Historia De Una Biografía

Historia De Una Biografía

PARTE I

Capítulo 1

Cuando ella apareció en el patio de la casa pedí a todos que se marcharan, como si necesitase una privacidad que nunca había conocido. Sin razón alguna intuía que iba a suceder el hecho que ciertamente cambió mi vida para siempre. Tenía veintiséis años y corrían los setentas.

Éramos cinco hermanos y una mamá, Matilde. Ella solía esquivar una respuesta simple cuando le preguntábamos si de verdad era nuestra mamá ¿Sí o no? Cuando vamos creciendo hay dudas que se hacen difíciles de sostener; decidimos que sí, que todos éramos sus hijos. Doy fe porque lo recuerdo, que Pedrito, quince años menor que yo nació de su embarazo; y también Maite. Pero en cuanto a Lara, Jeremías y yo, sencillamente asumimos que también llegamos al mundo desde su vientre. Yo era el mayor de los cinco; habíamos aprendido que vivir como hermanos era más importante que preguntarse si realmente lo éramos. Nunca conocimos un padre a pesar de que varias veces llegaron hombres que se presentaban como los verdaderos padres y luego de un tiempo desaparecían.

Cada uno tenía en la casa su propia cama incluyendo a unos pocos arribados que se sumaban sin pedir permiso, se quedaban unos días, unas semanas y se iban sin decir adiós. En general eran chiquilines de la villa que buscaban cama, comida y cariño, las famosas tres ces; cierto es que escondían el pedido de cariño porque como es natural, avergüenza. Dos de ellos, el Cachón, un pequeño grandulón torpe que rompía lo que encontraba en su camino cuando se movía e Isabel, la única que venía del otro lado del arroyo, vivieron con nosotros unos cuantos años. Se convirtieron en “primos”, título que solo ellos consiguieron. Mi hermano Jeremías bautizó como “arribados” a los niños que llegaban porque leyó un día el título en el diario: “Arribaron los primeros evacuados”. Se refería al primer bus con niños de un pueblo vecino que estaba siendo evacuado por inundaciones y aludes de barro.

Con todo, éramos una familia, teníamos un mismo apellido, Bonilla y compartíamos la casa desde siempre, desde lo que da la memoria. Maite, tal como hija de su madre, siempre juntaba las cejas como sospechando; pero tenía buen carácter, de esos que no juntan enojo. Delgada pero no flaca y esos pelos claritos y muy enrulados que la hacían parecer siempre una pequeña nenita. Diez años menor que yo era suficiente diferencia para justificar mi responsabilidad sobre ella sin que ella asuma ningún respeto hacia mí. Desobediente. Yo la quería con insistencia, como se quiere algo que por poco no se alcanza. Era la compinche de su hermana Lara, cuatro años mayor que ella.

Salvo mamá Matilde, los Bonilla éramos todos delgados, en especial Lara, de carucha huesuda y narigona, de naturaleza alegre y siempre preocupada por defender al sexo femenino, al “sexo débil”, decía. Ponía orden y era la protectora de las chicas arribadas protegiéndolas del mandoneo de los varones. Rebelde. “Aquí no hay privilegios para nadie” declaraba repetidamente.

Hermanos, primos y arribados éramos un bochinche diario inevitable, sobre todo en las tardes y para la cena temprana. Matilde se mantenía al margen. “Tengo solamente dos manos” solía decir cuando la apurábamos. Mas no intervenía salvo que alguno pidiera más comida una vez terminado el plato; eso sí le molestaba. “No me venga con reclamo mocosita. Hay lo que hay y no hay más”, renegaba. Ella era así; parecía no haber aprendido a hablar; solo a retar. Nos sermoneaba típicamente cuando nos exigía las tareas de la escuela o pedía que la llevásemos al médico: “No sea desobediente con su madre”, chillaba.

De niño pequeño, de menos de doce porque me veo con pantalones cortos, guardo una escena grabada con la nitidez indeseable con la que se recuerda el dolor de un primer desprecio. Una noche Matilde estaba muy enojada conmigo por enterarse de que había mentido algunas veces haciendo la rabona; no había ido a la escuela, nada de otro mundo. Estábamos en la cocina y llorando con furia, pegándome en la cabeza y en la cara me gritó: “¡Podría ser puta en vez de estar preocupada por tu educación, impiastro!”. Por años creí que todas las madres eran como ella; creía que era normal crecer sin tener a nadie que perdone lo que hacía con mi vida.

Creciendo a los tirones entendí en aquellas palabras brotadas de su repentina rabia, alguna dosis de pura verdad. “A su modo se esfuerza por nosotros”, razonaba en defensa propia. Por extraño que parezca me sentí aliviado y afortunado de reconocer en Matilde una tenaz voluntad de decencia; pero me costó un enorme esfuerzo verla como buena mujer. Es que llevaba arrastrando otra llaga en la memoria, por un hecho ocurrido también en mis tiempos de niño. Atardeciendo casi oscuro en el patio, sentí jadear con fuerza detrás del árbol a Matilde que estaba con un hombre que la visitaba y al que reconocí como uno de nuestros supuestos padres. Me asusté primero, luego entendí, evité mirar y yéndome con miedo de hacer ruido, escuché:

– ¡Anda el niño por ahí!

-¡No importa! – balbuceó ella.

¡Eso duele! “No importa”, duele. Me sentí insignificante y creo que es así como nació esa palabra dentro mío. “Insignificante”. No importa.

Al hombre lo vi un tiempito y no más. Supe después que en la vida hay muchas más historias, infinitas historias; supe que hay prostitutas que quedaron en el descuido de los dones y otras que incluso hacen trabajar a sus hijas. Al fin, Matilde evitó ese destino a mis hermanas y la humillación a todos. Nunca se lo agradecí a pesar de que nos enseñó a decir “gracias” y pedir “por favor”.

Me cuesta Matilde, mamá. No la encuentro riendo en mi memoria; su cara áspera tenía el enojo estampado, lista para el reto. Corpulenta, pelo rubio siempre despeinado y sucio, piernas gordas. Para ser preciso, no había sonrisas para mí pero sí para otros. A Pedrito, el bebe, Maite la linda y a Lara, los quería con demostración, les tenía paciencia y los defendía de Jeremías y de mí, los hermanos grandulones que teníamos que “ayudar más y molestar menos”. Para ella, yo era siempre culpable de lo que sucedía, como si genéticamente estuviese impedida de razonar en mi favor.

Aunque…es justo decir que con el tiempo fui reconociendo en ella, a otras Matildes; la que me preparaba el yerbeado, cocinaba siempre una rica cena, contaba historias inventadas y divertidas y aburridas también. O se sentaba a controlar, como podía, que se terminaran las tareas de la escuela. O cuando nos gritaba “no se pelien” que no solo era por el barullo sino que era la orden de proteger lo que teníamos. Cuando fui sumando años ella fue confiando en mi juicio de hijo mayor para administrar el poco dinero de la casa y me puso a cargo de los más chicos: – “Ya es hora que te ocupes de tus hermanos, ¿o crees que siempre estaré yo para todo?”

La casa no era tan grande pero cabíamos todos. El frente, de un color cualquiera como el de todo El Bajo de Lorrico, el lugar donde nací, tenía una vieja puerta de acceso. A diferencia de todas, nuestra puerta no tenía rejas. Se pasaba por un zaguán y de ahí directo al gran patio. Luego dos habitaciones contiguas hacia la izquierda; en una dormía Matilde con mis hermanos Pedrito, Maite y Lara y en la otra Jeremías, yo y todos los arribados que entraran siempre que cada uno tuviera una cama cucheta. Rara vez dormía alguien en el suelo. A la derecha, una cocina comedor amplia y siempre desordenada, llena de sillas, dos mesas, banquitos, bolsas de ropa suelta, la heladera y el horno. Con todo, la casa era limpia, de una limpieza que se notaba poco pero enseñaba el valor de la dignidad. Se vivía en el patio, enorme y desvencijado, con macetas remendadas pero plantas cuidadas. Al fondo un árbol grande, un timbó que daba buena sombra, aunque podría tener mayor envergadura si fuera su ambiente propicio. Había también un limonero pinchudo y unas plantas de tomate, calabacín y lechuga.

Cien veces escuché los planes de Matilde para seguir construyendo más habitaciones en ese patio o agrandar el comedor. Por suerte nunca se logró. Porque yo me crié ahí, en ese patio, entre las macetas, la enredadera del fondo, poniendo trampa para los ratones, en mis escondites personales. Allí festejábamos cumpleaños inventados, las funciones de títeres para los más chicos, fiestas al fin del año y hasta se recibían las penitencias de Matilde. Incluso durante un tiempo hubo un arco de fútbol que un día desapareció. Ninguno apoyaba el proyecto de agrandar la casa porque vendrían más niños y… ya no sería lo mismo.

Por cierto, como hijo mayor también tenía la tarea de poner a los arribados de patitas en la calle si a Matilde o a mí nos parecían peligrosos… y los había. Los aceptados eran bien recibidos; los peligrosos, a la calle sin miramientos. Que no era un asunto fácil para mi carácter tímido que por entonces evitaba enfrentar a las personas. Terminé la escuela primaria sin haberme peleado con nadie pero escapándome muchas veces para evitarlo. La expulsión de los niños arribados tenía un proceso. Primero intentaba hablar por las buenas, después inventaba historias de violencia donde yo era el protagonista malvado. Luego los amenazaba y finalmente lo echaba a las patadas con la ayuda de todos. Igual, tengo que decir que por más que me resultara difícil, siempre estuvimos libre de peligros y problemas imposibles que bien conocíamos en otras casas. Y si parece desalmado echar niños a la calle, debo aclarar que por entonces el alma no estaba en mi diccionario; solo hacía lo que debía hacer. Evitar las drogas, ir a la escuela y obedecer a Matilde.

Cuando llegaba alguien de la calle buscando casa, comida y cariño yo debía estar atento a qué problema podría surgir. La primera medida para dejarlo arribar era que hubiese cama libre. Después, con la comida siempre había alguna solución. En esas condiciones se aceptaba a todos, como “prueba” hasta que decidiéramos si se quedaban por más tiempo o no; la siguiente condición a cumplir: debían ir a la escuela; la siguiente: no ocasionar problemas. Los varones grandecitos quedaban bajo la mirada atenta de Maite y las mujeres bajo la protección de Lara; Jeremías y yo observábamos sin mas participación hasta que llegaban asuntos peligrosos; que aparecían de la nada, sobre todo con los que ya tenían edad suficiente para trabajar en la calle. Aprendimos que el que busca roña, suele aparecer como cordero. En resumen, unos pocos se quedaban, otros se iban y a algunos había que echarlos. Se trataba, al fin, de pobres almas contra pobres almas bajo la ley de Matilde.

El arribado Cachón por ejemplo, se quedó y fue nuestro primo dócil, acomodándose a todo. Era un cachorrón que llegó cuando tenía 8 años. Y la prima Isabel, que en cuanto la vi supe que no era de la villa, no sé por qué… su ropa, su mirada. Contó que un amigo de su padre la había querido violar en su casa del otro lado del Picaré y ante su rechazo la persiguió unas semanas hasta que comprendió que el único lugar donde estaría segura, era en nuestra villa, en el Bajo.

La violencia de los setentas era más cruda en la Villa, reconocida como un revuelto de muchas familias con algunas peleas antiguas como la de los Troncoso y los Lyndon. Había sobre todo, robos, trifulcas y hasta muertes apagadas. Armas, disparos y droga era lo cotidiano. Muchos niños y niñas eran echados a la calle golpeados para que trabajen; o por rencores, porque no alcanzaba la comida para todos o simplemente porque no venían de ningún lado y no tenían dónde ir y entonces buscaban resguardo en alguna otra casa como la nuestra. Así crecían con los enviones que les daba cada lugar. O debían partir solos, sin nada, buscando escapar hacia cualquier lugar que nunca podría ser peor que el que dejaban. Esta vida que nos rodeaba no fue la que vivimos los Bonilla. En parte quizá, gracias a que supimos evitar a los arribados indeseables. Aunque vinieran con los cortos o fueran nenas chicas, había que sacárselos de encima “antes que se afirmen”, según se decía. Antes que se afirmen en la droga. A buscar casa comida y cariño a otro lugar.

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Volviendo a la aparición de la mujer en el patio, presentí que estaba sucediendo algo especial. Estaba claro que no era una niña arribada; era una mujer adulta, preciosa, alta aunque no demasiado, un poco huesuda pero con marcadas curvas, limpia y bien vestida. Insistí en que los niños nos dejaran tranquilos pero fue inútil.

Tras la puerta de entrada que apenas se podía cerrar y de hecho permanecía entreabierta aún de noche, la mujer pasa por el zaguán y se para al entrar al patio. Me busca con la mirada y con cara de urgencia dice:

– ¡Tilde tienes que ayudarme!

Recuerdo la escena con gracia porque a pesar de su angustiosa actitud, mientras pensaba si la conocía y cómo sabría ella de mí, miraba sus pechos mojados bajo una blusa blanca, redondos, que adivinaba firmes. ¡Qué notable la memoria! ¿Cómo puede quedar tan grabada una imagen? Quizás porque en esa etapa de la vida, las hormonas dominan casi todo. Me impactó su figura indefensa, revestida con un vestido azul con pintas claritas, parada con los brazos caídos al costado, tan bonita… Piernas y brazos largos, rellenitos; pelirroja de ojos de miel clara. Aparentaba más años que yo, unos treinta… que en relación a los regodeos de mis acostumbradas jovencitas, la hacían toda una mujer.

– Claro, cómo no- respondí con naturalidad, disimulando mi sorpresa.

Llovía sin ganas como siempre en aquellos otoños. Y cuando llueve el bullicio reposa.

– Tilde, mi novio me engaña – dijo yendo al grano y bajando la mirada – el Roli-

– Ah, balbuceé…pero…

– …Y tengo un plan en el que entras tú como si fueras mi amante – prosiguió – De ese modo yo también le habré sido infiel.

Algo más continuó diciendo pero me quedé centrado en la palabra amante. Pasmado por la sorpresa y su falta de introducción al asunto, miraba con poco disimulo sus rosados pechos húmedos. Estábamos protegidos bajo el timbó del fondo. Mis hermanos y el resto de arribados daban vueltas por ahí; sonaban lejos.

– No me has dicho tu nombre – dije interrumpiendo su explicación, con la voz actuada, muy tranquila.

– Micaela.

– Micaela, cuenta conmigo – me apuré en anunciar, poniendo mis brazos en sus hombros y mirando sus pequeñísimas pecas en nariz y pómulos.

Se veía débil y conmovida. Evité el obvio comentario de placer que me esperaba haciendo el papel de amante.

– Tranquila, yo puedo ayudarte. …y soy buen actor – traté de sonar gracioso – ¿Me quieres contar un poco más? ¿Por qué vienes a mí?

Me miró a los ojos y se despegó de mis brazos.

– No te mentiré. He hablado con varios amigos del Roli a quienes les propuse lo mismo. Solo quedas tú. Todos están de novio y comprendo que no pueden arriesgarse…

Por un instante me enfadé; estuve por decirle que yo también estaba en pareja pero que me arriesgaría para ayudarla. Mas en aquel tiempo mis palabras eran más rápidas que mi pensamiento.

– ¿Por qué no empezaste por mí, Mica? – dije sonriendo sorprendiéndome a mí mismo y por supuesto a ella también.

– Pues porque eres más joven – demoró su respuesta – y simplemente no se me había ocurrido – contestó en el tono en que sale una mentira sin disimular.

Mi orgullo podía soportar sin inconveniente ser su última elección y no estaba dispuesto a dejarla escapar. Era muy linda debajo del escotado vestido azul con florcitas o algo que lo salpicaba de colores. Nos sentamos enfrentados con las piernas cruzadas, en la tierra oscura al lado del tronco liso del timbó. Ella llorisqueaba su pena y yo me sentía desorientado y afortunado y bobo por decir pavadas.

En el silencio apagado del momento, como quien encuentra el clima buscado para las palabras de su guion, dice:

– Te necesito Tilde.

Una pausa ligera y luego mirando el suelo quieto, agrega.

– ¿Lo entiendes verdad?

¡Uffff, qué impacto! Por primera vez en la vida escuché: “te necesito” palabras que dejaron una huella que se fue ahondando con el tiempo. Soñé esas pocas letras muchísimas noches desde aquel día.

Mi reacción fue visceral y en el momento, su ofrecimiento resultó seductor y no hay nada que me encienda más que la seducción. Puse mis manos palmas arriba y le pedí que apoyara las suyas sobre las mías. Todo fluía improvisadamente como siempre en mí. Micaela seguía hablando de la relación con el novio; yo ya no escuchaba.

– Mírame y no hables – interrumpí.

Entonces acaricié sus manos las di vueltas y froté con suavidad. No tenía idea qué estaba haciendo y dónde terminaría aunque mi concentración no salía de las palabras amante, senos y te necesito. La miraba con intensidad y noté que se calmaba y que yo también lo hacía. Me seguía mirando con esos ojos de miel rubia y el pelo corto, rojo pálido, enmarcando su cara pecosita.

– ¡Veo un aura blanca alrededor de tu cabeza! – dijo de repente abriendo la boca asombrada.

Detuve con esfuerzo los músculos de mi cara que podrían haber mostrado sorpresa e incredulidad. Su gesto de trance era por demás convincente.

– Poseo un don, una energía que puede ayudarte. No siempre es tan visible pero si tú lo dices así será hoy – afirmé.

Solté sus manos y toqué apenas su cara como el pintor que acomoda a su modelo.

– El color del rótulo en tu frente muestra más enojo que dolor – dije en forma segura y pausada siguiendo mi instinto – Hay azules firmes pero no son los violáceos de la angustia.

– ¿Cómo es eso? ¿De qué hablas? – preguntó plácidamente como si escuchase palabras de sentido habitual.

– Micaela te diré lo que estoy viendo en ti. Por favor escúchame en silencio. Cuando termine sentirás el alivio de quien descansa, ya lo verás.

Todo estaba en silencio en el ambiente lluvioso, en el patio debajo del gran árbol, en mi mente. No tenía idea cómo podía continuar el juego con aquella pelirroja de estilo directo y pechos amables. Me dejé llevar…

– Acepto tu invitación. Seré tu falso amante para los celos de él, si es lo que quieres. Pero no es lo que necesitas. Tu novio sabrá por sus amigos lo que estás buscando. ¡Piérdelo! Mereces alguien que ya no juegue. Tu tiempo es el del amor. Tampoco tú lo respetas a él. Tampoco estarás feliz volviendo a una relación insultada por esta mentira.

Forcé entonces un silencio más o menos prolongado mientras me sentí muy complacido por lo que había conseguido decir en total improvisación. Estaba ansioso por ver su reacción.

– ¡Piérdelo! – ordené nuevamente- Te sorprenderá lo fácil que será dejar atrás el enojo con él y tu frustración. Tu tiempo es el del amor. Nada menos –

Otra pausa mientras la miraba con la cara de más ternura que me pudiera salir, hasta que dijo:

– Veo todavía el aura. Eres brillante, maravilloso. Tengo que pensar en lo que me dices. Pero tienes toda la razón. Un ángel.

Le pedí que se quedara quieta, meditando en silencio. Continuábamos sentados con las manos tomadas; me levanté a puro impulso y me senté por detrás pegado a ella. La abracé despacio y la contuve unos segundos. Todo acontecía al tiempo en que las palabras decantan. Acaricié sus hombros y brazos lentamente. Estaba alerta de su reacción. Subí las caricias hacia el cuello y detrás de las orejas con el cuidado de un cazador que se aproxima a la presa. Evalué el momento…

– Relájate Micaela. Cierra tus ojos y déjate llevar – susurré – Todo va a estar bien. Ahora levanta tus brazos y déjate llevar.

Cuando obedeció supe que estaba lista. Desde atrás llegué a sus pechos y los acaricié y le pedí que ella se los acariciara y eso avivó el fuego. Nos paramos con urgencia y nos escondimos todo lo que pudimos detrás del tronco del árbol y pasamos cuatro o cinco minutos casi desnudos, entrelazados a buen ritmo hasta alcanzar la culminación del deseo. Nos vestimos con rapidez aparentando que mis hermanos no andaban por allí. No importaba.

Nos quedamos un rato más. Llovía con lentitud. Le regalé algunas palabras dulces, me besó y se fue.

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Ese día cambió mi vida. No por el breve empiernado con la bella Micaela. Mi relación íntima con mujeres era buena y había comenzado temprano. Ni siquiera por mi sorpresiva actuación de consejero. No, no fue eso. Que alguien llegue a mí, que me busque y se fije en mí. Que le brote asombro por mis palabras, que me diga: te necesito. ¡Eso! Eso me hizo creer por primera vez en veintiséis años que yo era valioso.

Capítulo 2

Micaela regresó al patio de casa al día siguiente y al siguiente y al siguiente. A las dos semanas me mudé a su cuarto en la casa de Romina, una amiga con quien vivía. Casa sencilla pero sobre la margen alta del río.

Lorrico es el pueblo donde crecí. Pertenece al distrito de Picaré, al centro de la Región de los Nísperos. Es un valle a 1.100 metros de altura entre montañas que dan nacimiento al Picaré, río que según se cuenta era muy caudaloso antes de la construcción de la represa “Las Compuertas” ochenta kilómetros al oeste. El agua del río decantó la tierra en el dique y desde entonces llega limpia al pueblo y lo atraviesa a lo largo dejando dos mitades desiguales. La más grande y linda es la parte alta, por lejos, el verdadero pueblo. Allí está todo el comercio, el cine, el club, el municipio, oficinas administrativas, plaza central, iglesias, el correo, el nuevo nivel terciario, el parque de las lomas, las zonas residenciales. La más triste, al norte, es mucho más chica y está unida por un viejo puente. Solo se ve un caserío monocolor sin árboles casi. Serán el equivalente a unas veinte manzanas de casas amontonadas en desorden, muchas a medio construir. El paisaje es de calor, ropa colgada y rejas. Le llaman la villa del “Bajo” porque hay una depresión natural del terreno, según dicen, por antiguos desbordes e inundaciones. Solo hay una edificación grande en la única calle con asfalto: la iglesia con la cruz en lo alto pegada a un patio y a la única escuela del lugar. El cura, el Gaita es el párroco y al mismo tiempo el director de la escuela. En la Villa muchas casas tienen un cartel de rebusque: kiosko, mercería, panadería, almacén. Hay zapateros, verduleros, roperías. Pegada al arroyo, una plaza para fútbol y un aro de básquet marca la zona donde el viejo de la bolsa transa la maría juana, raviol, tirol y otras mercas, según se sabe.

Lorrico, el pueblo alto, es mucho mejor según se nota con evidencia. Desde luego que lo sabía pero me costaba verlo así porque no es fácil aceptar que se vive en la mugre y al mismo tiempo no encontraba “bonita” a la ciudad supongo que porque la veía todos los días. Pero era linda para muchos turistas que llegaban todo el año. Siempre había gente mosqueando a su alrededor. Quizá era de su gusto el paisaje de montañas, los damascos y ciruelos florecidos en primavera, las calles angostas – que nunca van derechas- con subidas y bajadas. O puede atraer la plaza rodeada de viejos nísperos, que a mi ver solo ensucian. Desde luego sirven de excusa para vender a los turistas el sello “NSN” – néctar saludable de níspero- con detalle de la gran cantidad de propiedades que dicen poseer, vitamina AByC, potasio, virtudes para la piel, rico en minerales, etcétera. No creo en nada de eso. Los bares pequeños se llenan de gente con caras desconocidas, restaurantes llenos de turistas también, hoteles con combis estacionadas en la puerta promocionando excursiones y aventuras. En Lorrico hay poco tráfico de automóviles y el transporte público es en base a pequeños colectivos que les llaman “cabras”. Hay bastantes motos y muchas bicicletas que han amaestrado a las calles empedradas.

La casa de la amiga de Micaela, Romina, tenía dos habitaciones desvencijadas pero cómodas. En una ella y en la otra Mica y yo. En la sala, un televisor y el sillón de tres plazas en frente; una mesa cuadrada cubierta de un hule floreado (parecido al de la mesa de Matilde) pegado a la cocina; un baño con ducha terminaba el inventario. La casita quedaba en el alto, casualmente a una cuadra de la Escuela Normal N° 31 donde fuimos los Bonilla.

Eran días geniales con Micaela entregada a mí y olvidada de su ex, con risas y sexo intenso. Encontrar a esa mujer grande, pelirroja y fuerte, que me necesitaba, me mostró que mi corazón se emocionaba y me alegraba la vida. Un placer que me resultaba extraño porque, ignoro la razón, algunas veces en los últimos años me dolía la tristeza como una melancolía que pesaba en la mochila y buscaba quedarse en mí; me resistía y la rechazaba con payasadas o risas inventadas. Se iba después de unos días, secando mi energía y dejándome agotado. Mica ahuyentó todo aquello. Hablábamos del presente y así éramos casi inmortales, como los perros de la villa que no saben del mañana ni de la muerte. No nos contábamos los pasados ni planeábamos un futuro. Solo un presente continuo que – pensé un instante – hasta adormeció cualquier emoción vinculada a dejar atrás la casa que me cobijó veintiséis años. Sin embargo, debo admitir que yo solo por mi lado y casi a las escondidas, soñé con el futuro; todo una novedad en mi nueva vida de ilusiones. “Te necesito”, me retumbaba por dentro. Yo era valioso. No era invisible. Parece mentira que algo simple como soñar haya sido un despertar de golpe en mi vida hacia una vida más pretensiosa. Un tremendo golpe como el que se necesita para romper un candado de un martillazo.

No sé… acaso sea necesario imaginar cómo se vive sin sueños para comprenderlo.

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A poco de estar viviendo juntos, llegué de mi trabajo una noche y encontré una nota: Estamos en “La Escuelita”. El bar, a una cuadra y a la vuelta de la escuela N° 31, llevaba ese nombre poco original pintado en la pared, arriba de la puerta de entrada con la letra R de BAR pintada horizontalmente, acostada sobre la recta mayor presumiendo estar borracha. El lugar era mínimo, con paredes azules y bordó o verde…algo así; una mesa de pool, mucho humo y estanterías con cosas de almacén que el Ratón, el dueño, vendía a saladísimos precios. “Si lo quieres, págalo sin chistar” decía. El viejo tenía la manía de pelearse con todo el mundo. En mis tiempos de estudiante íbamos a La Escuelita escapando de clases a tomar cerveza y comer un pancho, que por ser caro, pagábamos solo de vez en cuando. Al irnos, el Cachón hacía siempre el mismo chiste; me miraba y en voz alta asegurándose de ser escuchado preguntaba: “¿Le pagamos hoy al Ratón o nos vamos?”. Pero volvíamos al día siguiente y para evitar rollos, cumplíamos. También es cierto que solíamos robarnos algo como regalo de revancha por el abuso de precios.

Apenas entré las vi en una mesa del rincón. Las noté raras, pero sin tranca.

– Til, tienes que ayudarnos, Romina te necesita – dijo Mica.

Su estilo sin vueltas no me sorprendió pero había algo más.

– Sí, lo puedo adivinar en su frente – solté como al pasar.

– ¿Puedes hacer una sesión con Romi? – siguió.

No habíamos vuelto a hablar del episodio de rótulos de colores, aura y dones. Al menos yo lo había evitado.

– Dejémoslo para mañana después del trabajo ¿Puede ser? – improvisé buscando tiempo o alguna pista de orientación. Di algunas excusas y acordamos vernos al día siguiente en el patio de Matilde. Sería un bochinche como siempre pero me pareció mejor, quizás me inspiraba, razoné sonriendo para mí.

– “Tilde, ya sabes que aquí todos tienen que consumir si se sientan en una mesa” – se quejó el Ratón cuando caminábamos hacia la puerta. Y ahí quedaron sus palabras detrás nuestro.

Ya en nuestra habitación, pensé en sacar el tema con Micaela pero era riesgoso porque no sabía qué idea le había quedado a ella de mi actuación de brujo en aquel primer día. Decidí callar por las dudas y porque no iba a arriesgar por nada del mundo la segura sesión nocturna de sexo entre senos. La pecosita en la cama era una mujer salvaje, creativa e insaciable. Mi parte favorita era al inicio, cuando se recogía el pelo para disponerse a la pasión. Mi experiencia sexual no incluía ni la mitad de su repertorio. Mis conocimientos venían de pinchadas rapiditas, las Playboys, algo en cine y las fantasiosas aventuras compartidas entre amigos. Uno de ellos, El Cholo Paolini les decía a todos que yo estaba “enconchado” con una mujer grande. Querían saber “qué hacía en la cama esa pelirroja que parecía tan yegua”. Detrás de ese palabrerío corriente entre machos yo supuse que estaba enamorado porque nada, absolutamente nada me importaba más que estar con ella.

Al día siguiente en el atardecer fuimos al ruidoso patio. No sé si estaba Matilde pero sí Pedrito y Lara con varios niños que jugaban. En vano les pedí que nos dejaran solos. Atardecía y no llovía.

Romina tenía una figura más pequeña que su amiga Micaela; de la misma edad aproximada. Nos sentamos enfrentados cruzando piernas debajo del Timbó. Guardé silencio y busqué una teatral concentración. Le pedí a Mica con suavidad pero decisión que se alejara un poco. Se sorprendió y obedeció. Romina también era linda. Inspeccioné con disimulo su pechos y muslos. Su piel morena y el pelo muy corto daban a la cara un gesto aindiado. Le pedí que respiráramos con pausas y cerráramos los ojos por un momento. Mi voz era tranquila y pausada. Pensé en cómo seguir. Improvisé.

– Mírame a la cara. Mantén la mirada fija en mí.

Tendí las manos frente a ella invitándola a que apoyara las suyas y comencé a tocarlas muy despacio, sin acariciar. Le dije que había una energía universal que debíamos conectar. Tras prolongada pausa, esperé que ella viera mi aura. Mi intuición no advertía ningún inconveniente.

– Empiezo a ver con claridad el rótulo en tu frente, azul intenso. Igual que anoche, muestra que estás inquieta. Pero tranquila Romina, no es el violeta de la angustia.

– Veo un brillo alrededor de tu cabeza – dijo asustada.

Como si nada hubiese escuchado – aunque sonreí por dentro con la satisfacción de quien está cumpliendo un plan inexistente – solté despacio sus manos y siempre mirándole la frente, le pedí que continuara respirando despacio y lentamente me dijese cómo podía ayudarla. Micaela miraba a unos metros, esperando. Con toda intención había transcurrido el día con ella evitando preguntarle qué tenía su amiga para contarme. Yo estaba concentrado y sabiendo que si ella veía mi aura ya estaba casi toda la tarea hecha. Acaso podría decir cualquier cosa porque ya estaba entregada a creerme. Seguía concentrado y confiando en que algunas palabras me surgirían después de escuchar su problema. Solo tenía que estar tranquilo y decir cualquier cosa pero de modo convincente.

Como no soltaba palabra, la alenté.

– Puedo decirte que ya veo tu rótulo azul celeste, mejor que hace apenas unos instantes. Es la respiración y muestra tu relajamiento.

Le tendí nuevamente las manos para recibir las suyas, frías.

– Me han prohibido ver a mi hijo. El juez le ha dado la custodia solo al padre y ya no podré visitarlo.

– Continúa Romina – dije con voz calma, como un cura acostumbrado a que la siguiente confesión siempre puede ser peor.

– Amo a mi hijo y no quiero dejar de verlo. Tengo miedo.

– ¿Por qué quiere el padre el cuidado exclusivo del niño? ¿Es amor?

– Sí, imagino que sí. También la novia le llena la cabeza.

– ¿Por qué te niegan al niño?

– Solo dijo el abogado que el fallo no había sido favorable.

-¿Fue una sorpresa para ti?

– Pues sí, claro. No entiendo nada de leyes pero nunca pensé que ya no podría verlo más.

– ¿Qué más tienes para decirme? ¿Aún percibes mi aura?

– Sí, perfectamente Tilde. No sé qué hacer.

Esperé un instante en búsqueda de algunas palabras atinadas. Su relato era extraño pero no quería hacer preguntas curiosas. Me tenté:

– ¿Qué edad tienes, Romina? – quise saber mientras esperaba alguna idea.

– Treinta y tres.

Dejé un silencio en espera. No quise mirar a Mica en ningún momento. Escuchaba a Pedrito y Maite andando por ahí. Era casi oscuro y ya no se veía. El único foco del patio estaba generalmente quemado. Me vino a la mente el recuerdo de la piel de Micaela mojada y caliente, de algunas semanas atrás.

– Hay dos cosas que debes hacer – empecé a decir, con parsimonia, esperando redondear una idea. En los tiempos de silencio buscaba parecer pensativo y concentrado, no lento.

– En primer lugar, habla con tu abogado – dije confiado – y asegúrate de que sea sincero y te diga toda la verdad. Sé que habrá sorpresas. Estoy viendo un disgusto.

En la sesión todo ocurre simultáneamente; mientras salen esas palabras, razono que es fácil que haya sorpresas y con abogados es fácil el disgusto. Cualquier novedad es una sorpresa. Me resultaba incomprensible que le prohíban ver a un hijo siendo que la tenencia de un menor – supe después que el chico tenía siete años – es generalmente de la madre. Algo singular había allí. Es sorprendente la velocidad con la que se piensa en todo. Siempre tranquilo, continué:

– En segundo lugar: ¡Búscate una compañía!

Abrió sus ojos huesudos mostrando con evidencia su asombro.

– Veo un cambio de color en tu rótulo – reaccioné – ¿Por qué te alarmas? Para que alguien se fije en ti – expliqué – deberás superar esta etapa y despreocuparte un poco de tu hijo. Así tendrás alguien más de quien ocuparte y a quién abrir tu corazón. Ese es el camino.

– ¿Recuperaré así a mi hijo? – dijo incrédula y algo desafiante.

– ¡Claro! Sin duda. ¿Cómo se llama?

– Lucas.

– Lucas volverá a ti. Pero no te puedo decir cuándo. Hemos terminado.

Le di un beso en la mejilla y le dije mientras nos incorporábamos que su rótulo se mantenía con el color de la tensión y que esperaba haberla ayudado.

Micaela se acercó con suave reproche diciendo que había sido largo y que los niños no dejaron de hablar y gritonear todo el tiempo.

– ¿Estás bien?- dijo mirando a una compungida Romina.

Se escuchó un “sí” tenue. Mientras nos íbamos, les dije que luego las alcanzaría. Quise quedarme un poco en casa. Romina se detuvo en seco.

– ¿A qué te refieres con “una compañía”? – dijo. Su mirada era brava…, como de quien sospecha que lo que ve no es todo lo que hay.

– Cualquier mujer sabe lo que es una compañía – respondí con la calma de siempre.

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Minutos después conversaba con mis hermanas. Maite me contó con preocupación que el día anterior llevaron de emergencia a mamá al hospital. Lara me reprochó no haber estado y se quejó de no poder ubicarme. “Ahora está mejor”, dijo. Estaban triste. Me aseguré que tuvieran bien anotado el teléfono de la casa de Romina porque en el trabajo era fácil que no me dieran mensajes y les advertí que solo me llamaran cuando fuese necesario. Por lo demás, no había problemas pendientes con ningún arribado. Pedrito iba a la escuela y estudiaba con buenas compañías; Maite también en la escuela y Lara y Jeremías, trabajando. Todo como lo había dejado semanas atrás.

– Pasaré todas las semanas – dije al partir. Matilde dormía. Me fui al bar “La Escuelita”.

Mientras caminaba pensaba que nunca había dado consejos; tampoco me los habían pedido. Y ahora en pocos días aparecí de la nada como un conocedor de problemas de vida. Me hacía gracia. No era extraño sin embargo. Mi desvergüenza, si es que así se la puede llamar, viene de no tener nada que perder. Yo improviso, todo puede suceder, actúo y me adapto y así vivo desde hace veintiséis años. Esa era mi conclusión al llegar al bar; no estaban allí. Seguí para la casa. Ya en la habitación, Mica parecía dormida pero abrió los ojos y me dijo que Romina arregló con el abogado una reunión para el día siguiente. Quise saber algo más pero chapuceó unas palabras que no entendí y se acurrucó en clara señal de seguir durmiendo.

Romina supo por el abogado que la sentencia estaba lista para ser firmada por el juez, pero aún no lo había hecho. Y según supe después por Micaela, la situación era que Lucas llevaba más de seis meses viviendo con su padre y la novia. Así habían acordado las cosas con Romina al separarse. Ella lo visitaba con frecuencia, el niño estaba bien y ella también. Veía a su hijo crecer de la mano de la crianza del padre. El miedo apareció de la nada con la noticia del abogado advirtiendo que la situación estaba por cambiar. Temía no poder visitar más a su hijo. En concreto para que la situación se mantuviera igual el abogado le pidió el pago de nuevos honorarios con el compromiso de que el juez suspendería la firma del fallo pendiente. Se trataba de una suma equivalente a la moto que Romina tenía previsto comprar.

Cuando Micaela me contó esta historia comprendí que su amiga estaba siendo víctima de un engaño. Que comprobé cuando por mi trabajo pude revisar el expediente donde figuraba un breve acuerdo de partes homologado por el juez con fecha anterior al pedido de nuevos “honorarios”. Romina se quedó con las visitas a su hijo, de a pie, viviendo con Mica y conmigo en su casa. Y buscando un compañero.

Capítulo 3

Nací algún día de 1950. Es confuso…Matilde asignaba un día de cumpleaños a los arribados pequeños que solían llegar sin identificación y sin saber su fecha de nacimiento. En la Villa había muchos indocumentados aunque para quedarse a vivir en la casa todos debían tramitar su cédula. Quizás ella me asignó a mí también un día de cumpleaños, no lo sé; el relato que contaba Matilde nunca me convenció. Lo cierto es que no he tenido padre conocido y es fiero dudar de que tu madre miente cuando dice ser tu madre. Muchas veces he creído ser el hijo de mi mamá, y listo; pero otras muchas muchas, he pensado que soy un arribado a quien mamá Matilde asignó el 14 de abril como mi día de nacimiento.

Mi hermano Jeremías es posible que haya pasado por esta intriga y recuerdo que alguna vez me lo hizo saber dentro de lo poco que hablábamos. Jeremías tiene tres años menos que yo pero nos separa mucho mas que la suma de unos años. Entre la timidez de mis primeros años y su solitaria melancolía creció un abismo que cabía en el metro de distancia entre su cama y la mía. Es flaco a lo Bonilla pero con los huesos de la cara muy marcados; mirada gacha con ojos oscuros y la piel amarronada igual al color dominante en el Bajo. Con Maite y Lara tampoco hablábamos de cómo llegamos a la casa. Solía hacer esfuerzos para encontrar en mi memoria a mis hermanas bebés. Tenía diez años al nacer Maite y seis cuando Lara. Sí tengo para mí el recuerdo de Matilde con panza de Pedrito y su llegada un verdadero 13 de mayo de 1965; yo estaba en la escuela y se aparecieron mis hermanas para avisarme que mamá se había enfermado. Llegué y estaba sola acostada llorando de dolor. Busqué a una vecina y a Jeremías y a una partera que la conocía. Pedrito nació feo y sucio. Después fue el cachorro de todos.

Esta memoria familiar es buen momento para contar que el apodo de “Tilde” comenzó en casa, en las mañanas de desayuno con pan de bono y mermeladas y a veces queso, con café o yerbeado en las tasas grandes de plástico celestes y rosadas. A mamá no se la llamaba como mamá sino Matilde. Yo sentaba a Pedrito a mi lado, tendría dos o tres años y aún no podía pronunciar el nombre completo de Matilde; le salía “Tilde”. Todos jugábamos con él incluso molestándolo tanto como se nos ocurría siempre que no estuviera la madre a la vista. Él terminaba llorisqueando y pidiendo auxilio me tiraba los brazos a mí, balbuceando “Tilde Tilde” como indicando: “Avísale a Matilde que venga”. La situación duraba hasta que aparecía su mamá como tromba a los gritos y puteadas. Y de esa repetida escena mis hermanos cambiaron mi Antonio, por Tilde. Pedrito estuvo orgulloso por años de ser el dueño de mi apodo.

El caso es que era riguroso el festejo del día asignado para el cumpleaños. Día de fiesta con adornos de globos en el patio y sombreritos, pitos, matracas, sándwiches, hot dogs y Coca Cola. ¡Festejo en grande! Nunca faltó la torta con las velitas. Eran divertidos. Lara ponía buen humor haciendo de titiritera y Jeremías se transformaba y parecía otro; Matilde cambiaba los gritos por las carcajadas. ¡Gran día! Había varios cumpleaños al año, todos los meses de seguro. Todo cambiaba. Preparábamos sesión de títeres abierta para los chicos del barrio que nunca sumaban menos de veinte. El teatro se armaba con dos bancos, el mantel y un palo de corredera. Los muñecos los hacían una vecina y mamá. Se inventaba las historias…en realidad entre todos armábamos historias aunque luego en la función no las respetábamos y salía lo del momento. A Maite le gustaba dibujar y en cada ocasión preparaba hojas pintadas con el nombre del cumpleañero y se colgaban en el patio junto con papeles en triángulos de colores brillantes. Mas los globos, música, torta y títeres y buen humor era todo pura alegría. No era sorpresiva la fiesta porque era una costumbre reconocida en la casa de Matilde y se mantenía la emoción en los días de espera. Con esta trampa asegurábamos que los momentos de angustia tuvieran la esperanza de próximo festejo de cumpleaños de alguien.

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Los Bonilla íbamos a la Escuela Normal N° 31 de Lorrico – quien sabe por qué se llamaría “Normal”- en el pueblo, en el alto. Matilde aseguraba que era mucho mejor que la escuela de la villa, la del Gaita, adonde deberíamos haber caído sino fuese por ella. Además quedaba a solo siete cuadras cruzando el arroyo. Durante la primaria de pantalones cortos en los mediados de la década del 50 y hasta terminar la secundaria con los largos, los Bonilla más la mayoría de arribados fuimos los únicos alumnos de la N° 31 que vivíamos en el Bajo. De algún modo Matilde conseguía año tras año las inscripciones y matrículas parar todos nosotros; no sabíamos cómo y además, en casa no se hacían preguntas indiscretas. Había rumores, obvio; pero Matilde se sentía muy orgullosa y nos refregaba que debíamos apreciar ese privilegio. Eso sí, había una condición:

– “Si cualquiera de ustedes, si uno solo de ustedes abandona o repite, los saco a todos de la 31 ¿está claro?”- bramaba cada vez que aparecía algún problema de conducta o calificaciones.

Cierto es que no fue fácil hacer amigos en la escuela. Vivir en la Villa era ser “un distinto”. Ingresé a mediados de la década del 50 y fui el primer “villero” que tuvieron mis compañeros. Esa fue la causa de burlas por años; aunque me afectaba yo no era el único que recibía menosprecio. Cada quien tenía lo suyo, con o sin razones. El Chueco Galindez lo pasó peor que yo, de seguro. También era un distinto porque tenía la pata derecha un poco más corta y usaba zapatones con tacos gigantes. Y a la Frutilla Narvaez le hicimos la vida imposible, tanto que un día estando ya en tercero de la secundaria, se fue llorando y nunca volvió.

En el tiempo de pequeño que di los primeros pasos por la escuela descubrí varias cosas. Que Lorrico Alto era muy diferente al Bajo. Que era amargo el sentimiento de estar solo con un problema en la cabeza sin tener a nadie con quien conversarlo. Y que yo era pobre.

Mi apodo era mi apellido. Yo era “el Bonilla” o “El Bajo Bonilla”. Y supongo que no hay nada más lindo que responder al llamado de nuestro nombre de pila como si fuera un llamado dedicado. Mas adelante cuando ya era Tilde para todo el mundo, traté de evitar que Jeremías, Maite y Lara pasaran por lo mismo que yo. Esa protección me costó que me llamaran “Mamatilde”, apodo que llevé por más tiempo del que hubiera podido soportar sin enojarme. Me sentía horrible. En mi defensa probé diferentes actuaciones; me enojé, me enfurecí, peleé, callé, cargué yo a todos…mas hiciera lo que hiciese, nada cambió.

– ¡No sea marica, impiastro! No me venga con huevadas y estudie, que para eso va a la escuela!- eran las palabras que recibía las pocas veces que en el primer año me quejé de los desprecios. Nunca más lo hice aunque llorisqueba escondido y confundido. Tendría unos seis o siete años, una edad muy corta para comprender. Mas al fin de cuentas sobreviví, estudié y no me fue mal. De hecho, muchas veces traté a mis hermanos como Matilde y mis compañeros me trataron a mí; con asperezas y sin tapujos. Parece que el rigor educa porque también ellos terminaron bien en la escuela que se terminó acostumbrado a los Bonilla del Bajo. Más adelante fue la inefable Maite la custodia de Pedrito que entró cuando yo terminaba.

En mis primeros años de la Normal las chicas tenían su mundo y nosotros el nuestro, como si viéramos la misma película en el cine pero sin comentarla a la salida. Me gustaba la Jara –Jaramillo- pero supongo que sería porque era la que me trataba sin diferencias. Hacíamos tareas juntos y alguna vez vino a casa. Mi primer beso húmedo, memorable, fue con ella. Entre los varones, el zurdo Mancuso era un crack con la pelota. Jugábamos en los recreos con chapitas de Coca Cola sobre el patio de baldosas. O con la pelota de cuero algunos días en la tarde. El zurdo no me ponía en el equipo a pesar de que yo jugaba bien; solo entraba si faltaba alguno. Pero nunca disfruté los partidos porque siempre estaba agregado y por bien que me salieran las cosas, al partido siguiente solo jugaba si faltaba alguien; yo no era importante, eso es seguro. Me daba vergüenza ir sin que me invitaran porque era evidente que lo hacía por si me elegían; resabios de aquello de mendigar cariño y tonterías de niño retraído que de seguro se notarían. En el patio de casa jugábamos con una pelota de trapo pero no era lo mismo. Además con el zurdo me llevé mal porque era el jefe en todo decidiendo qué se hacía y qué no, a quien embromar y cuándo y hasta cuánto. Me llamaba la atención que, al parecer, solo a mí me molestara su mandoneo. En una ocasión y como un hecho insólito entraron al aula los padres de Zamitto para hablar en defensa de su hijo, que era muy maltratado y el Zurdo les dijo parándose delante de toda la clase, que Zami era tan tonto que tardaba una hora en ver Superman -programa de TV que duraba media hora-. El lío que se armó quedó en las historias de la N°31.

Tuve una maestra preferida en la primaria, la Rosita, que también fue profesora de Literatura en la secundaria. Siempre que me hablaba me decía: ”Levante el mentón y míreme a los ojos Bonilla”. Rosita usaba el puntero de madera largo y afinado en la punta para pegarnos en las manos si nos encontraba hablando en clase o por algún otro motivo sin más explicación. “Las manos, las manos” nos decía indicando que pusiéramos las dos manos juntas sobre el pupitre parar que pudiera golpearnos. Y tenía buena puntería porque el tincazo tocaba solo la punta de los dedos para que doliera aún más. Era una violencia que me dolió hasta mucho después cuando supe que con Pedrito de cinco años el sistema de castigo-enseñanza no había cambiado. Pero para mí Rosita fue buena y aprendí.

Por alguna razón yo era buen alumno, bastante bueno. Terminé en los tiempos regulares, sin hacer mucho ruido ni cabrear a Matilde. Me parecía una cosa simple como tantas otras que había que hacer y se hacían. Y mis hermanos y primos también terminaron bien salvo Jeremías que le costó un año más. Quizá me ayudó estar más atento a los maestros que a mis compañeros. Mancuso se fue en cuarto, pero igual no conseguí ser parte del equipo de fútbol. Creo que mi timidez ayudó a generar un buen concepto entre los maestros. No era protagonista de las guaseadas sino que me mantenía al costado. “Aprendan de Bonilla”, escucho decir todavía a Rosita poniéndome de ejemplo ante toda la clase. “Y eso que nació del Picaré para el lado de los que tienen que pedir. En cambio Uds. que nacieron del lado de los que pueden dar, lo único que dan es disgusto”. Me enojó mucho escucharla decir esas palabras por eso las recuerdo. Me enojó que las dijera sin reparo alguno aunque fuesen ciertas. Reaccioné saliendo de clase, casi corriendo, mudo. Rosita trató de frenarme y me ordenó que vuelva a mi banco. En la entrada del aula, frente mío, me miró y me advirtió que si me iba debía volver solo con mi padre o mi madre. Me fui y volví al día siguiente, solo. Matilde no supo nada, como no supo nunca mucho de lo que nos ocurría en la N°31. Claro que sería injusto no reconocer que a los Bonilla nos ayudó volver a casa cada día y encontrar a Matilde esperándonos, pegada a nosotros con gritos, amenazas y golpes para que estudiemos. “Aprendan, que es lo único que los va a ayudar a defenderse en la vida”, nos martillaba. Ella misma aprendió a leer y escribir en esa mesa de la cocina. Todos le enseñábamos aunque Lara y Maite, siempre ellas, fueron quienes la acompañaron mucho tiempo por ese camino. Fue un tiempo en el que era frecuente escuchar puteadas y gritos y hasta llantos. Es que poner a Matilde en posición de aprender no era fácil a pesar de que fue ella insistentemente quien pedía que le enseñaran. Supongo que al fin se toleraban las rabietas entre mis hermanas devenidas en jóvenes maestras y la adulta aprendiz. Matilde terminó escribiendo composiciones con una facilidad que ninguno de nosotros tenía; tanto que se convirtió en un ritual leer sus guiones y relatos breves para las funciones de títeres cumpleañeros.

Así pues, mi mundo de entonces era la Normal 31 y mis tareas, la casa de Matilde y sus quejas, ningún padre, pocos amigos. Estudiando y cuidando a mis hermanos y arribados, evitando lágrimas y creciendo a los empujones, como cualquier niño del Bajo en Lorrico, en la Región de los Nísperos. Por ese tiempo no trabajé en nada que no sea ayudar en todo a Matilde y a la familia.

Terminada la escuela yo notaba que mi despertar iba atrasado. Mis compañeros hablaban de sus aventuras y flechazos con las chicas y ellas hablaban de ellos. Pero yo me quedaba escuchando fuera del partido. Fue solo la Jara quien se metió en mis hormonas por un tiempo breve. Ignoro el por qué pero bien sé que viví momentos difíciles en los que me escondía dentro de mí mismo sin querer mostrarme ni ver a nadie como quien se esconde después de perder un partido por goleada. No era suficiente terminar un día tranquilo porque había una insatisfacción de fondo que no me dejaba paz, me demandaba cambios y nuevas búsquedas sin sosiego. No podía imaginar soñar otra vida. Ni siquiera mis logros escolares o un día en que era bien aceptado en la escuela me hacían bien. “La gran mayoría de nosotros, los de este lado, viviremos sin cambios en toda la vida” me decía a mí mismo como reflejo de lo que veía en los mayores. Ese destino tan definitivo me mortificaba y me tiraba abajo como una gripe. No me había sucedido hasta entonces y parece que solo yo lo sufría porque en la casa y en la villa nadie hablaba de esta sentencia de vida. La fatiga de Jeremías – le pusieron “Fatiga” sus amigos- era cosa distinta porque no había rebeldía en su desgano. Yo estaba más temeroso del futuro que los demás, o más rebelde con el presente, o más inteligente porque podía mirar más lejos, o más estúpido porque no sabía estar en el presente. Esa es la confusión que me nacía cuando veía reir a Maite y a Lara y a primos y arribados, sin preocupaciones y sin las tristezas que yo sentía adentro. Pero al fin, tal como las gripes, eran emociones pasajeras y ocasionales. Nunca estuve en cama por ellas, no contagié a nadie y se iban solas en pocos días.

Terminé la escuela en el año 1968 y tuve mi festejo en el patio con una torta al “primer egresado”. Matilde estaba feliz, más que yo. Escribió una composición cortita de felicitación que fue el primer halago que recibí de ella en la vida y que llegó tarde y que interpreté como el último que recibiría. Me pusieron un sombrero que decía “Tilde 1°”. Hasta hubo una foto que registró el momento.

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Por entonces había aprendido a mirar a mis compañeros con más cuidado. De más chico no me daba cuenta de las diferencias porque no observaba y porque éramos todos iguales haciendo las mismas cosas. Pero creciendo y escuchando, las diferencias las fui reconociendo en las actividades que hacíamos, los temas de los que hablábamos, los lugares de reunión, la ropa, las amigas, los planes, las vacaciones. Todo era distinto. Todo. Fuimos casi treinta egresados, chicas y chicos que vivimos la misma escuela, los mismos maestros, los mismos compañeros y por lo tanto, creí que éramos todos más o menos lo mismo. Mis compañeros siguieron sus vidas y yo la mía, viendo a unos pocos; nunca más a Jara pero sí al Cholo Paolini, un compinche, al Pico Gomez y a Inecita Parés. No sentía demasiada necesidad de tener amigos y quizás me perdía algo, pero no extrañaba ninguna amistad. Yo solo era mi compañía y buscaba en mi interior las respuestas a mis pensamientos adolescentes. Todavía quedaba timidez y algún dejo exagerado del buen alumno que cumple con su deber. Con dieciocho años, flaco a lo Bonilla, con el pelo castaño bien largo y sin ninguna nota en mi aspecto físico para destacar, vivía una juventud como la de cualquiera que hubiera caminado en mis zapatos.

¿De qué otro modo vive alguien que nació en el Bajo, entre pobres, en la casa de Matilde? Con comida suficiente, eso sí. Pensaba que simplemente tenía la vida que se ajustaba a las experiencias que viví y no podía ser otra. Pero estaba equivocado. También yo era la consecuencia de las cosas que no me pasaron. El Gaita, ya lo he dicho, era el cura de la iglesia del bajo y el director de la escuela; descaradamente gordo y con cabeza de melón redondo y grande con apenas un pelo blanco cortito bordeando la calva. Vestido de cura, con el cuello blanco y las patas flacas por lo bajo se parecía a un palo de bowling. Pegada y unida por la sacristía, estaba la única escuela del Bajo, la “Tilcara”, que no se llamaba Normal y en cambio llevaba el nombre de un afluente de aguas arriba del Picaré.

Matilde evitó que fuésemos a la escuela del Gaita. Ni hermanos ni arribados pasamos por allí como sí lo hizo el resto de los chicos de la Villa. Todos en la Región de los Nísperos sabemos en qué terminó el Gaita. Fue denunciado por abuso de menores y en el juicio se comprobó que por años el gordo depravado hizo de las suyas. Fue condenado a prisión. Se decía en la ciudad que hasta el Vaticano supo de esos hechos. Lo querían linchar al gordo, tanto que fue trasladado a la cárcel de Libertadores.

En Lorrico estos hechos fueron un impacto tremendo para ambos lados del Picaré y para nosotros que nos salvamos, también. Llegaron muchos arribados buscando refugio y vimos lo que habían sufrido. Hicimos lo que pudimos pero todo sucedió después del destape de los abusos. Antes, nadie lo imaginó. El cabrón del Gaita tenía amenazados a sus dos ayudantes de la escuela que nunca dijeron nada pero se suponía que conocían el desquicio. Ninguno fue sentenciado. Demasiados chicos sufrieron, algunas nenas y también varones contaron con brutal inocencia lo que vivieron. Daba asco.

La violación más que ninguna otra cosa, produce en los pobres el mayor ultraje.

Capítulo 4

Por un tiempo, terminado mi ciclo escolar, mi vida fue tranquila. Lo pasaba bien en la calle y en el patio de la casa aunque escondiéndome de Matilde para escapar a sus órdenes continuas. A la hora de cenar todos debíamos estar en casa; Matilde era estricta, la comida está lista a las nueve de la noche, siempre. Y a esa hora se come. En una ocasión, Lara no estuvo, había salido con un arribado y no estaba de regreso para la cena. Tendría cerca de 18 años porque estaba terminando la escuela. Comimos a horario y luego salimos a buscarla; apareció campante como a las 12 de la noche. Matilde le pegó una tunda feroz sin preguntarle siquiera dónde había estado. “Para que aprendas, mierda” le gritaba mientras la golpeaba.

Mas, fuera de estos incidentes mi vida anduvo tranquila hasta que cambió cuando conseguí ser aceptado en “Los Petecos”. Como único requisito de admisión, robé un car-stéreo, con la supervisión de ellos; resultó muy fácil. Yo era el menor de la banda y estar adentro era importante; no cualquiera podía ser parte. De hecho en la villa había solo dos bandas y de unos pocos villeros cada una. Mi ingreso fue producto de la insistencia. Así es con la insistencia, que no funcionó para jugar al fútbol con el equipo de Mancuso pero sí con los Petecos. No sé bien por qué me admitieron; podría haber sido por mis buenos resultados en los estudios. Me hace gracia pensar semejante ingenuidad…

La razón de ellos no la supe pero la mía era bien clara. Quería estar adentro para defender a mis hermanos y a la casa. Pertenecer a una banda era protección de la buena. Aunque en esto de tener “razones” para hacer las cosas, a mis dieciocho años no tenía razones; mis pasos mas bien se decidían día a día, improvisando.

Sabía que las barras de “La Negra” y “Los Petecos” se respetaban porque había un pacto para no atacarse. El raterío no se metía con las bandas. En la plaza oscura del bajo, en las calles de tierra, dobladas con una esquina ciega cada treinta metros, ocurrían asaltos y robos cada día. Nosotros podíamos ser los actores pero nunca las víctimas. Éramos pobres contra más pobres y ese era el juego que jugábamos. Se sabía que andábamos con fierros –revólveres- o puntas – cuchillos, navajas – . La maría juana se fraccionaba y vendía en el bajo pero la clientela era mayor “arriba” – en Lorrico alto- por lejos. La cobija de la droga y la que le daba el nombre a la banda era justamente “La Negra”, una despensa sucia y oscura en la calle de más basura del Bajo. Allí el Picaré siempre se llena de lodo porque no corre el agua y se juntan botellas de plástico, bolsas de basura rotas y bicherío. Se decía que en La Negra se cocinaba cocaína. No estoy seguro porque no se hablaba claro del asunto y yo no preguntaba para no parecer interesado. Si estás en una banda, los Petecos, se respetan los códigos de la banda. Y entre ellos estaba las no preguntas sobre La Negra. El taita vivía en el almacén y era un chango grandote a quien vi pocas veces, de ojos escondidos, como de China. Nunca se veía a nadie en realidad en La Negra, solo autos; los pocos autos que se veían por la villa pasaban siempre por ahí.

La Policía con mucha probabilidad sabía todo lo que ocurría, mas los “guazos”, como los llamábamos, no se metían con el Bajo. Había un cuartel mugriento que era una casa de barro pintada alguna vez de celeste; en la vereda, un mástil bajito con su bandera y en una silla también en la vereda, un guazo sentado mirando el tiempo pasar. No se hacía nada de nada; ni siquiera se movieron cuando lo del Gaita. Mucho menos lo harían con el raterío diario.

El jefe de nuestra banda era El Peteco Andrade, Peteco. De muy pocas palabras, poco pelo y poca estatura. De gorrita para el día y la noche. Siempre con ruedas nuevas – zapatillas – y varias remeras con distintos colores, todas estampadas con el mismo símbolo de la paz como uniforme. “Acá la regla es la violencia ¿está claro?” solía decir. Sostenía que era el único modo en que seríamos respetados. Calzaba un fierro Meriden calibre 32 que lo mostraba como una medalla al mérito. El Peteco llevaba siempre pegada a La Petiza, su novia. Pocas palabras, poca sonrisa, muy poca. Yo era un aprendiz de malandrín y ellos tenían unos diez años más, andando por los treinta. Pero igual me aceptaban y me llevaban de “vista” cuando se hacía una brega. El Peteco me decía: “Ojo que un buen vista “intuye”, y señalaba el cielo con el índice, que puede caer un problema y lo avisa antes que sea tarde”. Esa era una de sus oraciones más largas. También estaba el Trompa Mariconda, el “su concha madre”, como también le decíamos; o “Violín”, por el apellido de maricón. Siempre que hablaba usaba el latiguillo de “su concha madre” cuando estaba nervioso, o intranquilo, aburrido o lo que sea. El cuarto era el Galleta con una novia con la que estuvo un tiempo y luego desapareció; se fue del pueblo embarazada. Éramos esos pocos, solo cinco y yo el menor y el último en entrar.

Quería ser aceptado rápidamente; había tardado años en ser “uno más” en mi época escolar y no quería repetir la experiencia de modo que hice lo que hacían ellos. Fumar, que nada me costaba porque en la casa de Matilde todos fumábamos según diera el bolsillo; ser bravo, dar respuestas ásperas, matón con los demás, tener desprecio y estar aburrido. Esas eran, en lo básico, las cualidades que imitaba. Lo cual incluía pinchar con alguna fufa cada tanto; con “biyuya” – tal le decían al dinero – afanada o a cambio de algún entuerto que requería enfrentar al cafiso.

Pero igual no me atraían las prostitutas. Tenía éxito con las mujeres; puede ser porque me veía bien en el espejo. Mis ojos oscuros eran redondos, la nariz bien ubicada en el centro de la cara triangular y alargada. Si me arreglaba un poco el pelo marrón y largo, pasaba bien. Me gustaba la conquista y ver a una mujer en la cama, ansiosa pero sin apuro, esperando mis tiempos, caliente. Nunca forcé a ninguna mujer. Que por cierto, en el Bajo llevaban las de perder. Las mujeres eran domesticables, en su mayoría; por eso cuidaba a Maite que era especialmente linda y simpática. Lara no era bonita mas su carácter ingenuo la ponía en peligro. Jeremías era un flaco feo y andaba siempre a contra mano; no se le podía confiar la tarea de cuidar a las chicas. “Me han hecho un crío” – dijo un día. Una amiga que pinchaba con Jeremías quedó embarazada y le dijo que el hijo que tendría era de él. En la casa nadie podía enterarse y a pesar de que mi hermano era muy corto conmigo, lo acompañé una tarde al Alto, a ver al médico. Allí se reunieron con la novia, le hicieron el aborto y yo pagué los gastos con plata del Peteco que tuve que devolverle palmo a palmo. No lo recuerdo pero aseguraría que Jeremías no me dio las gracias.

Aprendí desde entonces que debía pinchar con globo siempre. En la banda me cargaban enumerando todas las desventajas que traía mi cobardía, según se definía el ser precavido. Creían que me protegía por un tema de salud, para escapar a las venéreas y mantenerme sano. Por un tiempo me cambiaron el “Tilde” por “Cinzano”. Nunca conté lo del aborto de Jeremías, salvo al Peteco. En el tema sexual él y la Peti no decían palabra pero un código no declarado era que a diferencia de otras mujeres, a ella se la debía tratar con respeto.

Otro código establecía que tampoco nuestras tropelías debían ser feroces; lo mínimo necesario. Algunas veces tuvimos que atar a víctimas para revisar la casa pero nunca, nunca nos abusamos. Por supuesto que toda regla era aceptada por mí sin posibilidad de dar opinión. Salvo lo del forro, me adaptaba a todo e imitaba todo. Fuera de estos límites, el Trompa, “su concha madre” era el peor. Al guarro se le iba toda la plata en putas. Quizás porque era feo y no se tenía confianza. Que era feo es seguro tenía una cara difícil y dientes enormes, desparejos y manchados de tabaco. Imagino que cualquiera con esa cara buscaría fufas. Quizá el decir “su concha madre” era un reclamo literal a la vida por la mala suerte.

No ignoraba que en la banda éramos malos haciendo tropelías pero sentía que ser malo era inofensivo. O así me lo parecía a mí teniendo claro que mi único objetivo era ahuyentar desmanes en mi casa y con la familia. Aún mientras vivimos sin poder trancar la puerta de entrada a la casa jamás se nos metió nadie.

Luego de unos meses de andar en la banda reconocí al Bajo como un lugar que no había visto nunca en veinte años. Sus largas y retorcidas callejas de menos de dos metros de ancho, los olores, escondrijos, “el Asia” – alrededor de La Negra – que concentraba la droga. Nadie que anduviera por el Asia estaba solo caminando; algo se traía. Descubrí una parte de caserío donde no llegaba el agua potable. Conocí una miseria que no imaginaba; necesidades que no había visto antes. Vi niñas y niños deambulando en las calles en busca de las tres ces, jugando en las esquinas y prontos a caer en La Negra para salvarse y andar en buenas ruedas. Conocí a mucha gente y a las dos familias peleadas, los Troncoso y los Lyndon, de los que había escuchado hablar. Conocí la escuela renovada y al nuevo cura Paolo – llegado de la propia Italia – y a muchas chicas que no había visto nunca y que me miraban. Y a las “ratas” que robaban por cuenta propia. Uno de ellos era un grandote con trenzas y un tatuaje en el hombro, por eso lo recuerdo, que andaba siempre solo sin calza – fierro- pero con alguna punta. En cierta ocasión lo vimos pegándole a Juaco, un zapatero remendón, un hombre mayor. Nos fuimos encima y lo fajamos, le quitamos todo lo que tenía y lo amenazamos. Fue un hecho menor, pero lo recuerdo porque también hacíamos cosas que se dirían buenas, o “justas”, quizá.

Nuestro jefe daba órdenes que cumplíamos sin chistar. Igual que en la N° 31 con el zurdo Mancuso, a nadie parecía molestarle ser grandísimos obedientes. La función de él y la Petiza era una sola: “mantener la paz con La Negra y la policía”. Los Petecos no se enfrentaban a ninguno de ellos. Por regla las salidas para trampear se hacía un solo día en la semana, al azar. El Peteco nos avisaba la noche anterior o la misma mañana y asunto cerrado. Imposible estar ausente. No era el único día que nos veíamos, sino el único día que éramos una banda. El resto del tiempo vagueábamos, nos juntábamos con otros villeros, armábamos fogones pero no se hacía nada más. Y para los sábados era obligado que guapos y guapas se encontraran en “El Lagarto”, un galpón muy grande con techo alto de chapas y columnas en el salón, que lo sostenían. De día, que alguna vez fuimos, era horrible. Pero de noche era todo oscuro con luces de colores y una gran bola en el medio de la pista de bailes, una bola de espejos pequeños que con las otras luces daban bonitos efectos. En “El Lagarto” se escuchaba música y se rumbeaba; birra hasta lo que daba el bolsillo y pinchadas rápidas eran el goce perfecto para un sábado en la noche.

Además del código de: “trampa solo un día por semana” y nunca los sábados, otra era que las trampas se hacían solo en la Villa, no en Lorrico Alto. Al principio no hubo objeciones pero luego se fue haciendo más y más difícil encontrar “clientes” para asaltar porque estaban cada vez más alertas. El Trompa convenció al Galleta – y yo los seguí- para plantearle al jefe movidas en el Alto. Así se hizo. El Peteco escuchó con la Peti la situación y dijo:

– Sepan que jamás voy a salir de La Villa. Nunca voy a ir al Alto porque este es mi lugar y voy a ser el dueño de toda la villa algún día ¡Sépanlo!

Se refería a que nunca saldría del Bajo ni para conocer Lorrico. Nunca se iría del lugar en el que nació y jamás cruzaría el Picaré. La Peti insinuó que tampoco nosotros deberíamos salir nunca, en apoyo al jefe. Pero rápidamente quedó claro que para nosotros era una locura no salir nunca de la Villa. Por lo pronto yo fui a la N°31 en el Alto.

-¡Una locura, su concha madre! – afirmaba el Trompa. – Pero respetamos a morir tu decisión de limitar las trampas al Bajo.

En La Villa – y un poco en El Alto – había una costumbre. Se ponía en la puerta de las casas letreros escritos con tizas de colores, usadas de canto, con distintos mensajes: “Cachorros – canes – para regalar”, “Se enseña guitarra”, “Hoy tartas de zapallo”, “Necesito Lavadora”, “Arriendo pieza” y cosas similares. Un día el Peteco cambió. Venía con un fajo de billetes groso recién robados al ferretero loco y pasamos por una casa que tenía un letrero: “Necesito operarme en Lorrico y no tengo plata. Me estoy quedando ciega. Tengo 42 años”.

Cuando El Peteco leyó el cartel golpeó la puerta sin pensarlo; luego de un rato se abrió. Una mujer con anteojos oscuros preguntó:

– ¿Quiénes son? –

– ¿Cuánto necesita para operarse? – dijo el Peteco, para nuestro asombro.

No contestó. Se quedó muda.

– Esto ayudará – agregó sacando la plata y poniendo todo en las dos manos que la mujer estiraba para recibir el billetaje. Se metió rápido dejando caer un breve “gracias”.

Ninguno de nosotros cuestionaba las decisiones del jefe. Desde entonces, Los Petecos robábamos y repartíamos. La Petiza nos contó que Los Andrade, la familia del Peteco, tuvieron un accidente en la casa con una explosión que mató al padre y dejó casi ciega a la madre cuando el Peteco, único hijo adoptado legalmente, era muy chico.

Unas semanas después se nos acercó un hombre para hablarnos sobre una silla de ruedas que necesitaba comprarle a su pequeña hija. Había escuchado que le dimos biyuya a la ciega y se nos pegó. Lo ayudamos con lo que teníamos. Eso nos obligaba a mayores tropelías y se consideró subir a dos días de trabajos por semana. El jefe lo pensó y decidió respetar los acuerdos con la policía. También ayudamos a muchos niños comprando pasajes en “cabra” para visitar los lugares turísticos de Lorrico. Y así, por el boca a boca se fue conociendo que Los Petecos ayudábamos. Incluso nos llegó un pedido de dinero para preparar un gran festejo de Pascuas y Resurrección en la iglesia.

Pasaron cuatro años de reyertas y regalos; cuatro años intensos en hechos y emociones. Hubo un solo accidente serio con un idiota que se resistió cuando yo le robaba el car-stereo del auto. Me quiso golpear y yo lo esquivé, pero el Peteco le disparó, solo para asustarlo, según explicó después, pero le dio sin querer en la pierna al chabón. Quedó tirado. Me llevé el car-stereo y no se habló ni una palabra del asunto. Ni aprobación, ni queja ni desacuerdo ni nada; se hacía lo que se hacía y terminado. Andábamos a cara limpia de modo que temí algún problema, pero nada ocurrió; el Peteco se debe haber ocupado de que nadie nos molestara. Asunto terminado.

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Mientras tanto en la casa con Matilde y hermanos y arribados, todo seguía igual. Seguían yendo todos a la N°31 y seguía el bochinche de arribados en la casa. En ese tiempo Matilde a pesar de mis años me gritoneaba como siempre, supongo que por saber de mis juntas aunque me decía que no le importaba. Siempre traté de respetar los horarios y la vida normal de la casa. Una noche se salió todo de carril. Vale la pena detenerse en lo ocurrido.

Era día de banda, al mediodía. Yo estaba de vista en la entrada del puente que unía el Bajo con el Alto. El Peteco, la Petiza, Trompa y el Galleta escondidos detrás de un cartel apoyado entre dos árboles decía “Despacio”, a la entrada de la villa. Mi función era avisar si venía un taxi que no tuviera el cartel de “Libre” encendido. El acuerdo con los de La Negra era dejar pasar a esos taxis que iban directamente al almacén de ellos cargados con merca. No debíamos detenerlos. A todos los demás, sí, sin excepción. Los parábamos y nos quedábamos con el efectivo que llevaba el chofer, que nunca era mucho porque escondían la plata cuando se dirigían al Bajo. Casi diría que era un asalto más por estar aburrido que por dinero. Pasó un taxi “Libre” y atrás otro que nos servía. Me agaché como atando mis cordones, que era el aviso y sucedió lo inesperado.

Pasó el primero sin problema y el Peteco cañoneó al chofer del otro que detuvo al carro. Pero de inmediato se bajó un grandote enfurecido a las puteadas como si no existiese arma que lo apuntara. Era un guazo con uniforme de varias estrellas. Un comisario. ¿Cómo iba yo a saberlo? La Petiza le dijo a Peteco que bajara el fierro y el guazo a mano limpia le acomodó un sopapo que lo sentó de culo. Obligó a los cuatro a subir al taxi y se marcharon al cuchitril de la policía. Yo observé todo y sin pensármelo mucho fui caminando hasta el cuartel.

Me presenté y dije: “Yo estaba con el Peteco”. La bienvenida de la banda en el calabozo fue a las puteadas y agradeciendo que hubiera ido porque de no haberlo hecho, era “chimbote” – el que rompe un código y es ajusticiado-. Me trompearon porque debía haber intuido que habría problemas; debí haber detectado al guazo. “Por algo venía el tacho tan cerca del Libre, su concha madre” me gritaba el Trompa. Yo, tirado en el piso, recibiendo golpes – hasta la Petiza me pateaba- me las aguanté y dije que no volvería a pasar. Nos liberaron a la madrugada del día siguiente.

En el calabozo, fresco, apretado, sucio y dolorido, pensé toda la noche. Impactado porque había escuchado historias de policías y presos, pero no tan cerca de mi propia vida. No sabía que se podía ser tan débil aunque se tenga un arma en la mano; ni que la policía era una mentira peor que una ausencia. “Hago bien en seguir a la banda pero hasta dónde”, me pregunté. Si cometían delitos más grosos ¿Qué haría? Y por otro lado ¿Qué futuro dentro de la banda, tenía yo? Y otra vez me encontré pensando en el futuro.

Llegué a la casa machucado y me recibió Matilde con dos cachetazos resonantes antes de cualquier reacción o comentario. Mis hermanos desayunaban. Estuve a punto de devolver los golpes. A punto.

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No era muy pegado a buscar voces en mi interior, lo cual imagino que sería normal pasando unos pocos años los veinte. Pero debo admitirlo: mi paso por la banda me hizo adulto. Aprendí que una persona puede tener para sí lo peor y lo mejor. Creo que el Peteco podría haber asesinado si las circunstancias lo empujaban. Por lo pronto, quedó – dejamos- tirado en el piso a un hombre con la pierna herida. Y al mismo tiempo era capaz de ayudar a quienes lo pidieran.

Crecí porque desde los dieciocho años llevaba plata a la casa por más que Matilde se quejase de que no trabajaba. También conocí con la banda una Villa que no había visto antes; conocí la miseria desde un lugar que nosotros nunca sufrimos. No es lo mismo tener un baño afuera compartido por muchos turnos que no conocer lo que es un baño. O tomar Coca Cola solo en cumpleaños que no tener agua potable. Todos en la casa de Matilde nos bañábamos. Vi chicos en el Bajo, a pocas cuadras, que no deben haber conocido una ducha en años. Y al mismo tiempo conocí por momentos la alegría, aún en esa brutal escasez. Una villa dentro de la villa del Bajo. Un pequeño sector de marginados a quien ayudamos con lo que robábamos. De hecho, nos esperaban para recibir los regalos semanales.

Aprendí que no era verdad que los de arriba son los que pueden dar y los del bajo tenemos que pedir. Aprendí que por lejos no éramos los más perjudicados del mundo.

Es extraño… acaso ver con angustia la pobreza extrema, me impulsó a escapar de ella. Quería vivir mejor. Aunque no sabía si dependía de mí.

Habían pasado cuatro años de experiencias rudas, de jugar a ser Robin Hood, de conocer a la policía, de lastimar a gente y de ayudar a otras gentes. El día que le dije al Peteco que me quería salir de la banda, estábamos en la calle.

– Ya sabes que no puedes – murmuró terminante, sin siquiera mirarme y sin sorpresa, como si hubiera estado esperando el comentario. Ahí quedaría todo si no fuese porque insistí.

– Te quiero contar en qué ando, Peteco, jefe y amigo.

Estaba con la Petiza y no había nadie más. Elegí el momento justo por esa razón. Me miró y seguí hablando.

– Mi hermana Lara tiene que hacerse un tratamiento en el hospital con unas inyecciones que tenemos que comprar nosotros. Mi madre también está enferma y no puede trabajar- Hasta ahí todo era mentira pues mi hermana no estaba enferma y Matilde no trabajaba fuera de casa.

– Has regalado tanto a personas desconocidas que ahora te pido que me regales a mí mi retiro. La pensión que recibimos no alcanza – continué- y tengo que hacer algo. Acá, con ustedes estoy bien pero la biyuya aparece y desaparece y no voy a poder juntar nunca la plata que se necesita.

– Eso no lo sabes. La regla es la misma de siempre. Es solo un día a la semana. Nadie sale de esta banda.

Continué como si no hubiese escuchado. Le expliqué lo difícil que era para mí dejar la banda y buscar otra cosa para hacer. Le prometí ayudarlos si necesitaban un buen vista en alguna ocasión. La Petiza estaba muda. Le pedí que lo pensara y que al día siguiente me respondiera. Le expliqué que necesitaba un yugo mensual.

Yo sentí que debía cambiar el rumbo de mi vida y me iría con o sin acuerdo del jefe. Pero quería proteger a la familia. Al día siguiente nos encontramos.

– ¡Ándate! Si te veo en la Negra o trabajando solo, te mato.

Le agradecí fervientemente y le juré que no haría nada en su contra. En alguna ocasión más adelante, trabajé con ellos y siempre me mostré cordial y agradecido. El Peteco rompió su fijación y un día cruzó el Picaré con la banda para hacer trabajos en el alto. Mientras tanto, La Negra creció en la villa y todo se manchó con droga. Ya no llegaban autos liberados y prácticamente no quedaba nada para robar. El pobre Peteco era nada más que un pobre. A poco de caminar por la ciudad alta terminaron los cuatro presos. El episodio salió en la televisión y los vi esposados entrando a la huevera. “Deben haber trabajado sin un buen vista”, me dije en broma, pero lamentando su destino. Le dieron sentencia y los mandaron a la prisión de Libertadores.

Como carpintero que regula las patas de una mesa endeble, así Los Petecos ajustaron mi vida.

Capítulo 5

Un día comprendí que estaba enamorado de Micaela. Lo supe porque nada me interesaba más que ella; para decirlo de otro modo, la encontraba sabrosa como la mejor versión de la torta de arequipe para los cumpleaños en casa de Matilde. Sus pecas, el olor del cabello, la piel firme y esos pechos generosos. Me gustaba todo… hasta el codo me gustaba, pensaba sonriendo. Sentía una alegría sin explicación cuando estábamos juntos o en camino a encontrarnos para algún almuerzo que compartíamos o cuando nos juntábamos en el bar y ni qué decir cuando volvíamos a casa para revolcarnos en la cama o en cualquier rincón de la casa, en ausencia de Romina.

“Te adoro” me repetía todo el tiempo. A sus treinta y tantos años no había conocido a nadie como yo. Yo era su “Primer amor verdadero”; y solía agregar: “No me engañes nunca, por favor”. Me susurraba al oído que era un genio, que le gustaban mis manos y la forma de mis ojos. Claro que no creía literalmente sus halagos, pero a lo mejor, sí. Yo era el flaco de siempre solo que con el pelo recortado. Le gustaba mi forma de pensar y de hablar; me decía tantas cosas… Por ejemplo que era “su brujo preferido” o que era como los nísperos, por la cantidad de virtudes de sanación que tenía. Me pedía sonrisas y me mordía la boca y se divertía y me re quería.

En veintiséis años yo nunca había querido a nadie. Por ejemplo, nunca le había preguntado a mis mujeres de cama cómo eran sus vidas. Quería el sexo como quien consigue partir una nuez para comer su fruto y descartar el resto. No me interesaba la vida de nadie. Pero Mica no era amiga de cama.

…Aunque hace falta mayor precisión en este asunto. No es del todo cierto que nunca había querido a alguien; a mi manera quería a la familia, a Pedrito, hermanas y primos y hasta al Fatiga Jeremías; y a la propia Matilde si lo pienso con ganas; y a los amigos, el compinche Cholo, incluso la banda de los Petecos. Es injusto dejarlos fuera de una declaración de sentimientos…pero nunca nadie me había dicho que yo era especial. Desde que Mica entró en mi vida por la puerta de la casa aquel atardecer lluvioso, fui especial para ella. Nunca antes había notado que alguien se desviviera por mí; Mica pasaba por mi trabajo solo para saludarme con cualquier excusa; me esperaba para darme un beso y seguir. “Nos vemos a la noche” se despedía y esas palabras llenaban todos los minutos restantes hasta el encuentro. “Nunca había querido a nadie” significa que nunca había sentido apuro, casi urgencia de ir a encontrarme con otra persona. Nunca antes en mi vida.

Los hechos que siguieron aparecen claros luego de haberlos vivido; pero en el transcurso de ellos, en el tiempo que se fueron sucediendo los viví con confusión. Como un sentir molesto en el estómago que no se sabe bien de dónde viene pero previene que hay que cuidar la comida para evitar el empacho.

Así pues, al salir de Los Petecos encontré trabajo y lo mantuve; ya llevaba dos años cuando conocía a Micaela, vivía con ella en casa de Romina y en la casa de Matilde todo andaba como siempre. Mas lo único que realmente pasaba en mi vida es que había conocido el amor.

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En el Bajo todo niño y niña de 15 años va a la escuela del Gaita y trabaja en bares, en la calle, en limpieza; o cuidando niños o en la iglesia. Siempre hay algo por hacer. Para los Bonilla, la ley era Matilde. “Terminas tus estudios con altas notas y luego a trabajar”. Ese era el catecismo.

A mis veinticuatro años había dejado Los Petecos y daba vueltas sin encontrar yugo hasta que un sábado lo encaré al Cholo Paolini, el compinche de la N°31. Parecía lento casi bobo pero ése era su andar, tranquilo; ninguna lumbrera pero no un tonto. En la escuela era un compañero particular, siempre en mi defensa y acompañando mis silencios y alegrías y juegos, aunque no era futbolero. Lo ayudé siempre, no sé por qué, en los exámenes. El Cholo fue mi compañero de banco casi toda la secundaria y no éramos inseparables como había algunos casos sobre todo entre las mujeres, pero éramos amigos. Nos vimos poco al salir de la escuela, como me vi poco con todos. A veces lo invitaba al “Lagarto” y él venía a buscar alguna “villerita querendona” que ganaba con facilidad, no por su aspecto algo rellenito, sino porque era simpático…y uno de los pocos que llegaba en automóvil. Una noche cuando ya se volvía le repetí con disgusto – se lo había dicho varias veces – que buscaba trabajo y quería hablar con su padre. El Cholo se mordió el labio superior cosa que hacía siempre de puro vicio y me saludó con el pulgar hacia arriba mientras se iba con una guapa.

Su padre es dueño del estudio de abogados “Locarazza, Paolini y Asociados”. Ruperto Locarazza fue socio fundador del estudio pero había fallecido unos años atrás y su hija Marita participaba en su lugar aunque no decidía. El cartel de marca sobre la pared al lado de la puerta de entrada, hecho en relieve sobre una placa de bronce, dice: “- Estudio Jurídico – Locarazza, Paolini y Asociados”. Es el más importante de Lorrico y de los mejores de toda la Región de los Nísperos.

El Dr. Eugenio Paolini es hombre regordete y bien vestido, mirada enojosa y siempre dispuesto a la recriminación. Que no me hace mella porque comparado con Matilde es un gracioso.

– ¿Qué sabes hacer? – me preguntó.

No recuerdo mi respuesta pero sé que fue firme y confiada. Supongo que habré dicho “de todo” o “cualquier cosa”. No había preparado ni preguntas ni respuestas.

– Serás el mejor cadete de este bufete – sentenció.

Tomaba todas las mañanas la “cabra” del lado alto del Picaré y me dejaba a pocas cuadras. “Locarazza, Paolini y Asociados” funcionaba en una linda casa grande con varias habitaciones y jardín. Era un ambiente de trajes, hombres grandes y serios, muchos clientes esperando turnos; dos secretarias y luego los jóvenes, el Cholo, Marita Locarazza y yo. Al principio hacia la limpieza, con esa manía que traía de la casa de baldear los pisos con agua y lavandina bien temprano. Luego hacía los mandados para los abogados mayores del estudio, como ir a la farmacia, librería, fotocopias y los chipá para el café. Me aburría y me sobraba tiempo. Un día, sin previo aviso, me le planté al Dr. que pasó caminando enfrente mío.

– ¿Puedo decirle algo?

Me miró con su cara de mal gestado y apenas hizo una mueca que interpreté como: “adelante”.

– Creo que Ud. está gastando mal el dinero conmigo – Vi sorpresa en su reacción y seguí – La paga es muy poca pero yo no hago nada.

– Si no te gusta ahí está la puerta – gruñó y siguió caminando. Arrugué.

– Dr. Paolini, estoy seguro que puedo ayudar en el estudio haciendo más cosas. Seguiré con lo que hago, pero quiero hacer más cosas – se me ocurrió pedir un aumento pero me frené a tiempo.

– A la misma paga, si usted me da la oportunidad, haré más cosas – continué caminando a la par hasta su despacho. No entré. Quedé parado en la puerta sin saber bien qué esperar. El Dr. Paolini en un largo silencio, se puso el saco y saliendo de su oficina se paró delante de mí.

