
Es 22 de febrero y aunque siento que lo que viví hasta este momento ya valió la pena, la realidad es que todavía ni empecé a caminar.
Caminante no hay camino, se hace camino al andar se me repitió todo el día en la cabeza y aunque eso ya lo veremos, es cuestión de caminar.
Me desperté con mi amor. Como un día cualquiera, cumplimos con los religiosos 30 minutos de mimos y nos levantamos, no recuerdo quien primero.
Matecitos, también religiosos, de hecho, ahora que lo pienso, nuestras mañanas son un ritual místico imposible de modificar. Y arrancamos al metro para llegar a Alfons X, línea amarilla, L4, por si a alguien le interesa una guía técnica de los transportes públicos de Barcelona, decía, donde mi conductor me esperaba para empezar el viaje.
Durante esa espera, entre charlas y mates, me di cuenta lo realmente asustada que estaba. Pero hey, no me malinterpreten, asustada bien. Con esa adrenalina que solo te da entender que estás por hacer algo mágico por primera vez. Que lindas son las primeras veces. Esas que tienen sabor a de esto no se vuelve y huelen a gracias por animarte.
Y que lindo es viajar sola, pero de esto, hablaremos más adelante, me lo recuerdan?
Me despedí de Bau, con mucha alegría, y me subí al auto de Michael, un señor encantador de Europa del Este. Adentro también estaba su esposa, una rusa divina, aunque callada, que nunca dijo su nombre.
Por si alguien se pregunta mi nivel de planificación, este viaje lo conseguí el día anterior, buscando en bla bla car, como quien no quiere la cosa y con cero expectativa, un viaje de Barcelona a Roncesvalles, mi lugar elegido para empezar el camino.
Cuando me salieron las opciones, eran escasas, de hecho, solo había una. Un viaje a las 6am, desde Guinardó, Bcn, hasta Pamplona, unos 40km antes de mi destino ideal. Solo una opción, así que la tomé.
Las primeras horas de ruta fueron tranquilas, nadie hablaba, todos íbamos un poco dormidos por la hora, lo que si recuerdo es la música. Siempre hubo música.
Al rato de arrancar, hicimos una parada a buscar al último pasajero. Jorge, un uruguayo super simpático, que vive en España hace 20 años
El viaje era largo, pero no nos dimos cuenta. Había pasado menos de una hora de camino y yo ya tenía dos posibles emprendimientos nuevos, un contacto de alquiler y venta de autocaravanas en Tenerife y dos colaboraciones para hacer a la vuelta. Señales? Bueno, creo que cuando vibras en sincronía todas lo son.
Mientras los km pasaban, la charla iba y venía, yo tenía una pregunta, ahí, en la cabeza, rondándome.
El tema en cuestión, no me juzguen, es algo que hacemos todos preocuparnos por cosas que no podemos controlar antes de poder controlarlas. Me voy por las ramas, decía, lo que me merodeaba en la cabeza, fue que mi idea inicial era salir de Roncesvalles, que, para ubicarlos en el mapa, esta 40km más arriba de donde mi transfer, Mike iba a dejarme.
Hablando en el idioma del camino, son 2 etapas menos.
Durante gran parte del camino a mi primer stop, pensé en cómo podría llegar a Roncesvalles, podía seguir camino en bus, o hacer dedo, también podía caminar, si caminaría 800km porque no caminar 40. Desistí rápido de esa, pues no hay cosa más desilusionante que esforzarse para el lado contrario.
Pero durante la última parte, y muy cerca de la primera parada, pensé, o me llegó, no podría especificarlo ahora, que por alguna razón que no estaba entendiendo, y tampoco tenía que entender, había llegado a esta etapa, de un tirón, un 22/02, sin casi buscarlo demasiado. Fue ahí cuando decidí, que PAMPLONA seria mi primer etapa del camino.
Mis nuevos tres amigos del auto me dejaron en una rotonda. Me ayudaron a bajar, a agarrar mis cosas y se fueron.
Mientras los saludaba y los veía alejarse, no pude contener una risa que me entró de la nada, una risa amorosa, picara. Una risa que se traducía en preguntas de las que no sabía la respuesta, pero a diferencia con la pregunta de antes, estas no necesitaban ser respondidas.
Y ahora que hay que hacer? A donde voy? Por donde camino? Donde están los típicos símbolos amarillos que había visto en fotos tantas veces? Nada de eso tenía respuesta. Y estaba bien.
Me senté en un banco a acomodar mi mochila, que todavía no empecé a caminar y ya distinguí un par de cosas que podría haberme ahorrado traer, y recordé que aún no tenía la Credencial del Peregrino, así que, en un acto de iluminación, me propuse ir a conseguirla.
Si, estaba en una rotonda fuera y los lugares que las tenían quedaban en el medio de la ciudad, pero de eso no puede quejarse alguien que al día siguiente tiene que caminar por lo menos 30km, si fuese otro el caso, este sería un párrafo diferente en esta historia.
Ya con un propósito claro, y me atrevo a acotar que que importante es tenerlo. Solo tener un propósito te cambia la manera de moverte por la vida, te da seguridad, confianza, y un norte.
