Historia de un segundo

– Al jardín,al jardín – escuchábamos la voz a lo lejos, entretanto jugábamos, en una bodega llena de antigüedades y mucho polvo, radios viejas sillas mecedoras, objetos indescriptibles, lo necesario para dar rienda suelta a la imaginación, movíamos perillas, naves espaciales, sillas que volaban, todo cobraba vida. Corríamos de un lado para otro, el sol alumbraba con fuerza por una ventana. -Al jardín, al jardín – se escuchaba la voz más cerca, y pronto todos pasábamos por un garage oscuro, que continuaba hacia el ante jardín, no entendíamos de que se trataba, la foto de los primos escuchaba decir a los más grandes y yo moría de susto. En esa época tenía 5 años, extremadamente miedosa por todo, insegura, y ahí me encontraba frente a la cámara. Lo importante era sacarse la foto no como te sentías , lo que valía en ese entonces era el recuerdo .

Aún así ese día lo disfrutábamos corriendo por la casa de los abuelos, sacando los pequeños tomates del huerto, metiendo las manos en la tierra, jugar a las escondidas en esa inmensa casa, llena de recovecos . Los olores se entremezclaban, mermeladas, galletas, tortas, pollos asados, pepinillos dill, llegando a todos los rincones. ¿ Cómo olvidar el aroma a café de grano que salía de la antigua cafetera metálica?

– A tomar el te – , gritaban y todos unidos corríamos a la enorme cocina con baldosas rojas y resbaladizas. Nos sentábamos en la vieja mesa que se ubicaba en una esquina. nadie hablaba, sólo comíamos . Mis preferidos, los pancitos con pasta de huevo y salame. En esos minutos, el deleitarnos era lo máximo. y en ese lapso, el tiempo se detenía para nosotros. No queríamos nada más que vivir ese breve instante eternamente. Mientras comíamos, ahí estaba Nidia, que por años había trabajado en la casa de los abuelos. El pelo corto, la tez blanca y pecosa, una leve cojera al caminar, sus manos secas de trabajo, una mujer de campo cariñosa. Nos atendía siempre con una sonrisa , llevando las tortas , ayudando a los mas pequeños a comer , lavando caritas y manos .

De pronto estábamos ahí frente a la cámara, yo juntando mis manitos para protegerme como si aquella me fuera a tragar, asustada, al lado mío, mi hermano mayor Cristián, con quien me sentía más segura, constantemente estaba preocupado de mí, brindándome tranquilidad, pero así era yo, frágil como una hoja de otoño, el mundo estaba hecho para otros, pero no para mí, era indefensa, el mundo para mí era como una gran juguera que constantemente giraba en temores e inseguridades que no se detenían. Lo que antecedía esa oportunidad era maravilloso, el estar con mis primos jugar, correr, reír, hacía que olvidara mis temores. Estábamos quietos, todos ordenados, listos para el histórico acontecimiento, mientras que los grandes nos decían, miren la cámara, sonrían, carita feliz, bien derechitos, esto era en un mar de instrucciones, y todo para recordar un pasado que quedaría estampado en una pared o en álbum fotográfico.

Todos éramos primos, cada uno ignoraba el diario vivir del otro, éramos simples niños que solo queríamos hacernos cómplices de nuestras fantasías y juegos sin límites.

Llegaba la hora más trascendental de la tarde, la guerra de frutas plásticas convirtiéndose aquellas en misiles, nos juntábamos en grupo mezclando a los más grandes con los más pequeños, un grupo arriba de la escalera y otro abajo, preparados con gorros, cascos y chaquetones sacados de los amplios roperos con olor a naftalina de mi abuelo. Los que quedábamos abajo nos cubríamos con cojines y entonces la guerra comenzaba . Transpirábamos de emoción, nuestros corazones latían rápido, imaginando que todo era real. La voz impetuosa de Felipe – no nos destruirán, somos invencibles -. Entre carcajadas, gritos de trincheras, la vibración de las frutas al caer en los cojines con fuerza, Alejandro apuntando con su metralleta de plástico azul, diciéndonos dense por vencidos , gozábamos a más no poder.

Éramos primos Daniela, Cristián,Felipe,Fernando,Álvaro,Andrés,Alejandro,Francisco Sebastián y Paulina. Nadie ni nosotros mismos imaginaba que sería de nuestras vidas, no existía tal pregunta ni preocupación. El tiempo se detenía en pausa , queriendo que todos los días fueran sólo ese instante. Las historias de nuestras vidas ya habían comenzado a escribirse, no éramos escritores de los acontecimientos, simplemente nos convertíamos en personajes de una historia, quedaban todavía muchas hojas en blanco por ser escritas. Las biografías personales se escribirían de diferentes maneras, algunos forjarían su historia, quizás otros dejarían que sus sucesos fueran escritos por otros, unos las escribirían a pulso concretando así todos sus éxitos .

Fijábamos la vista en la cámara esperando el clic que no llegaba, cada uno en sus distintas emociones , algunos desesperados por salir corriendo, otros aburridos esperando que la foto fuera ya, los más grandes conteniendo a los mas pequeños, aquellos que se disponían a que todo saliera bien. Que esperábamos de todo lo acontecido donde las horas minutos segundos eran valiosos, en rigor nuestra única preocupación era ser niños.

Fijamente miraban casi todos menos yo y Alvarito que lloraba desconsoladamente, entregados y resignados a a un segundo de nuestras pequeñas vidas que era robado para una foto , en nuestras mentes ¿ cuál importancia tenia una fotografía? mirábamos, agotados y atrapados, por tal ocasión, hasta que por fin sonó el click.

Después de tanto tiempo donde se encontraría la foto en una bodega de herramientas guardada por 10 años al lado de libros viejos y cajas plásticas , pasando a estar colgada en la pieza de mis papás por otro periodo más, de pronto la foto ya no estaba, preguntando donde se encontraba, la respuesta fue de mi papá

– nunca me gustó , tienen cara de aburridos y enojados y algunos lloraban –

Reí sin parar, pensando en que 33 años después todo no había sido tan malo sacarse la foto. Ni pensar que me causaría tanta gracia un cuadro que por tantos años desprecié.

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