– Desde mañana irás a tribunales con el Dr. Carcagno. Ya le explicaré a él – y continuó su andar.

– Gracias Dr.- dije a sus espaldas.

Al día siguiente, Carcagno no se mostró amable con la novedad pero luego de mis tareas habituales, como al mediodía, me llamó y lo acompañé a Tribunales, a unas pocas cuadras caminando. Debíamos llevar dos expedientes gordos que cargué yo, como debía ser.

– Observa y no hables – fueron las únicas palabras que dijo.

Después de unos meses acompañando a Carcagno empecé a llevar yo solo los expedientes y a mirar las listas y las órdenes del día. No era gran cosa pero al menos no me aburría. Luego contrataron a una mujer mayor, una vieja que apenas se podía el esqueleto para hacer la limpieza tres veces a la semana, con lo cual mis labores matinales eran más jurídicas que de aseo.

En el estudio había siempre mucho movimiento. Dos líneas de teléfono sonando todo el tiempo, visita de clientes, cafetería y seis abogados atendiendo en sus despachos. Dos secretarias y dos técnicos escribientes. Por mi lado, Marita me gustaba pero no quería problemas con el Cholo que también estaba querendón con ella. Para cuidar el yugo no me metí. Para mis adentros me preguntaba cómo una mujer como ella podía interesarse en el Cholo, que era aniñado y se mordía el labio superior todo el tiempo. ¿Qué podía tener el Cholo? Eliminada Marita de mi radar, declaré mi amor a Silvia, la secretaria menos bonita. Ni era cierto que la quería ni ella me lo creyó pero igual me ayudó a ponerme preservativo unas cuantas veces hasta que su novio empezó a buscarla a la salida y se cortó la inspiración.

Así pasó el tiempo. El mismo sueldo corto como pantalón largo a la canilla – Matilde nos agrandaba la cintura de los pantalones pero no se podía estirar el largo de las piernas- . Me divertía y estaba ocupado todo el día. De a poco me fui convirtiendo en el único mejor cadete según rezaba el vaticinio. Hacía trámites para los abogados que ya me tenían confianza; las secretarias y los tipógrafos eran casi amigos, el Cholo aparecía y desaparecía y con Marita me mantenía a distancia. Tenía asignado un lugar para mí; un espacio abierto, sin puerta, adaptado con estantes para archivo de documentos, al lado de la sala de espera debajo de la escalera y pegada al baño. Paso obligado para las oficinas de planta alta y a la del Dr. Paolini, al final del pasillo. Guardaba los expedientes en estantes y administraba los biblioratos. Había un pupitre donde me dejaban los encargues y una especie de pizarrón verde que nunca había visto en la N° 31 -eran todos negros-, donde se anotaban pendientes y fechas de vencimiento. El cuchitril era mucho más que lo que tenía un año atrás, pero era insignificante. Sin embargo, y esto fue importante, la ubicación era estratégica; se escuchaba las conversaciones de clientes en la sala de espera y también la de los abogados en sus oficinas. Solo la de Carcagno y la del Dr. Paolini estaban en planta baja. Arriba atendían los otros cuatro abogados. Que de paso es muy poco lo que puedo decir de ellos porque es muy poco lo que ellos hicieron en mí. Pasaban a diario por el cuchitril y me ignoraban como se ignora una puerta abierta.

El Estudio trataba asuntos comerciales, penales, civiles, muchos divorcios y hasta académicos regionales porque la Universidad del Valle era clienta. No entendía mucho porque nada sé de leyes, pero escuchaba todo. Aprendí palabras nuevas, términos raros, modales, vestimentas, comportamientos. Observaba todo y chupaba conocimiento como una esponja, como en la escuela, con solo estar atento. Los clientes me sorprendían porque los escuchaba y hablaban de sus pesares mientras esperaban horas hasta que llegaba su turno. Luego entraban al despacho de algún abogado y a veces eran atendidos en solo tres minutos. “No hay noticias de lo suyo, ….fulano… venga la semana que viene a ver si hay novedades”. Plata fácil, pensaba yo; gente humilde sin nada de conocimiento y con fuertes necesidades que venía entregada a lo que el doctor determine, sin más. Tenía prohibido hablar con ellos más allá de lo que “indique la educación”, en palabras del Dr. Paolini.

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Mi hermano Pedrito de muy pequeño se sentaba a mi lado para el desayuno. Antes de reclamar la presencia de “Tilde” para el salvataje, yo me divertía con él repitiendo muchas veces el mismo juego. A él le gustaba tomar la leche en su tasa de plástico celeste, sin azúcar. Yo de puro molesto le echaba una cucharada y revolvía; ante su cabreo le explicaba que no debía enojarse, que se podía volver atrás. Era fácil, debía revolver de nuevo en sentido contrario y se le iría el azúcar. Así lo hacía y luego tomaba su leche contento.

A veces suceden cosas que nos cambian para siempre, sin vuelta atrás. Ya nunca se es el mismo. Como cuando vi a Mica en el patio de casa; como haber pertenecido a Los Petecos.

O como esta extraña anécdota que cambió la dirección de mi trabajo. El caso es que regreso caminando de Tribunales y antes de llegar al estudio, un poco antes de llegar a la esquina, algo me llama la atención. Un hombre mayor, alto y sin un pelo, estaciona un viejo autito y se baja de él cerrándolo con llave. Nada llamativo. Pero de inmediato abre con una llave un Chevy Camaro SS nuevo que está estacionado justo adelante y entrega la llave del Dodge a una persona que aparece. El vejete no puede verme pero yo lo reconozco; había estado el día anterior en el estudio. Nada más sucede hasta el día siguiente. El Dr. Paolini habla con Carcagno en la oficina de éste, pegada a mi cuchitril, del viejo Pizarro y su caso y cuánto podrían cobrarle por honorarios. Sé que los honorarios dependen de la cara del cliente y de la trifulca judicial que no conozco. Ya había escuchado varias veces hablar sobre si tal cliente tenía o no tenía. “¿De cuánta moneda hablamos?” sabían decir para referirse al potencial del candidato a pagar honorarios. Incluso Silvia, mi amiga secretaria, llevaba las llamadas “carencias”. Eran unos pocos casos donde no había biyuya o era escasa. “Nuestro estudio defiende el derecho y la ley sin importar la paga” declaraban los abogados en público. Pero en privado la cocina era distinta.

– Pizarro es un caso lindo pero no tiene una moneda – escucho que comenta Carcagno al Dr. Paolini.

– Qué lástima – comenta el titular del estudio. – Que lo lleve Silvia entonces. ¿Seguro que es un seco? ¿Propiedades? ¿Los hijos?

– No Eugenio, lo he semblanteado bien. Un caso como éste no viene todos los días – explica Carcagno – Ayer cuando salió de acá lo vi subirse a un Dodge viejo que justo lo había estacionado en la esquina. Un Dodge destruido.

– Puede ser – agrega el Dr. – pero no termina de cuadrarme que le hayan sacado cuarenta grandes, el ahorro de su vida…y lo de la estafa inmobiliaria…no sé.

De sopetón me levanto y voy a la habitación sin pensar en nada. En pocos segundos ya estaba preguntando:

– ¿El Dodge de Pizarro es celeste?

– ¿Cómo te atreves a interrumpir, zopenco? – reacciona Carcagno.

– Disculpen. Creo que tengo información que puede ser útil – comento sin tener idea de qué significa zopenco, aunque imagino que no es bueno.

– Adelante – invita el Dr. Paolini.

– Dr. – comienzo haciendo notar que me dirigía al dueño del circo –…y cuento con detalles lo ocurrido el día anterior. Pizarro es el alto sin pelo que se subió al Camaro último modelo.

Al ver sus cara de asombro, agrego:

– Siempre investigo. Es una costumbre que me viene de familia – digo improvisando pero ya no escuchan.

Traman entonces una revisión de mi relato. Lo hacen venir a Pizarro, quien llegó en el Dodge celeste. Mientras habla con Carcagno, el propio Dr. Paolini sale a la calle conmigo. Yo siento algo de emoción – estaba investigando un caso con el dueño del estudio – y preocupación hasta que vemos el Chevy Camaro estacionado a la vuelta. Regreso y le aviso a Carcagno. El cliente alto y bien pelado se va y al rato vuelve el Dr. que pasó como tromba delante de mí.

– Bien nene – dice sin mirarme.

Los dos abogados hablaron un largo rato. A los gritos, con puteadas y temas técnicos que no comprendía. Paolini salió en dirección a su despacho; yo lo esperaba en la puerta como quien espera el turno para el baño.

– Disculpe Dr. a mí me gusta investigar y habría mucho por hacer…

Me miró con sorpresa. No dijo nada y siguió su camino.

– Mañana hablamos – dijo sin voltear.

Al día siguiente me llamó el Dr. Paolini a su despacho: “siéntate Bonilla, aunque nada bueno se ha hecho nunca sentado”. Empezamos a hablar de mí, le conté la vida que se me ocurrió en el momento mintiendo en buena parte de ella salvo en mi paso por la escuela, de lo que él tenía referencia por su hijo. Le dije que vivía en el Bajo – él lo sabía- y hablé un poco de mis hermanos y de Matilde, mi madre, según me referí a ella en la entrevista. Siempre sería mejor afirmar que era mi madre para evitar explicar que no estoy seguro de ello. Me preguntó por mi trabajo en Locarazza. ¿Qué cosas ves tú? Me preguntó sobre lo que dicen los clientes cuando conversan en la sala de espera. Me preguntó mucho de lo que escuchaba cuando los clientes esperaban. Supongo que estuvimos media hora hablando. Me subió el sueldo y dijo que empezaría a acompañarlo a Libertadores semana de por medio.

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La Universidad del Valle, en Libertadores, es con comodidad el mejor centro de educación en toda la región. Dice el Dr. que “no por casualidad”, es cliente del Estudio; el más importante. El propio Dr.Paolini asiste a la Universidad a visitar a su cliente de modo que me hace ilusión acompañar al propio Dr. en su auto, cada quince días a Libertadores.

Recuerdo un día especial en que entré a “Tienda Bermudez” de Lorrico. En mi bolsillo llevaba la plata que me había regalado el Dr., al efecto. Me acompañaba Mica. Compré el primer saco de mi vida; una tela azul oscura, clásica y un pantalón y corbata a rayas finas. “Debes estar presentable”, me había indicado el Dr.. Tuve una sensación de logro parecida a la que sentí cuando por primera vez escalé y llegué a la cima del Cachipote, una montaña no tan alta pero la mayor de la Región de los Nísperos. Desde allí los turistas que llegan en pequeños buses pueden observar un paisaje magnífico del valle del Picaré. Desde luego, como dice Tití, el más viejo entrenador de la escuela juvenil de andinismo: “no es el mismo paisaje, es mucho mejor si se llega sudando”.

El primer viaje a la Universidad comenzó con el Dr. poniendo las cosas en su lugar:

– Tendremos dos horas y media de camino; veré cómo funciona tu compañía. Para comenzar el viaje no es para hablar sino para escuchar música. No es que quiera ser enojoso pero mientras manejo me gusta pensar…sabes Tilde, no recuerdo de dónde viene esta historia pero resulta apropiada. Un grupo de niños debía encontrar en un pajar el valioso reloj que el dueño de la granja había perdido. Les prometió una buena recompensa al que lo lograra. Buscaron y revolvieron todo, jugaron, se divirtieron durante un largo rato pero el reloj no apareció. Cuando se iban, regresó uno de ellos y le pidió permiso al granjero para ir de nuevo al pajar, solo, para un intento más. Pocos minutos después apareció con el reloj. ¿Qué hiciste para encontrarlo? preguntaron sus compañeros. Me quedé quieto y en silencio, y así pude escuchar el tic tac tic tac.-

Dejó un breve espacio y me preguntó:

– ¿Lo ves? –

– Claro – respondí. Le había escuchado antes contar anécdotas hacer esta clase de comentarios a clientes y asociados. No sé si los inventaba o de dónde salían pero lo recordaría porque “huir del ruido” es lo que hago desde niño, desde el bullicio en el patio de la casa de Matilde.

– Hoy hablaremos un poco más por ser el primer viaje y te contaré los antecedentes de la Universidad, pero luego, a la música ¿Comprendido?

– Claro, ni un problema.

-¿Conoces Libertadores? – preguntó, cambiando de tema.

– No Dr. Las dos veces que fue la escuela yo no pude ir.

¡Por suerte!, pensé para mi adentro y sentí una emoción imprecisa porque allí está la cárcel donde fueron a parar el Peteco, la Peti, el Galleta y el Trompa, la banda. Ellos llegaron en el furgón carcelario y yo en cambio, en tremendo automóvil.

Conocía el carro del Dr. por supuesto, pero nunca imaginé estar sentado dentro. Era una cupé Pontiac GTO azul nuevísima, palanca de cambios al piso. El Dr. que para mi asombro vestía ropa sport, – yo llevaba prolijamente colgado mi saco en un perchero de la ventana de atrás – encendió un cigarrillo que fumaba despacio mientras volábamos sobre la ruta. Es notable la naturalidad con la que actuaba dentro de semejante automóvil, con una atención mínima como la que yo pongo en lavarme los dientes cada mañana. Para mí en cambio era una fascinación; velocidad, comodidad, un lujo…¿y un paisaje en movimiento, de bajas montañas verdes. “Algún día tendría mi propio automóvil, aunque no sea un Ponticac. Y juro que lo disfrutaré cada día como un nuevo pinchazo” me prometí.

– Lo del cliente Pizarro, el flaco del Camaro, anduvo muy bien gracias a ti, ya lo sabes. Vamos a ver si estás a la altura en este caso de la Universidad.

Yo mantenía el silencio solicitado.

– ¿Si te hubiese visto Pizarro cuando se subía a su carro, qué hubiera pasado? – miró al costado, a mí, esperando la respuesta.

– Nada.

– Tilde, suponte que te llama y te dice que por favor no le comentes ni a Carcagno ni a nadie en el Estudio que lo has visto subiéndote a ese auto. Y te da unos billetes. ¿Qué haces?

– Nada, lo hubiera contado igual.

– ¿Aceptas el dinero?

– Supongo que sí – dije como resorte – Aunque no debería – agregué.

– ¿Y si te hubiese explicado que era importante que nadie supiese nada y te hubiera ofrecido siete de los grandes?

– No sé Dr. supongo que me hubiese sorprendido y lo hubiera comentado. Y no hubiera aceptado ningún billete.

-¿Y si te hubiese explicado que era de vital importancia que nadie lo supiera y te hubiese ofrecido un auto como éste?

– Ja ja, pues no le hubiese creído.

El Dr. Paolini guardó silencio y yo también, por supuesto. Pensaba mirando hacia fuera en cuáles serían las sinceras respuestas al cuestionario.

Un rato después comenzó a decir por qué estaba viajando con él. La explicación era evidentemente vaga, pero no pedí aclaraciones. “Debía estar atento a todo lo que viera. Debía mezclarme con el personal de la administración y observarlos” Nada más. Continuó contando que el Estudio, en la persona de Eugenio Paolini, es el síndico de UV s.a. propietaria de la Universidad del Valle. Hay reunión de directorio cada quince días y él quiere o debe estar presente. Algo ocurre con la administración de la Universidad, con sus cuentas, sospeché, aunque nada dijo él. Durante un buen rato estuvo recitando antecedentes de la relación con el estudio, que lleva algunos años. Habló del estatuto de la sociedad anónima y las funciones de la sindicatura. Y de las características de la Universidad, antigüedad, cantidad de alumnos, carreras, profesores, presupuesto. Vinculación normativa con Ministerio de Educación; nombres de personajes, rector, decanos y miembros del directorio.

Me había advertido que era necesario quedarse una noche en Libertadores porque la reunión de directorio comenzaba a las 18 hs.. Me hospedaría en un hotel a pocas cuadras del edificio del rectorado.

Extrañaría a Mica, lo cual tenía su parte buena; me pareció que extrañarnos un poco no nos vendría mal. Pensé en eso porque miraba el paisaje por la ventanilla del Pontiac, escuchando a Vivaldi – según información del Dr.- y hurgando en mi adentro aparecieron mis hermanos y arribados, compañeros de la N° 31, novias, Petecos, amigos. Pensé en la casa, el patio, Matilde. Habían pasado demasiados días sin andar por ahí y tuve ganas de verlos y presentarme con mi nuevo vestuario. En realidad, tuve ganas de que me vieran. Pero ahora pondría mi concentración en la Universidad del Valle.

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Laurentino Frías es el decano de la Facultad de Economía y Administración Pública. Hombre enjuto con bigote afinado a la antigua y vestido como de ceremonia; pero desde que lo vi me pareció extrovertido y amable. Llegamos a Libertadores y nos dirigimos directo a su casa, un chalet como no había visto nunca. Con pilares en la entrada, enorme techo a dos aguas y tres pisos de altura, cocheras y jardines. El Dr. lo saluda como si se conocieran desde hace tiempo. Me presenta con mínima gracia y recibo una sonrisa del anfitrión. Paolini baja su equipaje y me indica que vaya al hotel “Capolonio”, a pocas cuadras. Debía dejar mi mochila, registrarme y volver al chalet. Entré a lo que para mí era una mansión y quedé asombrado viendo grandes sillones en una inmensa sala de estar, con altos cortinados y piso de madera. Diferentes a la tierra de mi patio, jaja. No había casas así en Lorrico. Desde allí partimos a la Universidad

El delgado Dr. Frías, “El Flaco” para sus pares académicos, nos llevó en su automóvil. Faltaba todavía un buen rato para el comienzo de la reunión de directores. En el edificio de Economía funcionaba la administración del rectorado y de toda la universidad. Era una sala grande en las que había no menos de diez personas trabajando cada una en su escritorio, como en Locarazza. Nos dirigimos los tres a una oficina vidriada, nos ubicamos alrededor de una mesa redonda y llegaron dos jóvenes que se acomodaron con nosotros. Parecía que el Dr. y los demás estaban empeñados en no dirigirme la palabra; nadie me explicaba nada. Yo observaba todo, los gestos, modales y hasta la ropa que tenía puesta cada uno. Observé, por ejemplo, la sonrisa abierta de una morena con vestido color manteca que acepté como una señal de avance.

Fuimos después a la reunión de directorio. Tenía alguna fantasía por ver qué era una “reunión de directorio” y sin embargo no había más que un grupo de gente grande sentada alrededor de una mesa grande. El rector y presidente de UV s.a. era hombre de llevar cargados bigotes, serio, algo patilludo y con anteojos enormes. A la vista se diría que presidía un acto solemne. Sentado en la cabecera dirigió la batuta y todo fue un trámite ligero. Sentado detrás del sillón del Dr. Paolini, junto con otros pocos “colaboradores” me sentí perdido sin entender la conversación. Al finalizar se saludaron con apretones de mano, acto del que participé como uno más. Del zurdo Mancuso había aprendido hacía años, a apretar con firmeza y mirar a los ojos y así lo hice.

Al día siguiente en el camino de regreso de Libertadores, el Dr. bajó el volumen de Schubert, cosa que agradecí en silencio, y dijo:

– Tilde has visto lo que todos vemos. Como todos vimos llegar al tramposo de Pizarro en el viejo auto. Pero tú encontraste el verdadero automóvil de él. Has visto en la Universidad lo que todos vemos. Tu trabajo es encontrar lo que no estamos viendo ¿Comprendido?

– Sí Dr.

No era posible entender la consigna y el Dr. lo sabe, pensé mientras el paisaje se movía ante mí.

En Lorrico, Mica me esperaba muy fogosa, tanto que hubiera querido irme de nuevo solo para disfrutar el reencuentro. Le conté un poco del viaje mientras cocinaba unas chuletas de cerdo; también estaba Romina. Entre los tres jugamos a descubrir qué podía estar pasando en la Universidad. La más zafada era la morocha pelicorto que imaginaba una gran estafa; la pelirroja pronosticaba problemas de cambio de autoridades o lo que es peor, cambio de síndico. Saltaron más alternativas, como posibles interesados en comprar la Universidad, rencillas amorosas que siempre hay, extorsiones, demandas penales por abuso, secuestros y seguimos escalando hasta una guerra regional. Allí, terminando las chuletas y la dotación de cerveza, propuse ir a dormir. Romina estaba pasada; era la principal responsable de haber agotado la reserva alcoholera.

– Yo voy con Uds. – bromeó y se marchó a su cuarto caminando con más pasos que los necesarios.

– Ahh, Til, te tengo varios clientes para tus sesiones – dijo con palabras alargadas.

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Comencé a viajar todas las semanas a Libertadores, unas en el Pontiac con el Dr. y otras solo en bus. Trabajé en el sector de administración del rectorado donde me asignaron un escritorio y una computadora que aprendí a usar. Los empleados recibieron la orden de entregarme los informes y documentación que yo solicitase. Pedía antecedentes y resúmenes de ingresos de alumnos y recibos entregados y pagos a proveedores y órdenes de compra. Nada de eso me interesaba y poco entendía pero debía fingir que cumplía esa función. En adelante presencié pocas reuniones de directorio; en cambio, lo que realmente hacía era hablar con los empleados para conocerlos. Bajaba a la cafetería invitando a cada uno por separado o a veces en grupos de dos y tres. La morena de sonrisa abierta, Erika, terminó conmigo en el Hotel Capolonio un par de veces. Por ella supe de amoríos de sala, sobre todo el de la exuberante Rosario, compañera en la administración, nada menos que con el simpático Dr. Frías. Ella era la responsable de imputar los pagos de las cuotas de ingreso, que era la principal entrada de la universidad, claro. Había visto carpetas de esos registros pero, tras que poco entendía, encontré todo en coincidencia. Sin embargo la morena Erika, luego de un empiernado con la lengua suelta me cuenta que hasta el año anterior los atrasos de pagos de cuotas de los estudiantes, los morosos, eran llevados por un vejestorio de mucha antigüedad en la Universidad y a poco del retiro. Hasta ahí su comentario. Averigüé después que el fulano fue despedido sin que mediara problema conocido. La morosidad era del diez por ciento y sin mayores explicaciones había bajado desde entonces al dos por ciento actual, según los informes ante el directorio.

– ¡Po ahí va Tilde, por ahí hay una fuga! ¿Lo ves? – alertó el Dr. Paolini cuando le hablé del asunto de la morosidad, en el viaje de regreso.

No había pensado en mucho más en el tema, aunque sabía que podía haber trampa.

– Puede ser el resultado de una buena gestión- pregunté sugiriendo.

Después de una prolongada concentración, resumió su análisis:

– Deben estar cobrando los intereses y multas de los verdaderos morosos, el diez por ciento; hacen aparecer solo atrasos del dos por ciento y se quedan con el dinero de multas e intereses del ocho restante. Mientras tanto, coinciden las pagos “en término” con lo facturado y así nadie lo nota. Bien fácil.

Sacó una cuenta mental mientras seguía manejando siempre con melodía clásica de fondo y estimó en novecientos grandes por mes que se embolsarían. Me pareció un número enorme. Puesto en el lugar de Rosario, hermosa amante del decano, con guardarse dos o tres meses de ese dinero sería suficiente para estar cómoda unos años ¿Para qué quedarse y correr riesgos? ¿Por qué no ha renunciado? , me pregunté en voz alta.

– Sigue porque puede seguir. La pregunta es ¿Por qué detenerse?

– Pero para eso debería tener cierta protección… Disculpe Dr., ya le comenté que me aseguran que Rosario es la querida del decano Frías – remarqué.

– Claro Tilde; averiguaré cómo fue el despido del viejo y veremos qué más hay y quienes están metidos. Aunque nunca se llega hasta donde empieza el arco iris.

Esos comentarios enigmáticos del Dr. me resultaban innecesarios pero así era él. Me obligaba a pensar un poco más.

Al fin, en muy pocas semanas se resolvió todo. El Dr. Paolini envió una auditoría de control sorpresiva. Hubo reclamos en el directorio por no haber sido anticipada la intervención. “Eugenio, te hospedas en casa y no tuviste la delicadeza de avisarnos” dijo el Flaco Frías ante todos en la última reunión de directorio que yo presencié. Justamente era imprescindible no anticipar la llegada de los controladores evitando así probables maniobras de ocultamiento. La auditoría encontró que la morosidad actual era del dos por ciento, como lo decían los libros. Pero se recogieron decenas de testimonios de alumnos que pagaban multas e intereses correspondientes a cuotas canceladas con retraso y nada de eso figuraba. Para la contabilidad eran todos pagos en término y por tanto no entraba ese dinero a las arcas de la Universidad desde hacía un año. Rosario fue despedida de inmediato.

Capítulo 6

La biblioteca del chalet es majestuosa. El ambiente es ceremonioso hasta por su olor, una combinación de tabaco, papel y alcohol; y a la madera oscura de los tablones del piso. Hay dos sillones grandes, de tres cuerpos cada uno, enfrentando una mesa bajita, también de madera con un labrado que llama la atención hasta del ojo menos entrenado. Además, hay cuatro sillones individuales tan grandes que un hombre de estatura normal, sentado, se ve embutido; dos forrados en una tela brillante a rayas bordó y verde y los otros dos, lisos color arena. Algunos ceniceros de pie, pesados – tuve que moverlos un par de veces – y unas pocas sillas. Hay tres paredes cubiertas de estantes hasta el techo cargados de libros de lomo grueso más algunos adornos de metal en las repisas. En la otra pared, un escritorio de madera oscura con las patas en forma de “dos”. Detrás, un ventanal con dos cortinas, una blanca trasparente y otra de gruesa tela bordó anudada en el tercio inferior con un cordel. Comparado con los ambientes del estudio Locarazza, esto era un lujo que no me había figurado antes. La sala de directorio de la Universidad era modesta comparada con esta biblioteca.

Me pregunté cómo vivirían los hijos de Laurentino Frías… si es que tenía hijos. Nada sabía al respecto, como tampoco del resto del grupo. Parecía un mundo de hombres solos; yo me sentaba en la silla que estaba más cerca de la puerta que llevaba directamente a mi cuarto. Mi presencia en la biblioteca tiene su explicación porque no es fácil estar ocupando una silla allí.

Una vez por semana había tertulia. Se notaba que era un sólido grupo de amigos, todos hombres, algunos que veía en el directorio y otros no. Cenaban y luego tomaban tragos entre los libros, sentados en los mullidos sillones. Fumaban en pipa; yo disfrutaba del exquisito humo.

Además de haber cumplido con las expectativas del Dr. Paolini, aquellos viajes a Libertadores fueron muy importantes para mí. Me mostraron un mundo de personas que no conocía, un mundo de cultura y saberes que ignoraba y además adquirí la buena costumbre de escribir algunas cosas. Todo como consecuencia de los encuentros en el chalet del pícaro Flaco Frías. El amable decano me hospedó en su casa desde la segunda ocasión en que viajé a la Universidad. Por supuesto, yo era receptor de ese gesto por carácter transitivo de la gentileza que le hacía a su buen amigo, el Dr. Eugenio Paolini. Con lo sucedido posteriormente en la Universidad me quedó la sensación que Laurentino Frías quería retenerme cerca para vigilar mis avances en la investigación.

Lo cierto es que allí me hospedaba en un pequeño cuarto pegado a uno de los baños de visitas en la planta baja, junto a la biblioteca. Cenaba en una sala contigua a la cocina y me iba a dormir. El lugar era estratégico, como el cuchitril del Estudio Locarazza, porque prestando atención escuchaba todo lo que sucedía en la reunión al otro lado de la pared. Por cierto al cabo de unos tragos no se privaban de hablar con la voz bien alta pero sin desordenar la conversación; uno exponía un tema y los otros callaban hasta que se abría a preguntas, como en una clase. Un tal León Cortinez era filósofo y con voz ronca y pesada hablaba de Sócrates, Platón y Aristóteles, conocidos por mí de la N° 31. Hablaba de la naturaleza de la existencia y de la mayéutica. Decía que el saber está dentro del hombre y que solo teníamos que hacernos preguntas y más preguntas para llegar a él. Me hipnotizaba escuchar su voz pausada. Por primera vez reconocí en mí algo que traía desde hace mucho tiempo pero que no lo había visto como tal. Yo era curioso. Me gustaban las historias de los demás, de todos los demás, la de mis compañeros de la N°31, las de las sesiones de brujería, las de los habitantes de la casa de Matilde, las de Locarazza. Para mí eran historias y me daba lo mismo si eran imaginarias o reales. Caí en la cuenta de que no había escuchado cuentos en mi niñez.

Cuando intervenían varios al mismo tiempo se perdía un poco la claridad de lo que decían pero se identificaban bien las voces de cada uno que ya tenía detectadas. La de León, con claridad, la del Flaco Frías, por supuesto, y la del Gordo Anderson, de tono afinado y particular. Un tal Borselino era el experto en historia de la civilización y hablaba de los monos y del viaje de Darwin. A ese nunca lo había visto. Por supuesto que asistía también el Dr. Paolini como experto en leyes, en la actualidad política o algo así.

En los viajes de regreso a Lorrico el Dr. respondía mis preguntas sobre las tertulias. Él sabía claramente que yo escuchaba desde mi habitación, mas no importaba. Le pregunté si trataban temas privados; en realidad no me interesaba en lo absoluto su respuesta, pero intenté que el comentario provocara lo que ocurrió.

– No Tilde, nada de privado. En el próximo viaje te haré pasar a la sala. Vas a presenciar reuniones del grupo “Luz Azul”, lo que significa un buen regalo. Pertenecer ha sido muy difícil para muchos encumbrados personajes que no han sido aceptados como miembros permanentes. Pero para escuchar algunas tertulias solemos tener invitados. Te permitiré estar en la biblioteca. No harás preguntas; no te retirarás por ningún motivo sin mi acuerdo. Y nada de tragos ¿Comprendido?

Nunca había visto esas impresionantes copas de whisky y cognac, pensé, y respondí:

– Por supuesto.

Tras una pausa agregó:

-Te aburrirás.

– No lo creo. Gracias Dr.

Después de un rato, cuando ya estaba habilitado a decir algo, según juzgaba por mi reloj del silencio viajero, dije:

– ¿El nombre del grupo, de dónde viene? –

El Dr. sonrió como si hubiese esperado la pregunta. Me explicó que es un palíndromo, palabras o frases que se leen igual de izquierda a derecha o de derecha a izquierda. Que el Dr. Natalio Apa, literato, lo había sugerido y fue aceptado casi como una broma.

– No he escuchado al literato – dije.

– Claro que no. Está enfermo; hace un tiempo que no viene. ¿Se te ocurre algún palíndromo?- preguntó mirándome de costado mientras la coupé azul devoraba el camino.

Le pedí que me repitiera el concepto. Luz azul, luz azul, deletreó moviendo su índice de izquierda a derecha y de derecha a izquierda. Pensé unos minutos sin saber si quiera qué tenía que buscar. Aba, dije de modo espontáneo. Lo rechazó por carecer de significado. Se me ocurrió Apa, el apellido de Natalio y lo aprobó de mala gana por obvio. Repasé los nombres de hermanos, primos, amigos y Mica, Romi… no salió nada de ahí. Vi en el camino un cartel de “Peligro” y dije: “SOS”. Fue desaprobado por ser siglas. “Seré”, dije luego; equivocado.

– Se es o no se es- dijo él. No caí en la cuenta y parece que se notó en mi cara. Me dijo que lo escriba en un papel. Tomé un lápiz de mi portafolio de viaje y al leer la frase para ambos lados, me causó gracia.

– Ajajaja – pronunció, acompañando mi gesto. Me miró y dijo: escribe “ajajaja”, sonriendo.

Con el Dr. Paolini me sentía cómodo. Un hombre exigente como no había conocido antes pero nunca tenía la guardia en alto cuando estaba con él – con excepción de las pocas veces que me hacía preguntas sobre su hijo, el Cholo – ¡Lo veía tan seguro en todo lo que decía y hacía! Siempre de buen ánimo, nunca triste. Serio sí, pero no triste. Lo vería como mi modelo de lo que es una persona feliz.

Durante muchas semanas fui un oyente disciplinado de “Luz azul”, como me había sido indicado. No preguntaba por ser obediente pero también porque no sabía si lo que me pasaba por la mente era una estupidez o podía convertirse en pregunta. No acepté tragos, pese a un par de invitaciones. Cuando me perdía en temas que no podía entender, observaba la sala con disimulo para no mostrar desatención. Pensaba lo lejos que había llegado, estando allí. Viniendo desde yo vengo…”no está mal”, le dije en silencio a mi interior.

Uno de los miembros, Denis Chemirca, era periodista del diario “La Región”. Aprendí lo que llamaba “la trama del periodismo”, el significado de “off the record”, consigna de aquellas tertulias y el asunto del “cuaderno”. Una costumbre adquirida en Luz Azul nació precisamente de su cuaderno. En cierta ocasión, Chemirca había pedido una especie de permiso para leer frases de famosos que tenía anotadas en un cuaderno; desde entonces se elegía una y se debatía. Recuerdo por ejemplo: “Recuerda que eres tan bueno como lo mejor que hayas hecho en tu vida” de Billy Wilder. Conversaron sobre su significado, arte cinematográfico – Wilder es director de cine – ocasión histórica y reflexiones generales.

Chemirca era más formal aún que el resto y el único que solía tomar algunas notas en las reuniones. Una vez, en un acto de irresponsable osadía le pregunté qué escribía.

– Bueno, soy periodista, todo lo que sé hacer es preguntar y escribir. – respondió y pasó el cuaderno para que lo hojeáramos. Explicó que escribía las frases para debates y también anotaba algunos conceptos que llamaban su atención en las tertulias. Luego los leía y releía y así retenía y aprendía.

“Eres un aprendedor profesional” le dijeron. Pero él respondió con habitual seriedad:

– Aprendo mucho más de otro cuaderno… – dejando la respuesta con intriga.

– ¿Qué otro cuaderno?- quiso saber alguno. Pero no fui yo, que ya había desoído la orden del Dr. quien se mantuvo tranquilo y en silencio.

– Un cuaderno como el de Luz Azul pero solo mío, que no comparto y donde anoto mis experiencias de vida, mis propósitos, mis deseos…

– Entonces será bien privado – interrumpieron con sorna – Si escribo mis deseos reservados y me descubren, voy preso – completó alguien la frase, riendo.

Denis Chemirca se mantuvo serio.

– Al menos una vez por año hago un resumen de lo que hice con mi vida, releo lo escrito el año anterior en el cuaderno, comparo, escribo mis próximas metas; escribo mis nuevos desafíos y lo que me parece realmente importante para mí.

Escucharon sorprendidos y con tono incrédulo le preguntaron si le servía para algo. “Todos sabemos lo que nos gustaría, aunque no lo escribamos” se comentó.

– Pues a mí, sin duda, escribir me ayuda. Pienso un poco más y entiendo mejor lo que siento, lo que busco y lo que quiero. En mi trabajo he conocido cantidad de gente que vive su día a día sin saber a dónde va; así cualquier camino les viene bien.

Continuaron un poco más sobre el tema pero yo me quedé observando un cuadro al lado de la ventana; una batalla en campo abierto y sobre la colina más próxima, un caballo blanco en primer plano con las manos levantadas y el jinete erguido ordenando avanzar con su espada en alto. Pensaba para mi adentro que tener un cuaderno donde escribir algunas cosas podría ser una buena idea… El asunto era escribir qué.

“¡Vamos!”, ordenaba el jinete del cuadro a la tropa. Su solo gesto bravo y casi sacado de sí era una orden irresistible que sentí inspiradora, vaya a saber por qué. Lo cierto es que cumplí la orden y compré un cuaderno para escribir. . Como tantas cosas que se piensan y no se hacen, tengo para mí que sin la orden de ese cuadro, jamás lo hubiese comprado.

En la primera página puse mi nombre completo y el teléfono de la casa de Romina, como carátula. Y luego frases sueltas: “Mica es lo más” “El Dr. Paolini vale la pena” “El Cholo no es tonto” “ Maite , Lara, Cachón, Isabel, Pedrito” “ Brujería” “ Salí de la Villa” “Luz Azul” “Escribiré en este cuaderno y lo guardaré, como dijo Denis Chemirca”

“Recuerda que eres tan bueno como lo mejor que hayas hecho en tu vida”

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Al cabo, mi vida iba tranquila por entonces; disfrutaba cada día y la vieja melancolía no aparecía. Estaba enamorado y eso lo explicaba. Llevaba un año viviendo con Micaela y más de cuatro años en Locarazza, Paolini y asociados y mi trabajo se afianzaba cada día. Y para rellenar el escenario, se habían repetido muchos encuentros. No sé cómo llamarlos, quizá “sesiones”, donde aparecieron personas que me visitaban para recibir consejos y ver mi aura. Mantuve el mismo lugar, debajo del timbó. Siempre hacía la misma actuación que ya salía fácil y me divertía. Se acercaban por consultas de todo tipo, algunas muy extrañas. Vino dos veces una mujer mayor por un problema de salud según explicaba: “Se me cae mucho el cabello cuando cocino”. Y un tal Joaquín que me pidió que adivinara cuál era la combinación de la caja fuerte de su jefe porque guardaba allí un dinero que le pertenecía. Gracioso. Le respondí:

– Puedo ver con claridad un papel con la clave anotada: dice “ojo rojo”. Creo que debes ponerle un número a cada letra y así saldrá la combinación.

Era una broma porque justo había buscado en el Pequeño Larousse Ilustrado un palíndromo y había un ejemplo: “ojo rojo”.

En el Bajo la vida seguía su ritmo; seguía La Negra y los Guazos policías haciendo biyuya. Ninguna otra banda nos reemplazó a nosotros. Seguían las luchas familiares de los Troncoso y los Lyndon. Todo el fárrago seguía a excepción de la escuela y la iglesia donde se había limpiado el espanto. La casa de Matilde continuaba protegida y aunque no se arregló la puerta de entrada, Jeremías se ocupó de poner por delante una reja. La mamá de todos seguía enferma de algo que no entendíamos y los médicos definían como “cosas de la edad”; tendría unos sesenta años porque cuando nació Pedrito ya tenía más de cuarenta. Seguía de mal humor y cocinando y puteando a los “impiastros”, nuevos arribados a cargo ahora de Jeremías. No dejaba de escribir composiciones y letras para las funciones de títeres. Yo trataba de estar para los cumpleaños que como un ritual seguían siendo muy alegres. Pedrito ya tenía dieciséis años y cursaba en la N°31. Maite recién egresaba. Y Lara trabajando en la iglesia con el cura Paolo, reemplazante del Gaita. La prima Isabel estaba de novia y trabajaba en la Dirección de Turismo de Lorrico y el Cachón consiguió una ayudantía en el “Registro de Patentes” de vehículos. Los Bonilla estaban ubicados y trabajando, como reza el catecismo de Matilde. Que por cierto no mejoraba su aspecto de mechas sucias ni cambiaba su costumbre de mortificar a todos con la limpieza en la casa.

En cuanto a Jeremías, no había conseguido un rumbo para su vida y seguía en las suyas. Tuvo que enfrentar otro aborto y discutimos fiero. Me pidió plata no le di. Desde entonces nos distanciamos y solo quedó un tibio saludo en algún cumpleaños. Así recuerdo el episodio:

– ¿Es que no ves lo fácil que es evitar todo ese kilombo, Jeremías? ¡Es usar un condón!

– No me gusta, me enfría.

– ¡Usa la imaginación boludo! Que te lo ponga la china con la boca, vas a ver cómo te va a gustar.

– Y no me gusta que me retes como si fuera Pedrito – siguió, desoyendo la recomendación- Tú también te has mandado tus chorradas y sé muy bien lo de Los Petecos. Parecía empeñado en desembuchar cosas guardadas. Estábamos solos en la calle, parados en una esquina cerca de la casa. Me reclamó no haber atendido a nuestros hermanos y haber desaparecido desde que me fui con Mica; estar ausente ante la enfermedad de Matilde y al margen de los problemas de Lara y Paolo. No estaba al tanto de lo que hablaba mas de seguro no era momento para conversar.

– Y no me vengas con enseñanzas de moralina, que te hacen falta a ti y no a mí.

Sin entender el contexto puse cara de no comprender, y siguió.

– Porque el aborto es matar una vida, imbécil – me gritó en la cara. – Y nada tiene que ver quién lo paga.

– El primero lo pagué yo. ¿Lo tienes claro, verdad? – reaccioné sin procesar sus palabras. Lo que yo sabía es que si nacen esos guachos terminan todos en el Bajo buscando casa, comida y cariño.

Pero siguió hablando sobre el tema y sobre matar una vida. El cura Paolo le había explicado la importancia de un nacimiento. Yo lo escuchaba impávido sin comprender. Se estaba desahogando y retándome a mí por no reaccionar ante una especie de duelo que vivía. La amiga de cama había estado grave en el raspado y sobrevivió pero quedó impedida de tener hijos. “Podría haber muerto”, había dicho el médico.

– A veces lo único que puede ser tuyo es un hijo- brotó en resentimiento.

– ¡Ni eso puede ser mío!

Entonces traté de consolarlo un poco diciéndole que ambos, la chica y él tenían culpas compartidas. Pero era tarde y el comentario no atinaba. Estaba furioso conmigo.

– Siempre tuviste suerte. Te fue bien en la N°31 pero eras vago. Conseguiste un trabajo y cargas monedas. Yo no tengo pega ni tengo culpa. ¿O crees que me gusta estar sin hacer nada? Mi compañero de banco fue el Furcho Aguirre, el más pobre del Alto. No tuve tu suerte. Y bien sé que robabas con Los Petecos. Estuviste preso. Y ahora puedes vivir en El Alto. Siempre tuviste suerte- se despachaba sin respirar -Lo único que te falta es hacerte el brujo, como sé que andas haciendo. Podrías seguir con eso, con tu suerte la gente va creer cualquier idiotez que digas.

El Fatiga parecía más huesudo que lo normal. Estaba casi colorado despachando lo que tenía dentro. No lo interrumpí porque entendí que necesitaba decir esas cosas y no era importante aceptarlas o no. Solo escuchaba. No había pensado en términos de “suerte” lo que vivía, pero en vez de cuestionarlo, me salió:

– Siempre tuve suerte, es cierto ¡Pero tampoco tengo la culpa de tener suerte! No es conmigo con tienes que estar enojado.

Cuando se fue Jeremías me pregunté en silencio dónde quedan mis méritos si todo ha sido suerte, de verdad. Mi primera sensación fue: ¿Dónde hay méritos míos? De aquellos que hablaba mi maestra Rosita. “Aprendan de Bonilla” No apareció respuesta en un prolongado silencio del que salí sorprendido de estar pensando en mí y no en mi hermano y su mortificada situación de vida. Jeremías quedó herido desde entonces conmigo; quizás lo estuvo desde mucho antes. Lo cierto es que no superamos el frío que se ventiló en aquella charla callejera.

Capítulo 7

Un día algo inesperado ocurrió.

Desde que vivo con Micaela en casa de Romina, la relación se ha ido afianzando y hablamos de nuestro amor como lo hacen los adolescentes, incluyendo ocasionalmente un lenguaje aniñado, desprejuiciado y parecido a los modos con que me dirigía a Pedrito de pequeñín.

Mica me hacía sentir el centro del universo y yo respondía tratándola de igual manera, sin fingir. Hacíamos el amor más veces de las que sería sensato admitir. Aquella noche, desnudando la pasión y justo en el estado más salvaje cuando todo fluye y ya nada puede detenerse, percibo que hay alguien más en la habitación. Romina nos observa. Entiende que la he visto y se va con extraña calma. Me percato que también Mica advierte lo ocurrido; no obstante tras el climax recupera el ritmo de su respiración y se acomoda plácida en mi pecho en silencio. No supe que hacer. Silencio.

Los siguientes días fueron los habituales. Los tres fingíamos que nada había sucedido; quizá no era gran cosa pero yo me sentía turbado. Quizá porque arrastraba en mi mente el recuerdo de aquella desgraciada vez; Matilde copulando con alguien…“Anda el niño por ahí”, y jadeo más jadeo: “No importa”.

Me inquietaba el modo natural con el que Romina y Micaela actuaron después; ese mutismo sobre lo ocurrido indicaría que era justamente eso, natural. Como cuando en una sesión me preguntan qué deben hacer y doy una respuesta tan confiada que sencillamente se vuelve convincente. Sin embargo yo sentía un ruido por dentro y la necesidad de hablarlo con alguien. No podía contar con Jeremías ni mis hermanas, claro. Recordé a “su concha madre” el Trompa Mariconda porque como siempre andaba de putas tal vez podía ayudar su conocimiento de las mujeres. Pero solo fue una idea bruta que apareció sin ser llamada. Ni hablar de preguntarle al correcto Dr. Paolini o a nadie en el estudio… Pero sí podía hablar con el Cholo y eso hice. Obviamente no tenía por qué decir la verdad. Una pequeña historia inventada que ponía a un compañero de trabajo del Cachón en la situación que yo viví, fue suficiente. Guardé silencio esperando su comentario.

– ¿Y el muy zopenco no la invitó a sumarse?- reaccionó el Cholo mordiéndose el labio.

– ¡El zopenco eres tú. Estaba con la novia, no una fufa!

– Da lo mismo, dos chinas en la misma cama…

De nada sirvió la opinión del Cholo. Aunque extraño, podía ser que nada más había que conjeturar de lo ocurrido.

En los días y noches en los que seguimos con las frecuencias de amores carnales, no vi a nadie entrometido y no hubo ni tan siquiera una broma en alusión al hecho. Dos semanas después, una noche la presión del silencio confabuló en mi contra y exploté.

Solíamos ir al cine; salíamos de ver una película italiana, “El Conformista” y fuimos a comer una pizza…

– Nunca me has contado tu vida, Peli – por pelirroja- dije con palabras que aparecieron de la nada.

Micaela evitó mirarme y actuó como si no hubiese escuchado.

– Peli, siento un estruendoso silencio últimamente; me aturde como el patio de la casa ¿comprendes? En toda la película solo pensé en cómo hablarte de esto pero está visto que me conviene improvisar, pues no sé cómo continuar… Ha surgido en mí una inmensa curiosidad por saber quién eres más allá de lo que muestras, más allá de lo que nos conocemos. Entraste al patio y a mi vida hace casi dos años. Todo y lo único que me sucede desde entonces es lo que sucede contigo. Bien lo sabes. Al mismo tiempo me sorprende recibir tu cariño sin que sepas quién soy yo… porque tú tampoco sabes mucho de mí. ¿No sientes curiosidad por mi niñez, por la vida de mis hermanos ni por mi trabajo? No hemos hablado nunca de las sesiones. Yo quiero saber más de tu padre, por qué no tuviste hermanos, qué pasó con el negocio de tu madre, por qué dejaste la universidad y qué te une tanto a Romina y cómo fue tu vida con el Roli…

– ¿Por qué quieres hablar de todo esto ahora? Además, ya conoces mi vida – dijo en tono suave pero demasiado serio.

– Mica, Peli, Bebota, no sé nada y quiero saber mucho – Sonreí y para animarla agregué:

– Prometo llegar a casa y empezar por los pies, como te gusta – dije en la búsqueda de sacarle una sonrisa que no fue.

Vivimos una callada eternidad mientras comimos la pizza y terminamos la birra. Pedí dos cafés solo para permanecer en Don Ramón, tal el nombre del bar. Pero todavía sin la conversación esperada, incómodo por la espera de que algo suceda, me levanté aturdido y salí aturdido a comprar cigarrillos. Pasmado como un villero en la universidad, no esperé encontrar dificultad en el simple acto de contarnos nuestras historias por dentro, con todos los sentimientos comprometidos, como se lo merece una relación íntima. Caminé algunas cuadras en el fresco de la noche sorteando un par de kioscos y comprendí por qué la curiosidad en saber más de ella se había hecho ahora imperiosa. Sin temor a equivocarme supe que había sido la intromisión de Romina en el dormitorio la semana pasada lo que disparó esta urgencia. Su discreta reacción y la de la propia intrusa, me sorprendió como sorprendería que falten dos espacios para completar un rompecabezas al que le quedan tres piezas. ¿Qué parte de nuestras historias no encajaban? ¿O mejor dicho, habrán encajado algunas partes…forzadas? ¿Y si no fue esa la única vez que Romina nos observó? ¿Lo sabría la Peli y en ese caso, por qué lo ocultaría? ¿Qué interpretación había? Todos estos interrogantes se avivaron ahora, mientras que antes apenas habían revoloteado como escurridizas mariposas. ¿Quién es Micaela? En dos años nos habíamos conocido, claro, pero nunca profundizando en quiénes éramos realmente; pero nos amábamos. Eso precisamente es lo que me llevaba a buscar respuestas a preguntas que con otras amigas de cama nunca hice. “Es el amor el que me empuja”, recapacité. “O el miedo a saber algo… inconveniente” La belleza de Mica era como una poesía aprendida de la maestra Rosita en la N°31 que podía impactar hasta a los más guarros. ¿Una mujer tan linda e inteligente y madura podía estar buscando en la entrada de una casa a un hombre más joven, un cualquiera, para darle celos a su ex novio? ¿Mica ve un aura en mí, realmente? Desde entonces había investigado bastante sobre aura y nada sugería que yo tuviese un don especial. Me surgían a borbotones más y más preguntas. Pero decidí comprar los cigarrillos y volver con el paso urgido a encontrarla.

Me senté y sin ninguna mención al buen rato que estuve fuera, pregunté:

– ¿Me ves el aura?

– No – y esta vez sonrió. Me tomó las dos manos y dijo:

– Por qué necesitas saber más de mí para quererme si yo no necesito saber de ti más que lo que sé. Sé cómo eres conmigo y por eso te adoro. ¿Qué otra cosa hace falta, Til?

Esas palabras me reblandecieron; es notable cómo unas pocas palabras, precisas, pueden cambiar el humor. Nos declaramos un amor mutuo como tantas veces lo hacíamos y nos besamos en plena pizzería delante de la mirada de todos. Comentamos “El Conformista”, película que había sido nominada al Oscar como mejor película extranjera. Pedimos otras birras y jugamos. Hicimos la escena de la pelea con un hermano vago.

– ¡Lo voy a echar porque es un vago! Aunque sea tu hermano es un vago. ¡Y no sé si encima no me está robando! – dijo en voz alta, bien alta para que se escuche.

– ¡No te vas a atrever! ¡No te vas a atrever!- respondí pisando sus palabras y levantándome un poco de la silla.

En lugares con gente solíamos inventar peleas y las actuábamos con gestos enojados y hablando fuerte. Nos divertía inventar diferentes guiones y ver la reacción de los presentes; que su mamá era una arpía, o que ella se había insinuado con un amigo, o por un préstamo de dinero que el cuñado todavía no devuelve. Incluso si la improvisación no aparecía, soltábamos palabras a medio decir o totalmente incoherentes. El asunto era parecer convincentes. Repetíamos este juego muchas de las veces que estábamos en público. También hacíamos lo contrario y en voz baja, claro, conversábamos sobre cómo serían las vidas reales de quienes estaban en el lugar. Si eran turistas o locales, amigas/os, si pinchaban o no – Mica afirmaba que había solo dos tipos de hombres: los que te querían pinchar y los que ya te habían pinchado-, si eran degenerada/os o ladrona/es o profesionales. En el bar con la B acostada, “La Escuelita”, conocíamos a todos pero íbamos a otros como Don Ramón, solo para mirar otras gentes, hacer interpretaciones y reírnos. La risa era muy importante para nosotros.

Pero volvimos de corte al ruedo de esa noche y tras las cuchufletas por la actuación, dije sin preludio:

– ¿Es la primera vez que Romina nos ve pinchando?

– Supongo que sí.

– ¿Y qué piensas?

– Nada, tendría curiosidad.

– ¿No te molestó? ¿Hablaste con ella del tema?

– No.

Me frustraba recibir respuestas tan…simples y tan… Me resonaban como ingenuas y categóricas al mismo tiempo, como las que yo mismo entregaba en las sesiones. El mismo estilo, casi alucinante. El jolgorio teatral se iba esfumando por completo. Me tomé unos segundos mirándola fijo… Su pelo rojizo y esas pecas tan bien ubicadas en los pómulos; ojos de miel clara. Lleva una blusa de cuello alto que la hace inconquistable y seductora.

– Tu rótulo tiene un color de calma, un apacible rosado – dije simulando.

Sonrió como respuesta y retomando el tema dijo:

– Tú le dijiste a Romina que busque un compañero y eso está haciendo.

Me actualizó la información del ex esposo y las visitas que continuó haciendo a su hijo. Habló sobre su vida social y su trabajo. Romina era una morocha de buen cuerpo y el pelo corto le daba un atractivo peculiar que afirmaba un carácter determinado. Debía ser fácil que alguien se interese en ella.

– Volvamos a nosotros. ¿Quién es Micaela Magariños? ¿Cómo llegaste a mí?

– Si no hemos hablado más de nosotros y de quiénes somos es porque tendremos algo que ocultar. Mientras estuviste comprando puchos supe que esto iba a pasar. En algún momento íbamos a tener esta conversación. Vamos al dormitorio, revolquémonos y mañana hablamos.

– ¡No! Hablemos ahora- Pedí otra vez dos cafés porque la cuota de cerveza ya era alta ¿Yo no tengo nada que ocultar y tú?

Mi estado emocional era propiamente un barullo indescifrable. Me sentía vulnerable sin nada de control sobre lo que sucedía, con un miedo que me apabulló desde que me atacaron las preguntas en la calle… y aumentó cuando fugazmente sondeaba las respuestas que brotaban. ¿Cómo llegaste a mí? Y ahora se agregaba su decir monótono: “Tendremos algo que ocultarnos”. ¿Ocultar qué? ¿Hemos fingido durante dos años? ¿Acaso se finge siempre? Por mi lado es verdad que hay algo de actuación en todo lo que hago con los demás; con la familia, en el trabajo, con amigos. ¿No somos todos así, acaso? A veces buscaba agradar, como en la época de la N° 31, o buscaba imponer respeto en la casa, o parecer perspicaz o parecer un brujo o parecer avispado o hacerme el distraído. Siempre hay razones para fingir y todos lo hacemos en alguna medida, estaba convencido. ¡Pero nunca con el amor a Micaela! Estos pensamientos ardían en mis sesos pero en el fondo eran cuestiones del corazón. Y yo era pura emoción en el terreno del amor. No tenía parámetros de sensatez sobre los hechos. No sabía si ocultar verdades era grave o gravísimo o dependía de cuáles; si era normal o sería como una traición. Estaba alborotado porque mi mente no se quedaba quieta con una idea sino que surgían otras y otras y más preguntas y más ensayos de respuestas inciertas. Reparé en que no solo no hablábamos de nuestros pasados sino que tampoco teníamos presente el futuro. No existía porque no había planes y proyectos hacia adelante. Sin duda yo era inmaduro para las cosas del querer. Nunca me enseñaron cómo es amar a otro. En la N°31 no lo aprendí, en la casa no lo aprendí y en la calle tampoco.

Me subió un arrebato de angustia que intenté desechar de inmediato. Imaginé que estaban en peligro mis sueños, nada menos. Tuve miedo de tener ese tesoro en peligro. Había logrado con legítimo orgullo soñar para mí una vida distinta a la del Bajo; una vida ambiciosa que mereciera la pena. Venía de una opacidad indiferente en la que no tenía un mañana ni interés por un futuro porque lo creía malditamente independiente de mi esfuerzo.

En medio de este sobresalto de emociones una voz que salió de mi adentro me juró que no existía tal peligro, que exageraba. Me ayudó a calmarme y solo necesité escuchar unas pocas palabras de Mica. Ella me adora y no hay nada que ocultar. Dijo con voz mansa:

– Aquel día que aparecí en tu casa y te cambié la vida, como tanas veces has dicho, no fue por descarte luego de haber visitado a los amigos del Roli. Fui a buscarte porque el Cholo me dio la pista.

– ¡El Cholo!

Reaccioné con un grito y saltando de la silla como si estuviéramos en una nueva actuación, solo que esta vez era cierto. En mi modo de ver, el Cholo era mi amigo verdadero, compinche de la N°31, el hijo de mi jefe el Dr. Paolini. Mica buscó tranquilizarme. Le hice cantidad de preguntas sin respirar siquiera. Continuó con su voz en calma.

– Mi amor, nada de lo que debo decirte te va a herir. Estoy enamorada de ti y si no hablé antes fue solo por miedo a tu enojo. Por favor, escúchame con esa cara de ángel que Dios te ha dado.

Cara de ángel sé que no tengo, mas el tono de sus palabras me serenaba… pero seguí con preguntas de todo tipo. Se nos acercó la moza de la pizzería para cobrarnos y advertirnos que ya cerraban. Mica tuvo que prometerme que continuaríamos conversando en el dormitorio. Nos fuimos caminando bajo una noche silenciosa; no lloviznaba. Ya en el cuarto, nos sentamos sobre la almohada y nos apoyamos en la cabecera de la cama mirando hacia el frente, sin cruzarnos mirada. A pesar de mi tensión, ella mantenía la serenidad. No sé por qué recordé que también Maite permanecía impasible cuando le saltaba la impotencia al enseñarle a leer y escribir a una malhumorada Matilde. Quizá fingía. Me hubiera gustado en verdad ver un rótulo de color en su frente.

Comienza a hablar sin remilgos. Tenemos birra encima y llevamos muchas horas sin dormir pero estoy atento, alerta como cuando el animal encuentra el peligro y tiene que decidir si huir o atacar. Mica va desgajando su vida repitiendo algunas historias que ya había escuchado pero yendo hasta lugares que nunca había penetrado. Su voz ahora parece no tener emoción como si recitase un guion interpretado en pobre actuación. Pero cambia su gesto calmoso; se pone tirante, desfigurado y después sus lágrimas fueron por demás elocuentes.

“No tuve buena relación con mi padre, una basura humana. Un hombre que golpeaba a mi madre y cada tanto, a mí misma siendo niña. Cuando lo veía sacarse el cinturón la paliza era inevitable. No tenía por qué existir razón valedera”

La pobre Mica sufrió en presencia, los llantos y la debilidad de la sometida Carmen, su mamá. También con ella vivió distancia y peleas; que vistas con los ojos del tiempo transcurrido después, fueron consecuencia de la incomprensión y el rechazo a la pasividad de su madre frente a los abusos del esposo. De seguro la sometía también sexualmente y se las habrá arreglado para no quedar embarazada de otro hijo. Micaela era hija única. Más de una vez el muy cerdo padre, estaba con otra mujer en la propia casa. Un día que llegó después de unas semanas sin saber de él, Carmen se cansó. Pelearon y él le reventó un oído de un golpe; lo denunció. No fue la primera vez pero esta vez fue resuelta al recinto policial, con Mica, una mañana muy temprano y dijo que no se movería de allí hasta que no encarcelaran a su marido. Había llevado el número de teléfono del canal 4 de televisión de Lorrico previendo que pudiera ser de ayuda. No hizo falta. “Recuerdo – me contaba con la voz pausada y fría – cuando lo vi entrar a la comisaría con las manos esposadas atrás rodeado de guazos. Recuerdo los gritos y amenazas…los brutales gritos que con espuma en la boca nos escupió a nosotras. Todavía los escucho en mi cabeza. Tenía 16 años”.

– Por eso te gusta ahora las voz en calma, como la tuya misma – dije acariciando su mano en compañía del relato – Desoyó mis palabras y continuó.

– A mamá le costó reponerse y vivir sola conmigo. Por mucho tiempo esperó con terror que regresara el cerdo. Supimos que había salido de la cárcel y había partido a la región de los mangos. Nunca más lo vimos. Por mi parte, trataba de estar en la escuela y con amigos todo lo que podía. Mamá tenía una máquina de coser, de las primeras industriales que aparecieron y una overlock. Trabajaba fasoneando prendas a terceros porque con su timidez, no tenía ninguna habilidad para la venta. Se concentró en el trabajo y le fue bien; era prolija. Yo la ayudaba y a veces teníamos mucho trabajo para entregar; hacíamos joggins. Mamá era retraída pero yo me sentía querida por ella y “Eres mi orgullo”, decía. Quería que estudiara farmacia porque la ropa no tenía buen futuro para mí. Su hermana Emilia, la bruja Emilia, era dueña de una farmacia pequeña en el barrio de los judiciales y tenía un buen pasar. Como sabes, mamá todavía tiene su fábrica de ropa, que siguió creciendo, aunque esa historia también me pertenece y te la cuento después.

Seguíamos sentados en la cama, ella hablando y yo escuchando. Encerrados en una conversación que debía soltar todo lo que no nos habíamos dicho en dos años. Comenzaba el fin de semana; se hacía de día. Aún agotados, no suspendí su relato. Quería que continuara hasta saber quién era la pelirroja que llegó a mi vida y qué tuvo que ver el “muerde labios” del Cholo en esto. Con las horas pasando, escuchándola, mirándola y conociéndola inteligente y atractiva, comprendí que jamás pudo haber sido cierto lo que sí creí cuando la conocí. Aquella tarde Mica no debía estar mendigando un amante para celar a su novio.

Al ver su mirada al vacío y sus colores desteñidos por los opacos recuerdos traídos, la mimé, nos acurrucamos y nos quedamos dormidos hasta el mediodía. Al despertar, luego de besarnos y penetrar los inagotables territorios de los cuerpos, me levanté y preparé un desayuno tardío. Una nota de Romina avisaba que volvía a la hora del copetín. Nos costó retomar el tono de las verdades guardadas, pero lo hicimos. Siguió ella hablando. Contó su paso por la escuela y la secundaria haciendo buenas amigas y algunos amigos. Como a mí, a ella también le costó ser aceptada y también tuvo que sobre adaptarse con las chicas que a pesar de ser muy pocas, estaban divididas en dos grupos. Quedó en el de las santurronas, aunque no lo era. Mica hablaba con el mismo registro de voz, mesurado, mezclando hechos que ya me había contado y agregando otros. Parecía conversar con ella misma como si yo fuera un espejo en el que se veía y escuchaba. Vivía sola con su mamá y trabajaban juntas en el taller de confección de joggings. Habían agregado moldes para niños y crecían en ventas. Tomaron a dos chicas empleadas para trabajar en las dos máquinas y así poder sumar dieciséis horas seguidas. Entraba suficiente dinero incluso para pagar sus estudios terciarios en la Tecnicatura Farmacéutica en Colihuen, a cien kilómetro de Lorrico, único lugar de la región de los nísperos donde se dictaba Farmacia. Allí conoció a Romina.

– Me encanta escucharte – interrumpí para que pudiera respirar.

Seguía el relato pero quería llegar más rápido a nuestros días. Me maldecía por haber sentido los borbotones de angustia y dudas de la noche pasada. Un hecho que al fin parecería menor, la intromisión de Romina en el dormitorio, no debería haber desencadenado tanta ansiedad en mí. Si fingía o no lo hacía me parecía ahora irrelevante. A diferencia del día anterior, ahora veía a mi Micaela, la pelirroja de siempre, la que me dice que soy valioso y me está contando su vida, con luces y sombras. A lo mejor como la de todos. ¡La Peli, la mejor hembra en una cama que había conocido, con la que me divertía, con la que jugábamos a ser traviesos, la que me adoraba, la que me veía un aura y recibía mi energía! Yo empezaba a vivir mi día cuando la veía y terminaba solo si cerraba mis ojos con ella al lado. Eso debía ser estar enamorado, que no es lo mismo que enconchado, al decir del Cholo. Nadie puede ser insignificante con una Micaela al lado. Además la pecosita me hizo pensar que yo no era el hijo con peor suerte en el mundo. Su padre, esa “basura humana” que la castigaba a los cinturonazos era mucho peor que cualquier padre inexistente.

Me sorprende que solo viendo otras desgracias yo me haya visto a mí mismo de otro modo. Fue un camino recorrido; comprendí que era pobre cuando ingresé a la Escuela Normal N° 31; y que no era el más pobre y olvidado del mundo cuando salíamos de ronda por el Bajo con Los Petecos. Nosotros no sufríamos una guerra con familias enemigas y sí teníamos agua.

Es curioso mas había cierto atractivo en verme como un pobre. No es atractivo específicamente, pero sí una comodidad de conciencia, un salvoconducto que podía perdonar mis actos. No tuve una madre que apañara mis yerros; pues entonces estarían explicados por mi desgraciado origen.

Desde luego ese sentir y esa idea cambió. Otra vez yo pensaba en mí cuando era de ella de quién se trataba la conversación.

– Me hace bien contarte- dijo besando mis manos y retomando su decir.

Percibí que estaba consiguiendo abrir una ventana que la aliviaba.

– En Colihuen alquilamos un departamento clásico de estudiantes en el que vivimos con Romi cuatro años – continuó- Fue una época de alegría y travesuras. Volvíamos a Lorrico cada semana o cada quince días. Romina conoció a su futuro esposo y yo a Atilio Zarachara, mi novio. A ti te lo he mencionado como El Tuco. Ahí va la historia.

Sin que nada dijera, Mica seguía embalada en un contar tranquilo, revisando su biografía página a página sin especial emoción. Estábamos en la cocina, las palabras se descolgaban como agua en cascada mansa.

– El Tuco Zarachara fue fruto de un arrebato hormonal y así empezamos; pero lo fui queriendo; me sentía segura con él. Era un chabón que tomaba decisiones sin rodeos y supongo que yo necesitaba eso teniendo en cuenta que venía de sufrir mucho. La relación con mamá era buena pero tensa. Vivía abrumada con el taller de costura y sin amigas o muy pocas, todo lo que ella tenía era yo, que vivía lejos. Ella le tenía desconfianza al Tuco y odio a los hombres. “Son todos iguales”, aseguraba convencida.

– ¿Era gracioso? – pegunté y la sorprendí – ¿El Tuco tenía gracia?

– ¿Por?

– Por si te había contagiado. No sé de dónde viene tu chispa, con una vida sufrida como la que has tenido. ¿O me cuentas solo las broncas y guardas el bailoteo?

– Jaja. Puede sonar opaca la historia, pero sí, en cierta forma solo cuento las marcas tristes pero no son todas; siempre busqué divertirme, siempre busqué olvidar los malos momentos, a cualquier costo…

– ¿Te drogaste alguna vez? – me salió de sopetón y me arrepentí. Se hizo un silencio que lo sentí como censura a mi pregunta.

– Conocí muchas chicas que fumaban tirol pero solo probé una o dos veces. Me asusté y terminé en otro grupo. Tenía poco presupuesto para tirolear y lo que veía de los drogados no era lo que quería para mí. Romina estuvo un poco más metida pero por suerte también salió a tiempo. A ti no te pegunto porque me has contado que la banda de La Negra no era tu banda.

Guardé silencio y continuó.

– Con el padre que castigó mi niñez fuera de mi vida, tenía ahora a Carmen con sus costuras y yo estudiando Farmacia en Colihuen, y un grupo de amigas. Solo me faltaba un hombre y como tú tardaste tanto en aparecer tuve que buscarme otros antes- remató con una sonrisa.

– De nuevo te voy a contar una historia de mierda, pero para que no critiques, confieso que tuve buenos años en Colihuen. Con Romina éramos muy buenas amigas, con Tuco me sentía segura y salíamos con amigos. Vivíamos como se vive a los veintitantos. Salteo mis gustos por la música porque ya hemos peleado bastante, Beatles o Bee Gees, Creedence o los Rolling. De dónde sacaste a los Rolling si jamás debes haberlo escuchado en el tugurio villero del Lagarto – se burló y al momento volvió al tono calmoso del relato.

– Carmen trabajaba con dos mujeres que ayudaban a coser. Los joggins, sobre todo de niños se vendían muy bien. Apareció la idea, que tiró el Tuco, de agrandar el taller. Mamá pensó que haría falta dos máquinas planas más y otra overlock de tres hilos para surfilar. En casa quedaba lugar todavía en el garaje pegado al comedor; lo que no había era plata para comprarlas. El Tuco se ofreció a gestionar un crédito y a pesar de mi incredulidad, lo terminó consiguiendo. Se firmaron los documentos en cantidad y al fin las máquinas llegaron, compradas nuevas, a buenos precios y con plazo. Así era el Tuco con los negocios. Se ocupó de todo hasta que un día bajaron del fletero las tres máquinas industriales. Debe haber habido muy pocas en Lorrico en ese momento. Yo ayudaba siempre que podía a mamá aunque me desentendía bastante buena parte del año por estudios y exámenes. Y no fue fácil encontrar chicas que trabajaran bien y cuidaran las máquinas. Igualmente se fabricaban cada vez más prendas. Tuco se empezó a ocupar también del fason y del trato con los clientes, pagos y cobranzas. Llevaba todo el negocio.

– …Me la veo venir…- previne.

– Sí, nos robó. Confiamos en él y no controlamos nada de nada durante meses. Romina y mi mamá, por supuesto, habían advertido que debíamos cuidarnos mejor pero ya era tarde. Un día llegó un oficial de justicia con una orden de incautación de las máquinas. Muchos pagos de las cuotas del banco, la mayoría, no se habían hecho y el dinero de los clientes había desaparecido. Creíamos tener mucho por cobrar por ventas y mercadería entregada, pero ya habían sido canceladas y había recibos entregados y firmados por el Tuco. El banco hacía las notificaciones en el domicilio del cabrón. Para mamá fue muy duro aunque es cierto que es una mujer especial. Con todo lo sumisa que ha sido, con toda la tristeza que lleva encima, ella tiene en el taller su razón de vida. Primero viene el taller y después yo- bromeó- A los pocos meses estaba trabajando con normalidad sin las nuevas máquinas que se perdieron pero en negociaciones con el banco para recomprarlas. Y lo hizo. En cambio yo me enojé mucho. ¡Gran hijo de puta! El Tuco desapareció de Lorrico. No habían más Zarachara en la ciudad. No tuve cómo buscarlo y no sé qué hubiera hecho si lo encontraba. Lo mataba. Me enojé conmigo por ser tan confiada. Los hombres no me iban bien. En cambio con Romi y las compañeras de la tecnicatura se me hacía más fácil. El Tuco me usó, me manoseó, se cagó de risa de mí.

A medida que describía los hechos Mica fue cambiando el tono que ahora era de impotencia como si estuviera viendo a su ex con una risa burlona en la cara. Por mi parte, quería que hablara de las cosas que me ha ocultado y de cómo llegó a mí. Pero actué un gesto de compresión que no sentía.

– Después de tres años estudiando Farmacia tuve que abandonar para trabajar con mamá a tiempo completo. Y todavía estoy. Tú conoces el taller, es grande pero nos lleva tremendo trabajo con los dos turnos y si seguimos así tendremos que alquilar un galpón más grande. Con Carmen no me resulta fácil trabajar pero no tengo alternativa. He buscado otras cosas y como sabes, trabajé más de un año con mi tía, la bruja Emilia, en su farmacia. Que también era herboristería y se preparaban brebajes. Me llevé muy bien con ella, mejor que con mamá, diría. Emilia sabe todo y tiene una solución para cada problema…

– Mica, cariño – interrumpí su impulso parlotero – podemos hablar de todo cuantas veces quieras. Me gusta escucharte y nos debíamos esta conversación. Pero quiero saber cómo fue que llegaste a mí.

Aceptó, pero mientras comimos algo de pollo del día anterior, me pidió que tomara el turno de hablar yo por un rato. A grandes rasgos ya conocía mi historia en una versión escueta. En estos dos años había goteado algunas anécdotas… pero siempre a grandes rasgos. Cambié algunas cosas que consideraba poco importantes; evité decir otras por parecerme inconveniente. Mica conocía los datos de mi familia, mi paso por la N°31, la vida de mis hermanos, de los arribados y amigos. Mi paso por los Petecos como una mención brevísima de pura picardía y mi trabajo en Locarazza, agrandando mis méritos. Si es por emociones y sentimientos, mi vida era mucho más intensa que el modo desabrido en que la relaté siempre. Pero yo no era dado a desnudar mi adentro. Al fin, en pocos minutos maticé lo que ya sabía de mí y cedí el turno.

– Ahora pecosita, estábamos en tu trabajo en la farmacia de la buena tía bruja, pero podemos dejarlo para otra vez. ¿Cómo conociste a Roli y qué pasó?

Me hacía ilusión que la respuesta coincidiese con lo poco que tenía por sabido al momento. Se generó un silencio demasiado largo… y yo que estaba ansioso…

– A Roli lo conocí hace poco más de un año en la farmacia. Me pareció un chabón derecho. Lo quise y me sirvió para olvidar a Tuco. El Roli es amable y cumplido como pocos hombres que he conocido.

Sé que cabían improvisaciones y chistes del momento pero Mica hablaba con seriedad.

– Pues nada, Roli es Rolando Velazco. ¿Te suena el nombre? – continuó sin esperar respuesta -. Tú le robaste el car stereo de su auto hace como diez años, cuando estabas en la banda. El Peteco le disparó en la pierna y nunca se recuperó; quedó algo cojo desde entonces. Le hicieron tres operaciones y tuvo que vender la catramina para pagarlas. Dijo que nunca hizo una demanda porque la policía, que los protegía, no creyó el relato y al no haber testigos nada prosperaría. Desde entonces te odia a ti y al Peteco y a la banda. ¡Los odia!, deletreó. Pero le faltó carácter para enfrentarlos y el tiempo pasó y limpió. A pesar de que a mí me contó la historia cien veces y a cada quien que pregunta por su cojera le hace el mismo cuento.

Yo quedé atónito aunque mi instinto de autodefensa…o algo así, me hizo poner cara de que nada tan serio estaba escuchando; como si fuese una historia de otro.

– Cuando descubrí que me engañaba con la china de la tintorería – continuó- me enfurecí. No fue un engaño así no más; el muy puto tenía doble vida y llevaba con esa guacha casi un año. ¡Doble vida! ¿Te das cuenta? Me enfurecí con él – repitió-, conmigo, por idiota. Los hombres no me van, Tilde. Me han cagado todos. Menos tú…hasta ahora.

– No seas tonta – le dije con suavidad.

– A tu amigo el Cholo lo conocía desde cuando empezó a trabajar con su padre. Habíamos ido con mamá al estudio Locarazza varias veces, cuando el asunto de los golpes de mi padre y luego por la estafa del Tuco. No me parecía una lumbrera. Pero cuando descubrí la traición del puto Roli quise vengarme para sacar mi rabia. ¿Qué mejor desquite que se entere que me había ido contigo, justo contigo? El Peteco está preso; tú eras mi revancha perfecta. Un año anduvo conmigo y la otra al mismo tiempo. ¡Un año!

Hizo una ligera pausa y siguió.

– Por supuesto que no es verdad que andaba buscando amantes. Tú tenías que ser mi venganza. Te estuve buscando un tiempo; sabía que eras compinche del Cholo y un día me le aparecí y me dijo dónde encontrarte.

– Nunca me dijo nada el zopenco- comenté tontamente.

– No sabía nada de mí. Es corto y de fácil creencia. Le mentí y le dije que era mi tía Emilia quien quería conocer a un tal Bonilla… No preguntó nada. Cuando te fui a buscar y te vi, se me ocurrió el cuento de los otros intentos de encontrar amante; no quería que te engalletaras y te agrandaras demasiado; no es fácil llegar a un chico y pedirle que sea tu amante…

– Por eso me lo dijiste sin vueltas – intenté bromear.

– …quería protegerme de posibles arrebatos. Era peligroso regalarme. Los hombres son una mierda y me han cagado siempre – repitió por quinta vez.

– ¿Y lo del aura? – pregunté sin dar importancia a su sentencia feminista.

– Tía Emilia me enseñó a ver el aura. Desde el primer momento que te vi, algo me pasó.

– Peli, yo quería pinchar solamente – me salió del alma – Pero después me enamoraste – dije con la idea de arreglar la innecesaria verdad.

Me sentí aliviado de que en síntesis no había ningún secreto importante.

– ¿Por qué no me dijiste la verdad? – quise saber.

– Porque no preguntaste. Tú tampoco contaste de verdad tus rondas en Los Petecos. Al día de hoy no sé qué hacían pero con la sola versión del Roli parece que eran delincuentes.

Se quedó pensativa unos instantes y yo en silencio, sabiendo que tenía razón.

– No hablamos de nuestros pasados. Quizá fue un error. Tenía miedo de que te enojaras. Tilde, te amo y no quiero perderte. Por favor no me engañes nunca.

Luego de otros largos segundos, me miró con los ojos de miel y siguió.

– Te quiero a pesar del tiro que le pegaste a mi ex novio…- dijo con una sonrisa irónica volviendo al humor después de tantas sobrias confesiones.

– ¡No fui yo! Fue un accidente…- aclaré. Ella continuó sin detenerse.

– Los hombres me dan miedo Tilde – volvió al tono del relato. Contigo lo voy superando porque si no confiara en ti no me sería posible brindarme como lo hago; y no podría ser una pecosita querible. ¿Lo ves?

Me pareció confuso en el momento.

– Sí, es cierto – contesté. Nos besamos sin apuro.

– Descansa Mica. Llevas horas hablando – dije después. Se sintió el ruido de la llave en la puerta de entrada. Debía ser Romina. En ese momento Mica se me acercó al oído, con prisa y susurró:

– La noche antes de la denuncia, mi papá me quiso violar.

– ¡Están los tortolos en casa! – saludó Romina sonriente.

Capítulo 8

“El estudio Locarazza atiende y destraba los entuertos de la convivencia en sociedad. ¿Te sorprenden los problemas Tilde? No son de cuidado. Solo tienes que aprender a dejarlos dentro de esta oficina. Problemas habrá siempre porque lo propio de una sociedad es el conflicto”, me explicaba el Dr. Paolini en el tono de un maestro dictando su clase. “Y los clientes nos necesitan porque creen que podemos solucionarlos. ¿Entiendes? Nunca se dice No Puedo o No sé. Sí se puede y lo que no se sabe se averigua”

Ya tenía 32 años y llevaba poco más de cinco años trabajando allí. Con el Dr. Paolini había avanzado mi relación. Él me tenía en consideración y hablábamos todos los días de algún tema. No ignoro que pasé por varias etapas emocionales; temor cuando lo conocí de cadete, admiración cuando lo vi haciendo y deshaciendo casos, expedientes y ganando juicios y ahora me gusta escucharlo y verlo a diario. Siento con él lo que siento cuando Mica pasa por el estudio cinco minutos para saludarme, sin ningún aviso previo. Solo para verme. El Dr. Paolini a veces se detiene en mi oficina solo para preguntarme cómo estoy. Me siento considerado. Me trata mejor que a su propio hijo, el Cholo. Y no es que me fije en eso… sino que en el fondo lo que siento es cariño por el Dr. Paolini. O simpatía. No es más que devolución de su afecto, supongo. Lo hubiera elegido como padre, pero ya no es tiempo.

El Cholo sigue siendo el compinche de siempre; es la persona con la que soy el que soy, sin actuación. Ya aprendió que con Mica no estoy enconchado sino que hay amor; mas no hablamos de amores. Él tiene su novia y salimos los sábados los cuatro. A veces se suma Romina y su nuevo compañero Juaco.

Los hombres solos tenemos juntada de jueves a la noche. Somos seis o siete que vamos al bar del Polo Cantero; tenemos una mesa reservada en la parte de atrás del salón pasando los billares, donde jugamos Póker y a veces Tute.

El Cholo es liviano, sale de la norma de su padre: “siempre hay conflictos de convivencia”. Él acepta las cosas y las personas según vienen. Lo que a otros irritaría a él apenas lo mosquea. Siempre fue así desde que era mi compañero de banco en la N°31. Carga holgadas monedas y es generoso, conmigo al menos. Si de alguien podría esperar alguna ayuda, vendría de él.

Pero no se atreve, o por alguna razón desconocida, no hace el trabajo que hago yo. En el estudio no tiene oficina privada y yo sí, la que dejó del Dr. Carcagno quien se fue, creo yo, como consecuencia de los episodios de la Universidad del Valle. Mi trabajo se convirtió propiamente en el de un investigador privado. “Husmea, husmea ahí” ordena el Dr. Aprendí a sacar fotografías sin ser visto y a seguir a personas en procesos de divorcio o divisiones societarias. Conseguí armar una pequeña red de informantes que pasaban datos de consumos de servicios domiciliarios y tarjetas de crédito bancarias. Tenía acceso al Registro de Patentes – allí trabajaba mi primo el Cachón- y al de inmuebles rurales y urbanos. Las oficinas de la intendencia eran visitadas por mí con frecuencia. Mis herramientas para el trabajo eran la improvisación, un toque de descaro y una pisca de imaginación. En el fondo, lo que hacía era relacionarme con las personas y conocerlas por lo que muestran y por lo que ocultan. ¿Qué es lo que no me están diciendo? me preguntaba al empezar un trabajo. Todos tienen trapos escondidos. Desde mis épocas de “vista” de Los Petecos me acostumbré a observar con curiosidad todo lo que pasaba; las personas, actitudes, respuestas, vestimenta, todo. Porque los hechos que importan se descubren por los detalles y para encontrarlos hay que observar con cuidado.

Creí que entre la vida en el Bajo, con los Petecos y en los relatos de unas pocas sesiones que ya tenía vista buena parte de las miserias humanas. ¡Nada más equivocado! En el Estudio fui conociendo con el tiempo roñoserías que aumentaron la colección de maldades reconocidas. Como un mago que siempre puede sacar algo más de la galera, así pueden aparecer siempre peores bajezas. Que no me ruborizaron antes ni lo hacían ahora porque tengo para mí que simplemente así somos las personas, eso es todo. He visto chabones con dos esposas e hijos en sendas familias sin ser descubierto por años, hasta secuestros, auto secuestros, sometimientos psicológicos, abusos sexuales. Estafas, falsificadores y prestamistas.

Mi trabajo en el Estudio me dejaba tiempo para mí porque el Dr. Paolini no me pedía cumplir horario más allá de lo normal y de los tiempos que los “encargues” de la calle me demandaran. Me pedía que encontrara información. “Con buscarla no alcanza”, me decía. Y no era necesario conocer el expediente; solo recibía la orden: “Tilde, averigua cuánto gasta el fulano por mes y en qué” “Tilde, quiénes son los amores de esta Sra. o de este Sr.” El único de quien recibía instrucciones era de él.

No me disgustaba lo que hacía; andaba suelto en la calle, conociendo gente de todo tipo incluso funcionarios políticos y empleados de gobierno. Vestía buena ropa y cargaba biyuya en el bolsillo; la que me sobraba después de dejar suficiente dinero en la casa de Matilde. Con frecuencia acompañaba al Dr. Paolini a Libertadores, a la Universidad. Llevaba mi traje. Supe que el simpático Laurentino Frías había dejado su relación de amorío con Rosario, la empleada despedida. Supuse que la estafa en la Universidad podría haber cambiado la relación entre el síndico controlador, el Dr. Paolini, y el Flaco Frías, amante de la ladrona; pero eso no sucedió. Lo cierto es que tanto el Dr. Paolini como yo nos hospedábamos en su chalet y disfrutábamos en la biblioteca de las tertulias de Luz Azul. Incluso cenaba con ellos.

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Pasó el tiempo desde aquellas horas de sinceramiento con Micaela en las que compartimos nuestros pasados. Seguíamos viviendo con Romina en su casa y ocurrieron más cosas…La morocha de pelo corto volvió a mirarnos mientras hacíamos el amor con Mica; y cierta vez mi pelirroja la invitó a quedarse. Ella se acercó a la cama, se desvistió lentamente y se acostó a mi lado mostrando un cuerpo moreno de curvas firmes y de tranquilo deseo. Me asaltaron borbotones de emoción; sentí sorpresa y confusión. Olores, piel y deseo. Sentí la ausencia de cualquier cosa, de todo, de mí y del tiempo. No había nada más que placer. Placer presente sin más. Un sentir húmedo de dulce sosiego que allí se instaló.

Desde entonces, ocasionalmente volvía Romina a nosotros, se acercaba a la cama como quien acusa no poder dormir sola, se desvestía lentamente y se mezclaba en nuestros desnudos. Sin palabras.

Romina es hija de Sarita Riba y de Anselmo Coletti, un agricultor de la región de los nísperos. Vivían en la casa de Lorrico hasta que una apresurada muerte se llevó a su mamá. Ella estudiaba la tecnicatura en la universidad. Don Anselmo le dejo la casa a su hija, donde estamos ahora nosotros y se fue con la pena a vivir a su pequeño campo. Romina consiguió el trabajo en la farmacia de la tía de Mica, la bruja Emilia, quien era amiga de su fallecida mamá. En la versátil vida de Romina no puede omitirse el fracaso de su matrimonio. Hoy visita a su hijo una vez al mes producto de aquella sesión en la que la conocí y le ordené buscar un compañero. Lo encontró, Juaco, con quien sale en la actualidad aunque no demuestra gran entusiasmo.

