Recostado y mirando la televisión, dentro de una nueva y popular cafetería a las afueras de Córdoba: pulcra y colorida a la que acontecía centenares de clientes por semana. Allí, entre decenas de personas y sin verlas, se encontraba Carlos, un robusto, rubio y amargado Argentino, ya jubilado de talar. «Golpear, golpear, golpear, cortar y cargar los restos al camión» la primera tarea con la que su padre lo había embarcado, solo, en un viaje de 45 años. Nunca guardó rencor o inconformidad con el trabajo que su padre le había legado, Carlos supo un par de años luego de empezar, viéndolo a él enfermar, por qué debía continuar. Cinco años después de recibir su primer sueldo, su padre falleció y Carlos se hizo cargo de cargar los escombros de la familia; un bosque abandonado y una cabaña con herrumbre y moho.
Poseía el control a su disposición, el aparato, del que colgaba aún de la esquina inferior el ticket de compra, era una de las recompensas que otorgaba el desayunar a las 6:00 a.m. Sillas y bancos vacíos, empleados durmiendo sobre las mesas esperando a que se hicieran las 8 para atender filas extensas de animales hambrientos, voraces, hasta los limites sociales: la hermosa clientela. El elixir vivificante para este agotado leñador era cuadrado y se encontraba atornillado a dos metros sobre el piso. Aunque el café no se destacaba del de otros lugares, esa cafetería en menos de dos semanas se convirtió en el paraíso personal de Carlos.
Películas de acción, romance, comedia, deporte; toda temática que destellaba por menos de diez segundos en la pantalla, le resultaba tedioso. Hasta que en la franja inferior leyó «C5N», de por sí los canales de noticia no le llamaban la atenión, empero, había algo inusual en esta entrevista; quizás sea por el lugar donde se estaba filmando ¿a quien no le parecía raro estar al borde de una enorme selva, en la que no se podía, desde dentro, presenciar una mísera y delgada linea de luz?, además de gigante y peligrosa por los salvajes animales o fatales plantas a las que daba regazo. Pero, no se trataba de esto, ya que el camarografo filmaba con planos específicos, con los cuales tener siempre al centro de nuestra atención al enorme árbol situado detrás del entrevistado. La altura asustaría a cualquier animal y lesionaría el cuello del individuo que intentara presenciarlo en carne y hueso. Contaban que este, superaba la de HELIOS, ICARUS e incluso el HYPERION, y el objetivo de está entrevista era felicitar al encargado y- pensó Carlos- conmemorar los 10.000 años de este recipiente de savia, que no han sabido utilizar, ¿de cuantos hachazos lo podría derribar?
La entrevista se estaba realizando en un frondoso bosque de Brasil, con lo que parecía un fauna selvático: Mariposas, libélulas y colibrís aleteando de aquí para allí. Deslizándose por las ramas y orillas de los lagos, largas y escamosas serpientes preparadas para saltar, ahorcar y morder, con cualquier paso en falso. El programa continuaba de forma rutinaria, y sin nada que pareciera interesarle hasta que escuchó la palabras sagradas, aquellas que odiaba desde poder gozar de conciencia «Propiedad Privada», ¿otra vez lo joderían con eso? no podía contar las veces que intentando hacer su honrado trabajo lo detuvieron con esas estúpidas palabras.
Un sentimiento de rebeldía que aclamaba a gritos su libertad, surgió desde dentro de Carlos y lo obligo a tomar protagonismo en el asunto, no volvería a ser prisionero de los mandatos del resto, él se crió para desarrollar su trabajo, fue instruido y apoyado para hacerlo, es lo que realmente creía. Su vestimenta, casco, gafas y más importante:su fiel compañera que hubo de convertirse en una extremidad de sus brazos, le esperaba en su cobertizo para ser utilizada. Siempre fue así y no veía por qué habría de cambiar.- Después de darle largas vueltas que desembocaban en lo mismo, decidió cortar ese árbol; lo haría por homenaje a su padre, porque le parecía un desperdicio no hacerlo, y lo más importante, porque ese es su trabajo.
Ya decidido, pagó su café y las donas recién calentadas que llevó hasta su camioneta. «Llego el momento de afrontar a este gigante, mi última pelea».
Mientras llamaba a sus amigos para contarles que no estaría un tiempo en casa, pasó a recoger sus cosas. No era un vista agradable, el piso estaba mohoso y carcomido, los techos apunto de derrumbarse y las habitaciones deterioradas por el pasar de décadas y innumerables familias de termitas. Atravesó a recinches y aullidos, por aquel frágil piso, la sala de estar y la cocina, hasta el jardín. Cualquier Ecologista, Naturalista, utilizaría la palabra atroz u horripilante para describir tal escena: Kilómetros de tierra revuelta, raíces arrancadas y putrefactas, toda acostadas, recordando una escena de clemencia y piedad por su vida… ya arrebatada.
Sin utilizar el tiempo requerido para presenciar los resultados del trabajo de él y su padre, se encamino al cobertizo. De allí, entre herramientas recluidas de la luz natural, recogió lo necesario y poco le faltaba en marcharse antes de que, a hilos de luz en un apartado rincón observara el viejo ropero donde su abuelo guardaba herramientas de jardinería, costales de semillas y nutrientes»¿Por qué nunca me entere que estaban aquí? No parecen útiles para golpear o cortar, luego las tiraré».
Emprendió el viaje hasta Brasil, durmiendo en la camioneta por las noches, comiendo en estaciones de servicio, llegó en dos días. Se hospedó en un viejo hotel de la zona para descansar y crear su plan de ataque: trepar la valla de entrada con ayuda de su camioneta y una escalera para regresar, cortar el árbol, arrojar algunos troncos hacia la camioneta e irse sin ser visto. Hasta para él sonaba tonto y sin mucha preparación, pero confiaba en que funcionaría ¿no eran a veces, los planes más inesperados, los más efectivos?
Carlos estaba totalmente aferrado a seguir el plan, hasta que el enorme reloj de la sala principal advirtió, con 5 agudos zumbidos, las 00:00 hrs. Recostado en su cama, antes de arrojarse a lo acometido, se quedo atónito con la vista clavada en una oscura esquina, que oculto tras las penumbras y telares de arañas, un destrozado y despintado ropero. Fue allí, no años ni décadas cuando miraba a su abuelo plantar y cosechar o a través de la carpintería armar juguetes, sillas, mesas y banco. Incluso, y Dios se apiade de no recordarlo, el ropero que utilizó de niño y meses después de que muriera, mi padre utilizara para guardar esas oxidadas herramientas.
A pesar de estar entra la oscuridad y bajo una intensa lluvia en la habitación alquilada, comprendió lo que tenía que hacer y dejando incompleto su plan. Volvió a casa.
Tras cinco años de trabajo y dudas:
Estrenando un mirador tras una renovada y firme Mansión de madera, con trepadoras y aves que buscaban alimento sobre estas, Carlos degustaba un vaso con jarabe fresco; esperando el ocaso miraba su jardín en todo su esplendor: kilómetros de distancia conformados por arboles robustos, imponiéndose para ocultar el horizonte, y rodeando las altas torres, se extienden hileras de frutos y flores en etapa de cosecha. Mientras el jubilado leñador pensaba en lo próximo que podría construir a raíz de la enorme cantidad de madera que guardaba, el sol ocultaba su esplendor y prometía volver a salir para iluminarlo.
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