Sendai, Japón oriental.
– Tome asiento Chihiro.
– Gracias Isamu, perdón por no venir en el primer llamado, estaba terminando…
– Lo sé, por eso no dije nada. Sé que eres muy responsable en tu trabajo. Aquí en la empresa valoramos eso más que nada… pero…
– ¿Pero qué jefe?
– Cuanto llevas trabajando para nosotros.
– Si mis cálculos son exactos en tres meses cumpliré veinte años.
– Así es… y tu hoja de trabajo es impecable. No has faltado un solo día, ni has dado parte de enferma jamás; salvo aquel incidente que no paso a mayores.
– Cierto. Ya lo había olvidado.
– No sé cómo decirte esto Chihiro, pero… en la empresa estamos haciendo cambios, mejoras necesarias para subir nuestra producción.
– He visto los cambios en otras áreas y me preguntaba si alguna vez llegaría a la mía.
– Por eso ha llegado el turno a tu sector.
– Eso no es bueno Isamu.
– ¿Para quién?
– Para mi claro está.
– Veámoslo de esta manera; tal vez encontremos donde reubicarte, pero por ahora no es posible. En tres meses, cuando cumplas tus veinte años de servicio a la empresa, tendrás tu liquidación lista.
– ¡Nooo!
Chihiro se puso a llorar delante de su jefe como jamás lo había hecho. La noticia la tomo por sorpresa. Todavía quedaban 15 años de servicio antes de jubilarse.
– No estoy lista para esto ¿Qué haré de mi vida? Otro trabajo a mi edad. Que brusquedad Isamu al informarme. Disculpe, no sé lo que digo.
– La entiendo, no se ponga así. Son los tiempos que corren. El avance de la tecnología y la optimización de la fabricación nos pisan la espalda. Otras empresas lo han hecho y sus mejoras son notables; hoy nos toca.
– Lamentablemente hay que avanzar y actualizarnos para no quedar atrás.
– No somos artesanos que trabajamos con nuestras manos y son nuestra única herramienta.
– Solo respondo a mis superiores y le informo de la situación. Toda tu área será reemplazada por robots semejantes a los del sector 7.
– Trabaje codo a codo con su padre en nuestros inicios. Se la clase de persona que es usted y por eso le digo que hare lo que pueda para que, a pesar de estos cambios obligados, siga entre nosotros.
– Lo sé Isamu, pero esta noticia no la esperaba. No quiero dejar de trabajar en esta fábrica. No estoy lista para irme antes de tiempo.
– No eres la única: Aiko, Haruko, Jin, Kumiko, Sakura y el resto tendrán la misma suerte.
– ¡Suerte! ¡Qué clase de suerte es esa! ¡Quedarnos sin trabajo no es ninguna suerte!
Chihiro se levantó de la silla y con los ojos aun llorosos llego hasta la puerta de la oficina, volteo su torso y con un guiño cómplice se despidió de Isamu.
Camino hasta su puesto de trabajo con la mente perdida e incrédula. Cuando logró acomodarse, sus compañeros y compañeras se acercaron para intentar consolarla. Nadie pudo con esa simple tarea ya que quienes buscaban mejorar su estado habían recibido semanas atrás la misma desafortunada noticia.
Tras seis horas de intenso trabajo, guardo en su bolso sus pertenencias, insertó la tarjeta registrando su egreso diario y salió al sol de la tarde.
De regreso a su casa su mente estaba en un solo lugar, no tenía espacio para otro pensamiento, mientras que sus sentimientos peleaban sin cesar dejándola más intranquila.
Treinta y tres cuadras la separaban de su departamento. Cada día las caminaba con soltura y liviandad, pero hoy, sus pasos tenían el aplomo de una pesada carga.
Tres cuarto de hora después se dio cuenta que estaba perdida, no había llegado a su casa; apenas sus pies la habían dejado en la plaza Izumi.
Sentada en un banco se puso a llorar y a descargar tensiones. Ese cuerpo delgado seguía sin comprender lo sucedido.
Chihiro era una mujer alegre, trabajadora y responsable. Su vida no tenía espacio para el mal humor o las desgracias.
