Luego de los acontecimientos del escrito anterior, nos encontramos con la vida de este niño, Josep. Una existencia compuesta por fragmentos de recuerdos que lo acompañarán por siempre. Tal vez no sean tan importantes para el mundo, pero quizás te ofrezcan un camino hacia muchas posibilidades.

En una calle algo transitada, el pequeño Josep está sentado en la entrada de una casa que, aparentemente, es donde vive. Se siente asustado, pensando: “¿Dónde estará mamá? ¿Estará bien? Me siento algo solo…”
En ese instante, mirando hacia la izquierda, alguien le toma una fotografía que perdurará hasta que tenga diez años. Sin embargo, la imagen verdadera permanecerá en su mente mucho más tiempo. Después de eso, Josep solo recuerda estar en un autobús rumbo a otro país. No conoce a nadie allí, excepto a su tía, su madre… y sus pensamientos.

Aquella etapa de su niñez se repetía en un bucle: el chico veía constantemente a su madre en estado de ebriedad o con lo que comúnmente llaman “cruda” o “guayabo”. La veía alterada, maldiciendo en la casa cada vez que tenía un mal día en el trabajo. Solo sentía miedo… miedo de que, en uno de esos estallidos, ella lo golpeara.
Pero aun así, la amaba.
Sus pensamientos retumbaban cada vez que ella bebía y se quebraba por dentro. La madre había sufrido una vida llena de percances, lo que la volvió fría e indiferente. Su único “respiro” era descargar su dolor en Josep, golpeándolo una y otra vez. Esto no ocurrió solo en su infancia: sería una herida que marcaría también al hijo que tendría más adelante.

Josep, a pesar de todo, nunca pasó hambre. Siempre había algo para comer, aunque fueran comidas rápidas. Vivían en un hotel, lo cual disimulaba muchas cosas. Era un niño adorable a la vista.

A los seis años, se mudaron a un inquilinato, también conocido como una casa en la que se arriendan habitaciones. Estaban en el segundo piso, al fondo, en una zona remota del centro de la capital. Vivían con lo básico, pero Josep siempre se mostraba agradecido por tener comida en casa.

Ya con un poco más de conciencia, un día le preguntó a su madre:

—Mamá, ¿por qué no tengo un papá? 

  preguntó el niño con voz temblorosa, sintiendo como si algo apretara su pecho, una presión invisible que le hacía doler el corazón. Su madre no supo qué responder y quedó en silencio, abrazándolo con lágrimas que caían pesadas sobre su cabeza. Josep quiso llorar, pero tragó esas ganas amargas, apretó los dientes y se quedó callado, intentando no romperse. Verla llorar así lo dejó con un sabor amargo en el alma, una mezcla de confusión y dolor que le quemaba por dentro, como si preguntarle por su padre fuera una herida que aún sangraba en el corazón de su madre.

Le parecía raro: otros niños a su alrededor tenían un padre, o al menos sabían que existía. Él pasaba mucho tiempo solo, ya que su madre debía salir a trabajar. La encargada de cuidarlo era Jolanda, la dueña del lugar donde vivían. Era una mujer amable, robusta, alta (de aproximadamente 1.70 m) y muy cariñosa. Consentía a Josep con cada pequeño capricho. Él la veía como parte de su familia, ya que jamás le alzó la mano ni le dijo algo hiriente.

Una tarde, Josep cometió el error de responderle de mala manera a su madre durante una discusión. Ella, furiosa, fue a golpearlo. El niño corrió a buscar a Jolanda, quien estaba más que alterada. Estaba viendo cómo maltrataban al pequeño con el que se había encariñado. Ese vínculo le recordaba al hijo que perdió durante un enfrentamiento policial: fue herido por un delincuente y murió por una hemorragia pulmonar que provocó un colapso cardíaco.

Josep se le parecía. No solo físicamente, también por su dulzura. Era como ver a su bebé otra vez.

Si quieres imaginar a Josep: imagina a un pequeño de 1.20 m, blanco como la nieve, con ojos que alguna vez fueron verdes pero se tornaron de un café claro. Cabello muy corto, algo gordito, y con la voz más chillona que puedas imaginar.

¿Tú qué piensas de un niño así, querido lector?
A mí me parece alguien muy especial.

Después de recibir el castigo por su grosería, Josep volvió a la sala compartida del inquilinato. Miró el pesebre navideño y el árbol decorado. Le encantaba observar cada figura, ya que no tenía muchos juguetes ni amigos que le hicieran compañía.

Tiempo después, abandonaron aquel lugar. Su única compañía, aparte de su madre, había sido Jolanda. Pasaron solo cuatro meses allí, pero Josep dejó una semilla de amor que creció como una enredadera en cada rincón, en cada mirada de las personas que sentían lástima por él.

Entonces ocurrió una conversación que marcaría un punto de inflexión en la historia. Permíteme representarla en modo de diálogo para ti, lector:

Jolanda: Por favor, no se vayan. No quiero que se lleven al niño y que les pase algo. Pueden quedarse aquí sin pagar un solo centavo.
Madre: No. Ya no quiero quedarme. Me voy a vivir con mi hermana. Y me llevo al niño, porque es MI HIJO, no suyo.
Jolanda: Por favor… no deje que el niño pase necesidades. O déjemelo. Regálemelo, o permítame comprarlo. Le daré todo el dinero que quiera. Nunca le faltará nada. Usted también vivirá cómoda… pero no se lo lleve.
Madre: Es mi hijo, y con él voy a salir adelante. Sufrí para tenerlo. Me he matado por él. No soy perfecta, pero nunca daría a mi hijo a nadie.
Jolanda: Está bien, señora… ¿Puedo despedirme del niño? Tiene un hijo muy bueno y obediente. Cuídelo mucho. Ámelo. Porque él… él solo refleja amor. Y la ama tanto que no pierde la hora de su llegada cada noche.

Después de eso, la madre y su hijo subieron a un taxi. Se marcharon, dejando atrás un silencio que llenaba el lugar. Ese silencio que Josep había roto con risas, preguntas inocentes y frases como:

—Te quiero.
—¿Puedo jugar?
—¿Puedo ver televisión con ustedes?

Una tarde, a las 2:34 p.m., Josep miró por la ventana cómo se alejaba de aquel lugar. Con los ojos tristes, se secó las lágrimas y apretó los dientes.

¿Cómo te hace sentir la vida de este niño, lector?
Tal vez tengas dudas o te haya llamado la atención este formato, pero créeme: no todo es tristeza. Josep vivirá experiencias únicas, de esas que parecen sacadas de una película. Pero no será fácil.

No sé si estás leyendo esto de día o de noche, pero te deseo lo mejor. Ojalá estés comiendo algo rico. Gracias por acompañarme en esta historia. Nos vemos en otra parte.

Etiquetas: biyi

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS