¿Cuántas veces uno puede decir que ha estado cerca de la muerte? ¿Cuántas vueltas en la cama sin poder dormir vale ese sentimiento? Y lo más agotador; ¿puede uno vivir tranquilo sabiendo que el mundo es más complejo de lo que esperaba?
Aún recuerdo lo que ocurrió. Allí donde me ganaba la vida sirviendo tragos y comida mediocre; donde veía bailar y reír a las parejas ebrias; donde aún vivía en paz. Aquel tiempo donde no sabía lo verdaderamente confuso que era el mundo que me rodeaba.
Cuando tengas tiempo, tal vez te interese leer esto. Sé que ni tú ni nadie ha sabido de mí durante todo este tiempo. Solo necesitaba algo de soledad, ya me conoces.
El cielo se perfilaba a ser el de otro día nublado, solo pude apreciar el amanecer a color por un corto período. Lo recuerdo porque no había dormido bien esa noche y estuve presente para el sol naciente. Te escribí a tí que tuve otro de esos sueños con mi ex-esposa pero quemé la carta antes de enviarla.
Destapé el espejo del baño para lavar mi rostro y dientes. Detrás de él, en el compartimento atestado de medicamentos, bebí de la pequeña botella granate que me recomendaste para el dolor. Nunca fui muy fanático de tomar medicina pero a veces no podía siquiera dormir por la herida en mi pierna.
En cuanto volví a ver por la ventana ya no había rastro del cielo nocturno ni el bello anaranjado. Solo las nubes.
Mi rutina no tuvo desvíos; Desayuné algo rápido y bajé a limpiar la taberna para tenerla lista al momento de abrir. Limpiar me gustaba, la sensación de quitar la suciedad y acomodarlo todo era reconfortante.
Me había encargado de hacer de la taberna algo distinta de las otras, sabes. Antes el lugar solía ser un bonito teatro; el techo alto, las delgadas columnas, el mirador que hice mi habitación, y el escenario fueron testigos de la remodelación. Mi amigo Marco ayudó con la decoración luego de que estudió años en el rubro arquitectónico.
Nada raro pasó ese día, solo la misma gente que entraba, comía y bebía algo en los horarios de siempre. Todo era monótono hasta que me volvió a dar ese agudo y oscuro dolor que por Fortuna podía silenciar con el medicamento. Entonces apareció él.
—Norman. -llamó mi atención sentándose en la barra frente a mí. Marco había servido como apoyo en el frente occidental en aquella masacre que habían comenzado hacía años los malditos alemanes y sus ganas de ver destrozado al mundo.
Él era un tipo duro. Al menos esa era la imagen que tenían de él todas las personas que tenían que levantar un poco la barbilla para verlo. El paso del tiempo le había quitado parte de su cabello y mucho de su físico. Aún se cruzaban por su rostro las muecas de dolor por cosas tan comunes como acomodarse en una silla.
—Ya tardabas. -juntamos las manos en un fraternal apretón y luego llené un vaso con whisky escocés. Su mano, notablemente llena de callos, me soltó para aferrarse a la bebida.
Mi amigo era de esa gente que, incluso sin tener una bicicleta, se podía decir que andaba a pedal. Era muchas veces un fanático empedernido del alcohol. ¿Cómo culparlo? Todos tenemos vicios y, a pesar de eso, Marco era la mejor persona que conocía.
—Agh, necesitaba uno de estos. ¿Cómo has estado? -conocía esa mirada. Como solía mirarme mi madre al rasparme una rodilla. Se preocupaba demasiado por mí.
—Mejor que mejor, cada vez hay más caras nuevas en la taberna.
—Sí… Lo he notado. Los extranjeros suelen traer problemas.
—Mientras paguen pueden dejar los dientes que quieran en el suelo.
—El dinero es bello de lejos y lejos de ser bello.
—Ja. Hablando de eso. ¿Cómo va tu florería? ¿Ya va «floreciendo»?
—En eso está. Mientras tanto hay varias señoras ya interesadas.
—Míralo. -alcancé a comentar sobre aquello justo cuando varios uniformados entraron. Varios con las manos preparadas para desenfundar cualquiera fuese el caso.
Detrás de ellos pude ver al oficial al mando abrirse paso. Era una mujer.
—Norman, ¿has visto un fantasma? -comentó preocupado Marco luego de ver mi palidez, volviendo a dar la espalda a los recién llegados oficiales.
Esa mujer tenia uno de sus ojos… nublado. Su iris estaba desparramado como un huevo coloreado en gris. Era inquietante, pero aún así quien lo portaba era extremadamente bella.
Su rostro me era tan familiar que dolía verla. Dolía mucho bajo mi piel, sobretodo en mi pecho. Era el peor dolor que había sentido en toda la vida. Tuve que sentarme y beber la medicina mientras oía a Marco hablar con uno de ellos.
