Llegaste de imprevisto tan fugaz como una estrella, como un beso entre copas, como la visita al asiento trasero del coche con el chico del bar que acabas de conocer, tu paso por mi vida fue tan fugaz que no tuve ni tiempo de desilusionarme.
Pero para ser sincera tenerte nunca se sintió correcto, quizás porque nunca lo fue.
Tenerte es mis brazos era adictivo como una droga, me llevabas al cielo, disfrute del calor de tus brazos casi como si fuera el fuego del infierno, ardiente y abrazador, pero creo que la sensación que nunca olvidare fue la de aquella tarde, cuando te vi junto a ella, y tu sonrisa resplandeciente, aquella que muy pocas veces logre hacerte esbozar, totalmente genuina y con ese toque pícaro tan tuyo, aquel que pensé que era único hasta que vi aquel pequeño niño que corría a tus brazos mientras gritaba ¡PAPI! con esa sonrisa tuya.
Recuerdo ese frío en los huesos, el sentimiento de pesades que me invadió, creo que el impacto fue tal qué por eso no escuche aquel camión, tampoco sentí miedo, yo solo sentí como mi corazón se rompía por tu culpa y mis huesos por aquel camion que me mató.
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