Miércoles 7 de mayo
Son las 9 de la mañana, en una de esas frías mañanas donde el otoño empieza a mostrar sus primeras garras.
¿Es demasiado temprano para llorar?
Hay días que amanecen con una carga invisible, como si el aire estuviera hecho de recuerdos. Hoy es uno de esos.
Ya pasaron cinco años desde que se fue el Trinche Carlovich, un ídolo de potrero, un símbolo de lo que alguna vez fuimos. Este sábado jugamos un partido importante en la liga y quiero rendirle homenaje… pero no se trata solo de eso.
¿Te acordás la última vez que jugaste con tus amigos en la plaza?
¿La última corrida al grito de “¡ring raje!” antes de desaparecer entre carcajadas?
Nos reíamos hasta que dolía la panza, como si la tristeza no existiera, como si el tiempo no pudiera alcanzarnos.
Éramos libres.
Libres de deudas, de horarios, de corazones rotos.
Y no era solo el potrero.
Eran también esas largas tardes de mates o tereré en la esquina, sin mirar el reloj.
Dejábamos correr el tiempo, hablando de cualquier cosa, soñando futuros imposibles que hoy parecen tan lejanos.
No había pantallas que nos separaran ni algoritmos que apagaran la risa.
Solo nosotros, una vereda tibia, y la certeza de que no necesitábamos nada más.
Hoy, entre el trabajo, la familia y las cuentas por pagar, nos olvidamos de reír.
Nos olvidamos de correr sin rumbo, de soñar sin miedo.
Pero hay mañanas como esta, donde la nostalgia golpea la puerta suavecito,
y recordar se convierte en una forma de volver.
Aunque sea por un rato.
En fin… tal vez la vida era eso:
Un picado en el barro,
una charla sin sentido,
un mate entre amigos,
y un corazón sin grietas.
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