Fue un instante,

pero el mundo se detuvo ahí.

Su andar lento, seguro

dibujaba en el aire una curva tan precisa

que mi aliento se negó a pasar.

Ese glúteo,

tenso, carnoso,

caminaba como si no supiera

que era deseo en movimiento.

O sí… y lo disfrutaba.

Y yo, desde lejos,

me estremecí.

Mi cuerpo terco, honesto

reaccionó antes que la razón,

levantándose en silencio,

como si esa visión fuera oración

y mi carne, creyente.

No hubo palabras.

Ni amor.

Sólo la belleza obscena

de algo tan perfecto

que parecía esculpido para el pecado.

Una erección, sí.

Pero también un instante de verdad:

esa forma que pasa frente a uno

y deja un temblor

como si la mirada hubiera tocado.

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