¿Gratis? No, costes ocultos.

¿Gratis? No, costes ocultos.

Darío Capas

16/02/2025

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Nada es gratis en esta vida. Por mucho que nos empeñemos. Si nos fijamos en una semilla y la estudiamos, podemos ver que una parte de ella se emplea para alimentarse hasta que esta es capaz de absorber los nutrientes de la tierra. La tierra se nutre de plantas y animales que una vez estuvieron vivos. Incluso cuando vas a recoger castañas o setas al bosque, necesitas emplear algunos recursos para poner esos alimentos en tu mesa.

Nuestros hijos, cuando son pequeños, sí que tienen la idea de que ir al campo a por frutos silvestres es completamente gratis, ya que no se pasa por caja. No pagas dinero de forma directa. Simplemente, esos frutos están ahí para que cualquiera que lo desee pueda llevárselos. Cuando los hijos crecen, ya se dan cuenta de que todo lo que necesitamos para llegar hasta esos frutos tiene un coste. Ese coste puede ser simplemente un paseo con ropa y calzado adecuados, un vehículo que nos lleve al lugar, o cualquier otra circunstancia que necesitemos para llegar a esos frutos, recogerlos y regresar al hogar.

Con el paso de los años, y cuando la vejez nos atrapa, seguimos viendo la zarzamora de la que durante años recogimos tantas moras. Esa planta salvaje, que nadie cuida, y que con generosidad nos da sus frutos, está en un terreno público o privado. Este terreno tiene su registro correspondiente. Se accede a él desde distintos caminos, que fue necesario adaptar para que los vehículos pudieran circular. Los vehículos son necesarios para limpiar el bosque, para emergencias o para otros usos.

Los costos reales de la gestión de esa supuesta gratuidad no son baratos. El registro de la propiedad, el mantenimiento de carreteras y el cuidado y vigilancia de los montes y bosques requieren una partida presupuestaria. Esta proviene de unos presupuestos generales que se recaudan a través de impuestos. Impuestos que pagamos todos. Por lo tanto, los arándanos, las moras, las grosellas, los madroños, las cerezas silvestres y el saúco no son gratis, aunque nadie te pedirá ni un céntimo por recogerlos en el campo o en los bosques. Sin embargo, el hecho de que puedas ir a donde están a recogerlos no es gratuito.

La sensación de gratuidad la tenía cuando empecé el instituto y en los recreos nos daban leche. Esa leche fresca sabía a gloria. No quedaba ni una bolsa, y suerte del que conseguía dos. Lo malo es que con el paso de los meses empezó a ser una rutina y dejamos de tomarla, y empezó a sobrar. Como no recogían las bolsas sobrantes, acabaron siendo objeto de bromas pesadas y fuente de suciedad. ¡Cuánto dinero se tiró en aquel patio! ¡Cuánto dinero se fue por el sumidero o a las alcantarillas!

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Esto mismo sucede con los bonos gratuitos de transporte. En muchos casos, como es gratuito, la gente reserva los billetes pero no viaja. Pasajeros que no pueden acceder al transporte público por falta de asientos, mientras que los vagones y los autobuses se van de la estación con la mitad de los asientos vacíos. Esto es lo que no se puede consentir. El ciudadano debe ser consciente de que esos asientos vacíos, esa leche derramada, tienen un coste y ese coste lo pagamos entre todos.

Cuando se habla de partidas presupuestarias destinadas a educación o sanidad, se manejan cifras de miles de millones y nos parece normal. Pero muy poca gente se para a pensar que ellos mismos ganan al día entre 40 y 100€, y de ahí salen muchos de los impuestos. Aunque seamos millones los que trabajamos, somos muchos más los que necesitamos los servicios públicos. Estos servicios públicos a veces se usan como la leche en los colegios o el abono del transporte público, entre el abuso y la desidia.

La idea que sigue a la gratuidad es la de baja calidad. Una vez que nos acostumbramos a no pagar, preferimos soportar un servicio de peor calidad antes de gastar nuestro dinero en una entidad privada. No nos damos cuenta de que lo estamos pagando a precio de lujo. Preferimos centrarnos en nuestras propias circunstancias y, mientras podamos resolver nuestros problemas, nos es suficiente. Después, el que venga detrás ya se apañará.

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Si nos diéramos cuenta del coste de un colegio, de un hospital o de alguna administración y lo comparáramos con empresas privadas que realizan la misma función, podríamos hacer una comparación. Veríamos el precio tan alto que en muchas ocasiones estamos pagando y la calidad tan baja que obtenemos. Las empresas privadas que subsisten no solo lo hacen a un coste más bajo y con una calidad similar, sino que además tienen que generar beneficios para no cerrar. Por lo tanto, y es a donde quiero llegar, lo que debemos exigir es una buena gestión de nuestros recursos, no que se privatice todo.

La empresa privada se organiza y busca la solución para que sus alumnos no desperdicien lo que se les da, no dejan que las reservas se disparen y que después nadie use esos servicios. Tampoco permiten que haya ningún tipo de abuso que conlleve un gasto innecesario porque tienen en cuenta que el coste económico sale de ellos. Este es un concepto sumamente importante que el ciudadano normal tiene, pero que no reclama. Se deja llevar mientras a él le vaya bien o pueda soportar sus circunstancias.

O reclamamos unos servicios de calidad acorde con el precio que pagamos, o España seguirá yendo de mal en peor. En nuestras manos está.

«¿Qué pensáis sobre la gratuidad de los servicios?
¿Debería ser todo gratuito o simplemente necesitamos una mejor gestión?
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