El caso es que la pelicorto morena me contaba que se llegaban hasta la farmacia varias personas preguntando por la dueña, Emilia. “Ando buscando a la bruja para una sanación”, expresaban a escondidas.

La tía Emilia nada tenía de bruja pero así la llaman en el barrio porque es homeópata y su saber es conocer a cada paciente en su individualidad. “Cada remedio para cada paciente”. “El cuerpo sabe qué necesita, solo tienes que saber escucharlo”

Ella no está entre mis relaciones preferidas pero no por algo en especial. La he visitado con Mica algunas veces y la hemos visto cuando pasamos a buscar a Romina. Pero nos cruzamos como pasajeros de la misma “cabra” o como se saluda en la universidad antes de la reunión de directorio ¿Cómo estás? Bien ¿Y tú? Muy bien gracias. Me alegro de verte. Mentiras aceptadas por cortesía que en esos casos son mejor reemplazo que cualquier verdad. Así de ligera es mi relación con Emilia aunque debo aceptar que tanto Micaela como Romina la quieren.

– Tengo unos clientes para tus sesiones, Tilde.

– ¿Cómo es eso Romi? – sonreí.

– Pues como te he dicho, vienen a la farmacia por busca de ayuda y Emilia no las escucha – Quizás por no detectar reacción en mí, agregó levantando las cejas.

– Y están dispuestos a pagarla.

Mi primer “sesión”, que así la llamaba sin saber por qué, ocurrió cuando conocí a Mica. Hubo otras luego con Romina y más luego con amigas de ellas, en pocas ocasiones. En ningún caso había pensado en el dinero. No sabía que hubiese gente que estaría dispuesta a pagar. Pues bien, nunca hubiera podido imaginar el camino que seguiría mi vida al destapar esta revelación. Una vez más ya nada sería lo mismo. Una vez más, revolvía el azúcar en la leche.

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“El Maestro lo recibirá en unos minutos. Espere en la sala por favor ¿Su nombre?” Con estas palabras recibían mis secretarias Romina o Micaela a las visitas que venían por ayuda. Desde que supe que la gente buscaba ayuda y la pagaría, en pocos meses fui creando un mundo propio, como un niño con sus fantasías. Al principio mantuve unas pocas sesiones en el patio de Matilde, debajo del Timbó de siempre pero luego acomodamos un poco la casa de Romina para hacer allí las sesiones. Dividimos con durlock la sala de estar haciendo dos ambientes. A la entrada quedó una pequeña recepción con tres sillas compradas al efecto. El único adorno era una pintura del río Picaré como un hilo brillante y de andar caprichoso bajando por el valle verde de la Región de los Nísperos. A continuación, en mi privado cabía la mesa pequeña que teníamos y dos sillones que cambiamos por el grande en el que veíamos televisión. El reloj de pared quedó de mi lado. Toda la casa, los dos dormitorios, la cocina y las dos salitas del estar estaban recién pintadas por nosotros.

Romina me fue derivando y coordinando reuniones con mujeres y hombres que preguntaban por la bruja de la farmacia. A poco de andar ya preguntaban por mí. Emilia puso el grito en el cielo porque se corrió la voz como noticia de desmadre de río. “Mi farmacia es un negocio serio”, decía. Voy a perder clientela. Puso un cartel al lado del “Abierto” colgado en la puerta que decía: “Medicina y ciencia” y abajo: “No brujería”. Pero la gente preguntaba igual. Claro, buscaban soluciones que la ciencia no tenía, justamente. Romina siempre les pedía un número de teléfono y les llamaba.

La siguiente etapa fue llegar a cobrar mis servicios, cuánto y cómo. Al principio era “a voluntad” según se indicaba por teléfono cuando Romina o Mica daban los turnos. Impensadamente la gente colaboraba con bastante dinero. Lo compartía con mis dos mujeres de casa. Luego de terminar mis horas en Locarazza descansaba un poco y comenzaba con sesiones hasta entrada la noche.

Sentado en mi sillón esperaba al cliente. Me preocupaba por saludarlo por su nombre. La señorita Rosita, de mi niñez, de la N°31, había dicho una vez enojada por los apodos que se usaban, que no había nada más agradable que escuchar nuestro propio nombre cuando nos llaman. Siempre lo recordé. Invitaba a la visita a tomar asiento y antes que nada sucediera decía:

– El color del rótulo en tu frente demuestra sentimientos encontrados. Dame tus manos – Pasaba unos segundos con sus manos apoyadas sobre las mías y permanecía en pose de concentración, ojos cerrados y entrecejo invocando a la energía universal. Luego soltaba sus manos. Debía parecer un ritual solemne y en efecto ésa era la impresión lograda, tanto que la mayoría ni preguntaba el significado del “rótulo en tu frente”.

– Ahora te escucho. Puede ser que vea un aura a mi alrededor. Son vibraciones de energía que a veces se hacen visibles. No se distraiga.

Y aparecían entonces relatos desde lo más simples y triviales como saber si serán elegidos por algo o alguien, hasta algunos desopilantes, como el de una mujer que me pedía ayuda para que un hombre a quien conocía, la poseyera y le diera un hijo. Y muchos más. Hacerles un mal a tal o cual persona o sacarse el mal que le habían hecho. Un capítulo entero lo constituían quienes querían hablar con sus muertos para preguntarle asuntos que quedaron pendientes o simplemente por nostalgia. Una visita singular fue la de un flaco, mucho más flaco que yo y diminuto que dijo llamarse “El Alumbra”, diciendo que se había enterado de un robo muy importante que se estaría por cometer. Me pedía que le dijese si iban a ser capturados los ladrones o no. No había posibilidad de error: él era el futuro ladrón.

– Pues claro que sí. No te sé decir cuándo, pero a su tiempo terminarán en la cárcel – respondí con la experiencia de los Petecos encima.

Otro cuento insólito fue una pareja que se presentó explicando que estaban siendo chantajeados por alguien que decía tener pruebas de infidelidad de ella. La heroína se mantuvo en silencio y él, Casildo, me pidió que le dijera si el chantajista tenía razón, si la dama que lo acompañaba le era infiel o era un ardid para sacarle dinero.

– Me imagino que Ud. Maestro puede saber eso, ¿no es así?

-¿De quién fue la idea de venir juntos a verme? – pregunté.

– Mía – respondió Casildo.

-¿Y por qué accediste tú? – dirigí mi pregunta a ella. Interrumpí un prolongado silencio que se produjo y añadí:

– El color del rótulo en tu frente es un violeta que denota angustia o miedo. El tuyo, Casildo, es más azul, más cercano a la ansiedad.

La dama se mantuvo en silencio. Su rostro estaba pálido como de virgen; pero sobre todo, era inexpresivo. Tenía para mí que si nada puedo leer en la cara de alguien es porque me está ocultando algo.

– ¡Vámonos Casildo, es suficiente! – resolvió por fin la dama. Se levantó del sillón y se marchó. El marido, que había permanecido de pie porque no tenía dónde sentarse, me dio la mano y la siguió. Supe luego que era la propia mujer y su amante quienes estaban chantajeando a Casildo.

Fuera de estas historietas lo que en general se planteaba en las sesiones eran problemas de salud, trabajo y amor, como es natural. Aprendí que todas las historias son historias de amor. Y del futuro. La gente quiere conocer el futuro, saber qué va a pasar con cada cambio que avecina. Caminar entre necesidades e incertidumbre requiere de apoyo, de cuándo en cuándo y yo soy su bastón por un rato.

Mujeres y hombres tienen fe y creencias, todos. Recibo consultas en torno a ellas. Por mi lado suponía que también tendría mis creencias pero aún no había pensado en ellas. En cambio confiaba en mi conocimiento de los problemas de las gentes. Tenía experiencia por mis años de juventud vividos con intensidad en el Bajo, en la escuela, en la casa de Matilde y luego en el estudio jurídico con cantidad de conflictos distintos, además de mi trabajo de investigador. No ignoro que hay infinitas formas de transitar la vida mas, otra vez, creía conocer una buena parte de ella y otra vez me equivocaba. Fui descubriendo de a poco que apenas había visto un puñado. Aconteció lo mismo que cuando creí conocer el Bajo antes de patrullarlo con los Petecos y creí conocer Lorrico cuando apenas espiaba una pequeña parte del paisaje de sus personajes por la ventana de mi joven madurez; y creí conocer las malas conductas que descubrí después inagotables.

Quizá conozco muy poco de todo, escribí en mi cuaderno. Aquel cuaderno que compré cuando el periodista Denis Chemirca, en una reunión de Luz Azul contó que tenía su cuaderno de vida. Donde puse mi nombre y las primeras frases: “Mica es lo más” “El Dr. Paolini vale la pena” “El Cholo no es tonto” “Maite, Lara, Cachón, Isabel, Pedrito” “ Brujería” “ Salí de la Villa” “Luz Azul” “Recuerda que eres tan bueno como lo mejor que hayas hecho en tu vida” de Billy Wilder.

Aquel impulso de escribir en un cuaderno, recibido del jinete del cuadro de la biblioteca del Dr. Frías, lo mantuve poco tiempo más y luego lo abandoné. Me inhibieron las chanzas tanto de Maite como de Lara quienes contaron que tenían cada una su Diario, que era privado, de amores indecibles y que era solo de mujeres. Con lo cual me pareció una mariconeada de mi parte y por tanto no escribí más nada. Pero tampoco lo tiré. Y ahora tuve el impulso de agregar esta frase que dejó de ser original después de Aristóteles: “Quizá conozco muy poco de todo” Sentí un impulso mandatorio. De esos que yo impongo en mis sesiones y no se discuten. Y asimismo decidí que seguiría con mi cuaderno personal sin importarme que sea femenino. No sabrán nada mis hermanas de cualquier forma.

De regreso a los números, como dije, las sesiones fueron inicialmente a voluntad del visitante. Mis actuaciones eran las de siempre. Concentración, escucha, pocas palabras, aura, rótulo de color en la frente, improvisación y mandatos. Ese era mi esquema y daba resultado. A poco de andar ya mis dos secretarias entregaban el turno por teléfono con la información necesaria, solicitando el nombre y comunicando que la visita al Maestro tenía un costo de cien pesos. Si por alguna razón se notaba cierta reticencia se le pedía a la persona que viniese igual y que la secretaria se ocuparía de ser recibida. Cien pesos no significaban mucho para el que pagaba, pero para nosotros tres representaba bastante después de una tarde noche de sesiones. Y mucho más al cabo de un mes. El dinero lo dividíamos en partes iguales. Romina dedicaba menos tiempo por los horarios rígidos de la farmacia, pero fue al principio la proveedora de clientes. A todo esto, la tía Emilia sabía de éxito de mis sesiones y lamentaba haber quedado fuera del negocio. Con cien pesos en un bar de Lorrico se comía un buen sándwich con una cerveza. Al año del inicio de mis sesiones visitar a Tilde, el Maestro, tenía un costo de trecientos pesos, lo cual durante el mes igualaba mi sueldo en Locarazza, sino fuese porque lo dividía en tres. Claro que sucedieron muchas cosas en ese año.

Capítulo 9

Los viajes habituales a la Universidad del Valle en la cupé azul de a poco dejaron de ser sagradamente silenciosos. El Dr. Paolini se mostraba más abierto a la conversación, siempre con música clásica de fondo. En uno de esos viajes así hablamos.

– ¿Cómo te sientes con el trabajo, Tilde?

Entregué una respuesta tranquila, sin reclamos ni problemas. Una pregunta simple con una respuesta simple.

– ¿Y en el chalet del Flaco Frías, con las tertulias?

– Bien Dr., muy bien.

– ¿Te acuerdas cuando llegaste al estudio la primera vez, hace algunos años? ¡Cómo has crecido!

– Sí Dr. sobre todo considerando que vengo del Bajo.

– Si…

– Le estoy muy agradecido por la oportunidad, Dr. – agregué.

Nunca se lo había dicho. Pese a que mi relación con el regordete abogado era muy amable y se había reforzado con los viajes a Libertadores y las tertulias y la convivencia, nunca le había dicho que sentía una especie de admiración por él. Yo no sabía lo que era la admiración hasta entonces y supongo que es algo que no se dice.

– Yo no te di nada. Tú te la ganaste.

Y luego con un orgullo triste le comenté lo difícil que era para los chicos de la villa llegar a la ciudad, de apenas unas cuadras del otro lado del Picaré. Lo difícil que era escapar de los peligros que tenía la vida en el Bajo, relatando algunos. Lo fácil que era caer como Jeremías en las riendas de la droga. La vida en casa de Matilde era…

– ¡No te quejes, que demasiado tienes!- interrumpió terminante.

Me sorprendí por su escasa sensibilidad y supongo que lo dije con mi cara. Yo no era alguien que había tenido de todo, precisamente.

– Muchas veces, demasiadas, he oído de tus orígenes. No es que no sea cierto pero tu vida está hacia delante muchachote. Olvídate de dónde vienes, lo que cuenta es a dónde vas. Me aburren los lamentos y no puedes quedarte toda la vida con que vienes del Bajo. ¡Ya estás grande!

Palabras parecidas a las que nunca había escuchado pero sin duda necesitaba escuchar. Palabras que me aturdieron al recibirlas pero me tironearon hacia delante sin arrastrar peso en la mochila. Desde entonces mi pasado quedó en el pasado y fui libre de una libertad mayor aún que la que conocí cuando descubrí con Mica que yo era valioso. Libre de poder imaginarme alguna grandeza para mi futuro; libre de sueños techados. Gané una alegría abierta sin las ataduras en las sombras de mis años de juventud. Fue un nacimiento claro, como el que no había tenido; brotaron ganas de ser alguien importante. ¡Carajo! Entendí que no era lo mismo proyectar mi vida hacia delante desde donde vengo, que proyectarla sencillamente pensando a dónde quiero llegar. Simple. ¿Cómo se puede llegar tan alto si vengo desde tan bajo? En cambio, dejar de lado mi origen le quita techo a mis sueños.

Pero además me sorprendió el tremendo efecto que produjeron en mí esas palabras que eran al fin, solo palabras. Y de inmediato saltó la evidencia de que también las palabras que yo entregaba en las sesiones podrían ser transformadoras.

– Cierto Dr. dejaré de mirar atrás- respondí pensativo.

Luego de unos minutos y de los cañonazos de lejos de la Obertura 1812 de Tchaikowsky que ya reconocía, dijo:

– ¿Qué estás haciendo en las noches?

No percibí peligro de modo que le conté las sesiones y soltó una risotada cuando escuchó que me llamaban “Maestro”, lo cual no me molestó; a mí mismo me hace gracia. Conversamos un largo rato de los temas que se traían en consulta, de lo que yo decía, de mis secretarias y de la recaudación. Era sabido que él ya conocía parte de lo relatado, de seguro por el Cholo. Terminada mi exposición y luego de unos segundos, en los que esperé la sensatez de sus opiniones, dijo:

– Lo que haces es ilegal.

El rigor de la frase dicha no coincidía con la expresión de la cara.

– No es que me preocupe eso a mí; es tu problema. El mío es que un empleado calificado del estudio más importante de Lorrico se dedica por las noches a hacer brujería. Y eso creo que sí es un problema ¿Qué dices?

Reaccioné contándole mis últimos logros en las investigaciones de los expedientes a mi cargo. Me interrumpió y pasó a exponer una situación creada entre él y un asociado del estudio, Ramirez, el de la oficina del primer piso hacia la calle.

– Ya no seguirá con nosotros – explicó – Tiene demasiadas ambiciones y pocos escrúpulos. Una mezcla “non sancta”.

Contó que Ramirez llevaba el expediente por un juicio laboral de un cliente del Estudio dueño de tres licorerías con el encargado de una de ellas. Ramirez, en lugar de defender a nuestro cliente se puso del lado del empleado demandado. Ellos conseguían vinos y licores truchos en mayoristas y los vendían en la licorería sin declararlos. Se repartían una buena diferencia cada día y nadie lo notaba. Salvo el dueño que no entendía por qué se vendía tan poco si había buen movimiento en las otras sucursales. El stock no acusaba faltante.

En concreto y en lo que a mí respecta, propuso que me ocupara de las tareas que hacía Ramirez. Me detalló en particular sus responsabilidades, me explicó que no debía decaer mi actual función de investigador y que la doble tarea me insumiría más horas de trabajo que las actuales. Se me duplicaría el sueldo y me asistiría Germán, uno de los abogados jóvenes recién incorporado. Le agradecí de inmediato su propuesta por generosa y por la confianza que depositaba.

Para mi adentro sentí que debería haber analizado mejor el ofrecimiento pero ya estaba hecho. El doble de sueldo no resistía descontento alguno a pesar de que con mis sesiones de la noche ingresaba buena moneda. Sin embargo sobrevoló por mi mente una vaga aprensión respecto a cómo reaccionarían Mica y Romina si las interrumpía, lo que aparecía como muy probable. Llegamos al chalet y ya en mi cuarto de huésped saqué mi cuaderno del portafolio y anoté: “No te quejes, que demasiado tienes”

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La noche de tertulia de Luz Azul era un sosiego y un deleite para mi curiosidad. Yo era el más joven del grupo y el próximo casi duplicaba mi edad. Me gustaba el descanso después del viaje en auto, de la reunión de directorio y de la buena cena; entrar a la biblioteca de ambiente señorial al que ya me había acostumbrado y no miraba con la boca abierta. Seguía disfrutando el cuadro del caballo blanco, los muebles y cortinados, la alfombra y el olor a tabaco. Algunas veces fumé un Montecristo que me ofrecieron con insistencia y hasta tomé whisky. No era lo habitual y no lo pedí nunca pero lo aceptaba si el ofrecimiento excedía la pura cortesía, siguiendo instrucciones del Dr. Paolini. El dueño de casa, el Flaco Frías y el propio Paolini y todos, el gordo Anderson y León y Chemirca y Borselino y uno que otro invitado, todos hacían de la tertulia un acto solemne. Sobre todo en sus palabras. Colaboraba en la escena el vestuario de trajes oscuros – el mío no desentonaba – encorbatados o con pañuelo al cuello. Hasta los bigotes se me hacían señoriales y de otra época. También imponía respeto el tamaño enorme de los sillones como si no se pudiera decir cualquier pavada desde semejante sitio. Por supuesto que yo no participaba; más aún, mi silencio era porfiado. Respondía apenas alguna pregunta ocasional que recibía referida a la vida en el Bajo o el caso del párroco, el Gaita pederasta que terminó en la cárcel. Pero yo tragaba mis preguntas. Cómo podría intervenir en temas como la Naturaleza de la Existencia o la Revolución Francesa y su Vigencia o Sociedades Posmodernas y la teoría de James Tobin, reciente Premio Nobel de Economía.

Hasta las bromas que se hacían pidiéndome que describa al Dr. Paolini en el rol de jefe mío las respondía con seriedad. Ellos me impresionaban por el modo categórico en que se expresaban, nombrando a escritores y personajes de la historia y del arte. Se respiraba un aire de superioridad y me sentía en medio de personas que tenían la vida resuelta y todo el conocimiento del mundo en la boca. Respetuosos y educados. Ocasionalmente saltaban risotadas y picardías. En cuanto a los temas tratados, diría que los únicos ausentes eran el deporte y las mujeres.

Una noche al iniciar la reunión, el anfitrión Frías tomó la palabra poniéndose de pie y ofreció un brindis breve y grave.

– Por nuestro amigo Natalio Apa, un hombre sabio que nos dejó su amistad y a quien le debemos el nombre de nuestro grupo, Luz Azul. ¡Salud!

Todos acompañaron de pie con comentarios simultáneos a media voz. Pasados unos segundos de silencio, el periodista Denis Chemirca intervino:

– Natalio falleció el martes pasado, ¿verdad? El 28 de setiembre.

Asintieron sin más.

– ¿Ven algo ahí?

Confusa la consulta y más aún con la sonrisa de Chemirca. Tomó un papel de su cuaderno y anotó con números grandes: 28 9 1982

– ¿Y ahora?

Rieron a medida que leían hacia atrás y hacia delante el palíndromo. Por un largo rato el literato Natalio Apa fue el tema de conversación. Lo que escuché decir de él, a quien nunca conocí, era lo que se diría de un hombre brillante en exceso; aunque es probable que la muerte mejore a las personas.

Esa noche me acosté pensando en la propuesta de trabajo en Locarazza con el doble de sueldo. Y en dejar atrás la sombra del Bajo. Yo había descubierto que era pobre recién cuando fui a la escuela. Y había descubierto que no era tan pobre cuando recorrí las casas sin agua potable. Había millones de seres humanos con mucha peor suerte que la mía. En la zona del basurero del Bajo se decía que los niños se acostaban temprano para que los pesque dormidos el hambre de la noche. “No te quejes que demasiado tienes”.

A la mañana siguiente, antes del regreso a Lorrico pasamos por la Universidad para tomar nuestra clase de inglés a la que asistía desde hacía unas semanas invitado por el Dr. Paolini junto con el decano Frías y el secretario institucional de la Universidad. Luego siguieron unas dos horas de trabajo de auditoría administrativa y por fin el regreso a casa.

Como siempre, el Dr. decide cuándo se puede dialogar. Comenzamos por los asuntos del estudio, mi nuevo cargo y la universidad y luego de un buen rato de santo silencio dijo en broma:

– ¿Es que no tienes ningún tema de conversación Tilde?

Era la señal que abría la boca y como otras veces, yo preguntaba sobre Luz Azul y sus miembros. Con el tiempo me fue describiendo uno a uno.

– Cualquier excusa es buena para tener amigos y no se los mira minuciosamente Tilde. Todos tienen lo suyo. Yo también y tú igual ¿o no?

Pero no buscaba saber para juzgar, nada más alejado; era simple curiosidad. Claro que jamás dijo nada imprudente, ningún comentario sobre amoríos o excesos que me hubiera divertido descubrir detrás de esos trajes limpios. Los relatos giraban sobre virtudes y logros académicos y esfuerzos continuos; sobre capacidades intelectuales y hondísimo conocimiento. Sobre deleites de la vida y viajes y otros mundos que yo había visto solo en mapas. Eran superhombres. Al principio fui invitado y aceptado como muestra de flexibilidad del grupo. ¡No somos cerrados. Estamos abiertos a cualquiera que se interese por la cultura! Sentenciaban. Semana tras semana fui ganando confianza con cada uno hasta ser casi un par. Sin voz, eso sí. Además, había ablandado mi oído a las palabras y contenidos de las materias que se trataban. A lo menos ya reconocía las melodías como se reconocen canciones famosas. Los miembros de Luz Azul me inspiraban.

– Claro, todos tenemos lo nuestro- respondí al Dr.

– ¿Qué me dices de tu nueva responsabilidad en la oficina? No te he notado muy entusiasmado. Quizá el doble de tu sueldo te parezca poco – ironizó.

– Sí Dr. Estoy muy contento y agradecido.

Unos kilómetros más adelante dijo:

– Todos vemos que sigues con atención la conversación en la biblioteca.

– Sí Dr. lo paso muy bien aunque entiendo poco.

– No será para tanto Tilde. Eres un hombre que aprende rápido. Al menos inglés empezamos juntos y me llevas buena ventaja – sonrió mirándome.

– No sé para qué sirven los temas de los que hablan, para qué sirve saber la “Ventaja evolutiva de la conciencia en el Homo Sapiens”…

– Bueno, León Cortinez dijo claramente que la ciencia no tenía aún la respuesta a esa pregunta. Por ahora se tiene que ocupar la filosofía – respondió con solemnidad.

– ¿Para qué sirve la filosofía? – quise saber.

El Dr. Paolini se rió al parecer por encontrar inesperada la pregunta y dijo que me autorizaba a hacérsela a León la próxima reunión. Se quedó pensativo un momento y luego:

– ¿Para qué comes, Tilde?

Después de procesar sus palabras y entender que a algún lugar quería llegar, respondí:

– Porque me da hambre Dr., como a cualquiera.

– La pregunta es para qué, no por qué. Te da hambre para recordarte que tu cuerpo tiene necesidades que debes satisfacer para renovar tus energías diarias ¿Estás de acuerdo?

– Claro

– Y tu espíritu, tu mente, tu alma, tu yo completo más allá de tu cuerpo ¿no tendrá también necesidades que satisfacer?

– Sí claro, supongo que sí…es decir, no lo he pensado nunca.

– Pues ya es tiempo muchachote. Es “el conocimiento”- deletreó- el único que puede satisfacer parte de esas necesidades.

Me quedé pensando, mirando por la ventana del Pontiac azul el paisaje que pasaba presuroso de cerca y despacio a lo lejos, en las montañas verdes que apenas se movían.

– ¿Qué otras necesidades tenemos Dr.?

– Bueno, el amor y las emociones tendrán algo que decir, pero no ahora. Piénsalo. Y me alegro que me escuches Tilde. No consigo que mi propio hijo lo haga.

Intentaba conversar sobre el Cholo como otras veces lo habíamos hecho brevemente. Luego de una espera corta, agregó:

– Habla con el Cholo ¿quieres?

Y conversamos un rato sobre él y su novia que seguía siendo Marita Locarazza con quien vive en un departamento alquilado; hablamos del grupo del póker, me preguntó sobre drogas y sobre el “polémico” amigo del Cholo, un tal Mecha, que vive de tocar guitarra en la vía pública, en la terminal de turismo y de algunas cosas más…hasta que me salió:

– Dr., el Cholo es mi compinche. Seré sincero con usted. Nada le diría a sus espaldas. Si viera que algo malo pudiera pasarle lo hablaría primero con él. Somos grandes y no veo nada de qué preocuparse.

– Todavía se muerde el labio Tilde, como cuando era niño.

– Pero menos y no lo lleva como problema. El Cholo anda siempre alegre Dr. ¿qué otra cosa debiera importarle? A mi juicio lo único que le pasa es que le sobra plata en el bolsillo.

Antes de terminar la oración ya me estaba arrepintiendo. Lo había pensado varias veces pero no debí decirlo. A pesar de ello seguí adelante.

– Nunca me ha dicho nada pero estoy seguro que preferiría más reconocimiento suyo en la oficina y menos pesos. La plata no le interesa.

Me agradeció la sinceridad y seguimos en el viaje de regreso a Lorrico cada uno en su pensamiento, en un silencio elegido esta vez por ambos. De mi parte, ya no sería más el quejoso. En ese viaje recibí más que un aumento al doble de mi sueldo. Recibí un brote de libertad para soñar que fue como una sentencia y así lo escribí en el cuaderno. “Yo puedo ser alguien importante” Y no solo puedo sino que quiero serlo. Era impensable esta euforia que llegaba a mis treinta y dos años con una tardanza injustificada, me dije engrandecido.

La señorita Rosita exigiéndome que levante el mentón y la mire a los ojos, quedó atrás para siempre.

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Al día siguiente el Dr. Paolini me llamó a su despacho temprano en la mañana. En cuanto lo vi adiviné que algo inusual ocurría. Yo venía de una noche poco dormida. Mica esperaba mi regreso de Libertadores con una lista de varias entrevistas anotadas para ver al Maestro, terminadas la cuales salimos con ella y Romina a gastar los pesos juntados. Yo festejaba mis novedades del viaje mas nada dije esperando una ocasión especial. Regresamos tarde y se nos sumó Romina al acurruque camero y al parecer, la piel caliente por afuera y el alcohol caliente en sangre desparramaron un largo y dulce empiernado.

El Dr. estaba sentado reclinado en el sillón giratorio tras su escritorio y me indicó la silla frente a él. Apenas obedecí se incorporó, me miró a los ojos mientras entrelazaba los dedos de sus manos y explicó que había decidido algo que yo iba a encontrar inesperado pero que la decisión estaba tomada. No atiné a decir nada y admito que me hubiese gustado leer algún rótulo de color, pero nada ocurrió.

– Anoche hablé con el Cholo. El cargo que te ofrecí, el de Ramirez, se lo daré a él. Ya lo aceptó.

Me tragué las palabras y procuré no mostrar emociones.

– Debería haber pensado en esto antes de hablar contigo. Y sabes que fuiste tú quien me hizo ver que tenía a mi hijo relegado. Tilde, eres importante para el estudio…

Lo interrumpí con un gesto de mano y mirándolo de frente dije:

– Lo entiendo Dr. Me alegro por el Cholo. Es su hijo, no hijo del Bajo. Pero no me quejo – dije en tono neutro, sin ironía.

-Él no sabe que había hablado contigo antes y quisiera que quede entre nosotros. ¿De acuerdo?

– No hay problema Dr.

Me miraba desconfiando de mi tibia reacción, quizá.

– Hay algo más Tilde.

¿Qué más podría pasar? Cuando sucede lo inesperado solo reacciono e improviso, como un cuento que le escuché a Borselino. En una tertulia el historiador hizo alusión a una investigación de la conducta humana y refirió: “Estás en un sótano iluminado por ventanas en lo alto que dan al jardín. Estás leyendo el diario acompañado por tu gato que place cómodo a tu lado. De repente, un ruido a vidrio roto y una pelota de tenis pasa por delante ¿Qué haces tú? Cada quien entre los presentes de Luz Azul dijo algo, no yo, con bastante acierto y luego Borselino explicó: El gato persigue a la pelota sin más. En cambio el hombre mira hacia la ventana para entender de dónde viene y qué pudo haber pasado. El animal no se hace preguntas, nosotros sí”

Pues bien, yo actúo como felino ante las sorpresas.

– Tú eres importante para el estudio y no me parece que la remuneración de hoy sea justa. Recibirás un aumento del 50% a partir del próximo mes- continuó diciendo Paolini.

– Gracias Dr. Muchas gracias – dije mientras él seguía explicando lo que esperaba que hiciera el Cholo con su colaborador y mis tareas vinculadas a ellos pero ya no prestaba atención. A lo mejor resulta extraño pero a pesar del cambio de planes me sentí bien. Reconocimiento y aumento de sueldo es suficiente. “El Dr. Paolini vale la pena” había escrito tiempo atrás en el cuaderno de Luz Azul y sostenía que es cierto. Con el cambio de decisión estaba casi más incómodo él que yo mismo.

– Una última novedad Tilde…pero es el Cholo quien te la debe contar – y me despidió sonriente.

Volví a mi trabajo diario creyendo nuevamente en que las palabras cambian la realidad. Para bien o para mal unas pocas letras me dejaron sin mi nuevo cargo en Locarazza, Paolini y Asociados pero conforme.

Pasó por mi oficina el Cholo, contento como siempre y dijo que tenía algo importante que decirme.

– Vamos por una birra de desayuno – bromeó.

Lo acompañé a la vuelta como corresponde a un compinche, al “Café de Siempre”, tal su nombre, para darle el gusto de escuchar lo que bien sabía: asenso en su trabajo. El Cholo contó lo del nuevo cargo y sus responsabilidades en el estudio mientras yo estaba en mi mundo, aunque poniendo cara de atención. A medida que pasaban los minutos me iba acomodando a mi nuevo sueldo mucho más que a mi frustrado aumento de jerarquía. Pensaba en Mica y su alegría al conocer la noticia. Me sentía cómodo con la idea de seguir con mis sesiones, sobre todo por no tener que explicarles a mis mujeres que ya no tendría tiempo para ellas. Para las sesiones. Hubieran reaccionado mal, de seguro. Los ingresos por sesiones eran importantes para ella; y para mí.

Cumplí ante mi amigo a rajatabla el silencio prometido al Dr. y lo felicité como quien lo haría con un hijo que ha logrado una buena calificación, supongo. Mas mi sorpresa llegó cuando dijo:

– Bueno, ahora, ¡A lo importante!

Se paró y me pidió que lo abrazara. Me levanté sin más remedio y así lo hice.

– ¡Voy a ser papá!

Habló del embarazo de Marita y de lo felices que estaban con el diagnóstico que habían recibido ayer mismo. Tenía una alegría brillante, más allá de la habitual. Buscaban un bebé desde hacía tiempo y ahora llegó el momento. Se casarían de inmediato y yo sería su testigo. El Cholo era una inyección de energía en la vida de cualquiera que estuviera con él. Causaba gracia hasta cuando hablaba en serio mordiendo el labio. Alteraba el ánimo de los demás, como quien se predispone a ver una película cómica en la que cualquier pretexto es bueno para divertirse. Y Marita se encontraba atraída a ese mundo energético con la promesa de una larga vida juntos.

En efecto, menos de un mes después se realizó el casamiento. Unos días antes de la gran fiesta, a modo de despedida hicimos una visita al “Rati”, el único cabaret decente de Lorrico que bien conocíamos aunque ya no frecuentábamos. Al día siguiente acompañé a los novios al registro civil al que asistí como testigo firmante del matrimonio. Y por fin llegó la noche de la ceremonia religiosa y la cena. Lara y Maite fueron invitadas y contratadas para hacer los arreglos florales y el cotillón que por cierto, recordaba al de las funciones de títeres de los cumpleaños del patio de Matilde. El Dr. Paolini con su figura engrosada y el propio Cholo regordete y con traje, se veían como una graciosa yunta. Felices. Asistió un rato la mamá de Cholo a quien reconocí por recordarla de la época de la N°31. Ha estado enferma de la enfermedad de la tristeza por siempre. Justo una vida opuesta a la que lleva su hijo. Estaba Romina con su amigo Juaco – siento la atrapante fragancia de “lo secreto” cuando los veo juntos sin que Juaco sospeche que disfruto de ese cuerpo casi a diario – y algunos amigos de la N° 31 y los amigos de la novia. El Dr. llevaba la gran mayoría de invitados presentes. Los miembros de Locarazza, Paolini y Asociados más algunos clientes más los amigos de Luz Azul llegados de Libertadores, el profesor de inglés y casi todos los directores de la Universidad del Valle. Más muchos más que no conocía. Nos divertimos en grande y me sentí feliz por mi amigo y su novia. No todos sabían que estaba embarazada y nada sabía el cura, por cierto. Bebimos mucho, como se bebe en un primer casamiento. Había una orquesta que hacia bastante ruido pero nos removía el esqueleto.

En un descanso mientras espero mi próximo trago en la barra, se me acerca el Dr. Paolini y me dice al oído con la voz alta como queriendo tapar a la orquesta:

– ¿Si te digo algo lo vas a recordar mañana o has tomado demasiado?

Me sonreí

– Estoy cansado de esto de “Dr.Paolini”. En adelante, “Eugenio” ¿Comprendido?

-Sí Dr.- dije y sonreí en el corazón.

Me sentía dichoso. Y es que basta una juerga de un par de horas para olvidar las miserias de toda una vida. Desaparecen mágicamente las faltas de caricias y de espacio; se pierde el dolor de los recuerdos imborrables; Micaela no tiene la “basura humana” de padre ni la timidez sometida como madre, ni los hombres son todos iguales, ni Romina es abandonada por siempre. Ya no hay enamoramientos en vano ni bellezas inútiles ni sueños vacíos. Lo único presente es el presente musical y rítmico que estalla en un blanco mental de luces multicolores bajo una gran bola de espejitos sobre la pista. Vaya a saber cuánto dolor que no conozco se está borrando en la fiesta del Cholo. El de todos mientras perdure el encanto. Caigo en la cuenta de que las desgracias existen y cada uno tiene su propia lucha, aunque no se vea en el rótulo de la frente, aunque por hoy sea todo brindis y alegría. Me vino al consciente, otra vez, la frase de Eugenio: “No te quejes que demasiado tienes”

Mientras perdía mi meditación, mi blanco mental en estos pensamientos me divertía viendo a los solemnes miembros de Luz Azul bailar con sus esposas. El Gordo Anderson no tenía ningún miedo al ridículo y el reflexivo León parecía no estar preocupado por la filosofía de la ciencia y la tensión con la religión. Todo era risas. El más gracioso era el tieso periodista Denis Chemirca que bailaba haciendo equilibrio con una copa de champagne en la cabeza calva. Quizás anotaría luego en su cuaderno el tiempo que logró sostenerla en esas alturas y en una sola pieza. Por mi parte, al acostarme esa noche no podría haber escrito nada con sentido, pero a la mañana siguiente escribí en el cuaderno: “Todos tienen una lucha que enfrentar, aunque no la notemos”.

En casa, mientras desayunábamos con Mica después de haber liberado nuestra energía erótica absorbiendo todo el sabor de su piel y recibiendo la humedad de su boca, dije como al pasar:

– No sé si te mencioné que me han aumentado un poco el sueldo.

“Mi pelirroja preferida”, como solía llamarla, estaba exultante con la noticia. No le detallé cómo se sucedieron los hechos; no me enaltecían a decir verdad. A ella le impresionó el “cincuenta por ciento” y nada más entró en consideración. Fue un largo desayuno de domingo que interrumpimos para hacer nuevamente el amor como si aún quedase una dosis de deseo sin quemar en el sabroso envase con pecas. Conversamos en la cocina y jugamos a quienes éramos ahora que podíamos ser otros.

Treinta días después viajábamos rumbo a un paseo para conocer la Región de los Pistachos. Seis horas de camino en automóvil. ¡Festejábamos eso. Compré un automóvil! Habíamos conversado antes, varias veces, pero el tema estaba allí como esperando que la estantería de “pendientes” se acomodara sola hasta hacerle un lugar. Hablé con el Dr. Paolini, Eugenio, para contar mi idea y acudir a su experiencia. De inmediato se arregló todo. Él le ragaló un auto 0 km a su hijo para festejar la llegada del nieto y me vendió el que tenía el Cholo. Un Datsun 120Y color café con leche, modelo 1977 con 85.000 km, única mano y en muy buen estado. Con unos ahorros que Mica puso, más ahorros míos juntamos la parte de contado. El aumento en Locarazza fue entero durante unos cuantos meses a devolverle a Eugenio el préstamo que nos permitió la compra. El Cholo me enseñó a manejar, obtuve mi permiso de conducir y conocimos un valle entre bajas estribaciones y verdes subtropicales. Estar cómodos los dos solos una semana descubriendo un lugar nuevo y sin trabajar nos pareció el paraíso. Con algunas tormentas.

Mica dijo en un tono de broma que se debe traducir como serio:

– ¿Qué hacen tus hermanas con todo el dinero que le das por mes?

Desoyendo mi enojado impulso hablé con calma de las muchas necesidades que hay en la casa de Matilde y de cuánto más necesitan esos chicos. Mica, dejando el modo ligero en que había hecho la pregunta, hizo un largo listado de todas las necesidades que nosotros dos teníamos. Empezando por un lugar donde vivir.

– ¿Estás incómoda con la vida que llevamos en casa de Romina? – dije sin decir “Qué más hace falta para estar bien”

Comíamos en una sandwichería tomando unas cervezas, tarde en la noche. Nada más dijimos. Ya en el hotel nos dormimos sin empiernado, por única vez. Al día siguiente sonreímos y ya no hablamos de nada que llevara a opiniones distintas. Y así hasta la última noche en la que, después de disfrutarnos, con la voz que avecina algo misterioso, dijo:

– Tilde, vengo pensando en nosotros. Adivina. ¿Qué rótulo ves en mi frente? ¿Qué dice?

– Que tienes 314 pecas…

– En serio.

Traté de rechazar el camino propuesto preguntando cuál era el juego y quiénes éramos esta vez, pero con el inconfundible ademán de silencio, repitió:

– En serio.

La miré entonces profundamente.

En un prologado silencio Mica guardó lo que tuviera para decir en ese momento. Nada pregunté. Regresamos a casa, a Lorrico, felices y descansados.

Capítulo 10

De nuevo en el trabajo diario y de regreso a mis sesiones, más que intriga por el comentario que Mica calló, pensé en la pregunta que sí hizo. ¿Qué ves en mi rótulo? ¿Qué dice? ¿Pensaría realmente que veía rótulos de colores? Por supuesto que no veía ningún rótulo, ningún color y menos algún significado. En cuanto al aura que se ve en mí,…no puedo afirmar que sea algo visible de verdad a pesar de las muchas veces que me lo han asegurado. Claro que no lo he desmentido, pero no he visto mi aura en el espejo nunca. Nada de esto sucede en mi realidad. Muchas veces he pensado que Mica, Romina, mis hermanas y hasta el Cholo están creídos de algún poder que de verdad tengo; “un don” como dicen mis secretarias cuando dan las citas: “El maestro la ayudará con su don” Después cambiamos a: “Confiamos en que el don del Maestro pueda ayudarlo”

La primera sesión que hice en mi vida, con Micaela, recuerdo muy bien que dije lo del rótulo en su frente como reacción, casi en defensa propia ante la mención del aura que dijo ver en mí. Y luego inventé el ritual de traspaso de energía por las manos y mis palabras solemnes. Pero en cierto modo salían de mí sin proceso o pensamiento previo. Improvisaba y surgían los decires. Que por lo demás, han sido efectivos. Y no es que me importe demasiado, mientras paguen trecientos pesos la visita, pero es que de verdad salen palabras que ayudan a la gente. También ayudábamos a la gente en la banda de los Petecos, pero robábamos. Ahora no.

El solo pensar en esto me resulta extraño como extraño es que no lo haya pensado nunca antes. Es que me dejaba llevar por la rutina y lo fácil que es recibir el pago de gente necesitada de palabras. Tuve la misma actitud cuando las sesiones eran gratis. ¿Qué me costaba estar diez minutos con una amiga de Romina o Mica que querían escuchar mi palabra? Las vivía como he vivido mi vida: “Haciendo lo que hay que hacer y punto”.

Las sesiones ayudaban, estoy seguro. Por ejemplo el caso de una joven mujer endeble, doblada por el diagnóstico de un cáncer. Sentí algo cuando tomé sus manos y le dije que estaba en proceso de recuperación y que pronto estaría mucho mejor. “Tu cuerpo quiere estar sano. Déjalo que saque el mal de adentro. Escúchalo” Tiempo después habló por teléfono solo para anunciar que los estudios estaban dando muy buenos resultados. O el de Rodolfo, un agricultor que creía estar enyetado porque su cosecha era apestosa y la de los vecinos no. Al tiempo volvió para agradecerme. Sorprendido le pregunté qué había cambiado. Respondió que su cosecha seguía más o menos igual pero que ahora sabía que no estaba enyetado y se sentía mucho mejor.

Muchas veces recibí personas por segunda y tercera vez. Hay gente que necesita que las decisiones de su vida las tome otro. Puede ser que quede todo en manos de Dios, o vienen a mí a que les descubra su futuro y decida por ellos. Hacerse cargo de la propia vida es difícil. Mis respuestas iban dirigidas no a lo que les sucedería, sino a insuflarle confianza en lo que sea que decidieran. “Ten confianza. Sea lo que sea que venga, podrás enfrentarlo y superarlo”

¿Qué otra cosa podría hacer además de ofrecer palabras? No se puede ir al mercado de la esquina a comprar un kilo de confianza cuando se anda en la mala. Y nadie está todos los días en su pico de ánimo y bienestar. Y nadie quiere todos los días a la persona que aparece en el espejo. Yo no he leído estas frases ni sabría explicar cómo llegan a mi mente. Pero sé muy bien que es así, por sentido común, que es el instinto hacia la verdad, según decía Denis Chemirca.

Es cierto que no todos se iban conformes con fraserío de autoayuda, como escuché decir a una mujer que vino a buscar la respuesta concreta de si su marido debía dejar el trabajo de vendedor en Tienda La Unión para pasarse a la administración de una maderera que le había ofrecido un buen sueldo. Aprendí que hay personas que necesitan un “sí” o un “no” y para esos casos incorporé un repertorio de dichos directos que se acomodaba ocasionalmente a distintas situaciones. Mica le llamo a la mujer y le pidió que me visitara nuevamente pero esta vez con el marido. La visita sería sin cargo. Tocando las manos del hombre en el ritual de la energía, se me ocurrió que tendría mejor futuro si seguía de vendedor en la tienda. “No estás en tu tiempo de hacer cambios”, dije con solemnidad. A los dos meses la maderera presentó un concurso de acreedores por dificultades financieras; lo supe porque llamaron agradecidos y dejaron una caja de bombones para las secretarias.

Así vivía ahora mis sesiones, así no más, por el puro hacer. Como cuando no cobraba nada por ellas; sin poner atención, sin deliberación ni recogimiento; como quien aburridamente trabaja interesado en llegar al horario de salida, día a día. Aunque debo decir que mi trabajo no era aburrido; lo cierto es que me divertía. Me gustaban las historias de las personas, como me gustaban los paisajes en los viajes a Libertadores y en cierto modo, cada sesión era una visita a un lugar distinto. Lo mismo que me divertía en mi trabajo en Locarazza. Husmear en la vida de los otros y seguirlos e investigar sus cuitas me divertía.

Hace cinco años conocí a una Micaela enfundada en el vestido azul con pintitas, en mi primera sesión cuando mis palabras eran más rápidas que mi mente. Improvisaba. ¡Cómo podría ver un rótulo en la frente de alguien! Me parece casi ridículo. Ahora, llegando a mis treinta y tres años llegó el tiempo de reflexionar. De preguntarme por el significado de las sesiones; qué estoy haciendo y para qué. Como cuando le pregunté al Dr. Paolini “¿Para qué sirve la filosofía?” “¿Para qué comes?”, me respondió. La verdad es que siento una rareza en mi adentro. No me parece una pregunta mía; la siento impropia. Yo vengo del Bajo y allí no se hacen estas preguntas. Porque la necesidad de conocimiento para el alma, tal la respuesta del Dr., viene después de cubrir otras necesidades mucho más básicas que padecíamos en el Bajo. Eugenio no lo sabe, pero yo sí: “sin agua potable no se puede pensar”. León lo refutaría porque el raciocinio es un atributo del homo sapiens, con o sin agua. Sé para mí que estaría equivocado por más filósofo que sea.

Y aunque suene extraño a mi origen el reflexionar me viene como algo impuesto. Yo no elegí meditar. Quizá es solo el paso del tiempo que nos hace crecer a todos; lo que llaman “madurar”. Pero sospecho que en mi barrio no es así. Todos los nísperos sí, a su tiempo, ofrecen ricos frutos maduros; pero no es igual con todas las personas. Basta ver a mi hermano Jeremías sin madurar con casi treinta años viviendo en la misma indolencia que a los veinte.

Este cambio, este hacerme preguntas que ahora me surgen, tienen que ver con Luz Azul, de seguro. Esa biblioteca ceremoniosa con ambiente de discurrir profundo y de prudente arribo a conclusiones repensadas, es una invitación a razonar. Que no se puede rechazar como no se rechaza un regalo.

Estoy más pensativo. Incluso todo lo escucho de un modo más alerta, como queriendo encontrar la frase que irá a mi cuaderno. En una tertulia de Luz Azul en la que se desarrolló el tema de “la libertad”, Borselino explicaba que un zorro tiene plena libertad de moverse y hacer lo que le plazca pero no lo sabe y por tanto no la disfruta. Yo en cambio, intuyo una conciencia presente sobre mí mismo. Estoy más minucioso frente al espejo.

Me siento cruzando un puente que deja atrás la vida de “hay que hacer lo que hay que hacer y punto” y tiene por delante una vida con deliberación de mi existencia. ¿Mejor o peor? ¿Me hará más feliz o no? ¿Será otra vez un cambio que deje atrás para siempre el que soy? ¿Revolvería el azúcar en la leche, otra vez?

Por lo pronto espero que no sea un cambio tan drástico porque quiero que me sigan gustando mis mujeres y las fufas del cabaret Rati y el póker en lo del Polo Cantero y los amigos y los cuentos, las historias y las risas. Esa es mi vida y no la quiero perder. Pero tengo demasiadas señales como para no hacer cambios.

Estas eran mis cavilaciones cuando en un instante, como resplandor de relámpago se cruza por mi mente la casa de Matilde, el patio y el ruido de los niños. Me recordé que estaba al día con mi envío mensual de aportes. Los veía poco. Me propuse visitarlos al menos una vez al mes para alguna función de títere.

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Como a las nueve de la noche estaba Mica contándome los antecedentes del próximo cliente cuando interrumpe Romina.

– Teléfono. Tu hermana Maite.

Como relámpago, otra vez, se me cruzó la familia, pero ahora con la conexión evidente de un llamado que era extraño y casi nunca había ocurrido antes.

– Es mamá – dijo Maite en un susurro.

– ¿Qué le pasó?

– Lo peor.

Quedó en mí el recuerdo de esas palabras como lo que fueron, una señal de huida.

– Parece que Matilde tuvo un infarto o algo así. Está muerta.

Me contó los detalles irrelevantes y le pedí que me mantuviera al tanto. Lara había ido al centro de salud a buscar un médico.

– ¿No vas a venir? – preguntó Maite.

– Estoy trabajando, ahora no puedo. Llámame cuando llegue el médico.

Atendí al siguiente cliente que quería saber si era buen momento para enfrentar una intervención quirúrgica que se le había indicado. Había en la sala de espera todavía tres personas más. Luego de terminadas las sesiones Mica y Romina me pusieron al tanto de la siguiente llamada que habían recibido de mi hermana. Me trataron con inesperada compasión y quisieron acompañarme al Bajo, a la casa de Matilde. No había decidido aún si iría o no… pero crucé el Picaré para ver a mi familia. Preferí ir solo. El médico que no había ido todavía dijo por teléfono que el fallecimiento sería consecuencia de un infarto de miocardio. Todos en la casa conocían su debilidad cardíaca y sus fatigas y mareos y otros síntomas. Apenas si se movía últimamente. Cuando yo la vi tenía los pies hinchados como siempre pero además estaba muy gorda. Llegué a su casa y la encontré todavía tirada de costado al lado de su cama en el piso, con la pierna cruzada, la cabeza colgando hacia atrás y la cara medio tapada con los rubios pelos sucios. Se le veía un rostro interrumpido, como alguien que se queda congelado en medio de algo por decir. Su vestido era el de colorinches rojos que yo le conocía de la época en que vivía en la casa. Entre Jeremías, Maite y yo la levantamos y la acostamos en la cama por el solo hecho de no dejarla en el piso y para esperar al médico y lo que debía seguir. Maite la tapó con una manta hasta el cuello. Entró Lara que había llamado a la funeraria y al padre Paolo, su amante y el reemplazante en la parroquia y en la escuela del depravado Gaita.

Al día siguiente fue el entierro. Para los del Bajo y los del Alto de Lorrico había un solo cementerio ubicado como si fuese una broma al lado del basurero municipal, en la entrada norte de la ciudad.

Muchos la lloraron, casi todos incluso Pedrito a quien vi demasiado triste; me dio pena. A sus dieciocho años se queda sin la mamá que lo hizo crecer casi como hijo único. Pero están mis hermanas que lo protegerán de lo que haya que proteger, en especial de Jeremías y La Negra. Pedrito está en su último año de la N° 31 y pronto encontrará algún trabajo de tiempo completo que lo mantendrá ocupado. Tanto él como sus hermanas me recriminaron que visito poco la casa. Me comprometí a un cumpleaños al mes por lo menos. También los vi a Isabel que seguía trabajando en la Dirección de Turismo y al Cachón a quien encontraba cada tanto en el Registro de Patentes. Había arribados de turno, algunos que reconocí de antes y también vecinos. El Padre Paolo rezó unas oraciones y así terminó todo.

Al cabo de dos semanas recibí otro llamado de Maite. Ordenando la casa había aparecido en un lugar donde se guardan llaves, dentro de una caja de zapatos, varias cartas cerradas y un nombre en el centro de cada sobre rectangular. Me pedía que pasara a buscar una carta para mí.

Querido Tilde,

Me siento una tonta escribiendo por si me muero. Si vivo por mucho tiempo más esta composición no te la daré pues juntaré el valor de decirte a la cara lo que estoy escribiendo. Hoy es 27 junio de 1983.

Me cuesta respirar y me duele el corazón. Dice el médico que el corazón no duele pero a mí me duele y estoy muy cansada. Estoy escribiendo a cada uno de tus hermanos y a cada uno le escribo mi despedida por si me muero. Es difícil morirse.

De todo lo que podría decirte lo más importante es que quiero pedirte perdón. Fuiste un buen muchacho y ahora eres un hombre que ha triunfado en la vida que es lo que quiero yo para todos ustedes. El pedido de perdón es porque fui muy dura contigo mientras crecías. Mandona y de carácter torcido y todo eso. Ya lo sé. Tenía miedo Tilde y necesitaba alguien fuerte que me ayude con la casa y los niños. No fue nunca fácil para mí. Necesitaba un hombre que me ayudara pero tú eras todavía un niño. Empecé a cambiar cuando creció Pedrito pero ya era tarde para ti. Ahora eres un hombre que ha salido del Bajo y sé que te va muy bien. Estoy orgullosa de ti. Muchas veces fuiste mi sostén. Que tengas suerte.

Fue un cimbronazo que no había imaginado recibir. No imaginé una carta que dijese “Querido” Tilde. Y mucho menos que pidiera perdón y que estuviese orgullosa de mí. Era su letra mas por un instante me pareció fulero casi como si alguien se la hubiera dictado. Pero un segundo después ya no dudé de que era lo que de verdad sentía. No cabía otra razón. Me sentí dichoso y aliviado y valorado y hasta dolido de no poderla ver.

En la casa hubo muchas cartas recibidas. Mis hermanos, primos y varios arribados. Su familia. Más un curioso sobre sin cerrar con el nombre de un muñeco de trapo, el Colinche, un personaje que había creado para las funciones de títeres. La composición decía: “Ojalá que cuando ya no pueda escribirte, alguien lo haga para seguir haciendo reír a los niños”.

Todas las cartas habían sido escritas en la misma semana, dos meses antes de su fallecimiento. De seguro decían cosas buenas porque todos hablaban de Matilde con cariño. Ya en el entierro me había sorprendido ver tanta tristeza. Los hermanos quedamos en hacer una reunión de hermanos para hablar sobre cómo seguiría la casa; qué queríamos hacer; qué debíamos hacer. Me pareció que no había mucho tema que tratar pero tenía una conversación pendiente con Jeremías a quien lo veía como una amenaza, como en los tiempos en que detectaba qué arribado sería un problema y lo echaba. Y también entendí que Pedrito necesitaba apoyo.

El primer domingo después de recibidas las cartas nos juntamos en el patio de la casa de Matilde. Todavía quedaban globos del festejo de un cumpleaños el día anterior; de un tal Pipe según leía en los carteles de ocasión que dibujaba siempre Maite. Sentados alrededor de la mesa estábamos los Bonilla, Pedrito, Maite, Lara, Jeremías y yo.

“Se extraña Matilde” decían y recordaron sus últimos meses en los que podía hacer muy pocas cosas. Ya casi ni cocinaba y se lo pasaba mirando televisión. Hicimos comentarios del contenido de las cartas recibidas. Todas procedentes de una mujer agradecida. En muchas mencionaba la necesidad de construir dos piezas como el anhelo que no pudo cumplir. Pedrito mostró la de él y leyó una parte en la que decía: “No me extrañes. Crece y defiéndete solo en la vida. Busca amigos en el Alto entre tus compañeros de la N° 31. Nunca vayas a La Negra. No pelees tanto con los arribados…” y seguían luego palabras de amor y agradecimiento.

– La mamá te adoraba y bien lo sabes – observó Maite con un dejo de celos, tal vez.

Por mi parte hice un breve comentario de la composición que me escribió sin mas aclaración que la de mencionar que era una despedida cariñosa y que ella sabía que habíamos pasado tiempos difíciles y que me deseaba suerte.

Luego se hizo inevitable conversar un poco sobre anécdotas y hechos que mostraban a Matilde como la más buena de las mamás. Fui respetuoso del sentimiento de todos hasta que pasado un tiempo prudente propuse hablar de los temas que teníamos pendiente. Expliqué que la casa tenía un título de propiedad a su nombre exclusivo y que los legítimos dueños seríamos nosotros cinco una vez terminado el proceso sucesorio. Hablamos de los ingresos, una pensión que permanecería activa un tiempo más y de los gastos y de inconvenientes con algunos arribados. Problemas de espacio y de convivencia y de cansancio y división de tareas. Surgió el asunto de la inseguridad y las bandas y robos. La villa, tal como siempre, era la misma. Igual que hace veinte años, igual que hace diez años, igual que en los próximos cien.

– ¿Ya habrá agua potable en el caserío al lado del río? – pregunté sin respuesta.

Consulté después en qué se gastaba la plata que yo ponía pero sin dar ninguna importancia pues solo mirando alrededor era fácil advertir que no sobraba nada. De todas formas les hice saber que para mí no era fácil hacer aportes por siempre.

– Todos debemos sostener esta casa y conseguir que los chicos entren en la N° 31 – dije.

– Y si no se puede la venderemos y nos dividimos la biyuya – opinó Jeremías.

Surgió una nueva conversación con la opinión de todos en coincidencia apoyando la idea de mantener la casa para que los niños entren a la escuela del Alto. Era la única oportunidad de salir del Bajo. Nuestros resultados no eran malos. El Cahón, Isabel y yo trabajábamos en Lorrico Alto. Lara en la parroquia del Bajo pero estaba bien y Maite daba clases a alumnos de la villa y a muchos del Alto. Solo Jeremías era un quedado.

– Salir del Bajo le sirve para el que no se la banca. Aquí también se puede vivir bien – se descolgó Jeremías.

Regresé a casa caminando y pensando en la familia, en mis hermanos y en la casa. Sabía por intuición de seleccionar arribados inadaptados que debía hablar con Jeremías.

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Matilde, de a poco, fue entrando en mi vida. Sufrí su desamor en tiempos donde lo único que cuenta es el cariño. No se puede de niño entender la rudeza. Solo se la padece. Pero ahora estoy grande y el “no te quejes” de Eugenio Paolini me hacía pensar distinto. En este tiempo en que cambiaba el impulso por la reflexión, comencé a entender que quizás Matilde hizo conmigo solamente lo que ella podía hacer, sin ningún regocijo, sin ninguna perversidad. Tenía miedo y necesitaba ayuda, según escribió y quiero pensar que es cierto.

Mis sensaciones no eran claras porque no podía olvidar…“no importa” cuando pinchaba con algún amante de turno y aparecí yo sin querer. No podía olvidar sus gritos y golpes…Que el tiempo los borra, es verdad, pero queda el recuerdo de no tener una mamá a quien querer. Eso es más difícil porque es abstracto. Recién cuando nació Pedrito jugueteé con él como si yo fuera un niño. ¿Cómo recupero mis propios años de niño perdido?

Mica me esperaba en casa con dos clientes que me vi obligado a recibir aunque sea en mérito a la obstinada espera de mi regreso. Después conversamos sin que apareciese ningún reclamo por no haber sido invitada a la reunión de la casa de Matilde. Ella no era Bonilla, por más querida que fuera para mí.

– No he encontrado el momento para hablar sobre lo que no te dije en Los Pistachos – mencionó Mica.

“Tilde vengo pensando en nosotros. Adivina”, recordé que había dicho. No tenía ánimo para problemas. Porque sabía que serían problemas. Luego de una escueta cena hicimos el amor con parsimonia como quien toma el refresco saboreando cada sorbo. Y me dormí con la emoción de imaginar a Matilde escribiendo que se disculpaba y estaba orgullosa de mí. Podría ser que yo haya sido valioso para ella. ¿Por qué no me lo dijo nunca? Dormí en paz.

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Días después nos juntamos a desayunar con Jeremías en el Café de Siempre, a la vuelta del estudio. Traté de ser amable y empecé por preguntarle cómo veía las cosas en la casa de Matilde. Habló un buen rato. Estaba más flaco que siempre como si le hubiesen crecido los huesos de la cara, raro. Me contó que no dormía en la casa de Matilde pero que podía estar tranquilo porque La Negra no se metía con los Bonilla. Matilde lo había echado aunque no fue lo que él dijo. Vivía con amigos que trabajaban para La Negra. Tenía noticias de que igual se aparecía con frecuencia en lo de Matilde y no entendía para qué. Interpreté que los narcos lo obligaban a llevarle nuevos clientes para fumar tirol y desde allí seguir hasta la cocaína. Pero nada de lo que dijo fue así de claro.

– Vamos Tilde, todo el mundo se echa un tirol. No querrás impedir que en la casa se tirolee – observó.

– Eso no ocurrirá – aseguré mirando a sus ojos.

Tragué una respuesta más dura y sincera; una amenaza por si eso ocurría. Necesitaba averiguar cómo seguían las relaciones con la policía y hasta donde investigué, diría que el convenio seguía sólido a pesar de que algunos nombres cambiaron. En los hechos, seguían cocinando la cocaína. Seguí conversando con él con forzada gentileza sobre sus amistades y novias. Si no mintió, nunca volvió a necesitar el aborto. Ninguna sensiblería hacia mí o hacia los Bonilla. Hizo unas pocas preguntas forzadas sobre mi vida cuyas respuestas fueron breves y poco sinceras. Cuando los silencios se hicieron extensos comprendimos que nada más tendríamos para conversar. Yo había decidido investigar cómo neutralizar a La Negra porque me quedó claro que no podría contar con él; Jeremías era parte del problema. Y por tanto no hacía falta seguir el teatro.

– En la casa no voy a permitir nada de droga. Nada – advertí otra vez sin levantar la voz.

Jeremías respondió sin inmutarse mientras pagaba el café de los dos.

– Si no puedes enviar biyuya tal vez sea mejor vender la casa y tema terminado. Ya somos todos grandes.

– Ya veremos – respondí mintiendo.

El nacimiento en mí de una nueva Matilde a quien reconocí empeñada en la educación de los niños en El Alto, me alejaba mucho de la idea de vender esa casa, pero por supuesto, no debía decírselo.

– Siempre tuviste suerte Tilde. Tu sí que vives la vida.

– Cuídate hermano – respondí para obviar comentarios. Tenía decidido qué hacer.

Hablé con Eugenio y le pedí un consejo ¿Quién de nuestras relaciones podía intervenir para sacar a La Negra del Bajo? Conversamos varias veces del asunto participando el Cholo y algunos abogados. Se diseñó una estrategia que consistió en “hacer caer” al Comisario Benavidez, jefe de policía de Lorrico y jefe directo del Subcomisario Flores a cargo del destacamento del Bajo. Benavidez llevaba una vida dispendiosa que no podía ser explicada con su salario. Era un guazo a quien se veía en el cabaret “Rati” y aunque escondía su presencia tuvo un par de situaciones con fufas que lo quisieron denunciar. Hasta ahí lo que sabíamos. Debíamos investigar más para saber cómo era el entretejido. Pero no quise ser yo quien lo hiciese porque mi objetivo final era proteger a mis hermanas que estaban con los arribados en la casa de Matilde y si La Negra se enteraba que estaba metido yo, se terminaba todo. Eugenio no lo dejó al Cholo ocuparse de la tarea que por último la llevo adelante un abogado recién incorporado. Sabíamos que el comisario iba todos los viernes al Bajo a una reunión con Flores y llamaba la atención que era la única salida que hacía sin chofer.

Nuestro plan era, luego de destronarlo, renovar la autoridad con gente no contaminada para lo cual contábamos con la relación que el Ministro de Seguridad y Defensa tenía con el Estudio. Ellos recibirían el mandato de eliminar a La Negra. Era un plan largo y rebuscado pero ir contra La Negra directamente era como intentar llevar las manos abiertas y pedirle que nos entreguen sus fierros. Ingenuo y peligroso. Por otro lado, se habló con varios jueces – que no sabían que era el estudio quien tramaba todo sino que entendían que era un instructivo que venía del Ministerio – y fue el novato juez en lo penal Humberto Camargo el único que aceptó “tenderle una cama” a Benavidez. No debía conocer el objetivo último referido a La Negra. Para ocultar aún más la intervención del estudio Locarazza, en el juzgado se inventó una demanda que hacía un ciudadano de Libertadores donde supuestamente llegaba buena parte de la cocaína que se hacía en el Bajo. La demanda habilitó al juez a investigar y el supuesto denunciante, con identificación y firma inventada, nombró a un amigo de nuestro junior abogado como su defensor. Así armada la estructura de ocultamiento se avanzó bastante bien hasta que el juez en poco tiempo decidió cerrar la causa. Consideró que no había suficientes indicios que sugiriesen que se habían producido los hechos denunciados. La lectura no jurídica indicaba que el juez Camargo nos hizo la cama a nosotros y pactó con el comisario Benavidez, imagino que por una buena moneda. No pudimos hacer más nada.

Mis temores para la casa se diluían cuando veía que las cosas seguían igual. No era consciente de la suerte que significó que Lara y Maite continuaran ocupándose de llevarla adelante y cuidar de Pedrito como queriendo evitar que siga creciendo. Bien podrían haber desistido de vivir la vida de Matilde para vivir su propia vida. Pero eligieron continuarla. Jeremías tenía razón en algo: ya estábamos todos grandes y no había por qué seguir con la casa abierta.

Sin ninguna explicación o razón profunda que yo haya conocido, la casa seguiría como siempre después de tantos años. En lo que a mí respecta, la educación en la N° 31 era lo único importante y no porque fuera mejor que la de la villa con el cura Paolo a cargo, sino porque era el único modo de hacerse amigo de niñas y niños del Alto, como iguales, no como trabajadores de pobres para ricos.

Por ahora la casa estaba habitada como siempre, con muchos arribados y había comida para todos, como siempre. Jeremías no se aparecía. La casa estaba protegida por él, es decir, por La Negra. Por mucho que esto parezca peligroso, la situación era mejor que estar fuera de alguna banda. Mi preocupación era que algún día Jeremías obligado por los capos, o no, quisiese hacerse de nuevos clientes con los niños arribados. Se vivía una nerviosa tranquilidad a la que nadie se puede acostumbrar.

El Bajo está cambiado. Visto después de unos años, Los Petecos fuimos inocentes, buena gente. Ahora aparecen casas incendiadas por matones de la droga ¡Increíble! Surgieron grupos de chicos para competirle a La Negra lo que significó que no apoyarla explícitamente era quedar en contra, con todas sus consecuencias.

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A la casa de Romina habíamos llegado por necesidad; Mica y yo no teníamos otro lugar donde vivir. Quería encontrar la forma de mudarnos porque otra vez sentí que el espacio en el que vivía era chico, como cuando de niño prefería estar todo lo que podía en el patio escapando al hacinamiento del dormitorio y de la cocina de Matilde. La casa de Romina fue muy importante para Mica y para mí pero se había agotado nuestro tiempo allí. Eso creí yo aunque no fue fácil cambiar. La pelirroja pecosa no estaba tan incómoda como yo. Ella iba caminando a trabajar al taller de su madre; las sesiones tenían la clientela acostumbrada a esa dirección; partir era poner en peligro el trio sexual que disfrutaba y por último, estar lejos de su amiga la hacía sentir insegura, según sugirió. En ese orden o en cualquier otro, esos fueron los argumentos que esgrimió para frenar mi intención de cambiar. Discutimos varias veces, como pocas antes; prometí que seguiríamos los tres, cerca de su trabajo y con la clientela de las sesiones, solo que en un lugar más grande.

Luego de un par de semanas habíamos encontrado una casa que alquilé con la garantía del Cholo y un depósito en efectivo proveniente de sesiones extras, que por cierto resultaron fáciles de conseguir. Las secretarias recitaban con llamadas telefónicas: “El Maestro me avisa que le gustaría recibirla de nuevo para seguir la evolución de lo han conversado. El pago no es necesario… o se ajusta a su voluntad.” La mayoría de las personas regresaron y pagaron.

En el nuevo hogar había un cuarto para atender al público, una sala de estar, baño, cocina, nuestro dormitorio y un patio de baldosas coloradas con algunas macetas. Con las puras sesiones pagaba el alquiler y los gastos y me quedaba todavía un resto; más el sueldo del estudio del que quedaban todavía cuotas del auto por descontar. Compramos muebles, un televisor nuevo y armamos la cocina con heladera a estrenar.

Era un tiempo en que ayudaba a mis hermanos, tenía lo que quería, mi Datsun y mis dos mujeres, un buen trabajo y mis sesiones crecientes en clientela. Pero sentía un amargor en el fondo de mi boca. Creo que cuando todo va bien es difícil pensar; parece que es natural que todo siga y siga. Pero sentía algo y quería prestarle atención; era un malestar como un escollo, una piedra tapada por el arroyo que se presiente por el lomo que produce en el nivel del agua.

Hasta que lo descubrí. Era Micaela. Una suma de pequeñas y grandes cosas. Me había confesado finalmente que estaba pensando en que podríamos encargar un bebé. Aquello que debía adivinar cuando intentó mencionarlo en el paseo por Los Pistachos era eso, quería un hijo. Propuse que lo pensáramos mejor, “tenemos tiempo” contesté. La respuesta no pareció importarle demasiado, pero fingió. Lo sé y no por ver su rótulo. Lo sé. Se comporta extrañamente como si tuviese un enojo reprimido.

Otro lomo en las aguas de nuestro amor apareció con las idas y venidas por el cambio de casa que me mostraron una pecosita rabiosa y de tenaz apego a Romina. “¡Cómo va a vivir sola, Tilde!”, bramó en una ocasión. Fui buscando una explicación al tema a través de sus comentarios. Nada sensato encontré. No quería dejar sola a Romina “porque no”, a secas. De repente apareció en mi mente la palabra que no hubiera querido encontrar. Romina podría ser “su pareja”. Yo era su novio y ella su pareja. De la nada se fueron relacionando hechos que se compadecían con esa conclusión. Vivieron juntas en un departamento unos cuantos años, tenían una amistad compinche, habían compartido el sufrimiento – para ambas los hombres son despreciables- y se besaban y hacían el amor conmigo; quizás ellas dos venían con relaciones sexuales antes de conocerme, imaginé. De la cama de tres nada puedo decir porque yo me entregaba a las dos por igual. El deseo no reconoce nombres propios mientras se reciba el toqueteo justo y cadente, el beso preciso no importa de qué boca, sino en qué lugar y momento. Eso hacíamos, nos besábamos y ellas se besaban y yo besaba a las dos a su tiempo y nos mezclábamos sin reservas. Mica era una mujer con una capacidad de gozar extraordinaria y tenía un estilo maravilloso. Su pasión también incluía a su amiga que siendo menos expresiva era igualmente avasallante, casi dominante. Hasta su figura de pelo corto me parecía ahora algo masculina. Y su resistencia a buscar hombres y hasta la pérdida de la tenencia de un hijo en la justicia… Todo lo veía como si yo hubiese sido el tercero de una pareja que venía de antes.

Micaela no me enamoraba como antes, ya no sentía esa potencia energética que solo es atraída por el amor.

Mi angustia fue grande aunque no duró mucho; la sola risotada de Mica me convenció. Fue cuando con un estilo bien directo, como el de ella, le pregunté si con Romina habían sido pareja antes de conocerme.

– Parece que no estás seguro de que me gusten los hombres ¿No está claro?- se burló.

– No tengo dudas amor – reaccioné.

Quizás te gustan también las mujeres ¿por qué no? pensé sin abrir la boca. Seguiría caminando con la espina de la duda clavada por un tiempo hasta que sentí que no era un problema que Romina fuese o haya sido su pareja. Yo tenía en Mica alguien a quien querer y me sentía querido por ella ¿Qué tanto más hay que husmear?

La casa nueva quedaba a ocho cuadras de la casa de Romina, cerca del taller de Carmen y cerca del estudio Locarazza. Tenía cochera para mi Datsun café con leche y estábamos avisando a los clientes que las sesiones se hacían en Reviana al 1224, Lorrico, nuestro nuevo domicilio. En la habitación además de la pintura del Picaré habíamos colgado una del Valle de la Laguna Encantada que habíamos comprado. Traje el reloj de pared que Romina me regaló.

El impulso del trio sexual continuó por un tiempo porque el principio Romina se quedaba con nosotros varias noches al terminar tarde las sesiones. Pero de a poco fue decayendo. No surgía espontáneamente sino que debíamos organizarlo. Y se entrometió mi conciencia. Ya no respondían solo mis hormonas sino que hubo un cuarto participante que ahora observaba cómo se besaban ellas y dónde y cuándo y qué hacían conmigo; y qué diferencias tenían, desde sus olores, su piel y los gemidos y gritos y cuál me gustaba más. ¡Qué bueno hubiera sido dejar la mente en blanco!

– La casa nueva no te sienta bien Tilde – se quejó en una ocasión luego que Romina se volvió a su casa después de una pinchada al terminar mi última sesión.

– Si vas a estar tan distraído no te necesitamos – se burló.

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Ya lo sabía, me gustaban las historias de personas mucho más que de autos o animales. Imaginar quién está sentada a la mesa de un bar no era ninguna práctica original pero yo la disfrutaba igual que escuchar relatos en las sesiones o investigar a los fulanos en el estudio. Todo era un poco lo mismo. Recuerdo, porque lo anoté en el cuaderno, el comentario que me hizo Eugenio, el Dr. Paolini, una noche en la biblioteca en un momento en que estuvimos solos antes que llegara el resto.

– ¿Te gustan las biografías? Ahora vienen dos reuniones con Leonardo Da Vinci.

– Sí me gustan las biografías. Me gustan las historias de cualquier persona.

– Jajá, hay un poco de diferencia con Da Vinci que es cualquier persona que apenas cambió el curso de la humanidad – se burló el Dr..

Nada sabía de Da Vinci.

– A mí me gusta escuchar todas las historias de modo que Da Vinci está incluido- insistí pretendiendo una broma.

– Tilde, muchacho, las vidas de los otros sirve para hurgar en la nuestra. Cuando llegas a mi edad aprendes que la única historia que cuenta es la de tu propia vida. Si sientes que no ha sido tan mala y que fuiste un protagonista decoroso, estarás bien.

Palabras que inspiraban en mí la revisión de mi vida y el sabor de la meditación. A los treinta y tres años aún no me había preguntado si era bueno o malo lo que hacía; qué sentido tenía si es que algún sentido tenía que haber. Mucho menos había considerado cómo impactaba mi vida en los demás.

Reflexioné sobre las sesiones como si tuviese algo que resolver dando vueltas en mi mente sin encontrar casillero ¿Qué estaba haciendo de verdad? No soy inmune a trecientos pesos por quince minutos de atención a quien quiera contar su historia, de modo que no las dejaría por ningún motivo. Pero esta etapa que vivía madurando, pensando con deliberación, me impulsaba a hacerme preguntas, a meditar.

Cualquiera podía ser recibido en mi consulta, salvo quienes venían por “asuntos de espíritus del más allá” que decidí no aceptar a pesar de la opinión contraria de Mica y Romina que olían buenos ingresos. Busqué información en la Enciclopedia pero no encontré nada que me alentara. Corrían los años ochenta y la conexión con el más allá seguía siendo tan vigente como en tiempos de brujos de tribus que traducían los mandatos de los muertos. Ahora tenemos próceres, ídolos y dioses que no hablan pero trasmiten ideologías firmes como reglas de vida a sus seguidores. Es parecido. Los espíritus y médiums era algo en lo que el razonamiento no podía ayudar, por eso lo descarté.

No veía ningún rótulo pero sabía que mis palabras ayudaban. No importa qué tan inusual o repetidas fuesen las razones que traían a las mujeres y hombres a mi consulta, mis palabras y consejos eran siempre parecidos. Sé que es extraño.

Cada vez se acercaban más gentes a contarme sus pesares. Suponía que muchas historias no eran ciertas pero no era importante que lo fueran. Buscaban alivio con una disposición inocente ante mis palabras. Yo me quedaba hasta muy tarde en la noche atendiendo en la pieza con el reloj de pared, la pequeña mesita y los dos sillones del nuevo domicilio del “Maestro”, como me llamaban. Lo único que cambié fue el ritual. Ya no hacía el contacto con las manos para la trasmisión de energía. En cambio hice una finta de concentración y unión de la punta de los dedos y así ganaba tiempo e higiene.

A las personas que exhibían baja autoestima por su relato y gestualidad les decía siempre lo mismo. “Te has olvidado que todos podemos andar en bicicleta. En esta sesión yo soy el que te da un empujón pero tú eres quien tiene que seguir pedaleando para no caer” “A todos nos es dada la fortaleza necesaria para enfrentar lo que nos toca vivir” Con esas frases protegía la mayoría de las angustias. “Veo en tu rótulo que ciertamente estás padeciendo. Pero no dejes de pedalear. Todos podemos” Y la del uno por ciento: “Con apenas el 1% de posibilidad de que algo suceda, estás justificado para intentarlo” o “Si hay una mínima probabilidad de que suceda, inténtalo”

Cuando llegaban problemas de salud de los más variados, erupciones cutáneas, dolores, culebrilla, cáncer, dolor de panza, embarazos no buscados, ceguera y algunas adicciones, las palabras eran parecidas. “Tú puedes curarte si eso te propones con la determinación necesaria” “Es tu convicción la que genera la energía necesaria para sanar tu mal, la extrae de tu ser interno y la lleva allí donde te curará” Rechacé la tentación de utilizar el método que conocí de un chamán. A los enfermos terminales les hacía decir las verdades que habían quedado en su vida guardadas para así liberarse del dolor. Eso no ayudaría y quedaría en evidencia. En cambio usé el mismo argumento pero indicando que ése era el modo de llegar con el vestido o el traje limpio al más allá. Como corresponde.

Las palabras no eran literalmente las mismas para todos aunque se parecían bastante. De tanto repetirlas empezaron a sonar automáticas y reaccioné. Busqué parecer dedicado y escuchar siempre. Me parecía importante que sintieran que los escuchaba acompañando su pesadumbre y así lo hacía.

En los asuntos de trabajo era más contundente. “Busca un cambio” o “Debes soportar un tiempo más, el cambio se avecina, lo reconozco en el color de tu rótulo”

Tenía visitantes también con asuntos esotéricos a quienes les habían hecho un mal. Me preguntaban si creía en Dios, si había visto extraterrestres, si era Jesús quien me enviaba. – “Mi virtud no es recibida por herencia alguna que yo reconozca” – decía- Mis respuestas eran ambiguas, como no podía ser de otro modo y lo que cambiaba era mi propia gestualidad. Movía los brazos y me concentraba mucho en el rótulo y el color que decía observar. Les hacía fijar su mirada en mi aura blanca y buscaba insinuar que si no la veían tenían alguna limitación momentánea porque todo el mundo la puede ver. Más difíciles resultaban las consultas que traían problemas específicos, como deudas de juego, deudas de todo tipo en realidad, peleas con vecinos, juicios, demandas, accidentes. Acá el libreto me llevaba a palabras de alivio sobre el futuro. Siempre el mismo esquema: “No estoy seguro de lo que ocurrirá, pero puedo ver que tienes la fortaleza para superarlo” Palabras más o menos, era ése el mensaje. En un mes vente a verme, notarás los cambios”

Un truco que solía usar aunque con cautela era preguntarle a qué se dedicaba día a día. Con el tiempo y observando reconocí características propias de mujeres y hombres y comportamientos típicos según la actividad. Los clientes del estudio tenían conductas clásicas dependiendo de si eran empleados públicos, contadores, empresarios, empleados administrativos, funcionarios de gobierno, ingenieros o médicos. Como si la actividad diaria pusiera unos lentes de colores para ver la realidad y comportarse según sea. Por eso será que los hijos asimilan características que ven tanto tiempo en sus padres. Aunque no tengo experiencia justamente en ese tema.

Ser desconfiado por ejemplo, es propio del ambiente jurídico, contable, administrativo y ser confiado le viene a quien vive alejada de noticias diarias. Ser el propio jefe supone orden y confianza. Ser empleado jerárquico da mando y el postergado se siente sometido y es dócil o acumula revanchismo. Claro que este juego es dudoso y puede ser falso pero en ciertas sesiones “adivinaba” algo del visitante para infundir confianza en mí; me divertía procurando acertar.

El tiempo y mis investigaciones me llevaron a centrar mi discurso en las vibraciones que yo tenía la sensibilidad de ver y sentir y que responden a una energía universal que algunos llaman Dios, Naturaleza, Unicidad o Pacha Mama. Descarté así las visiones del futuro, la astrología con el zodíaco a pesar de sus muchos seguidores, las tiradas de naipes, esoterismo y ocultismo, los chamanes, el tarot y cualquier otra disciplina que se pusiera de moda. Lo mío era científico. El cerebro genera una electricidad que produce un campo magnético y de ahí se percibe mi aura. Ese campo me permitía sentir las vibraciones del universo y de las personas en él. Y luego yo interpretaba esa energía.

La mecánica tal como habíamos acordado con Romina y Micaela, debía ser llamar por teléfono después de la sesión a las personas que yo le indicara, que eran muchas. Teníamos un guion preparado:

– “Le llamo por pedido del Maestro (o de Tilde). Quiere saber si está usted bien. -… tras la respuesta – “¿Quiere que le trasmita algún mensaje en particular? Cualquier cosa que necesite no dude en pedir un turno. Por el dinero no se haga problema. Muchas Gracias”

Los resultados que recibían y ordenaban mis secretarias no eran muy útiles individualmente pero ayudaban a comprender a cabalidad el negocio. También satisfacía mi curiosidad y mi ego. En la mayoría de los casos se obtenía respuesta favorable. Muchas veces se lograba repetir la consulta que en general pagaban de nuevo. Yo tenía un registro escrito de algunos casos especiales que llamaban mi atención.

…Pero en mi adentro, en las temporadas de reflexión, pensaba… ¿Qué tengo de brujo, de Maestro? ¿Por qué hago sesiones? Pues porque así se dio, me respondo. Por el dinero sin duda. Aunque haría gratis algunas, cosa que de hecho ocurre. Porque no me disgusta. Porque en verdad me hace bien saber que estoy ayudando. No lo sé; no siento gran emoción con la mejoría de las personas. Más bien me seduce el trato de “Maestro” que recibo, la deferencia con que se dirigen a mí y los llamados de agradecimiento que a veces me sorprenden.

Estas eran mis íntimas lucubraciones. Ante Mica y Romina nunca se cuestionó la profesionalidad de mi trabajo ni mucho menos se usó un lenguaje irrespetuoso hacia los clientes. Nunca se cuestionó mi habilidad para ver los rótulos en la frente y en un montón de casos se observó claramente mi aura blanca.

Guardé – y luego perdí- una nota de agradecimiento que recibí y decía más o menos esto: “Maestro, Ud. está en esta Tierra para hacer lo que hace. Ayudar. ¡Gracias a Dios!” Y la guardé porque me tenté y me la creí. Y luego me pareció absurda y luego me la creí y luego otra vez absurda.

En fin, puedo confesar una certeza: La mayoría de las consultas están hechas por mujeres y hombres con gran desdicha. No es la virtud de mis palabras lo que realmente ayuda, sino el encuentro de una esperanza ante la desesperanza. Como no es la forma del madero que flota lo que cuenta, sino su cercanía con el que se está ahogando. Imagino que cualquiera en extrema necesidad recurriría a cualquiera para hacer cualquier cosa.

Puedo confesar una duda: Que yo sepa no tengo un don. No he recibido una voz o un hecho o alguna señal para afirmarlo. No veo rótulos de colores. Pero los resultados de las sesiones son en mayoría buenos y curativos, a juzgar por los resultados encuestados. En el cuaderno llevo escrito “Quizás conozca muy poco de todo” Y entonces ¿De dónde vienen mis palabras sanadoras? ¿Y si de verdad tengo un don?

Capítulo 11

Como si de magia se tratara, durante seis meses desde el inicio del otoño de 1983 hasta las primeras flores, se entrelazaron hechos que me convirtieron en otra persona. Las mismas piezas del rompecabezas se reubican y cuentan otra historia.

El vértigo de cambios empieza cuando inauguro mi casa propia – alquilada- con tremendo orgullo, a mis 33 años y después de haber ganado la batalla para convencer a Mica de vivir conmigo, los dos solos. El público que llega a mis sesiones lejos de decaer por el cambio de domicilio, continúa en aumento. Se extiende demasiado mi jornada de trabajo, entre el Estudio Locarazza y las sesiones. La suma de dieciséis horas diarias acumuladas semana tras semana es agotador y termina limando mi ánimo y mi relación con la persona que más me interesa en el mundo. Ella también está cansada porque sigue con su madre en el taller de costura y luego es mi secretaria. También Romina dice estar extenuada; tampoco ha dejado su ocupación en la mañana en la farmacia. Estamos perdiendo la gracia de nuestra intimidad. Solo quiero descansar, me siento agobiado, aturdido. No me sale la risa.

Medito. Converso con mi adentro para entender lo que está pasando. Algo allí me fuerza a la tristeza, a la melancolía que ya tenía conocida. No estoy seguro que todo sea exceso de trabajo. Esas muchas horas no las padezco, aunque tampoco me divierten como antes. Algo más hay. Entonces revivo la tensión con Mica por el destete de la casa de Romina. Ya no me apetece el sexo de a tres. Me cuestiono todo lo que estoy haciendo ¿Con qué necesidad trabajo tanto?, me pregunto por primera vez en la vida. ¿Cuánto tiempo soportaríamos dieciséis horas todos los días?

