El Bar en penumbras, su música alta babeando notas repetidas sobre la enorme victrola, los mismos hombres recostados en su suerte en las mesas del fondo, apostando el pasado por el futuro invertido en cada moneda de su presente. El mostrador y su doloso ir y venir de órdenes que nadie entiende. Detrás de él un hombre convertido ya en historia… De mirada azul y destino incierto… Entre trago y trago se acaricia el brazo cubierto de tatuajes, por cada uno una historia que pretende recordar con sus dedos de mundo lleno de sortijas… Espera las gaviotas. De vez en cuando mira la puerta que solo deja entrar el bullicio intermitente de la calzada, y algún que otro cliente que aburrido en la espantosa ciudad aquella, entra, mira y sale sacudiendo el pesar por los tiempos mejores…
¿Regresarán las gaviotas?
Sus trajes que dejan ver más allá del nombre, las miradas cruzadas repartiéndose los hombres, los dedos afilados por el mejor postor, el trago que no cesa de servirse… el sonido de la caja registrando, sumando, la música variada y no esa monótona secuencia de dolores .. Alguna vez fueron adolescentes y se cansaron de esperar al hombre que las sacara de aquel sitio de los mil demonios, tan cerca del mar y de los estercoleros municipales… y pisaron el bar con sus zapatos de colores y sus risas, organizaron rifas, guiños de ojos, se repartieron los rincones en espera de mejor suerte..
Y llegaron entonces los marineros… muchos y de todas partes del mundo, con tatuajes, pelos en coletas grasientas;mucho dinero y ansias de sexo, compañía y licor…
Alguien las bautizo entonces como las gaviotas: tan cerca de los marinos como de la firmeza de la tierra firme, blanquísimas todas, al menos eran diez… quizá menos pero se multiplicaban en danzas lujuriosas y las arcas del bar desbordaban de lujos. Cada semana un barco nuevo… Y allí las gaviotas con su graznido de mujer curiosa picoteándole el bolsillo al lobo del océano que se perdía por una caricia…
Había de todo: riñas tumultuosas donde se destrozaban las sillas y volaban los vasos, se sacaron navajas francesas y corrió sangre española, se maldecía como en Babel cada noche, y se tejía la paz, en los vientres lujuriosos de aquellas mujeres en bandadas. Se apodaron en intentos de nombres extranjeros, más de una se grabó en el seno limpio palabras que olvidarían luego. Les veía llegar melenas en desorden y la risa arrastrando el polvo de toda la calzada. Terminaban con las primeras luces asomando los resquicios: ellas en pie pariendo resoluciones de abandono, ellos en la sinrazón de un rincón oscuro y los bolsillos volteados tanto como los ojos.
Una tarde no llegaron más.
Cansados de esperar, aquellos marinos un día no volvieron a sus eternos carnavales, a frotar el piso con las suelas enamoradas de sus zapatos sin tiempo, las mesas se llenaron de simples borrachos sin alegrías, y sin voz, todos las llamaron. Se rumoraron enfermedades contagiosas, se acusó discretamente al Alcalde, otros exigieron que volvieran solo por verlas revolotear sin sentido, conspiraciones y destellos de crímenes, juraban los más atrevidos. Pero la realidad fue otra. Jamás regresaron y cada losa de este lugar comenzó a morir de hastío, olvidaron los nombres de los tragos, el granel de la cerveza se tornóácida espuma que todos rechazaron.
Ahora se juegan eternos póker apostando los regresos. El barbero amenaza en cerrar y el dueño de la tienda se declara en quiebra. Una sola canción se mueve en la victrola, la misma, durante todo el día, la noche y los años… Esperando gaviotas que les traigan marineros para embriagar al destino y confundir las entradas y salidas del pueblo.
Liesel Inmaculada
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