Te vas a quedar sólo con tu dolor y tus libros, me dijo, al filo del grito, cuando me vino a visitar. Los ojos, rojos de furia. Me levanté, esquivé la mesa del salón común, bajé la escalera y salí al jardín; necesitaba caminar, fumar. Mientras hacía ambas cosas recordé haber leído un poema que describía una escena parecida a la que acababa de vivir. Hay o debería haber, pensé, un poema para cada ocasión.
Esa noche, escribí en Google te vas a quedar solo con tus gatos po; el algoritmo completó ema, y me condujo al siguiente texto, escrito por una mujer llamada Jorgelina Soulet.
Te vas a quedar sola
con tus plantas
tus gatos
y tus libros
me dijo
el último día que la vi
pero hace dos meses
acá
los días transcurren mansos
y un gato duerme al sol
mientras yo
con las manos en la tierra
pienso el poema
que voy a escribir
para contarle
que en esta casa
estamos muy bien
muy felices
los gatos
las plantas
los libros
y yo.
Las palabras son otras. La escena es distinta y a la vez la misma: el núcleo común de la violencia y el rechazo. Y un yo lírico que nos cuenta, en tono más bien calmo, con las manos en la tierra, que piensa el poema que va a escribir —le.
Me pregunto por qué eligió contarle —a ella. Por qué optó por la tercera persona y no por una segunda, verbo-flecha dirigido al sujeto ya no amado (quizá, incluso, jamás amado; no lo sabemos). Me pregunto si en un poema circular como el que escribió, la segunda persona no remarcaría la estructura, dándole más fuerza aún. Por qué no
con las manos en la tierra
pienso el poema
que voy a escribir
para contarte.
***
Interrumpí la escritura para salir al jardín. La tarde silenciosa invitaba a pasar un rato en compañía de árboles y plantas, y aire fresco. Ahí pensé que si pudieras verme con ojos labrados, quizá me entenderías. Que si supieras lo que sé y conocieras lo que conozco, una manifestación del Misterio de una belleza tal que si la conocieras, tal vez… o ni siquiera así.
OPINIONES Y COMENTARIOS