Debo decidir si dejar mi trabajo en el estudio para dedicarme a tiempo pleno solo a mis sesiones. Razono que me enfrento a una clara situación de revolver el azúcar en el café con leche. Ni qué decir del dolor de retirarme del lugar en el que comencé con el aseo y hoy soy casi un socio. Y mi aprecio por Eugenio y el Cholo y todos en el estudio. Mi trabajo es investigar, me gusta y gano buena moneda. Todo eso en una mano. En la otra, recibo también una buena entrada de dinero con las sesiones pero adueñándome de mi tiempo. Recuperar la alegría me parece una urgencia, como encontrar un camino a casa.

La verdad es que no hubo mayor análisis. No saqué cuentas de cómo impactaría hacer menos sesiones subiendo a 400 pesos los quince minutos. Me parecía exorbitante. Una consulta privada a un buen médico en Lorrico costaba eso. Y en Locarazza una primer entrevista se pagaba 500 pesos por única vez. Lo cierto es que no evalué más riesgos que los de la intuición. Como aprendí en Luz Azul, los seres humanos somos contradictorios de modo que no me mortificó que en una situación que involucraba mi futuro actuara a puro impulso. Como si no me importaran demasiado las consecuencias; como cuando me enamoré de Mica y nada más me importó. Pero era distinto. “Hablaré con Eugenio para presentarle mi decisión de dejar el Estudio si no consigo un horario solo de mañana” En dos ocasiones había conversado con él sobre mis horarios; ambas con resultado negativo. Ya demasiado le incomodaba que me retirara en la tarde como a las 17 hs. “Las trampas que hay que descubrir no tienen horario” argumentaba.

Casualidad o misterio, ese mismo día me informa una secretaria que el Dr. Paolini quiere verme en su domicilio a las 18 hs. Ya había estado una vez allí en visita a su nieto recién nacido. Una residencia lindísima pero distinta al chalet y la biblioteca del Dr. Laurentino Frías. Me recibió en su living con ropa de casa. Era por demás extraña la situación de una citación tan urgente que no pudiera esperar al día siguiente en el estudio. Era evidente que no debía trasmitir mi renuncia hasta no escucharlo primero. Una señora con el rostro casi marchito trajo dos cafés y se retiró.

– Tilde, habrás notado que esta semana no he ido al estudio.

– Sí Eugenio.

Mentí. El tono y su expresión no permitían hacer otro comentario. No puedo ver en la frente el color de un rótulo que delate el ánimo, pero leo su mirada.

– Tengo los resultados de unos estudios que me indicó mi médico. Parece que tendré que cuidarme.

Su voz estaba apenada y su cara regordeta intentó una sonrisa. No supe cómo reaccionar.

– No será nada grave Eugenio ¿verdad?

– No, no. Ya veremos, pero debo cuidarme. Te he llamado parar informarte que viajarás a Estados Unidos, a Nueva York.

Seguro notó mi sorpresa en la cara.

Escuché sin interrumpirlo. Me contó que estaba previsto que él viajase con algún miembro del directorio de la Universidad del Valle para firmar un convenio de intercambio con la New York University. Explicó que con su diagnóstico y el tratamiento que debe enfrentar ahora, no es aconsejable el viaje. Me mantuve en silencio.

– ¡Parece que estás asustado! ¡Te pagaremos un viaje a Nueva York para asesorar a nuestro principal cliente y te quedas callado!

Sonreí, sorprendido todavía sin reacción. Decidí acatar todo lo que ordenara para luego pensar qué hacer de verdad. Insinué dudas sobre mi desempeño en el tema más por parecer responsable que por titubear.

– Tilde, eres el único del estudio que ha viajado a Libertadores conmigo, conoces muy bien a la Universidad y a mi buen amigo el Flaco Frías. Él encabezará la delegación de no más de tres o cuatro personas. He redactado el convenio a firmarse y está todo el texto acordado. Estúdialo. Tu tarea será asesorar a la Universidad ante cualquier cambio que pudiera surgir. Yo estaré en casa y me llamarás parar informarme. No habrá inconvenientes. El Flaco sabe que tú viajarás en mi lugar. El muy bobo dijo que tu inglés es mejor y que serás mejor compañía.

Yo escuchaba, sin conseguir un gesto de entusiasmo. Estaba apabullado. Ese mismo día había decidido plantear mi disminución horaria o retiro de Locarazza y solo por un toque de suerte Eugenio habló primero conmigo antes de mi planteo. Ahora parecía estar más involucrado que antes. Seguí escuchando sus directivas. Esa misma tarde de setiembre de 1983 había hablado con el Departamento de Migraciones de la Región de los Nísperos para tramitar mi pasaporte y visa de ingreso a los Estados Unidos. Todo estaría resuelto en cuatro días. De los boletos de avión se encargaba la Universidad. Saldría el próximo lunes, el viaje duraba cinco días. Haría frío.

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No sentí la urgencia de contarle a Mica; pero lo hice al terminar mis sesiones esa noche. Ya tarde, cenamos con Romina como casi siempre y dejé caer la noticia sin ninguna euforia.

– En unos días me voy a Nueva York. Estaré cinco días afuera.

Expliqué en mínimas palabras las razones del viaje. Reaccionaron concentradas en el problema de los turnos dados y en que habría una semana menos de ingresos. Mica bromeó con la sospecha de que no era cierto.

– Lo único que te he pedido Tilde, es que nunca me engañes. ¿Es ésta la primera vez o ya ha ocurrido antes?

– No es lo único que me has pedido- bromeé.

Conversamos, cansados como siempre en esas altas horas, de la Universidad, de volar en un avión, de la famosa ciudad, de la suerte.

– Para ser justo, tienen que saber que le ofrecieron el asiento a dos socios del estudio que lo rechazaron porque dijeron que yo era mejor – ironicé.

Aclarando la chanza les recordé que de verdad era yo quien más conocía a la Universidad. “Después que lo echaron a Carcagno hemos ido cada semana con Eugenio” relaté. Rebotaron comentarios alrededor de “la suerte” defendida por ellas y “los méritos” por mí. Retomamos la situación de los citados en mi ausencia y el dinero que no recibiremos.

– Deberías compartir lo que te paguen por ir a Nueva York – dijo Romina sonriente deletreando el nombre de la ciudad.

– Nada, está todo dentro de mi sueldo. Habrá viáticos, de seguro – contesté en serio al tiempo que me arrepentía de hacerlo. Su chanza no merecía comentario.

Estábamos distendidos, cansados pero con clima de festejo. Sin embargo no abrimos la “Alpaca”, la cerveza de ocasiones especiales ni hubo iniciativa sexual. Una elocuente abstinencia. Es que al menos yo, no me sentía cómodo; parecía el niño aquel que llegaba a deshora a la casa de Matilde.

– ¿Qué problema tiene Eugenio? – quiso saber Mica sin poder evitar un bostezo.

– Fue poco lo que dijo; espero que no sea grave. Tiene que hacer un tratamiento.

Romina llamó a un taxi como cada noche para ir a su casa. Estábamos cansados y nos dormimos sin que haya recibido una felicitación. ¡Me voy a Nueva York!…fui cayendo en la cuenta.

Los días siguientes fueron intensos, tanto que suspendí mi jueves de póker y las sesiones del viernes. Cada vez era más difícil conformar a mis mujeres secretarias cuando cancelaba turnos. Hice un tiempito para ir al Bajo y visitar la casa de Matilde. La comunicación de mi viaje no tuvo demasiado festejo.

– Estás creído de verdad, hermano – refunfuñó Maite.

Pero en mi casa la pelirroja pecosa me despidió con ternura a pesar de que se traslucía alegría por mi alegría. Un gran beso con humedad y reclamos apurados de último momento. “Cuando vuelvas refrescaremos la idea de encargar un bebé” “Me quedaré en casa de Romi”

El Cholo sí estaba contagiado de mi emoción. Insistió en llevarme en su auto nuevo hasta Libertadores, desde donde salía el vuelo. Fuimos con y el bebé. Al despedirme, con un mordisco en el labio, me abrazo y dijo susurrando:

– Parece que las americanas son un poco frías. Tendrás que calentarlas.

El viaje a la Gran Manzana sería sencillo y con visitas programadas por la Universidad de Nueva York, la NYU, que tiene nivel de pregrado, grado y posgrado, en distintas casas de estudios y localizaciones. Los temas jurídicos quedarían reducidos a la firma del convenio establecido. Éramos sólo tres viajeros: el decano Frias, el titular de Economía Política, Cayetano Caroli y yo. Esa misma noche salía el vuelo de Braniff desde el aeropuerto de Libertadores, único en la Región de los Nísperos, directo a New York, Estados Unidos. Reunidos los tres viajeros en el chalet del Dr. Frías yo me mostraba calmo y profesional como queriendo ocultar lo que era bien sabido. Era mi primer viaje en avión, primer viaje al exterior. Acaso el rótulo en mi frente hubiera revelado el color de “la curiosidad”, mi emoción primordial de esos días más que los nervios propios de la situación. Sentí también por allá por mi patio interior un “miedito” que no conocía. En treinta y tres años no había conocido el miedo. Quizá estuvo oculto detrás de las necesidades y la rabia. Pero algo había allí ahora, un aleteo de inquietud.

Sin aviso llegó a mí un impulso. Le llamé a Eugenio desde un teléfono del aeropuerto casi sin saber qué decir.

– Hola Tilde ¿pasó algo?

– Nada Eugenio. Salimos en un rato. Le llamo porque creo que olvidé decirle “gracias”.

Sobrevino un silencio breve en tiempo real pero prolongado en el pensamiento. Me despidió deseándome suerte.

El avión era de color naranja, inmenso. Yo observaba todo, fascinado y curioseando como niño en juguetería. Empezó a rodar y decoló. Miraba por la ventanilla. Un minuto después como en cámara lenta recliné el asiento, encendí un cigarrillo, apoyé la cabeza y cerré mis ojos. Aparecieron personas y voces. Mi maestra Rosita de la N° 31 golpeando mis dedos con el puntero ”Las manos, las manos” “Levante el mentón Bonilla” “Aprendan de Bonilla”. El zurdo Mancuso dejándome fuera del equipo, una vez más. El Peteco disparando con su revólver. La banda en el calabozo “Nadie deja esta banda”. Pedrito en el desayuno, cabreado a mi lado y yo explicándole que se puede sacar el azúcar de la leche con solo revolver hacia el otro lado. Micaela diciendo “Te necesito”. El gesto del Dr. Paolini “No te quejes que demasiado tienes”. Luz Azul y León: “El saber está dentro tuyo”. No dormí. Siguieron pasando imágenes y voces. Abría los ojos entre las nubes.

Aterrizamos en el JFK, en Queens, New York. No podría haber imaginado nunca la vista de la ciudad cruzando el East River por el Queensboro Bridge. ¡Alucinante! ¡Impactante! Había visto la película de Woody Allen “Manhattan” mostrando la ciudad en blanco y negro. Y Fame y Tootsie. Ninguna de ellas trasmitía esa energía impresionante que se siente solo estando allí. La ciudad vibra como el puente que cruzamos. El gentío vibra. Se mueve rápido, muy rápido por las calles con frío. Hay una enorme cantidad de autos y taxis amarillos. Y edificios altísimos que no cabían en mi fantasía. Viajábamos en una van de turismo similar, en ningún sentido, a nuestras “cabras” de Lorrico. El chofer nos esperó en el aeropuerto con un cartel que decía: “Universidad del Valle”. En comprensible español nos iba indicando edificios emblemáticos: el Empire State, el Crysler desde lejos y el de United Nations. Yo buscaba la Estatua de la Libertad que no se veía. Para nosotros tres, ésta era la primer visita. Manteníamos un silencio expresivo de nuestro asombro.

Llegamos a un edificio antiguo rodeado de parque. El conductor se bajó y comenzó a ayudar con el equipaje. Se nos acercó una mujer refinada por su altura quien se presentó como Secretaria de Extensión de la Casa de Estudios en Ciencias Sociales de New York University. Nos dio la bienvenida y nos acompañó a nuestros dormitorios. Uno para cada uno. Nos dejó un sobre con el contenido del programa de actividades de los próximos días con horarios, lugares, traslados, tiempo libre y visitas. Visitaríamos la Estatua de la Libertad y haríamos un recorrido turístico por la ciudad. En otra hoja se detallaban las actividades académicas con visitas a diferentes casas de estudio, detalle de entrevistas acordadas con nombres de participantes, horario de inicio y finalización. En todos los casos en un texto aparte se explicitaban los objetivos de la reunión.

No resultó nada fácil entender el idioma. Pensé que sería sencillo. Cayetano y el Flaco Frías estaban asustados porque esa misma noche cenábamos con el director del NYU Department of Economics. Pero resultó una reunión cómoda para mí, incluso intervine como traductor más de una vez. El anfitrión, un tal Mr. Phillips fue sociable y mostró interés en saber sobre Libertadores y la Región de los Nísperos. Nos deseó éxitos en el intercambio que se iniciaría próximamente y nos despidió hasta el jueves, cuando se firmaría el convenio. De los otros dos invitados de él, una era la profesora Nicki Garrido que hablaba bastante español y sería la responsable del primer intercambio y el otro un hombre que no recuerdo su nombre ni de qué habló. Al finalizar la velada ya tenía el oído más acostumbrado al inglés.

Algo particular sentí cuando fui presentado como representante del estudio jurídico que interviene en el convenio; el Flaco Frías señalándome dijo:

– El Sr. Antonio Bonilla.

– Nice to meet you, Tony- estrechó mi mano Mr. Phillips.

Mientras intercambiamos las tarjetas de rigor comprendí que ya no me gustaba “Tilde”. Lo sentí un apodo aniñado. En New Yotk fui “Tony” toda la semana inclusive para mis compañeros de Libertadores.

Todo lo que sucedía era para mí inesperado y más impresionante que mi imaginación. Tantas gentes de orígenes distintos, vestimentas distintas, distintos idiomas. No podía creer que estaba conociendo la famosa Estatua de la Libertad que había visto tantas veces en TV y revistas. ¡Emocionante! Subí por una minúscula escalera de metal entre la estructura también metálica hasta las ventanitas de la corona. Ni Cayetano ni el Flaco Frías se animaron. Las vistas desde ese altura no podría haberlas soñado jamás. Visitamos también el icónico Empire State que por fin fue un edificio real y no más una imagen del cine o unas célebres letras. Fuimos privilegiados asistentes al edificio de Naciones Unidas con un pase de la New York University. En la propia sala de la Asamblea General, que parece invocar al cielo frente a las decisiones que se tomen, la guía explicó entre otras cosas que la resolución N° 25 del organismo proclamó el Decenio Mundial del Agua Potable 1981 – 1990. Sobre la población mundial de 4.400 millones de habitantes en el planeta se estimaban unos 270 millones de personas sin acceso al agua potable. Entre ellos los del Bajo de Lorrico, me recordé. Imposible no asombrarse por la inmensidad del número. Caminamos por el Central Park, estaba frío, llegamos hasta el Dakota Building donde fue asesinado casi tres años atrás John Lennon. Una pena. En las puertas de entrada al lugar había un guardia de seguridad.

Todo resultó según lo programado. Habíamos sido advertidos que en las calles de la ciudad ocurrían robos y asaltos. “Tristemente la capital del mundo es violenta” advirtieron. Siempre tuvimos un vehículo de la universidad con un chofer para nosotros y no debíamos perderlo. Obedecimos y nos mantuvimos alertas en horarios y por lugares seguros por lo que no sufrimos ningún percance. Y porque tuvimos suerte, que siempre es bueno tenerla. Una de las entrevistas fue suspendida porque no asistió la contraparte; había sido asaltada cuando se subía al auto en un garaje. Le robaron el auto y la golpearon. Por lo demás, el viaje no tuvo inconveniente. Le hablé a Eugenio dos veces para ponerlo al tanto. Se lo sentía lejos.

El tratado se firmó en los términos previstos. Era un intercambio como primer paso de una ambiciosa relación y extensión a otras disciplinas. Se firmó entre el Department of Economics NYU y la Facultad de Economía de la Universidad del Valle. Incluía tanto a invitados, alumnos cursantes y plantel de docentes. Mi presencia calmó la ansiedad de mis compañeros de Libertadores pues había obligaciones y derechos que contemplaba el acuerdo y que fueron cuidadosamente revisados por mí según las instrucciones recibidas de Eugenio.

La última noche nos llevaron a Times Square en Broadway. Iba la profesora Nicki Garrido con un grupo pequeño de docentes y nosotros tres. Sufrí una agitada palpitación en mi cuerpo sin duda por el encontronazo de luces borrando la noche. Es de día. Las gentes parecen hormigas domesticadas, abombadas. Hablan, no se escuchan, el frío no las detiene, comen pizza, hamburguesas, toman cerveza y Coca Cola, están en parejas, con niños, solitarias. La energía de la ciudad es vibrante. La publicidad de Kodak es un letrero luminoso que voltea toda una esquina y cambia de colores. También de Mc Donald´s inmensa y Sony, con movimiento. En algún sentido, pasan desapercibidas porque son muchas; como cada persona entre tanta gente. Nosotros fuimos a un restaurante que se había reservado y con brindis, nos despedimos de la ciudad de Nueva York. A la mañana siguiente pasó a buscarnos la van que nos dejó en el aeropuerto.

– Tony, te invito a informar este fabuloso viaje en la próxima reunión en la biblioteca ¿Qué te parece? – comentó el Flaco Frías sentado a mi lado en el avión.

Tardé unos segundos porque busqué en mi memoria un palíndromo que había garabateado hace unos días.

– Claro, será una presentación “aérea”.

Ante su cara de desconcierto, recalqué:

– “Aérea”. Será una presentación palindrómica, Dr.

No será mis chistes los que me salvarán, comprendí. Pero sonreímos. Relajados y contentos, dejábamos atrás una tarea importante que auguraba progreso para la Universidad del Valle.

El avión carreteó y despegó. Pasaron unos minutos, encendí un Winston, recliné el asiento y cerré los ojos. Reviví la ciudad desde la cima del Empire State, el río Hudson, el East, los puentes; la Estatua de la Libertad muy pequeña a lo lejos, las Torres Gemelas en Wall Street y edificios y más edificios y el Central Park. Y Lorrico y El Bajo. Soñé sin dormir que Mica me recibe recogiéndose el pelo atrás para disponerse en cuerpo entero al placer. Que Eugenio me felicita. Soñé que nada cambiaría en mi trabajo ni dejaría Locarazza. Tampoco abandonaría mis sesiones y no me cansaría. Soñé que nada debía decidir. Que estaba enamorado de la pelirroja pecosita. Después de cenar, dormí.

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Desde Libertadores subí a una “cabra” rumbo a Lorrico. Llevaba tanta alegría que no cabía toda dentro mío. Quería apretar a Mica. Quizá por alguna confusión de horarios, no estaba esperándome en casa. Al llegar a lo de Romina me recibió con un beso húmedo. Hablé y hablé sin parar por un rato largo.

– ¡Has vuelto emocionado Tilde! – dijo pidiendo que respire un poco.

Le conté cómo era la ciudad y la altura de los edificios y la gente y los autos. Le conté la cantidad de sedes que tiene la Universidad y lo bien que nos recibieron. Cerca de donde nos alojábamos había una plaza, Washington Square donde a unos artesanos le compré dos anillos iguales con la forma de las Torres Gemelas hecha con un simple alambre de aluminio. Uno para ella y otro para Romina que llegaba justo para recibirlo. Seguimos los tres conversando. Ellas escuchaban casi sin hacer preguntas. No parecían impresionadas, más bien…no lo sé. Su rótulo nada me hubiese dicho y sus miradas tampoco. No acompañaban mi excitación.

Yo sí estaba feliz como goleador de un partido. Me fui a cumplir con la cita que me había hecho Eugenio en su casa cancelando los turnos de sesiones a pesar de la queja de mis secretarias.

– ¿Cómo se les ocurrió que recibiría a las personas el mismo día de mi regreso? –reproché.

– Si hubieras llamado por teléfono… – dejó caer Mica.

– ¿No deberíamos festejar en la cama en vez de regañarnos? He pasado una semana entera esperando… – interrumpí con picardía.

– Y quién te dice, a lo mejor nosotras no pudimos esperarte – devolvió ella.

El rebote no logró modificar mi alegría. Fui a la casa de Eugenio y no pude evitar en el trayecto notar el contraste en el paisaje urbano. Rústico, chato.

– De modo que todo anduvo bien, Tilde – saludó el Dr. Paolini preguntando y afirmando.

– Sí Eugenio. Llevaba todo el trabajo hecho – declaré devolviendo una sonrisa.

Hablamos un buen rato tomando café y un whisky que acepté. Le entregué la copia del convenio para el estudio Locarazza. Lo ojeó por encima mientras me felicitaba estrechando mi mano y mirándome a los ojos. Al rato llegó el Cholo y su familia a cenar. Para mi sorpresa fui invitado a quedarme y acepté. Conversamos divertidos con anécdotas que me salieron graciosas. Eugenio conocía New York así que preguntaba y preguntaba. Amonestó a los organizadores por no incluir visita de algún museo de los varios que tiene la ciudad. Y no recordaba que estuvieran inauguradas las Torres Gemelas cuando él estuvo, en 1971; el edificio más alto era el Empire State. Marita y el Cholo escucharon festejando que me despachara a mi antojo, como debe ser cuando un amigo escucha el decir del otro.

– Cómo anda la salud, Eugenio – pregunté mientras me retiraba.

– Bien, avanzando con el tratamiento.

Manejaba de regreso pensando lo difícil que sería dejar el trabajo en Locarazza. Debo pensarlo muy bien. Pero ahora, a casa para un buen empiernado. Y así fue.

Al día siguiente hablé por teléfono con mis hermanas y sentí la misma distancia que cuando había anunciado que viajaba.

– ¿No vas a venir? – preguntó Lara.

Estaba realmente atareado con todo y no podía. Le conté por teléfono las cosas más importantes. Forcé las oraciones para que suenen sencillas aparentando no ser muy distinto a un viaje a Libertadores, más o menos.

– No te hagas el humilde que no te queda bien.

Pregunté por Pedrito, Maite y Jeremías.

– Tengo novedades que contarte, pero quiero que vengas a casa – dijo Lara en tono imperativo. Arreglamos para el día siguiente. Otra vez a suspender sesiones.

Esa noche en casa luego de atender al último cliente, Romina se dispuso preparar la cena en claro gesto de que no regresaría en taxi. Metió una pizza al horno, se paró junto a Mica y frente a mí y dijo:

– Tilde, hablaré yo pero lo hemos conversado entre las dos ¿Está bien?

– ¿Hay tormenta?

– Esto es serio Tilde. Estamos los tres cansados. Y tú más que nosotras metiéndole mas de quince horas por día. Los clientes se quejan por los cambios imprevistos. Tenemos que organizar la plata porque es mucho efectivo y nos pueden asaltar si se enteran…

– Nuestra seguridad es que nadie sepa que guardamos plata acá- corté.

– Pero Tilde, los clientes que traen su pago pueden suponer que el dinero al menos por la noche queda acá – apoyó Mica.

Romina continuó.

– Precisamos organizar el dinero, el sistema de horarios, las cancelaciones. Y sobre todo tenemos que ver cómo no terminar agotados.

Nada quise decir. Solo escuchaba mientras comíamos y tomábamos cerveza.

– Tilde, al menos nosotras no podemos seguir así – retomó.

– ¿Qué quieren decir? ¿Han pensado en algo?

– Que tienes que dejar tu trabajo en Locarazza y en tiempo completo estaremos más tranquilas y ganaremos muy bien. Nosotras dejaríamos la farmacia y el taller. Lo hemos pensado mucho porque es un salto importante pero confiamos en la gente que quiere verte Tilde. Cada vez se acerca más y más gente por referencia. Podemos alquilar un lugar que no sea esta casa y ordenar el dinero con una cuenta en el banco.

– Podríamos subir el precio de la visita a 400 pesos. Vendrían igual ¿Qué les parece? – sugerí – Y hacer menos sesiones.

Por cierto, estuve a punto de hablar con Eugenio cuando surgió el viaje. Ahora no es lo mismo. Y además no me gustó la pretendida imposición que recibía de ellas. Una cosa era mi decisión y otra distinta es ser obediente de la decisión de ellas.

– Al menos debemos probar Tilde – se mostró Mica convencida – En 400 pesos también tendremos clientes, pero no es la solución de fondo. Debemos probar y hacer de esto una organización para ganar mucha biyuya. No podemos tener semejante oportunidad y desaprovecharla.

Yo escuchaba en silencio. Sabía que hablábamos sobre hechos ciertos y razonables. También podría dejar las sesiones y buscar crecimiento en Locarazza, pensé en silencio. Así tendría tiempo y energía, pero…

Por más que había soñado en el vuelo de regreso que podría hacer todo sin agotarme, no era cierto. Apenas regresado ya lo había vivido; había cancelado dos veces las sesiones. Y no me gustaba sentirme presionado por ellas.

– Tienes un don Tilde – continuó Micaela – y es casi una obligación obedecer el mandato. Por algo o para algo lo has recibido. No podemos desoírlo.

A propósito guardé un silencio extendido para indicar que estaba pensando.

– Mica, Romi, el don lo tengo yo, para empezar. – dicho en el mismo tono amable que traíamos debería haber amortiguado la dureza del contenido – Ya veré qué camino sigo. Sé que somos un equipo pero también sé que tengo que pensar yo solo mi decisión. Es tremendamente difícil dejar Locarazza y más volviendo ahora de Nueva York.

– Para nosotras también es difícil Tilde. Si queremos crecer, crecer duele – argumentó Romina. Me sonó a frase de lata copiada de algún libro liviano – No vamos a fracasar – aseveró.

– No es el mismo fracaso para los tres – corregí.

Y me expliqué:

– Si no nos va bien, ustedes regresan al taller y a la farmacia. Yo no puedo volver a Locarazza. Es una diferencia muy grande. Ningún prestigioso estudio quiere tener un brujo como asociado.

– Te aceptarían igual – sugirió Romina.

Discutimos cómo sería la situación; no llegamos a nada, como es natural cuando se defienden palabras de ligera veracidad. Pero igual comprendí que sería un buen punto para plantear a Eugenio. Así lo manifesté tratando de terminar ya con el largo día. No quedaba más pizza y estaba agotado. Les dije que lo pensaría y luego podríamos conversar de nuevo. Que por hoy era suficiente. Nos acostamos los tres en mi cama. No se puede estar desnudos de a tres en una cama y solo dormir.

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A esa noche le continuaron algunas semanas intensas que ya no podían prolongarse sin que algo sucediera. Y empezaron al día siguiente con una visita prometida. Suspendidos los turnos, al salir de Locarazza fui a casa de Matilde caminando. Maite cocinaba y Lara estaba afuera con los arribados pequeños. Me gustó verlas, flacas, cariñosas conmigo. Nos besamos como hermanos. Antes de conversar pregunté por Pedrito y primos y novedades de arribados conocidos. Hicieron comentarios por un rato aunque sin mayores detalles y luego dijo Maite:

– Pedrito es Pedro. Está hecho un flaco grandote y buen mozo.

– Bueno,…yo soy “Tilde” por su culpa. Debería ser yo quien le busque un apodo – dije sonriendo.

– Está muy de novio – se metió Lara.

– ….no es buen camino – bromeé.

– Pero siguiendo los consejos de su madre, su novia vive en El Alto – siguió Lara.

– Me parece bien – dije en tono afirmativo, pero por dentro sentí una alegría que no quise expresar para no afrentar la pasividad de mis hermanas quedadas en El Bajo.

– ¿Y qué hay de sus novios, señoritas?

– Ya sabes, Paolo, el cura de la iglesia me sigue los pasos – dijo Lara.

– Es fácil aplaudir las relaciones en El Alto mientras haya quien se ocupe de los niños en esta casa- dijo Maite en un tono suave a pesar de la contundencia de la frase.

– Tienes razón Maite. Muchas razón – respondí. Aunque no era lo que pensaba. Bien podía vivir en la casa y relacionarse con sus compañeros de la N° 31 como hicimos todos.

– ¿Qué tan importante es lo que tienen que hablar conmigo personalmente, hermanas? Podemos ubicar a Pedrito en algún teléfono, me gustaría verlo.

– Dijo que vendría – respondió Maite – Mientras tanto cuenta tu viaje.

Les entregué un cartón de cigarrillos Winston que traía de regalo para la familia. Hice del viaje una historia pequeña y asombrosa por lo que vi, no por lo que viví. En pocas palabras trasmití el orgullo y la suerte de haber viajado en avión a Estados Unidos. En un rato quedó la experiencia atrás. Ellas tenían una prisa que se sentía en la brevedad de las preguntas que hacían.

Los niños arribados dejaban el patio para entrar en la cocina. Como siempre, todo se llena de ruidos chillones y griterío. Pregunté si podían cenar solos la comida preparada por Maite. Con la respuesta afirmativa tomé la iniciativa de invitarlas a comer unos panchos a donde quisieran. Me entusiasmó la felicidad con la que recibieron la idea. Llegó Pedrito y nos abrazamos. Tenía ganas de verlo y de saber que estaba bien.

– ¡Dame otro abrazo Pedro! – sorprendí.

Lo encontré muy bien siendo que según mis hermanas, él sufría bastante todavía la pérdida de Matilde.

– Nadie me llama Pedro.

– Pues tendré que buscarte un buen apodo entonces. Y tú deberás cambiarme el Tilde que llevo hace tantos años por tu culpa.

En un bar del otro lado del Picaré nos sentamos a comer los cuatro. Panchos, sándwich y cerveza.

– Se trata de Jeremías – dijo sin preámbulo Maite.

– Prometo que hablaremos pero después de comer – respondí.

Conversamos como no recuerdo haberlo hecho antes. Como si de antemano supiésemos que tenía que ser una noche especial. Retomamos algo del viaje, de mi trabajo pero sobre todo, de ellos. Escuché y escuché. Pedrito está de novio con una compañera de la N°31, Lucrecia, del Alto y parece que va en serio. Muy pichón todavía. Le advertí que no deje de usar forro – aunque a los 18 años debería comportarse como hombre y dejar de ser el niño menor – Consiguió un trabajo en una tienda de artículos regionales a través de la familia de la novia. Maite tiene esa belleza inútil que no la saca de su soltería. Trabaja dando clases de refuerzo a alumnos en el Alto y lleva la casa de Matilde. Es la más protectora de Pedrito. Lara es reservada pero eficiente y ayuda a su hermana con el cotillón de los cumpleaños y la comida para la casa. Su novio es el cura que al principio era una relación escondida pero ya no. Me pidió que hable con él, con el cura Paolo. Está preocupado porque dice saber que tengo mucha influencia en mis sesiones con la congregación religiosa de Lorrico.

– Solo quiere estar seguro que tus palabras a la gente siguen el camino de Jesús – comentó Lara.

La tranquilicé y pasamos a recordar anécdotas de nuestra historia juntos. Mis retos, las puteadas de Matilde y su pésimo humor aprendiendo a escribir; Pedrito de niño, los cumpleaños, los cuentos de Matilde, algunos arribados, los primos Cachón e Isabel. Nos reímos mucho. Pedimos la tercer cerveza y seguimos en una noche donde estaba la familia Bonilla con las chispas encendidas. Llegó el turno de la Escuela Normal N° 31. Todos queríamos contar algo. Nos enteramos de algunas travesuras que no habíamos compartido nunca. Cuando las anécdotas parecían acabarse surgía una nueva y otra vez las risas. La noche se estiró ayudada con otra cerveza y alegrías que ya no respondían a causa alguna. Quedamos solos en el bar. De repente, con un notable cambio de tono, comentó Lara:

– Hay cuatro chicos actualmente en la N°31.

– ¿Y eso no es bueno?

– De eso queríamos hablar- musitó.

– ¡Cállate Lara! – cortó Maite con rostro amenazante.

– ¿No era de Jeremías? – dije colgado todavía del buen humor.

– Jeremías está en el penal de Libertadores – declaró Lara.

Se suspendió toda la risa que quedaba. Un flash mental razonó en mí, que Jeremías iba por ese camino y no era raro que así terminara. Dije sin embargo:

– ¡No puede ser! ¿Qué pasó?

El mozo del bar nos echó. Era la tercera vez que nos avisaba que estaba pasada la hora de cierre. Caminamos hasta casa a buscar el auto. No teníamos modo de tomar un taxi al Bajo a esa hora y parecía más seguro andar por las oscuras calles de Lorrico que por las de Nueva York.

En el trayecto seguimos hablando. Había pasado el encantamiento de las dos horas de anécdotas entre hermanos. Ahora hablábamos de problemas. En el relato intervinieron todos. Pedrito estaba asustado y enojado. Lara más dolida y Maite centrada en la justicia y en qué pasos seguir. Yo escuchaba.

Contaron que días atrás la policía había concretado una redada y había intervenido el almacén “La Negra”. Entraron en la cocina de la cocaína. Nunca se había visto tantos guazos en el Bajo. Arrestaron a dos de los gordos capos, Eliseo y Tomás Fermosel. Se llevaron algunos pichiruchis que estaban allí. Hubo disparos; ningún muerto, dos policías heridos y tres narcos también heridos. Al día siguiente cayó Jeremías con otros dos que se habían escondido en una casa de la banda. El lugar quedó cerrado y hay una guardia permanente. A los detenidos los dividieron en distintas prisiones. A Maite le aseguraron que Bonilla Jeremías estaba procesado y detenido en el Penal de Libertadores. Y que ese era su nuevo domicilio por largo tiempo.

– Lo lamento – dije llevándolos en el Datsun a la casa de Matilde. El auto pasó desapercibido salvo una petición de Pedrito para que le enseñe a manejar.

– ¿Cómo no me dijeron antes? En el estudio podemos trabajar el caso.

– Porque estás siempre ocupadísimo Tilde. O en Nueva York – reprochó Lara sin un tono acorde a la diversión de apenas un rato atrás.

– Y no podrás atender el caso desde el estudio – agregó Maite. – Nos avisó un matón de ellos que los únicos abogados que se ocuparan del caso La Negra son los de ellos. “Que quede bien clarito”, amenazaron.

Pensé que eso era todo lo que tenían para decir. Estacioné en la puerta enrejada de la casa de ellos y los despedí.

– He pasado una noche tremenda hermanos. Nos hemos reído en grande – comenté exultante.

Todos aprobaron el comentario pero era evidente que faltaba mi devolución sobre Jeremías. Y no podía decir “se lo buscó y así le fue”.

– Trataré de ver en el estudio qué se puede hacer. Con mucho cuidado. Recordaré esta noche como de risas y alegría, más que por Jeremías. ¿Qué hay de Ustedes? ¿Cómo se sienten? – Maite tomó la palabra:

– Para ser franca, Jeremías ha estado más ausente que tú. No lo extrañaré. Todavía no se ha comunicado con nosotras. Cuando sepamos algo te avisaremos. Pero el problema es otro. Cómo se nota que se te ha olvidado la vida de aquí. ¡Estamos inseguros Tilde! Tenemos miedo por los chicos y por nosotros. Es el mismo código de siempre. Nos defendió Los Petecos, luego La Negra y ahora no lo hace nadie. Necesitamos a alguien ¿Supiste que se incendió la casa de los Troncoso? Y no parece que hayan sido los Lyndon. La cosa se está poniendo terrible. Parece que La Negra quiere castigar a algunas familias por presunta colaboración. Por ahora la policía está en la calle. Han cambiado todos los de la seccional. Pero no van a estar para siempre y no sabemos a dónde apoltronarnos. Necesitamos protegernos.

Entendí la preocupación que ciertamente no había advertido pero era genuina. Tenían razón sin duda. Nos bajamos del auto y entramos. Parecía que la noche de recuerdos y reencuentro y alegría exigía ahora tiempo para más cosas. Estábamos los cuatro en la cocina de la casa de Matilde, medio dormidos y con el nivel de alcohol en sangre suficiente para sentir un mareo inofensivo pero que aligera la seriedad. Prepararon café y sin haber concluido la conversación sobre Jeremías…

– Y también está el tema de la 31 – disparó Lara – Matilde tenía sexo con el director, un tal Rogelio Peralta que lleva muchos años.

– Desde que yo era alumno – recordé sin reparar en lo que estaba diciendo– Le decíamos Fofo.

Maite cambió la expresión de su rostro.

– ¡No íbamos a contar nada Lara! – gritó.

– Y ese favor habilitaba la matrícula de cada año de nosotros, que por domicilio nos hubiera correspondido ir a la escuela del Gaita pedófilo – siguió Lara desoyendo a su hermana.

– ¿Qué está sucediendo? Siempre hemos sabido que algo había. Yo prefería creer que era un romance ¿O no? ¿Qué hay de nuevo? ¿No nos da igual a esta altura? – dije extrañado por el revuelo entre hermanas.

Maite compungida, suspiró y en resignada queja habló mirando el piso y sorbiendo su café.

– Que ahora quiere que le abramos las piernas nosotras.

– ¡Qué hijo de puta! – reaccioné.

– ¡Qué hijo de puta! – dijo al unísono Pedrito.

– La semana pasada, como si hubiera esperado que nos sintiéramos vulnerables al caer La Negra, nos citó a las dos por un tema de los alumnos. En su escritorio nos dijo que el motivo era otro – siguió Maite.

– Tienen que entender que sigo siendo bueno como lo fui con Matilde. Pero ustedes también tienen que ser buenas conmigo – nos dijo el asqueroso – Tengo un gran recuerdo de Matilde. Ella tomó la iniciativa, quiero dejarlo en claro – nos dijo el puto – Hace años hicimos un convenio por las matrículas de los de su casa. Ningún abuso, solo la gentileza de devolver favores. Y con eso me conformé y bueno…en cierto modo nos fuimos acostumbrando los dos. Pero las he citado no para contarles esto, que quizás lo suponían, sino porque merezco una continuidad en el trato que hicimos con vuestra madre. Salvo que no quieran traer más a los niños a la N°31. Nada tan difícil y que no podamos disfrutar todos. Soy viejo y me conformo con un empiernado y una lengüetada de cuando en cuando. Y de a una por vez, por seguridad. Pero me gustaría contar con la colaboración de las dos.

Nosotras nos quedamos mudas, continuó Maite. Deberíamos haberlo escupido, pero menos mal que no lo hicimos. Le dijimos que no se animaría a rechazar a los niños del Bajo que llevábamos muchos años como alumnos de la 31. ¡Lo vamos a denunciar!

– Jaja ¿A quién? ¿A la policía del Bajo? – se burló.

– Ustedes no querrán un escándalo en la escuela donde jamás se sabrá lo que estamos hablando y quedarán como dos locas. Sus niños…arribados creo que le llaman ¿verdad?, se verán envueltos en todo tipo de burlas y finalmente se tendrán que ir. Hace un rato – continuó- salí de la escuela y todos me vieron subir al auto y retirarme. Nadie me vio entrar caminando por el patio trasero. Yo no estoy acá a esta hora por lo tanto no es cierto que Uds. están reunidas conmigo. No hay testigos y no soy tonto. ¿Se entiende? Tengo muchas maneras fáciles de hacer lo que quiera en esta escuela ¿Se entiende?

Nosotras nos mantuvimos en silencio.

– Señoritas, no hay que pensar nada, las cosas se hacen y listo. Supuse que sería muy sencillo, como de tal palo tal astilla. Pero por si no lo han entendido, cuando comiencen las inscripciones en febrero, nos veremos. Y no confundan esta charla amigable con alguna flojera mía. Puedo hacerles la vida imposible a los mocosos del Bajo. Nada me cuesta exigir a las maestras que hagan lo que les diga con ciertos alumnos ¿comprenden verdad?

De repente se fue poniendo colorado y gritó.

– Lamento que no sean como la buena de Matilde. Y como no estoy viendo que se comporten como esperaba, en unos días las llamaré primero a una y después a la otra. Deberán venir a sellar el trato aquí, en esta oficina. No voy a esperar al inicio en Febrero. Ya veré si terminan bien el año esos “arribados”.

Maite terminó el relato visiblemente compungida igual que Lara. Yo lo sabía, la violación más que ninguna otra cosa produce en los pobres el mayor ultraje. Pedrito puteaba. Yo supe que debía hacer.

– ¿Qué edad tiene el viejo de mierda? – pregunté – ¿Tiene el pelo gris o está pelado?

– Cerca de sesenta le calculo – contestó Maite – Y todavía tiene bastante pelo pero blanco. Parece una escupidera.

– ¿Sigue llegando en el Escarabajo amarillo que tenía?

-No, tiene un Taunus verde.

Busqué tranquilizarlas primero comprendiendo lo que sentían y luego haciendo pie en que no podrían librarse de los niños tan fácilmente. Lo más probable es que fuera un hijo de puta mentiroso que quiere aprovecharse. Matilde estuvo tiempo enferma y vieja; no creo que haya durado tanto su relación.

– Sí duró, por lo menos hasta que salí yo – dijo Pedrito, encontrando sentido a las palabras del Fofo cuando se le acercó el día de su egresó: “Pedro Bonilla, tu madre aún marchita hace lo que sea necesario para sostener a los del Bajo en mi escuela ¿Lo sabes verdad? Una gran mujer”

Le prohibí a Pedrito que hiciera cualquier cosa, lo mismo que a mis hermanas. Solo les exigí que me avisen si el muy puto llamaba.

– Si me entero que han cedido ante el Fofo y no me lo dicen, se acabó el dinero para esta casa ¿Entendido?

Puedo poner cara amenazadora si quiero y eso hice, para meter miedo. Lo aprendí en la época de Los Petecos.

– Creo que nunca sonará el teléfono – agregué luego.

Nos saludamos con un abrazo y un beso, como pocas veces. Fue una noche intensa que de algún modo sellaba la muerte de Matilde y la continuidad de los Bonilla como familia. Me gustó pensarlo así. Una gran diversión en el bar y dos bombas; una explotada, la de Jeremías y otra que no debía explotar, la del Fofo. Fui a dormir a casa a las cuatro de la mañana manejando despacio con dificultad para controlar el Datsun; y el problema no era el tráfico.

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Al día siguiente ya estaba fresco en mi oficina de Locarazza haciendo el llamado telefónico que había acordado con Eugenio minutos antes. No le gustó mi pedido pero se puso de mi lado. Necesitaba su acuerdo para encargarle el trabajo a Ugarte, un pequeño sicario. El hombre entró al mediodía al bar, respondiendo a mi citación.

– Gracias por venir Ugarte. Hace tiempo que no lo veo – lo saludé levantándome de la silla y llamando al mozo.

– Cómo le va doctor – respondió estrechando la mano. Siempre me dijo doctor.

Mientras tomaba la ginebra jugueteaba empujando el hielo al fondo del vaso con el dedo. Sin levantar la vista escuchó lo que ya bien sabía. Que tal como otras veces, éste era un encargo para un cliente del estudio; que ante cualquier tema judicial, no íbamos a poder intervenir; que sus antecedentes en la cárcel no harían creíble una declaración suya que pretendiese involucrarnos; que el hijo del Juez Inspector de la Región de los Nísperos trabajaba con nosotros en el estudio. – No era cierto pero él lo creía- Después de las prevenciones habituales le expliqué lo que queríamos. Un susto severo, sin mutilación pero brutal. Existía la probabilidad de tener que repetir el trabajo si el candidato no entendía; pero era mejor no pasarse de la raya. Tenía que hacerlo de inmediato y solo. Un asalto tirándolo al piso con herida en una pierna, sin robo y una oración. “Primera advertencia. La segunda es un tajo en el cogote” “No te metas con el Bajo”.

Dijo que el texto era muy largo pero no lo acorté. También pidió unos días para que le crezca la barba; le expliqué que no podíamos esperar. Me preguntó quién era el punto y cómo era físicamente.

– Se llama Rogelio Peralta, sale de la escuela N° 31 como a las 17 hs. Se va en un Ford Taunus verde. No lo conozco, me dicen que es gordo de unos sesenta años pelo blanco. No dejes de decirle el texto. Si tienes tiempo tírale la billetera en la cara sin sacar nada. Si no, no importa.

Saqué una bolsa de almacén con una caja grande de galletas llena del dinero equivalente a cinco días de sesiones de seis horas. Se lo entregué y quedó conforme. No era nada.

Capítulo 12

Asistí invitado a la reunión de directorio de la Universidad del Valle cuando se trató el tema del convenio con la New York University. Estaban presentes el Dr. Laurentino Frías y Cayetano Caroli. Eugenio estaba mejor de su salud y pudo ir aunque prefirió que manejara yo su auto. Hubo mucho entusiasmo y hasta júbilo con las perspectivas y posibilidades de crecimiento a partir del convenio. Se creó una comisión que trabajaría en forma bilateral con la universidad americana. Me invitaron a ser parte y acepté. No había resuelto mi conversación pendiente con Eugenio pero el directorio no era el lugar de plantear dudas. El presidente, cuando se me hizo el ofrecimiento dijo:

– ¿Tiene algún inconveniente Dr.Paolini, como titular del estudio, en que participe el Sr. Bonilla ?

Eugenio, lejos de oponerse dijo que el directorio sabía muy bien que estaban eligiendo a la persona indicada. Me guardé para mí una dosis de orgullo siempre necesaria. En ese mismo viaje hice la presentación sobre New York en Luz Azul, según se me había pedido. La mayoría de los presentes conocía la ciudad. La noche se llenó de historias e historietas. Recriminaron no haber subido al edificio más alto del mundo: Las Torres Gemelas.

¡Cómo había cambiado mi presencia en el club! No pertenecía, por cierto, pero asistía como invitado todas las veces que estaba en Libertadores. Ya me había habituado al cuadro del jinete ordenando la tropa, a los grandes sillones, al olor a tabaco y a la madera y alfombras y los rituales de pipas. Cuando me referí a la visita a Naciones Unidas se multiplicaron los aportes de Borselino diciendo que el mundo está en peligro de extinción y no habrá agua potable parar nadie si seguimos este camino. Laurentino contó el crecimiento de los países del Sudeste Asiático y la suba de los precios del petróleo. Eugenio intervino mucho, aunque se cuidó de no detallar el convenio firmado que era reservado. Solo repitió lo que allá escuchamos: “La Universidad de New York es la versión popular de Harvard”. El periodista Chemirca anotaba en su cuaderno y el Gordo Anderson esa noche tomó más cognac que el indicado para mantener la modulación de las palabras, según los términos de León. Igualmente fue claro lo que dijo dirigiéndose a mí.

– Ésta ha sido mi exposición aérea – había comentado yo al terminar.

¿Aérea? – preguntó León.

– Sabía que alguien preguntaría. Es un palíndromo; el Dr. Paolini me pidió que hiciera esta charla cuando estábamos en el avión de regreso – aclaré.

Nadie entendió el pobre argumento, a juzgar por sus rostros.

– Solo es una broma. Aunque no sé si Natalio Apa me hubiera aceptado “aérea” como palíndromo, por el acento ortográfico – agregué.

– ¡Usted no debe mencionar a nuestro amigo fallecido en son de broma! – reaccionó Anderson – Y cuide lo que dice. Ser invitado a estas tertulias es para Ud. un éxito, pero no por mérito. Es fácil confundirse. Nosotros somos intelectuales que gozamos del saber mientras que usted no llegará en el mejor de los casos a ser un diletante que opinará de todo sin saber nada. Compórtese o ya no será bienvenido a este lugar jovencito.

– Entiendo señor. No fue mi intención – respondí procesando la dura reprimenda pública y prefiriendo no hacer aclaraciones.

El regreso en la coupé Pontiac de Eugenio, que yo manejaba me pareció un buen momento para plantearle mi retiro de Locarazza. Como es habitual, no tenía nada pensado e improvisé esperando que llegaran mis palabras de algún lado, como en las sesiones. Pero lo primero fue pedirle permiso para hablar durante el viaje.

– Tiene que ser importante Tilde – sonrió.

Hice una introducción larga porque las benditas palabras que tenían que aparecer tenían tránsito congestionado.

– Me cuesta mucho esto, Eugenio.

– ¿Otro barullo de familia?

– No exactamente.

Empecé por hablarle del cansancio físico de muchas horas por día de trabajo acumuladas en el tiempo.

– ¡Déjate de bobadas Tilde! Con treinta y tres años años nadie está cansado de trabajar. Qué quedaría para mí entonces. Y no debieras llamar a tus sesiones un “trabajo”.

– Libero energía para la curación de las personas.

Hablé francamente del dinero que recibo y de cómo lo reparto entre mis secretarias.

– ¿Necesitas dos secretarias?

Le conté el placer que me daba ayudar a la gente. No era escrupulosamente cierto pero quería reforzar argumentos que sostengan mi obligación de mantener las sesiones. Tenía una responsabilidad por recibir un don, expliqué.

– ¿Tú crees que en Locarazza no ayudamos a las personas? No has entendido nada en estos años entonces, Tilde. Qué hace el sistema con los abusados por la manga de hijos de puta que andan sueltos por ahí. ¡Nosotros los defendemos!

Lo había visto irritado muchas veces al Dr. Paolini pero nunca conmigo. Y todavía no había llegado a decirle que debía dejar el estudio para enfocarme en las sesiones. Pero ya lo había entendido claramente.

– No eres consciente de lo difícil que es construir un lugar como el que tienes en el estudio. Lo has ganado, es cierto.

Habló ensalzando mis logros y la confianza que él tiene en la solución que encuentro a cada cosa. No creí en tanto halago, obviamente exageraba.

– Pero no lo lograrás en otro lado Tilde – siguió – Es difícil. Las sesiones no son un medio de vida aunque ahora te lo parezca. Y tendrás problema con tanto dinero ilegal. Y no entiendo por qué divides en tres partes iguales. No sé si eres ingenuo o estás enconchado. Ingenuo no eres. Tilde no te irá bien. Te lo digo desde el afecto que tengo por ti. Siempre has sido leal e inteligente. ¿Qué pasa contigo? ¿Es New York? ¿Pasó algo? ¿Tu mujer? ¿Es plata? ¿Está buscando indemnización?

Esas palabras me hicieron reaccionar. Manejaba escuchando a un Eugenio descolocado de su eje. Parecía estar furioso no porque gritara sino por la angustiosa entonación de sus palabras. Yo estaba confundido; estacioné al lado del camino, detuve el motor y lo miré.

– No es plata lo que busco Eugenio. No podría hacerte eso. Tú eres quien no me ha conocido después de tantos años. He aprendido mucho de ti. He aprendido a hacer trampa, pero no haría nada en tu contra. Nada de nada. He aprendido a apretar cuando es necesario, a no ser incauto, a que este mundo está lleno de hijos de puta, a que en la selva hay que sobrevivir. Pero no haría nada que te perjudique.

Después de un pesado silencio, arranque el auto y continué el camino. Él calló cualquier respuesta pero me creyó. Yo entendí que lo que había salido de mi boca era cierto. Que no lo había pensado pero al decirlo se convirtió en verdad. En mi mundo creo tener pocos códigos; respetar la relación con los Paolini era uno de ellos.

Llegamos a mi casa y Eugenio siguió en el auto a la suya. Antes de irse dijo:

– Hablaremos.

Nada había resuelto. No pensé que sería tan difícil hablar con Eugenio. No sabía si debía cambiar o no. Estaba aturdido como antes, hace mucho tiempo cuando los niños llenaban de griterío mi lugar, el patio de Matilde.

Micaela no me esperaba como antes. Nuestra relación era el cansancio y horarios de sesiones y el recordatorio por el paso que debía dar para dejar Locarazza. La sentía insensible. Yo no podía pensar ni siquiera saliendo a caminar, como lo he hecho desde chico. Sentía un revoltijo angustioso dentro mío como si estuviera perdido en una encrucijada buscando el camino correcto; o peor aún, creyendo que cualquier dirección daría lo mismo.

Pasó una semana sin que nada pasara. Eugenio me pidió que me tomara unos días sin ir a la oficina; luego hablaríamos. Mantuve mis sesiones en horarios normales y eso me dio tiempo en las mañanas para caminar y pensar. No recordaba haber analizado tanto una decisión. Repetí en mi memoria la conversación con Eugenio, palabra por palabra. Repasé los cambios de mi vida, aquellos que revolviendo el azúcar en la leche trayéndome hasta hoy por caminos… quizás predestinados.

Tomar un camino es no saber qué hubiese pasado de haber elegido otro; y esto es verdadero para cada bifurcación. Si no hubiese habido un disparo involuntario del Peteco, el que fuera novio de Micaela, no la hubiera conocido a la pelirroja en la puerta de la casa de Matilde ¿Quién sería sin que eso sucediera? ¿Qué mérito hubo en mí para que eso sucediera? Así existió mi primer sesión, de la nada. Y sin aquel ocasional encuentro con el cliente del estudio, el tal Pizarro cambiándose de auto, creo que nunca hubiera ganado la confianza del Dr. Eugenio Paolini. No lo sé. De ahí se desprendieron mis viajes a Libertadores y a la Universidad del Valle ¿Y sin Luz Azul? Ahí aprendí a encauzar mi naturaleza curiosa, reflexionando.

Repasando el itinerario aparecen cantidad de hechos fortuitos… ¿Lo son? Creo que en lo que de mí depende, solo me dejé llevar por los acontecimientos. Fui un instrumento de la orquesta que interpretaba mi partitura. Si hay un designio para mi vida, es posible que mi único merecimiento sea no serle un obstáculo. Y si el azar es parte de mi biografía, lo seguiré como es debido.

Surgió así la conclusión: “Me dejaré llevar por los hechos, sin resistir, como no se resiste el verde a la primavera. Tiraré una moneda al aire y ella decidirá qué camino elegir”.

En mi nuevo tiempo libre obligatorio decidido por Eugenio, visité a Micaela en el taller de la madre y a Romina en la farmacia de su tía. Pasé por casa de Matilde unos cuantos días; deambulé por el Bajo. Fui a la iglesia de Paolo. Salí a pasear solo en mi Datsun. Subí por el camino de rastrera del Cachipote para ver el valle del Picaré desde la cima. Había muchos turistas que observé siempre imaginando qué sería de sus vidas. Era tan extraño a esas horas de la mañana andar vagando. La vistas desde la cima me recordaron – será por la diferencia – el Empire State, la vibración de aquella ciudad.

Por fin estaba poniendo en síntesis la cara o cruz de la propuesta; el resto se acomodaría. En un hondo reflejo de mi adentro sentí un malestar con lo que parecía un infantilismo. Es irresponsable resolver tamaño desconcierto con una moneda. Pero si lo que está bien o mal no había llegado a preocuparme hasta ahora, tampoco me hacía ruido ser o no responsable. En “dejar Locarazza” lo implícito era que mi vida continuaría como maestro de sesiones. En “no dejar Locarazza” las alternativas quedaban abiertas; continuando el ritmo agotador o dejando las sesiones. A pesar de estas cavilaciones decidí que tiraría la moneda.

Sin embargo algo ocurrió.

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No hubo noticias del director de la N° 31. Para asegurarme llamé a Ugarte en un procedimiento poco habitual.

– Sí doctor, sin problemas. Pasé todo el texto. Estará unos días sin caminar.

– ¿No habrá sido poco Ugarte? Veremos si hace falta otra visita.

– Jaja. No se preocupe doctor, creo que no será necesario. Temblaba más que testigo falso. Un maricón.

– Jaja. Gracias Ugarte.

– A lo que mande.

Llamé por teléfono a Eugenio cumpliendo con informarle el trabajo del pequeño sicario. Aprovechó para avisarme que el lunes debía ir a trabajar y que luego me recibiría en su casa para terminar la conversación que habíamos iniciado.

Era el jueves anterior y preferí no hablar con Micaela hasta tener la decisión tomada. Luego de la última sesión de la noche cenamos los tres y Romina no partió a su casa; se quedó como sucedía cada vez con mayor frecuencia. Los tres fuimos a acostarnos y nos dimos una rutinaria revolcada; estuve incómodo como nunca en el espacio que dejaban las dos mujeres en mi cama. El viernes en la mañana fui el último en salir de casa. Dormir sofocado me dejó un revoltijo en el cuerpo como el que precede al vómito. Algo pasaba…A medida que el día avanzó yo seguí su curso con mi andar por ningún lado, perdido, buscando encontrar cualquier cosa ¡Y la encontré! No era un malestar de estómago sino un repentino ahogo en el pecho. No más caminatas para pensar ¡Escucha a tu corazón!

“Ya no estaba enamorado de Micaela”

Lo supe en la piel de su cuerpo anoche. No cabía más amor en esa cama de tres.

Deambulaba mientras se amontonaron en mí los últimos tiempos de Micaela y Tilde como en una película. El cansancio, me explicaba a mí mismo, fue apagando el humor entre nosotros; ya no era divertido estar juntos; no nos reíamos y eso es asunto serio. Cayeron sobre mi mente recuerdos de su interés mayúsculo por las cuentas y la plata de las sesiones, una avidez en la que no había reparado antes; se encendieron también recuerdos del desgaste para convencerla de vivir los dos solos en una casa nueva, sin Romina ¡Eso! Más que nada era Romina la que mortificaba mi ánimo. Ciertamente no la amaba ni ella a mí. Me sublevó la lejana y ahora próxima impresión de sentirme un tercero en la pareja de ellas.

Tenía que saber la verdad, era imprescindible. Urgente. Armé el plan en dos cuadras. Llegué a la farmacia a ver a Romina y le pedí unos minutos para conversar en privado. Le expliqué que tenía problemas de deseo sexual y escaso orgasmo; que me ayudara con algún remedio. No lo creyó necesario pero insistí.

– Estamos todos cansados, es solo eso – dijo restando importancia.

Luego de advertirme que no podía ocultar el tema a Micaela y percibiendo que estaba lista, pregunté:

– He pensado que si Mica y tú se empiernan y yo solo miró, quizá consiga entusiasmarme de nuevo.

Antes de permitirle una interrupción continué:

– Nada del otro mundo. Como cuando eran una pareja de dos en el departamento de estudiantes en Colihuen. Desde entonces son el mejor dúo de mujeres que he conocido en mi vida – intenté mostrarme relajado.

Otra vez estuvo por interrumpir para negar mi afirmación pero levanté las manos como lo hago en las sesiones y continué.

– Mica me confesó lo de ustedes, no hay problema con eso. No te olvides que puedo percibir los rótulos y las emociones. Mi problema es solo la falta de deseo sexual; verlas a ustedes puede ser la forma de excitarme – mentí.

Romina rio y dijo no encontrar ningún problema.

– La verdad es que siempre nos ha ido muy bien solitas – agregó traviesa – Mica es para mí la persona más importante del mundo. Tienes suerte de estar con nosotras.

Saludé y me fui sintiendo una herida que se abría en el pecho. Las emociones se amontonaban buscando escapar por una estrecha puerta de salida. Una brutal impotencia y necesidad de gritar y pegarle a alguien ganaron mi ánimo. Me hubiera gustado cruzarme al director de la N°31 para reventarle yo mismo el culo por hijo de puta.

Mica no era mía; su corazón era de Romina y yo el relleno. No era lo mismo el sexo con mi pareja y una invitada que ser yo el invitado. Y no fui justamente yo quien sumó a Romina. Ella se invitó sola de seguro con el acuerdo de Micaela ¡Así fue! Caminé, caminé y caminé hasta que la ira hervía como el aceite.

Nunca fui el amor de su vida. ¡Pero ella lo es para mí! Grité a mi corazón. Yo estaba enconchado como dijo tantas veces el Cholo y hasta Eugenio. Fui el último en ver los hechos. No era cierto que me necesitaba. Lo único que quería era celar al rengo, al exnovio. ¡Basura! Por algo le tiene tanta desconfianza a los hombres. Se lo merece ¡Cómo pude ser tan imbécil! Todos lo veían menos yo. Los cambios empezaron cuando fuimos a vivir solos. Micaela extrañaba a Romina; eso era. Me siento un reverendísimo idiota; me han utilizado todo el tiempo ¡No acepto ser el tercero!

Suspendí las sesiones y pasé a buscar a Micaela por el taller. De inmediato supo que hablaríamos de problemas serios. Estacionados al lado de la ruta de salida de Lorrico hablé unos minutos evitando su interrupción. Le expliqué que sabía que con Romina eran pareja. Me lo desmintió a los gritos pero más grité yo.

– ¡Lo admitió ella misma, mentirosa!

Le conté la conversación que acababa de tener con Romina y escuchó en silencio. Con la voz confesa dijo:

– Pensé que te habrías dado cuenta o que no te importaría. Nos regalaste el mismo anillo que trajiste de las Torres Gemelas, a las dos, y no me ofendí. Tampoco a mí me importan tus empiernadas con otras mujeres.

Desmentí cualquier aventura que pudiera haber tenido. Evité comentar, obvio, algunas salidas mentirosas del póker de los jueves y nada dije de Erika en Libertadores. Le eché en cara su falta de sinceridad y ella mi desatención a sus necesidades. Yo a su ambición por la plata y ella a mi falta de carácter para dejar Locarazza; yo a su miopía con el futuro y ella a mi inmadurez afectiva; yo a su falta de apoyo en mi trabajo y ella a mi falta de apoyo al suyo; por fin, eché en cara su origen conflictivo con su madre y el padre que casi la viola… ella largó una cachetada que esquivé y se bajó del auto corriendo.

– Tenemos que hablar aunque seas un imbécil. No he dicho aún lo más importante – gritó mientras se alejaba.

No la busqué por la ruta. No llegó a la casa. No la llamé ni llamó.

El viernes golpeó la puerta muy temprano en la mañana. Me despertó y desayunamos. Después de la iracundia de la tarde anterior establecimos un tono distinto, parecido al de la resignación ante una pérdida.

Pidió revisar lo que íbamos a hacer.

– ¿Qué es lo importante que ayer no dijiste? – estaba intrigado.

– Te he querido siempre Tilde. Este último tiempo todo se nos dio vuelta. Pero te quiero.

– Tu amor es Romina.

Suspiró visiblemente compungida y me miró directo a los ojos.

– Somos amantes y nos queremos desde hace años Tilde. Podemos ser felices los tres. ¿Por qué tendría eso que cambiar?

Hablamos de las sesiones, del dinero que no ingresaría si las dejamos, del esfuerzo que ha llevado todo lo que hicimos, de los sueños que tenemos, de los tiempos en que jugábamos a ver quién era quién en los bares. Hablamos de cómo nos sentíamos estando los dos en una cama; del viaje en el auto a la Región de los Pistachos; de mis hermanos y su madre. Con genuino lamento de lo que estaba perdiendo, salió mi pensamiento en voz alta.

– Pecosita…te quise mucho. Pero me has herido; no puedo ser el tercero.

Después de un silencio en el que esperé que ella dijese lo correcto, agregué:

– ¿La dejarías?

– Está sola.

– Está de novia con un pelandrún.

– Sin mí está sola.

No me quedaron dudas. Ella continuó:

– Por qué no intentamos hacer de esto una tonta pelea, la olvidamos y volvemos con nuestros planes de trabajar día y noche en las sesiones. ¡Seremos millonarios! Dejemos que Dios se encargue de nuestros sentimientos. ¡Te adoro Tilde!

Me besó y respondí. La pecosita me excitaba aún en crisis. Reparé en lo que dijo: “seremos millonarios”. Pronuncié las palabras adecuadas para ese momento recordando las que Eugenio había dicho…

– He pensado que no está bien que estemos dividiendo las cuentas en tres partes iguales siendo que soy yo quien tiene el don.

Su indignación se notó en el fuego de los ojos y el color, no del rótulo en la frente sino de su cara que se fue a un rojo incandescente.

– ¡Sin nosotras no serías nadie! Un brujo muerto de hambre, eso serías. Lo único que haces es poner la cara y decir las pavadas de siempre y crees que es injusto dividir en partes iguales – gritoneó explotando – ¡¿Quién te trae los clientes?!

Hablábamos simultáneamente sin escucharnos y empezamos a gritarnos como el día anterior.

– Tendrás que callarte y escuchar. Tenemos por delante una vida juntos así que será mejor que busquemos la mejor forma.

La miré extrañado.

– Vamos a tener un hijo. Estoy embarazada.

Quedé en silencio…

– No puede ser – pensé en voz alta.

Mis ojos eran llamaradas en reemplazo de una voz ahogada.

– Antes de tu viaje ya tenía un retraso y ahora me han dado el resultado del análisis de sangre.

– ¡Hija de puta! Siempre cogimos con forro. ¡Es imposible!

– Algo falló. Lo sé desde hace unos días. Tenía miedo de contarte.

– ¿Qué vamos a hacer? – balbuceé.

– No sé qué piensa el papá de un bebé que será hermoso – comentó en el tono cariñoso.

– Te has encamado con alguien para quedar embarazada y encajarme un hijo. Los forros no vienen pinchados.

Me tiró una cachetada pero esta vez detuve su mano y me la saqué de encima empujándola. Cayó de espalda en el sillón. Me fui enloquecido.

Caminé y caminé y de repente donde estaba me senté; en el borde de la calle acomodé la cabeza entre mis manos para silenciar mis pensamientos acelerados. Necesitaba un sosiego como el del espeso silencio dentro de la catedral Saint Patrick´s de Nueva York mientras el gran bullicio en la 5ta Avenida seguía su ritmo.

Después de un largo rato volví a casa. Allí estaba.

– ¡Mío o no mío, ese niño no debe nacer! – vociferé.

– Pues nacerá y será tuyo igual.

Se marchó con un portazo.

Sábado y domingo fueron días aciagos. No vi a nadie y tampoco encontré al hombre que era hasta hace apenas unos días. No ayudó mi paseo por reflexiones ni el intento de meditación hinduista y budista que enseñaban Borselino y León Cortinez. De nada sirvió el tiempo que me dio Eugenio para pensar. Al Cholo no valía la pena acudir. “Te lo dije. Estabas enconchado. Eres el primer guacho que conozco al que la mina le mete los cuernos pero no con otro sino con otra; y en tu nariz” imaginaba su comentario en broma como todo en su vida.

Me pregunté muchas veces si yo podía ser o no el padre. Mil veces revolví pensamientos para un lado y luego para el otro pero nada cambió. La duda persistió.

– ¡Si tengo un don quiero utilizarlo para saber la verdad! – reclamé al Maestro Tilde.

Algo en el interior me decía que Micaela no se había encamado con algún cualquiera. Ya en el viaje a la Región de los Pistachos había pedido un hijo. De momento las piezas parecían encajar. Puede que desde afuera se vea como un caso “encajonado”, diríamos en el Estudio. Fácil de ver, que no deja dudas.

Pero no con mi Micaela; ella no me hubiera engañado.

Una familia de tres con un hijo no desacomodaba nada en mí y de a ratos no parecía ninguna vida que no pudiera vivir. No entendía mis emociones, si es que se pueden entender.

Mi memoria confirmaba que había adorado a la pelirroja pecosa del vestidito con pintitas que conocí hace unos años. Micaela es una mujer inteligente, fogosa, preciosa; me enseño el amor ¿Puedo ahora odiarla?

No debo ahora tirar una moneda que me podría obligar a convivir con una mujer sin estar enamorado ¿Acaso pudiera amarla otra vez? Alguien leyó en la biblioteca un párrafo de El Arte de Amar, un libro de Erich Fromm: “Amar es un acto de la voluntad” ¿Entonces podría decidir si amarla o no? Todas las palabras que provienen de mi razonamiento terminan estampadas como ave que choca contra una ventana de vidrio. Lo único que cuenta es lo que cabe dentro del cubo de cristal hermético de mis emociones. Por lo pronto, en mi cuaderno escribí: “Micaela me engañó”

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Como me había pedido, el lunes después del trabajo fui a verlo a Eugenio a su casa. Me recibió y ante mi omisión dijo después de unos instantes con ironía:

– El tratamiento avanza bien y estoy sin dolor, gracias por preguntar muchacho.

Estaba de buen humor. Mientras tomamos café contó algunas novedades del estudio sin importancia, tras mi semana de ausencia. Luego me miró a los ojos.

– Tilde, no sé cómo te las has arreglado para que te tenga un afecto especial, como al de un hijo; Que me da menos preocupaciones que tu amigo – chacoteó.

Me ablandaron sus palabras y me hubiera gustado que me saliera lo que había dentro mío, pero en su lugar dije “gracias” con una mueca. Estaba hundido por haber peleado con Micaela y por su incomprensible noticia. Y consciente de la importancia de la reunión.

– ¿Qué has pensado en estos días Tilde?

– Que no resulta fácil dejar el Estudio Eugenio; no quiero ser desagradecido con usted. Y por otro lado tengo una fuerte vocación por seguir mis sesiones; no puedo hacer bien las dos cosas. Sé que de los horarios no hablaremos más.

Conversamos un buen rato de las sesiones. Ya lo habíamos hecho muchas veces antes pero ahora preguntó por los detalles, los resultados, los números. Preguntó por mis sentimientos; quería entender qué me movía a hacerlas. Le conté cómo habían comenzado y cómo fueron aumentando; quiso saber pormenores del ritual, el aura y el rótulo del color de la emoción. A pesar de las muchas veces que preguntó qué tipo de gente acudía y qué problemas se presentaban, volvió con el tema y volvió sobre mis verdaderas intenciones.

– Tilde, ¿si no estuvieras de novio con Micaela seguirías con las sesiones?

– Por supuesto – respondí sin que en realidad lo hubiera pensado. Una pregunta tan simple que no surgió en todo el tiempo que estuve embarullado en mi mente.

– Y bien entonces… – dejó en suspenso.

En ese momento decidí – o algo dentro de mí decidió – contarle mi pesar.

– No estoy bien con mi pareja Eugenio…

Que él fuera tan reservado no tenía por qué limitar la necesidad de compartir mi angustia. Eugenio mantenía un mutismo absoluto sobre su esposa. Ella padecía hace muchos años la enfermedad de la tristeza, según supe en ocasión de la breve visita al casamiento de su hijo. Tampoco era conocida alguna relación con otras mujeres, fufas, novias. Nada me cuesta pensar que con su amigo Frías en Libertadores deben compartir aventuras, pero es puro olfato.

Relaté algunas riñas menores y evité toda palabra que pudiera sugerir algo con una tercera persona. Me escuchó sin intervenir.

– Si eres sano, ninguna cosa que hagas en la vida te hará feliz si no tienes con quien compartirla.

Sonó a frase de Luz Azul y ya había tenido bastante con mi semana de reflexión.

– Cierto Eugenio.

Percibiendo el desdén agregó:

– Ninguna cosa que hagas jamás – señaló con el índice – te hará sentir en plenitud. Lo digo por experiencia. Los éxitos tienen el tamaño de los aplausos de tu enamorada. Sin ella el placer se esfuma como la mejor trama jurídica en un expediente robado. Tener con quien compartirlo hace una diferencia tan grande como la que hay entre el símbolo del agua, H2O y el agua con la que refrescas tu cara.

Escuchar a un hombre como Eugenio hablar de amor y éxitos compartidos y plenitud y enamoramiento me dejó boquiabierto. Sigo conociendo poco de todo.

– Entiendo Eugenio. Gracias

– Y sin conocer detalles que no quiero conocer, te digo algo Tilde: “Una pareja que no puede arreglar sus problemas en la cama, está en serios problemas”

– Cierto – dije sabiendo era claramente así.

– En un rato llegará mi nieto con Marita y Cholo a cenar ¿Nos acompañarás?

– Claro Eugenio.

– Entonces terminemos con lo nuestro de una vez. Primero hay que arreglar el fardo de tu pareja. Después vemos. No se puede sacar la cabeza del agua si la ola te está arrastrando.

– Entiendo. Eso haré Eugenio.

– Sin embargo…escucha con atención – señaló asignando importancia a lo que venía – “Mientras resuelves lo tuyo yo me ocuparé de ti”. Si eres tan tozudo de seguir con tus sesiones y tan torpe como para dejar el estudio, tengo una propuesta en danza…pero aún falta un poco. Creo que será una solución mágica ya que te gusta la magia.

Me sentí superado por el instante. No sé…me emocioné. No tuve tiempo de pensar por qué; me levanté de mi sillón, me incliné sobre él y lo abracé con cuidado. Ni una palabra pude decir. También Eugenio, tras sorpresa, giró su rostro para que no detecte su emoción.

– Perdón…

– No seas flojo muchacho – y siguió con la voz quebrada – no sé qué carajo haces para hacerte querer.

Recompuesta su naturalidad agregó:

– Vamos a ver. Vamos a ver qué resulta. Tú ocúpate de averiguar si es ésta la mujer que completará tus éxitos.

Sonó el timbre y llegó su familia.

Capítulo 13

Apenas al día siguiente de la cena en casa de Eugenio me avisaron que debía firmar una documentación de la Universidad del Valle y en vez de usar el correo de mensajería decidí, luego de consultar con Eugenio, viajar personalmente. Luego de firmar los papeles me dirigí al Servicio Penitenciario de Libertadores.

El acceso era un trámite enojoso de revisión de documentación y pertenencias en una larga fila de visitas. Para no aburrirme observaba a la gente; pobres con mala dentadura, sin sonrisas ni diálogo. Solo tedio.

Entramos; me impresiona el ruido metálico, cadenas y grandes candados con guardias que los manejan con destreza. Nadie habla. Todo está sucio; paredes y pisos de cemento desgranado que están siendo barridos por dos presos de avanzada edad. En el patio hay dos palmeras sin sombra y un pequeño monumento con un escudo que algo significaría. Un guardia de cara similar a la de cualquiera de los visitantes lee los nombres de los prisioneros que pueden recibir visita por estar solicitada previamente.

– Jeremías Bonilla.

Levanto la mano y paso a una nueva fila. Nos entregan una declaración impresa que debemos firmar y así lo hago sin leer. Nos acomodan al azar en grupos de cinco y nos dan un turno de ingreso; el mío es el tercero. Un guardia maniobra una gruesa cadena y abre el candado de la puerta reja que da paso a las visitas. No mira a nadie, solo a sus manos interpretando la rutina; no hay gesto alguno que acuse alguna molestia por los pesados chirridos del metal. La suciedad del lugar es asquerosa; hay restos de lo que supuse serían vómitos, sangre y mierda en paredes y piso. Desde donde estoy se ve un corredor angosto y largo con el techo cubierto por una reja que mira al cielo.

A mi turno paso y veo a Jeremías sentado a una pequeña mesa de madera. La sala es grande y alta; cerca del techo hay un angosto pasillo colgante desde donde vigilan dos guardias armados.

– ¿A qué has venido? – dice mientras me siento frente a él.

– A verte. Solamente a saludarte.

– Es la que me toca, qué voy a hacer. Y aquí se sobrevive con biyuya. La próxima vez trae biyuya. Tú tienes suerte y te sobra.

Desoyendo su bienvenida le pregunto por La Negra; quiero saber qué tan firme es el cerrojo de abogados propios para que el estudio Locarazza pueda intervenir.

– Métanse si quieres incendiar la casa de Matilde. De lo contrario ni acerques la nariz.

Me cuenta lo que al final fue su chasco. Los jefes de La Negra lo habían denunciado luego de la redada y por su pabellón solo hay uno de ellos, el Chueco y con los demás tiene poco contacto; solo una hora en el patio tres veces por semana. “Quédate tranquilo y no hagas cagadas” me dice el Chueco. “Nos sacarán muy pronto”. Es improbable que eso suceda pero guardo silencio. Le preguntó si se terminó La Negra para siempre en el Bajo y Jeremías maldice fiero a los guazos con los que tenían el arreglo de protección. “Nos abandonaron teniendo las cuentas al día” Esa es la única conclusión que escucho de él. Ni angustia ni arrepentimiento.

– Ya no tendrás que poner plata para abortos – comenta supongo que intentando una broma.

– Por un tiempo al menos hermano – seguí la chanza.

El permiso de visita era de quince minutos. A nosotros nos sobró tiempo pero debía salir toda la tanda juntos. Estuvimos mirándonos la cara sin más ocurrencias. No preguntó nada de mí ni de la familia ni mucho menos por los arribados.

– Tú crees que tuve suerte hermano. ¿Eso crees? Yo tuve suerte y tú no. ¿Eso es todo? – dije cuando nos advirtieron que quedaba un minuto. Apenas nos miramos. Se me ocurrió que la pregunta sería un camino para que abandone hacia el futuro el mundo de la droga, para que reflexione sobre su vida, no para revisar la mía.

– ¡Lo único que falta es que lo niegues carajo! A ti no te agarraron y a mí sí. ¡Claro que eso es todo!

– Puede ser Jeremías. No lo sé. …nunca quise meterme con la droga… – señalé.

– ¿Y eso solo hace la diferencia? En este penal la mitad venimos de ahí.

– No sé…tienes razón – me resigné. En el Bajo la mayoría de los jóvenes tienen algún contacto con la droga, recordé.

– Trata de no hacer ninguna cagada aquí. Saldrás antes – lo miré a los ojos y tendí mi mano.

Nos paramos como el resto y dispuestos a salir me agarró del brazo y dijo por lo bajo:

– Vuelve de vez en cuando con un poco de biyuya.

Pocas horas después, en la tarde regresé al penal. Pasando por el mismo tedioso procedimiento llegué al patio donde otro guardia tenía el listado de las visitas del turno tarde.

– Al nombrar al reo debe levantar la mano el visitante ¿Entendido? – vociferó.

– Omar Andrade.

Levanté la mano y seguí las instrucciones. Cuando entré a la misma sala de la mañana, lo reconocí de inmediato. Su cara no acusaba los más de diez años sin vernos; la misma mirada. También él me reconoció. Nos dimos la mano y conversamos sin efusión como si fuera la cita de cada semana.

– ¿Qué te trae por acá Tilde? – preguntó al tiempo que me ofrecía un cigarrillo.

Le expliqué lo de mi hermano. Mientras fumábamos, él contó su historia. Estaba tan pequeño como siempre y en el penal le respetaron el apodo de «Peteco”. Había cumplido la condena pero reincidió con robo armado y lesiones; yo conocía la noticia y no me salió ningún asombro. De esta segunda condena le quedaban siete meses todavía. A la Peti la perdió de vista y solo ha tenido vagas noticias. Al Galleta lo mataron adentro en una revuelta; dieciséis puntazos, aclaró. Y al Trompa Mariconda lo trasladaron hace poco a otro penal. También había salido y vuelto a ingresar con él. Pero hubo un intento de fuga y cayó; “aquí estaba bien, una lástima”, se lamentó.

– ¿Sigue puteando a su concha madre?

– Sí, cada vez más – se rió.

Me preguntó por mi vida y le hice un escueto resumen con buena parte de mentiras. Me contó que ganaba buena plata en la prisión, sin agregar aclaración. Se lo veía como al anfitrión que recibe invitados a su casa de rejas. Y sabía con precisión todo lo que ocurría en El Bajo. Allí volvería pero esta vez sería diferente; esta vez no confiaría en nadie, advirtió con la cabeza gacha y la mirada levantada. Me invitó a unirme a su nueva banda. Me advirtió que en El Bajo las cosas empeorarán ahora que La Negra está en retirada. “Hasta que no haya una nueva banda que mande no habrá paz y tú lo sabes”, señaló.

El guardia ordenó la salida luego del aviso del último minuto. Le di la mano y salí caminando entre la mugre pasando por los ruidos a candados. Me fui de un lugar que guarda lo más básico de nuestra condición animal, sin derechos ni destino. “Nadie sale de visitar una cárcel siendo el mismo que entró” recordé que siempre señalaba el Dr. Jáureguy, socio del estudio y responsable de litigios penales.

Volví a Lorrico en mi Datsun color café con leche, en silencio, tratando de escuchar el tic tac de mis pensamientos. Si es cierto lo que en Luz Azul se dice como ritual: “Somos lo que la educación hace de nosotros”, todos los Bonilla fuimos a la N°31, Jeremías incluido. Me pregunté entonces qué sería de mí sin la suerte; qué tanta he tenido en realidad; qué tanta mala suerte tuvo Jeremías o el Peteco. Y por cierto, no sentía necesidad de decirles cómo vivir sus vidas, acaso quién pudiera hacerlo. Y claramente ni podría impedir sus decisiones ni tendría vocación en ello. Es cierto, esta visita algo ha cambiado en mí. Recordé la reprimenda del Gordo Anderson advirtiendo que no había mérito en mi éxito por asistir a Luz Azul ¿Cuánto de mérito había en el resto de mis éxitos? me pregunté. No asomaba respuesta y tampoco sabía qué importancia habría en encontrar alguna.

En un suspiro cambió la parsimonia de mis pensamientos por la angustiosa respuesta que debía llevar a casa ¿Qué debo hacer con Micaela y el estudio? Primero debía resolver mi noviazgo, esa era la instrucción de Eugenio y tenía razón.

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Los juegos de la vida… vendo consejos y no encuentro gratis uno para mí. Acaso en verdad ya lo tenía resuelto y solo estaba estático como quien está frente al primer paso para cruzar un puente colgante. Lo que viene sería más fácil. Sencillamente y por la razón que fuese ya no estaba enamorado de Micaela. La amé, conocí el amor con ella. Era inevitable que me resultara difícil dejarla. Pero lo hice. Le pedí que regresara a casa con Romina. También ella dio su paso difícil; aceptó mi decisión y se marchó.

– No reconoceré un hijo que no es mío.

– ¡Púdrete!

Fue lo último que nos dijimos.

Habían pasado siete años desde aquellas primeras palabras bajo la suave lluvia de fondo “Tilde, te necesito”. La veo enfundada en su vestido azul con pintas haciendo juego con las pecas sobre el naranja de su piel. La veo feliz, con su divertida inteligencia jugando a reírnos de todo; me veo feliz; la veo explotando de placer con su cuerpo desnudo; aparece Romina y desaparece.

Son mis pensamientos que me engañan, reacciono. También es Micaela la mujer capaz de inventar un hijo para retenerme e incapaz de elegirme como su única pareja. Estaba desubicado… tanto que ni siquiera sabía si eso era brutalmente inaceptable, como yo lo viví, o una simple situación entre miles de situaciones válidas ¿Por qué no? Matilde no hubiera podido llevar la cuenta de sus amoríos, mi hermana Lara está de novia con un cura y yo mismo he tenido otras mujeres y fufas y el Cholo está casado y no es un santo. Pero no es lo mismo.

Micaela me ha querido mucho, lo siento así, pero no sé cuánto hace que se fue disipando ese amor… acaso hace demasiados descuidos.

En casa no hubo sesiones al día siguiente ni al siguiente. Es curioso pero no las extrañé. Mi ser estaba desorientado, enojado, asolado y doliente. Me hubiese gustado que algún maestro me dijese cómo iba a seguir mi vida a pesar de que lo único que no sentía era miedo.

Mi amigo Cholo apareció calmando mi ánimo.

– Estuve con Micaela. Me tuvo una hora escuchándola.

– ¿Te pidió que hablaras conmigo?

– Sí y no – mi amigo vivía el mundo en broma en cualquier circunstancia. Siempre mordiendo su labio superior en situaciones tensas.

– No vayas a mentirme en nada Cholo.

– Me consultó sobre la posibilidad de hacerte un juicio por la paternidad de su hijo – dijo conociendo la irritación de esas palabras- ¡No me habías dicho nada, guacho! – reprochó.

Mantuvimos una conversación en la que le conté los últimos meses de mi vida con Mica. Algo le había dicho del asunto de un hijo aunque muy al pasar y la relación con Romina la suponía en toda su magnitud. El Cholo desalentó por completo cualquier posibilidad de una demanda. Y razón tenía. Sería su palabra devaluada por ser pareja de otra mujer que además perdió un juicio por tenencia de su hijo…contra la mía.

– Me dijo otras cosas Tilde. Terminada mi explicación legal comprendió que nada podía hacer jurídicamente. Me pidió que te dijera que te quería, que ojalá te vaya bien en tu vida. Que siempre te quiso y que nunca sintió que escondía nada con Romina. Después de mi rechazo a sus chances en un juicio me dijo que no iba a molestar nunca más con su hijo.

De alguna forma las palabras de mi amigo tan básico como es él, llevaron a mi espíritu un menjunje de emociones que resultó reconfortante. El muy ridículo saltó después con esta frase: “Si lloras porque no puedes ver el sol las lágrimas no te dejarán ver las estrellas”. La dijo en un tono serio que le quedaba tan absurdo como corbata en bailanta. Pobre Cholo, con solo mirarlo sintió la obligación de agregar:

– Lo leí en un libro de la biblioteca de mi padre ¿No está bien acaso?

– Gracias amigo. Tú eres mi hermano. Lo abracé y le pregunté si me había contado todo de todo. Me respondió:

– Sí. Nos despedimos y le deseé suerte. Comentó que con Romina habían pensado en hacer sesiones de brujería en la casa. “Nos va a ir bien” dijo.

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Dos días después de acabar con Micaela había hablado con el Cholo y ahora estaba pidiendo una reunión con Eugenio.

– Vente a casa – dijo. Fui al atardecer y encendí un habano, tomé café y compartimos un whisky. Conversamos; el ya conocía mi nueva condición de soltería.