Cuando el sol comenzó a alargar las sombras se levantó y en su rostro había un cambio: ni de llanto, ni de malas noticias. Su mente estaba tejiendo una trama para solucionar su estado laboral.
Llego a su casa, preparo la cena y antes de ponerse a comer, pronuncio con respeto «itadakimasu«, «recibo estos alimentos», agradeciendo a quien preparo la comida.
El cansancio emocional la tendió en la cama cual pluma cayendo en el vacío.
Mientras conciliaba el sueño, rio antes de que sus ojos se perdieran en la oscuridad plena.
Con al amanecer de un nuevo día despertó, tomo un baño y tranquilamente desayuno.
Eran las siete de la mañana del tercer sábado de agosto. Tendría el fin de semana para recuperar fuerzas y retomar el lunes su trabajo, pero a media mañana empezó a sentir un fuerte dolor en sus piernas; pesadas, toscas. Las articulaciones crujían como galletas secas.
En ningún momento se quejó de los dolores; en su familia no se permitía la queja como tal, decían que enfermaba la mente.
La madrugada del domingo durmió entrecortado; un desvelo tras otro y dolores nuevos se sumaban al cuerpo que enfermaba a cada paso.
En silencio pasaron los días y las semanas se agolpaban en el calendario como ropa sucia.
Llegaba cada mañana al trabajo, marcaba tarjeta, subía tres pisos hasta el sector de embalaje, se sentaba en un banco alto y en una caja de cartón negro con letras amarillas depositaba las piezas que luego serían destinadas a casas de repuestos de rodamientos para automóviles.
Al principio logro disimular sus dolencias, pero en un encuentro fortuito con Isamu su rostro no pudo ocultar su malestar.
Isamu la busco varias veces para hablar, pero Chihiro siempre encontraba una excusa que la salvaba. Su cuerpo seguía enfermándose: le siguieron los brazos, el torso; del cuello para arriba parecía no tener nada por el momento.
Se vencieron los tres meses de gracia y el sector 3 de la planta de Rodamientos Koyo estaba lista y automatizada para comenzar una nueva era de producción.
Los robots casi humanos realizaban sus tareas con extrema velocidad: las cintas transportadoras se vaciaban tan rápido que nadie lo podía creer.
Un mes después la empresa había subido un 67% su capacidad de embalaje. Era de todos los sectores en ultimo en ser robotizado.
Todos los compañeros, cincuenta en total, habían sido despedidos. La empresa se hizo cargo de cada uno y a once de ellos logro reubicarlos en otras compañías.
Isamu siguió buscándola para hablar y pagarle el dinero por su cesantía, pero seguía sin suerte. De alguna manera Chihiro había desaparecido. En su casa no respondía y su familia había perdido el rastro; como si la tierra se la hubiera tragado.
Quince días después, Kenyi el encargado del área de embalaje, visito la oficina de Isamu. Con suma preocupación le conto que Chihiro seguía trabajando para la empresa, mejor dicho, todos los días alguien registraba el ingreso y egreso de ella de la empresa, pero nadie la había visto desde la inauguración del sector donde ella trabajaba.
Isamu quedo perplejo con lo que le estaba escuchando y más preocupado aun porque no aparecía por ningún lado. No sabía si le estaban jugando una broma pesada o si realmente era verdad.
Esa tarde recorrió toda la fábrica; sector por sector sin rastros. El final subió al tercer piso del área 3 e ingreso al nuevo sector de embalaje.
Un vidrio separaba el sector de oficinas, maravillado con el cambio, su mirada se perdió entre cajas, repuestos y relucientes robots que silenciosamente hacían su tarea.
Mientras los observaba no dejaba de pensar en Chihiro, en donde estaría y que tan cierto era ese rumor sobre ella en la fábrica: como si un fantasma ocupara su lugar.
De un momento a otro empalideció, busco una silla donde sentarse: el quinto robot de la línea de producción del medio había hecho algo insólito, como si estuviera defectuoso. Tomo el radio para llamar al departamento de técnica y esta vez el robot volvió a repetir el gesto: se voltio para mirar a Isamu y antes de volver al trabajo de embalaje le hizo un guiño cómplice.
Isamu, sin saber supo, que la hija de su viejo amigo Hiroshi estaba viva en el cuerpo de uno de los robots de embalaje.
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