-se escucho a lo lejos una voz masculina.- ¡Señor Jesús, por favor llama a una ambulancia María, hay dos chicos heridos en el suelo y uno de ellos desmayado y sangrando mucho!- siguió diciendo mientras poco a poco se acercaba a nosotros.

Yo, herido y sujetando a Pedro inconsciente. En ese instante solo saqué inconscientemente una pequeña sonrisa entre las lágrimas que se me caían, humedeciendo el rostro de Pedro.

-¿Quieres que te cure y te quite la sangre de nuevo Pedro?-Dije mientras acariciaba su rostro y con la sonrisa aún en mis labios. Entre la luz del oscuro parque cubierto de hojas de otoño.

Darío Guerra García

«Lobo Reflexivo»

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