Gorgorán En Llamas- Rubencito.

Gorgorán En Llamas- Rubencito.

Rubencito

24/04/2020

Es Viernes Santo. Horrendo Viernes Santo para quien, como yo, tiene la certeza de que ha llegado la hora de su muerte , a las seis de la tarde  para ser preciso. Si  ya son las cuatro , significa  que solo me quedan dos horas .

Inexorablemente, ya me veo cara a cara con la muerte. Cualquiera pensaría que lo dicho es una broma, debido a que, una afirmación de semejante gravedad, no se dice con tanta ligereza. Tampoco hace suponer en un posible suicidio, puesto  que quien se piensa matar, no estaría condicionado al reloj para llevar a cabo su hecho. Por más que lo expresado antes aparente un chiste, no es el momento de convencer  de mi cruda realidad.  No presumo valentía. ¿ Quién no teme a la muerte?

Ya no tiene ningún sentido proseguir  por este camino incierto , tratando de escapar de lo que ya es una sentencia definitiva. Pronto empieza a declinar la tarde. Mis fuerzas, en realidad, no responden. Me es imposible  ascender por esas colinas que ahora veo más lejanas. Con paciencia esperaré ,  aquí recostado a este viejo roble y que todo sea como la maldad decidiera.

Durante toda mi vida, me había negado a creer en supersticiones, vaticinios o maldiciones y por lo tanto, todas  esas cosas carecían  de importancia para mí. Sin embargo hoy, hoy en el umbral de la muerte, los hechos fatales, ocurridos a lo largo de la existencia de mi familia, desde los abuelos, prueban  irrefutablemente que  esas creencias de los viejos tienen indiscutible fundamente . Tanto es así que a causa de una maldición, hoy me convertiré en  la última de las víctimas de una larga y trágica cadena de malditos.

Oigo un ruido sutil en la hojarasca. Se me eriza todo el cuerpo solo de pensar en la forma atroz en la cual voy a morir. Ahí, entre la maleza seca, se asoma la primera culebra. Si alguna esperanza de salvarme me quedaba, con esta  señal se derrumba todo. 

Puede que antes de morir, me quede tiempo para hablarle al mundo de toda mi desgracia: la triste historia de los Romeros.

En la tarde de un domingo de diciembre, bajo la sombra de un corpulento mango, erguido majestuoso en el patio de la casa, oí el relato por primera vez. Relato que escuché  por medio de Onofre Romero,  mi padre, quien charlaba conmigo,  ambos sentados  en el suelo.

Después de haber sostenido una  amena conversación, se me ocurre preguntarle:

_ Papá, pocas veces _  por no decir que ninguna_ me hablas de tu pasado. El lugar donde naciste. Si mal no recuerdo, solo sé el nombre de mis abuelos y eso que no muy bien.

_ Bueno… nací lejos de aquí, de Gorgorán, Helvesio. Mis padres… tus abuelos… es una historia que prefiero no contártela, hijo; no me gusta recordarla… es infortunada y dolorosa. Además , es mejor  que no la sepas, no quiero causarte sobresaltos.

Noté la profunda emoción en sus palabras, debido al cambio sombrío en su semblante. Podría decir que hasta quiso disimular el asomo de las lágrimas. Esperé un breve momento, como para que se compusiera.

_ Pero, papá, ¿tan funesto es tu pasado? Soy tu hijo ¿ no ? Cierto que solo tengo dieciséis años, pero ya con la suficiente conciencia como para entender las cosas y creo que tengo el derecho a saber todo de ti. ¿ No me tienes suficiente confianza ? Tampoco entiendo cómo tu pasado podría ocasionarme sobresalto.

_ Sí, son cosas del pasado, hijo. Pero créeme, no quiero infundirte temores, a lo mejor infundados.

_ Por lo que sea, papá, ya me dejas intrigado. Así que ahora, te ruego que me lo digas todo. Que no me ocultes nada. De paso, eso desahogará tu pecho. Vamos, papá.

_ Bueno, en verdad entre un padre y su hijo no deben mediar secretos, aun cuando en realidad, sean extrañas confesiones que ni tu mamá las sabe. 

Yo nací en un caserío llamado Palma Vieja. De familia pobre. Tenía veinte años cuando la muerte vino y se llevó a mis padres, los dos en un mismo día. Quedé destrozado por esa fatalidad. Quise refugiarme en un lugar silencioso  en donde nadie me hablara. Fue así como llegué a este lugar, apartado del ruido humano; me establecí en él y lo llamé Gorgorán, por los árboles de esa clase que abundaban aquí. He trabajado como un burro.

_ Pero eres adinerado, papá. Gran hacienda, mucho ganado. Muy respetado en la región.

_ Cosas vanas, Helvesio. Nunca he sido feliz. Me siento vacío y solo, salvo cuando regresas de la escuela y  pasas aquí las vacaciones. Eres la razón de mi vida, hijo.

_ Yo también te quiero mucho, papá. No me gusta verte triste. Seré un ingeniero agrónomo para así ayudarte en la hacienda. Ah ¿ y mi mamá?, ¿ no es tu esposa, tu compañera? ¿Ya no la quieres, papa?

_Bueno… sí. Olvidaba  mencionar a Efigenia.

_Pero, volvamos al tema. Tus padres murieron el mismo día ¿ Fue lo que te escuche? 

Continuará…

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