-Y bien, qué has pensado Tilde.

– En realidad estoy pensándolo Eugenio…

– Yo lo pensé por ti – sonrió – Pero primero dime cómo te sientes.

Luego de una breve respuesta y de preguntarme si seguiría con mis sesiones dijo:

– En el estudio no estarás bien y nosotros tampoco. A partir de este momento ya no perteneces a Locarazza, Paolini y Asociados. – pronunció con fingida solemnidad – Si creces en la brujería trabajarás demasiadas horas y ganarás mucho dinero porque no repartirás entre tus secretarias. Nos dejarás tarde o temprano.

Como siempre, encontré en Eugenio palabras sencillas y lógicas que yo no había pensado.

– Si de verdad estás decidido con la brujería deberás hacer una fundación que te proteja jurídicamente. Habla con Lucio y él se encargará. Algo le anticipé previendo cómo seguirían las cosas.

Si bien no observaba color de rótulo en la frente de Eugenio, su mirada trasmitía una serenidad que no coincidía con lo que estaba sucediendo. Por mi parte estaba consciente de otro final de mi vida; después de muchos años dejaría un trabajo que me dio todo lo que tengo. Y me frustró que Eugenio decidiera desvincularme del estudio porque a pesar de que fui yo quien lo propuso me hubiese gustado el juego de que me voy pero piden que me quede y me voy igual. Una estupidez de pichón que no podía suceder a estas alturas. Terminaba con Mica y con mi trabajo.

– Hay una noticia muy buena que quiero compartir contigo. Solo la conocerás si te quedas a cenar.

Tras mi aceptación continuó y habló de la Universidad del Valle y la relación con la New York University. Por momentos parecía olvidar que yo conocía todos los detalles. Las copas de whisky estaban vacías; amagué servirle un poco más como era habitual; me frenó e indicó mi vaso. Con la reposición y la justa dosis de hielo disfruté de una segunda vuelta mientras Eugenio paseó su discurso por los directivos de la Universidad repasando casi a cada uno. Lo escuchaba paciente mientras racionalizaba que el hombre que estaba en frente me acababa de despedir. Y que a Eugenio lo veía cada vez más atento a mí, como un padre lo haría con su hijo, imagino. Claro que soy un grandulón que ya lleva treinta y tres años viviendo esta vida. Él continuaba hablando de la extensión de vínculos con otras universidades recordándome que por contrato no podían tener sede en el Estado de Nueva York. Habló de España y Europa y de las finanzas de la Universidad…mientras yo paseaba por mis recientes cambios con la mirada perdida en Micaela tirándome una cachetada o riendo en un bar o recogiéndose el cabello.

– Perdón la interrupción, quiero que sepas algo que no te he dicho. Respecto de mi novia. Nada importante pero por alguna razón estoy incómodo si te lo oculto.

– Adelante – indicó molesto.

– Micaela me quiere encajar un hijo. Es imposible pero ella sostiene que es verdad.

Pidió algo más de explicación y preguntó cómo me sentía al respecto.

– Algo sabía Tilde.

El Cholo es un bocón, pensé. Eugenio apurado por continuar su exposición dejó atrás el tema y retomó los cambios que se avecinan en un mundo cada vez más vinculado entre regiones. Yo escuchaba y desoía alternativamente. No era buen momento para resaltar logros del estudio a quien estaba siendo despedido. Por tratarse de Eugenio traté de concentrarme. Otra vez no coincidía su gesto y discurso con el tiempo y el lugar en que sucedían las cosas. Hasta que por fin se insinuó el fin de la charla.

– De modo que hemos estado hablando con Bigotes – apodo del presidente del directorio de UV s.a. – y ha aprobado mi propuesta. La ha impulsado EL Flaco en realidad – el Dr. Frias como Decano de Economía – pero yo soy el autor intelectual – bromeó y guardó un silencio prolongado como el de la lenta exhalación de humo de un habano que ya no fumaba desde que enfermó.

– ¡Serás el Director de la Secretaría de Extensión de la Universidad del Valle en la División Interregional! – anunció.

Junté los retazos que venía escuchando pero no alcanzaron para entender qué significaba eso; por lo pronto al parecer no era un asunto de Locarazza sino mío. Respondí a su expresivo semblante.

– ¡Qué sorpresa! Gracias Eugenio. No entendía hacia dónde iba todo el relato.

– Siempre que aceptes, claro.

– Sí claro. Bueno, quisiera entender mejor de qué se trata.

Esta vez atendí con cuidado. Detalló los desafíos de la Dirección de Extensión presentados como el eje sobre el que se vinculará la universidad con otras universidades del mundo en un plan de intercambio aprobado por el directorio. Se abría una experiencia nueva para Libertadores y toda la Región de los Nísperos porque no había hasta el momento más que unas tímidas prácticas de visitas guiadas a otros centros de estudio. El cargo se planteaba como una prueba con bajo presupuesto y a tiempo parcial que servirá para evaluar con los resultados si amerita ir en aumento.

Utilizando una frase habitual en él que indicaba que había más de lo que parecía, supongo que intentó espabilarme un poco.

– Esta es una oportunidad que “se las trae” Tony.

Eugenio mantenía un entusiasmo que yo todavía no comprendía del todo. Y parece que quedó en evidencia porque con el entrecejo fruncido preguntó:

– ¿Qué pasa?

– Nada Eugenio. Estoy contento.

– Pues avísale a tu cara porque no se ha enterado.

– ¿Tendré que vivir en Libertadores? – me pregunté en voz alta.

– Tilde, tendrás que vivir en cualquier lugar donde puedas progresar. No serás un nuevo Tony si no dejas atrás a Tilde. No sé cómo explicárselo al Cholo y a ustedes los jóvenes que parecen tener la sangre aguachenta. Estás solo, sin compromisos. Vivirás donde el futuro te llame. ¿Qué te retiene aquí? De cualquier forma el plan presentado tiene la alternativa de horarios solo de mañana o de tres días enteros por semana. Si no te animas a vivir en Libertadores puedes estar tres noches allá y tres acá.

– Tienes todo pensado…Y no es que no me anime.

– A mí me parece que sí. No te estas atreviendo.

– ¿Cómo?

– No te estas atreviendo – repitió – Tienes miedo.

– No tengo ningún miedo Eugenio.

– ¡Atrévete a soñar entonces muchacho! Nadie anda vendiendo oportunidades por la calle. Se tienen, se toman. Un flaco que limpiaba baños en mi estudio, que viene del Bajo de Lorrico, puede tener un cargo firme en la Universidad del Valle en Libertadores sin tener título profesional y sin enfrentar un concurso. Y no será poco el salario ¿Cuál es el problema? ¿Es que no ves hasta dónde podrías crecer?

No le había preguntado el salario. Conversamos un rato más sobre las aptitudes a desarrollar, el inglés y el culto de las relaciones personales dentro de la Universidad. “No te ganes enemigos innecesariamente” dijo. Con el Flaco Frías habían analizado mi perfil y estaban convencidos que podría hacer muy bien el trabajo. Eugenio seguiría yendo al directorio en representación del Estudio y nos veríamos semanalmente en Luz Azul. De a poco se iba desvaneciendo mi sensación de sorpresivo asombro por dejar de trabajar en el Estudio. Me quedé con los pies colgando en el aire aunque ciertamente no había ocurrido nada que no esperara. Supongo que es normal que estuviera atribulado. Al tiempo que aceptaba ese final en el Estudio entraba mi curiosidad por lo nuevo entendiendo que Eugenio ofrecía una gran oportunidad. No sentía miedo por mi capacidad para desempeñarme en el nuevo puesto, ni siquiera por irme a vivir a Libertadores. Tenía que decidir qué hacer con mis sesiones. Me fastidió mucho saber que Micaela intentaría ser bruja; y una vez más, que quisiera enchufarme un hijo. Y que me engañara con su amiga. Una auténtica mala persona que vine a conocer después de siete años. Como en cascada donde el agua no puede evitar caer yo no podía evitar el asalto de estos pensamientos en mi mente. Cenamos con la llegada de Cholo y su familia.

– Tendremos que arreglar la juntada de póker semanal, Tilde – dijo cuando se enteró de los cambios como si fuese lo único digno de mención.

Siempre de buen humor ¿Cómo hace? Me pregunto.

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Después de dos semanas alojado en el chalet del Flaco Frías me mudé a un departamento que alquilé cerca de la Universidad. Traje mis bártulos desde Lorrico y estoy cómodo; no por lo que ofrece el inmueble en sí sino por lo poco que necesito.

Nada me costó acomodarme a un lugar distinto donde dormir y tampoco a una ciudad mucho más grande que Lorrico. El trabajo me atraía por las cosas distintas que tenía para aprender, mas mi interior emocional era inestable como olas del mar. No se aquietaba mi rabia con Micaela ni tampoco mi amor. Se movilizaba la incertidumbre sobre mis futuras sesiones y los ingresos esperados. Iban y venían sentimientos encontrados imaginando a Micaela y Romina como las nuevas brujas de Lorrico. Me producía claro fastidio.

Viajé dos veces a la ciudad. La primera, fui a casa de Matilde con la novedad del cambio y el número de teléfono de la Universidad. Preguntando si el director había molestado a mis hermanas se me dijo que no había sonado más el teléfono pero que hubo una noticia preocupante. La Escuela Normal N° 31 pasaría a depender del segundo distrito – antes lo era del tercero- y la regla del segundo era estricta en cuanto a que los alumnos matriculados debían vivir allí, quedando excluido por supuesto los del Bajo. Era un proyecto para el siguiente año o incluso para más adelante. Lo impulsaba el director Rogelio Peralta a sus superiores de la Cartera de Educación de Lorrico. Imaginé que en el Estudio habría contactos para mover si se avanzaba con la intención y tranquilicé a mis hermanas. Relaté mi visita a Jeremías en pocas palabras. Luego fui a mi juntada de póker de jueves y regresé en el Datsun a las tres de la mañana a Libertadores.

En el segundo viaje fui al Estudio para hablar con Lucio, el abogado que me había indicado Eugenio. Había decidido iniciar una Fundación y empezar con sesiones en Libertadores. A la noche cené en casa de Eugenio con las novedades y chismes del nuevo trabajo. Me anunció que por su enfermedad no viajaría a las reuniones de directorio en representación del Estudio y que en su lugar lo haría el Cholo. Eugenio me llenó de instrucciones de buen comportamiento para mi nuevo trabajo hasta que entendió por la escasa cortesía de mis respuestas que ya era suficiente. A Marita la encontraba sumamente bienvenida en la familia. El trato con Eugenio denotaba una sincera amabilidad entre ambos.

El Cholo se mordió el labio y comentó que había hablado con Micaela. Terminada la cena lo invité con una birra al bar.

– ¿Cómo está?

– Me pidió que no te cuente lo que hablamos.

– ¡Y qué carajo importa lo que te pidió!

– Tranquilo, solo lo estoy mencionando.

Le pedí que reprodujese sin cambiar nada la conversación.

– Hablé muy poco y fue ella la que llamó al Estudio – comenzó explicando – Quería saber si yo tenía el número de teléfono de tu nueva casa. No se lo pasé. Vive con Romina pero se irán las dos por un tiempo a Colihuen.

– ¿Por qué?

– No lo dijo.

– ¡Pero tenías que preguntarle boludo!

Mi amigo me regañó con razón por el mal trato.

– ¿Para qué quiso mi teléfono? – retomé el cuestionario – Algo debe andar buscando. Siempre ha tenido el teléfono de la Universidad.

– Cosas que quedaron en la casa que quería entregarte. No le creí. Estaba seria.

– ¿Le preguntaste por el embarazo?

– Sí. Y no le gustó nada. Habló de nuestra amistad y confianza…

– ¿Y de las sesiones? – quise saber.

– Que empezarían más adelante.

Le pedí a Cholo que investigue a qué van a Colihuen y que envíe un espía a una sesión para tener información.

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Seis meses antes era el Tilde que vivía con su novia en Lorrico, atendiendo las sesiones y trabajando en Locarazza. Cómo hubiera podido imaginar que en tan poco tiempo conocería una ciudad como New York y que me llamarían “Tony” mi nuevo apodo allí nacido; cómo imaginar que conocería una cárcel por dentro o que viviría aquí en Libertadores, solo sin Micaela, trabajando para la Universidad del Valle ¿Tuve suerte o mala suerte? Quién sabe ¿Es el destino o hay una energía universal que yo puedo captar y ordena mi vida? No creo que las respuestas sean importantes para mí. Lo cierto es que estoy ahora transcurriendo otros caminos que necesitaba encontrar, como el agua que siempre encuentra uno.

A mis 33 años y apareciendo las primeras flores de primavera de 1983 en el valle del Picaré en la Región de los Nísperos, revuelvo el azúcar en la leche, una vez más.

PARTE II

Capítulo 1

Han pasado catorce años desde aquellos seis meses. Asisto a la reunión más vergonzosa que recuerdo en mi vida; dos únicos participantes: El Cholo y yo.

Llegué muy temprano llevando pocas palabras, la decisión de declararme culpable y mi cuaderno de anotaciones. Escribí: “Hoy es 16 de Abril de 1997. Hace dos días cumplí 47 años”

Lo esperaba en un bar insignificante en un barrio poco frecuentado de Lorrico. En los días previos había comprendido que debía pedir perdón y someterme a la decisión del Cholo; no encontré alternativa para forzarlo; no podía hacer otra cosa. Aunque nada se comprobase en un litigio que de prosperar me alojaría en la cárcel, el solo escándalo llevaría a la Fundación EFe al derrumbe junto con mi prestigio y mi futuro.

Todo había sucedido en poco tiempo. Una vez que el Cholo sospechó e investigó, me insultó y me ofendí; me agravió y lo agravié; evitamos las trompadas de chiripa. Pasaron tres semanas sin dirigirnos la palabra ni en la Universidad ni en el póker. Luego volvimos a gritarnos y a cabrearnos ante la evidencia de los hechos. Él tenía la razón; yo apenas me defendía y lo empujaba a evitar la denuncia; con un poco de pericia podía quedar todo en silencio, aunque es cierto que el Estudio enfrentaría riesgos. La mala suerte fue la culpable de todo.

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Estos son los hechos: El Estudio representado por el Cholo como auditor de la Universidad del Valle observaba el movimiento de dinero de la Secretaría de Extensión a mi cargo. Lo hacía más por protocolo y rendición ante el directorio que por efectivo control.

Desde que estuve a cargo de la Secretaría de la Universidad, poco después de mi llegada a Libertadores en 1983, he firmado convenios de intercambio con otras universidades en Estados Unidos y Europa. El modelo era idéntico al primero que traje, en aquel entonces en representación del Estudio, en mi primer viaje a New York. Los convenios se concretaban con pagos que hacía la universidad adherente y recibía la Universidad del Valle por la matriculación y el acuerdo. Se establecían tres cuotas. Mi habilidad, que requería extremo cuidado y ningún error, consistió en detectar quién de los directores de las universidades adherentes, la contraparte, era “susceptible” de ser tentado por mí para quedarse con el 50% de la tercera cuota de matriculación. El botín eran diez mil dólares americanos a compartir en partes iguales. La parte administrativa se arreglaba con el papeleo burocrático y no era difícil. Sobre diecisiete convenios firmados desde entonces conseguí nueve “susceptibles” para el trato. Se renovaban todos cada dos años y se repetía la quita de la tercer cuota con lo cual al cabo del tiempo junté bastante dinero.

El procedimiento los suspendí dos años atrás y jamás hubiese quedado un cabo suelto si no hubiese husmeado el Estudio en el único error que se cometió en esos años y que estuvo a cargo de Borja Herrera, la contraparte “susceptible” de la Universidad de Sevilla que equivocó los datos de transferencia para la cuenta bancaria de la tercera cuota que era nuestra. El dinero no llegó a destino y fue remesado a la cuenta legítima de Sevilla. En aquel momento cuando esto sucedió, con rapidez arreglé el error aduciendo que correspondía a un envió para la Universidad Complutense de Madrid. El asunto quedó solucionado como un episodio menor. Pero con tan mala suerte nuevamente, que la Universidad Complutense se retiró del convenio hace un mes – única universidad que no renovó – y el Estudio revisó el contrato de rescisión y los importes involucrados.

Mirando esos números surgió la sospecha del Cholo; es que me conoce demasiado. Más que descubrir el procedimiento, que negué varias veces ante él, lo que hizo fue descontar que yo había hecho trampa. No era nada difícil descubrirla para cualquiera que revisara los movimientos de fondos de la Universidad con las otras universidades de convenio; aunque se hacía necesario que todas reexaminen sus cuentas con el riesgo político asociado a perder la relación. Eso ya era más improbable. Pero era lo que el Cholo estaba dispuesto a investigar, según sus propias palabras. Los montos no eran en absoluto significativos para el volumen global del presupuesto de la Universidad pero lo fueron para mí sobre todo al principio. Todo hubiese terminado bien si no hubiese habido un estúpido Herrera equivocando su número de cuenta bancaria, nada menos.

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Esperaba al Cholo tomando un café y fumando un Winston como quien espera una sentencia. Repasaba las últimas semanas, para poner en orden las ideas. Mi amigo descubrió que había robado durante algunos años; me había quedado con dinero ajeno y sabía lo que había hecho con él. Además de la sanción moral que a mí no me importaba, su problema era el terrible escándalo que significaba verse obligado a una revisión integral de catorce años de convenios. Un bochorno para el Estudio y para la Universidad frente a las otras universidades. No sabía con precisión el monto total involucrado pero los números le decían que no podía ser demasiado importante; estaba en lo cierto. Por otro lado, acallar todo como si nada hubiese ocurrido conllevaba el peligro de que si algún día se descubriese de algún modo la trampa, el ladrón era su mejor amigo y había llegado al puesto presentado por su padre, el principal del Estudio. Era un final asegurado para la relación de cliente que tenía la Universidad con Locarazza y podía avanzar hacia un litigio judicial que sería caótico para sus finanzas. Los argumentos que había intentado para demostrarle que ya no podía descubrirse lo ocurrido no parecían haberlo convencido aunque eran sólidos. Le prometí lo que era verdad: desde hacía dos años no había cobrado más cuotas mediante el simple trámite de explicar a las contrapartes que las ganancias de esos años había sido suficiente y había que saber retirarse a tiempo. Además le prometí que jamás volvería a hacerlo y estaba seguro de poder cumplir. Él expresó sin vueltas que se le hacía difícil confiar ahora en mí. Si yo continuaba y me descubrían quedaría en evidencia el caso Sevilla conocido por el Estudio y no denunciado.

Creo que en síntesis, su decisión de acusarme o no ante las autoridades de la Universidad e inevitablemente ante la justicia pasaba sobre todo por creer en mi palabra o no. ¿Dejaría de robar la cuota hacia adelante? Mi amigo era un moralista y por tanto, no descarto que también pudiera pesar en su decisión algún prurito de esa moralina.

Había llegado dos horas antes a la cita por no poder encontrar absolutamente nada mejor que hacer hasta el momento de la verdad. Estaba mi futuro en juego, otra vez a cara o cruz; o nada pasaba o todo pasaba. El color de mi rótulo hubiera denotado extrema angustia, nervios. Aunque no sentía miedo. Al tiempo que el mozo traía mi segundo café chico retiraba el cenicero lleno y dejaba uno vacío, recorría algunas páginas de mi cuaderno como buscando paliar mi humillación. No debería haber puesto en este brete a mi amigo, ni al Estudio y mucho menos a Eugenio. Un imbécil en España destruyó un buen trabajo de varios años. Escribí en el cuaderno: “No siento arrepentimiento por lo que hice sino por sus consecuencias”. Al redactarla la descubrí una sentencia inconsistente. . Pero para mí era real.

Ojeaba el cuaderno cumpliendo con el objetivo por el cual lo había llevado que era entretenerme mientras esperaba, repasando la vida que estaba por tirar por la borda. Sin un necesario orden había apenas alguna frase breve que procuraba recordar la intensidad de vivencias de Tilde y Tony. Pretensión absurda como absurdo es intentar ver por segunda vez una película como si fuera la primera vez.

La costumbre de recordar mi pasado me ayudaba a vivir un presente más deliberado combatiendo la inercia diaria. Aquello de escribir y escribir, aconsejado en los ochenta por el periodista Denis Chemirca en Luz Azul tiene vigencia para mí hasta la actualidad.

Son apenas unas pocas frases por año, no más; suficiente para mi memorioso propósito y aunque podría sugerir escasez de sucesos memorables, no lo creo así. Igual que cierto tipo de cactus en el desierto de Arizona que entrega una flor, solo una flor en todo el año. Y como si eso no fuese suficiente para el asombro, la flor dura apenas un día. El cactus es una planta de aspecto áspero y de allí nace una flor bella, delicada y de intensa fragancia buscando atraer alguna mariposa para su polinización y supervivencia. No digo que mis breves notas ni que mi energía vital contenga semejante singularidad, pero a lo mejor las escribo para que sobrevivan efímeros hechos que puedan poblar de belleza mi vida.

Aguardando la resolución de mi amigo leía…

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“El amor es breve”

Llevaba catorce años separado de la pelirroja con la que conocí el amor. Recuerdo volver a casa caminando con urgencia sintiendo el apuro en mis latidos solamente para darle un beso a Micaela y compartir lo que quedaba del día. El tiempo explicó con claridad lo que mi corazón tardó en comprender. Desde que fuimos tres en la cama le perdí el respeto y me desamoré; así de simple. Aunque para ser sincero admito que de un modo singular, carnal, todavía extraño después de tanto tiempo aquellos empiernados.

Luego se sucedieron los hechos desencadenantes: percibí con lucidez su relación con Romina, buscó endilgarme un hijo y como si fuera poco, abrió un consultorio de brujería. Al año recibí una carta a través del Cholo quien comentó que ella había tenido una hija, Sabrina. Rompí la carta sin leerla y sin responder, por supuesto.

Recién instalado en el silencio de mi departamento en Libertadores, meses después de la ruptura, escuché un ruidoso murmullo que, adiviné, me señalaba la falta de alguien a quien querer. Supongo que cuando se ha conocido el amor se lo quiere retener con la misma mujer o con otras o como sea. Yo quería renovar esa mayúscula intensidad de enamoramiento y conocí a Clety.

La contraté como secretaria de la Fundación EFe. Una jovencita cuyo mayor atractivo era su destreza en la cama. En rigor admito que fue buena en su trabajo pero sobre todo me hacía bien porque me adoraba. Las tardes en la Fundación hubiesen sido solitarias sin su cuidado. Lo que no tenía era la sonrisa fácil de Micaela. Clety era seria y tensa como si estuviese siempre a punto de equivocarse. Administró bien los turnos de las sesiones y fue una buena compañera para el primer año en Libertadores mas nunca sentí urgencia por llegar y verla.

Aquel primer año había nacido la “Fundación EFe” siguiendo la sugerencia de Eugenio. Así la denominé respondiendo a “Esperanza y Fe”, dos pilares de la sanación. Y porque es un palíndromo que imagino que no hubiese sido aceptado por el literato Apa.

No fue fácil iniciar la Fundación; es decir, lo difícil fue captar clientes en Libertadores. Nada conseguí de Micaela ante mis reclamos, siempre a través del Cholo, procurando rescatar los listados de clientes. Se lo guardaron ellas y apenas me quedó a mí unos recortes con escasos datos pero que me sirvieron y mucho. Empecé viajando a Lorrico por el día y contacté personalmente a algunos clientes y les informé que los jueves – coincidiendo con mi juntada nocturna de póker – atendería durante la mañana y la tarde en la casa de Matilde.

Experimenté un retroceso en el tiempo al volver a esa casa a trabajar en el mismo patio debajo del Timbó donde mantuve la primera sesión de mi vida. Todo me resultada ajeno a pesar de los años vividos allí. Me había acostumbrado tanto a Lorrico Alto, a otras gentes y olores distintos, a otras comodidades y paisajes…regresaba de New York… El mundo era desigual; ninguna novedad. La quietud de cambios en el Bajo era dramática; todo empeoraba, hasta las volteretas de calles de tierra y rejas en cada puerta y ventana se veían desmejoradas, como si eso fuera posible. En aparente contrasentido el fin de La Negra puso al Bajo en un lugar deplorable. Me enojaba la quietud de la gente que en sumisión se quedaba esperando que la vida cambie allí; eso no iba a suceder. Y creo que todos lo saben pero viven congelados en la comodidad de percibir que nada pueden hacer para modificar su destino, aunque sea un destino patético.

Allí en el Bajo, con el mismo ritual energético y palabras parecidas para insuflar amor a uno mismo, las sesiones ocuparon todo el día; los asistentes traían sufrimientos por razones un poco distintas al Alto, pero sufrimiento al fin y la misma necesidad de escuchar una palabra de orientación. Para mi tranquilidad la iniciativa de mis ex mujeres que se hicieron brujas no había hecho daño en el negocio. Ellas se fueron de Lorrico y etuvieron un año en Colihue. Yo le pagué a Maite el servicio de secretaria de los jueves. Todos en la casa me ayudaron con la difusión: “El Maestro – Tilde- conocido ahora como “Tony” atiende los jueves en Lorrico y el resto de la semana en Libertadores”. Se hizo una breve gacetilla descriptiva con mi foto para ser identificado como ex Tilde, pero el mismo Maestro. Se pegó en el último domicilio donde había atendido indicando los teléfonos para contactar.

Poco después ya comenzó a llegar visitas a mi departamento alquilado en Libertadores. Pronto radiqué la Fundación EFe en otro domicilio que acondicioné para recibir a la gente. Era cómodo y bien presentado, muy amplio y mucho mejor que en mis comienzos, pero con el cuidado de no ostentar ningún lujo. Mi actividad no aceptaba excesos. Incorporé a Clety como telefonista y amante secretaria. En tres meses ya tenía la agenda completa y así continuó esencialmente con público de Libertadores y cercanías. Los jueves los mantuve visitando Lorrico solo mediodía y en una oficina que alquilé para evitar el patio de Matilde. A la noche asistía rigurosamente a mi juntada de póker que solía incluir terminar temprano las partidas para visitar el único cabaret decente de la ciudad. Recién después ponía mi auto en la ruta de regreso a Libertadores muy tarde en la noche. El viernes seguía temprano en la Secretaría de la Universidad, casi como en los tiempos en que trabajaba quince horas por día. Me cansaba pero no era el agobio de entonces; nadie me decía qué hacer ni debía rendir cuentas ni compartir mis ingresos. Maite se ocupó de la oficina que utilizaba ella toda la semana para el dictado de sus clases. Le servía, la sacaba un poco del Bajo y le hacía saber a Micaela y Romina que si querían jugar a ser brujas tendrían que competir conmigo en el mismo territorio.

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Esperaba en el sucio bar. Hubiera querido desandar el pasado mas no se borraría como tampoco se borran las huellas en la arena caminando sobre ellas de regreso. Sería mágico volver sobre los delitos para evitarlos. Solo un pequeñín como Pedrito podía creer en el juego de revolver hacia el otro lado el azúcar y hacerla desaparecer. La denuncia de mi amigo agitaría mi vida de tal modo que ya no podría ser la que es.

Capítulo 2

Continuaba ojeando y rememorando mis inicios en Libertadores…

Los comienzos como Director de la Secretaría de Extensión de la Universidad del Valle para la División Interregional fueron gratos aunque no sin tropiezos. Contaba con el apoyo del Flaco Frías que impulsaba mis iniciativas sin objeciones hasta que llegaban al Directorio casi cocinadas. Pero empezaron a surgir resistencias en la medida que fue creciendo la Secretaría en importancia y proyectos. Al comienzo éramos tres personas: un Licenciado en Relaciones Públicas recién recibido, una alumna avanzada de Comunicaciones y yo. Ese pequeño equipo fue una fuente de desafíos que tuvo altibajos. Trabajé toda la vida prácticamente solo con lo cual no me resultó fácil aceptar el modo de hacer de los otros. Pero lo hice y aprendí.

Todos me llamaban Tony incluso el Flaco; él a su vez me dispensó del “Doctor” y me pidió que lo llamara Flaco en privado pero guardando la formalidad en la Universidad. Fuimos creciendo rápidamente en calidez de trato. Para mí era una persona que me había recibido siempre en su casa, cierto que a través de su amigo Eugenio Paolini, pero su cordialidad no era obligada. Me recibió como invitado en Luz Azul, entre sus amigos. Nunca permitió que colaborara con el pago por sus comidas ni tragos ni habanos. Y ahora estaba claramente de mi lado en la Universidad. Era un benefactor, como Eugenio ¿Para qué lo habrá puesto la vida tan cerca de mí? No tenía respuesta, claro, como también podría hacer esa pregunta con algunas otras personas y se mantendría el misterio. No sé si es válida la pregunta, una vez conversamos…

– Flaco, estoy tan a gusto en la Universidad que casi estoy asombrado. Pensé que tantos cambios juntos en mi vida podrían haberme achicado.

– Ya lo dijo Eugenio, te adaptas a todo. Aquí tenemos que funcionar como equipo Tony. Como dice el viejo dicho: “Una mano lava la otra y las dos lavan la cara”

Recordé esta conversación cuando tiempo después el Directorio pensó que el proyecto de la Secretaría a mi cargo debía dejar de pertenecer a la Facultad de Economía – el Flaco Frías continuaba siendo decano – para pasar a Ciencias Políticas por razones que encontré ambiguas.

– Si el Doctor Frías sale del proyecto me temo que deberé renunciar a la dirección. Somos un equipo que funciona como un mecanismo de relojería ajustado y con excelentes resultados. El Dr. Frías es la imagen perfecta de la Universidad del Valle en el exterior. Creo que su cambio generaría consultas y explicaciones inconvenientes.

Pronuncié estas palabras poniéndome de pie en la reunión de Directorio cuando se planteó el asunto. El Flaco estaba presente enmudecido por la sorpresa. También estuvo Eugenio en esa ocasión y yo como invitado justamente para informar sobre la Secretaría. Durante un mes la Universidad estuvo sin resolver el tema, tiempo en que el Flaco no se cansó de agradecer mi intervención y yo de censurarme en privado por exaltado, por cometer semejante exabrupto sin ninguna reserva. Por levantarme del sillón con mis músculos antes que las palabras llegasen a mi mente. Porque fue innecesario y podría haber salido muy mal. Por suerte Bigotes, presidente del directorio, estaba ya muy grande para batallar una idea que claramente no había nacido de él. Se resolvió no hacer cambios.

El Flaco acompañó todos los muchos viajes al exterior que requería la Secretaría. Siempre fue una comitiva reducida de no más de cinco miembros y él era la autoridad de la Universidad, cargo que ejercía realmente bien con la exquisitez de sus modos formales, mientras que yo era el responsable ejecutivo del intercambio. Por presupuesto se estimaban tres viajes por cada convenio firmado. La relación comenzaba por teléfono, fax y un primer viaje exploratorio que podía prosperar o no. Así visitamos en Estados Unidos universidades de tamaño proporcional a la nuestra, generalmente ubicadas en localidades pequeñas próximas a grandes ciudades como San Diego, Los Ángeles y San Francisco incluso llegamos hasta Seattle al norte. A New York volvimos varias veces; el contrato con esa universidad, que es el más grande, es también el que mejor funciona.

Puede pasar desapercibida la emoción que llenaba mi espíritu cada ticket de vuelo que llegaba a mis manos, sobre todo los primeros, claro. Estaba apurado por conocer el mundo como quien se suma retrasado al recorrido. Sentía una potencia de entusiasmo que solo recordaba en mis tiempos del amor. Entre mi curiosidad y ver otras gentes y otros paisajes y costumbres…cada viaje era una fiesta. Si disfrutaba jugando con Mica por solo observar a la gente en un bar de Lorrico cómo no iba a deleitarme descubriendo tanto universo.

Luego de intercambios en Estados Unidos llegó dentro de la Universidad la iniciativa europea que fue impulsada por Diana Fiore. Mis antenas puestas en los pasillos me ayudó a sostener mi puesto. Lo típico de los chimentos es que digan cosas diferentes a las que se dicen cara a cara. Allí, en los pasillos, se comercializan verdades y mentiras por igual.

– Tienes toda mi colaboración Tony – dijo Diana cuando acepté la idea de viajar a Europa en búsqueda de relaciones. Ella era buena en lo que hacía; recibía las delegaciones y era su asistente durante los meses que los alumnos permanecían en nuestra ciudad. La articulación con profesores locales y del exterior también era su responsabilidad. Yo la supervisaba y aunque no lo hacía explícito, le agradecía que me liberara de todo ese trajín. Pero percibí que cuestionaba sin retaceo algunas de mis decisiones y lo hacía delante del equipo. Entendí que estaba socavando mi autoridad. Diana quería quedarse con la dirección de la Secretaria para la división europea; dirección que se crearía a instancias de ella. Pero la descubrí en esa maniobra por palabras de pasillo…”¿Tony, de verdad que la extensión europea no te interesa?…Dicen que no quieres salir de Estados Unidos. Tony…Diana anda diciendo que tiene problemas contigo porque frenas la extensión europea”…etcétera. Era fácil percibir la maniobra. También conspiraba el profesor Cayetano Caroli que había viajado en los principios con El Flaco y yo; apoyaba a Diana por alguna razón que no conocía pero que intuía que tendría cuatro patas y un colchón.

Una sentencia que respetaba era: “Si estás antes en la fila debes hacerte respetar”. Sin enfrentarme a ella y sin confirmar las sospechas hablé con El Flaco y le dije estar seguro de lo que ocurría. Le pedí apoyo porque iba a despedir a Diana Fiore. Agregué algunos condimentos para sustanciar más mis razones…que no era necesario el inglés para expandirse allí y que nunca había quedado aclarado el rendimiento sospechoso de gastos en ciertos viajes.

Esas y otras suspicacias que envié con emisarios no eran totalmente falsas ni tampoco ciertas; más bien fueron afirmaciones imprecisas. El vocerío de pasillo funcionó. Despedí a Diana con el consenso necesario; no le dirigí una palabra. El gesto consolidó al equipo que observó el proceso; ya éramos doce personas, ocho en la mañana y cuatro en turno de tarde. Nada debía hacerse a mis espaldas, era el mensaje. Diana reaccionó con furia escupiendo algunas mentiras tan maliciosas como las mías pero no tuvo más remedio que irse. Cayetano guardó silencio y no hizo falta que El Flaco interviniese. Una ley aprendida en mi juventud era la usada por el Peteco Andrade quien para mantenerse como líder de la banda decía: “Hay que pisar los brotes apenas empiezan a verdear”. Y esa era mi estrategia de defensa en la Secretaría.

Con los años gané bastantes enemigos porque no busqué lesionar a nadie pero no dudé un segundo en hacer lo que tenía que hacer caiga quien caiga. Nada en absoluto sentí cuando tuve que sacar gente de mi camino; no se pueden evitar los conflictos. Siempre que alguien tiene poder aparecen otros que lo quieren. De hecho hubo otro ataque a mi función que era codiciada por un director, nada menos. El Dr. Justo Antonini me atacó por mis “actividades esotéricas” según escuché en los pasillos. No era la primera vez que surgía el tema pero fue fácil refutarlo con el único trámite de pedir a mis contrapartes…y algunos eran los susceptibles… que enviaran una carta de reconocimiento a mi gestión desde su universidad en el contexto de fin de ciclo académico anual. En mi oficina hay enmarcada una nota en papel oficial de la New York University recibida de una bonita mujer tan inteligente como inaccesible.

Dear Tony,

May 24 th 1992

I am very grateful for your successful commitment to this Institution year after year.

With my best wishes

Cailyn Roger

Department of Relations International – Director

No era solo vanidad sino también un desaliento visual a mis adversarios. Investigando a Antonini, deformación profesional que traía de Locarazza, encontré que el novio de su hija tenía una entrada por salida reciente en una causa penal por defraudación. En la calle había aprendido que todo el mundo tiene algo que ocultar; en el Estudio aprendí cómo averiguarlo. Planifiqué un encuentro ocasional con él en un pasillo y surgió el diálogo que buscaba.

– Buen día Dr. Supe que su yerno estaba buscando asesoramiento por el caso de la estafa. Puedo hablar con el mejor estudio de Lorrico si es que le sirve de ayuda.

– Gracias Tony- respondió superando la sorpresa – Conozco tu relación con Paolini pero no es necesario. Tiene su abogado y además no habrá progreso en la causa porque es todo falso.

– ¿Habladurías entonces?

– Así es.

– Me alegro Dr. A veces se desparraman calumnias vaya a saber con qué motivos. ¡Qué injusticia! Cuente conmigo si necesita algo.

Desconozco cómo influyó el intercambio verbal en su retirada pero lo cierto es que no embromó más. También tengo aprendido que cuantos menos escrúpulos se pone en buscar una solución, más alternativas y recursos afloran en mi mente para encontrarla. Las palabras del filósofo León Cortinez me censurarían. “El humanismo de la modernidad centra su ética en no lastimar al otro” Para mí eso no era válido salvo que todos actúen de igual modo. La vida es como una jungla donde comes o eres comido. “Es inevitable herir a otros” tengo anotado en mi cuaderno.

Lo cierto es que estos dos episodios más otros de menor amenaza que se producían cada tanto, provocaban una fiera reacción de mi parte. Así gané una habladuría de pasillo que decía: “Mejor no te metas con Tony, parece inofensivo pero es un hijo de puta” Nada hice para desalentar ese mote que en todo caso, me convenía.

Con Europa a mi cargo llegamos a Madrid y Sevilla con los antecedentes de cuatro convenios en marcha en los Estados Unidos y la recomendación de la New York University por escrito con lo cual las puertas se abrieron. Visitamos Toulouse y Lyon acordando acuerdos con institutos de ciencias aplicadas a la ingeniería. Luego fuimos a Milán y Bolonia y también logramos convenios. Y volvimos a Estados Unidos a la costa este visitando Chicago, Boston, Baltimore y Miami.

Otra vez parece que mencionar los hechos no alcanza; queda afuera lo más importante: las emociones que viví para conseguirlos. ¡Viajar a Europa! No solo no estaba en mis sueños de joven sino que no asomaba en mi imaginación hasta pocos años atrás. La propia investigación previa de las ciudades y luego el estudio cuidadoso de la abundante documentación que solíamos recibir de cada universidad me hacía palpitar de emoción antes de que llegara el ticket de vuelo.

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Los viajes no resultaban como el Cholo y mis amigos de póker se figuraban; no era diversión y salidas de putas. Más de una vez en estas conversaciones me resultó más fácil aceptar sus conjeturas que sostener la verdad. De hecho inventé jodas que nunca existieron. Ellos no podían verme como a un profesional.

– Como ustedes dicen, soy un brujo embustero… hasta que alguna angustia o sufrimiento que no puedan manejar los traiga a mi sesión. Nos sucede a todos más de una vez en la vida. El Maestro los recibirá con los brazos abiertos; pueden venir sin turno – bromeaba.

A sus ojos el Tilde o el Tony zafado con sobrante de biyuya es incapaz de hablar de historia o filosofía y menos tomarse un viaje al extranjero en serio. A pesar del cuidado que ponía en mi relación con ellos, adiviné que algo nos estaba distanciando y no era los doscientos kilómetros que recorría a las tres de la mañana para volver a Libertadores después del póker y el whisky.

Tampoco eran ellos los únicos escépticos de mi respetabilidad viajera. Ninguno de mis tantos conocidos acertaba con entender la realidad de estos viajes. Incluso en la Universidad había un halo de recelo cuando se presentaba al Directorio el memorando de cada visita. En cierta ocasión surgió una repetida consulta que era más bien una objeción.

– ¿Tony, podrías detallar una vez más tus actividades…privadas, fuera de esta universidad? Entiendes que la consulta es porque eres nuestro representante en el exterior y nuestra obligación es entender bien lo que haces – preguntó alguien.

– Por supuesto que entiendo señores. Pero permítanme destacar que no soy yo quien representa a la Institución en el exterior sino el Dr. Frías que hoy no está presente. Soy consciente igualmente que como Director responsable de los convenios estoy involucrando a la institución en cada decisión. Saben ustedes, porque algunas veces las he compartido, que llegan cartas a mi oficina con halagos personales y felicitaciones a todo mi equipo por el trabajo que hacemos. Recibimos notas de alumnos, de padres de alumnos, de profesores y autoridades. Esto solo sería suficiente para responder su consulta porque si quienes nos reciben fuera de Libertadores nos ven así ¿qué objeciones podría haber en contrario en este seno? La Fundación EFe, que presido mantiene desde hace unos años una tarea noble que busca activar la inteligencia espiritual que todos llevamos adentro a veces adormecida. La Fundación es además una institución legal con registros al día y balances presentados en regla. Creo señores que si ustedes y la agenda lo permite, en la próxima reunión de Directorio yo podría hacer una presentación formal de nuestra Fundación. Prometo ceñirme a quince minutos.

Era un trámite sencillo para mí pues tengo las filminas que he utilizado para presentar la Fundación otras veces incluso en Luz Azul. La idea fue aprobada con agrado; conseguí dejar descolocado al preguntón aunque sabía que eran varios los que pensaban lo mismo pero de un modo presumido, solo respondiendo a los deberes del director que busca el registro de su solicitud en actas.

Tengo aprendido que “todo se perdona con el bolsillo lleno” Es el caso del Camel, un rubio amigo del póker con melena enrulada y bigotes. Aparecía algún jueves cada muerte de obispo, nos pelaba y se negaba a dar revancha. Nuestra reacción era agraviarlo mucho más que una espontánea gracia, con todo tipo de insultos fieros y bromas sobre su hermana y hasta su madre. Camel soportaba todo. Una vez el Luca había tomado lo suficiente como para no tener control y casi lo trompea.

– Pueden putear todo lo que quieran; los perdono– dijo golpeándose el bolsillo abultado de billetes y se marchó a pura risa.

El Directorio de la Universidad del Valle mantenía buen provecho de mi trabajo en la Secretaría. Aprobaría cualquier conducta mía siempre que lleve buenos resultados; si aparecían problemas, de seguro encontrarían cantidad de inconvenientes a la continuidad de mi tarea. Si el Cholo me denunciaba y se destapaban mis acuerdos “sensibles” todos los aplausos de mis catorce años se derrumbarían como amor que descubre la infidelidad.

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El bar casi vacío era tan menor que no podía distraerme observando ningún objeto; nada, ni un sucio cuadro. El tiempo pasaba muy despacio por ese lugar. Seguía recorriendo mi cuaderno a la espera de quien me juzgaría. No sentía miedo, más bien vergüenza de haber metido a mi amigo en este impensado brete. Y a Eugenio.

Capítulo 3

Recordaba…

Que después de un año me cansé de la sobriedad de Clety en el trabajo de la Fundación y la despedí. Ya tenía contratado a su reemplazo, Florencia, una jovencita que se reveló como brillante. Embarazada y recién casada, menuda, inquieta, cara de pez y ojos intensos, se postuló al cargo y al instante supe como una revelación que era la persona que necesitaba. En pocos días manejaba la agenda de sesiones. Tenía una inteligencia especial para números y personas. Florencia retenía los nombres de los visitantes y sus pesares sin esfuerzo alguno. En la sala de espera solía preguntarles qué hablarían con el Maestro Tony, más por cortesía que por procedimiento de trabajo y a sabiendas de que nada debía decir ella por su cuenta más que “Tony lo va a ayudar” o “Tony ha conseguido cosas asombrosas, de seguro la ayudará” En la Fundación trabajaban dos personas más que llevaban las cuentas y el papeleo administrativo, Alejandro y Jacinto. Ese fue el equipo al comienzo.

Invité a Florencia a presenciar algunas sesiones como oyente para que percibiera lo que justificaba en esencia la existencia de la Fundación, esos quince minutos con el otro.

– ¡Es maravilloso lo que sucede Tony! Hay una transformación tuya que parece mágica, pareces otra persona. No sé cómo explicarlo…He podido verte el aura pero solo cuando pude concentrarme. La gente sale relajada como después de un masaje.

– “Aliviada” – corregí – La energía es movilizadora no relajante.

– Yo los veo salir con calma Tony, relajadas con un peso menos de encima – insistió.

Florencia no resigna su opinión ni siquiera ante un Maestro que hace algunos milagros como curar de cáncer a personas así diagnosticadas.

– Tony nada puedo decir del misterio de tus quince minutos. Pero sobre todo lo demás opinaré según lo vea ¿No es lo más conveniente acaso?

Florencia era lo contario de Clety, la siempre complaciente y temerosa. Más parecida a Micaela quien en yunta con Romina tomaban decisiones propias. Los ingresos de la Fundación EFe eran muy altos aunque limitados a mi tiempo de atención de visitas. Para crecer tenía que escucharla.

Trajo ideas y convertimos las sesiones de brujería en un emprendimiento místico con registro propio. Creamos bajo el paraguas de la Fundación el “Instituto Ventura”. Desde allí se dictaban cursos y conferencias sobre El Arte de Vivir con Alegría. En mi concepción eran similares a las tertulias de Luz Azul, en el sentido de que terminada la noche quedábamos embadurnados de una paz calma. Metíamos cuerpo y alma durante dos horas en ninguna otra cosa que no sea el tema tratado. No sé. En el Instituto se dictaban talleres de meditación, yoga y otras prácticas milenarias orientadas a la búsqueda de “la unión del interior con el universo”.

Desde luego que hubo un largo proceso hasta llegar a las abundantes facturaciones. Todo comenzó con un hombre contratado para hacer masajes de relajación en una pequeña habitación de la Fundación previo a las sesiones. Pasamos por la instalación de un gimnasio bien equipado, una sala de danza y hasta algún intento de tratamiento de la obesidad. Fue un zafarrancho. No se entendía cuál era la identidad del lugar y el público no asistía. Volvimos al principio. La relación con Florencia sobrevivió esas costosas frustraciones. A mi temperamento de lucha le ayudó una frase de mi cuaderno: “El éxito es ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo”, Winston Churchill; ella se concentraba en el aprendizaje de cada error que cometíamos. Pensé que el dinero que había perdido por su culpa podría imaginarlo invertido en la experiencia necesaria para empezar a ganar. Pagué los gastos y solo me quedó adivinar si era Florencia la persona indicada o estaba equivocado.

Acerté. Nos recuperamos rápidamente.

Comencé con conferencias en las que convocábamos a treinta personas. Tenía preparado y memorizado algunas líneas de desarrollo y el resto era improvisación. Primero dirigía un ejercicio de meditación de veinte minutos, después una charla de otros veinte minutos y una meditación final de otro tanto. Con diferentes títulos pero el mismo esquema fuimos creciendo en público asistente. Pasamos de las conferencias hasta cursos de todo tipo. Más los masajes de relajación.

Mis tiempos de trabajo estaban sobre exigidos. La dirección de la Secretaría de la Universidad me insumía todas las mañana, más un viaje a Lorrico por semana más viajes frecuentes al exterior, más sesiones en la tarde. Una vez que el Instituto Ventura se encaminó solo seguí los impulsos de Florencia y mi única tarea fue detectar y contratar a las personas responsables de cada actividad. Tres profesores de yoga y uno de meditación. A esta altura ya había nacido la hija de Florencia y estaba totalmente reincorporada. Ella misma dictaba cursos y hasta siguió con mis conferencias. Yo sostenía mis sesiones que reduje a diez minutos; por lo demás solo hacía algún acto de presencia en la que era presentado como el gurú, el Maestro Tony. Le propuse entonces asociarla al Instituto y convertirla en su directora. Aceptó sin dudarlo.

Así como el Instituto llevó un proceso de crecimiento, también hubo en mí un recorrido para acompañarlo. Que simplificando fue así:

Por Micaela había reconocido en mí una virtud de la que no había tenido noticias hasta mis primeras sesiones sanadoras. Leí por entonces algo sobre esoterismo, parapsicología y ciencias ocultas con la mera motivación de mi curiosidad y de incorporar vocabulario para las sesiones. De nada sirvió. Mis palabras no vienen de esas lecturas; aparecen de la nada. Como si cada persona que me visita llegase con una turba de letras alborotadas en su frente para que el Maestro las arme en frases precisas y reanimadoras. Inevitablemente sobrevino el tiempo en que de tanto declamarlas se hicieron rutinarias, en especial aquellos tiempos de agotamiento por trabajo donde no hacía esfuerzo para capturar las palabras justas. Aun así lograba con las mismas oraciones contagiar una energía superior. Parece ilusionismo.

No veo rótulos de colores ni estados de ánimo mas es verdadero que puedo percibir en la gente sus ansias y tormentos. Intuición, instinto, talento, no lo sé. Doy crédito de haber sido desaprensivo y hasta burlesco en incontables ocasiones que repetí como loro dos o tres macanas sin escuchar al otro. Y por fin es cierto también que en cantidad de veces no hubo suerte para mi visitante y ninguna mejoría se logró. Sin embargo, la mayor categoría de verdad es ésta: “la clientela siempre creció”. Ese potencial es el que vio Florencia y por eso explotamos juntos con el Instituto.

Catarsis de una intimidad de sesiones durante veinte años. Las lecturas solo habían traído confusión. Tengo la certeza de haber aliviado a muchísimas personas; no tengo evidencia de poseer un don. Como sea, si quería dictar conferencias y hacer del Instituto realmente un centro de negocios, debía prepararme mejor.

Así pues, suspendiendo horas de descanso sobrevolé infinidad de temas leyendo y releyendo siempre sin un orden pedagógico. Artículos en general resumidos sobre fuentes esotéricas antiguas, historia de las religiones, cosmología, culturas antiguas y el origen del ocultismo. Sobre física cuántica, energía universal y energía oscura. Leí sobre teorías de la creación y de la evolución, sobre la concepción del tiempo, la finitud de la existencia, el pasado y el futuro. Sobre viajes astrales, drogas y alucinógenos. Leí sobre pseudociencias. Me detuve algo más en la astrología no porque me interesara sino porque era mucha la gente que creía en los signos del zodíaco. Leí un libro completo que llevaba años como “best sellers”: “Usted puede sanar su vida” “Lo que pensamos de nosotros mismos se nos hace realidad” dice su autora Louise Hay. “Nuestros pensamientos crean nuestras experiencias”. “Existe una ley del pensamiento o energía universal o subconsciente que es nuestra fuerza interior”. “Cada uno es responsable de todo lo que le sucede en la vida, lo mejor y lo peor”. No tengo la convicción de que estas afirmaciones sean verdaderas. En mi experiencia a veces ha sido así y otras no.

La abundancia de asuntos impidió que chismeara sobre ufología, piramidología, dianética, numerología, hipnosis, iridología, Feng Shui, radiestesia, radiónica, personología, magnetismo, grafología, etcétera. Sencillamente inabarcable.

Decidí ordenarme y fijar la información que tenía pinchada con alfileres. Viajé una semana a California a participar de un programa en Chokaly House denominado “Retiro de Paz Interior” “El arte de la meditación”.

Regresé convencido que el “Instituto Ventura” podía crecer y ser un éxito. Iba por buen camino, opuesto al que encontré en cantidad de noticias como esta: “Cinco pasos para adivinar tu futuro”. Florencia lo entendió con claridad:

– No debemos parecernos en nada a esos vendedores de ilusión – afirmaba.

No era un juicio de valor; estricta conveniencia. Marketing de diferenciación que no era fácil dada la inmensa cantidad de soluciones alternativas al asunto de vivir. La frase que debía quedar en la mente de la gente era: “El Maestro Tony no es un chamán vendedor de humo. Todo lo contrario”. La presentación que ella había preparado para mis presentaciones en público decía:

“Tony descubrió hace veinte años que había recibido un don que lo impulsa a hacer lo que lo hace feliz desde entonces y da sentido a su vida: volcar una “potencia energética” que lo atraviesa y la redirige hacia otras personas que la soliciten. No promete nada más allá de la agitación de esa energía vital que llevamos en nuestro interior y es capaz de curar todo mal. Con ustedes, el Maestro…”

Por otro lado mi vida intelectual había crecido de la mano de los viajes que abrieron ventanas de refresco a una sabiduría por entonces localizada en la Región de los Nísperos. No supe de verdad cómo era el mundo hasta que salí a mirarlo; como antaño no había sabido lo pobre que era hasta que llegué a la escuela y vi a mis compañeros. Aprendí de mis sesiones, de escuchar a miles de personas sufrientes y necesitadas…Aprendí de la acumulación de tertulias de Luz Azul aunque solo haya sido pasivamente escuchando. Cantidad de vivencias que por fuerza barnizan mi caja de conocimientos y por momentos relucen; aunque sé que es apenas una liviana capa de saberes. Lo aprendí hace años y tenerlo escrito en el cuaderno me recuerda que no debo caer en la tentación de creérmelas. “Quizás conozca muy poco de todo”

Acaso a mucha gente impresionaban estos conocimientos que dejaba correr porque esa ilusión justificaba mejor los quinientos pesos por diez minutos de sesión. Un juego de niños.

La Fundación EFe crecía sostenidamente en prestigio. Tenía agenda completa cada diez minutos y a muchas personas recomendaba actividades del Instituto Ventura sin que fuese una imposición. Florencia Blázquez lo dirigía eficientemente con mucha dedicación e inteligencia. Seguía siendo menuda, con cara de pez y mirada intensa mas había aumentado el desenfado con el que ahora tomaba decisiones e ideaba nuevos cursos y actividades que raramente yo objetaba. Y había crecido en conocimientos. Leyó y estudió mucho. Dictaba conferencias y dirigía cursos que al principio tomaba como asistente. Era alumna de yoga y meditaba a diario. Le regalé una semana en Chokaly House en el mismo retiro que hice yo. Era mi fuente de negocios y quería cuidarla porque se lo merecía y me convenía.

Un episodio que no hubiera podido ser evitado definió nuestra relación. Durante mucho tiempo nos veíamos tarde tras tarde y muchas de ellas nos quedábamos luego de la vorágine del trabajo en la soledad del cansancio de los dos. Supongo que sin buscarlo fue creciendo un intercambio de confidencias personales. Sus insatisfacciones de mujer inteligente consciente de un potencial de vida ambiciosa que su esposo no podía acompañar. Él es músico en la Filarmónica del Valle y dicta clases en una escuela de la ciudad. Buen colaborador del cuidado de su única hija por entonces. Yo le contaba a mi vez algunos hechos de mi vida medio ciertos y medios inventados sin que me importara compartirlos en realidad; solo actuaba en reciprocidad. Esas noches de despedida me empezaron a mostrar una Florencia con un cuerpo guapo en su grácil andar que podría ser fogoso, por qué no. Demasiado tiempo para el coqueteo de hormonas sin que sea inevitable avanzar…pero debía ser sigiloso… como cuando elegía a los “susceptibles”. Un error desbarataría todo y lo que había en juego con Florencia era muchísimo.

Fue ella la que actuó. Una de esas noches a punto de salir cada uno a su casa me tomó del brazo, cerró la puerta de entrada con determinación y me indicó una silla. Tomó otra que enfrentó a la mía por el respaldo y se sentó a caballo apoyando su barbilla sobre la unión de sus manos.

– Sabes que eres un soltero codiciado Tony – comenzó diciendo mirándome fijo a los ojos. Antes que yo pudiera atinar algo, continuó.

– He pensado en decirte esto muchas veces. Vivo,…vivimos una tensión sexual que debemos aclarar.

Había un apuro en Florencia, como de quien recita la letra memorizada lo antes posible para no equivocarse.

– Tony si me dejara llevar por mi impulso de mujer te provocaría hasta revolcarme contigo. Sería un empiernado nada más, lejos del enamoramiento. Quiero a mi familia y quiero conservarla.

Agachó su mirada y siguió sin esperar.

– Pero debemos rechazarnos Tony. Me temo que no podríamos mantener en el tiempo el error que cometeríamos y tenemos mucho éxito por delante como para tirarlo en pocos minutos.

Lo mío no son nunca pocos minutos, pasó por mi mente sin decirlo.

– Di vueltas a mi cabeza para resolver si era necesaria esta conversación o podía evitarla. Ya ves que no.

Guardó silencio. Yo también. Segundos después se acomodaron las palabras en sus lugares, como en una sesión. Le tomé sus dos manos y la miré con ternura.

– Soy un flaco fiero pero atractivo – sonreí – Tienes razón Flor. Ciertamente me gustaría una revolcada contigo, Flaca inteligente y fiera. Pero en este momento lo acabamos de desactivar por el bien de los dos y del Instituto. Eres una mujer brillante Florencia. Te agradezco lo que has dicho – y le besé las manos con ternura añadiendo:

– No te pierdes mucho – forcé así una sonrisa de regalo en reconocimiento de la valentía por desnudar su interior y quedar expuesta. Podría haber estado equivocada enfrentando un espantoso bochorno pero estaba segura de que la tensión existía por ambas partes. Nos abrazamos como hermanos sellando el trato y nos fuimos.

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Desde luego el bar absurdo era indiferente a mis recuerdos. Fumaba y esperaba al Cholo.

Florencia lleva más de diez años trabajando conmigo a cargo del Instituto Ventura. Es mi socia ideal. Ya tiene dos hijos casi adolescentes y a su marido Álvaro.

Entrampado en un nerviosismo inapelable, continué ojeando desordenadamente mi cuaderno; “Aprendan de Bonilla” que era lo que mi maestra Rosita decía a mis compañeros de la N° 31. Y recordé lo que le escuché gritar tantas veces a Matilde: “Aprendan, que es lo único que los va a ayudar a defenderse en la vida”. Recordé…

Capítulo 4

…Que en el año 1983 tenía treinta y tres años cuando seis meses cambiaron todo. Dos años después seguía viviendo avatares que parecían parte de mi naturaleza. Dos años después Micaela me producía todavía un dolor visible como cicatriz que no se oculta con el maquillaje de novias y empiernados de ocasión. La pelirroja había regresado de Colihue y vivía en Lorrico con su enamorada y dos hijos. Se instaló en casa de Romina e intentaron ejercer la brujería con los valiosos datos que tenían de todos mis clientes. Tuvo que seguir por el lado de las predicciones del futuro, tiraba las cartas y más adelante el Tarot. Creo que no le iba bien pero “Mantiene una pequeña clientela”, al decir del Cholo.

Fantaseé con la idea de volverla a ver; pasé muchos jueves con mi auto por la puerta de la casa de Romina. Tenía en ese momento un Chevrolet Monza bermellón que ella no podía conocer. No tenía plan alguno…si la veía improvisaría. Hasta fui a la Escuela Normal N°31 para visitar a los arribados de alojados en mi nueva casa del segundo distrito. Muchas veces me lo pidió Maite y admito que accedí pensando que al caminar por el barrio me cruzaría a Mica. Deambulé hasta que la falta de sentido de lo que hacía me resultó humillante. El Cholo me conocía demasiado y descubrió mi vergüenza, pero fiel a su estilo, no hizo más que escuchar y apoyar.

– Creo que estás loco pero le puedo decir que quieres verla – me dijo en una ocasión. – Sería lo más fácil. La busco en su casa o a través de Romina en la farmacia.

– Ella sabe muy bien donde estoy todos los jueves. Si quisiera verme me encontraría.

– Cierto, pero eres tú quien quiere verla, no es ella.

– Lo sé, no hace falta remarcarlo.

Tenía razón; por algo no tenía ella ninguna necesidad de verme. Micaela vivía con Romina y sus dos hijos en la misma casa donde vivimos nosotros. Dos o tres años después de nacer su primera hija, la que quiso acomodar a mi cargo, llegó otro hijo, un varón. Supongo que habrá armado otro trío para concebirlo. No puedo pensar en eso sin verla recogiéndose el cabello rojizo dispuesta al goce.

Al principio mandé un espía a visitar la sesión de brujería que hacían. Fue en tiempos en que me preocupaba su competencia en el negocio y todavía perduraba mi enojo. Hoy no sé nada de su vida.

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Más adelante dejé de viajar los jueves a Lorrico. Cambié por los sábados y cambiamos el día de juntada de póker de amigos. No hacía sesiones allí porque a la sede de Fundación EFe en Libertadores llegaban gentes de muchas regiones y ciudades, incluso de Lorrico. La oficina de Maite la mantuve para que tenga un respiro del ruido de los arribados de la casa; así puede salir y “cambiar de aire” como suele decir. Sigue dictando clases allí. Lara sigue con Paolo que dejó los hábitos y trabaja en la asistencia social de la comuna. Tienen dos nenas. Pedrito lleva una vida alegre. Trabaja en la tienda de artículos regionales del papá de su novia Lucrecia. Viven juntos en un departamento que su suegro les alquila. Tienen un hijo varón.

Y yo construí un patrimonio que crece continuamente. Los ingresos generados por Florencia en el Instituto Ventura son importantes, más mis sesiones que significan otro ingreso aún mayor, más el sueldo de la Universidad y los remanentes de viáticos de viajes que nunca eran pequeños. Tengo una casa como la que nunca soñé, en Libertadores y dos departamentos que puse en alquiler.

Sabiendo esto es absurdo haberme quedado con aquellos dólares de los contratos con “susceptibles” que ahora me estrangulaban. Pero por entonces no lo sabía.

Todo había nacido de unas habituales palabras de Maite:

– Tenemos un grave problema Tilde. Debemos hablar.

Cada vez que conversaba con mi familia se trataba de un “grave problema”. Recordaba con nostalgia aquella noche de cervezas y pizzas en la que estuvimos los hermanos unidos y divertidos como pocas veces a pesar de las noticias de Jeremías en la cárcel y el Fofo que quería pasárselas a mis hermanas para mantener los arribados en la N° 31.

Todavía el apodo era “Tilde” para la familia a pesar de mis recriminaciones.

– Tony te escuchará como siempre hermana – declaré bromeando.

– Esto es grave Tilde – repitió – El Fofo Peralta, el director de la N° 31, ¿lo recuerdas?

Ella vio mi asentimiento con la cabeza pero no percibió mi instantánea angustia por pensar que algo les habría hecho.

– Ha impulsado una normativa ante la Cartera de Educación de Lorrico para retornar la Escuela Normal N° 31 al segundo distrito.

Antes de mi consulta que anticipé con un gesto, siguió.

– Te lo habíamos comentado Tilde. El Fofo nos hizo saber que pronto se terminaría el privilegio del clan Bonilla en su escuela. El segundo distrito no aceptará alumnos del Bajo. Siempre fueron rigurosos y Matilde lo sabía. Es el fin de lo que podemos de verdad hacer por los niños Tilde ¿Lo entiendes verdad?

Maite estaba claramente afligida. Le vi una mirada de desesperación que se cristalizó en mi pobre interpretación de los hechos en ese momento.

– ¡Tilde, es la razón por la cual mantenemos la casa de Matilde! – espetó.

– Los arribados no ganarán nada si no conseguimos que vengan a estudiar aquí, al Alto. ¿Puede ser que no te des cuenta? – gritó y casi me zamarrea.

Lloraba mientras yo iba cayendo de a poco en la gravedad de los hechos. No la había visto así en mucho tiempo. Busqué consolarla con un abrazo. Es bochornoso pero por mi mente pasaba en ese momento la frustración de perderme la partida de póker si me demoraba.

– Tengo que irme pero te entiendo. Ya veremos qué podemos hacer.

– ¡No entiendes nada Tilde! – me gritó con visible impotencia. – ¡Cómo puedes ser tan egoísta! – lloraba con desconsuelo.

– ¡Que te haya ido bien no te da derecho a olvidar de dónde venimos todos, carajo! ¿Qué van a hacer esos pendejos en la escuela de mierda del Bajo?

Maite siguió vociferando palabras que más que sentido mostraban su desgarro. Yo quedé conmovido. Me fui al póker pero dije saliendo:

– Suspende las sesiones del jueves que viene. Quiero una reunión con Lara y Pedro para que hablemos de esto.

Intenté besarla, me esquivó y partí.

Muchas cosas pasaron en esa semana siguiente. Averigüé con Eugenio y el estudio cómo se podía modificar una normativa de la Cartera de Educación y qué contactos teníamos allí. El Cholo hizo analizar con los abogados de Locarazza las alternativas jurídicas. El segundo distrito tenía la obligación de recibir a niños y niñas cuyo domicilio estuviera en su jurisdicción pero estaba impedido de hacer cualquier excepción. Así había sido siempre solo que Matilde había conseguido la dispensa en el tercer distrito. El Fofo Peralta era una basura pero ya no podía incidir con la vigencia del nuevo distrito. ¡Un hijo de puta!

Hablamos los hermanos Bonilla, salvo Jeremías, varias veces revisando alternativas. Aparecieron recuerdos de Matilde y un reconocimiento de la vida que llevamos y que podría haber sido otra.

Yo encontré la solución en el rótulo que vi mirándome a un espejo. No es verdad, pero me hubiera gustado. Sí es cierto que apareció en mi mente la idea clarita como pepita de oro brillando en el agua.

– No se preocupen. ¡Encontré una solución brillante! – anuncié sonriente.

– Venderemos la casa de Matilde… – vi cómo se le cayó la mandíbula inferior a Maite, literalmente y antes que pudieran decir nada continué.

– ¡Compraré una casa grande para todos en el segundo distrito!

Pergeñé el plan perfecto cuando vi la pepita bajo el agua. Por supuesto que no tenía en ese tiempo el dinero para comprar una casa nueva, pero tenía un plan. En mis viajes al exterior con la Secretaría de Extensión debía encontrar contrapartes sensibles cuya codicia los asociara en la tajada que yo retendría de los pagos por intercambio con la Universidad.

No imaginé en ese tiempo la magnitud del drama que ahora vivía por haber robado el dinero de las terceras cuotas destinado a comprar la casa en el segundo distrito.

Los meses que siguieron fueron aturullados. Sabía que podía comprar la nueva casa de contado porque ya recibía bastante dinero ajeno en mis arcas pero debía guardar las apariencias; de modo que conseguí un préstamo para la Fundación EFe con garantías de Eugenio Paolini y Marita Locarazza – el Cholo era miembro del directorio de la Fundación- Cumplí en pagar la deuda en los cinco años estipulados.

Aunque la venta de la casa de Matilde me dejaba apenas una nostalgia de recuerdos, para mis hermanos no fue así. Les pesaba el cambio más que el tremendo beneficio de abandonar la pobreza, si es que eso iba a ocurrir. No había suficiente rebeldía en Lara como para dejar atrás su larga vida allí. Hasta me pareció interpretar cierto reproche en sus palabras.

– Salir del Bajo no es cambiar la vida Tilde. O mejor dicho, depende de cómo se sale. Es Jesús quien puede hacer que las cosas sucedan, los demás somos solo instrumentos; incluso tú.

Maite era la más arraigada a la casa. Su afán – y el de Lara- era el de su madre: “una buena educación de los niños”. Venderla fue imprescindible para ese fin pero es posible que no hubiese elegido irse. Pedrito tenía más apego a su madre muerta que a la casa. Él vivía con su novia en el Alto y al no ocuparse de los arribados, rara vez iba al Bajo.

Así pues, cambiar de casa no mostró en mis hermanos el entusiasmo que supuse. No hubo más que unos “Gracias” que reconocí escatimados de contenido. No entendí por más que indagué; solo tuve respuestas esquivas. Como antaño había descubierto que no era la misma vista desde la cima del Cachipote si lo escalas, así percibí que mis hermanos estaban encontrando su salida del Bajo no por ellos mismos sino en el bus que yo conducía; y así no era lo mismo. ¿Podría ser que no quieran salir de la pobreza? Era casi violenta la distancia que ponían entre los hechos y la alegría que suponían. Una violencia que marcaba su territorio alejado de mi imposición. “Se merecen estar donde están los villeros”, pensé. “Cada uno se las rebusca como puede y es el arquitecto de su propio destino”, sería el decir de Luz Azul.

Un hecho que revolvió mi vida con el azúcar en la leche fue haber conocido al Dr. Paolini, a Eugenio. No lo había visto de este modo pero surgió con claridad: él fue y sigue siendo un ejemplo para mí. Mis hermanos no han tenido la suerte de encontrar a un Eugenio. O puede ser que se les hayan pasado algunos sin que lo notaran. Podrían haberme imitado.

Así deambulaban mis pensamientos con más pena que enojo por el desagradecimiento de mi familia.

Siguiendo con lo planificado antes de entregar la casa de Matilde hicimos una fiesta de despedida con globos, torta y títeres. Invitamos a algunos arribados de antes y a los primos Isabel y Cachón que también asistieron. Fueron dos maestros de la N° 31 que completó de emoción la fiesta. La señorita Rosita se había retirado hacía tiempo por problemas con el Fofo. Brindamos y se recordó a Matilde varias veces, incluso leyendo composiciones que ella había escrito.

Recordé en ese momento la negación que tuvo siempre de su pasado. Nunca habló sobre ella misma y solo había respuestas agrias a nuestra curiosidad. Poco después de morir conocí parte de su historia que compartí con mis hermanos: no tengo por qué sospechar que no sea verdadera.

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Un día llegó a mi sesión una anciana mujer.

– Maestro, sé quién eres, Antonio Bonilla. He venido a Lorrico por razones de salud y me enteré de la muerte de Matilde. No sé si te habrá contado su vida en la Región del Tamarillo. Siempre fue muy reservada.

Le dije que algo sabíamos para advertirle que si inventaba podía descubrirla. Con la lentitud que aportan los años perdidos en la prisa de la juventud, relató:

– Soy Antonia Vallés, la amiga no estudiada de la educada Rocío Huamani, tristemente fallecida y casada con Eison Huamani, poderoso corralero de la Región. Murió antes que ella; tuvieron tres hijos. Matilde trabajó en la casa de los Huamani por casi diez años haciendo el servicio y cuidando a los niños. Yo hablaba mucho con ella cuando visitaba a Rocío en su casa. Matilde empezó muy jovencita; venía de un hogar de niños donde creció de la mano de una inmigrante italiana que los cuidaba. Tuvo cuatro hermanos todos fallecidos; uno al nacer, otro en un robo armado, otro por polio y el último en un accidente. Eison fue un presuntuoso arrogante que nunca entendí cómo enamoró de ceguera a mi querida amiga. El muy crápula tenía a la jovencita Matilde como su querida. La familia de Rocío vivía en Tentini y ella viajaba con los hijos todos los meses a visitarlos dejando a su marido solo con la empleada cama adentro que no salía pues no tenía dónde ir. Parece que Matilde era un poco dura para abrir las piernas pero Eison le declaró un amor y un futuro en el que ella confió. Siendo poco más que una niña creyó en un idilio como solo ocurre en novelas de la tarde como las que ella veía. Eison además, tenía otras mujeres de cama afuera. Su esposa fue siempre ingenua, una tonta. Se lo advertí mil veces.

Yo escuchaba en la sesión a la anciana desgarbada contando con pasmosa tranquilidad una historia que no había pedido pero que al fin despertó mi curiosidad, cómo no.

– ¿Cómo sabe usted tantas cosas mi querida señora? – pregunté con mi mejor tono.

– Ya le diré, no se apure… El asunto es que Eison consiguió que su esposa Rocío lo acompañara como enfermera hasta el final de su dolorosa y merecida enfermedad – completó.

– ¿Abuela, ha viajado desde el Tamarillo hasta aquí para contarme la historia? – pregunté impaciente intentando apurar el ritmo que claramente no portaba apuro.

– No Maestro – reaccionó – Ya le dije que vine a Lorrico para ver a un médico y quise tomar una sesión con usted y me enteré de la muerte de Matilde. Algunos creen que a los viejos nos queda poco tiempo y la verdad es que nos sobra el tiempo de cada día; nos faltan cosas para llenarlo. Por eso estoy con usted – sonrió.

– Adelante abuela, adelante.

– Así que Matilde enamorada le fue exigiendo al compadrito que cumpliera con la palabra de separarse de su esposa para vivir juntos ¡Niña estúpida! Sin saber leer siquiera pretendía semejante cosa. Pasó el tiempo hasta que llegó un punto de quiebre. Un día apareció un carro de la policía y la subió a Matilde. Tuvo que enfrentar un proceso por robo. Rocío confiaba ciegamente en ella por años de conducta decente. Sin embargo Eison tenía poder y le había armado una redada denunciándola por robar plata de la casa. Todo una mentira que a Matilde “le indignó el alma”, según le dijo a su patrona. La denuncia no prosperó pero sirvió para enojar a Matilde lo suficiente como para amenazarlo con decir toda la verdad a Rocío. Entonces Eison negoció su silencio comprándole una casa humilde que encontró lejos de la Región de Tamarillo, aquí en Lorrico. La casa del Bajo donde murió.

– La casa donde nos criamos los Bonilla – acoté.

– No sé decirle Maestro – continuó como si nada- si fue Matilde quien pidió una casa en compensación de su silencio o fue un ofrecimiento de Eison. Si fue una extorsión bien merecida la tenía. El poderoso terminó sus días postrado sin sus hijos ni sus mujeres. Solo con Rocío que lo perdonó y le limpió el culo hasta sus últimos días.

– ¿Cómo sabe usted esta historia? – volví a preguntar intrigado.

– Porque cuando el muy idiota enfermó, un brujo le ordenó sacarse las mentiras de su vida si quería evitar el sufrimiento. Eison se arrepintió y confesó a su mujer esta historia y algunas otras. Le dijo a Rocío que ella había sido el amor de su vida. Le pidió perdón. Rocío le creyó y además contactó a Matilde que ya vivía en Lorrico y corroboró los hechos.

Me pareció que la anciana mujer podría haberse quedado un buen rato más ocupando su día con esa conversación. Le di unos minutos de sesión energética y le agradecí su charla. Al despedirla le dije que Matilde había aprendido a leer y le pedí a Maite que le devolviera el dinero de la sesión. Compartí después el relato con mis hermanos y hubo diferentes respuestas pero todos coincidimos en que Matilde siempre fue honesta y nunca buena para el amor.

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Volviendo a la fiesta de despedida de la casa que vendimos, al momento de las menciones recordatorias quedó en evidencia que hay varias Matildes. Pedrito la adoró; mis hermanas destacaron su obcecado afán de aprender a leer y escribir de adulta. Destacaron su decencia y su amor por la educación. Su manía por la limpieza – menos en su aspecto personal con su pelo siempre sucio – agrego yo en silencio.

…Quizá cualquier mujer en su lugar me hubiese tratado como ella, pensé.

-¡Por la mamá más buena que se puede tener en la casa más linda que conocí! – brindó Pedrito.

– Por la ayuda de Tilde – dijo Maite comenzando un aplauso seguido por todos.

Yo había encontrado mi momento de despedida de aquella casa, un rato antes cuando estuve solo unos momentos. La vi a la pelirroja Micaela entrando al patio en su vestido con pintas, escuché los gritos de Matilde, me vi custodiando los arribados, vi a mis hermanos muy pequeños, saludé al timbó. Le dije adiós al Bajo, un barrio pobre que seguiría hundiéndose porque nada iba a suceder para salvarlo.

El dinero de la venta se repartió en cinco partes iguales. Le deposité a Jeremías lo suyo en su cuenta personal de la cárcel y me firmó los papeles que reflejaban la operación. A Pedrito, Maite y Lara los obligué a abrir cajas de ahorro individuales.

Encontrar la nueva casa fue fácil. Por primera vez escrituré una propiedad a nombre mío; de la Fundación en realidad. Ubicada en el segundo distrito encontramos lo que necesitábamos. Con pequeños arreglos quedaron dos habitaciones cómodas más dos salas grandes para varones y nenas, dos baños completos, una cocina y un comedor enorme; patio suficiente y jardín. Siete niños fueron inscriptos en la Escuela Normal N° 31.

Capítulo 5

Estaba próxima la hora en la que debía estar sentado frente al Cholo. En vez de un tercer café pedí una bebida fresca y continué distrayendo a la espera. Pensé en mis sesiones…

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…En el tiempo que llevaba haciendo sesiones había recibido a personas sencillas y otras más sencillas todavía, a personas anónimas y pobres; también a personas públicas y ricas; pero jamás dos visitantes tan sentidos en mis afectos.

Uno fue Eugenio hace cuatro años, en el verano de 1993. Una noche me despedía ya terminada una de las cenas familiares a las que asistía, me retuvo tomándome del brazo y como quien dice una infidencia cuchicheó:

– Tony te llamará la atención este pedido. Tú me dirás. Quiero tomar una sesión contigo.

Su gesto indicaba a cabalidad que era serio y no cabía broma. Reaccioné con toda la naturalidad que pude actuar y le dije que la podíamos hacer allí mismo. Me dijo que prefería verme en Libertadores cuando viajara.

Grande fue mi sorpresa, otra vez ocurriendo cosas que no hubiera podido imaginar. El Dr. Paolini cuestionó tantas veces mi actividad preocupado por la imagen en su Estudio que no era fácil creer que ahora pidiera ser un asistente.

Habíamos construido una amistad entrelazada de afecto personal, apoyo familiar y confianza. Viajamos muchas veces al exterior, nos veíamos en Luz Azul y disfrutaba las cenas en su casa donde yo era el tío soltero de los dos hijos de Marita y el Cholo.

– Mi viejo te trata mejor que si fueras mi hermano de sangre – bromeaba cada tanto el Cholo.

– Estás grande para los celos Cholo – rebatía Eugenio en código de pitorreo.

De joven mi inmadurez afectiva me llevaba a buscar con denuedo a alguien a quien yo le significara algo importante. Por eso el “Te necesito Tilde” fueron las palabras de Micaela que me cautivaron. Acaso ahora, los Paolini son las personas que más quiero y nada tienen que ver con necesidad alguna.

Lo cierto es que no podía creer que a la luz del robo en la universidad estaba en riesgo de tirar todo eso por la borda. “Se puede ser muy estúpido a veces” debería escribir en el cuaderno.

Recibí a Eugenio en mi oficina de la Fundación. Pidió que lo tratara como a cualquiera en una sesión y preguntó cuánto debía pagar.

– Yo estoy a cargo en estos próximos minutos de ayudarte en lo que sea que te ha traído. Por lo demás, si consigues que caiga un rayo en este instante sobre mí, aceptaré tu pago; de lo contrario deberás aceptar mis reglas. No te imaginas cuánto me gustaría hacer algo por ti. Y ahora cierra los ojos mi querido Eugenio.

Yo cerré los míos y busqué concentrarme para atraer la energía universal que debía contagiar de bonanza a mi amigo.

– Veo en tu frente un rótulo del color del miedo. Ya me contarás. Por ahora déjate llevar Eugenio. Olvídate de mí. Quizás veas mi aura. No tiene importancia. Estás solo con tu vida a cargo, en este mundo que deseas vivir con felicidad. Relájate. Respira con lentitud y siente en tu cuerpo cómo entra el aire purificador y luego sale llevándose impurezas.

Luego de varios minutos manteniendo el ejercicio de la respiración para conseguir una meditación que permita descansar la mente, continué.

– Cuando estés en calma con tu cuerpo y tu mente se aquiete me avisas. Pasarán ideas que debes dejarlas ir; déjalas pasar, que fluyan. Solo estás tú con tu respiración. Eres un ser elegido como tantos otros privilegiados para disfrutar de un mundo que puede ser maravilloso si está en sintonía con la energía vital. Respira. Respira.

Luego de callar mi voz en un silencio forzado para la concentración, retomé el calmo decir.

– Imagina una escena de tu vida en la que te hayas sentido feliz, muy feliz; algún hecho o vivencia que te recuerde contento, descansado, despreocupado. Elige solo uno – segundos después- ¿Cómo te sientes allí? ¿Estás solo? ¿Con quién estás? ¿De qué hablan? ¿Por qué estás feliz? ¿Qué ven tus ojos allí? Fíjate con atención en todo. Trata de sentir en tu cuerpo lo que sientes allí.

Observaba a Eugenio como la mayoría de mis clientes, obedeciendo y consiguiendo concentración. Después de otro silencio forzado por un minuto, casi sin interrupción continué:

– Dime ahora en qué te puedo ayudar mi querido Eugenio.

– He tenido una recidiva del cáncer. Ahora puede ser más agresivo que antes y me siento con menos fuerza Tony. Tengo menos ganas de pasar otra vez por el tratamiento.

No me hizo falta preguntar en qué consistía una recidiva y sentí pena en mi corazón. Como siempre ha sido esperé que llegaran palabras para algún decir. Y salió así:

– Veo en tu ser una energía vital que no te va a abandonar. No estás frente a un problema que no tiene solución para ti. Te veo vigoroso en tu interior.

– Pero estoy triste Tilde – dijo interrumpiendo y cambiándome el apodo, vaya a saber por qué.

– De seguro es así, tienes razón para estar triste. Pero es una tristeza inútil como la tristeza de comprender que cuanto más conocemos queda más en evidencia la inmensidad del mundo desconocido. Y no por eso dejamos de buscar el conocimiento. Siempre habrá mundo por descubrir y lo sabes. Siempre habrá batallas que pelear y lo sabes. Hay sabiduría y suficiente energía en ti para enfrentarlas y sobreponerte otra vez y otra vez y otra vez.

Después de unos segundos sin palabra, tomé sus manos entre las mías, ritual muy poco usado por esos tiempos y mirándolo fijo dije:

– Eugenio, debes decidir si pelear o no. ¡Cómo no estar deprimido! Hace años yo estaba atrapado en mi pasado del Bajo y mi vida transcurría entre lamentos. Tus palabras me removieron de ese lugar, Eugenio. Tus palabras ¿Las recuerdas?

– No, pero te recuerdo en esa época.

– ¡No te quejes que demasiado tienes! – dijiste.

Eugenio se sorprendió y me lo dijo con su expresión.

– Tienes una vida que millones de vidas quisieran tener. No es la tristeza el camino para honrarla. Tienes personas que mucho te quieren. Yo entre ellas Eugenio. Si a la decisión de dar batalla le falta alguna razón, la dignidad con la que debes cuidarte, es la razón. Claro que sobrevendrá la tristeza cuando bajes la guardia ¡Véncela! Y Si necesitas saber si cuentas con la energía suficiente para ganar la batalla afirmo que así es. Y que puedes renovarla con meditación. Yo te ayudaré.

Tenía frente a mí a un Eugenio compungido pero no desesperado. El mismo de siempre, más humano, con mucha vida transcurrida. Sentí tristeza por él.

Siete u ocho años atrás Eugenio fue diagnosticado con un cáncer de próstata y recibió tratamiento oncológico. Había adelgazado bastante en el tiempo en que no iba al estudio, lo veía en su casa y dejó de viajar a Libertadores colocando en su lugar al Cholo en la Universidad. Fue entonces cuando llevó a su pareja desde hacía años, Francisca, a vivir al chalet con él. Su esposa legítima, la mamá del Cholo estuvo internada en un centro de salud mental y había fallecido tiempo atrás, pero un extraño pudor anacrónico le había impedido llevar a Francisca a vivir con él.

Yo me enteré de la gravedad de su enfermedad por él mismo cuando ya la había superado. Después del tratamiento los estudios resultaron muy buenos. Pasaron varios años de buena salud hasta que apareció la recidiva y me visitó.

Y volvió a ganar la batalla. Al día de hoy, minutos antes de ir a su casa, Eugenio está nuevamente sano.

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La otra visita especial fue la del Flaco Frías. Desde que lo conocí como anfitrión en su chalet me pareció un hombre sociable, de umbral bajo pero poderoso, decano, director de una universidad, miembro destacado de Luz Azul. Dado a la simpatía por naturaleza, me recibió como a uno más. O como a cualquiera que llegase a él de la mano de su gran amigo Eugenio. Mi relación se acrecentó desde que estuve a cargo de la Secretaria de Extensión sobre todo en mis inicios de involuntaria candidez ante internas del poder. El Flaco guiaba y defendía mis decisiones. Y conseguimos una conexión recíproca de amigable respeto durante los viajes al exterior. Era estupendo cuando se sumaba Eugenio. El único ámbito en el que no entraba mi amistad con ellos era en el de las mujeres. Sé que Flaco tenía sus novias y Eugenio también, pero nunca fui invitado a esos universos privados. Por lo demás, nos conocíamos en los gustos y preferencias de comidas y sabíamos de memoria lo que pensábamos de personajes nuevos que conocíamos por nuestra actividad universitaria. Como cuando jugaba en los bares con Micaela a ver quién era quién.

Hace poco más de dos años, una noche antes de la reunión de Luz Azul me dijo:

– ¿Tony, podría tener una sesión contigo? Parece mentira que hemos bromeado tanto con las visitas que te hacía Eugenio, al “Maestro” y ahora soy yo quien te pide una.

Su mirada no me pareció alarmante pero de igual modo no seguí el registro de broma con las que me llegaron. Respondí que sí y que me a gustaría mucho poder ayudarlo si podía. Al día siguiente vino a la Fundación.

– Tony me han…

Lo interrumpí para recibirlo con una cálida bienvenida marcando las pautas de lo que íbamos a hacer. Le mencioné el color de su rótulo – que nada me indicaba – y lo llevé a un ritmo de respiración necesaria para la sesión. Todo va mejor si se consigue un doliente calmado.

