Hace diez años no salgo de mi casa. Preferí congelar mi vida desde su partida. Era imposible imaginar que de un día para el otro me dejaría, que ese maldito chequeo medico se llevaría mi ultima sonrisa. No salgo de mi casa y no me siento encerrada, prefiero sentir su perfume que todavía rodea la casa. Estoy en el living frente al hogar de leñas y las oigo crujir, mis huesos también crujen por los años, pero aquí en esta casa, estuvieron mis mejores momentos. Te recuerdo aquí, sentado en el mismo lugar que yo ahora, leyendo tu revista de Domingo. Y yo, tal vez haciendo otra cosa en cualquier lugar de la casa. Y si me pongo a pensar, es probable que la mayor parte de día no nos habláramos, pero sabia que al entrar al living el estaba ahí, con su boina color marrón y sus marcas en el rostro de hombre maduro.
Como podría imaginar que el cáncer te llevaría tan rápido amor de mi vida, si cuando te reías parecías lleno de vida. No cabía en mi cabeza la idea de esta eterna soledad que siento. Ojala hubiese podido ser yo la que partía, pero dios lo quiso así.¿ Y quieren saber una cosa? Los días desde ese entonces son larguísimos, que manera de padecer la vida.
Primero partió Manuel, nuestro primer y único hijo. Y por muchos años deje de creer en Dios. Porque cuesta creer que Dios te arranque trozo de corazón sin piedad alguna. Desde que se había comprado la motocicleta, tuve esa terrible intuición de madre, y cada vez que me decía que la motocicleta se había roto por algún motivo alguno, sentía la tranquilidad de no verlo arriba de ella. Hasta que un día sonó el teléfono con la peor noticia. Yo estaba preparándole la cena, era noviembre del año 2004 a las 21h. Ese mismo día cuando me desperté por la mañana sentí mi garganta cerrarse y en mi pecho una nostalgia única sin saber por qué. Desayunamos juntos como todos los idas y le di mi bendición. Después… después lo que todos saben en el barrio, porque puedo jurar que mis gritos desaforados llegaron a todos mis vecinos cuando me dijeron por teléfono que tenia que reconocer su cuerpo. Pero tenia una a mi favor, no estaba sola. Mi marido fue mi gran contención. Aveces cuando me encerraba a llorar en el baño y no salia por horas, él rompía la cerradura, entraba en silencio y se tiraba en el piso al lado mio acariciándome el cabello.
Toque el cielo con las manos, lo tuve todo y no me había dado cuenta. Pase mi vida preocupada en deudas, hacer mi casa, y comprándome pinturas de colección. Las deudas ya no las tengo. Tengo 72 años, mi casa y mis cuadros. Tengo dinero en el banco que junte para mis nietos que nunca los tuve. pero de que me sirve si la televisión es mi única compañía, de que me sirve vivir en esta eterna soledad.
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