Empecé a caminar para el centro, donde había varios lugares en los que podía encontrar mi credencial, y por primera vez, comencé también a sentir el peso de lo que estaba cargando.
Mientras recorría las calles de Pamplona, no pude evitar notar su energía festiva, la gente estaba feliz. Había un clima de positivismo y alegría en el ambiente. Como si la fiesta no fuera a terminar nunca.
Mi guía personal, un encantador señor llamado Manuel, acompañó mi caminata un rato, guiando y contándome secretos de su amada ciudad, como cualquier patriota orgulloso dando a conocer a un forastero su lugar en el mundo, seguro yo suene igual hablando de Areco.
Cada esquina estaba llena de cultura, repleta de vida, la gente como un canto a la vida caminaba con sus bebidas, riendo a carcajadas, eso escuche, muchas carcajadas.
Podría describir Pamplona como calles alegres y un olorcito a comida de esa que te remonta a la cocina de la abuela. Pero mejor. Tenes que probar los pinchos, me dijo mi cuarto amigo de la tarde, cortándome el rollo del palabrerío en mi mente.
Me despedí de Manuel, dándole la mano, sabiendo que su paso por mi vida había sido tan efímero como todo lo que no entendemos, y seguí caminando sola, que después de todo, a eso vine, no?
Encontré una iglesia, donde no había credenciales pero si el sello que usaría más tarde. Camine un poquito más y vi el paraíso, el lugar hecho por y para peregrinos, había de todo. Desde zapatillas, plantillas con gel, hasta stickers y por supuesto, la credencial que yo necesitaba.
La compre, me fui a un cafecito a rellenarla, y volví a la iglesia, ahora sí, a poner mi primer sello de esta odisea que está tomando forma y así empezando. Les decía, mi primer sello, que, no le cuenten a nadie, pero lo puse al reves. No les voy a mentir, pero un poco me representa.
Para esto eran las 12:30 del medio dia. Podría haber empezado a caminar, pero mi paso por Pamplona hubiera sido fugaz, y una ciudad que desprende esa alegría en el aire se merece un poco más que una visita de paso.
Asique, sin dudarlo, me quede esta noche y la recorrí un poco. Mañana, empezare, oficialmente el camino. Bueno, en realidad empezare a caminar, mi camino empezó el día que decidí hacerlo.
Si estoy ansiosa? Muy. No sería yo si no.
Lo segundo que tenía que hacer, era conseguir un hospedaje. Antes de esta historia quiero aclarar, que no será así en las etapas siguientes, eso es lo malo de las primeras veces, que solo pasan una.
Todo en este día fue hermosamente nuevo.
Antes de venir, había descargado varias apps, que hasta ahora, solo use una y no puede ser más clave.
Entre a la app BUEN CAMINO, y conseguir al hospedaje no me tomo más de 5’.
Dentro de las opciones de disponibilidad, que este abierto, no sé si sabían pero es importante aclarar que algunos albergues cierran en invierno, y precio, ya que la diferencia con otros era abismal, mis opciones se redujeron solo a una. Albergue Jesús y María, allá nos vemos.
No tuve que hacer más que un par de calles para llegar a la puerta, ingrese, era como un convento, me pidieron mi credencial del Peregrino, mi identificación, me dieron el wifi, y unas sabanas, y listo, ya era mi casa por ese dia, y esa noche. Ya estaba lista para dejar mis cosas y salir a conocer la ciudad.
Eso sí, atención, las puertas cierran a las 11!
Agarre mi cámara, no sería una visita digna si no, y la mochila con algunas cositas esenciales, mi libreta, stickers, ese tipo de esenciales, y empecé a caminar.
Llegue a una iglesia que parecía sacada de un cuento de caballeros, y vi muchos muchos muchos bares, como les dije, la gente vive la buena vida acá. Parecía que el gozo se intensificaba a cada paso.
Me senté en un café, y como no podía faltar, vi mis primeros girasoles. Siempre están cuando hago lo que tengo que hacer, guían mi camino como la luna a un marinero una noche oscura. Les agradecí, también, como en cada encuentro.
Me pedí un café con leche, saque mi libreta, y me puse a escribir, sí, me puse a escribir esto que están leyendo ahora, solo una parte, solo fue un café.
Empezó a llover, y como si la lluvia tuviera la tarea de limpiar algo sin modificar la energía del lugar, al instante se fue y salió el sol, con mas fuerza que antes, más cálido.
Retome mi caminata con la intención de sentir el lugar, de sentir que tenía para mi. Con la intención de que su paso no sea efímero, con la intención de darme cuenta, de que me deje algo, y lo hizo. Me senté en un banco, y escuche una canción. Se trataba del padre de alguien, pero lo importante, fue una frase que no conocía, que me la llevo conmigo, como aprendizaje del primer día, y esa frase decía:
Demostraste y hace mucho, que para partir fronteras la sonrisa es un serrucho.
Y, si, ya estoy en el albergue, y, no, no le hace justicia a la alegría del lugar.
Mañana arranca… bueno, es verdad, que va, mañana sigue.
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