Pasaron los minutos necesarios para que llegara el sosiego y dije:

– En qué te puedo ayudar mi querido amigo – brindando conscientemente un trato exagerado para nuestra relación pero no para un Maestro.

– Tony, me han detectado un cáncer; tengo que iniciar un tratamiento urgente.

Noté algo que no pude determinar.

– Voy a morir. No sé por qué estoy aquí, Tony. Quizá tu energía ayude.

– Lo hará.

– Pero voy a morir y de eso no tengo dudas.

– Todos vamos a morir Flaco – dije quebrando una regla propia. “No importa qué piense del mal que presenten, lo primero es acompañar la dolencia sin juzgar”. Recién después convoco a la energía que llega en palabras.

– Me han dado seis meses de vida Tony.

Sentí un pinchazo en el alma; no podía ser verdad. Tres semanas atrás regresábamos de un viaje a Roma y de seguro no era alguien enfermo. ¡No podía ser! Aunque a mi pesar me explicó en qué consistía su mal y las consultas y estudios que lo demostraban. Era un cáncer de páncreas cuya esperanza de vida era de menos de un año. No se podía operar.

Abandoné por la fuerza mi papel de Maestro y busqué consolarlo y consolarme. El shock de la sorpresa acalló mi don, si es que ronda por ahí. Pedí disculpas y casi a punto de postergar la sesión para otra ocasión, reaccioné.

– La energía universal nos atraviesa a todos y si la disponemos en nuestro favor puede producir milagros. ¡Presenta batalla Flaco! Hay que luchar. Veo que en tu interior hay suficiente…

Seguí con un discurso para infundir entusiasmo y fe en su curación. Le hablé del poder de la esperanza y del amor a sí mismo. El Flaco era un hombre instruido que conocía bien estos argumentos y los habíamos conversado cantidad de veces en Luz Azul. Me escuchaba con una atención educada pero ausente. Percibí entonces lo que al principio no había detectado. El Flaco encubría una resignación que lo abarcaba por completo. Pocos días después de recibir la noticia fueron suficientes para que la tenacidad de su energía se agotara.

– Tony, voy a morir pronto. Si algo puedes hacer por mí, ayúdame a morir.

¿Cómo podría ayudar a alguien a morir?

– Claro Flaco – respondí – Tendrás mi mano y mi energía acompañándote. Tendrás la compañía de tus amigos y a tus libros…

– Vamos a ver – interrumpió ensimismado – vamos a ver si para algo sirve ser culto en estas horas. Si fuera ignorante, Tony, o hubiera encontrado un sentido de vida en la fe, hoy sería más fácil. Hoy quisiera tener un credo, cualquiera que sea pero no lo tengo a pesar de que intenté la fe, Tony. Dios sabe que muchas veces intenté la fe y siempre fracasé – repitió esbozando una sonrisa tenue; siguió – Si tuviera algún dios aceptaría la muerte como su voluntad y ya. En cambio yo debo aceptarla como se acepta la lluvia sin que ningún saber de libro pueda detenerla.

– También con una fe a cuestas estarías temeroso amigo mío. Nadie vive como Dios manda. Y el juicio que viene es por toda la eternidad.

Hablábamos de la muerte como no lo había hecho nunca. El Flaco no necesitaba información ni sabiduría prestada de nadie; necesitaba ser comprendido en su pesar, como todo sufriente.

– Tony ¿crees que no tengo miedo? Tengo miedo al dolor. ¡Y nada me importa que parezca una debilidad! Abandoné la compostura del Flaco de siempre Tony. Ése ya se murió malditamente antes de lo que imaginé. Tenía proyectos Tony, sueños… – se quejó.

Podía ver el desconsuelo del Flaco en cada línea de su expresión. No hacía falta un don. Podía sentir su tormento. Después de unos segundos de recuperación, continuó:

– …Aunque te doy razón en algo Tony… cuando acepté que moriría tan putamente pronto, puse mi cara en un espejo “No ha estado tan mal” me dije.

Volvimos al ejercicio de meditación que limité solo a concentrarnos en la respiración. Al finalizar le expresé mi pesar y le pedí que peleara.

– ¿Eugenio lo sabe? – pregunté cuando salía.

– Claro, hace tres días.

Fui a su casa un par de veces más para mantener sesiones energizantes.

Tres meses después el Flaco Frías falleció.

Hubo una ceremonia conmovedora en la Facultad de Economía de la Universidad del Valle. Todas las autoridades estuvieron presentes, más profesores y alumnos. Incluso recibí a un representante de la New York University que viajó especialmente para asistir al homenaje de despedida al Dr. Frías. También estaban los amigos titulares de Luz Azul, por supuesto: Eugenio Paolini, León Cortinez, el Gordo Anderson, Denis Chemirca y Borselino y otros que participaron como invitados a las tertulias en distintas ocasiones. Cholo y Marita y mi socia Florencia. Había personas que no conocía, algunas mujeres y también su ama de llaves, Adela, una señora mayor que cuidó del chalet y de él por años.

El rector de la Universidad dijo unas palabras de despedida resaltando sus cualidades académicas y su constricción responsable al trabajo. “Ha sido un honor para esta Universidad contar con la participación, la lucidez y la amistad del Dr. Laurentino Frías”. Luego fue el Dr. Paolini quien habló. “El querido Flaco fue un hombre amable y agradecido de la vida; un amigo como pocos, un amigo de esos que cualquiera quisiera encontrar; una hombre bueno que hacía que todos fuésemos mejor persona a su lado”.

El acto con el féretro presente, fue cargado de una tristeza genuina; quizá por lo inesperado de su partida o tal vez porque el Flaco muerto se convertía en súper humano. Supongo que en algunos casos será normal. Me emocioné aunque sin lagrimear como muchos de los presentes. Entendí que yo también lo quería al Flaco. Sin embargo me abarcaba una melancolía que excedía la pérdida de quien era un franco aliado en mi trabajo, un compañero de viajes, un caballero culto que abrió su chalet para recibir a un ladero menor de su amigo Eugenio hace años.

Mi pesar era también por caer en la comprensión de la finitud de la vida. Obviamente no era descubrir lo nuevo y por cierto no era mi primer vecindad con la muerte. Desde villeros del Bajo, el Trompa y Matilde, claro; y visitantes de mis sesiones y muchos otros mortales testimoniaron ante mí que la muerte existe. Pero también sé que el fuego de la hornalla quema y eso no es lo mismo que tener el pulgar con una tremenda llaga. En pocos días la quemadura sanará y todo regresará a su lugar a pesar de que el fuego seguirá quemando.

Las últimas dos semanas había estado Eugenio instalado en el chalet parar colaborar con Adela en turnos durante la noche. El Flaco no quiso ser internado en el sanatorio. Ella controlaba la limpieza y hacía la comida pero contó que el Dr. Frías hacía tiempo que no se alimentaba más. Ni un bocado. Se negó hasta con malos modales que nunca le había visto, según relató con tristeza.

– ¡Esto tiene que terminar rápido Adela! ¿Es que no lo entiendes?

“Tampoco tomaba los remedios salvo los calmantes” “El Dr. no quería seguir viviendo. Con otra actitud quizás no hubiéramos llegado a esto”.

Eugenio tampoco consiguió alimentar a su amigo, si es que intentó hacerlo. Recibía en las tardes al enfermero y es todo lo que podía hacer. Adela le dejaba su cena preparada y así continuaban días tras día.

El Flaco no tenía herederos salvo la única hija de una prima de su madre. Su patrimonio no era inmenso pero mantenía ahorros importantes en dinero más su auto y el chalet. Antes de su partida el Flaco acordó con sus amigos de Luz Azul lo siguiente: Donaba el chalet con la condición de que lo mantuvieran como sede de un club que se constituyó en su presencia y se denominó “Club Luz Azul”. El estatuto mantenía el espíritu que llenó la biblioteca por tantos años y lo imponía como Presidente Honorario. Todos los socios fundadores firmaron. La novedad es que se abría la admisión de nuevos socios, claro que mediante un riguroso procedimiento. Yo estuve entre los primeros.

El dinero reunido por la liquidación de cuenta y la venta del automóvil fue repartido entre la heredera y Adela. Ella sigue viviendo en su mismo cuarto en el chalet y sostiene los asuntos de la sede del club hasta la actualidad.

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Hojeaba en el cuaderno la última frase que leí: “Murió el Flaco. Nadie vive para siempre” Pedí un lápiz de tinta al mozo y agregué: “Tengo suerte de estar vivo. No tuve accidentes en la ruta” Me refería a los regresos en el automóvil desde Lorrico todos los jueves a la noche, habiendo bebido de más y con sueño, durante años, sin ningún accidente, es casi una provocación a la muerte, una apuesta que no ha sido aceptada; como cuando se dobla la apuesta del póker y todos se retiran. A veces he llegado a casa sin recordar cómo después de haber manejado doscientos kilómetros.

Para eso sirve anotar en este cuaderno, para pensar; que es más que reconstruir la vida cual álbum de fotos. Lástima que en estas horas críticas no encuentre algún auxilio de ideas.

Capítulo 6

Está próxima la hora de llegada de mi amigo. Suena el celular. Hay cambios de planes. Cholo avisa que no viene al bar; nos espera Eugenio en su casa en una hora. No recibo más explicaciones y presiento que tampoco él las tiene. Nada dice mi intuición respecto del cambio y nada quiero inferir. Lo mejor que puedo hacer para lidiar con la ansiedad, es seguir con las frases: “Marina me ayuda a esperar”

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¿Extrañas el amor Tony? Pregunta el Rafa, un amigo sevillano que se burla de mis confesiones.

– ¡Joder, eres incorregible!. Estás enamorado del amor. Es que no sabes que hay que mantenerse cerca pero no pegado a las mujeres. ¡Son el fuego!

El Rafa tiene el mismo cargo que yo en la Universidad de Sevilla y compartimos “noches de recreación laboral”, según denominaba nuestras visitas por el barrio del Arenal. Se jacta de no haber estado enamorado nunca en todos sus años vividos, que deben ser poco menos que los míos. No necesita ni extraña ningún amor. “Es la máxima libertad que no conoces y por eso no deseas, Tony”

Pero ese es el Rafa. Era él quien no conocía el apuro por ver a la enamorada cada día. Por eso no lo deseaba.

Yo buscaba un amor porque sufría sin encontrarlo; como si mi naturaleza demandar el agua para calmar la sed. Y tenía en Florencia una compañera brillante, la mejor socia del mundo pero con una barrera sentimental acordada. Tampoco pude enamorarme con mujeres de cama, otras Cletys en estos años a pesar de encuentros que fueron prolongados muchas veces.

Le puse empeño pero ya lo había aprendido: tal como a la fe, al amor no se lo busca, el amor sucede. No se puede programar ni siquiera intentar. No tiene razón Erich Fromm cuando lo declara un acto de la voluntad. No en mi caso. Yo quería querer y nada ocurría. En mis sesiones escuchaba mucha decepción por asuntos del querer frustrados. Mi consejo era abrir el corazón como la ventana que autoriza al aire fresco ¡Permite a otros que te amen! ¡Depende de ti! Solo tienes que liberar tu energía; ella encontrará tu compañera o compañero. Palabras huecas para mi experiencia, con una excepción, Marina Kelly.

A mis 47 años llevaba una vida llena de mujeres vacías. Tal vez no eran ellas, tal vez era yo que por haber amado tanto a Micaela agoté mi cuota de amor eterno; absurdo.

Prefiero volver a Marina. En uno de mis viajes a New York la conocí y desde el principio ya asomaba un aleteo diferente en mi corazón. Era la propietaria de una empresa de servicios turísticos que contaba entre sus clientes a la New York University. Organizaba visitas a la ciudad para los grupos de alumnos y profesores de intercambio de todo el mundo.

Marina es diecisiete años menor que yo y se nota en un impresionante cuerpo joven partido al medio por una pequeña cintura y enfundado en una piel tersa con olor a gardenia. Es chispeante; podría ser vendedora de seguros o regalos empresariales o cualquier cosa. Marina es una mujer seductora aunque intente disimularlo. Tiene dos manchas en su haber…”prontuario” sería la palabra de los tiempos de Locarazza; una es su carácter ambiguo e impredecible que puede resultar malhumorado o cariñoso dependiendo de razones misteriosas. Ella dice lo mismo de mí. Puedo ser su chocolate amargo preferido o un agrio jarabe sin remedio. Y la otra es su desconfianza a personas y al mundo. Y a mí.

– No es a ti sino al diablo que tienes dentro. Todos tenemos un malo adentro Tony – se excusaba.

Atraigo a mujeres desconfiadas parece. Ya lo era Micela y mucho. La desconfianza interrumpe la frescura esencial de una pareja. Marina tiene días con la dulzura estrangulada y su encantador hechizo se puede desvanecer como estrellas en el amanecer sin razón aparente.

– Hoy no tengo un buen día – son las primeras palabras que escucho a veces cuando hablamos regularmente por teléfono.

Hay algo de inaccesible en ella que me empuja a conquistarla cada vez que la veo; y llevamos cinco años de relación. Pero es la distancia la principal razón de nuestro frecuente desencanto. Arrienda un loft en el East Village de New York y yo vivo en mi casa de Libertadores. Nos vemos regularmente, cada dos o tres meses en su casa o en la mía; nunca por más de una semana, como si fuese la dosis recetada para el buen amorío. Después nos despedimos desilusionados, yo de su carácter y ella del mío. Una semanas de ausencias después, como en un círculo en el que se ventila el ensueño, aparecen otra vez las ganas de vernos. Los reencuentros tienen la fogosidad de sus frescos 30 años que mantienen a mis 47 en buen estado. Las curvas de su cuerpo son el modelo de un valioso violín que invita a ser tocado casi con reverencia previa. Pero un instante después aflora la misma lujuria sin restricciones de mi juventud.

– La madurez es rica como la miel – dice Marina cuando está entonada y enloquece besándome sin permiso.

A mi vez, yo sigo delgado como todos los Bonilla y con la misma pasión hormonal de joven que por cierto nunca se detuvo en ningún límite. Así resulta de placentera nuestra relación. Hemos viajado a Madrid y a las Islas Canarias en vacaciones. Conoce a mis hermanos y yo a su familia. A veces ha venido por cuatro o cinco semanas a casa.

Marina anda en bicicleta, le gusta ir a bailar, comer la fruta en la calle y tomar helado. Le gusta los buenos restaurantes sin importarle el juego de quién es quién. Maneja con éxito su agencia de turismo; cuando podemos hacemos escapadas de tres noches a la playa. Le gusta la música de U2, Michael Jackson, Madonna y casi todos los demás. Su energía está en sintonía con el Village de New York y los miles de jóvenes de su edad que caminan esas calles llenas de arte y vidas osadas.

“No te quejes que tienes demasiado”, podría recordarme a mí mismo. Pero como si funcionara con una flecha hacia arriba, a favor, o lo opuesto, Marina tiene muchos momentos deprimida por su descreimiento de todo y todos, incluso de mis sesiones. Desconfía hasta de ella misma cuando le va muy bien. Nunca ve las cosas simples porque todo tiene algo por detrás, como suele decir, “Habrá que ver qué esconde”. En meditaciones que hemos hecho juntos creo descubrir de dónde le viene dado ese temor; mas no hay valor en saberlo pues siempre se pueden encontrar razones que justifican lo que hacemos y no por eso se cambia la conducta.

Es una pena que teniendo todo lo que se necesita para brillar, mantenga la mitad de sus días en sombras. “Habremos de ser lo que hagamos, con aquello que hicieron de nosotros” decía Sartre según don León Cortinez. Imagino que tiene la vida por delante para evolucionar pero no estoy seguro que los cambios en el temperamento de una persona, alguna vez sucedan. Mas bien creo que las personas no cambian esas raíces.

En cuanto a nosotros, Marina es monógama como la mayoría de los pájaros – aprendido de Borselino -. Actúa como si no fuera celosa pero es mala actriz. Cuando la conocí me hechizó. Los problemas tardaron en llegar pero aparecieron y perduran hoy. Sentí por ella una atracción que no recordaba desde Micaela. Imagino, por lo que de una y otra forma me dijo, que yo la enamoraba con mi rango jerárquico en la Universidad y la mezcla de mis conocimientos callejeros con los académicos. Conocimientos que cuestionaba siempre sin excepción pero que en nada me molestaba. Para ella mi mundo de la Fundación era un tema lateral y tenía un encono especial con Florencia.

Hoy veo en Marina alguien que me ayuda a esperar hasta que mi corazón encuentre un amor. Le estoy pidiendo que busque un compañero joven que la contenga en New York con la esperanza de mantener nuestra relación como siempre, unos días cada tanto, pero sacando del medio la fidelidad y el amor que nos separa. Se puso furiosa cuando se lo mencioné

algunas semanas atrás y no tengo señales de ella desde entonces

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Llamé al mozo que es el cajero y aparente dueño; pagué la cuenta. Estaba en hora de asistir a la casa de Eugenio para recibir la sentencia del Cholo. En el pobre bar había repasado, con el cuaderno, los últimos años de mi vida. Catorce años en pocas horas. Ahora me disponía a asistir a la reunión convocada para recibir el veredicto.

Capítulo 7

Llegué a casa de Eugenio y pasé al mismo living de siempre. Acababa de entrar el Cholo. Eugenio sirvió tres whiskys con hielo. Lo vi con el semblante más demacrado que el testimonio que de por sí darían sus muchos años.

Sin ninguna introducción repasó la situación para poner en acuerdo lo que sucedía. El robo se hizo en connivencia con otros directores de universidades, susceptibles de ser tentados con la codicia. Se hizo una vez por año en la última cuota de matrícula durante bastante tiempo. Ya se había terminado con el procedimiento. Hace poco el Cholo descubre un depósito incorrecto de la Universidad de Sevilla. Él descubre el delito y yo confieso la verdad asumiendo la responsabilidad.

– Hijo, de seguro habrás evaluado el riesgo para el Estudio de que salte a la luz lo que ha venido sucediendo sin que nosotros lo hayamos impedido o denunciado.

– Correcto – dijo parco el Cholo.

Yo guardé silencio.

– ¿Has hablado con Marita?

– No- respondió.

– Respetaré lo que decidas Cholo; hace tiempo que estás a cargo del Estudio y lo haces bien, no interferiré. Estoy grande para lidiar con estas tensiones. Está en juego nuestro principal cliente.

– Y más – corrigió Cholo. – “Todos los clientes” – subrayó- conocen la importancia que tiene la Universidad para nosotros. Desvincularnos de ella sería sospechoso para el prestigio de nuestro negocio. Sin hablar de la posibilidad de que se convierta en noticia pública en cuyo caso podemos perder todo ¿Quién va a creer que no sabíamos nada siendo Tony mi mejor amigo y ocupando la dirección de la Secretaría impulsado por nosotros?

Escucharlo decir “mi mejor amigo” me tranquilizó. Sabíamos que era así pero es distinto escucharlo.

– Soy consciente de la caída en picada que sería el escándalo para la Fundación y tu prestigio, Tony. Pero no fui yo quien provocó esto – me dijo sin mirarme enfocándose en su whisky.

Eugenio preguntó cuál era mi relación actual con los susceptibles; consideraba que podría haber una filtración de la verdad por alguno de ellos. Respondí que no había ningún registro de nada para defender una supuesta delación que además no podría hacerse sin quedar involucrado el denunciante. Ninguno de ellos sabía de los otros.

Dimos vueltas al asunto, las típicas que buscan demorar lo que es incómodo decir y escuchar.

– Tony, no busqué esta situación – repitió el Cholo – Si el Estudio no estuviera en juego sería totalmente distinto…

– No me arrepiento de lo que hice, pero sí de las consecuencias que tiene sobre nosotros tres y sobre el Estudio – dije recordando la frase escrita en mi cuaderno. – No pensé ni remotamente en que esto podía complicarte Cholo. Tenía que comprar una casa para los niños de mis hermanas en el segundo distrito y la tajada que le sacaba a la Universidad era indispensable…y despreciable para la Universidad. El papeleo era muy simple. De hecho falló después de años y por el imbécil de un tal Herrera de la Universidad de Sevilla.

– ¿Por qué no me lo dijiste Tony?

– Quizás pensé que era mejor para ti no estar enterado. La verdad es que no lo sé. Nunca pienso en el futuro y menos como una fatalidad.

– ¡Pero cómo no vas a considerar que algo podría salir mal y cuáles eran las consecuencias! Es infantil creer que eso es cierto.

– Pero lo es. Siempre he vivido en un inmenso presente que ocupa todo mi ser. El futuro llegará de todos modos, me preocupe o no.

– ¿Estás mintiéndonos en algo en esta charla Tony?- intervino Eugenio – ¿Hay algo que debiéramos saber? Pase lo que pase, después no quiero enterarme de nada que no se diga en este momento ¿Está claro?.

– Si Eugenio. No hay nada que esté ocultando – afirmé – No puedo ser más sincero. Fui yo, Cholo, quien te contó lo que hice; podría haberlo negado.

– Lo hubiera descubierto – acotó Cholo.

– Es cierto. Solo actué con la sinceridad que exige la amistad.

– ¡No te hagas el santurrón que no te queda bien! ¡Pero si nos has mentido diez años, caradura! – brotó el Cholo – ¡No puedo confiar más en ti Tony, que te quede claro! No me lo dijiste porque tendrías que haber compartido el botín.

– ¡Nadie cuenta las trampas boludo! – reaccioné.

– No tuviste el menor miramiento. Cuando robaste no pensaste en cómo nos afectaría. Nunca te importó nada porque siempre eres tú el único que cuenta.

– No es así – dije con la cabeza gacha y en voz baja.

– ¡Sí que es así! Hasta el día de hoy no has considerado nada fuera de tu interés.

– Sabes que no es así – repetí.

– ¿Qué has hecho de bueno por mí, por mi padre, por el estudio?

-Sea lo que sea que resuelvas, nunca diré que tú estabas al tanto de nada.

– ¡Pero por supuesto que no lo estaba! ¡Lo único que faltaría! – gritó casi perdiendo el control.

– Pero puedo mentir y la sola duda y hasta quizás una investigación daría por la borda con todo.

– ¡No serías capaz!

– ¡Claro que no! – levanté la voz con fiereza – ¡Ese es mi límite Cholo! ¿Qué te pasa? Soy el de siempre y no soy un delincuente. ¡Tengo códigos carajo!

– ¿Y yo no?

Seguimos unos momentos en el tono áspero que arrastrábamos de las charlas anteriores en las que terminamos mal.

– Están en mi casa señores – advirtió Eugenio con voz baja.

Bajamos el tono; aún sin gritar el Cholo estaba encolerizado pero contenido. Por primera vez después de años le vi mordisquear su labio superior… o un gesto muy similar. Continuó hablando sin parar ni permitir interrupción alguna. Mantuve un forzado silencio. Eugenio buscó calmar a su hijo y cuando lo consiguió, supongo que quiso desviar el rumbo y preguntó:

– ¿Por qué interrumpiste todo hace dos años Tony?

– Porque hay que saber retirarse a tiempo. Simplemente ya no me hacía falta. El préstamo de la casa lo tenía recontra pagado.

– Eres millonario Tony – balbuceó el Cholo.

– Sabes que no es así. Y mucho menos hace catorce años.

No hubo comentarios.

– Y bien, ¿qué harás Cholo? – retomó Eugenio – Delante de Tony y para que quede claro te hago notar que ni siquiera has preguntado mi opinión. Los viejos sabemos mucho por los años de experiencias vividas pero, sabes una cosa, la cercanía de la muerte enseña aún más.

Las palabras tenían un significado que no pude absorber en la ligera pausa que hizo para seguir:

– Voy a apoyar lo que decidas hacer. Estoy escuchando los argumentos. Si encuentro que algo falta o sobra lo diré. Sí quiero decirte Tony – me miró a los ojos – que lamento profundamente que hayas llegado hasta aquí.

El Cholo balbuceó algo con carácter de disculpas hacia su padre. Sobrevino después un seco silencio que debe haber sido breve pero incomodó. Los tres al unísono tomamos un sorbo de whisky sin mirarnos.

Desde que se destapó todo hasta ahora nunca pensé seriamente en un plan de acción por si todo se desbarrancaba. Una voz tenue pero persistente en mi interior, decía que nada tan grave iba a suceder. La he escuchado cada día. Acaso estaba equivocado pues las señales que recibía de esta reunión sugerían lo contrario. El Cholo mantenía su posición tal como había sido su reacción al enterarse.

– Querido Tony – empezó diciendo mi juez y de inmediato percibí el peligro – No puedo arriesgar el futuro del Estudio. Somos varias familias que vivimos…Son años de trabajo que no se recuperarán del golpazo que recibiríamos.

La firmeza de su posición me llevó a pensar que mi amigo estaba escondiendo un afán de aprovechar el momento para adueñarse de la Secretaria a mi cargo. La idea me dio repulsión… pero no la busqué, apareció de la nada en mi mente. Nadie está libre de toda crueldad. Volví a mi eje…conocía a mi mejor amigo, no sería él capaz de destruirme por el cargo, razoné.

– ¿Y si te garantizara que el Estudio no tendrá que enfrentar ninguna consecuencia? – atiné a decir para ahuyentar el sobresalto.

– Ya lo pensé y no encuentro la forma ¿Tienes alguna?

– Tendría que estudiarlo…todos sabemos que no la hay – me sinceré.

Una vez más me insulté por haber llegado a este extremo; y me maldije por haber incluido a contrapartes en el asunto. Si lo hubiera hecho yo solo no estaría aquí. Pero no se podía. Desde que hacía de “vista” en la banda de Los Petecos tenía aprendido que las trampas nunca se hacen sin el apoyo de otros; nunca solo. Estaba equivocado.

Fue en vano argumentar nuevamente que no existía un riesgo tan alto para el estudio porque era casi imposible que se descubriera la maniobra sobre todo considerando que hace dos años estaba desactivada.

– Es fácil hablar de bajo riesgo si el que pagará el pato será el Estudio. Para ti el riesgo es cero. Siempre igual. Siempre has vivido tomando decisiones sin tener nada que perder. Para todos nosotros es poner en juego todo lo que tenemos.

– Yo también pierdo todo si se destapa la hoya, sin duda. En el caso del Estudio son solo conjeturas.

Sabía que lo propio del riesgo es que su percepción sea absolutamente individual, subjetiva. Sabía que el miedo por lo que pueda ocurrirnos puede ser peor que el hecho en sí aunque nunca sobrevenga. Eugenio se mantenía tan parco y cauteloso que incomodaba. En realidad esperaba otra participación de él al suponer que por algo nos habría citado. Otro irritante silencio sobrevino; el vaso de whisky esperaba un sorbo y los tres acudimos a él como si fuera la escena de una obra de teatro ensayada.

– Parece que tienes resuelto entonces lo que vamos a hacer – dijo Eugenio mirando a su hijo.

– Sí. Le he dado muchas vueltas y me duele mucho hacerlo…todo es confuso…

Llevábamos más de cuarenta minutos conversando…

– Hay algo que no parece estar en consideración señores – solemnizó el Dr. Paolini. Nos miró y continuó:

– Se ha evaluado el caso desde sus diferentes ángulos tal como un expediente jurídico. Muy bien. Hablemos ahora de la amistad.

Nos miramos con el Cholo sin comprender.

– ¿Se resuelve igual el caso si está involucrado un amigo o si no lo está? ¿Da lo mismo quién es ese amigo?

– Eso es lo que me duele justamente Papá – dijo el Cholo – Si no fuera Tony no hubiera dudado un segundo en lo que debía hacer.

El decir de Eugenio era lento como si estuviera pensando de a una las palabras.

– Cuando los invité no sabía si iba a contar lo que voy a decirles ahora. Pero lo haré.

Las palabras generaron expectativas pero no alcanzaron a formar ninguna emoción porque de inmediato continuó.

– ¿Recuerdan el caso de los robos sobre morosos que descubrió Tony en la Universidad hace años?

Sin esperar respuesta continuó pero de inmediato yo recordé a la morena Erika que me había contado la aventura del decano Frías con la ladrona, una tal…

– …La administrativa encargada, una tal Rosario confesó su delito y fue despedida ¿Lo recuerdan? – redondeó Eugenio.

– Claro que sí – respondí con seguridad. El Cholo asintió con la cabeza aunque él no tenía precisiones por entonces de lo que sucedía entre el Estudio y la Universidad. Yo resumí en pocas palabras los hechos que recordaba muy bien y que impulsaron mi crecimiento en el Estudio y en la Universidad.

– Rosario era una amistad que tenía por entonces mi amigo el Flaco – siguió diciendo Eugenio.

La tensión que soportaban los músculos de su rostro dejaron notar el pesar con el que hablaba sobre su amigo fallecido. Quedó claro el significado de sus palabras que corroboraban lo que yo sabía pero me sorprendió que quebrara el sigilo con el que cuidaron siempre sus asuntos de amoríos. Prolongó la pausa de su relato a extremo y luego:

– Él no podía desconocer lo que hacía Rosario – nos dijo.

La sentencia me pasmó. No estaba claro hacia dónde nos llevaba el relato. El Cholo escuchaba con impaciencia.

– El Flaco terminó confesándome que estaba al tanto de todo y de hecho se quedaba con parte de lo robado a los morosos.

Se amontonaron pensamientos y sensaciones. No se emitió opinión alguna supongo que por respeto al muerto. Pasada la conmoción del instante fue el Cholo quien habló.

– ¿Y qué pasó Papá?

Eugenio estaba visiblemente entristecido.

– Pues nada hijo – respondió monocorde – ¿Debería haberlo denunciado? – preguntó levantado sus ojos hasta donde encontró los de su hijo.

El Cholo procesaba las palabras. Guardó silencio. Los tres entendíamos lo que sucedía. Terminamos el amarillo empalidecido de nuestras copas.

– No había riesgo para el Estudio – dijo por fin el Cholo.

– Dos directores conocían la relación con Rosario y se preguntaban cómo era posible que el decano no supiera lo que hacía su amiga. Quizás tú Tony…Tilde de entonces, se lo preguntó también. Nunca dijiste nada.

– Cierto. Y sobreviví sin una respuesta – dije sin necesidad, intentando acallar mi nerviosismo.

– El Flaco fue mi mejor amigo hasta sus últimos días, ustedes lo saben.

Los cuarenta músculos de la cara del Cholo parecían de piedra. Yo al contrario, me sentí relajado como si me hubiesen exculpado.

– Pero entonces da lo mismo ser tramposo que no serlo – afirmó a modo de pregunta el Cholo después de unos instantes.

– Un poco tarde para esa pregunta mi amigo; tenemos cerca de cincuenta años- rezongué.

– ¿No hay una manera “correcta” y otra “incorrecta “de proceder? – insistió sin atender mi chanza.

– ¿Da lo mismo robar que no robar?- seguía Cholo preguntándose a sí mismo pero buscando una opinión de nosotros. Eugenio se mantenía prescindente.

– ¿De verdad lo preguntas? – dije.

– ¡Pues claro que sí!- Y continuó:

– Imagino tu respuesta y te aseguro que no coincide con la mía. Porque no es lo mismo ser chorro que no serlo; no es lo mismo hacer las cosas bien o mal; no es lo mismo ser honesto en el trabajo que no serlo…

– ¿En el trabajo somos todos honestos Cholo? ¿No tenía que ocuparme yo de encontrar bajezas en la gente para apretarla?- lo dije consciente que me daba la orden la persona que estaba a mi lado – ¿Ya no se hace esa práctica en el Estudio? ¿Eso es bueno o malo? ¿Está mal hacer lo incorrecto si el fin es bueno? ¿Ganábamos los juicios o no? ¿Y no teníamos que desconfiar acaso hasta de los propios clientes que nos hacían trampa con sus mentiras u ocultando sus bienes?

Un respiro después continué.

– Y ni hablar por fuera del trabajo Cholo…

Estuve por preguntarle qué era ser honesto con la familia pero alcancé a frenarme.

– Estas acostumbrado a engañar a todo el mundo en tus sesiones así que entiendo que sea normal la mentira para ti. Pero no para mí.

– ¿Crees que ayudaría yo a mis pacientes si les dijese:….”no voy a mentirle, no sé si tengo un don, tal vez sí tal vez no; pero como soy bueno trataré de ayudarlo” ¿Qué crees Cholo? Te lo diré yo: Con mis supuestas mentiras – dije haciendo comillas con mis manos – ayudo infinitamente a más gente que tú con tus verdades.

Ahora era yo el irritado. Después del rotundo ejemplo que nos dio Eugenio con su amigo, salía el Cholo con esta pregunta de moralina. Él no se inmutó con mi enojo sino más bien lo contrario; con la voz pensante dijo:

– Hace mucho que me pregunto si hacemos las cosas bien en el Estudio. A mis cuarenta y siete años no tengo respuesta. No sé si es un avispado el que roba y yo un estúpido o si uno tiene que estar en la cárcel y yo afuera. Y no lo digo en relación a lo nuestro Tony. Es que no he encontrado un sistema propio de convicciones sobre lo que está bien y lo que está mal; lo justo y lo injusto. Así de simple. Parece una confesión que no viene a lugar. Perdón.

– ¿Podrías hacer bien tu trabajo en el Estudio si no te corrieras un centímetro de lo correcto? Cholo, la vida es una jungla con todo tipo de animales dentro; aunque no los veas están al acecho. Y hay que ser fuertes. La vida es jodida. ¿Por qué tenemos que ser nosotros las palomas? La vida no es justa y pensar lo contrario es llenarse de frustraciones inmerecidas que en nada cambiaran la realidad.

– Yo pienso en mis hijos y no quiero aceptar que sea como dices Tony.

– ¿Cuántas veces te has encontrado con agachadas de colegas de otros estudios jurídicos? Somos todos iguales; más fuertes o más débiles. Pero todos robaríamos si no tuviésemos miedo a ser descubiertos.

– ¡No es verdad! Yo no entro al supermercado buscando llevarme algo sin pagar.

– Por la vergüenza de que te atrapen en la salida.

Parecía una conversación sobre filosofía de vida en un póker a las tres de la mañana. Pero no lo era. Eugenio callaba cualquier comentario. Me pareció que nos escuchaba como lo hace el policía ante los mismos argumentos de reclamo que siempre hace un infractor.

– ¿Qué dice tú Papá? – rompió el Cholo.

– Estamos hablando sobre el núcleo de lo que somos, de nuestra ética como especie. León Cortinez nos enseñó la doctrina de la moral humana de Kant y sus Imperativos Categóricos y el Utilitarismo de Jeremy Bentham. Pero no podría reproducir lo que para León explicaría con sencillez y tampoco es éste el momento. Solo rescato esta máxima: “Si se actúa con buena voluntad no hay reproche moral sobre las consecuencias” Bentham quizá defendería la beneficiosa utilidad que tuvo el dinero robado.

Siguió la animada conversación hasta el segundo llamado a cenar. Lo importante ya se había dicho y solo hubo rebotes fragmentarios. Al ponernos de pie enfrenté a mi amigo y con las manos en sus hombros y mis ojos en los suyos dije:

– La verdad está dentro de cada uno de nosotros. Eso es lo que cuenta Cholo. Eres una gran tipo. – Terminé la frase con la voz quebrada pero creo que no lo notó.

Después miré a Eugenio y lo abracé sin emitir sonido por un segundo pero luego dije:

– ¡Gracias Eugenio!

– ¿De qué? – respondió.

El Cholo se acercó por detrás y me abrazó.

– No va a pasar nada. Vamos a tener suerte como siempre hemos tenido amigo – susurró conmovido.

– Gracias. Gracias.

_____________________________

Los días fueron pasando. Hablamos más de una vez con el Cholo de esa noche y esa íntima conversación. Hablamos de la amistad, del Flaco y de Eugenio. Le propuse hacerse socio del club Luz Azul. Yo firmaría la aplicación para presentarlo. “Va a ser un buen regalo para tu padre”.

Sentí con evidencia que la amistad tiene una categoría de amor imprescindible. “Si el Cholo hubiera sido mujer se hubiera llamado Micaela”, pensé en broma.

Compartimos por unas semanas una alegría parecida a la de terminar las clases del año en la N°31 con los todos los exámenes aprobados. Regresó la confianza plena.

Uno de esos días, descolgado de lo que hacíamos, mi amigo dijo:

– Tony, a veces pienso que es tan grande el cariño que te tiene mi padre que hasta puede haber sido mentira lo del Flaco.

– ¿Cómo?

– Ya lo escuchaste. No importa…la verdad no tiene por qué ser siempre tan importante.

Parte III

Capítulo 1

Quererse a uno mismo no es sencillo si se lleva bien la cuenta de quién somos en realidad. Quizá por eso es más fácil querer a los demás, a quienes no conocemos en sus laberintos emocionales, magras intenciones o cuitas escondidas; a quienes vemos fingir una empatía de convivencia que aceptamos como a olas en el mar.

Sin embargo y sin vergüenza confieso que anida en mí una verdad secreta. “Yo sí puedo, simplemente, quererme”. Estoy conforme conmigo mismo y no es por desconocimiento de mi patio trasero. Vivo mi vida en forma consciente llevando la cuenta de quién soy y hasta registro en el cuaderno hechos vividos que quisiera que una tachadura los deshaga pero no es posible.

No muestro esa estima a los demás para evitar el normal rechazo que provocaría. Y porque la empatía me resulta próxima; los años me enseñaron a ponerme en el lugar de quien viene a la sesión. Aprendí a sentir que quienes lo hacen por una limpieza sanadora, desde superar el miedo a los perros hasta una doliente mujer que llora la reciente pérdida de su esposo, todos tienen por igual una angustia propia que necesita ser aliviada.

Tal vez, ser como soy explique que el amor me cueste. Me cuesta amar a una mujer. Acaso nada impedía enamorarme de Marina si solo aceptaba sus humores de juventud; pero todo lo que vivía con ella me lo hacía difícil. Quise quererla, hice fuerza para quererla pero no pude. Mantuvimos la distancia, ella en New York y yo en Libertadores y perdimos al fin el aliento para justificarnos juntos. Se enamoró de un muchacho que luego fue su socio. De igual modo yo la seguí visitando a escondidas para disfrutar de la fragancia a gardenia de su piel tersa. Ella vino a verme sola y continuamos viéndonos durante el tiempo que necesitamos para terminar una relación que duró siete años.

Ese final me arrastró a dudar si habitaba en mí la capacidad de enamorarme. Han rondado demasiados cantos de sirena desde Micaela en adelante hasta Clety y después de ella hasta Marina. Quizás fue Micaela una mujer única, no lo sé. Por momentos sentía que el derrumbe del amor es de las peores cosas que pueden suceder; supuse que era parecido a la muerte. En otros en cambio, se asemejaba a una tristeza como la de “entrar a una librería y admitir que no se podrá leer todo”; expresión que solía usar Denis Chemirca. Extraño al amor y lo espero mas no como un reclamo viviente sino de un modo vago, lejos de un deseo angustioso. Mi soledad de ternura era reemplazada por una íntima y elevada autoestima.

Capítulo 2

La Fundación EFe sigue dirigida por mí sin demasiada participación pero con efectividad. Dicto conferencias y talleres y siempre continúo con sesiones particulares. Estoy usando una túnica color blanco sucio que recientemente cambié por la antigua dorada con bordados blancos que llevé mucho tiempo. En mi aspecto saludable no aparecían grandes cambios. Mantenía mi cabellera profusa sin canas y un rostro que mostraba mis actuales cuarenta y nueve años de edad vividos, pero manteniendo frescura en los gestos. Mis movimientos sostenían una dinámica jovial. Seguía vigoroso a fuerza de atender algunas de las demandas del cuidado de mi cuerpo a las que me sometía mi socia Florencia; que ya tenía tres hijos y seguía tan delgada como siempre. Me impuso gimnasio obligatorio dos veces por semana más caminatas diarias si fuera posible. Yo “pensaba” caminando de modo que no me disgustaba.

Era Florencia Blázquez el motor dinamizador del Instituto Ventura, del cual continuaba siendo presidenta. Nunca más desde que me propuso mantener la distancia entre nosotros volvimos a desearnos, al menos a mi parecer. Sigue asombrándome su inteligencia.

La clientela no detiene su crecimiento. Al finalizar mis sesiones suelo decir palabras como estas: “En estos breves minutos usted recibió un impulso de nuestra energía vital. Hable con la señora Florencia en el Instituto porque hay allí actividades que ayudarán a que la meditación concentre la energía positiva en su beneficio. Yo estaré siempre a disposición aquí para cuando lo desee”. No era una recomendación a todos pero sí a muchos; de hecho eran una fuente importante de la cantidad de participantes de talleres y conferencias.

Florencia recuerda los nombres de los clientes que envío y memoriza detalles de simples conversaciones que la convierten en una persona agradable de trato muy familiar. Sabe que una es parienta de aquella y que otro ya es la cuarta vez que vuelve y que la esposa de uno está con medicamentos que la duermen…y cosas así. Retiene situaciones borradas por el olvido en cualquier persona normal. Todos la quieren.

Y por si fuera poco, me parece además increíble la facilidad con la que resuelve problemas simples y complejos. Los contratos con profesores de talleres, yoguis y maestros de la meditación los maneja sin producir tensiones de ningún tipo. La rendición de la administración del dinero, los asuntos contables y las obligaciones fiscales se reducían a una reunión mensual de no más de dos horas de duración. Así es ella, pura eficiencia. Ya tiene una hermosa casa, dos autos, dos departamentos en alquiler y acaba de comprar un campo, su ilusión de siempre. Es una propiedad agrícola a pagar en veinte años ubicada en el mejor lugar del valle para el cultivo de nísperos. Siempre recomienda los nísperos en los talleres por atribuirle cantidad de características virtuosas para la salud; calcio, magnesio, vitamina A, B y C; son antivirales, diuréticos, mejoran el tránsito digestivo y “en la dosis adecuada te hace vivir feliz toda tu vida”…la burlo porque se irrita con mi escepticismo.

– Al incrédulo que tienes dentro tengo algo que decirle – comentó un día del verano pasado – Se me apareció una idea…y antes de seguir dándole vueltas quiero saber si te gusta.

Casi cualquier cosa que me sugiriera tendría mi aprobación pero ella no lo sabía. Supongo. Me explicó que en su reciente visita a California, la segunda a Chokaly House por los talleres de meditación, se le ocurrió que debíamos crear una “franquicia global” del Instituto Ventura. Detalló el proyecto anticipando un entusiasta resultado a corto plazo.

– ¿Qué estamos arriesgando si nos va mal?- pregunté.

– Muy poco. ¿Qué es la vida sin riesgo, Tony? Un poco de nuestro dinero y algunas lastimaduras al prestigio del Instituto. Eso es todo.

Le pedí que avanzara con el estudio del proyecto y a los pocos días retomó el asunto. Hablamos con detalle tanto de la inversión como de la proyección de futuros ingresos. Consideré que podíamos crecer. Contratamos a dos personas que llevarían el proyecto adelante liderado por Florencia. Mi rol sería siempre el del “Maestro que está por encima de estas insustanciales actividades del ser”. El texto estaba así acordado para ser propagado como si fuesen comentarios de pasillos no oficiales. “La gente lo creerá más que si fuesen oficiales”, sostenía Florencia. Mi imagen se mantenía libre de una contaminación económica incoherente con mi discurso con eje en la energía universal…e inmaterial. Habíamos hablado mucho de los pasos siguientes y los tiempos necesarios y hasta un plan de trabajo. Pero no habíamos dicho una palabra de las razones que nos guiaban.

– ¿Por qué haríamos esto, Flor? Tenemos lo que necesitamos ¿Para qué hacer un Instituto Global?

– ¡Pues simplemente porque podemos hacerlo Tony! – respondió ella desde su matriz de entendimiento superior.

– No me parece suficiente motivo – refunfuñé.

– Tony, todo lo que se hace se hace porque se puede.

– ¿Para qué hacer lo que no necesitamos?

– No necesitábamos un fax pero se desarrolló y fue inevitable. Los celulares serán imprescindibles en poco tiempo y luego lo serán los mensajes de texto, ya lo verás – adujo. Mi rostro demostraba titubeo entre acuerdo y desacuerdo. Siguió:

– ¿Para qué hacer tantas sesiones? ¿Para qué recibir visitas de todos lados? ¿Para qué hacer cada vez más talleres? ¿Para qué ofrecer alternativas distintas de meditación si con solo una de inmersión bastaría? ¿Para qué el viaje espiritual? ¿Para qué Kundalini Yoga y Hatha Yoga si con una escuela sería suficiente? ¿Y para qué pedir certificación internacional a los maestros?… Tony, y ¿para qué sirve la música? ¿Y el arte? ¿O es que necesitábamos todo esto?

En cuanto respiró la interrumpí porque hubiera seguido hablando sin parar. A pesar de la verborragia no me convencía la respuesta pero sería difícil frenar su ímpetu. Acaso en lo elemental para mí, solo intuía mayores ingresos con bajo riesgo. Mis sesiones se cotizarían aún más… y es muy cierto que el rol de “Guía Global de la Sanación” le guiñaba un ojo a mi autoestima.

A través de mi amigo Denis Chemirca conseguimos una entrevista para el diario “La Región”. En primera plana había una pequeña foto mía y el título que llevaba a la nota en el interior, en la tercera página a hoja completa.

“El Instituto Ventura, de la Fundación EFe, se extiende por el mundo”

Florencia fue la entrevistada y respondió con soltura; fue generosa con halagos al Maestro Tony, sanador e inspirador de todo lo que hacemos. Acompañaban la nota fotos de nuestra sede y de clases de yoga y de alguna de mis conferencias.

Compré varios ejemplares para guardar. Buena parte del texto relataba la historia de la Fundación EFe y del Instituto Ventura desde su nacimiento. Luego un acabado detalle de las actividades actuales y hasta algunos testimonios de alumnos y participantes de talleres y conferencias. En un recuadro destacado del ángulo superior derecho junto con mi foto había una pequeña biografía de Tilde, el primer Antonio Bonilla y actual Maestro Tony. El texto y los datos surgían de una gacetilla que escribí y envié al diario a esos efectos. En otro recuadro había una breve entrevista hecha a Florencia.

Periodista: ¿Cómo accede alguien que no tiene recursos a los beneficios de las sesiones con Tony?

Florencia Blázquez: Desde que conozco al Maestro, le diría que desde siempre en realidad, son más las personas atendidas sin cargo alguno que las que hacen aportes. Miles de personas lo testimonian. Justo es decir que la Fundación recibe una gran cantidad de regalos de agradecimiento que se resguardan en un lugar destinado al efecto.

Periodista: ¿Cómo surge este plan de expansión a otras regiones y países?

Florencia Blázquez: El proyecto nos llena de orgullo y entusiasmo pero también es cierto que es casi una respuesta obligada a la solicitud de muchos participantes. Al Instituto y a las sesiones del Maestro llega gente de todas partes de América e incluso hemos recibido mujeres y hombres de Estado Unidos y algunos casos de Europa. Estas visitas regresan agradecidas pidiendo que haya una sede en sus ciudades de origen. El Instituto pone especial cuidado en el grupo humano que dicta las clases y talleres y hemos seleccionado a quienes tienen disponibilidad para viajar. En una primera etapa llevarán nuestra actividad a sedes del Instituto que se abrirán en otros países con un apoyo local para la organización de los eventos. Tony viajará como siempre y así estaremos presentes tal como lo hacemos en Libertadores en otras ciudades del mundo.

Hubo gran repercusión local y en toda la Región de los Nísperos donde ese diario es el único que circula. Mis hermanas y Pedrito me llamaron para saludarme y recibí todo tipo de bromas de la barra de los sábados de póker. El Club Luz Azul expuso la hoja del diario en el trasparente de “destacados” en la sala contigua de la biblioteca.

Las declaraciones de Florencia contenían exageraciones y muchas mentiras. “La verdad no tiene por qué ser tan importante”, decía. Lo mismo que recordaba haberle escuchado al Cholo aquella vez que se preguntó si el Flaco era cómplice de su novia, la ladrona de la Universidad. Yo pensaba que hay poca ciencia entre un embustero y un Maestro, salvo que el marketing sea considerado ciencia.

En el plan de difusión también participamos de un programa de televisión local en una nota de quince minutos. Asistí con mi túnica acompañado por Florencia y tres profesores de talleres. Hablé poco pero al inicio tuve la iniciativa espontánea de interrumpir al presentador solicitando un minuto de meditación grupal, pidiendo la inclusión de quienes estaban detrás de cámara también. Sirvió para aclimatar el resto de la entrevista. Hubo fotos y se proyectó un video que habíamos preparado específicamente como presentación de la Fundación.

Estos hechos suceden en noviembre de 1999 cuando se teme que el fin del milenio coincida con el fin del mundo. Declaré sin ambages que todos los pronosticadores del fin, eran unos ignorantes. No era posible que semejante evento no hubiese sido detectado por mí a través de la energía universal. No estaba en condiciones de saber qué tan cierto era el peligro informático del que mucho se hablaba también pero tomé la decisión de exponerlo también como ridículo. No fui dubitativo y acerté. Hubo lugares en el mundo, entre ellos Libertadores, donde el síndrome del fin del mundo fue un acontecimiento grave. Desde carteles enunciativos y proclamas callejeras hasta suicidios. Mi posición contundente dio por tierra con Nostradamus y los profetas del desastre final. La consecuencia fue un aporte de gran popularidad.

Hasta entonces gozaba de un grato reconocimiento de la gente, no en las ciudades del exterior que visitaba, obviamente, pero sí en Libertadores, Lorrico y la Región de los Nísperos, Naranjillos, Mangos, Tamarillos, Pistachos y todo el Distrito del Picaré. Sabía que algunos me reconocían en lugares públicos y sentía miradas que decían “sé quién eres”, acompañadas de una indisimulada picardía. Esas miradas me hacían compañía. A principios del año 2000 cuando se comprobó que el mundo seguía girando mi celebridad aumentó considerablemente. Se me acercaban las gentes para saludarme con agrado. Disfrutaba de esos episodios como quien recibe los aplausos de mil personas de pie.

– Te felicito por estos tiempos de éxitos, Tony- dijo Eugenio en una llamada telefónica.

– Gracias Eugenio. No es para tanto ¿Cómo está la salud?

– Bien, solo tengo ochenta años.

Luego de contar sus visitas médicas habituales por el cáncer y otros achaques terminó diciendo:

– Bueno Tony, solo quería felicitarte y recordarte que…”no te la vayas a creer”.

– Seguro Eugenio. En unos días paso a saludarte.

No le pregunté por su compañera Francisca porque me pareció que así respetaba el acento inadvertido que pretendía de su relación. Tampoco por su hijo y nietos a quienes veía con frecuencia.

Eugenio me pedía no creer en lo que de verdad estaba sucediendo; tal vez sus ochenta años envejecían la mirada. Justamente estando con él guardé en mi memoria la emoción, el cosquilleo por primera vez de sentir a los 32 años la apertura de una ventana de luz en mi cabeza. Regresábamos de Libertadores en su Pontiac azul y hablábamos de mi ascenso en el Estudio Locarazza, Paoliini y asociados y el aumento al doble de mi sueldo. “Yo puedo ser alguien importante” pensé mientras miraba el paisaje verde y escuchaba los cañonazos de la Obertura 1812 de Tchaikovsky. Así escribí la frase en mi cuaderno y la recuerdo desde entonces.

Entendí que no había nada de malo en ser reconocido por lo que hago. Si estaba en sintonía con mi autoestima, estaba bien. Era una popularidad que recibía con agrado como cualquier regalo de gratitud por mis sesiones. Son hechos fácticos, nada de creérmelo o no. Ser aceptado por un gran público es un logro merecido. Recibo incluso reverencias de muchos visitantes pero en ese sentido, reconozco con pena que ya no disfruto esos actos de respeto como al principio; me acostumbré y mi consciencia apenas los registra. Como una adicción que convierte el placer en dependencia, así el hábito es destructor de estos gozos.

Pero esto era nuevo; acceder a entrevistas que me solicitaban casi a diario, de distintos lugares…era distinto. Salía a caminar con más frecuencia solo porque me gustaba ser admirado. ¿A quién no?

¿Qué tendría de malo superar el anonimato de mis años del Bajo donde lo importante era pasar desapercibido para no ser el blanco de alguna banda? O por el contrario, pertenecer a una banda para protegerse. ¿Qué tendría de malo vencer la timidez de la escuela y terminar siendo un alumno destacado? ¿Qué tendría de malo dejar de ser un cadete cualquiera que limpia baños en Locarazza para ser socio del principal estudio de Lorrico? O pasar de estar casi escondido en una pieza contigua a la gran biblioteca de Luz Azul a ser miembro titular del actual club. O sentarse en un rincón de la sala de directorio de la Universidad del Valle para luego ser un participante activo a cargo de la Secretaría de Extensión. ¿Qué tendría de malo pasar de ser un joven con aura polémica y discurso esotérico a ser el referente de autoayuda energética en el Distrito del Picaré con aspiración a un crecimiento global?

El Instituto se expandió al principio por las regiones donde tenía convenio la Universidad del Valle con otras universidades. Mi tarea era encontrar las personas que serían asociados “Partner” en cada ciudad. El modelo que implementamos es un calco del que aprendí en la Universidad. Al principio viajaba Florencia para la firma de contratos en los que se especificaba entre otras cosas, que solo el Maestro Tony podía realizar sesiones individuales. Luego algunos profesores nuestros se trasladaban y encaminaban las actividades con algunos talleres iniciales. Por fin, el Partner nos presentaba a sus futuros colaboradores que nosotros aceptábamos o no y capacitábamos en Libertadores. Por último todos debían aprobar la “Licencia del Instituto Ventura” para poder operar con nuestro nombre. La misma debía ser revalidada cada año a un precio razonable.

Todo el proceso se desarrollaba en diez meses y requería de una importante inversión del Partner, lo cual representaba ingentes ingresos para el Instituto y la Fundación EFe. Luego el Partner recuperaría su dinero con el ingreso de cursos y talleres en su ciudad. Mi presencia física era escatimada de exprofeso por sugerencia de Florencia. Sostenía que debía participar poco porque mi ausencia agrandaba al Maestro y su don. Literalmente como lo dice el dicho “Brilla por su ausencia”. Sin embargo siempre asistí a la inauguración formal en cada sede en la que se hacía un acto con invitados especiales y convocatoria de mucho público. Éramos una cofradía con cánticos idénticos, los mismos discursos, métodos y contenidos. Una pequeña secta. En un tiempo decíamos: “Instituto Ventura, Tu religión personal”. Luego lo cambiamos. “Instituto Ventura – El poder en ti”. Todas las aperturas de sedes que concretamos fueron exitosas.

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El 14 de abril del año 2000 cumplí 50 años con una gran fiesta. Alquilé el salón principal del “Piedra Blanca”, el mejor hotel de la ciudad. Contraté tres cabras para el trasporte de gente de Lorrico y las habitaciones en el hotel para su hospedaje. Hubo doscientos invitados; conocía a casi todos. Florencia organizó una conferencia libre para el público y medios de comunicación que cubrieron la fiesta. Era yo el centro de atención. Extrañé fugazmente a Micaela, a Jeremías y al Flaco Frías. Matilde hubiese vociferado una felicitación. Estuvieron mis hermanos con sus familias, arribados y ex arribados. Fue el nuevo director de la N° 31 y algunas profesoras. Invité a Clety que no fue y vino Marina de Estados Unidos. Vinieron amigas y amigos del exterior. Estaba presente media Universidad del Valle mezclados con los infaltables del póker. Algunos encumbrados personajes de la alta sociedad de Libertadores y mis amigos del Club Luz Azul. Eugenio se hospedó en el chalet del club y me sentí homenajeado por su presencia a pesar de su delicada salud. Hubo clientes poderosos del Estudio Locarazza.

Una joven mujer a quien no reconocí del todo, tomó el micrófono cuando se bajaron las luces y entró la torta. Después de presentarse con su nombre y desearme Feliz Cumpleaños, dijo:

– ¡Maestro, gracias por todo! Yo había perdido la voz y fui afónica por años hasta que lo conocí. Gracias a usted la recuperé.

Entonó el “Que los cumpla feliz” y todos la siguieron a coro mientras yo aplaudía emocionado.

Era una sorpresa de Florencia, sin duda. Fuera de este episodio la fiesta no dejó ninguna frase en mi cuaderno. Una sensación fulgurante y eufórica al principio se fue diluyendo en apenas unos pocos días. Mas seguía disfrutando de mi buen pasar y de la popularidad que se reflejaba en el crecimiento de sedes para el Instituto que funcionaba a pleno.

Fue entonces cuando comprendí que debía dejar la dirección de la Secretaría de Extensión de la Universidad del Valle. Hablé con el directorio y anticipé mi retiro. Impulsé a Cecilia De Luca en el puesto por ser una estrecha colaboradora de mi total confianza. Jamás revolvería ningún papel que pudiera traerme un problema. Además era eficiente. Habían transcurrido tres años desde que el Cholo salvó mi futuro callando la denuncia que hubiera revuelto el azúcar en la leche; y cinco años, mucho tiempo, desde la última vez que dejé el 50% del dinero de una inscripción en mi bolsillo. Nada podía suceder y no sentía el menor peligro pero era mejor que “alguien de mi bando” continuara en un cargo que siempre tuvo candidatos del lado opuesto para ocuparlo.

Cerrar el ciclo me entristeció. Fue mucho lo que había aprendido desde ese lugar y el mundo se había achicado. Había viajado y viajado y viajado. Aprendí tanto que sentía haber leído cientos de libros. A pesar de mi confortable entorno académico, aprendí que en el mundo hay millones de carencias como en lo peor del Bajo de Lorrico. Que son millones las personas sin agua potable que viven entre la basura y mueren millones por hambre. Aprendí que el ser humano no tiene límite por encima de sus necesidades; siempre hay algo que quisiera poseer aun cuando se tiene demasiado. El Gordo Anderson dice que nadie acepta un plato de ravioles por exquisito que parezca si acaba de almorzar. Creo que está equivocado.

Crecí en mi interior y viví una primavera de conocimiento que ahora terminaba. Ninguna primavera es eterna.

La Fundación y el crecimiento del Instituto y mis sesiones eran una sumatoria intensa de actividad que debía regular para no caer en un agotamiento como el que ya había sufrido alguna vez. La vida apuraba el ritmo de sus cambios al son de una revolución tecnológica que no quería perder de vista. Google, celulares, fotos instantáneas, mensajes de textos, la popularización de los emails y Wikipedia.

Los cambios de Tony también eran vertiginosos. Hasta el reciente brillo de mis primeros contactos con la fama fue cayendo en una inercia irremediable. Me acostumbré a ella y dejó de agitar mis emociones. Aunque todavía alimentaban mi estima. Me lo creía todavía, por qué no.

Capítulo 3

El Cholo mantenía su figura de aspecto regordete; tenía menos pelo. Acaso todo quedaba enfundado en buenos trajes coherentes con un estudio de abogados prestigioso. Parecía más petiso de lo que era sobre todo cuando se subía con la familia a su BMW X5 Modelo 1999 Gris. Quería a Marita a pesar del tiempo que llevaban juntos. Ella se ve joven y entusiasta, ocupada en la administración del dinero del Estudio. Ambos eran los responsables de llevar adelante Locarazza, Paolini y Asociados. Pocas veces lo he visto enojado; mantiene desde siempre un carácter liviano.

Es un exitoso inesperado. Recuerdo las palabras de Eugenio hace muchos años. Su hijo y yo trabajábamos en el Estudio y yo no paraba de tener éxitos con clientes mientras él parecía ir siempre más atrás, un poco bohemio, ingenuo y aturullado; se comportaba como un botarate sin agallas para el mundo de la destemplada justicia. Solo parecía tener buena voluntad y algunas iniciativas persistentes pero sin brillo. “No hay peor cosa que un inútil voluntarioso” me dijo Eugenio con sorna aquella vez en privado, luego que su hijo traía una propuesta descolgada. Fue un comentario odioso pero al mismo tiempo un halago a mi ego de modo que nada objeté. Quién sabe, pensé por entonces, quizá algún día podría ser yo el máximo responsable del Estudio.

Ni él ni su esposa se recibieron nunca de abogados pero curiosamente sus tres hijos están cursando la carrera de abogacía en la universidad. Claro que con los años de experiencia acumulados tienen mejor criterio jurídico que los letrados. El Estudio no ha perdido su liderazgo en Lorrico lo cual es un signo de mucho valor ante el crecimiento exponencial de nuevos abogados. ”Nuestro cliente es el conflicto; somos como las funerarias, tenemos clientes seguros” suele bromear. Él es el único que asigna los casos a los distintos integrantes del estudio, hace seguimiento y cierra honorarios. Transitó un proceso que había empezado con el sufrimiento de despedir a alguien, hasta que hoy domina con habilidad los recursos humanos. Incluso las tareas de investigación de las que nada dice pero sin duda existen. Aunque puede ser que las maneje todavía Eugenio. Cuando le pregunto por el Estudio siempre dice que está retirado y que solo hace “pequeñas tareas de vez en cuando”.

El Cholo es honesto en el amor. Su máxima picardía es algún empiernado ocasional con fufas, “para no olvidar que la chanchada es rica” dice cuando se va temprano de la juntada de póker. Pero no busca novias y se espanta cuando le pido que me acompañe en alguna salida de a cuatro en Libertadores. Cada tanto me bromea en serio…

– ¡Cagón, eres un cagón! Deberías tener ya tres hijos que llenarían tu vida.

Nada más alejado de mí. Tanto que ni siquiera tengo respuesta que darle. No me interesa pensar en el tema pero a él le cuesta entender que no me importe nada. Tampoco lo aceptan mis amigos de la mesa de póker, todos aburguesados con sus familias e hijos creciendo.

– A toda costa quieres encontrarme algún problema en mi ser inconsciente que no me animo a reconocer o incluso que no conozco pero padezco ¿verdad? – respondo a su picaneo.

Él sigue con su ingenuidad a cuestas y su sentido hondo de la justicia y la moral. Y de la amistad también. No le cuesta nada de nada relacionarse con las personas por su carácter afable, siempre evitando incomodar.

ro aspecto de su personalidad es ser un tanto abúlico. “Tú necesitas ser curioso, yo no” responde ante mis chanzas. Pero tiene inquietudes y le gusta generar nuevas ideas que pocas veces pone en marcha. Una vez me trajo un negocio que le ofrecieron a través del Estudio. Nada entendíamos del asunto pero parecía fácil y a muy buen precio. Debíamos comprar dos camiones Mercedes Benz 1218 para transporte que unos socios vendían porque se estaban separando. Eran reconocidos cargueros entre los productores de frutas en las ferias de la Región. Los compramos y para innovar pintamos en la carrocería: “La Ruta Natural” dando nacimiento a nuestra nueva empresa. El nombre surgió buscando palíndromos en la enciclopedia. Mantuvimos a choferes y al único administrativo que hacía falta. Los clientes anteriores continuaron fielmente con nosotros y se incorporaron varios nuevos. Un año después el negocio se sostenía pero mejoraría si cambiábamos una de las unidades por dos más chicas. En ese trámite apareció el problema. Nuestros camiones tenían títulos de propiedad falsos como consecuencia de tramitación ilegal de importación. Por un absurdo sellado sin importancia saltó la traba para la entrega de nuestro Mercedes. La agencia de cero kilómetro puso el cuidado que nosotros no pusimos cuando los compramos. Lo cierto es que habíamos sido estafados nosotros, quienes se supone que somos avezados observadores de hechos ilícitos y sabemos prevenir y litigar en estas lides. Los socios que nos vendieron los camiones no eran tales y nunca más aparecieron. Supimos que eran dos hermanos que luego viajaron al exterior. Con mucho desgaste y después de cantidad de avances y retrocesos terminé convenciendo al Cholo. No pudiendo entregarlo en una agencia debíamos intentar encontrar algún incauto comprador, como lo fuimos nosotros, vender los dos y salirnos del negocio. Él, en su envoltorio de moralina se resistió hasta que lo convencí demostrándole que quien comprara podía trabajar por años sin tener un solo problema hasta el día que quisiera cambiarlos. Pero podía trabajar años, enfaticé. Hicimos adulterar a medias tintas el sellado procurando evitar futuros problemas y repetimos el guion de socios que se separan; con ese argumento apareció un inocente que compró “La Ruta Natural” apoyado en su codicia por aprovechar el bajo precio de liquidación explicado en nuestra actuación de socios enemistados. Salimos indemnes y recuperamos la inversión.

Ahora venía con una idea que también surgió de un cliente del Estudio.

– Tony, ya que no vas a la Universidad y estás con tiempo, tengo un negocio.

– No estoy con tiempo amigo mío. Dejé la Secretaría comprando horas de descanso, no para gastarlas en trabajo. Además tengo las sesiones Cholo…

– Ya sé, es broma. Solo hace falta la plata; está todo en marcha. Pero no te distraeré con esta brillante oportunidad – porfió chicaneando con una sonrisa.

– Adelante, de qué se trata – admití mi curiosidad sonriendo – ¿No serán camiones verdad?

Tomábamos un whisky en la biblioteca del Club Luz Azul. Hoy el Cholo ya es socio titular para orgullo de su padre. Asiste sin falta todas las semanas cuando viene a Libertadores. La rutina del club es similar ahora que somos 26 socios a cuando se juntaban los “sábelo todos” después de cena. Ahora el chalet tiene una sala muy amplia acondicionada para treinta sillas donde se realizan conferencias. Pero en la biblioteca, salvo la antigüedad de todo, no hay cambio alguno; los mismo sillones imponentes, el cuadro del jinete y el caballo blanco, los ceniceros de pie, los libros en su lugar y hasta la misma alfombra mantenida por Adela, muestra una respetable vejez. Las cortinas embebidas en años de humo se ven más opacas pero huelen rico, a tabaco. ¡Tanto me había impresionado la primera vez! Incluso el cuartito de al lado donde dormía permanece allí, solo que ahora es una cocina bar.

Salvo el Flaco Frías dueño por entonces del chalet y Natalio Apa, el inspirador del nombre del grupo, ambos fallecidos, los demás asisten envejecidos al majestuoso salón. Sus arrugas y posturas y la lentitud de sus movimientos los embolsa en la síntesis de “viejos”. ¡Viejo es el diario de ayer! se queja Denis Chemirca. Siempre vestidos en sus brillosos trajes elegantes, siguen armando sus pipas, el Gordo Anderson no ha dejado el cognac, Eugenio bebe poco pero fuma a escondidas a pesar de su cáncer; Borselino tiene un carácter osco y rutinario en exceso y renguea como consecuencia de una rodilla operada. A todos los envuelve cierta intolerancia que se manifiesta en modos agrios de tratos mutuos. León Cortinez en lugar de poner paños fríos a los malos modos, extrae de la filosofía la “Paradoja de la Intolerancia” de Karl Popper. ”Debemos ser tolerantes con todos menos con los intolerantes, sino ganarán ellos”, dice León con acento de presagio. Se quejan porque repiten las mismas cosas y porque apenas escuchan; se quejan porque hay mucha gente en el club y por la irreverencia de los jóvenes; se quejan de la tecnología que embrutece y de ser viejos.

Lo cierto en mi impresión es que son amigos de toda la vida que ahora rondando los ochenta solo están gruñendo más que antes. Todos han padecido dolor por enfermedades y han sufrido pérdidas de personas queridas; todos tienen hijos ocupados en sus propias vidas y nietos que mientras crecen aumentan las distancias con sus abuelos; están viviendo una larga vida más larga que el promedio y tal vez, que lo deseable ¿Cómo saberlo? Sí puedo asegurar que han conocido a su tiempo la dicha y la tristeza, al miedo y a la omnipotencia, a la vanidad y la decepción. Sus rótulos han sido pintados por todos los colores, diría el Maestro. Lo sé porque no se vive 80 años sin haber pasado por todo eso ánimos. Han conocido “Al éxito y al fracaso, esos dos impostores que habrá que tratar con la misma indiferencia”, referirá Denis Chemirca al decir de Rudyard Kipling. También puedo decir que sienten miedo a la muerte próxima ¿Quién no? Han vivido una vida privilegiada con un bienestar y educación como pocos. Y sé que lo que les queda es su amistad. ¡No nos quejemos que demasiado tenemos! dirá Eugenio.

Cuando el Cholo se disponía a contarme el negocio sonó su celular, era Marita.

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Mientras hablaban mi mente divagó recordando una reunión en homenaje del onomástico del Presidente Honorario y donante del club. El actual presidente, su amigo el Dr. Eugenio Paolini dirigió unas breves palabras en ese acto, en el irrenunciable tono formal del club, aunque en ellas destacó el buen humor del Dr. Laurentino Frías. La escena siguiente quedó marcada en mi memoria. Se escuchó una canción y los circunspectos hombres mayores siempre entrajetados se pararon y como en una fiesta, uo tras otro se tomaron por la cintura en trencito, entonando: “When the Saints Go Marching In” repitiendo y siguiendo la letra al son de su bailoteo: “When the Saints Go Marching In”…I want to be in that number…When the saints go marching in”. Al finalizar Borselino tomó la palabra y explicó que “Cuando los Santos vienen Marchando” era un “Himno para entrar al cielo” y siguió unos instantes su relato histórico que volvió al registro de solemnidad. Nada sabía yo de aquel animado jazz de su época mas solo bastaba observarlos para obtener una emocionante postal de la vejez y la amistad. Morirían si no se escuchan cada semana en la biblioteca del Flaco Frías.

Mi mente regresa al Cholo que está terminando de conversar enfrente mío con Marita y conecta el altavoz para que escuche.

– Tony, cuida a mi esposo; no es bueno pero es el único que tengo.

– Tranquila, está en las mejores manos.

– No digo tanto…pero sí es cierto que a esta altura eres inofensivo Tony.

Luego de sonrisas y despedida cortó la comunicación. Estábamos solos pues no era día de conferencia pero igualmente llegarían pronto los fundadores.

– ¿Y entonces cuál es el cuento amigo? – retomé.

– ¡Televisión por cable en Libertadores! – anunció separando sus manos con pulgar e índice como subrayando un gran título.

No era novedad la televisión por cable y expuse mis reservas pero es cierto que en Libertadores no había llegado todavía. La explicación era simple y parecía interesante. Un tal José María Llamas Iranzo, Pepe por apodo, había conseguido una licencia del Gobierno de la Ciudad de Libertadores que le permitía instalar el cableado para el negocio. Se otorgaba solo una licencia que duraría siete años de exclusividad y luego se abriría a los interesados en competir. Pegar primero daba la ventaja. Nos reunimos con el tal Pepe un par de veces. Un hombre de cincuenta años con antecedentes en la política de la ciudad. Había ganado el derecho en concurso privado y pagando una seña; ahora debía integrar el monto restante del pliego. Sabía que no podía hacerlo solo y llegó el momento de encontrar socios. .

El apodo “Pepe”, había yo aprendido del Gordo Anderson, viene de PP las siglas de “Padre Putativo” que en latín refiere a quien no es el padre biológico. José es considerado el padre de Jesucristo aunque no fuese su padre biológico y de ahí el apodo a los llamados José. Este lapsus nada tenía que ver con nuestro Pepe quien era un hombre de pocas palabras con quien nos reunimos varias veces para hablar de números y cómo se desarrollaría el negocio. Fueron largas conversaciones que según comentó estaba llevando adelante con nosotros dos y otro grupo de posibles inversores. Le pedí al Cholo que revisara cuidadosamente los documentos de la licencia que se otorgaba. Hablamos con los funcionarios del Municipio incluso con los que ganaron la última elección y aún no asumían. Todo estaba en orden. Los números daban buena renta con algunos supuestos razonables y excelentes con algo de optimismo. La mecánica de la operación y las personas que la dirigirían estaban prácticamente seleccionadas. Yo me reservaba el derecho por contrato de elegirlas y reemplazarlas sin explicación de causa. El Cholo y yo mantendríamos el 58% de las acciones y Pepe y su esposa el resto. El negocio lo acordamos y formalizamos con firmas, brindis y billetes.

Dos meses después de comenzar fuimos convocados a una reunión en la Municipalidad habiendo asumido el reciente nuevo alcalde. Asistimos los cuatro socios de “Radar TV”, más dos personas. El nombre de la empresa por cábala tenía que ser un palíndromo y encontré ése en Google. Estaba el alcalde saliente y el nuevo; ambos se mostraron amables y a favor de ayudar en lo que sea necesario. No asomaba ningún problema a pesar de que algo me decía que los habría. Después de conversar sobre los tiempos de puesta en marcha, beneficios sobre tasas de comercio, apoyo logístico en distintos sectores de obras privadas que dependen de ellos y de más detalles del negocio llegaron los augurios de buena suerte. Pepe respondió sin necesidad una pregunta del Señor Murillo, funcionario saliente, respecto a las utilidades esperadas de Radar TV. Nos despedimos sin novedad. Mi presunción estaba equivocada producto de mi visión de selva en la que vivimos, juzgué.

Al día siguiente recibí un llamado de Murillo convocándome a solas a tomar un café en un bar. Mi presunción se convirtió en certeza. Murillo pedía una bonita suma adicional al contrato que iría a parar a su bolsillo.

– Sus ganancias de los próximos años no existirían sin mí Sr. Bonilla – dijo el corrupto – Esto corre por mi cuenta y nadie más está involucrado.

– Murillo, ya no puede sacarnos del negocio. Tenemos todo firmado y usted ya no está en su cargo – respondí levantándome dispuesto a salir.

– Con solo pedir cambio de garantías, permitido expresamente en el contrato, lo dejo afuera Bonilla. Hablo de un monto sin importancia para el negocio. Piénselo.

Debía hablar con mis socios. A Pepe lo podía convencer pero al Cholo sería más difícil.

– ¡No corresponde! – reaccionó el Cholo.

– Claro que no Cholo. Pero no es el punto. Nosotros tendremos un negocio un poco menor que el proyectado ¿cuál es el problema?

– Que no está bien Tony. No me hagas decir lo obvio. Es una extorsión.

– Lo obvio es que nos queda un buen negocio que no podemos perdernos por estas fruslerías.

– No ves que podrían pedirnos y seguir pidiendo.

– Entonces no es la ética lo que te preocupa sino que estás viendo un “negocio abusivo” ¿Estoy entendiendo?

Guardó silencio. Ambos nos conocemos. Él está trabado por su ética y yo lo sé.

– Además ganaríamos una eventual discusión por garantías. Tendríamos buenas posibilidades incluso en un juicio – agregó el Cholo.

– ¡No seas cagón! Si no aceptamos, otros lo harán ¿O no?

– Que sean otros entonces – rebotó.

Pero no fue así porque finalmente lo persuadí con extrema cautela, como predador que atrapa a su presa. Los cuatro acordamos que accederíamos. Hablé con Murillo en el mismo bar.

– Usted gana Murillo. Solo quiero advertirle que el Ministro de Gobierno es mi amigo personal. No lo molestaré si no es necesario ¿Entendido?

Murillo hizo una mueca como tragándose una sonrisa.

– Hay otro problema Bonilla.

– Si hay un solo problema más nos veremos en tribunales.

Como si nada hubiese dicho, continuó:

– El alcalde actual quiere participar del arreglo. La cuenta se multiplica por dos.

Antes de permitirme cualquier reacción, siguió.

– Los números dan y siguen siendo generosos Bonilla. Usted me parece un hombre práctico. Hagámoslo de una vez.

Sabía que ya no convencería al Cholo.

– ¡Esto les va a costar un escándalo! – amenacé mientras me iba.

Pero no hubo escándalo. No nos convenía y sobre todo, no “me” convenía estar pegado a temas que serían inconvenientes en la Fundación y en el Instituto.

Pasaron días de negociaciones en los que finalmente vendimos nuestra parte de Radar TV a una empresa constructora que terminó asociada a Pepe. Siguieron adelante y están en plena operación del negocio.

Capítulo 4

La vida me pesa ahora. Me separé de Marina y ya no soy el responsable de la Secretaría de la Universidad, lo que me deja un hueco oscura de adrenalina perdida. Tenía que llenar mis tiempos sin mañanas ajetreadas ni viajes, sobre todo, viajes. Y no es que extrañe a Marina sino que he caído en la cuenta que otra vez estoy en soledad de ternura. Fracasó además un segundo negocio con el Cholo. Y por si todo no fuera suficiente, hasta la vanidosa popularidad que disfruté y me la creí, se está evaporando.

Puede que solo sean chubascos en los días soleados de mi diario vivir pero no podía saberlo. Y ése es el problema porque si el Maestro tuviera el poder de saber que dentro de… cuarenta y siete días por ejemplo, estaré otra vez alegre y en sintonía con la energía, el tránsito de angustia sería menor porque sabría que es solo eso, un tránsito. Algo muy distinto es la oscuridad del túnel sin final.

El contrapeso de la desdicha era El Instituto y la expansión global que crecía con éxito.

En esos avatares estaba cuando en mi oficina de la Fundación recibí a una mujer cuya vibración me alarmó antes de comenzar la meditación. Su respiración no era acompasada y el rótulo que no veía me hubiese mostrado el color del nerviosismo.

– Ahora dime, en qué te puedo ayudar.

– Antes dígame Maestro. ¿Qué ve Usted en mí?

Durante unos minutos hablé pausadamente de la calma y el sosiego. Le dije que debía buscar la paz y le recomendé el módulo del viaje espiritual del Instituto Ventura.

– Puede ver lo que necesito pero no lo que está frente a su nariz.

Me sorprendió pero hubiera sido solo una respuesta como otras extrañas si no hubiese agregado por lo bajo:

– Le están robando.

Era posible que fuesen palabras producto del extravío de tanta gente que viene a mí con sus fantasmas. Pero le presté mucha atención, cómo no. Habló sin interrupción y mientras la escuchaba aumentaba una opresión en mi pecho que torció el ritmo de la calmada respiración. Subían a mi cabeza borbotones de rabia y confusas ideas mas no obstruían mi comprensión de lo que estaba sucediendo. Miraba el rostro de la mujer pero no hubiese podido describirla. Solo escuchaba su voz:

– Tengo un campo pequeño que es lindero de uno que fue comprado por una persona que Usted conoce Maestro…

Antes de escuchar su nombre lo supe. En ese instante se mostró la verdad ante mí y el resto ya era irrelevante.

– Florencia Blázquez – continuó – Ella lo compró con una plantación de nísperos y lo visita con su familia los fines de semana. Tiene un encargado para que lo trabaje. Me ha pedido varias veces el tractor, que no es una herramienta que debe pedirse. Pero nos parece una mujer tan agradable que es difícil decirle que no. Yo vivo con mi hijo pequeño y mi marido. Él no sabe que vine a verlo. Trabajamos nísperos y hacemos mermelada y dulce. El esposo de Florencia es músico, no sé si usted sabe, de la Filarmónica del Valle. Si no fuera por su mujer no podrían llevar el nivel de vida que tienen criando a tres hijos, viajando y comprando lo mejor de lo mejor. Él es violinista pero fabrica guitarras según contó; yo no lo creo, ya verá por qué. Todos los fines de semana llega en su camioneta con una guitarra nueva y la guarda con las otras colgadas en el galpón donde deberían guardar mi tractor pero no lo hacen. Pero ese no es el caso. Mis perros siempre avisan la llegada de cualquiera y nosotros espiamos para estar tranquilos que son los vecinos y no un cualquiera. No ha pasado nada todavía pero los robos y hasta las muertes están a la orden del día como en todos lados. Cuando mi marido vio el movimiento del fulano colocando la guitarra en el hombro para llevarla al galpón pensó que era raro; una guitarra no debería ser pesada. Además, quién trata así a un instrumento tan noble y menos si está hecho con sus propias manos. Y para peor bajan el estuche por separado y con ayuda de Florencia. Nos llamó la atención y nos preocupó. Hay que saber observar. Quién sabe lo que sucede a unos metros de donde se vive ¿verdad? En setiembre hubo un asesinato cerca en lo de…

– Disculpe, no importa ahora pero la entiendo y tiene Usted mucha razón. Continúe por favor – interrumpí a esta mujer de dilatada historia. Me sentía como quien un día cualquiera recibe una llamada anunciando un terrible accidente. O un terremoto.

– A la siguiente semana, un martes, fui hasta su casa a investigar – continuó- Sabía que no había nadie. Tomasito, el encargado trabajaba en mi tractor y ellos no estaban. Fui al galpón donde guardan guitarras y estuches. Estaba con llave pero yo tengo una copia que hice sin que se enteraran; yo creía que guardarían el tractor en el galpón y si lo necesitaba por alguna urgencia no hubiera tenido cómo sacarlo. Estaban las guitarras colgadas, más de cincuenta, de las vigas del techo de chapa, en lo alto. No podía observarlas. Había estuches en el suelo, todos con llave, pero encontré dos guitaras al lado envueltas con una manta. La boca de la guitarra estaba tapada con un papel negro que despegué y luego fue fácil volver a su lugar porque era autoadhesivo.

La mujer hizo una ligera pausa que le permitió respirar. Yo no sabía que habría dentro pero sabía que Florencia estaba haciendo trampa. Ni tan siquiera el ritmo cansino del relato me mortificaba porque ya había recibido el golpe. La mujer retomó:

– ¿Sabe qué había dentro, Maestro?

– Sé que es doloroso para mí. Continúe por favor.

– ¡Billetes Tony! Estaban las dos guitarras llenas de billetes en fajos de cien pegados en el interior. No se podían mover. Yo no tomé ninguno. A Tomasito le pregunté ese mismo día, como al pasar, qué sabía de la fábrica de guitarras del patrón. Él solo sabía que las guardaban en el galpón.

Por fin la mujer calló.

– Gracias señora, es usted una buena mujer – le dije buscando información que todavía necesitaba- ¿Por qué vino hasta aquí para contarme esto?

– Porque usted es una buena persona y no se lo merece. ¿No era lo correcto acaso?

– Sí claro – respondí – ¿Cómo sabe usted que ese dinero no es de ella? Quizás simplemente tiene una forma rara de custodiarlo – mentí para indagar un poco más.

La mujer rio.

– Nadie guarda dinero en guitarras si no quiere esconderlo. De todos modos la verdad es ésta. Nos quedamos muy preocupados con mi marido y pensamos en denunciarlos o hacer algo. Era muy peligroso todo. ¿Y si eran traficantes? Decidimos espiarlos. Fui otra vez al galpón y saqué fotos. Luego fuimos varios fines de semana a espiarlos al galpón antes de cenar. Ellos dejaban guitarra y estuche y solían quedarse encerrados allí mientras los hijos jugaban en la casa. Se pasaban una hora más o menos. Teníamos todos sus movimientos estudiados. Era muy fácil observarlos porque la chapa acanalada tiene pequeños agujeros por donde se ve hacia adentro y se escuchaba todo también. Solían tener sexo pero no es lo que nos interesaba, más allá de la curiosidad natural, claro. El fin de semana pasado los escuchamos…y los grabé – dijo con picardía sacando un celular y poniendo la grabación.

…hablan de un viaje y la grabación se escucha distante pero clara…

“Él: Aprovechemos todo lo que podamos. Quién sabe si algún día se corta el chorro Flor.

Ella: No nos apuremos. Quiero resolver primero el tema de las cuotas de la hipoteca y tengo una agenda difícil en los próximos meses. Y el chorro no se va a cortar. Tú tienes que ser cuidadoso y comprar una guitarra por semana en distintas ciudades para no llamar la atención. Sin comentar nada.

Él: Lo hemos hablado muchas veces, no hay problema con eso; el asunto es que Tony no te descubra.

Ella: No sucederá jamás. Confía plenamente en mí. Yo hago lo que quiero con las cuentas.

La grabación siguió un poco más. Era perfecta como las mejores de mis tiempos de investigador en Locarazza; prolija y centrada en el tema. Pero este pensamiento fue solo un instante de acto reflejo. Lo que perduraría sería un sentimiento pegajoso de dolor que no pude desprender de mí. Estaba derrumbado, tanto que ni siquiera improvisé nada. Solo atiné a decir:

– Querida señora, estoy muy agradecido de su valor y de que haya venido a mí.

– Buenas personas se entienden con buenas personas, Maestro. Nosotros tenemos que cuidar la seguridad del lugar donde vivimos y trabajamos. Es todo lo que tenemos.

“Al final todo lo hacemos por interés propio” podría ser una máxima creada por mí que no viene aprendida de la biblioteca de Luz Azul sino del camión que levanta la basura. Apenas podía contener mi indignación.

– Seguro. ¿Cuál es su nombre?

– Liliana Machea Arenas. Me dicen Lali.

– Lali, haré que le devuelvan el dinero de la visita ahora. Pero me gustaría verla en una hora de nuevo aquí ¿Puede ser? Tengo que dar una conferencia y me están esperando.

– Si Maestro – aceptó sorprendida.