—Tranquilo, Norman. Vienen a buscar a alguien y se van. ¿Te está doliendo el pecho como aquella vez?
El ambiente cálido y relajado ya no habitaba la taberna. En su lugar había una tensión fría y hostil que estaba esperando por dispararse. Nadie hablaba, todos ahora miraban a aquellos policias que rodeaban al presunto forajido. Aparté a Marco para ver, aún sosteniendo ligeramente mi corazón exaltado.
—Quentin Parval. -habló con calma mientras tomaba asiento con cuidado frente a él. —No tiene ninguna forma de huir. La policía rodeó el lugar y, como ve, usted está…
—Exijo que se haga la Voluntad de la Fortuna. -toda la taberna se miró entre sí. Finalmente todos negaron, confundidos por la actitud de aquel sujeto. Todos sabían que la Fortuna nunca favorecería a un extranjero.
—No puedes hacer la Voluntad de la Fortuna con cargos de asesinato. Nunca estará a tu favor. Es peligroso, y se te busca vivo.
—Veamos que pide el público. -aclaró la voz, desafiando a la oficial. —¿Quieren ver como la Dama de la Fortuna le hace un agujero en la cabeza a un desgraciado? ¿O quieren ver como lo llevan al calabozo y se fuga en mitad de la noche?
Todos, incluyéndome, queríamos que la Fortuna decidiera. Después de todo era un derecho divino.
La oficial nos examinó pasando la vista por todos los presentes y, cuando la detuvo en mi, aguanté la respiración. Mi cuerpo volvió a sentir ese agudo dolor. Aquel tipo parecía malo pero aquella mujer tenia al diablo en su mirada.
Parval sacó un revolver y abrió el tambor para dejar caer las balas sobre la mesa. Tomó una sola, la cargó y le dio un buen giro para certificar el azar.
—Bang. -apretó el gatillo contra su sien pero la munición no salió. Al click del arma le siguió la desquiciada risa de una persona cargada de adrenalina. Dejando sobre la mesa su pistola, se burló. —No puede tenerle miedo a alguien acorralado. Es su turno.
Ella cerró los ojos y… Dios. Juro por todas las noches que no pude dormir, doctor, que cuando los abrió nuevamente algo caminó en ellos. Una oscuridad espesa se movió como una serpiente en su mirada. Sólo de recordarlo mi piel se eriza y me lleva nuevamente al momento en que la Muerte entró a mi bar.
Lo que ocurrió después fue simplemente irreal. Nada a día de hoy ha superado aquella experiencia. Estoy haciendo muchos esfuerzos por seguir escribiéndole sin ahogarme con este persistente nudo en la garganta.
—Me voy a asegurar de que tu cuerpo sirva de comida para los cerdos, Quentin.
Tiró del gatillo sin apartar la vista de quién tenía delante. Todos nos aliviamos al oír el click. Pero ella no estaba satisfecha. Recargó con el pulgar y volvió a apretarlo sin dudar, una bala tras otra hasta que solo quedaba el último de los seis disparos.
Dejó la pistola en la mesa al momento que varios empezaban a irse del lugar, temerosos por lo que iba a ocurrir después. Sus oficiales aún no entendían lo que había pasado y solo reaccionaron cuando Parval apoyó la pistola en su cabeza.
—Recíbeme, Dios. -murmuró resignado y me apresuré a intentar detener aquello pero fue tarde. El disparo fue ensordecedor y la escena que le prosiguió, macabra.
La bala entró arrasando todo a su paso por la altura del ojo, destrozando y haciendo un cráter gran parte su rostro, ahora amorfo e indistinguible hacia unos segundos atrás. La sangre se atiborró ansiosa por salir despedida por cualquiera sea la abertura.
La mesa se bañó en aquel líquido vital y, en poco tiempo, también lo hizo el suelo de madera que comenzó a hincharse poco a poco bajo el hilo rojo que se vertía sobre él. La mujer se levantó y se acercó a la barra con la cara pintada en rojo.
Su presencia inquietaba de muchas formas. Ese ojo apagado me miró por unos segundos que parecieron horas y sentí que mi alma quería esconderse a toda costa. Noté que sus labios se abrieron para hablar pero solo recuerdo el final de sus palabras.
—Norman. -Me devolvió el trapo con el que se limpió la sangre del rostro y salió con un oficial a su lado.
—¿Helena? -logré murmurar en un fino hilo de voz, a punto de quebrar en lágrimas.
Marco no entendía que me sucedía y la mirada de pena en su rostro volvió cuando me estaba ayudando a sentarme en el suelo de la taberna mientras buscaba a mi lado tu número para llamarte.
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