Nunca será una espinita. Siempre consideraré que el mal de mi vida es una espina irremediable que asalta contra mi fe, confianza, voluntad y carisma. Jamás será una espinita, porque si así fuese, solo lastimaría mi vida, en lugar de eso, me asesina, atenta contra mi vida y vuelve polvo mi ser, haciendo que con el viento me sienta muerta y con sus suspiros desaparezca hasta quedar la nada misma como prueba de su veneno lleno de sed por mi inexistencia. Porque una cosa tengo clara, mi vida jamás tendrá tranquilidad en cuanto siga existiendo aquella rosa de aspecto denigrante con espinas que solo podrán finiquitar mi vida con su veneno de hipocresía, convirtiéndose en una vaga imitación de lo que en verdad es una rosa pura sin sentimiento de herir, sino de amar y ser amada.
La triste rosa marchita que quiero borrar de mi vida es una carga tras mi espalda que solo me genera debilidad, quiero reprochar, hacer público mi disgusto y que se pueda solucionar, pero me temo que si abro la boca me veré envuelta en la eterna soledad en la cual me veré acompañada con la parca sujetándome de la mano para así guiarme hasta la paz que jamas abre conseguido en vida.
Jamás voy a entender la necesidad «humana» de tener a más de una persona en su existencia, ¿por qué ver en un jardín tantas flores iguales cuando puedes fijarte en la rosa que yace entre tanta similitud?
Por eso, jamás será una «espinita».
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