Me fui a caminar. Estaba desgarrado; mucho más que dolido, sentía odio y decepción. Todas mis emociones negativas se desplegaban sin control, sentí que nada valía la pena ¡Cómo pude ser tan idiota! ¡Florencia y la puta que te parió! ¡Maldita jungla! No se puede confiar en nadie, la culpa es mía.

Sabía que no era el momento de tomar decisiones pero mi impulso era llegar a la casa de esos dos hijos de puta y golpearlos hasta agotarme. De a poco y a fuerza de seguir caminando, mi parte racional empezó a ganar atención en mi cerebro y pude hilvanar unas ideas y repicaron algunas frases de las que recito a mis visitas: “El problema tiene el tamaño que tú quieras darle” “Nadie sufre más dolor que el que puede soportar”.

Después de más de una hora me encontré con Lali. Tenía decidido qué hacer. La recibí con mi túnica en mi sala. Comencé un breve ritual de meditación necesario para mí y pasé rápido por el rótulo. Dije con solemnidad:

– Eres una mujer valiente Lali. Y en agradecimiento a tu ayuda voy a proteger con mi energía tu casa y tu familia. Nada les pasará. Pero además te sacaré a tus vecinos de ahí. Vayamos ahora mismo; necesito que esté tu esposo y tu hijo. ¿Podemos?

– Claro Maestro. ¿Vamos a ir a mi casa ahora entonces? No tengo nada preparado para ofrecerle.

– Sin embargo necesito que me permitas tu teléfono. ¿Tengo tu permiso para copiar la grabación y las fotos verdad? – pregunta solo para ganar su confianza pues lo haría de todos modos. La mujer titubeó pero me lo dio. Mientras fue a buscar su auto – yo no quería ir en el mío – hice el traspaso a mi PC y borré todo lo que ella tenía. Viajé en silencio mientras ella habló. Llegamos a la casa y me dejé llevar por el ánimo de pleitesía que le rendía esa familia al Maestro Tony que visitaba su propia casa. Hice una meditación extensa más para mí que para ellos. Terminada mis trasmisiones energéticas e invocaciones de protección y seguridad, les dije:

– Antes de volver necesito pasar por el galpón de Florencia. Traiga la llave- ordené sin dar opción.

Fuimos allí y le pedí que con mi celular me sacara una foto cuidando que se vieran las guitarras colgadas en el techo. Rompí una que estaba en el piso y me saqué otra foto con los billetes. Nos fuimos y Lali me trajo de regreso a la Fundación. Ver lo robado avivó mi ira. Ella estaba muy nerviosa por las fotos y el bochorno de la guitarra rota.

– Lali, usted y su familia no están comprometidos en nada y nada malo va a suceder. Al contrario, esos vecinos se irán más pronto que tarde. Vuestro hogar estará protegido. Venga cuando quiera a visitarme. Usted será siempre mi invitada. Le di un beso y se alejó.

Me fui a dormir algo más tranquilo. A pesar de todo, las acciones de las últimas horas sosegaron al animal que llevamos dentro. Sin embargo no podía detener mi mente ni el dolor de cabeza. Procuré meditar sin conseguirlo y tomé aspirina por segunda vez. Me dolía el cuerpo como si me hubiesen apaleado. La noche fue avanzando entre cavilaciones que nada me dejaron y así continué hasta el amanecer. Dormité un poco, me duché y salí al encuentro de Florencia.

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Tendría que haber esperado unos días antes de hablar como para atemperar el espíritu. Pero ya estaba encaminado; le pedí a Justina, la secretaria, que llame a Florencia a mi despacho y que se retire. Eran las ocho de la mañana.

– Debe ser grave para que estés a esta hora aquí – dijo mientras entraba risueña y se sentaba frente a mí.

Verla me produjo el mismo efecto que ver la guitarra con el dinero dentro.

– ¡Guitarras! Guitarras, deletreé. ¡Hija de puta! – grité y me puse de pie de un salto. Di vuelta al escritorio y pegué un golpe descomunal en la madera, con la palma abierta. Estalló el silencio. No estrellé su cara por alguna razón que desconozco. Enmudeció.

– Dile a tu marido que venga ya.

Quedó estupefacta y se puso blanca como el papel. Pasmada en su cara de pez con ojos saltones; le costó reaccionar y balbuceó algo…

– ¡Ya! – grité otra vez – No le des ningún detalle.

Le llamó diciendo que estaba bien pero que viniera por ella.

– ¿Por qué me robaste? No lo hubiera esperado de ti. ¿Por qué lo hiciste? Eres lo que eres por mí. ¡¿Sí o no?! – grité.

Hablaba con palabras improvisadas e inconexas. A ella no le salía la voz. Solo tartamudeaba “No entiendo” “No entiendo”. Me pidió que me calmara y más me enfurecí. Ya en mi sillón con ella en frente traté de escuchar.

– No sé qué está pasando Tony ¿De qué guitarras hablas? – lagrimeó.

La dejé decir estupideces por un rato esperando que llegue el guitarrero. Su rótulo podría haber sido un cartel luminoso que se prendía y apagaba: “Mentira” “Mentira”

– Me has herido el corazón Florencia Blázquez – dije cabizbajo con auténtica tristeza como si ese fuese el instante en el que entendía mi sentimiento más hondo. Como si desde ayer hasta ahora el brote de emociones hubiera decantado en esa síntesis.

Ella me seguía preguntando qué sabía yo del tema y cómo había averiguado y qué tenía que ver con un robo. Pero me preguntaba sin convicción, sabiendo que el descubrimiento ya había sucedido. Ya estaba echado el azúcar en la leche.

Golpearon la puerta. Salté de la silla y la abrí. Su esposo Álvaro estaba en allí. Sin decir palabra le di una trompada en la cara y cuando trastabillaba y caía volví a estampar mi puño en los huesos de su jeta. Mi socia ya estaba a mi lado para frenar la pelea. No intentó detenerme pero yo me detuve. Álvaro no había alcanzado a reaccionar y estando todavía en el piso le pateé el culo y lo saqué del despacho. Cerré la puerta con llave y le grité que se marchara a fabricar sus guitarras. Unos instantes después sonó el celular de Florencia. Se lo quité.

– Aléjate de aquí basura. Haz una denuncia a la policía para que venga a llevarte con tu mujer. Y te advierto que te queda prohibido ir al campo. ¿Entendiste? – grité.

Florencia tomó el celular y le preguntó cómo estaba. Le pidió que la espere en la sala contigua. Que nada iba a suceder.

El tiempo parecía atropellar.

– Perdón Tony. Perdón. No tengo nada que decir. Perdón – reconoció luego de un prolongado silencio.

Las lágrimas del principio eran ahora un llanto sin consuelo mientras salían de su boca más “perdón” “perdón” “perdón”.

– No imaginé estas consecuencias. Aunque no me creas, me duele verte así – dijo desconsolada.

Busqué a Justina y le pedí dos cafés, tratando de serenarme. No le hice escuchar el audio grabado pero le mostré en mi celular la foto del galpón y de la guitarra rota. Literalmente oí el crujido de su garganta que se cerró. Tosió.

Nos quedamos en silencio compartiendo el agobio de un día que no debería haber llegado para ninguno de los dos.

– ¿Qué vas a hacer Tony? ¿Me puedes perdonar? – preguntó cuando se repuso.

– ¿Cuánto me has robado? ¿Por qué lo hiciste?

Cuando empezó a hablar de fechas y números la interrumpí. No podía creerle y tampoco me interesaba demasiado.

– ¿Por qué me robaste Florencia? ¿Qué otras cosas tengo que saber? ¿Qué cosas has hecho a mis espaldas? Y no me mientas sea lo que sea que debas decir, éste es el momento. Escucho.

Ambos tomábamos café, despedazados.

– Tony estoy tan avergonzada…No he hecho nada más a tus espaldas. Te lo juro. Solamente cometí este error. El Instituto es mi vida Tony. No podría vivir sin él.

– Pues tendrás que poder – corregí.

– Y estoy agradecida…continuó – Sé que es difícil que me creas ahora, pero igual lo voy a decir aunque creas que solo busco zafar. Pero así como admití mi culpa antes de ver el celular con las fotos porque no tenía cara para desmentirte, también te digo ahora que te quiero y te he querido siempre. Y lo sabes y estoy agradecida. Cambiaste mi vida para siempre Tony – Hizo una pausa y siguió.

– No había control, nadie me controlaba y se me fueron los humos a la cabeza. Tenía toda la recaudación delante de mí y podía hacer lo que quisiera. De no haber sido así ni lo hubiera pensado; me tenté. Pero no hay nada más. No tengo nada en mi patrimonio que no conozcas. Mi casa, los dos departamentos y el campo que estoy pagando. Todo surgió porque me hervía la sangre con el campo. Toda la vida quise tener uno. La hipoteca era a quince años y fui juntando plata y anticipando pagos. Podía hacerlo y lo hice.

– ¿Me hubieras devuelto la plata si nunca te descubría?

Ambos sabíamos que no.

– No lo sé.

– Claro que no. Si robas “porque puedes”, no devolverías “porque puedes quedártela sin que se note”.

Todavía tenía la tez pálida y sus ojos hinchados como sapo. Había terminado el café y recibido una llamada breve del marido que esperaba en la sala. A mí me dolía la mano y la furia aparecía y desaparecía como fantasma que quiere asustar.

– Pero te la devolveré toda Tony. El Instituto anda bien y crece y podré devolver todo.

– ¿Así de simple? Puedo denunciarte y mandarte a la cárcel a ti y tu esposo durante una buena temporada Florencia. Los niños los cuidará tu madre y perderás buena parte de lo que tienes. ¡La cárcel Florencia! ¿Entiendes? Un lugar donde estarás tatuada entre sucias paredes sumisas ante el aburrimiento de las reas. ¡Eso te debería esperar!

– Soy una mujer inteligente Tony y te conozco muy bien. No harías eso.

– ¡Claro que lo haré! – grité – Lo único que falta es que me digas tú qué debo hacer.

Cierto es que Florencia tenía razón. Desde que me enteré ayer de todo, ni por un momento pensé en hacer semejante cosa. No estoy seguro que sea por bondad; sé que sería inconveniente un escándalo que haría tambalear el negocio y de igual modo no recuperaría lo robado. Mi herida sangraba por la desilusión y mi estupidez mucho más que por el dinero.

– Una mujer inteligente no tira por la borda el mejor trabajo del mundo. ¿Sabes qué es lo que más desea un interno cuando está por salir de la penitenciaría? Encontrar un trabajo estable. Tú que eres inteligente recorres el camino inverso.

– Tony, por favor, no me dejes fuera del Instituto – rompió en llanto otra vez.

– ¿Qué harías tú en mi lugar? – pregunté sin pretender respuesta.

El plan que había trazado en la noche sin dormir no incluía desprenderme de ella; sería un proceso difícil, costoso y sobre todo, público. Con mi mano izquierda golpeé el escritorio y me levanté; me incomodaba estar quieto. Florencia sollozaba. Seguí con mi plan pero improvisé el modo de decirlo. Representé la réplica de una escena guardada en mi memoria. Le ordené levantarse. Traje dos sillas y le indiqué que se sentara en una de ellas, en la mitad del despacho; tomé la otra y la enfrenté casi pegada a la de ella por el respaldo. Me senté a caballo y apoyé mis manos en mi barbilla. Fue obvio su gesto de estar recordando la escena.

– Esto haremos – pronuncié.

Ella tenía la cara con pintura oscura de los ojos y miedo en la mirada.

– No puedo enviarte a la cárcel porque para bien y para mal significas mucho para mí.

Su rostro cambió. Miré directo a sus ojos intensos, cerca de los míos llenos de rabia.

– Me has herido Florencia. No sé si podré perdonarte pero lo intentaré.

Sentí su alivio en la densidad del aire que nos envolvía.

– Pondrás el campo a mi nombre – le expliqué continuando el plan – y pagarás las cuotas restantes hasta cancelar la hipoteca o hasta que logre perdonarte.

Abrió los ojos sorprendida.

– El dinero de las guitarras no lo tocarás y no podrás ir al campo hasta que te avise.

Movió la cabeza en aceptación.

– Pondré un auditor para el análisis de las cuentas futuras incluyendo las franquicias del exterior, la Fundación y las mensualidades de la hipoteca. ¿Está claro?

La voz tardó en salir pero afirmaba con su gesto. Lloraba pero escuchaba. Nos paramos y le pedí que diga en voz alta que había escuchado y aceptado el acuerdo. Y que todo quedaría entre ella y yo.

– Acepto y te lo agradezco Tony. No sé qué hubiera hecho si tenía que abandonar todo.

– Florencia, yo mismo le tengo miedo al diablo que tengo dentro. ¡No me vuelvas a fallar! – amenacé señalándola con mi índice.

– Esto no debería anular la parte buena que también existe en todo ser humano. Reconstruiremos lo que éramos. “No pierdo la esperanza” – dijo parafraseando mi decir en sesiones y conferencias. Percibí una mueca que no alcanzó a ser sonrisa.

La dejé parada y salí por delante del músico. Me fui a caminar.

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Los días siguientes fueron agitados. Archivé la grabación de voz y las dos fotos de mi celular en mi PC. Suspendí mis sesiones y me quedé en casa mas no quise estar solo y le pedí a una amiga de visita frecuente que me acompañara; nada como masajes y sexo para relajar. Me dolía el cuerpo, quizás me estaba engripando. Con Florencia hablamos por teléfono varias veces. Me insinuó que lo que había en las guitarras era muy poco y que en nada había afectado el desarrollo de los negocio. Supuse que estaba haciendo algún reclamo por quedarme con el campo entero pero la desoí. En nada volvimos atrás lo que habíamos acordado. También preguntó varias veces cómo se descubrió todo, quién me sacó la foto y como supe que la plata era mía.

– Será la energía que percibo la que me llevó a la verdad – le dije enigmáticamente.

Insistió varias veces pero fui escurridizo. El desconocimiento da miedo y a lo mejor sería un incentivo para reprimir futuras tentaciones.

Nos vimos recién quince días después en la escribanía de Juan Lesper. A él le había encomendado varias tareas y cumplió con todas. Saludé a Florencia con la distancia que impuso el impacto de volver a ver a mi ladrona; de hecho con más frialdad que telefónicamente. También fue su esposo. Ambos firmaron la venta de campo a mi nombre contra dinero que habían recibido anticipadamente. Se dejó constancia de una deuda con hipoteca y cincuenta y cinco cuotas mensuales pendientes a cargo de ella con documentos debidamente firmados.

Días después le firmé un poder al escribano Lesper para administrar el contrato de alquiler que firmó con los nuevos inquilinos de mi campo, los vecinos Liliana Machea Arenas y su esposo.

Capítulo 5

Convoqué a a Maite y Lara para hablar con ellas en Libertadores. Compré una caja fuerte de dos metros de alto y la hice llevar al campo. Fui allá con ellas dos. Me hicieron muchas preguntas sobre el origen de ese dinero tan extrañamente escondido y que además no debía ingresar a ninguna cuenta bancaria. Respondí con vaguedades que no creyeron hasta que inventé una pequeña historia.

– Es dinero recuperado de un jefe administrativo que estuvo robando por años. Ya lo desligué pero decidimos no hacer la denuncia. El hombre es un obsesivo y tiene un hermano luthier que hizo las guitarras. Eso es todo.

Contado el dinero guardado en la caja fuerte confirmé mi decisión de lo que debía hacer con él, días atrás. Pero antes hablé con mis hermanas para saber cómo estaba la familia. Sentí una curiosidad instantánea por saber de Micaela pero tuve vergüenza. Maite seguía dando clases y a cargo de la casa y los arribados. De novia sin mucha proyección. Lara con sus hijas, su fe y el ex cura Paolo. Pedrito tuvo un segundo varón, estuve con ellos, y seguía administrando el corralón del padre de su esposa Lucrecia. De Jeremías se sabía que estaba libre y andaba por el Bajo.

– Escuché que Micaela se ha vuelto a cazar – fingí al fin para indagar.

– Parece que se ha separado de Romina o están juntas pero viven separadas. Ella vive sola con sus hijos. La nena es Sabrina, una linda chica; Sabrina Magariños… lleva el apellido de la madre. Tiene un varón un poco más chico. La vemos cada tanto porque los chicos van a la N° 31 con algunos arribados nuestros. Sigue con sus clientes de adivinación. Murió Carmen, su mamá y ella sigue con el taller de costura. – respondió Maite.

Rápidamente volví a mi realidad actual ya demasiada cargada en ese tiempo.

Antes de presentarles la idea les anuncié lo que acababa de instruirle al escribano Juan Lesper. A Maite le transfiero la titularidad de la oficina donde dicta sus clases. Tanto Lara como Pedrito habían invertido sus ahorros y la parte que recibieron por la venta de la casa de Matilde en comprar sus propias casas. Les quedó deuda hipotecaria y el anuncio es que yo cancelaré sus deudas.

Teniendo mis hermanos casa propia el plan continuaba ahora comprando una casa para arribados en Libertadores. Pero debía estudiar el proyecto primero.

Fuimos los tres al barrio Las Flores, absurdo nombre para un lugar parecido al Bajo de Lorrico pero más grande. Llegamos en cabra y regresamos en cabra. Para no ser reconocido me puse un sombrero de campo y ropa harapienta que me prestó Julito. Él vivía en Las Flores y había ido a mis sesiones varias veces; por él supe de la vida miserable del lugar. Nos acompañó para darnos seguridad pero igual nos miraban fiero.

Con nada de similitud pero disparando la memoria, recordé que Marina contó cierta vez el curioso caso de un millonario español, que viajaba a New York todos los meses de agosto, durante los treinta días, cada año, a trabajar como cadete en un humilde negocio de comida rápida, siempre el mismo lugar. Nadie, ni su empleador conocían su condición. Lo motivaba el no olvidar el valor del trabajo y el esfuerzo. Yo pensé por entonces que será que cada uno encuentra formas distintas de meditar.

En Las Flores visitamos también la iglesia y las dos escuelas. Maite y Lara debían investigar cuál era la situación de los niños del lugar en relación a sus posibilidades de una buena educación. El resto de las carencias eran bien conocidas por nosotros; las misma escasez hasta de agua potable. Les puse dos personas del Instituto para que colaboraran y me debían dar un informe en sesenta días.

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Pasado más de un mes de aquel día desolador regurgitaba como lechuza la incontenible furia por lo sucedido. Medité cuanto pude pero mi cabeza estaba ocupada todavía con emociones y recuerdos de los hechos vividos.

La quietud de la noche siempre aparece pero nunca antes de su tiempo. En mi caso, cada nuevo día traía un soplo más de sosiego. Ayudar a mi familia me ayudó. “Si puedo hacerlo por qué no” diría justamente Florencia.

La experiencia de tiempo atrás, el retiro de Chokaly House, de ”Paz Interior”, influyó ahora en mi recuperación pronta y sobre todo en escaparle al rencor, un sentimiento olvidado en mi repertorio. Podría encontrar, si lo pienso, algún vestigio de él a lo lejos, con Matilde y tal vez…con Micaela. Llamaradas que encendieron mi turbado resentimiento de aquel entonces pero que no permití que se convirtieran en rasgo de mi personalidad.

Despejado pues, decidí perseguir y encontrar la cómoda relación que tuve siempre con Florencia. Estaba lejos de alcanzarla pero iba en la dirección correcta y ella lo percibió. Una mañana encontré una nota de su puño y letra en mi escritorio: “La verdad es triste pero me siento liberada y agradecida. Sé que el Tony y la Florencia de antes se van a reencontrar. Nada más que eso quisiera. Un beso.” Reaccioné en el acto con un mensaje de texto que envié a su celular: “Claro que sí. Encontrarán un camino. No perdamos la esperanza”

Capítulo 6

Algunas semanas después estando en casa una noche sonó el teléfono.

– Hola Cholo- respondí.

– Tony, mi viejo no está bien. Ahora está el médico con él y lo vamos a internar.

Se hizo un silencio. No pude decir nada.

– Quería que lo supieras – añadió entonces.

Me dio detalles y decidí salir para Lorrico de inmediato. En mi coupé Nissan devoraría los doscientos kilómetros en un rato.

Llegué exhausto directo al hospital. Eugenio tiene diagnosticado “septicemia”, una infección en sangre según explicó el Cholo. Está Marita y un socio del Estudio. Entubado en una habitación le están inyectando antibióticos por vía intravenosa.

Quise verlo.

– Ayúdalo con tu energía Tony – dice Marita.

Justo sale un médico que pregunta por los familiares. Nos acercamos y explica que el estado del paciente es crítico y que muestra resistencia a los antibióticos. Que las próximas horas son de vital importancia.

Cuando entro veo a un hombre viejo y demacrado con la tez grisácea y despeinado. Respira agitado y está con un catéter conectado a un suero colgado del soporte. Todo es de color blanco sucio, como mi túnica que no llevo puesta. Me acerco a su rostro.

– Soy yo ¿Me escuchas Eugenio?

– ¿Tony?

– Sí, soy yo ¿Quieres que te ayude a recuperarte?

Eugenio tiene mucha fiebre y delira.

– ¿Quieres que te ayude? – insisto.

No hacía mucho Eugenio había hablado conmigo sobre su final próximo dado la suma de años y el cáncer a cuestas. “De a ratos estoy dispuesto a partir y de a ratos no” me había dicho. “A veces quiero terminar con todo esto, Tony. Estoy cansado”

– ¿Quieres que te ayude con tu infección Eugenio?- pregunto una vez más.

Luego de un silencio respondió.

– Sí.

Es la señal que quiero escuchar. Tomo sus manos y pongo mi mente en la búsqueda de la mayor concentración que puedo conseguir.

– Déjate ayudar Eugenio. Piensa en algún momento lindo. Piensa solo en ese momento. ¿Qué ves? ¿Con quién estás?

No hay gesto en su rostro; mantiene los ojos cerrados. Los próximos veinte minutos pasan en un plano consciente para mí pero abstraído de todo. No hay pensamientos hasta que reacciono y lo veo igual; sin embargo su respiración es calma.

– Estaré aquí afuera. Solo tienes que llamarme y te traigo un whisky– susurro.

– Gracias- responde casi sin mover los labios.

Me quedé afuera con la familia y me dormí sentado en la sala de espera.

Días después, un miércoles antes de la conferencia en el Club, el Cholo y yo hablábamos en la biblioteca. Suena su celular y lo pone en alta voz.

– ¿Estas escuchando Tony?

– Sí Eugenio, sé que estás mucho mejor…

El médico había dicho que fue la urgencia y la rapidez con la que se tomaron las decisiones lo que salvó la vida del Dr. Paolini.

– Gracias a ti muchacho…

– Tú hiciste el trabajo. Yo solo estaba ahí.

– Te mando una botella de jarabe para la tos. Gracias Tony.

– Sí gracias. El Cholo me la dio. Un abrazo Eugenio. Se te extraña por acá.

Era una botella de Chivas Regal Magnum de 12 años, de 1,5 litros.

– Cholo, prometo que esta botella la tomaremos solo en ocasiones donde estemos juntos. Nos va a llevar su tiempo.

– Hablando de tiempo,…nos conocemos hace más de cuarenta años, desde el banco de la primaria de la N° 31. No sé qué significa eso pero sí te digo que si llevas el brebaje al póker del sábado, será cadáver – bromeó.

Inauguramos la botella mientras conversábamos del Estudio y de Marita y de los clásicos temas de sus hijos: miedo a los accidentes, drogas, novias, estudios y amigos que no gustan.

– El Estudio no participó en el despelote con Florencia ¿Por alguna razón?- cambió de tema.

– Lo tenía a mano al escribano Lesper y estaba como loco. Son cosas de escribanía más que jurídicas.

– Ni siquiera me preguntaste nada y tomaste decisiones sin escuchar a nadie.

– Una caminata de una hora y una noche sin dormir, ese fue todo el tiempo que tuve para decidir. Ya me conoces.

– Me hubieras llamado. No puedo entender que la dejes en el Instituto Tony. ¡Te ha robado!

– Pero es peor pelearse. La necesito. Soy práctico.

– Te va a volver a robar.

– Quizá.

– No te entiendo. No está bien lo que hizo. No puede ser lo mismo robar que no robar. Debe haber otras Florencias que puedan hacer bien lo que hace ella y no sean ladronas. ¡Semejante Ladrona, además!

Le recordé que nadie más sabía lo ocurrido. Ante mi poco ánimo para discutirle agregó:

– Y no es lo mismo compartir los momentos duros con los amigos, que no compartirlos.

– El buey solo bien se lame. No quise molestar – deslicé.

– Es que es doloroso que no te moleste tu mejor amigo – devolvió.

Entendí el mensaje pero no le dije que hablar con él hubiera sido meternos en lo que es correcto o no correcto hacer y no era lo que necesitaba escuchar.

– Entiendo “mejor amigo” ¿Quizá te deba una disculpa? – desembuché intentando ser gracioso.

– No es para tanto – sonrió – pero estás demasiado…independiente.

– ¿Cómo?

– No necesitas a nadie. Todo el mundo te conoce y te la has creído. “Hazte la fama y échate a dormir”. Demasiada seguridad en ti mismo.

– ¿Por qué lo dices? No creo que sea así.

– Porque no escuchas a nadie como si no necesitaras ninguna opinión; es a ti a quien todos hacen preguntas y tú tienes respuesta para todo. Estás arrogante Tony. Yo no me caliento porque no podría enojarme contigo pero no lo digo solo yo.

– ¿Quién más lo dice?

– No importa. Solo tienes que pensarlo porque no mereces algunas cosas que dicen de ti. Y tienes que saber que tu fama es pequeña y efímera ¿O no?

– Claro. Hay gurúes recontra famosos y recontra millonarios. Y no me siento agrandado… pero si me ven así, pues ¡Que sea! Allá ellos…y tú también – levanté la voz frustrado.

– ¿Ves?

– Es que es justo lo contrario. Aún mirándome con clemencia frente al espejo, si me demoro aparece alguien que no me está gustando Cholo. He dejado la Secretaría, un trabajo que mantuve por años. Me separé de Marina y estoy solo. Fracaso con un amigo en los negocios, el último es uno de televisión por cable que ahora funciona espectacularmente – me burlé – El mismo mejor amigo que poco antes me había descubierto trampeando en la Universidad y me había salvado del derrumbe. Poco después mi socia me roba alevosamente – enumeré soltando de a uno mis dedos empuñados. Y mi padre postizo está en terapia intensiva y me llamas de urgencia. No es precisamente alta estima lo que producen estos hechos – terminé diciendo.

– En poco tiempo encontrarás una mujer que te dé hijos para que tengas de quién ocuparte y te olvides un poco de los demás – dijo él buscando frenar el embate de amargura.

– Me ocupo a mi manera de muchos niños Cholo – reaccioné y quedé descolocado pero volví a mi reflexión.

– Vivimos en una selva – dije en voz alta.

– Ya lo has dicho antes. Eres tú quien vive ahí. No yo.

– Pero esta vez Florencia me hizo sufrir a mí el rigor de vivir sin reglas, ni leyes. Todo cambia y cualquiera acomoda códigos propios a discreción. Es la ley del más fuerte. Hacemos cosas malas por razones correctas. No hay verdad. Todos mienten.

Tomábamos el Chivas en la biblioteca. Me aseguré de que las paredes no escuchen mi discurrir para que no llegue a oídos de los sábelo todo de Luz Azul; ellos sacarían a relucir a filósofos de la ilustración ubicando al hombre en el estado básico de su naturaleza.

– Ahora estás pesimista Tony. Déjate de joder. Prefiero al agrandado – bromeó sin poder percibir mi angustia.

– Está bien. Un vaso más y pasará – dije uniéndome a su inquebrantable voluntad de mantener todo dentro del mundo de las bromas.

Nos llamaron a la conferencia del día: “Religiones de Oriente”. El club era actualmente una mezcla de curiosos de la cultura con profesionales que buscaban vinculaciones. Todos hombres y solo por excepción se invitó a una mujer que dio una conferencia sobre educación. Algunas eran públicas y asistían invitados pero la mayoría era para socios exclusivamente. La temática se mantenía dentro de la historia y la filosofía aunque fue ganando cada vez más espacio la actualidad y la política y la economía. Cambió el interés por debatir con vocación “la verdad” sea lo que sea que eso signifique. En tiempos de los fundadores, si había diferencias, cosa frecuente, se procuraba en cualquier tema descubrir la versión más acertada posible. Ahora “la verdad” se corrió como finta de domador dejando pasar contradicciones y diferentes verdades. Cada quien acomoda la disputa a su pensamiento y si no hay coincidencia no importa, se concede la razón como un procedimiento educado que deja contentos a todos pero en nada cambia las ideas previas.

El club se ha “apachangando” al decir de los fundadores. Aunque en mis comienzos aprendí con gusto de sus saberes, nunca fui cautivado por la solemnidad de entonces ni tampoco siento ahora un exceso de banalidad. La simpleza es para mí un refugio. Que queda en el bar del Polo Cantero donde veo a mis amigos desde hace años jugando póker a puro vivir no más. Allí fui el sábado siguiente.

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Esa tarde previa al juego, tuve una reunión con mis hermanos. Había llegado el plazo que les di para investigar la educación en Las Flores de Libertadores. Habían hablado con los directores de las dos escuelas del barrio. Ambos explicaron que su función esencial se limitaba a contener los conflictos familiares sin que quede ni tiempo ni energía para prestar atención a la educación. Uno de ellos organiza torneos de futbol de noche solamente, gastando mucho dinero en energía eléctrica, al mismo tiempo que al comedor de la escuela no le alcanza más que para dos días de leche por semana. Lara reprodujo el diálogo con el director.

– ¿Por qué entonces no se hacen los torneos de día? – preguntó ella.

– Porque de día los niños están protegidos en la escuela – respondió el director – y para sacarlos de la casa los traigo de noche a la cancha.

– Por qué sacarlos de la casa si justamente les haría bien el ambiente de hogar. – dijo Lara

– Las madres de los chicos son “fufas” de noche. Por eso tengo que sacarlos.

Todo lo que puede hacer la educación con los niños es enseñarles a vivir dentro de Las Flores, esa era la conclusión, tal como en el Bajo de Lorrico.

Maite y Lara hablaron con tres escuelas en mejores zonas de Libertadores. Ninguna quiere por allí a chicos de Las Flores, ni las autoridades escolares ni los padres de los alumnos. Pero igual que en Lorrico, los prejuicios son vencidos por una ley que los obliga a recibirlos si viven en la misma jurisdicción de la escuela.

Florencia investigó alguna vez la posibilidad que el Instituto cree una escuela para recibir a niños en carencia. Le hablé por teléfono.

– Será muy difícil Tony – y me resumió la cantidad de dificultades jurídicas y legislativas a vencer si se quiere tener una escuela privada.

La educación es monopolio del Estado en la Región de los Nísperos. Esas son las condiciones actuales de modo que es el propio gobierno quien impide el cambio para esos niños. Además de no haber una evaluación económica para hacer una escuela pero de seguro no estaba en las posibilidades actuales de la Fundación.

Entonces avancé con la idea inicial de comprar una casa que pueda contener a niños de Las Flores. Lo primero era saber si alguien tenía la voluntad de hacerse cargo del proyecto.

– Los niños no pueden elegir en qué escuela estudiar, yo lo haré por ellos – defendió Maite.

Se ofreció y dijo que había pensado que podría vivir en Libertadores y le gustaba el desafío. La casa de Lorrico quedaría a cargo de Lara quien aceptó como se acepta la voluntad de Dios. Pedrito ofreció colaboración en el tiempo que le quedaba libre después de su trabajo y la familia.

Capítulo 7

Terminada la jornada con mis hermanos considero pasar a saludar a Eugenio pero es tarde y voy directamente al póker. En el camino voy pensando en el grupo y en las veces que me ha llamado la atención que después de tantos años nos conozcamos tan poco en realidad. Los habituales somos el infaltable Polo, dueño del bar al que no le ha cambiado ni la pintura, Luca, el Cholo y yo. Luego aparecen y desaparecen algunos como el rubio Camel, el que nos gana y no da revancha. En el fondo somos desconocidos que nos divertimos una noche por semana; será que no hace falta más que eso. Salvo el Cholo y yo, no hay contactos entre el grupo fuera de la juntada de póker. Sabemos quién piensa qué de la política, quién piensa qué de las mujeres, quién estará borracho primero, quién es el dominado por su mujer, quién contará los mismos chistes de siempre, quién se calienta rápido y quién es más mentiroso. Al tiempo que no sabemos prácticamente qué hace cada uno de su vida. Podríamos tener un estafador que no lo notaríamos. Sobre todo eso, un estafador que por profesión suele disimular su zarpada detrás de la simpatía y la confianza. Pero no tenemos de esos en el grupo. El que más se corre de las normas tradicionales de conducta… supongo que soy yo mismo.

Esta noche es especial; el Polo le gana a Camel y el rubio bigotudo pide revancha. Nos quedamos los cinco pero queda todavía suficiente Chivas Magnum. Camel vuelve a perder y pide revancha y Polo le da revancha una vez más y gana una vez más. Se para en su lugar y toca los billetes en el bolsillo imitando la clásica burla de Camel cuando gana. A esta altura ya han pasado muchas horas y queda poco elixir amarillo. Nos despedimos riendo y cruzando los pies al andar.

Manejo mi Nissan coupé con la precaución que da la poca claridad visual de una ruta que se mueve. Me duele la cabeza; mi sentido del tiempo está intacto: llevo unos diez minutos andando, pero he perdido la sensación de velocidad y solo me guio por la aguja roja del velocímetro en el 110 km/hora. De repente dos ruedas muerden la banquina y volanteo para volver la coupe a la ruta que se atraviesa…y puedo ver en cámara lenta que el accidente es inevitable.

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Abro los ojos entre blancas paredes brillantes. Estoy acostado de espaldas y me duele la cabeza y todo el cuerpo. Entra una mujer con delantal blanco.

– ¿Cómo se siente Tony?

Con la idéntica imagen que tengo de una enfermera de novelas de televisión, la mujer me explica que estoy en el Hospital Distrital de Lorrico. Llegué el domingo de madrugada en ambulancia en estado de shock. Estoy sedado y me están haciendo estudios. Por ahora sigo en observación y es buena noticia que esté despierto y consciente. Toma la fiebre, repasa los dolores que acuso y registra notas en una hoja.

– Pronto vendrá el médico. Hay personas en la sala de espera. ¿Desea verlos?

– ¿Qué día es hoy?

– Lunes; son las once de la mañana. Ha tenido mucha suerte Tony.

Entraron Maite, Lara y Pedrito; recibí una mezcla de cariño y enojo. Llevaban varias horas de angustia esperando que las noticias de mi salud fueran buenas. Al salir me secreteó Maite al oído: “Me llamó Micaela para preguntar si podía venir a verte”. No supe qué decir; ni siquiera estaba seguro de entender qué pasaba.

Ingresó luego Marita y el Cholo quien me contó lo que yo no recordaba. El auto volcó y quedé sujeto de mi cinturón de seguridad. Llegaron a socorrerme y de inmediato lo llamé a él con mi celular. Estaba consciente y aparentemente entero. No quería ir al hospital.

– ¿Yo hablaba y estaba consciente? ¿Cómo puede ser que no recuerde nada?

– Dice el médico que es normal. No te preocupes.

No me tranquilizó porque no le creí; estaban adormecidos mis sentidos.

– Fuimos a socorrerte. Marita manejaba porque yo tampoco podía manejar – mencionó el Cholo que no respeta circunstancia alguna para hacer comentarios desacomodados.

Llegó el médico y dijo que no se detectaron quebraduras y que debía seguir con estudios al menos un día más. Todavía faltaban algunos resultados. Los golpes fueron severos y podrían haber ocasionado lesiones graves. Son excepcionales los accidentes similares que no tienen consecuencias como parece ser mi caso. Pero debíamos esperar. Al día siguiente pasaría nuevamente a verme.

Al rato entró Florencia y me abrazó como pudo en mi fragilidad. La noté conmovida. A pesar de estar sedado, al verla se prendió el recuerdo de mi enojo…pero tenue. Conversamos brevemente y le agradecí que hubiera venido desde Libertadores.

– ¡Casi me muero cuando me enteré Tony, cómo no iba a venir! Quédate tranquilo que arreglé todo con la prensa.

De seguro hice notar con mi gesto que nada entendía. Me mostró en el diario “La Región” un título sobre la foto de un Nissan coupe totalmente abollado y con el techo hacia abajo: “Tony salió ileso” Y me explicó:

– El cuartel de policía de la 32 intervino en el accidente el mismo domingo, a las 4.30 de la madrugada. Te hicieron un test de alcoholemia y abrieron una causa por posibles daños y perjuicios y por asuntos del seguro de la Nissan. El Cholo está en el asunto, no te preocupes…

Florencia siempre tan eficiente. Yo la escuchaba como a un murmullo que interrumpe un reposo imperioso.

– …Pero el tema es que dieron la información a la prensa; nos hubiera hecho mucho daño Tony. Frené todo y mandé una gacetilla…

Me mostró la nota en el diario y leyó: “El Maestro Tony – Antonio Bonilla – sufrió un terrible accidente pasada la medianoche del sábado…en tal lugar…de regreso a Libertadores…al finalizar una cena a la cual había sido invitado como presidente de la Fundación EFe a presentar la expansión global del Instituto Ventura y el ambicioso proyecto…Tony ha salvado su vida de milagro y se encuentra en franca recuperación.

– Gracias Flor. Estoy aturdido todavía pero gracias.

– Me ha llamado Marina, quiere venir a verte.

– Llámala tú y dale las gracias; y que no viaje.

Cuando me quedé solo le pedí a la enfermera que hiciera entrar al Sr. Paolini.

– ¡Qué pasó boludo! – le pregunté terminando de caer en la cuenta de lo sucedido.

-Ibas con una borrachera mamosa. Te diste vuelta. Tuviste suerte. No venía ningún auto en frente ni atropellaste a nadie. El auto no sirve más.

– ¿Todos lo saben?

– La prensa no, la policía sí y al resto les he dicho que perdiste el control del vehículo afortunadamente a baja velocidad.

– Eres un campeón amigo – balbuceé a modo de agradecimiento.

– Esta tarde vengo Tony. ¿Necesitas algo? Te quedarás en casa unos días hasta que termines los estudios y te mejores. No te mortifiques Tony, todo hubiera sido peor si Camel nos hubiera ganado.

No conseguí mostrarle ni una mísera sonrisa. Apenas podía moverme y le pedí que abriera mi celular. Lo puso en carga; el indicador de llamadas acusaba 37 perdidas. El buzón de mensajes estaba completo.

Luego de estar cinco minutos solo, pedí hablar con Florencia. La información oficial debía decir que el accidente fue producto, al parecer, de una maniobra brusca por evitar atropellar a un perro que se atravesó en la oscuridad. Agradecía el excelente servicio del hospital tanto de médicos como enfermeras y sobre todo agradecía una multitud de llamadas y de energía positiva que he recibido. Es posible que sin ella no estaría con vida.

Luego pedí hablar con Maite.

– ¿Qué te dijo Micaela?

– Se enteró como todo Lorrico y habló muy temprano preguntando cómo estabas y si podía venir o había régimen de visitas limitado.

– Gracias Maite.

– ¿Que le digo si llama otra vez?

– Que no estoy recibiendo visitas. Pásame su número.

Le pedí que encendiera el televisor de la habitación antes de salir. Al menos quería escuchar un poco de ruido para que el silencio dentro mío no me aturdiera. Se me estampó la foto del diario con la coupé destruida. Hubiera podido acabar con mi vida de un modo tan absurdo…

Me dolía los músculos y la cabeza y me dolía haber sido tan estúpido. Me dormí. En la tarde me llevaron a distintas salas con aparatos para hacer estudios. Me sentía más despabilado y también más dolorido.

– Solo tiene que descansar – saludó una enfermera cerrando la puerta de la habitación.

Capítulo 8

El martes me despertó el médico muy temprano. Los estudios han salido bien. Si no hay cambios me darían el alta al mediodía. Le agradecí y él agradeció mis palabras públicas hacia el hospital. Desayuné y prendí el televisor.

¡Sorpresa! En CNN en español aparece la imagen de un incendio en la Torre Norte de la Torres Gemelas en Nueva York. “Un avión se estrella contra una de las torres del World Trade Center” Al parecer pudo ser producido por la colisión de una avioneta. Repaso canales con el control remoto curioseando la extraña noticia. Pocos minutos después en una toma desde lejos donde se aprecia la magnitud del incendio de la torre, aparece en pantalla un avión que se incrusta en la Torre Sur produciendo una gigantesca bola de fuego que aparece por el lado opuesto a la colisión. ¡Oh My God! Se escucha la exclamación del relator en inglés. Luego todo enmudece mientras presenciamos la catástrofe. ¡Un espanto! Mi mente está quieta, embobada en la delirante imagen de dos inmensas columnas de humo negro y rabioso brotando de los edificios. Permanecía todavía atónito cuando comprendí que esto no era un accidente.

¡Qué horror!

Podía ser irreal; estoy enfermo tomando drogas en un hospital. Llamé a la enfermera que confirmó sin decir palabra que lo que sucedía no estaba dentro del televisor de mi habitación solamente.

– Lo estamos viendo en el TV del hall – dijo.

Apenas unos minutos después la imagen de CNN en español mostraba un texto al pie que decía destacado: “EE.UU Bajo Ataque” y abajo: “Inteligencia EE.UU encuentra buena indicación de vínculos con Osama Bin Laden”.

Luego se vivió en directo el colapso, la caída feroz de cada una de las torres. Otro avión había colisionado en el Pentágono y uno más en un campo en Pensilvania por no alcanzar el Capitolio gracias a la bravura de los pasajeros.

Siguieron horas amargas que el dolor de mi cuerpo se negó a respetar. El médico indicó calmantes, dio el alta y un turno para visitarlo en unos días. El Cholo me llevó a su casa donde Marita había preparado un cuarto. Quise llamar a Marina y no conseguí comunicación; su lugar de trabajo es cerca de la zona del atentado. Se había suspendido todo lo que se hace habitualmente un martes cualquiera; aquel 11 de setiembre de 2001 no lo era.

Los días siguientes estuvieron cargados de noticias, declaraciones, testimonios y una enorme tarea de rescate. Hubo ataques con carbunco en sobres de correo y opiniones internacionales de todo tipo. La terrorista Al Qaeda había sido la responsable de 3.000 muertes y al decir de algunos analistas “el mundo se había partido en dos”; ya nada sería lo mismo.

Esta vez era eso, todo el mundo nada menos, el que había mezclado el azúcar en la leche.

Estuve toda la semana alojado en la casa de Marita y el Cholo que me cuidaron con los mimos de la amistad, viendo noticias en una gran cantidad de canales de “Radar TV”, la televisión por cable de la que era cliente en vez de ser el dueño. Esperaba que mi accidente se fuese borrando a medida que cedían los dolores lentamente, como cede el recuerdo ante el olvido. Mas la imagen en el diario, de mi auto destruido, se negaba al olvido.

Así pasaron los días hasta que llegó el sábado y fuimos a la juntada de póker. Recibí chanzas de bienvenida y cargadas por botarate. Hablamos de los ataques a EE.UU. mas sin poder hacer referencia a opiniones serias sino que todo era superficial, como si la tragedia estuviese fuera de foco sin poder ser apreciada en su dramática magnitud. Ninguno quiso opinar ni escuchar diferentes análisis que seguí por televisión referidos a las dificultades de los rescatistas o proyecciones internacionales, consecuencias económicas, riesgo nuclear, etc. Menos aún conversar sobre la incorrección o no de invadir Afganistán. Hasta que alguno se pronunció: “¿Estamos aquí para jugar a las cartas o para arreglar al mundo?”. Así era el grupo. La vida es tremendamente cruel cuando muestra que nada impide que todo continúe como si nada.

– No te enganches Tony, no es que todo les da lo mismo; les interesa si el pan va a subir de precio y si es cierto que hubo una violación en la escuela N°17 – me calmó el Cholo por lo bajo. Y entiendo que tiene razón. El impacto del tremendo ataque de unos días atrás no impidió las risas y chanzas de siempre. El Cholo habló de mis reacciones y comentarios inmediatamente después del accidente mintiendo con su gracia natural y provocando las risas de todos.

A mí me hizo mucho daño el llamado 9/11 por la catástrofe en sí, por la conmoción de toda la ciudad y porque desacomodó mi sistema de creencias; me quedé situado en un terreno inseguro. Jamás imaginé que algo así pudiera suceder. Además había estado, no hace tanto, en el famoso restaurante del piso 107 de la torre norte. Recuerdo que la primera vez que fui no pude entrar porque no llevaba saco.

Lo cierto es que el sábado pasado casi había muerto y dos días después el mundo se conmovió con un ataque terrorista y miles de víctimas. Sin embargo, una semana después estoy jugando a las cartas con las risas, los amigos y las bromas de siempre. Supuse que algo debía querer enseñarme la vida.

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Dos semanas después manejo el nuevo modelo del Mini Cooper azul con techo blanco comprado con ayuda de la compañía de seguros. Aparecieron moretones y permanecía un dolor en la rodilla izquierda. Florencia había contactado a Marina que estaba consternada pero bien.

Retomé mis sesiones de diez minutos en las que aparecieron consultas sobre la veracidad de amenazas de nuevos ataques. Hubo gente con temor a que ocurra algo en la propia Región de los Nísperos.

– Ataques habrá porque siempre los ha habido. Cambian los métodos pero las víctimas son siempre inocentes. – respondía “El Maestro” a los visitantes – Hay que vivir como si eso jamás vaya a ocurrirnos a nosotros; no hay otro modo.

Florencia implementó en el Instituto jornadas de oración y repudio por el atentado, en sintonía con actitudes similares en muchas otras partes del mundo. Asistió gran cantidad de personas y muchos donaron dinero. Quedé sorprendido y consulté a Florencia. Ella no había dispuesto nada al respecto y la gente tuvo la iniciativa espontáneamente.

No entiendo ese acto de nobleza ni el mundo en el que estamos viviendo. Estoy confundido como quien despierta en una habitación desconocida. Es que supuse que tenía mis saberes ordenados y hasta creía entender el alma humana; la arrogancia que me endilgan mis hermanas. Ahora me sentía inseguro y no estaba entendiendo a las personas. “Quizás conozca muy poco de todo” recordé el texto en mi cuaderno. Había tantas formas de vivir los sucesos terroristas, desde la superficialidad del grupo del póker hasta la colaboración a la distancia de personas ignotas sin pretensión. No sabía cuánto dinero había pero decidí entregarlo en acto público con la presencia de Florencia al Cuerpo Central de Bomberos de Libertadores. Hubo una nota con foto en el periódico.

El planeta convulsionaba con noticias permanentes al son de una comunidad internacional en movimiento como hormiguero embestido, mientras Estados Unidos con el apoyo de Naciones Unidas invadía Afganistán. Todo eso ocurría fuera de mí. Por dentro tenía el accidente casi superado a no ser por la reiteración en mi mente de la foto del auto volcado y de palpitar la sensación de que puedo morirme. Ningún descubrimiento. Quedaba algo de dolor en mi rodilla, pero caminaba sin problema y podía manejar el Mini Cooper sin malestar psicológico. Sin embargo quedaba algo pendiente que rebotaba en mi cabeza sin poder salir. Tomé el teléfono:

– Micaela, soy Tony.

– Un segundo.

Reconocí su voz. Era ella.

PARTE IV

Capítulo 1

Se recreó un silencio que se agregó al que había durado años y años. No había pensado en qué decirle. La recordé en su vestidito azul con pintas, “Te necesito Tilde” y su pelo rojo y las pecas…no recuerdo el color de sus ojos…miel clara quizás.

– Hola Tilde, cómo estás.

– Muy bien, solo quería agradecer tu llamado y la preocupación por mi salud.

Esta vez el silencio se prolongó en exceso.

– Sí, supe de tu accidente ¿Cómo estás?

– Bien, con dolor de rodilla pero bien.

Intercambiamos palabras del hospital y de los estudios y diagnóstico como quienes hablan mientras esperan en una fila. La llamada la había tomado por sorpresa sin duda. Y en mí, su voz despertó una curiosidad ansiosa por saber de ella.

– Mi trabajo está bien Tilde, cosiendo y atendiendo a clientes con mis cartas.

Su voz sonaba como si la emoción estuviera en bajo volumen.

– ¿Y tu familia?- forcé la conversación porque parecía que nada más teníamos para decirnos.

– Mi familia son mis dos hijos. Estamos bien ¿Y tú?

No esperaba esa respuesta y claramente no llegaban ideas ni palabras a mi mente. No pregunté ni por Romina ni por el padre de sus hijos ni por su situación actual. Solo dije:

– Estoy solo Mica…

– No podrías estar solo ni un minuto Tilde – interrumpió con voz serena y firme ¿Eres un hombre público y tu vida es conocida. No has tenido hijos…

Y ahí, recién ahí percibí en su tono resabios de la pelirroja de hace años.

– No tengo hijos- confirmé.

– Y disculpa- siguió – pero no sé cómo has obtenido mi número ni por qué me agradeces mi preocupación por tu salud.

– Porque era lo menos que podía hacer Micaela. El número me lo dio Maite.

Otro silencio que incomodó.

– Yo no llamé Tilde.

Aclarando la situación ambos comprendimos que Maite había decidido mentirnos. A mí me dijo que quería visitarme y si le hubiera dicho que sí, a ella le hubiera dicho que yo quería verla. Luego de otra extensa pausa habló:

– Nunca te aclaré algo que es muy importante Tilde, pero tampoco estoy segura de decírtelo así no más, por teléfono; pero quizás éste sea el destino y será el momento.

– Dímelo – ordené.

Un silencio y después, dijo:

– No eres el padre de Sabrina.

– Siempre lo supe Micaela – y agregué pretendiendo una broma innecesaria – No olvides que soy brujo.

– ¿Por qué me mentiste? ¿Con quién me engañaste? – dije cayendo en la cuenta que debía reaccionar por su declaración.

– No te engañé Tilde.

Seguía la conversación; no estaba lúcido y mi consabida improvisación no estaba funcionando. Ella en cambio estaba bien.

– Te noto muy tranquila Micaela – dije en consecuencia.

– Por años he estado pensando que debía haberte dicho esto Tilde. Es como si siempre hubiera esperado este momento.

– Decirme qué.

– Sabrina tiene dieciocho años y la adopté en Colihuen apenas nos separamos.

Ahora el silencio lo forcé yo.

– Tú entiendes que es difícil creerte Micaela ¿Verdad? – luego de una pausa para escuchar una respuesta que no llegó, agregué:

– Me engañaste con Romina y luego…

– No te engañé con ella. Tú bien sabías lo que hacíamos.

Nos quedamos en silencio esperando que baje el tono de los reclamos y fue ella la que lo rompió.

– ¿Tienes fax en este número? Dame un minuto sin cortar.

Esperé más de un minuto con pensamientos ausentes hasta que reapareció su voz.

– Ahí va – dijo.

En mi fax titiló la luz verde que anuncia la activación de la conexión. Apareció una hoja cuyo encabezado membretado indicaba que era un documento del Ministerio de Justicia de la Región de los Nísperos, Dirección de Protección de Datos Personales y Registro de Adopciones. Ayuntamiento Constitucional de Colihuen. Luego hacía referencia a que era un documento legal de plena acreditación por adopción presentado por Micaela Magariños con la acreditación del pago de impuesto para tramitación por expediente N° 67-43081-344-83 por adopción. Luego estaba el nombre de un oficial de registro, dirección y teléfonos. La fecha del matasellos se leía con dificultad: 7nov83.

– Estás ahí – pregunté.

– Si.

– Por qué no me dijiste esto en tantos años.

– Porque nos separamos Tilde; fue difícil para mí. La burocracia para la adopción fue traumática. No quería vivir sin hijos y tampoco con hijos en la pobreza. Son cosas que si no se dicen al principio después ya no se dicen…bueno salvo por teléfono después de muchos años.

– Sí,… fuiste muy importante para mí, Mica.

Se hizo un vacío ingrato, como el que deja la omisión de un cumplido.

– Aquel tiempo me cambió la vida; tenía 37 años y poco tiempo para quedar embarazada. Y con Romina no podíamos…

– ¿Cómo está ella?- fingí curiosidad.

– La veo poco, pero está bien. Vive en la Región del Naranjillo.

Otro silencio de ambos que ella interrumpió:

– Varias veces he pensado lo que perdí cuando veo a un Tony famoso que lleva una vida tan buena.

– No lo creas. ¿Cómo sabes de mí?

– Por aquí todo el mundo sabe de ti.

– Pero no es oro todo lo que brilla – afirmé.

– Claro – observó – Le debemos a Maite un ratito de conversación después de…no sé cuántos años.

– Cierto.

Se imponía cortar la comunicación pero no había iniciativa de ninguno. Si pudiera ver su rótulo en la frente lo imaginaría de un color excitante pero tranquilo a la vez.

– ¿Has mantenido tus pecas? – se me ocurrió preguntar.

– Jaja. Solo están más arrugadas. Te he visto con panza en las fotos- provocó ella.

– No es verdad- deslicé – aunque quizá no falte mucho. Sigo siendo un flaco pintón. ¿Y tú?

– Igual, más linda. No, es broma. Estoy igual.

Tomé la iniciativa

– Me ha alegrado escucharte. Ya arreglaré las cuentas con Maite.

– La veo de vez en cuando. Sabrina está en el último año de la N° 31 y ella tiene algunos arribados allí también. Dejémosla tranquila.

– Claro. Bueno ya tenemos nuestros teléfonos. Gracias por el fax.

Un silencio después…

– Algún sábado que estés por Lorrico y tengas un rato llámame.

– Por supuesto.

Cortamos y se aflojó una tensión muscular de la que no era consciente. Me quedé sentado pensando en aquel hijo que no era mío, que nunca fue mío, que tanto me enojó y que es adoptado; Sabrina, adoptada. La curiosidad se fue despertando de a poco como los ojos del oso que termina su hibernación. Quería saber si de verdad estaba igual; con quién vivía, si sus pechos estarían firmes. Recordé su expresiva entrega en el amor cuando se recogía el pelo y su fogosidad en la cama; los tríos de esos años fueron la mejor experiencia sexual en toda mi vida. También fue lo que desencadenó su engaño y la pérdida de mi respeto. Pero ahora las hormonas me guiaban por caminos con remezones aislados en un andar calmo.

No, no era sexual mi centro de interés ni mucho menos. Era lo más simple del mundo: tenía ganas de volver a ver a Micaela. “Nadie fue tan importante para mí en toda mi vida”, me brotó.

Hablé con Maite al día siguiente.

– Ya me llamó Micaela y a ti te digo lo mismo que a ella ¿Qué tan malo puede ser que hablen por teléfono después de años? Me alegro que se hayan conectado.

– El caso es que me mentiste Maite.

– Claro, no tenía otro modo Tony. No es para tanto y ya es hora de que tengas una compañía estable hermano. Marina es americana y vive lejos, no es la mujer para el resto de tus días y aquí estás siempre con gente pero rodeado de soledad.

Me causó gracia su intromisión; yo nunca había pensado así.

– No estoy solo Maite. Bien sabes que eres tú quien debe buscar compañía.

– Te estás poniendo viejo y tienes que encontrar alguien que te de una palmadita en la pierna cuando regresas del baño a medianoche.

– Cuéntame algo de ella – dije desoyendo su patético comentario.

– No sé nada. Pregúntale tú. Y tengo que hablar contigo sobre la casa en Libertadores.

– ¿Qué te dijo cuando llamó? ¿Estuvo más cerca de recriminarte la mentira o agradecerte?

– Pregúntale tú – cerró mi hermana.

Reviví por un momento ese dulzor del adolescente evaluando las chances de conquista. Sin embargo el fragor de la emoción por la llamada a Micaela se fue disipando. Porque el mundo enloquecía de violencia y porque mi estado de confusión y baja estima me mantenían semiparalizado. Probablemente el estrés de los últimos tiempos aunque no lo parezca, se acumula y se manifiesta de algún modo. En mi caso abre las puertas a mi vieja compañera visitante: la melancolía. La que me frecuentaba en mi juventud, en mi época de agotamiento y en las de estrés. Aparece cuando no la necesito y se pega a mis caminatas; solo se esfuma si estoy recuperado.

No ayudan las noticias del mundo que me rodea. Recordé las palabras del Flaco Frías: “Vamos a ver si esto de ser culto ayuda a la hora de la muerte” En otra versión, diría yo: “Soy una persona informada pero vamos a ver si eso ayuda a la hora de ser feliz” A mis amigos del póker no les he visto pesadumbre por las noticias internacionales que dan crédito de amenazas de holocausto nuclear por el peligro de bombas con uranio en Irán e Irak. Ni por el peligro en aeropuertos y lugares públicos. No eran presa del miedo colectivo al menos a lo que se veía en ellos. Pero los hechos eran objetivos. El mundo cambió el protocolo de manejo de multitudes, se persiguieron organizaciones terroristas en especial Al Qaeda, muchos gobiernos cambiaron sus leyes antiterroristas y se restringieron derechos civiles.

Mis hermanas vinieron a verme trayendo una brisa de aire fresco. Nada mejor que un nuevo proyecto para ahuyentar el agobio. Maite comenzó:

– He pensado que me gustaría vivir en Libertadores a cargo de los niños pero no en la casa con ellos. Me gustaría más apoyarlos en la escuela pero me ha cansado el ajetreo diario Tony. Iría todos los días pero debemos encontrar a alguien que quede a cargo de la casa viviendo con ellos. No será difícil.

– Me parece muy bien. Así tendrás más tiempo – respondí sin decir más tiempo para tu novio.

Me plantearon en concreto comprar una casa que encontraron, una grande y vieja aunque acomodada a las necesidades de albergar a veinte niños cama adentro. Es emblemática del lugar porque tiene una palmera inmensa delante de una linda fachada y protegida con una reja muy antigua que delimita la vereda. Hay un patio central y como si fuera una mini escuela, varias piezas que lo rodean. No necesita arreglos, dijeron. A cuatro cuadras está la Escuela Normal N° 101. Mis hermanas le explicaron al director el proyecto de matricular niños que vivirán en el distrito. Luego de dos extensas entrevistas el hombre pareció estar de acuerdo y solo pidió que lo fuera a ver yo personalmente. Me temí gastos extras pero erré; solo quería conocerme en persona. Se comprometió a recibir como corresponde a todos los niños.

A pesar de mi andar cabizbajo, a los pocos días me reuní con el auditor que asigné a la revisión de cuentas del Instituto y de los pagos de la hipoteca del campo. Es un hombre de menos de treinta años, Contador y tiene una particularidad por la cual fue elegido: Es hijo adinerado del dueño de una cadena de mini mercados de la ciudad. Será justo en su tarea, pensé, porque el precio de la selva para comprar su voluntad sería alto. El caso es que analizamos los números, de donde surgió que convenía solicitar un préstamo bancario a diez años, que el Contador se ocupó de obtener. Con eso más el efectivo de las guitarras y otros ahorros decidí comprar la casa.

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Unos cuantos meses habían pasado desde que Florencia pagaba las cuotas hipotecarias del campo de nísperos y consideré que era suficiente. Cometí el error de consultar al Cholo la decisión, para que no se ofendiera. Un miércoles en la biblioteca.

– Le perdonaré la deuda a Florencia pero quiero asegurarme de no enfrentar reclamos posteriores. ¿Cuál es tu opinión?

– Que hay que hacer un simple papel anulando el compromiso anterior. Lo consultaré de todos modos con Joaquín – me dijo aludiendo a uno de los abogados del Estudio.

-Pero ese no es el punto – continuó – El punto es que no eres coherente. Querías sancionarla para que padeciera el dolor de devolver todo lo robado y ahora a los pocos meses la perdonas. ¡Eres contradictorio! ¿Con qué necesidad suspendes las cuotas?

– Porque me siento como si la tuviera agarrada de los ovarios, como si cada vencimiento le estuviera recordando lo que hizo.

– ¿Entonces?

– No sé, es como ganar y refregarle el título. En el fondo creo que se reconstruirá mejor nuestra relación si le suelto el lazo.

El Cholo se quedó callado, podía imaginar el color de la frustración en su frente.

– Yo creo que se aprende pagando; como en la selva, si te gusta verlo así. Hay cosas buenas y malas. Si pasas el semáforo en rojo, pagas, para que aprendas; si robas vas preso porque está mal robar.

– Mas bien sería para que no le robes a otros- interrumpí – Y puede que tengas razón Cholo, no estoy con ánimo de analizar el bien y el mal. Solo la perdono porque así lo siento y porque me conviene para nuestro futuro y el del Instituto; no necesito más razones.

– Entonces es por conveniencia, no por bondad mi amigo.

– Es lo mismo Cholo, siempre tu moralina. A veces pienso que has olvidado el tiempo en que ambos amenazábamos a testigos en los juicios que llevaba el Estudio por instrucción de Eugenio y los asociados de entonces. Hacíamos trampa todo el tiempo, los dos. Pero ganábamos. Eso es la selva. Y creo que hasta estuvimos cerca de secuestrar a alguno. ¿Te has olvidado de los “encargues” a Ugarte que tú también hacías?

– Hace más de diez años que con Marita dejamos atrás esas prácticas y lo sabes. El Estudio está trabajando dentro de la ley y sigue siendo el más importante de Lorrico.

Entendí que tenía razón y estaba orgulloso de ello. Al amigo entonces le dije poniendo mis manos en sus hombros:

– Te felicito a ti y a Marita. De verdad lo digo Cholo.

Pero no era verdad lo que sentía porque no le creía que fueran todos santos en el Estudio. Pasó el momento de tensión y declamé hinchando el pecho y señalando el cielo con mi índice:

– Y quiero decirte que “Soy contradictorio a mucha honra”. Así se defendía el Flaco Frías cuando cambiaba de opinión argumentando que la contradicción es lo propio de la condición humana. ¿Imagina si tuviéramos que vivir sin contradecirnos y sin aceptar las contradicciones en otros?

Sin tomar el consejo de mi amigo pero sí el del Estudio, tuve mi reunión mensual de la Fundación con Florencia y se lo anuncié. Estuvimos una aburrida media hora con análisis de los ingresos por diferentes sectores y actividades, revisamos nuestros propios retiros y estados de cuenta. Florencia informó de mis próximas actividades pendientes de confirmación y de los avances positivos de las “Franquicias Globales” del Instituto. En marzo del 2001 teníamos doce sedes funcionando y ahora, un año después ya llevamos diecisiete. Terminado los informes, continuó:

– Tengo una nueva idea Tony – introdujo con picardía y sin darme tiempo a hablar de la decisión que quería anunciarle.- ¡Libros! El Instituto publicará libros. Será un éxito todo lo que tenemos que hacer es recopilar conferencias y volcar tu experiencia en sesiones.

– ¿Quién los escribiría?

– ¿Qué tal tú?

Me sorprendió y a la vez, sentí que era una idea ajena a lo que yo sabía hacer. No soy escritor ni mucho menos, mas en todo caso no es mucho lo que podía perder; salvo que termine en mamarracho. Florencia colocó sus ojos clavados en los míos. Podía apostar que pensaba “Qué es la vida sin riesgo”.

– ¨Podría ser Flor…es exponer nuestro prestigio sin necesidad. Y no sé si tenga la habilidad para escribir.

– ¡Qué es la vida sin riesgo Tony! ¡A explorar los propios límites! ¿No es eso lo que enseñamos en los talleres? – provocó – Además podemos buscar alguien que sea bueno escribiendo y tú trasmites experiencias y yo cuento la vida del Instituto. Arreglaremos las cuentas y los derechos de autor- completó sonriente.

– Podría ser – farfullé.

– He pensado en algunos capítulos pero se nos pueden ocurrir muchos más: “Sobre el arte de vivir”, “La meditación”, La energía en ti”, “Trabajo sin estrés”, El poder de tu interior”, “Cuidando tu salud” y muchos más.

– Podría ser – repetí – ¿Y por qué hacerlo?- pregunté al tiempo que yo mismo respondí en voz alta remedando su decir: “Porque podemos, eso es todo”.

– Correcto – respondió con el rostro serio. ¿Por qué enviamos emails si tenemos el fax y los mensajes de texto en el celular? Porque la tecnología lo permite, solo por eso. ¿Por qué no volamos? Porque todavía no podemos.

– Es broma Flor, solo broma – me reí tras su enganche.

Pero le encontraba razón. Por otro lado, parte de mi riqueza es que dispongo de tiempo y canalizar energía en algo distinto ahuyentaría el decaimiento. Pensé que Maite podría ser la verdadera escritora a partir de mis relatos aunque si la propia Matilde aprendió de grande a escribir y pudo hacer bonitas composiciones yo también podría intentarlo. Florencia me notó abstraído.

– ¿En qué piensas? Ese cuaderno con anotaciones puede ser una base Tony.

– No Flor. Esas son anotaciones personales, como un registro de mi vida. Te he hablado del periodista Denis Chemirca ¿lo recuerdas?

– Claro, todavía tiene contactos en el diario y nos ha conseguido varias entrevistas sin cargo.

– De él aprendí que anotar la vida hace que la vida se note.

Ella acusó la frase poniendo cara de incógnita.

– Se vive más deliberadamente Flor. Te conoces mejor y así puedes enfrentar las batallas de la vida con mejores armas. Eres más consciente de tus límites y de tus fracasos; también de tu resistencia y fortalezas.

– No estoy segura que quiera todo eso, Tony – me sonrió y le sonreí en respuesta.

– Lo pensaré, me gusta – cerré – Es mi turno y tengo algo para ti.

Me senté luego frente a mi computadora diciéndole que tenía algo pendiente con ella y anuncié solemnemente:

– “A los fracasos los borra el olvido o cuando aprendes de ellos”.

Escribí un mail dirigido a ella adjuntando las fotos de las guitarras en el campo y también el audio con su marido; audio del que nunca supo la existencia.

– Recibirás un mail con archivos que en este momento estoy eliminando de mi PC y de mi equipaje.

No permitió que me mantuviera enigmático de modo que le expliqué.

– Y otra cosa más Flor. Ya no pagarás las cuotas hipotecarias del campo. Por la misma razón que te envié el mail. Yo aprendí de lo que nos ocurrió y confío en que tú también hayas aprendido.

Me dio un abrazo sostenido y luego poniendo su mirada emotiva en mis ojos, dijo:

– Eres un hombre distinto Tony, una buena persona; ya somos lo que éramos;

El momento sensible perduró unos minutos entre nosotros pero era necesario hablar y le planteé entonces mi deseo de que el Instituto Ventura adquiera la propiedad de una casa para albergar a niños de Las Flores y así poder inscribirlos en la Normal N° 101. Maite estaría a cargo aunque quizá viva en la casa del campo. Sería una extensión de las actividades del Instituto que quizás con el tiempo podemos replicar en otros lugares. Pero empezaríamos con ésta. Le gustó la idea y dio la aprobación con su 50% de las decisiones del Instituto. De inmediato la potenció con ideas asociadas, entre ellas comprar cocinas industriales para la nueva casa y para la de Lorrico donde se quedará Lara. Podrían funcionar como escuelas de cocina, sugirió. Todo lo acordado quedó en el acta que firmamos como así también el documento que el Cholo preparó para la cancelación del cargo del pago de hipoteca.

– ¡Me gustan los desafíos Tony! – dijo exultante como cada vez que aparecían nuevos proyectos. Claro que también pesaba el alivio en sus ingresos mensuales.

– El libro de la Fundación lo escribimos entre todos Tony. Tú deberías escribir un libro con tu propia vida; así servirán para algo las frases de tu cuaderno – se burló.

– Lo pensaré – respondí sonriendo. – Quizás cuando sea viejo.

– Pues empieza ahora – se burló.

Capítulo 2

Pasaron unas semanas sin que las note.

El club Luz Azul se mantenía sin cambios pero yo, como los viejos, también pensaba que ya no era lo mismo. Recibí en casa algunas visitas ocasionales para no olvidar un saludable empiernado pero seguía rodeado de soledad. No me había comunicado con Micaela y no sabía si lo iba a hacer. Después de una resplandeciente movilización de mis emociones cuando hablamos, estoy ahora estancado; mas ella está presente en mi mente todo el tiempo como si fuese un faltante, como los cigarrillos que no estoy fumando desde hace poco, en mi segundo intento por abandonar el vicio.

Mantengo mis sesiones en la Fundación con la atención de siempre. Persiste la angustia por el modo en que el terrorismo ha cambiado al mundo. Es tema frecuente en las sesiones; repito a las visitas lo mismo:

– No sé qué estaba haciendo cuando se enteró de la caída de las Torres Gemelas pero estoy seguro que usted recuerda ese instante. Y lo recordara por muchos años, créame.

La rutina fue removida por una visita particular, Kayla. Llegó enojada a mi sesión.

– No sé por qué estoy acá si no creo en nada de lo Ud. hace. Soy psicóloga y lo que usted hace es embustería.

Tomé sus manos y la invité a la meditación. Invoqué a la energía y de a poco se fue serenando. Yo ya había notado que detrás de su malhumor había belleza. Una cara redonda y bonita con ojos algo achinados, grandes e intensos como los de Florencia. Estaba envuelta en un vestido holgado que no mostraba sus curvas pero las imaginé y me gustaron. “Una buena jeta es un buen anticipo”, decimos entre los amigos del póker.

– Cómo ayudarán sus palabras a mi cáncer si las células que me están matando están en mi interior.

– Quizá resulte si confías en mi energía.

– ¿Cuál podría ser la diferencia?

La invité a conversar al terminar el día. Kayla me explicaba por qué científicamente no era posible que realmente ayudara a su cura. Yo la fui encontrado especialmente atractiva. Volvió una vez más a mi sesión. Y una vez más nos vimos a escondidas pues tiene una familia a cuestas, un esposo y dos hijas. Declaré que sentía algo especial por ella y le pedí que me acompañara una noche a casa.

– Tony, no le voy a ser infiel a mi esposo. Pero puedo tener más de una vida. Los jueves en la tarde tengo clases de pintura pero no me gusta la pintura.

– Ojalá sean clases largas.

Kayla era exquisita en un empiernado, exquisita de un modo particular porque hacía el amor como si fuera una revancha; como maldiciendo a un dios que le ha impuesto un sufrimiento que ella no acepta. “Seguiré disfrutando de esta condenada vida” despotrica. Yo quiero ayudarla con mi energía pero su respuesta es clara: “¡No intervengas, solo cógeme!

Los jueves mi sentir era dual; por un lado ella era mucho mejor que visitas ocasionales con quienes apenas podía conversar y además, era tal su entrega al placer que casi me abrumaba. Estaba dispuesta a todo sin reservas, desquitándose.

Mas por otro lado la distancia que no ponía en la cama la declaraba en sus palabras:

– No me vengas con galanterías de noviazgo Tony. El jueves es mi día de empiernado contigo y quiero viajar por el universo en llamas pero no pasa nada más. No soy infiel en los sentimientos a mi marido y a mis hijas.

Kayla recubrió la relación con un desinteresado hielo y yo quedé huérfano de enamoramiento pero acompañando mis jueves.

– Meditemos juntemos Kayla – le dije un día que nos quedó tiempo antes de su hora de terminación de la clase de pintura. – En algún lugar encontrarás tu razón para sanar.

Su respuesta fue un discurso sobre las motivaciones de la vida según Adler, Freud y Frankl. Su embate contra el curanderismo y las chapucerías.

– Claramente no eres un vendedor de humo Tony, pero no me convences- señaló.

Kayla tenía menos de 45 años aunque no dijo cuántos; muy joven para tanta rabia en sus poros…y para arrastrar un cáncer. También Marina era una joven con la desconfianza incrustada y apareció esta vez en mi recuerdo Micaela, que también era joven cuando ya pensaba que los hombres eran todos unos malnacidos.

Kayla llamó al taxi que la llevaría hasta su auto estacionado a unas diez cuadras de casa.

– Quiero verte antes de la próxima semana ¿Cuándo puede ser?

– Los empiernados son los jueves Tony ya aclaramos que no hay otra relación.

– Quiero hablar contigo.

– El jueves que viene – me besó abriendo su boca como intentando otra mordida al logo de Apple.

________________________

Al día siguiente recibí un llamado de Micaela. Explicó que solo quería estar segura de que no tenía interés en verla.

– Interpreto que habrá rencor entonces ¿es así?

– Claro que no Micaela. Estoy con mucho trabajo, eso es todo.

– Tu respuesta es peor que simplemente no querer verme.

Pedí disculpas sin estar muy seguro de la razón. Le aseguré que me había producido un gran placer el sinceramiento sobre la adopción de su hija y prometí hablarle en unos días.

– No tienes que hacerlo Tilde. Solo intento quitarte el polvo de un recuerdo que es brillante para mí. Pero si estás bien, me alegro.

Se despidió y después de treinta segundos de conversación quedé movilizado otra vez, con el fuego de aquellos años calentando mi memoria.

Antes que llegara el jueves con Kayla llegó el sábado con el Cholo.

– Tengo un negocio para ti – dijo sonriente invitándome un whisky en su casa antes de ir a jugar póker.

Descarté en mi mente cualquier posibilidad de un nuevo fracaso pero lo escuché. En realidad un nuevo negocio es su modo gracioso de pedirme dinero prestado. Estaba comprando un gran chalet en las afueras de Lorrico donde establecería su Estudio y en vez de vender su ubicación actual habían decidido con Marita mantener las dos sedes pensando en la continuidad que sus hijos recibidos de abogados puedan darle; no querían que buscaran rumbos en otros carriles. Tenían ahorrados el 60% del valor de compra pero para el resto no tenían cupo de préstamo bancario ninguno de los dos y entonces aparezco yo. El 40% que me pedía era una suma grande equivalente a lo que invirtió el Instituto en la compra de la casa de la palmera en Libertadores. Cualquiera que pida semejante cosa se supone que lo haría incómodo y con un mínimo preámbulo. A Marita la noté así cuando me saludó pero el Cholo es el Cholo; en su vida ligera no hay despliegue de dramas.

– Déjame revisar las cuentas cuando vuelva a la Fundación y te contesto. Te das cuenta que es mucho dinero Cholo.

– Creo que en seis años lo tienes de regreso en tu patrimonio amigo.

Me explicó que buena parte la devolvería con un nuevo préstamo bancario al que accedería al terminar su actual endeudamiento, dentro de cuatro años. Pensaba que la garantía podía ser una hipoteca a mi favor que era costosa pero segura para mí. El chalet era un inmueble importante en el lugar más pujante de la ciudad.

Salimos rumbo al bar del Polo Cantero a la cita del póker; yo pasé primero por la casa de Eugenio para saludarlo; estuve diez minutos, lo vi demacrado pero contento de que su hijo agrande el Estudio.

El miércoles siguiente el Cholo fue a la Universidad del Valle y luego nos reunimos en Luz Azul.

– Préstamo acordado – solemnicé sin rodeos.

– Gracias Tony. A veces te veo el aura y pareces un ángel – ironizó – Haré preparar la hipoteca.

– No prepararás nada Cholo.

Su cara reflejó desconcierto. Hace años se hubiera mordido el labio pero ya no.

– Eres un amigo “correcto” – remarqué – Siempre machacas lo bueno y lo malo. La única vez que no cumpliste con el “deber ser” fue cuando me perdonaste la denuncia del robo a la Universidad. La hipoteca es muy costosa, al menos un auto mediano cero kilómetro según mis cálculos.

– Sí, más o menos.

– Y en nada ayudará hermano. Solo tu palabra es suficiente para mí.

Vi su sorpresa.

– Gracias – respondió con seriedad dirigiendo su mirada a la alfombra – Es mucho dinero y tu gesto dice mucho de ti.

– Y de ti, amigo.

– ¿Cómo sabes que lo devolveré?

– Por instinto. Naciste decente, no lo puedes evitar – sentencié.

– Estoy con Marita aquí en Libertadores. Te invito a cenar. Y le avisaré a Florencia – dijo de repente.

– En todo caso sería Kayla, te he contado de ella. ¡Pero no puede mostrarse, botarate!

– Invitaré a Florencia – reafirmó – Tiene que ser testigo.

Cenamos en un restaurante medio escondido acorde al cansancio del pequeño famoso que llevo dentro. Tomamos cerveza, vino, comimos y reímos. El Cholo pidió un papel y anotó algo.

– Muy bien, nunca se sabe lo que puede depararnos el destino asique quiero que Marita y Florencia sean testigos de estas palabras – anunció poniéndose de pie y leyendo el papel– “Tony me prestó cinco millones de pesos para la compra de otra sede para el Estudio. Se lo devolveré como máximo en seis años, es decir antes del 12 de febrero del 2008. No ha aceptado intereses”

Aplaudimos todos haciendo papelones como si quisiéramos ser vistos por el público del lugar. Ya llevábamos la lengua floja y pedí un champagne para seguir brindando.

-¡Música maestro! – pidió Marita al tiempo que sacó a bailar a su marido y yo hice lo mismo con Florencia.

Hablamos de la amistad, del amor y la lealtad; de la guerra en Afganistán y el terrorismo; de la Naciones Unidad y el apoyo internacional. Hablamos de nuestra juventud y de antes aún, cuando aparecieron los primeros sueños; de los hijos del matrimonio Paolini y los de Florencia y el músico; de curiosidades y suspicacias de las sesiones; de los temas intelectuales de Luz Azul y del póker; de cuando éramos pobres y de los millones.

– ¿Qué excentricidad les gustaría hacer o tener si fueran multimillonarios? A lo Michael Jordan – preguntó Florencia.

– No estoy segura que pueda reconocerlas en público – bromeó Marita.

Hubo respuestas de todo tipo, aviones privados, islas, mansiones, barcos.

– Y tiempo para disfrutarla – sugirió Marita con perspicacia.

El alcohol robaba toda timidez…

– Yo no deseo un barco ni una isla. Tengo todo lo que necesito, solo me gustaría tener alguien con quien compartirlo – dije sincerándome.

Eso tiene el alcohol, puede abrir y cerrar las risas en un instante. Me sentí rebosante de una felicidad increíble, tan maravillosa que no importa si es mía o no. Fue una cena para el recuerdo, como la de las pizzas con mis hermanos en Lorrico, hace unos años.

Al día siguiente desde mi cuenta personal hice la transferencia al Cholo, copié a Florencia y Marita y guardé el papel del restaurante en mi caja fuerte.

_________________________

Era jueves y tenía mi cita con Kayla, después del empiernado me preguntó de qué quería hablarle advirtiéndome que no aceptaría problemas de ningún tipo.

– Quizás te pueda ayudar a tu sanación.

– Mi cáncer no tiene cura de brujo.

– ¿Has oído hablar de la “Teoría sobre las expectativas de respuesta”?

– Algo… no mucho.

– La investigación, hasta lo que he leído, la lleva un psicólogo un tal Irving Kirsh. Habla del poder del efecto placebo. Tenemos procesos químicos en el cerebro que completan o mejoran los principios activos de las drogas que tomamos. Lo menciono porque puede ayudarte si lo lees.

– Hay chapucería por todos lados, incluyendo a mis colegas. Hay de todo.

– El efecto placebo puede ser una poderosa ayuda si lo pones de tu lado.

– Los resultados son inciertos pero aun siendo verdad es necesario estar sugestionado, creer que sí, para que mueva las teclas adecuadas de ayuda. ¿Cómo podría obligarme a creer en tu energía? O estoy sugestionada o no lo estoy; no depende de mi voluntad.

– Pero puedes cambiar Kayla. Mis visitantes tienen la suerte de confiar pero no son psicólogos. Tú puedes investigar y llegar a confiar por convencimiento. No rechaces la posibilidad sin estudiarlo.

– Podría ser…

– ¿Qué pierdes? ¿Cuál es el riesgo? – repetí las palabras de siempre de mi socia. Y agregué sin esperar respuesta.

– Después de dar una conferencia sobre la trayectoria de la Fundación EFe en Luz Azul, Borselino, un amigo fundador, me sugirió que leyera un texto de un alumno suyo. Días después me entregó una monografía hecha con máquina de escribir en hojas anilladas: “Análisis del Pragmatismo de Williams James”. Leí solo algunas partes pero encontré una verdad que me era huidiza. “El valor de la verdad es su utilidad” ¿Será verdad que tengo el don de curar o no? Tengo plena convicción de que es verdad, Kayla – mentí – pero no es lo mas importante; podría no ser cierto. Es la creencia de la propia visita la que cura. El propio James era defensor a principios del siglo XX de los curanderos de la época. Hay una energía especial que recibo y me respalda; sigo adelante y no me cansa escuchar los mismos pesares de la gente desde hace veinte años. En mi oficina se lleva un “Registro de Bienes” que a pesar del singular nombre que le puso Lisandro, un colaborador, no es más que un cuaderno con información de personas que llaman agradecidas por algún beneficio.

– No llaman las que han gastado inútilmente su dinero.

– Cierto. Pon el acento en las que llaman, que también es cierto.

Kayla escuchaba sentada a mi lado en la cama, semidesnuda. Había captado su atención plena.

– Si a un paciente terminal se le inyecta sin su conocimiento morfina para el dolor, sentirá el efecto; pero si se le “informa” que será inyectado con morfina el efecto es treinta por cierto más efectivo. Parece estar comprobado científicamente Kayla.

– No imaginé que supieras de psicología.

– Nada de eso; es un saber de una vastedad infinita para mí. Solo chapuceo lo que leí en una monografía pero en lo que creo fervientemente. Hace unos años cuando inicié la Fundación leí mucho y preparé mis conferencias y talleres. Pero te repito que sé muy poco de todo. He aprendido de escuchar por años a mis amigos de Luz Azul y de mis muchos viajes. Pero más que nada Kayla, por lejos, he aprendido del sufrimiento de miles de personas que he visto cara a cara durante años. De ellos aprendo a vivir cada día mi vida.

Me escuchaba inmóvil y no exagero si digo que percibía el chirreo de sus neuronas pensando. Desde luego, sí exagero. Continué:

– Pero sé lo que necesito saber. ¿Puedo ayudar a curarte a ti o no? Si crees en ello, quizás la química de tu cerebro apoye al resto de medicamentos y el tratamiento que estás haciendo. ¡Déjate ayudar Kayla! ¡Si crees en mi energía será verdad!

Se mantuvo en silencio. Yo tenía la idea de haber dado un buen discurso.

-¿De modo que si creo que eres el mejor amante que he tenido, será verdad? – dijo.

– Así es – respondí sorprendido con una risita.

– Pues créetelo y te hará feliz, sino puedes creerlo, no – se burló.

Kayla pidió el taxi y se despidió.

– Hasta el jueves – me miró a los ojos y luego de besarme como otro mordisco de Apple me dijo:

– Muchas Gracias Tony. Quizás tome otra sesión en la semana.

Capítulo 3

El sábado llamé a Micaela y acordamos cenar juntos. Pasé por la juntada de póker, me excusé y me dirigí en el Mini Cooper a la dirección que me había indicado de su casa. Iba con la tensión del animal de la selva que sale de su territorio y al mismo tiempo sentía nervios como si faltaran minutos para que se levante el telón. Desde que decidí llamarla tengo una ansiedad que me cuesta controlar aun meditando. No podía definir si tenía rencor o no, si estaba herido o enojado; mucho menos podía pensar en los sentimientos de ella.

Paré el auto para comprar cigarrillos; me bajé, resistí el embate vicioso y decidí caminar unos minutos y recordar los viejos tiempos con ella. Recordé lo difícil que fue decidir nuestra ruptura después de siete años maravillosos, en tiempos en los que el amor lo era todo. Hasta consideré tirar una moneda al aire para que el destino decidiera por mí. ¡Qué idiotez! Ella se quedó con Romina y el listado de mis clientes y hasta consultó al Cholo para hacerme un juicio por paternidad. En ese torbellino apareció el entonces Dr. Paolini revolviendo el azúcar en la leche.; me consiguió la Secretaria de la Universidad obligándome así a vivir en Libertadores. Allí fueron difíciles los inicios de la Fundación; a decir verdad, muy difíciles con pérdidas de mucho dinero que entonces no me sobraba. No podía descifrar cómo sería mi nueva vida; la incertidumbre, siempre la incertidumbre. Si hubiese sabido que luego vendría el éxito, aquellos inicios los hubiera vivido como piedras en cualquier camino de triunfo. Pero no lo sabía. Florencia se equivocó mucho en esos comienzos; tampoco sabía que luego sería la socia ideal. Sin contar que iba a robarme…

Así eran mis desvaríos, sin remedio, como si no fuese yo el dueño de esos pensamientos incontrolados. Sin coherencia ni cronología me llevaron luego a recordar que muchos años después de separarnos sentí ganas de volverla a ver; mi innata curiosidad demandaba esa fantasía con la urgencia de un animal sediento. Pasé varias veces con mi Datsun de entonces por la casa de Romina donde todavía vivían juntas; hasta fui a la N° 31 a encontrarla de casualidad merodeando por ahí. Maite me había contado que sus hijos asistían. Caí en la cuenta que ya desde entonces mi hermana quería unirnos.

