Esperando el Metro para partir lejos

Esperando el Metro para partir lejos

Dintrans hacía antesala para abordar un vagón en el andén del tren subterráneo. Con el rabillo del ojo observó el reloj electrónico y emblemático, como la época en la que le había tocado existir; tiempo cuadriforme como su mente de un gigabyte.

Cronos empotrado en la techumbre. Los dígitos de tecnología led e irradiación carmesí revelaban que era casi la octava hora de un día insondable. Mañana fría en la que el convoy tenía veinticinco minutos sin llegar, y se anclaban veinticinco fieles pasajeros cada minuto en la plataforma, sin rebasar la franja de seguridad.

Al otro lado, en el apeadero de enfrente, en el juego de vías inverso; el Nostromo urbano que iba de regreso permanecía atracado. Ahíto, saciado de usuarios, pero detenido, en inmovilidad agobiante. Estaba exánime como si revelara a Dintrans que le esperaba un próximo traslado sin retorno. Había perturbaciones en la línea.

Dintrans descuartizaba su oscurantismo en una tríada de horizontes asociados a un mismo culto. El cardinal era desconocer lo que tenía que saber; luego, conocer mal lo que conocía; y finalmente, estar al tanto de lo que debía ignorar. No quería convertirse en el jumento que había tocado la gaita. No sería un holograma en red.

Quería ir más allá de la bloguesía y el chat. Anhelaba editar su vida, activar una aplicación que le permitiera modificar sus archivos vitales. Tropezar con la veta de la verdad y el discernimiento, pero ello dependía de que ciertos entes del sistema funcionaran. Ni siquiera su aliado rodante se animaba a irrumpir en el bruno túnel.

Dintrans leyó las letras de una marquesina que indicaba cual sería el destino final del viaje, pero su traslado se equiparaba a un display ahorrando energía alrededor de viajantes alienados en la cibercultura de sus multifuncionales teléfonos móviles.

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