A lo mejor para calmar mis ansias apareció también la Micaela que me hizo creer por primera vez en la vida que yo era valioso. “Tilde, te necesito” escuché de ella a mis veintitantos años cuando vivía en casa de Matilde. Suspendí la breve caminata y regresé al auto con un ligero apuro por verla.

Abrió la puerta una joven que esperaba mi llegada.

– Soy Sabrina, adelante.

– Qué tal Tony, soy Severino – dijo un joven.

Había pedido al escribano Juan Lesper que verificara el acta de adopción que había recibido por fax de Micaela aunque no podría haber sido adulterado y surgió que también había adoptado a Severino Magariños.

Apareció Micaela y nos abrazamos con una efusividad contenida. Era una señora preciosa, con ojos de miel claros que yo había olvidado.

– En las fotos se te ve más panza – dijo. Se la notaba nerviosa.

-¿Hace mucho que vives aquí? – La casa parecía grande y se veía linda.

– Unos años, sí.

– ¿Han terminado sus estudios? – pregunté dirigiéndome a los hijos, por decir algo cuando salíamos los dos. Yo también estaba nervioso.

– Nos falta poco.

Nos fuimos en el auto conversando en una charla forzada para disputarle la posesión a un silencio incómodo. Nos escondimos en un restaurante cualquiera y hablamos y hablamos. Recién después de media botella de vino se fue yendo el tiempo que nos separó.

– Estás linda.

– Ya lo has dicho. Tú también.

– Ya lo has dicho.

Nos reímos de bobadas de este estilo hasta terminar la botella. Las bromas se chocaban con preguntas y respuestas incómodas en un torcido ir y venir. Ella estaba apagada y yo nervioso.

– Veo en el rótulo de tu frente el color de la tensión.

– Y tú tienes el aura rizada como hoja de sauce.

Hasta que preguntó:

– ¿Cómo ha sido tu vida Tilde?

La describí como muy buena, coincidiendo con la respuesta que ella me había dado a esa misma pregunta. Había perdido a Carmen, su mamá y seguía con el taller de costura que se mantenía en el mismo lugar; le iba bastante bien, dijo sin ser efusiva. Vivió con Romina varios años en una relación que terminó siendo posesiva, según la expresión que usó. Yo le conté al pasar mis historias de amoríos con Clety y Marina; se asombró de que fuera 17 años menor que yo.

Ambos sabíamos que no podían ser verdades completas las que declarábamos.

– ¿Estás sola ahora?

– Con mis hijos. Y tú.

– Compañías con las que no puedo hablar desde mi corazón Micaela. ¿No te pasa a ti?

– Lo mismo – se avergonzó – Estuve con algunos amigos, Tilde, pero no pude querer a ninguno.

– Lástima – simulé.

– ¿No estuviste de novia con alguna otra mujer? – pregunté espontáneo.

– No, solo con Romina – me devolvió con una sonrisa vergonzosa.

Repasamos después, con una botella de champagne, nuestros buenos momentos. Cómo nos conocimos, la historia del disparo del Peteco a Rolando Velazco, el Roli, su ex novio. El amor que nos teníamos y las risas en los bares adivinando quién era quién.

– Aprendí a hacer el amor contigo – confesé por lo bajo. Ella rio con tibieza.

– Que bah, tú no eras principiante ni mucho menos.

Estábamos más sueltos pero algo me trababa todavía y me di cuenta.

– ¿Por qué me acusaste de ser el padre de tu hija, Mica?

Sin decir palabra sostuvo una mirada de miel en mis ojos. Luego bajó la vista y dijo:

– Estuvimos juntos siete años hermosos. Yo venía de vivir una vida de frustración con los hombres, de ser casi violada por mi padre y estafada por mi novio. Tardé casi treinta años en ser feliz, hasta que te conocí. Creí que podíamos tener una familia de tres y criar hijos. Te pedí que encargáramos uno. Tenía 37 años y no mucho más tiempo para nacimientos sin riesgos. Comprendí después que Romina no era una más, sino que competía contigo; pero lo entendí después cuando también entendí que tú te sentías un tercero en nuestra relación. Yo te amé Tilde, como a nadie en la vida.

Tomé su mano sin decir palabra acompañando su emoción. Continuó:

– Perdón, sigo siendo directa como siempre decías. Creí que teníamos mucho dinero y que nos llevábamos bien los tres, solo faltaba un hijo y cuando todo empezó a salirse de cauce me desesperé y quise retenerte. Vivíamos agotados y tú debías decidir si dejar Locarazza, estabas nervioso y aparecieron problemas para dividir el dinero de las sesiones. Fue una estupidez tratar de retenerte así. Ya estábamos casi separados y me inventé un análisis de sangre que nunca viste porque no existió. Me fui a Colihuen para adoptar un bebé. Mi vida se derrumbó y necesité un hijo. Romina fue mi apoyo entonces aunque nunca fue otra madre para mis hijos, nunca. Perdón que mezcle todo.

– No te preocupes. Es muy lindo lo que estás diciendo y muy fácil de entender. No sé por qué han tenido que pasar tantos años…

– Me he pasado la vida esperándote – interrumpió con los ojos brillosos.

Tomé sus dos manos y también sentí humedad en los míos.

– Muchas veces pensé en pedir un turno en la Fundación EFe y visitarte en una sesión. Te he seguido en las noticias y hasta me he sentido orgullosa de tu éxito, como si algo de todo fuese con ayuda mía. Perdón, perdón – se interrumpió sollozando.

Yo escuchaba conmovido en un revoltijo de sensaciones donde la que predominaba era la compasión.

-Sé que somos personas distintas ahora y no hubiera querido decirte todo esto. Perdón. Me salió y …

– No te preocupes Mica. Me hace mucho bien escucharte. En este instante y aunque no pueda sostenerlo después, creo que si no te hubiera conocido llevaría 51 años esperándote.

Yo tenía la voz entrecortada y mi mente no sabía lo que decía. Literalmente parecía que mi corazón hablaba.

– Sé que somos grandes y quizás muy distintos ahora. No nos conocemos y no quiero…nada. Me traicionó la emoción y estoy hablando de más. Muchas veces durante años pensé en este momento, verte otra vez – retomó ella.

Se recompuso y tranquila continuó:

– Tuve una buena vida y no me quejo, como la de todos. He tenido muchos buenos momentos y mis hijos hacen que mi vida valga la pena.

El silencio que sobrevino sirvió para tomar conciencia que estábamos siendo mirados por las pocas personas que quedaban en el restaurante. Nada importó.

– Parece que es ley que el primer amor no se olvida Micaela Magariños.

Como si faltase otra vuelta de llave para abrir un cofre escondido en mis sentimientos dije:

– ¿No entiendo qué te llevó a intentar hacerme un juicio por paternidad?

– ¿¡Qué!?

– A poco de separarnos fuiste a ver al Cholo al Estudio.

– Sí y le pedí que te dijera que te quería y que nada iba a cambiar eso y que no te molestaría más con el tema del hijo. Ni una palabra más.

– Me dijo que averiguabas cómo hacerme un juicio.

– Me estaba yendo a Colihuen a adoptar a mi hija ¿cómo podría haberte hecho un juicio?

Enfurecí…¿Me había mentido el Cholo?

– ¡Me mintió el Cholo! Yo pensé que estabas embarazada de alguien que no era yo.

Buscaba recordar los detalles de entonces pero parecía bastante obvio que ella decía la verdad.

– Creo que hubo una carta donde me pedías algo para tu hija, no sé, la rompí.

– Yo nunca rompería una carta tuya. Recuerdo esa carta fue un año después. Sabrina crecía sola y pensé en buscarle un hermano. Yo sé lo duro que es ser hija única al menos con un padre como el que tuve. Tenía miedo de no poder educarla y la verdad es que traté de acercarme a ti intentando recomponer lo nuestro y buscar un hermano para ella. No respondiste y adopté a Severino con inmensos trámites y dificultades. Se llevan dos años de diferencia.

Hablamos un rato más y nos venció el cansancio. La despedida sería difícil, no había pensado en nada.

– No te vayas a Libertadores manejando a estas horas Tilde.

– Es cierto. Aprendí la lección.

– No puedo invitarte a casa… no tengo lugar.

– Voy a un hotel, no hay problema. Me volveré mañana en la mañana.

Debíamos levantarnos de la silla y despedirnos pero estaba inmóvil y ella también. En una sola palabra, yo me sentía halagado. La pelirroja pecosa había sido muy cariñosa conmigo, un poco tímida pero directa.

– Quizás podríamos volver a conversar. Me han quedado muchas cosas por preguntarte – dijo finalmente levantándose.

– A mí también.

– Por pura curiosidad, sin más pretensión.

– No me gusta desayunar solo Mica – improvisé.

Se le iluminó la cara.

– Síiii – dijo abrazándome.

– Te paso a buscar.

– A las diez. Tengo que preparar primero mi cuestionario.

La lleve a su casa en un silencio que ya no incomodó. La acompañé a la puerta y la bese con delicadeza en los labios como si fueran de papel. Ella pasó el revés de su mano por mi mejilla. Podrá parecer una escena cursi de novela romántica pero salió así. Si de verdad los sentimientos se vieran en colores, con más de cincuenta años yo tendría el arco iris en mi frente adolescente.

Me fui y lo enfoqué solo al Cholo, necesitaba confirmar los hechos que recordaba borrosos. Llegué al Hotel del Valle donde muchas veces he estado y le llamé por teléfono; eran las dos de la mañana pero insistí hasta que atendió alarmado.

– ¿Estás bien? Ya estoy en casa ¿Qué pasó?

– Sí. Mentiste Cholo. Nunca quiso Micaela hacerme un juicio por paternidad.

El mutismo que siguió a mis palabras confirmó la verdad.

– ¿¡Me escuchaste!?

Se excusó diciendo que estaba cansado y me pidió que conversáramos después. Tenía que hablar en voz muy baja para no despertar a nadie.

– ¿Por qué me mentiste?

– Hace muchos años Tony, no me acuerdo bien. Hablemos mañana si quieres.

– ¡Por qué me mentiste pedazo de infeliz!

Me pidió un segundo y regresó a la conversación desde un lugar en el que podía hablar en voz alta.

– Porque estabas separándote y no te animabas y te ibas a quedar en medio de las dos, por eso. Todos lo veíamos menos tú. Y tampoco te mentí tanto porque también te dije que ella te quería.

– Pero me iba a hacer un juicio por paternidad.

– Que lo saqué de tus preocupaciones porque te dije que no tendría ninguna posibilidad. Quería que te sintieras herido y que te enojaras… Han pasado muchos años Tony, no tiene sentido revisar eso.

– Es la única mujer a la que he querido en toda mi vida Cholo – dije escuchándome sorprendido de decírselo.

– ¿Te fue bien esta noche?

– Mintió el correctito – desoí.

Lo seguí puteando hasta que reaccionó:

– Tony, han pasado como veinte años; veinte años. Fuiste tú quien se separó, quien tomó la decisión; que te costó y fue muy difícil, estabas desilusionado con la amiga y había otros problemas, no sé. Todo lo que quise fue protegerte, mi intención no fue otra que evitar que volvieras a ella. Tenías un futuro inmenso en Libertadores. Mi única intención fue protegerte Tony – repitió – ¿Dónde estás ahora, qué vas a hacer? – retomó.

Corté sin saludar. Me costó dormir, pero la sensación envolvente era de bienestar. Sentia la liberación de un peso invisible que sus hijos fueran adoptados y que yo no haya sido responsable de Sabrina. En mi patio trasero más de una vez pensé que podría haber habido un forro pinchado. Y que me declarara tanto cariño me emocionó. Sentía una energía que necesitaba ser encausada; era mucha, presente y positiva.

Hablamos dos horas en el desayuno. Ya estábamos notablemente más relajados, tanto que brotaron risas espontáneas que siempre ayudan. Habló un largo rato de Sabrina y Severino; de su desencanto paulatino con Romina contando con tristeza pero sin enojo las vueltas de esa relación. Habló de sus tiradas de cartas y clientes de Tarot y el “espíritu de la tierra”. Sigue con su entripado con los hombres, igual que hace veinte años: “Son todos unos hijos de puta”. Tiene seis personas trabajando en el taller y compró su linda casa cuando falleció Carmen.

Está más grande, más grande que yo; una diferencia de cinco años que ahora la noto más que cuando éramos jóvenes. Pero está radiante, más menuda que antes, con esas pecas que encontré seductoras otra vez.

– ¿Mica, sabes si a esta edad se pueden tener empiernados sabrosos?

– No tengo idea, habría que buscar información en internet.

Ella quiso saber de mí y no se conformó con respuestas rapiditas. Me preguntó y repreguntó. Creo no haberle mentido en nada, más allá de ocultar mi trampa a la Universidad, las frustraciones de negocios con el Cholo y las guitarras de Florencia. Para el resto guardé algo de pudor al mencionar las sesiones, conferencias, viajes, fama y dinero. Hitos de una vida que relatada parece exitosa pero vivida tenía fracasos y duros altibajos. Nada le dije con claridad de mi frustración por no poder enamorarme otra vez después de ella. Luego hablé de mis hermanas y de Jeremías y Pedrito. Ella no tiene una amistad con Maite pero se han visto varias veces.

– Me habla siempre maravillas de ti -explicó.

– ¿Por qué no llamaste de verdad cuanto tuve el accidente? – quiso saber mi vanidad.

– Se supo por el diario al día siguiente Tilde. ¿Me hubieras atendido el teléfono?

– Me parece de otro mundo que después de tanto tiempo estemos hablando como si entre nosotros solo hubiese pasado un veranito. Es Increíble – comenté.

– A mí la memoria no me ayuda tanto Tilde. Hay cosas que no me han quedado registradas…alguna vez tuvimos sexo por ejemplo ¿Lo recuerdas?

– No – reí.

– Estás más suelto y te veo contento – festejó – Supongo que en esa materia has mantenido tu creatividad en buen estado.

– Veámonos una vez más y dejémonos llevar Mica- avancé.

– Claro, si no lo hubieras sugerido lo hubiera hecho yo.

– Es todo confuso y un poco apresurado – titubeé.

– Te propongo algo Tilde. Conozcámonos, reconozcámonos como lo que somos ahora, personas distintas a las que fuimos. Nos merecemos una oportunidad. Quizás podamos ser felices otra vez, por qué no. Hay demasiados hechos que el destino nos está refregando por las narices como para no verlo. Estás solo y yo también, nos hemos emocionado hasta las lágrimas en solo unas horas, tenemos un pasado casi resuelto y ambos buscamos esquivar la soledad. Intentémoslo con el compromiso de ser sinceros y ver cómo nos va.

– Otra vez me parece un razonamiento de lo más fácil para entender – No podía decir otra cosa.

– Empezaremos por mi nombre. Me llamo Tony, no más el Tilde del pasado.

– Muy bien Tony, yo soy Micaela y desde hace veinte años espero este encuentro. Quiero presentarte a una señora que conociste muchos años atrás. Fue la que te enseñó a enamorarte.

Acordamos vernos el próximo fin de semana para tomarnos unos días juntos. Yo volvería el próximo viernes a Lorrico.

Regresé a casa manejando tan despacio como no lo había hecho nunca; escuchaba música clásica como tampoco lo hacía con frecuencia. Me llamó dos veces el Cholo pero no atendí. Me sentía el protagonista de un amor a primera vista. Así de parecido era en mi juventud, recordé. Si me da apuro para que llegue el viernes, será un indicio.

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En Libertadores todo seguía su ritmo. Finalmente no me involucré demasiado en los libros del Instituto pero Florencia sí; decidimos que sean cuadernillos breves con textos de los talleres y fotos. Se venden muy bien. Maite ayuda en la tarea, vive en la casa del campo y es la responsable de la casa para niños de Las Flores que compramos. La encargada es una arribada de la casa de Lorrico y terminó de estudiar en la N°31. Se vino a vivir aquí.

Hablé con el Cholo

– Ya te lo dije Tony. Creí que necesitabas desprenderte de ella y se me ocurrió que el enojo por un posible juicio terminaría con cualquier posibilidad de volver. Pero fui sincero y te dije que ella te quería y para no mortificarte con el juicio también te dije que no había ninguna posibilidad de que avanzara. ¡No es para tanto!

Estábamos en la biblioteca tomando un whisky.

– Me lo hubieras aclarado después Cholo, podrías haberme dicho la verdad. Las veces que he pensado en ella en todos estos años siempre apareció un humo oscuro por culpa de un juicio que nunca existió.

– Perdón amigo – dijo ofreciendo un choque de vasos como brindis – ¿Cómo se llamaba el filósofo que mencionó mi padre cuando hablamos del despelote nuestro…?

– Jeremy Bentham – recordé yo, imagino que porque se lo había escuchado a León Cortinez varias veces.

– Recuerdo lo que dijo – siguió sin reparar en el nombre del pensador – “Si se actúa con buena voluntad no hay reproche moral sobre las consecuencias”. Más o menos eso era Tony. Solo quise ayudarte.

Era difícil enojarse con él.

– Y no te hagas el ofendido porque en nada cambiaron los hechos. Estabas separado y continuaste separado hasta hoy. ¡No jodas! ¿Perdonas a una mujer que te ha robado cantidad de dinero y te enojas conmigo por esta tontera?

– No es una tontera Cholo. Pero es difícil no perdonarte. Y tengo miedo que no me devuelvas los cinco millones – bromeé dando por terminado el reproche.

Nos reímos y conversamos un buen rato de todo lo que estaba viviendo con Micaela.

– Linda hermanita – dijo con su buen humor cuando le conté la intervención de Maite en todo esto.

Ese martes me visito Kayla en sesión. Ojalá pueda ayudarla. Más allá de su cáncer me contó frustraciones en su trabajo. El mismo día hablé con Florencia para proponerle la incorporación de una psicóloga en el equipo del Instituto. Al principio no le pareció interesante pero hablamos y le hice ver que era importante tener una persona que la secunde en su trabajo.

– Y tengo el nombre si aceptas la propuesta – le dije permitiendo que creyera que era ella quien decidiría – Kayla Tarregano.

– Trabajan veintitrés personas en el Instituto Tony y para los viajes y conferencias nos arreglamos tú y yo.

– Quizás me aleje un poco Flor, por un tiempo.

– ¿Vas a escribir tu biografía? Me contarás – me advirtió con el índice – Aunque es probable que tenga que ver con el reencuentro con tu ex. No te diré cómo lo supe pero lo supe. Te irá bien y ya es hora que tengas alguien que te cuide; te lo mereces ¡Suerte!

Me sentí un adolescente por un momento. Estaba seguro que Maite era la bocona. Retomé la conversación.

– Contrátala por un tiempo breve y luego decides si continúa o no. Creo que sería un buen reemplazo tuyo cuando viajes a los franquiciados. ¿Son ya diecinueve con Nueva York?

– Sí. ¿Ya le has anticipado algo a ella? – preguntó entre dientes.

– Por supuesto que no Florencia – le pasé el número de teléfono.- Tú decidirás enteramente la propuesta de contratación y si no te gusta se termina. No quiero intervenir – Luego de impostada pausa añadí– Flor, a esta mujer la recibo en casa. Es una buena mujer.

Florencia es una mujer inteligente que detectaría si yo oculto o miento respecto de Kayla. Tiene una gran capacidad de trabajo pero necesito que alguien la respalde si ella no da a vasto. Le di toda la libertad de contratación y despido porque no quiero que vea en Kayla alguien impuesta por mí para su control. El riesgo es que no la contrate; buscaré otra. Así de cuidadosa tiene que ser la sensibilidad del trato con mi socia. Mi trabajo es justo ése, cuidar mi relación con ella así como el de ella es hacer todo lo demás para que luego dividamos entre dos.

– Y cuando tengas tiempo quiero que analices un proyecto de expansión de “Casas para Arribados” en muchas partes. Quizás de la mano de las franquicias, quizás no. Lo dejaremos para más adelante pero lo menciono ahora para hacerte notar que no podrás hacer sola todo lo que viene para el Instituto. Maite debe estar a cargo de ese proyecto pero hoy no tiene la experiencia para ponerlo en marcha. Tendrás que prepararla y enviarla a que se capacite en gestión. Tendremos que hacerlo sustentable económicamente y luego sí será ella la persona ideal para dirigirlo.

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El jueves Kayla vino a casa y disfruté del exquisito empiernado que esperaba. Ya se había reunido con Florencia y quiso saber si yo había intervenido en la propuesta.

– Le sugerí que hable contigo y no necesitas saber más. En adelante tendrás una relación entre tú y ella ¿Comprendido?

El tono fue áspero para alguien que acababa de abrir su intimidad pero quise advertirle que no aceptaría confusiones al respecto. Le conté mi aventura con Micaela y me impulsó a seguirla. ¿Algo trasmitiría mi aura que la impulsó a opinar así?

– No pierdes nada Tony y vas a necesitar quién te cuide cuando pasen los años.

No necesito alguien que me cuide y faltan muchos años para que el tiempo me arrugue el espíritu. Ni Denis ni León y tampoco los demás del club tienen amores protectores. No tengo apuro por dejar de hacer todo lo que hago y no veo en qué puede ayudarme una mujer al lado. De hecho es un tema que me pesa como plomada cuando fantaseo con un futuro viviendo junto a Micaela. Sufro la soledad en el alma, no en mi casa. La experiencia de tener a Clety bajo el mismo techo por un año fue suficiente. Marina vive en Nueva York y la distancia fue una de las razones de nuestra separación pero al mismo tiempo gracias a ella estuvimos alejados de roces cotidianos por varios años.

Lo que necesito es tener a alguien a quien querer y hacer rebrotar en mí esa urgencia por compartir alegrías y angustias; no es necesario para eso convivir con una mujer todo el día.

Capítulo 4

El entusiasmo crecía con Micaela. En la semana nos comunicamos y modificamos el programa del viernes. Ella vino a casa, dejó su auto en mi cochera y nos fuimos en el Mini Cooper por el fin de semana. Alquilé una cabaña al lado del lago en la Región de los Pistachos donde alguna vez estuvimos juntos. Es de un cliente de las sesiones a quien le pedí que custodiara nuestra tranquilidad.

Envuelto en mi compañera melancolía no hubiera podido imaginar lo que es capaz de hacer el amor para ahuyentarla. Hablamos tres días sin parar, con interrupciones solo de risas y hasta carcajadas que salvo las grotescas del póker no había vivido en años.

Me enamoré de Micaela pero tuve la suerte de hacerlo con esta mujer de cincuenta y siete años y ya no con el recuerdo que tenía de ella. A esta edad, esta mujer es fantástica, alucinante. Hay presencia de humor en todo lo que dice y hace; tiene una belleza diferente y sobre todo, me refriega su amor en mi propia cara sin retaceos.

– Así soy Tony, te adoro y te lo demuestro. Sopórtalo sin avergonzarte.

Su rótulo la devela como sincera;… es un decir en broma que me hago a mí mismo… pero lo cierto es que no hay modo de que el sentimiento que nos profesamos ese fin de semana no sea auténtico. Lo sé por instinto.

El sexo fue un relleno de ternura y pasión. Ya no se recorría su pelo atrás porque lo tenía corto pero los años apenas han disminuido el brillo de su sensualidad. Distinto por cierto a mi recuerdo de aquellos empiernados fogosos y consecutivos y de a tres. Y desde luego distinto a los disfrutes de cuerpos más jóvenes y sabrosos.

Hablamos de mi vida, mis éxitos y errores, de mi cuaderno de anotaciones, de Luz Azul y mis amigos y mis compañeras de camino. Conté mis verdades casi completas esta vez porque era mi sentir. Decae el amor sin transparencia. Se sorprendió en ocasiones de mi relato como yo del de ella. Sin apuro, ella repasó los muchos años que no nos vimos; con entusiasmo cuando habló de sus hijos y lo contrario cuando no lo hizo.

– Las mejores partes de lo que fueron mis novios no talonean al lado tuyo – me dijo riéndose.

Un apartado especial fue el relato extenso de su relación con Romina; una relación que perduró varios años. La describió como una buena mujer que estuvo a su lado cuando fue necesario. Había fallecido su padre con depresión. Romina encerró su vida alrededor de Micaela y se aferró a ella hasta ahogarla. Era el único sentido de su vida y la poseía como quien aprieta entre sus manos a un pajarito para que no vuele. Fueron años donde tuvo pocos amigos, poco contacto con el mundo más allá de una esmerada educación de sus hijos. Sorprendentemente Romina vivió en el mismo techo con los hijos de Micaela sin participar en sus vidas. Era la tía osca a quien había que aceptar tal como era. Una buena mujer que solo esperaba de la vida la compañía de Micaela.

Cuando habló de sus hijos lo hizo como mamá orgullosa. No fue fácil criarlos. Sufre con Sabrina por su excesiva independencia; con Severino todo es fácil. Ambos están libres de drogas y estudian en la N° 31.

– Si algún error he cometido con mis hijos ha sido quererlos demasiado – reflexionó con una frase que intuí que tenía siempre a flor de labios.

– ¿Por qué no tuviste hijos Tony?

Mi respuesta fue simple. “No tenía la necesidad ni el interés”. A esa cruda verdad que siempre me respondí se le pegaban argumentos vacíos como el de perder la libertad o tener que sostener responsabilidad con la madre.

– No sabes lo que te has perdido – declaró.

– Mis sobrinos me divierten – respondí excusándome.

La cena del sábado fue fantástica. Nos sentamos abrigados en una mesa cerca del lago iluminado por una luna de naranja que combinaba como su piel. Teníamos ese cansancio placentero que sobreviene al erotismo coronado. Tomamos champagne y brindamos. Y apareció el futuro.

– Necesito que me tires las cartas para ver qué vida tengo por delante. Ha aparecido una pelirroja que quiere secuestrarme y quiero escapar pero no sé si podré.

– Solo si lees mi rótulo y descubres si miento o no cuando las tire.

Luego, mirando la miel clara de sus ojos y en otro tono, pregunté:

– ¿Qué crees que pasará entre nosotros? – Sin esperar respuesta tras un silencio alargado, continué: – Dejemos que el futuro haga lo que quiera. Nosotros estaremos siempre en el presente ¿Qué piensas tú?

– Que el futuro no arruine nuestro presente – coincidió.

Y luego habló pausadamente con palabras que no eran improvisadas…

– Pasó el tiempo del “Tilde te necesito”; ya no más Tony; soy una mujer con vida hecha centrada en mis hijos y en el porvenir de ellos.

– Puedo darles trabajo en la Fundación – interrumpí apresurado.

– No te necesito Tony.

Chocaron esas palabras en mi ego, un ego que reconozco muy elaborado.

– Ellos harán su camino y tengo esperanza en que serán felices. Lo único que necesito de ti es sentir que me amas.

Micaela utilizaba palabras precisas. Le tomé la mano. Ella siguió:

– No sabía que íbamos a vivir esto tan pronto y ni siquiera si íbamos a enamorarnos. Pero…bueno…pareces un adolescente y me estás contagiando. Siento la sangre hirviendo pero tal vez tenga que esperar hasta mañana en la mañana para desnudarme; tú me dirás.

Nos reímos y continuó.

– Tengo mis hijos y mis años Tony. Ni Dios permita que no pueda compartir la vida contigo en adelante. Pero vivo sola y estoy tranquila y quiero seguir así. Tú estás lleno de ocupaciones y viajes y fama. Yo puedo querer al Tony que me regale estos fines de semana si tú te brindas como ahora. Hemos cambiado nuestras vidas en unos pocos días, en un suspiro. Mantengamos los doscientos kilómetros de distancia que nos separan como la mejor forma de extrañarnos ¿Qué dices?

– Es cierto que no hubiera imaginado que hablaríamos de todo esto. Estoy de acuerdo. Que el futuro espere.

Chocamos nuestras copas.

– No sabes el alivio que siento. Tuve miedo de perderte si tenía que descuidar a mis hijos – confesó.

– ¿Cómo puedo ayudarte? ¿Qué necesitas? – pregunté desde mi condición de todopoderoso en un tonto ataque de vanidad.

– Nada Tilde, perdón, Tony. Nada. El taller anda como anda, a veces extraño todavía a Romina y te he extrañado a ti por veinte años. Tengo unas pocas amigas y amigos, mi casa y un auto. Mis hijos crecerán y se irán. Esa es la vida que tengo para que la transformes. En todos estos años aprendí a enfrentar lo que venga Tony. Severino practica atletismo y es bueno. Yo veo mi vida como un camino, una pista con vallas que he saltado todas hasta aquí; varias veces me caí y me levanté. Cuando nosotros nos separamos se me juntaron varias vallas y me caí y terminé en el hospital – sonrió festejando la imagen– pero lo superé y sigo saltando vallas. Lo que venga lo saltaré Tony, esa es la confianza que gané en mí y por eso no te necesito. No es despreciar tu ayuda ¿lo entiendes?

– Claro. Has madurado y ganaste una sana seguridad en ti – sentencié aprobando.

– Muy reflexivo Maestro, pero ahora quiero probar otro empiernado a ver si aguantas mi madurez o tendré que cambiarte por algún jovencito.

Al día siguiente después de almorzar regresamos a nuestras casas. Micaela fue un refugio para mi alegría. Ningún vestigio de melancolía pudo fastidiar el encanto.

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Tomé tres decisiones.

La primera fue zambullirme con pasión a Micaela sin retaceos. Es que tiene una forma tan provocativa de quererme que no puedo resistirme. ¿Quién puede recibir tanto amor sin ser atrapado? Seré felizmente atrapado, decidí. Y quererla sin límites me resulta un placer. No encontramos impedimentos ni de convivencia ni de ninguna índole. Ella está con sus hijos en Lorrico y yo en mi casa en Libertadores. Hablamos a diario y nos vemos los fines de semana, generalmente en casa. Volvimos a las cabañas de Los Pistachos y vivimos otro gran fin de semana. Seguimos descubriéndonos y gustándonos. La pelirroja no lo sabe, pero compite muy bien con el sexo que mantengo con Kayla. Mis amigos de póker me han burlado pero no entienden nada. Así hablamos del tema, siempre en broma por supuesto con el Cholo:

Él: No comentes en el póker que te encamas con una mujer cinco años mayor que tú. No tiene nada de malo, obvio, pero no vayas a decir que dejaste a la de diecisiete años menor.

Yo: Ustedes no entienden nada del amor. No es encamarse, es amor.

Él: Puede ser, pero presenta el tema como que has ”agregado” a tu repertorio a una mujer de quien te has enamorado. La clave está en la palabra “agregado”.

Yo: Buena parte de eso sería cierto porque no pienso abandonar mis jueves con Kayla, que tiene unos cuantos años menos.

Un domingo cociné en casa para mis invitados a almorzar: Maite con un nuevo novio, Marita y Cholo, Micaela y yo. Brindamos por las “travesuras” de mi amigo y sobre todo las de mi hermana que desembocaron en que Mica y yo nos reencontráramos después de casi veinte años. Todos éramos protagonistas de revolver azúcar en la leche porque estaba convencido que mi vida ya no sería la de antes.

El caso es que me enamoré de Micaela y estoy feliz. Tengo mucho apuro por la llegada del fin de semana.

La segunda decisión que tomé fue hacer un viaje espiritual a La India. Chokaly House había cumplido un ciclo para mí y Florencia me animó con el argumento de que mi visita a la India sería una buena promoción para el Instituto. Así como escribir en el cuaderno me ayuda a examinar mi vida, un retiro espiritual ayudaría a que decante el vértigo de los últimos cambios. Desde que dejé la Secretaría de la Universidad se sucedieron hechos que estoy cansado de repasar: la separación con Marina, la soledad, la fama, el horror de las guitarras, el accidente, la caída de la Torres Gemelas, la nueva casa para arribados, la franquicia del Instituto, Eugenio enfermo; las mentiras de Maite y del Cholo…y Micaela. Todo ese barullo de emociones necesitaba un proceso de aquietamiento que quería transitar en soledad. ¿No dicen acaso que “De ningún laberinto propio se sale con llave ajena”?. Haría un pequeño dique para remansar las aguas del Picaré que en algunos tramos bajan con impaciencia, aunque para ello deba utilizar piedras de la India.

La tercera decisión que tomé fue escribir un libro con mi biografía. Recorrí el cuaderno de anotaciones y por cierto había pocas frases pero despertaban con intensidad mis recuerdos. Trataba de esclarecer cuáles eran las razones profundas para hacerlo y aunque no las podía explicar, sentía en mi aura y mi rótulo que debía intentarlo.

…No es verdad…, solo tengo el impulso y veré cómo llevarlo adelante.

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No fue fácil elegir un lugar apropiado en la India, con un buen programa y un maestro con reputación y no a un gurú autoproclamado de los que abundan. Desde Nueva Delhi tomé una excursión hacia el norte que me llevó dos días a Dharamsala donde reside el Dalai Lama, Premio Nobel de la Paz. Suele dictar conferencias pero no estaba en la ciudad cuando la visité. Pero no faltará oportunidad de acercarme al Budismo que no tiene arraigo en la India de modo que conoceré sus monasterios asiáticos en un próximo viaje, de turismo y con Micaela. Desde allí fui al sur a la ciudad sagrada de Rishikesh, al pie del Himalaya donde hay decenas de ashrams y cantidad de talleres de distintos tipos de yoga; donde estuvieron Los Beatles y hay paquetes turísticos organizados en inglés y hasta en español.

Visité esos lugares pero no era lo que buscaba para conectar mi espiritualidad. Conocí, eso sí, un mundo dual con la sacralidad por un lado y una pobreza desalmada e inabarcable por el otro. Como si fuera un absurdo, vi una multitud de niños sonrientes mientras pedían limosnas en las calles; vi muchedumbres desordenadas y ruidosas sobreviviendo a sus destinos inmutables; vi calles sucias y animales en todas partes; olores y comidas extrañas; vi atardeceres enrojecidos de calor, espectaculares. Solo caminar por la ciudad era una aventura.

Asistí luego al programa que había contratado; seis noches en la ciudad de Haldwani a la que apenas conocí, más allá del lago cerca del ashram donde estuve hospedado y un parque nacional al que fuimos invitados el último día. El “Spiritual Vibration Program” estaba limitado a seis participantes. “Es exclusivo y caro pero no irás a ningún otro” había determinado Florencia como cierre de mis pruritos económicos. Yo solo pretendía aislarme y saciar mi curiosidad; ella buscaba publicidad.

El retiro tenía horarios estrictos para las actividades guiadas de meditación grupal y también las individuales con turnos prefijados. Pero no tenía un esquema riguroso como en la mayoría de los centros de meditación donde se levantan muy temprano y tienen horarios de tés, comidas y charlas y descanso, todo el día reglado. Aquí había mucha libertad con dos excepciones: la comunicación con el exterior que era nula; solo dejábamos indicado un número de teléfono para emergencia; y el voto de silencio al que nos sometimos durante todo el encuentro. En Chokaly House hubo jornadas en las que pasábamos algunas horas sin hablar pero en Haldwani fue una experiencia diferente.

La desconexión con el mundo que llevamos al retiro es vital. Más allá de las anécdotas surgidas por el intento de conseguir cosas simples como champú o pimienta, sin hablar, el mutismo se adueña de todo y va entrando en el alma poco a poco. Las charlas que recibíamos a diario no tenían intervención de nosotros; solo escuchábamos. En las entrevistas personales tampoco hablábamos, salvo gestos por sí o no. Los maestros hacían pocas afirmaciones y muchas preguntas.

Escuché todas las voces de mi interior que no cesaban de hablarme. A los tres días el silencio me gritaba para despertarme. La técnica de Meditación Vipassana de 2.500 años de antigüedad en la India me conducía a un viaje por mi interior que mostró lo que soy, lo que es. Un organismo invadido por un “Yo” demandante de estima, confianza, amor y mil cosas más. Un “Yo” como una entidad “deseante” de todo, con capacidad ilimitada de recrear y recrear nuevos deseos, siempre exigiendo una nueva satisfacción que será constitutivamente insaciable. Un monstruo al que debía sosegar para liberarme de la esclavitud de desear – satisfacer – desear – satisfacer. El organismo al que todos llaman “Tony” debía lograr vibrar en sintonía con un universo colosal y ser una parte sustantiva de él; un organismo sin pasado ni futuro. Ése era el camino de purificación espiritual.

Una práctica que me conmovió y me adentró en una naturaleza desconocida del ser humano es paradójicamente de una simpleza brutal. Solo debíamos mantener nuestra mirada cara a cara con otro participante durante tres minutos por reloj. Nada más que eso ¡Es impresionante lo que puede observar nuestra mente!

No eran muy distintas nuestras sesiones en la Fundación EFe y en particular en los talleres del Instituto Ventura; también practicamos rituales, métodos de respiración, ejercicios y yoga con objetivos similares a los que vi en Haldwani. Llevé como novedad la práctica de las miradas sostenidas y quizás debiéramos incorporar también algunos cánticos que en los ashram son habituales. Por lo demás, estábamos actualizados.

En cuanto a los contenidos conocía gran parte del lenguaje que escuchaba de los maestros; no había diferencias. Que en realidad son los mismos en sustancia que los contenidos de mis comienzos que yo declaraba intuitivamente. Claro que los años han pulido tanto las palabras como la dirección de ellas.

Lo que sin embargo he mantenido como algo propio en mí desde que hice de las sesiones un medio de vida, es la mirada sobre el “Otro”. En Haldwani la centralidad es “Uno” y el “Otro” está a la espera, difuso, respondiendo a la máxima: “Nada bueno se puede ofrecer a otro si tú no estás bien” Mi experiencia de vida no coincide con esa afirmación.

La empatía de ver en “el otro” alguien que hace de mí lo que soy ha sido siempre un modo de vivir mi vida, pero no de un modo reflexivo sino más bien inevitable. Desde que tengo recuerdo me ha nacido naturalmente, sin que vaya mérito en ello, un interés por el otro; como curiosidad o como un camino imprescindible para completarme. Es posible que haya exageración en estas sentencias producto de mi alta sensibilidad ganada en el retiro. Puede ser.

Todo lo que recibí con palabras de los maestros en las charlas me resultó familiar; lo había leído o escuchado en las tertulias de Luz Azul y Chokaly House. Hubo dos frases que llamaron mi atención y no conocía: “Tratar de sofrenar ese afán de lucimiento que tienen algunos” y “La vida no es un guion escrito que solo estamos siguiendo”.

Acaso siendo que en apariencia no encontré gran diferencia entre la experiencia Haldwani y lo que ya conocía, viví todo como nuevo porque sentía las verdades como verdaderas. Parece redundante pero no lo es. No son las palabras sino quien la escucha. ¿Cómo explicar que dos vasos iguales, de vidrio, llenos con agua de la misma botella puedan ser muy distintos? Lo son para el que está sediento respecto de quien no lo está.

Nunca es simultánea la siembra y la cosecha. Quizá aquel “No te quejes que demasiado tienes” que plantó Eugenio hace años ayudó a formar al Tony de hoy. Sin esas palabras es probable que no hubiera salido nunca de la ceguera paradigmática con la que se mira el mundo si se ha nacido en El Bajo. Y así también, es la suerte manipuladora de destinos la que ha estado de mi lado muchas veces. Si Jeremías hubiese tenido un Eugenio al lado hubiese sido otro. Ni culpa ni mérito. Claro que podría haber pasado desapercibido aquel reto; hacer algo con él hizo la diferencia. Ya lo dice la ley: “El 90% de lo que nos sucede en la vida es creación propia”.

Es una ley extraña pues no hace falta conocerla para cumplirla. Nada han escuchado de ella mis amigos del póker y nada les impide reírse y disfrutar de la vida. No les hace falta leer a Newton para saber que la manzana caerá del árbol.

¿Entonces?

Conocer la ley y hacerse cargo habilita una categoría diferente de herramientas para lidiar contra la adversidad cuando se haga presente.

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En el cuarto día el silencio ya no retumbaba y me llevó transitando caminos con lentos amaneceres y promesas de serenidad que se cumplían con creses. Ya no había reflexiones narcisistas ni conclusiones en mi mente. No sé qué había. Estaba en paz. Me envolvía una gozosa sensación de bienestar. Estaba feliz.

Capítulo 5

Terminado el retiro viajé a Nueva Delhi desde donde regresaba a casa al día siguiente. Esa noche en el hotel recibí una llamada telefónica. Era Florencia.

– Estoy con el Cholo. Quiere hablarte.

– Hola amigo ¿qué paso? – pregunté conociendo la respuesta.

– Murió papá. Nada más quería avisarte. No llegarás a su despedida.

Hablamos unas pocas palabras más y cortamos. No sé por qué no me derrumbó la noticia; la esperaba y la acepté como se acepta el 10% de las cosas que no dependen de mí. Eugenio vivió su vida y estaba en el tiempo en que la naturaleza razonablemente nos lleva. Quizás dejó de sufrir y eso es bueno para él. Ojalá haya estado cerca de sus nietos. Me hubiera gustado despedirlo. Sacudí mi pesar y recobré la paz que había alcanzado en el viaje.

Ningún escondrijo mental evitó la tristeza que me invadió.

Ya en casa recuperé mi vida. Una pena. En cuanto llegué fui a Lorrico a visitar al Cholo y toda su familia. Pasamos largas horas conversando y también callados, uno al lado del otro. Es extraño que con más de cincuenta años andando por la vida no hayamos aprendido a despedir a un muerto. Quizás sea esa falta de aprendizaje lo más sano. Habías asistido al velorio los amigos de Libertadores y los cuatro de Luz Azul hicieron una coreografía cantando “When the Saints Go Marching In”. Al Cholo no le gustó pero dijo Marita que estuvo bien; fue un breve homenaje a la amistad.

Visité a Micaela que me esperaba ansiosa. El viaje nos había incomunicado por varios días. Cuando hablé desde Nueva Delhi ya sabía del fallecimiento de Eugenio y de hecho participó del velorio junto con mis hermanos. Nos veríamos el fin de semana; tenía mucho para contarle. Desde luego la extrañé en particular cuando emprendí el regreso; me dio apuro por llegar y verla. Pero antes, ella estuvo ausente como el resto de la humanidad.

Necesitaba despedirme de Eugenio. Organicé una cena privada en el club invitando a León Cortinez, Gordo Anderson, Denis Chemirca y Borselino, el Cholo y yo. Hubo distintos momentos de recuerdos emotivos y distendidos. En uno de ellos sorprendí a mi amigo pidiéndole un permiso.

– ¿Puedo leer una carta breve que escribí para despedir a tu papá?

Asintió con la cabeza; estaba muy bien; tomábamos whisky después de los postres.

“Querido Eugenio:

Esta breve carta es para despedirte. No estuve en tus momentos últimos pero tú siempre estuviste en los más importantes de mi vida. Eres el creador de muchos de ellos.

Muchas veces pensé que quería ser como tú. Eras un ejemplo a seguir. Lamento no habértelo dicho.

No parece que escribir me resulte fácil. No sé cómo expresar la inmensa gratitud que te tengo. La palabra “Gracias” no alcanza.

No sabría cómo es querer a un padre si no te hubiera conocido. Y sé querer a un amigo porque me guiaste también es eso.

Así pues, me quedo con tu hijo, mi mejor amigo. Nos cuidaremos.

Que tu energía nos siga iluminando.

Adiós.”

Le entregué la carta en mano a un emocionado Cholo y nos regalamos el enésimo abrazo de esos días.

Alguna asociación de ideas hizo que apareciera en mi mente el recuerdo de la carta que Matilde dejó después de su muerte diciendo cosas que hubieran aliviado mi vida si las hubiera dicho antes.

Los cambios horarios del viaje de regreso de la India me tuvieron una semana dormitando mal, despertándome a las tres de la mañana y queriendo dormir a las seis de la tarde, hasta que todo se fue acomodando. Así también se fue desvaneciendo la nube de paz interior que cubría mi ser; irremediablemente se fue ajustando a la realidad cotidiana. Estaba advertido por los maestros de Haldwani de que esto iba a ocurrir.

El viaje a la India fue asombroso a pesar de las prevenciones que llevaba sobre lo que iba a conocer. El retiro espiritual fue una experiencia única.

Retomar la vida era volver a mis tres decisiones: entregarme al amor de Micaela sin aprensiones, viajar a la India y escribir mi libro.

Tenía que enfocarme en esta última

Le pedí ayuda a Maite.

– Cualquiera puede escribir, Tony. Si me dijeses que quieres pintar me reiría y luego te mandaría a un taller de pintura para que aprendas. Pero escribir escribe cualquiera. Solo siéntate y hazlo.

– No creo que sea tan simple, pero lo haré. Quiero que tú vayas leyendo lo que escribo.

– No hay problema.

Mi hermana puso voluntad pero tenía poco tiempo libre; de novia y con el control de la casa de arribados no le sobraba mucho. Además estaba inscripta en un curso de Administración de Negocios, por instrucción de Florencia.

Durante dos semanas trabajé mañana y tarde en mis sesiones, las cuales estaban algo relegadas. Estoy usando algunas túnicas hindúes que compré con indicación de los vendedores que le conferían propiedades y virtudes que no creí en ningún momento; pero lucen bien. También uso un gorro hindú con una piedrita incrustada. Hice encuadrar dos fotos mías con los gurúes hindúes y las colgué en la sala. También traje un manto bordado que uso como mantel. Por lo demás, todo sigue igual, desganadamente igual. Luego de veinte años repito las mismas cosas y escucho los mismos pesares. Desde luego que yo soy otro, es cierto, pero mi decir es el mismo. Algo en mi profundidad hace que quiera sostener las sesiones y hasta las extrañe si paso una semana sin ellas. Y no es por lo económico; nunca ha sido para mí importante el dinero. Acepto que es fácil decirlo cuando sobra, pero cuando no me alcanzaba tampoco era mi principal estímulo. Es el progreso más que la plata, lo que me satisface. Todavía perdura el recuerdo de comprarme un saco nuevo de altísimo precio y al mirarme al espejo sentir que lo estaba haciendo con mi plata. El saco era lo de menos.

Escribir es una tarea que me demanda mucha energía. Cada vez que estoy frente a la computadora aparece una página de Word en blanco que contagia a mi mente y a veces, nada surge. Me sigo preguntando para qué escribir un libro. Aunque no me estimulan los números, entiendo el punto de vista comercial de Florencia y también su justificación en la consabida frase: “porque se puede”.

Decidí que sería obediente y que aún sin saber por qué ni para qué, haría el intento de escribir, por curiosidad. También decidí que mi biografía debía estar escrita solo por mí, sin buscar algún escritor profesional, con la única ayuda de Maite en la corrección.

Así salió mi primera página que luego revisaré:

“Contaré esta historia en primera persona porque la viví yo y es mi gran pequeña historia. Una historia más. Que en el contexto de los tiempos del universo es claramente insignificante pero aún así, también es única e irrepetible. “Los científicos afirman que el mundo está hecho de pequeños átomos, para mí está hecho de pequeñas historias”

¿Qué otra cosa es sino el mundo que vivimos?”

Llegué a la frase de Muriel Rukeyser de la mano de Denis Chemirca. “El mundo no está hecho de átomos, está hecho de historias” Y comprendí que sí, que era cierto. Mi mundo no es otra cosa que los miles de pedacitos de vidas contadas en los diez minutos de sesión, más risas y llantos de los que habitamos este lugar, que resumen dichas y sufrimientos, creencias, religiones, valores y principios. No hay más.

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Micaela apoyó con entusiasmo mi intención de escribir. Nuestro noviazgo revivía cada fin de semana; quería viajar con ella más allá de la cabaña de los Pistachos y fuimos a Nueva York a visitar la franquicia del Instituto que se abrió recientemente. Apenas fueron cuatro noches porque Mica no estaba cómoda dejando solos a sus hijos.

– En poco tiempo ya andarán por su cuenta pero les falta todavía, Tony –explicó afligida.

El encuentro en la sede del Instituto estuvo teñido por el drama de los americanos que a más de un año y medio del ataque del 9/11 continuaban su duelo. Inauguré dos talleres y dicté una conferencia que fue muy aplaudida sobre “El crecimiento en el dolor” en la que uno de los ejes era: “Nadie es enfrentado a un dolor que no pueda soportar”; una frase que digo desde siempre y nunca supe si tiene algún significado, pero alivia. La ciudad no era la de antes; ahora se veía a las gentes en las calles con caras tristes. Desde luego y tal como sucede en cada persona, coexistía una diversidad de humores entre pesadumbre y ventura. Porque así como no se detiene el frío viento del noreste que atraviesa los edificios, la alegría sigue su tozudo curso para millones de neoyorkinos, como si el presente borrase de a ratos la angustia que aparece, desaparece, aparece y desparece. Es que si el dolor se acumulase la vida sería una hoguera.

Micaela estaba absorta y no daba crédito de lo que estaba viviendo.

– ¡Eres radiante Tony! Te sigo viendo el aura; mantienes la voz calma que recuerdo y me asombra ver a la gente embobada escuchándote.

– ¡Cómo embobada!- regañé.

– No imaginé que en una ciudad tan inmensa seas conocido; pensé que eras un fenómeno regional – se rio con naturalidad pensando en lo que decía.

– Gracias – devolví.

– ¿Qué se siente que la gente haga una reverencia ante ti?

– Al principio me incomodaba un poco pero luego me gustó ¿A quién no? Ahora me da lo mismo. No me molesta.

– Pues yo no tengo miedo, te quiero igual – afirmó.

– ¿Miedo?

– Puedo querer a un famoso, pero no te las creas conmigo.

Se la notaba extasiada por todo.

– ¿Cómo sé si estar aquí contigo no es un sueño? – preguntó jugando.

– Esta noche en la cama te mantendré despierta.

Recorrimos la Zona Cero en donde se acaba de terminar la tarea de limpieza de escombros. Pasamos por St Paul´s Chapel, una pequeñita iglesia que se había convertido en visita obligada luego del atentado del 9/11. Muy antigua, construida en 1766, sobrevivió a la tragedia sin la rotura de un solo vidrio, lo cual fue considerado por muchos como un milagro. Está realmente muy cerca de las Torres Gemelas y los importantes edificios de alrededor sufrieron serias consecuencias. Durante los meses siguientes al ataque fue el centro de reunión y asistencia a rescatistas y familiares de víctimas. Es inevitable notar el bello contraste de la diminuta edificación rodeada de gigantes rascacielos. Entramos un rato buscando un remanso de paz en medio del bullicio de esa zona vallada para la reconstrucción, con ruidos de martillos neumáticos, excavadoras, camiones circulando y trabajadores con cascos amarillos. Recorrimos el pequeño cementerio que hay en la entrada con unas pocas lápidas enterradas en el piso con el nombre del muerto, día de nacimiento, un guion y el día de fallecimiento.

– Todo una vida termina siendo un guion insignificante – reflexioné en voz alta.

– Y son todos los guiones iguales – continuó ella – ninguno se destaca.

– Obviamente no se puede subrayar un guion – dije sonriente.

– Cuánto tiempo de amor hemos perdido, Tony – caviló ella en voz alta.

– Quién sabe, es posible que ahora no hubiésemos estado juntos.

– ¿No puedes ser un poco más sentimental? No necesito una respuesta racional – reprendió con suavidad.

– Dejemos estas lápidas en paz – reanudé terminando las cavilaciones- Nosotros tenemos la vida por delante.

Tomamos un ferry y navegamos por los ríos observando el panorama de edificios recortados en el cielo; paisaje siempre espectacular para mí y deslumbrante para Mica que no salía de su asombro. La energía de la ciudad transporta a los visitantes primerizos a un estado de ensimismamiento único.

Así se recuperaba la Gran Manzana mientras el mundo seguía saturado de terrorismo, amenazas y muertes. Bin Laden estaba prófugo y perseguido por todo el poderío americano. El régimen talibán de Afganistán había sido derrotado por americanos e ingleses y aliados. Se ha denunciado que en Irak se están fabricando armas de destrucción masiva y que ese país apoyó a la organización Al Qaeda. El Presidente de Estados Unidos habla de amenazas nucleares y armas químicas. “Queremos la paz pero a veces a la paz hay que defenderla” dice. Se investiga el programa nuclear de Irak y se busca la localización de ojivas nucleares; el Reino Unido confirma que Nigeria vendió uranio a Irak.

Desde Libertadores no se ve un mundo en riesgo como sí se percibe desde este país.

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Dos meses tardé en descubrir cuáles debían ser mis próximos pasos, los que confirmarían que la vida seguía el guion correcto.

Mi entorno está acomodado y espero que no haya sorpresas por un tiempo. De Florencia no recibo nada que no sean sugerencias positivas. Aceptó a Kayla y la psicóloga ya está visitando ciudades con la franquicia del Instituto. Quiero viajar con ella a Nueva York y pasar unos días allí. Ya veremos. Por lo pronto sigue con su taller de pintura en casa, todos los jueves. Maite vive entusiasmada con su febril actividad y al parecer también con su novio. Avanza la idea de otra casa para arribados de la mano del Instituto Ventura en la Región del Naranjillo donde hay una franquicia.

Mis amigos siguen igual y yo viajando a Lorrico a jugar póker y cuidar a mis sobrinos por tres semanas. Marita y el Cholo cometieron el error de dejarme a cargo de sus hijos, ya universitarios, por si necesitaban algo mientras ellos tomaron vacaciones en Europa. Fue una experiencia divertida; todo lo que puede hacer en coincidencia con lo que pedían era darles dinero para sus gustos extras. Por otro lado los amigos fundadores de Luz Azul aceleran el envejecimiento y los frecuento menos. He escuchado que me tratan de engreído por mi distanciamiento. Es que desde que no está Eugenio voy poco al club, que ya no es el que donó el Flaco Frías. Y ellos tampoco son los mismos porque están perdiendo lo que los hacía ricos: ese afán de “conocer” como si “conocer” fuera vivir de otro modo la vida. Ahora tienen menos intereses y están enfrascados en su escasa tolerancia a todo. Ironía de la vida frente a las enseñanzas de León que hace años hablaba de la paradoja de la tolerancia de Popper.

En cuanto a las sesiones, compartir los pesares de los visitantes nunca hizo mella en mí y tampoco lo hace ahora. Por cierto que a mis visitantes le ocurre lo contario: les cambia la vida… a muchos de ellos al menos. Sin embargo después de tanto tiempo las sesiones se terminan pareciendo en su conjunto; mismos miedos, dudas y ansiedades. En distintas regiones o en Nueva York, en español o en inglés.

Lo que estaba pendiente, sin encauzar todavía un impulso definitivo era mi autobiografía…y la verdad es que se ha hecho ilusión. En estos meses hice intentos esporádicos que no condujeron a mucho. Tenía que hacer algo distinto.

– Necesito refugiarme en otro lugar – comenté a Florencia explicándole el plan que había resuelto – Estaré en contacto y disponible para viajes y conferencias del Instituto y haré mis sesiones allá.

– Un hotel en Nueva York no es el lugar donde conseguirás la concentración necesaria para escribir.

– Compraré un departamento.

– ¿Y vas a vivir lejos y solo? ¿No eras un aguerrido combatiente de la batalla contra la soledad? – ironizó.

– Estaré yendo y viniendo y me visitará Micaela. ¡Tú también estás invitada! Todos los que quieran.

PARTE V

Capítulo 1

Aquí estoy hoy, 14 noviembre de 2002, con mi café a la mitad, continuando con la autobiografía que he escrito en estos casi doce meses que llevo viviendo aquí. Comencé el libro diciendo: “Cuando ella apareció en el patio de la casa les pedí a todos que se marcharan, como si necesitase una privacidad que nunca había conocido”… y al día de hoy casi la he terminado. O mejor dicho, he llegado a mi tiempo de vida presente; continuaré con la escritura un poco más, no sé cuánto, hasta que ya no encuentre valor en lo que quede por decir. O hasta que no pueda frenar los embates de Florencia para publicarla.

Como quien apura el reloj cuando regresa a ver a su amada, tengo prisa por relatar el sorprendente episodio de algunas semanas atrás que tal vez cambien mi vida, tal vez mezclen azúcar en la leche.

Lo sucedido necesita una narración tranquila de modo que contaré antes cómo llevo mi vida en esta ciudad.

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El crudo frío de Brooklyn me encierra muchas horas en este bonito departamento de setenta metros cuadrados, en el tercer piso de 85 Columbia Heights. El Ginkgo Biloba que asoma en mi ventana, de un dorado espléndido en otoño hoy está sin hojas para permitirme observar el East River, las embarcaciones en la orilla mas lejana, una fracción del Brooklyn Bridge y los edificios de Manhattan que parecieran competir por ganar un lugar en mi visión; impresiona la ausencia de las Torres Gemelas.

La mesa de cedro debajo de la ventana no es grande pero lo suficiente para la computadora, algunos pocos papeles y un lapicero. Me siento frente a ella cada día mirando hacia fuera, a escribir.

Estoy regresando de una de mis caminatas de pensamiento auto obligadas hasta Bridge Park, a unas pocas cuadras. Es curioso, la gente camina para mantener su cuerpo en forma y yo para ejercitar mi mente. Me hace bien moverme y me gusta la sensación de estar afuera a pesar del frío que es más crudo aún debido a la brisa helada del río. Me abrigo bien, eso sí. Ropa interior térmica, incluido calzoncillos largos, sobretodo hasta debajo de las rodillas, botas, dos pares de medias, gorra de cuero con orejeras recubiertas de piel por dentro y guantes.

Es extraño pero no resultó fácil encontrar un edificio con ascensor en este privilegiado lugar. En Planta Baja vive el administrador, Cristian Avelares, quien reitera cada vez que puede que Brooklyn Heights “es el barrio más antiguo de todo Estados Unidos” explicando que las viejas casas de entonces no usaban ascensor. Cristian vino de nuestra tierra, de la Región del Tamarillo y está rondando los sesenta largos. Cuenta historias de este lugar a donde llegó hace 40 años y trabajó toda su vida en la fábrica de Moisés Labattón, una famosa textil que cerró cuando se transformaron los galpones en costosos hoteles de Williamsburg, a unas pocas cuadras.

Compré este sitio y ahora estoy tramitando la radicación. Vivo cuatro o cinco semanas aquí, escribo y atiendo mis sesiones en el Instituto Ventura de NYC, en Lower Manhattan. Me ha visitado ya tres veces Micaela y nos hemos disfrutado. Compartimos días soñados y tranquilos; de hecho hemos salido poco y no muy lejos. Ella no habla inglés aunque lo hará, pero todavía anda un poco pegada a mí. Caminamos por el barrio, cocinamos, hacemos el amor y vemos TV. Hablamos de música, le gusta Cold Play y Bon Jovi, de política y de la India y el mundo en el que vivimos. De sus clientes y de los muchos talleres de costura que hay en Lorrico. De nuestros planes, muy poco aunque hubo algunas charlas:

– Cuando termines tu libro podríamos adoptar un bebé. Seríamos como sus abuelos – observó levantándose de la cama para preparar café. Antes que reaccione agregó:

– ¡Es broma, es broma! Que me gustaría, me gustaría, pero es broma. Lo criarían mis hijos, no tendríamos que encargarnos de nada; nos quitaría años de encima y seríamos felices. Y tú lo disfrutarías, créeme.

Al ver mi cara empedrada soltó una risa forzada.

– No te preocupes, no te demandaré.

– Ahora hay pruebas de ADN. Yo estaría muy tranquilo – me burlé pasando el susto.

– No sabrías qué hacer con un bebé. Tendré que esperar a los hijos de Sabrina y Seve. Falta todavía.

Tras un silencio forzado agregó:

– ¿Por qué no te gustan los niños?

Desmentí su afirmación y sacamos y pusimos argumentos de respaldo a lo que sosteníamos, hasta que sin más ganas comenté:

– Yo me ocupo de los niños a mi manera Mica.

– Pero con plata, sin verlos, sin visitar las casas de arribados, sin ir a las escuelas.

– ¿Te parece que ayudarlos en su educación es poco?

– Claro que no Tony – refunfuño – Solo que no lo entiendo. Es como si tuvieras un bloqueo mental con la pobreza de los niños. Puedo tirar las cartas y mirar qué dicen – chisteó.

– De la pobreza me he olvidado Mica. Dejé de ser pobre hace treinta años.

– ¿Y entonces por qué los ayudas?

– Porque puedo hacerlo. Pero escucha esto – resalté dirigiendo mi respuesta hacia un pensamiento que no quería compartir pero ya estaba lanzado.

– Estoy convencido que la mayoría de los pobres seguirán siendo pobres. Y no me parece que lo pasen tan mal. El ser humano se acostumbra a todo. En el Bajo se quedó el que quiso. Los Bonilla salimos todos menos Jeremías porque le falta la sangre necesaria para querer salir de allí. Ellos se acomodan a esa vida. Hay pobres muchos más pobres que los que conoces Micaela.

Ella escuchó impresionada y marcó su diferencia de visión: “No lo veo así”, mencionó junto con otros breves comentarios y evitó continuar el asunto. Tampoco yo quise darle vueltas y allí quedó. En mi interior sé que necesito mayor reflexión y más tiempo para poner en palabras lo que pienso, pero tenía apagado el interés por compartirlo, como si de alguna forma me avergonzara.

– Tuviste suerte, tuviste a un Paolini que te salvó y también a un Cholo y a una Micaela, por qué no. Fui tu primera sesión de la vida. Que hayas tenido éxito no justifica que hayas olvidado tu origen…

– No lo he olvidado – interrumpí.

-…ni que pierdas sensibilidad…

– No la he perdido – afirmé.

– …ni que…me duele escucharte decir estas cosas Tilde.

– Tienes razón. No sé bien qué pensar. No quiero niños alrededor, eso es todo. ¿Puede pasar que el amor de tu vida te abandone por eso? – pregunté con humor para acabar el tema.

– No puede pasar.

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A Brooklyn también ha llegado Kayla en visita de trabajo por la revisión de la franquicia del Instituto. Nunca había estado en la Gran Manzana. Vino con Florencia. La lucidez de mi socia encontró los tiempos y las excusas para que la psicóloga y yo mantuviéramos encuentros privados en el departamento. Le fascinaba la vista nocturna desde mi ventana. Después paseamos y quedó deslumbrada con la ciudad. Su cáncer le permitía mantener esperanzas y buen ánimo. Maite también vino pero cuando yo viajé a Libertadores. Y también lo hizo Marita y el Cholo.

A pesar de todo este aparente ajetreo, yo estoy feliz de estar aquí como en un pueblo más pequeño que el propio Lorrico, con tiempos a mi alcance, ruidos escasos, distancias breves y poca gente en las calles. El tumulto no es saludable para el propósito de escribir.

El barrio tiene su propio carácter, pausado, opuesto a la tremenda energía del otro lado del río. Aquí tengo parques, bares alegres, distracciones, restaurantes, conciertos y arte callejero. Cruzo las calles sin tráfico cuidándome solo de las bicicletas y hay un mercadito a dos cuadras con caras que se repiten.

La vibración excitante que emerge de la gran ciudad me resulta necesaria y también mis sesiones, así es que voy cada tanto al Instituto en el Lower Manhattan. Camino cinco cuadras hasta la estación Clark St. del subway y con la línea roja 2 3 voy por debajo del río y en diez minutos llego a la vieja estación Wall St. A veces cruzo caminando el puente como un paseo que siempre regala una vista fantástica, el skyline más bello del mundo, que no me canso de subrayar y de contemplar los edificios que veo todos los días allí y me siguen pareciendo irreales como la ausencia de las torres del World Trade Center.

He escrito obstinadamente durante largos meses a pesar de encontrar dificultades sobre todo las que aparecieron al principio cuando solo veía la hoja en blanco. Desde luego que no cualquiera puede escribir, según cree Maite. Más le debo a ella el empujón oportuno cuando remoloneaba con la idea y me sermoneaba recordándome la antigua máxima: “Un escritor profesional es un principiante que no ha desistido”

Y a Matilde; también a ella le debo estar escribiendo porque ha inspirado mi determinación con el ejemplo de su empecinada voluntad por aprender a leer y escribir de grande. Logró incluso buenas composiciones y los guiones de las obras de títeres en los festejos del patio de mi juventud.

Una vez que inicié y conseguí ser constante alcancé fluidez en el teclado; todo se aclaró cuando descubrí el propósito de lo que hacía.

En primer lugar escribo como un modo de meditación que ayuda a encontrar significado a mi experiencia de vida. Una forma de reconocerme en este mundo que me ha sido huidizo primero y bendito después. Y en segundo lugar escribo porque puede ser que estas líneas sean útiles a algún lector. Contar historias es el modo en que el hombre mira a su alrededor desde siempre, desde los más primeros tiempos, dirá Borselino.

Lucho contra la tentación humana de morigerar las bajezas y ensalzar logros. No obstante me he mantenido apegado a los hechos tal como los viví o como los recuerdo, para que así cobren sentido riguroso para mí y para el lector. Debo mencionar, eso sí, que he cambiado algunos nombres de personas y lugares para ganar la libertad que necesita “la verdad”.

Ser muy sincero me obliga a declarar que no siento culpas por la vida que llevo. “Las personas somos buenas y malas al mismo tiempo” Esta sentencia tengo anotada en mi cuaderno porque es la lección que he aprendido en mis sesiones y en la vida de la selva. Todo animal se pone al acecho y se defiende de cuando en cuando. Sé que no es una visión compartida por muchos, pero es la mía. Inconscientemente debo estar pagando un precio por esta convicción: el de estar siempre en alerta, como quien expectante, aguarda ver un accidente en la carrera. No lo sé.

Desde luego que escribir es también una experiencia de la que estoy aprendiendo a mirar a los demás y a mí mismo con mayor indulgencia. Ni mis culpas son descomunales ni las de los demás son imperdonables; me ha servido para moderar los vaivenes de la emoción y buscar el camino del medio, el de la sabiduría. Me enseñó que nadie es feliz en soledad. Son los otros quienes constituyen lo que soy y entenderlos como personas ni tan buenas ni tan malas ajusta la expectativa de las relaciones entre nosotros.

Y por fin hay una razón más para la biografía que la mencionaré aunque parezca una estupidez que me deje en el lugar de un vanidoso ridículo. Quizá haya algo de verdad en eso por qué no. Ahí va: Creo que hay una “predisposición hacia la felicidad” y que en buena medida se trasmite genéticamente.

Yo no tengo descendencia y así entonces, mi aporte será este libro como si fuera mi hijo; después de todo es verdadero que nace de mí.

Capítulo 2

Hace dos meses, a principios de setiembre, estaba escribiendo en el departamento cuando recibo una llamada en mi celular. Un hombre se presenta con su nombre y apellido, que no retengo y dice llamar desde la oficina de Asuntos Institucionales del Departamento de Estado del Gobierno de Estados Unidos. Me pregunta si yo estoy en la ciudad y si puedo atenderlo un minuto. Sin dar tiempo a una respuesta ni a mi sorpresa continúa explicando que la Consejera de Relaciones Institucionales, la Sra. Mandy Reyes quiere verme al día siguiente en New York. Debemos arreglar un horario entre las las 14 hs. y las 16 hs. para una entrevista de veinte minutos.

– ¿Ud. puede recibirla en su casa? – pregunta.

La llamada es breve, directa a mi celular, sin preguntar mi dirección. Por un momento me pregunto si tendría vinculación con la compra del departamento o con mi trámite de residencia, pero lo descarto.

A las 14,30 hs del día siguiente sube la visitante. Es una mujer de edad imprecisa pero joven y muy bien vestida. Lleva un traje con hombreras que la identifica como ejecutiva administrativa o de negocios; piel negra, pelo corto, modales elegantes. Me da la mano y muestra su tarjeta de presentación, que apenas miro porque la retiene para ella. Hablamos en español. Mientras sirvo el café que tengo preparado le pregunto a qué debo su visita. Sin responder me agradece por recibirla con tan poca anticipación y luego dice que quiere contarme su malestar para que yo pueda ayudarla. Pero primero necesita estar segura que la conversación sería confidencial.

– Por ningún motivo debe transcender – advierte con suave firmeza.

La verdad es que en tantos años han aparecido miles de confidencias que no debían ser divulgadas. Por lo demás, son los propios clientes quienes difunden las sesiones y los resultados cuando son buenos; justamente de allí viene el cuaderno “Registro de Bienes” que lleva Lisandro.

– Los temas tratados son privados y nunca los he divulgado – explico.

Pero insistió en que no se debía conocer tampoco la visita que estaba realizando, ni su nombre ni fecha ni nada que pudiera llevar a alguien a inferir que tal reunión existió. Me explica que es de vital importancia, tanto que sería necesario firmar un acuerdo de confidencialidad. Abre su portafolio y saca unos papeles.

– Ud. está en libertad de retirarse de inmediato – le digo – y puede confiar en que esta reunión quedará escondida. De hecho, lo más probable es que olvide su nombre. Pero si no lo hace, deme una razón por la cual usted no confía en mi palabra pero yo debo hacerlo con la suya. Puede ser que tampoco yo quiera que se conozca esta sesión.

La respuesta es espontánea como si hubiese esperado la pregunta. Mientras explica que no va a usar su tarjeta de crédito, saca cinco billetes de cien dólares y me paga la sesión.

– No es el dinero a lo que me refiero – comenté.

– Por supuesto que no. Justamente quiero mostrarle que no es por dinero sino por razones de estado que le pido su firma.

Mientras preparo el recibo oficial del Instituto, ella habla en inglés:

– Maestro Tony usted podrá confiar en nosotros. Por favor, si no acepta con su firma el documento, dejaremos aquí la reunión.

Miro las dos carillas del texto, sin leer con atención y me parece que no tengo nada que perder; siento curiosidad. Repaso algunas líneas con ella y firmo la confidencialidad.

– Como es probable que usted sepa tengo el don de ver el color de las emociones en la frente de las personas. Mas en su caso veo algo difuso que no me permite definir su ánimo. ¿Qué la ha traído a mi casa? ¿En qué la puedo ayudar?- pregunto en inglés.

– Quiero saber qué sucederá en mis próximos años. Quiero saber si seré feliz, Maestro. Si mantendré mi trabajo y si mi hermana curará su cáncer y si mi hija Stella ingresará al MIT. Quiero saber si Dustin será el próximo secretario de la cartera. ¿Seré feliz? Esas preguntas me hago.

Tras una deliberada pausa me predispongo al tiempo de meditación previo al brote de mis palabras. Noto que aceptó mi convocatoria energética con cierta aprensión. Solicito disminuir nuestros ritmos respiratorios. La firma del contrato me ha dejado algo desacomodado.

– Será feliz. Pero no encuentro en su rótulo el color de un alma mortificada. No sé si su hija ingresará al MIT pero veo que usted aprenderá a estar bien con lo que suceda. Superará el devenir con la fortaleza que encuentre en su energía vital. Proteja esa fuente de sabiduría para los cambios y los momentos difíciles que de seguro golpearán su puerta en días inesperados.

– ¿Qué momentos difíciles ve usted?

– No es bueno intentar estar prevenido ante cualquiera de ellos. Sucederán. Tener en conciencia que algo sucederá, siempre ayuda a enfrentarlo.

– ¿Mi hermana se curará del cáncer?

– No lo puedo saber sin verla a ella. Puedo repetir que en su interior anida la energía que aceptará la realidad según acontezca.

– Hay algo…que puede parecerle extraño pero es para mí muy importante. Es una piedra preciosa regalo de mi padre que está en algún lugar de mi casa y no puedo encontrarla. Me angustia no entender qué pudo haber ocurrido. ¿Usted puede ubicarla? Es para mí muy valiosa.

– Podría ser ¿Está usted razonablemente convencida que está en la casa?

– Así es.

– Pues saldrá a la luz…

– ¡Qué bien! – interrumpió.

– … el lugar en el que está, o usted sabrá que no está.

La mujer mira pensativa al vacío.

– ¿Hay algo que Ud. ve y que cree que yo deba saber?

– Confirmo que la veo sin angustia. Parece más bien que lo que la lleva a espiar el futuro es apenas una naturaleza curiosa.

Nos quedamos en silencio unos minutos. Yo en postura de manos unidas por la punta de los dedos mirando a la funcionaria de gobierno de este inmenso país. Ella habla, siempre en inglés, de sus presiones de trabajo y sus funciones en la Secretaría a su cargo. Puede ser un infierno, remarca. La escucho sin interés. Luego de mi silencio, calla su cuento y mira a mis ojos.

– Esta visita tiene otro propósito Maestro- revela.

– Eso creo – respondo escondiendo mi sorpresa.

– No le he dicho nada al respecto Tony – se sorprendió – ¿Es que puede leer mi mente?

– No es eso. Son vibraciones que percibo. Y sentido común. Le he dicho que si está su joya puedo encontrarla y ha dejado el tema sin mostrar interés.

La dama sonríe sin parecer sorprendida y como si me desafiara, pregunta:

– Tony, si en vez de tener que encontrar la joya en mi casa se tratase de encontrarla en un lugar mucho más grande, grande como una ciudad o un país ¿qué me diría?

– Solo cuando diga la verdad de lo que quiera conocer, sabré si viene a mí alguna respuesta.

Luego de un cruce de miradas amables, dijo:

– Así será pero no conmigo. Debo coordinar otra sesión con usted para dentro de unos días.

Le insinúo que podemos conversar un poco más en ese mismo momento y me explica que deberé reunirme con otra persona, una muy importante de la Casa Blanca. Intrigado le pregunto de quién se trata y no responde. Yo debía estar disponible el 12 de Setiembre todo el día. Recibiría una llamada de ella o su consejero para entregar más detalles. Se reconocerían los honorarios que justifiquen la dedicación del día. La reunión no sería en mi departamento; un auto oficial me llevará al lugar de la reunión que me será indicada oportunamente. Debía firmar previamente otro contrato de confidencialidad.

– Pues no sé si quiero aceptar tanto misterio – reacciono.

Mandy Reyes es una mujer discreta de la que se podría esperar modales a tono con una refinada educación. Así pues, me mira a los ojos, me pide mis manos, las toma entre las suyas y en un gesto como de felicitación, dice mirándome a los ojos:

– Maestro, va a tener la sesión más importante de su vida. Siento que usted es una persona de bien ¿Cómo podría rechazar este pedido?

– Señora, es usted amablemente persuasiva – reconozco.

Soy yo el curioso ahora. Esa mujer me ha llenado de una intriga que lejos de irritarme en verdad me divierte.

– La importancia de las sesiones está dada por los resultados y no por quién la solicita.

La trato con dedicada cortesía pues en veinte minutos consigue que le tenga gran consideración. Mientras la acompaño a la puerta la miro y tomando yo ahora sus dos manos le digo:

– Ud. no necesita conocer su futuro ¿verdad?

– No más que Ud. o que cualquiera – sonríe.

Como en las películas, miro por la ventana y la veo subir por la puerta trasera a un auto mal estacionado. Una pequeña limusina negra.

Por varios días hice conjeturas de quién sería mi importante visita. Con ansiedad googleé la Casa Blanca, el ala este, oeste, busqué nóminas pero ningún nombre hizo vibrar en mí una energía o señal que me sugiera nada, como era de esperar. Aunque sí confirmé que Mandy Reyes era una Consejera de la Casa Blanca.

Una semana después recibo otra llamada esta vez directa de ella. Saluda con especial cortesía. Me instruye con un procedimiento cuidadoso que debía seguir en el edificio de United Nations, lugar donde sería el encuentro. Me buscarían a las 8,15 de la mañana del día siguiente. Debía asistir con traje oscuro. Me recuerda que debo firmar la confidencialidad; ella me vería al terminar el discurso del Presidente de Estados Unidos George W. Bush.

No disfruto de estos entuertos políticos pero tengo gran curiosidad por ver ese mundo por dentro y por destapar el misterio de “la sesión más importante de mi vida”. Había ido a Naciones Unidas con la universidad en una visita organizada por Marina hace algunos años.

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Un auto me busca puntualmente. El acompañante del chofer me entrega una identificación grande como la palma de mi mano para colgar en el cuello. Está plastificada, sus bordes son colorados y contiene mi foto bajo el título “US Delegation”. En una carpeta está el contrato que firmo y devuelvo al acompañante. Luego me entrega una hoja impresa.

– Léala por favor antes de que lleguemos – ordena.

– ¿Quiénes son ustedes? – pregunto con amabilidad.

– Departamento de Estado. Asuntos Institucionales – responde.

El texto de la hoja, según explica la primera línea, es un fragmento del discurso que leería el Presidente esa mañana en la 57° Asamblea General de Naciones Unidas.

“Hoy, Irak continúa escondiendo mucha información sobre su programa nuclear, diseño de armas, infraestructuras, datos experimentales, y número de materiales nucleares y documentación de ayuda extranjera. Irak emplea científicos y técnicos con capacidad nuclear. Retiene su infraestructura física necesaria para construir armas nucleares.

Irak ha hecho varios intentos de comprar tubos de aluminio de gran resistencia que se utilizan para enriquecer el uranio para armas nucleares. Si Irak adquiere este tipo de material, sería capaz de construir armas nucleares en menos de un año.

Y los medios de comunicación iraquíes, controlados por el Gobierno, han publicado numerosos encuentros entre Sadam Husein y sus científicos nucleares, dejando pocas dudas sobre su continuo apetito por estas armas.

Irak, además posee una fuerza de misiles SCUD que puede sobrepasar áreas superiores a los 150 kilómetros permitidos por Naciones Unidas. Trabajo en las pruebas de los lugares de producción indican que Irak está construyendo más misiles de largo alcance y que pueden producir muertes en masa a lo largo de la región

La primera vez que estaremos completamente seguros de que Irak posee armas nucleares será, Dios no lo quiera, cuando use una. Le debemos a todos nuestros ciudadanos el hacer todo lo que esté en nuestro poder para prevenir un día en el que esto ocurra”.

El papel tiene subrayado en tinta “tubos de aluminio”. Viajamos en silencio por la FDR Dr. hasta que se desvió el tráfico. Llevamos un pase pegado en el parabrisas del lado del acompañante. Esperamos igualmente un rato largo hasta que pasamos las barreras de seguridad y llegamos al estacionamiento. Subimos con el acompañante en un ascensor hasta llegar a una oficina donde me invitó a sentarme y esperar. Me entregó un sobre con dinero que no conté.

– Sus honorarios – dijo.

El hombre usa pocas palabras y si dispone de más no tiene intención de emplearlas. Después de una inquietante hora de espera entra Mandy Reyes vestida con un trajecito. Cuelga de su cuello una credencial con borde verde.

– ¿Cómo está Maestro? – tiende u mano y sin esperar me pone al tanto de quién es la persona que mantendrá una sesión conmigo. Mi rótulo, supongo, debe haberle advertido que estoy sorprendido a pesar de los nombres que transitaron mis más elevados divagues.

– Entrará por esa puerta en unos minutos. ¿Está usted bien?

– Sí claro. Me siento honrado.

Capítulo 3

Dos semanas después de la entrevista viajé a Washington invitado a participar de una reunión que mantuvieron miembros de la Comisión de Control, Verificación e Inspección de Naciones Unidas (UNMOVIC) de desarme en Irak con altos funcionarios de la Casa Blanca.

De allí fui a casa, a Libertadores. Sabiendo de mis últimos movimientos recibí chanzas en respuesta a mi negativa de explicarme.

– Tú no eres alguien que se quede callado Tony ¡Vamos! ¿Te ha contratado la CIA o algo por el estilo? – bromea Florencia – No estás arriesgando tu imagen ¿verdad?

Con Mica fue más sencillo guardar silencio.

– Si cambias no creo que puedas mejorar al Tilde que amo, así que ¡Cuídate y cuídame!

Estaba preocupada pero confiada a la vez.

– Sigue tu inteligencia, no confíes en ninguna energía ni en ninguna de esas chapucerías de brujo. No hagas tonterías – previno.

Al Cholo sí le conté algo más. No podía encerrarme en el secreto.

– ¡A nadie, ni a Marita!- advertí exigiendo su silencio.

Pasó un buen rato hasta que creyó mi relato, que no incluyó detalles. Quedó pasmado.

– ¿Será que no eres un brujo mentiroso Tony? – preguntó y sentí que quería recibir una respuesta seria.

– Soy el de siempre Cholo.

Regresé a Brooklyn Heights y viajé luego a Bagdad con la Comisión de Control de Desarme. Solo fueron cuatro días. Pensé que en India había visto todo lo diferente que se podía ver del mundo. No era así.

Nada de lo que estoy viviendo lo hubiera podido imaginar. La frase que rondaba mi ego era aquella de Luz Azul, de Billy Wilder: “Recuerda que eres tan bueno como lo mejor que hayas hecho en tu vida”.

Vengo de Lorrico, conocí la debilidad de la pobreza y el poder de la necesidad; conocí el poder del dinero, del engaño y de la verdad; del placer, el amor y la soledad; de la amistad; el poder del silencio, de la educación y el conocimiento; del éxito y el fracaso.

Mas nunca imaginé que conocería el poder descomunal de un hombre.

Así como la naturaleza nos doblega de impotencia si el Picaré se desborda en inundaciones, así puede, con impudicia, el hombre doblegar al hombre. Así es la jungla. “El hombre es el lobo del hombre”, enseñaba Cortinez sobre la frase atribuida a Thomas Hobbes.

Me angustia el peligro que percibo a partir de lo que he vivido. Lo que se inició como un ataque terrorista en el 9/11 puede hoy, a poco más de un año, dirigirse a una guerra total con cantidad de intereses involucrados donde ninguno está hecho de bondad.

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Hoy es 30 de marzo de 2003. No he escrito desde que regresé de Bagdad. Estados Unidos y sus aliados han invadido Irak. Aún no se han encontrado armas de destrucción masiva. Ignoro si los poderosos del mundo abandonarán sus juegos de terror. Al cabo de los años finalmente he conocido la sensación del miedo. Prefiero pensar que el mundo está en buenas manos y no debemos ocuparnos de él, pero no lo sé.

Estoy considerando dejar aquí mi historia. Llevo más de un año removiendo recuerdos y es tiempo de descansar. Ha sido una grandiosa experiencia para mí pero ya quiero volver a la energía de mis sesiones y a mi vida en Nueva York y en Libertadores. Quiero disfrutar cada vez más a Micaela y viajar con ella el resto del año y todo lo que pueda mientras Sabrina y Severino lo permitan. No descarto que más adelante escriba una segunda parte de la historia de Tony, la que comenzaría entrando en los años de adultez madura. Espero que el azúcar en la leche me lleve por caminos con paisajes cuya riqueza valga la pena compartir. Nadie es feliz en soledad, ya está dicho.

Maite ha estado revisando los borradores de la biografía. Está muy ocupada con las dos casas para arribados que se han inaugurado. Además es exageradamente perfeccionista de modo que a su ritmo terminará las correcciones dentro de dos otoños del Ginkgo Biloba. Pero no sucederá porque Florencia se ocupará de publicar el libro antes. Me requerirá para presentaciones y firmas; estoy advertido.

Como en una sesión, buscando imágenes de felicidad plena para meditar, aparece en este momento una reciente que será memorable. Un festejo con magia, el de la Noche Buena antes de la Navidad de hace unos meses. Una reunión familiar como pocas veces viví en 52 años. Invité a Libertadores a mis hermanos con sus parejas e hijos; vino Micaela también con sus hijos, el Cholo y su familia. Me sentí enamorado de la vida. Rebozábamos de alegría sin razón particular. La pura belleza de la sencillez.

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CARTA

Libertadores, 04 de mayo de 2004

Soy Florencia Blázquez y escribo esta carta al final del libro de Tony, con inmenso pesar.

Antonio Bonilla falleció el 11 de marzo de 2004 pasado en el atentado terrorista de Atocha, Madrid. Estaba acompañado por Micaela Magariños, quien también falleció.

Paseaban por España.

Sus restos fueron traídos a Libertadores y la ceremonia de despedida se realizó en la sede de la Fundación EFe. Durante seis horas hubo personas en fila esperando turno para despedir sus restos.

El libro autobiográfico se publicará y se llamará “Historia de una Biografía” título elegido por Maite Bonilla, quien no continuó con el trabajo de edición quedando exactamente como Tony lo revisó la última vez justo antes de viajar.

Sus hermanos no han decidido a quién debe estar dedicado; posiblemente a “Matilde” o al “Instituto Ventura”.

El Cholo Paolini compró los derechos de autor al heredero Jeremías Bonilla. Luego él junto al resto de los hermanos de Tony firmaron un contrato de cesión de derechos de autor en favor del Instituto Ventura.

El Cholo Paolini ha firmado también un documento hipotecario sobre la casa donde funciona el Estudio Locarazza, Paolini y Asociados, en favor de Sabrina y Severino Magariños.

Que su energía habite nuestro ser.

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