EL LUGAR ENCANTADO
Era un lugar encantado, virgen, mágico. Desconocido por muchos y valorado por quienes tienen el privilegio de encontrarlo. Tras un largo trayecto a mar abierto, se aprecia a lo lejos una casa del árbol. Minuciosamente construida, está pintada de colores, adornada por flores y rodeada por la fauna silvestre. Cuenta con diez habitaciones, todas con vista al mar. Allí se refugian los naufragantes y viajeros perdidos.
Los pocos vecinos aseguran que algo extraño pasa allí. Todas las noches personas vienen y van, luces se encienden y apagan, se escuchan voces y luego silencio. Quienes conocen el secreto, lo guardan con especial cuidado, como si se tratara de un tesoro, hasta que llegó alguien que cambio el destino. Su nombre era Luisa, una niña exceptiva y aventurera. Sin miedo a naufragar, una noche su pequeña lancha se volcó en mar abierto. La única luz, la guio hacia la casa del árbol. Al entrar allí encontró un largo pasillo con muchas habitaciones. Entró a la primera que vio, descargó su equipaje y se durmió de inmediato.
A la mañana siguiente, al desayunar, Luisa se encontró con un grupo de personas mojadas y con una sonrisa particular. Se despidieron y desparecieron.
Curiosa, comenzó a investigar la casa. En el primer piso solo encontró eucalipto, pescado y vino y en el segundo piso, las pequeñas camas y un armario en el corredor. Lo abrió y la llevó a unas escaleras. Al fondo encontró un pozo enorme, con agua cristalina y una cascada proveniente de una montaña oculta. Cuando la alcanzó, vio como salían de la profundidad personas con la misma sonrisa que había visto un momento antes. Su curiosidad de saber que estaba pasando en aquel lugar, aumentaba al acercarse más al origen del agua.
Desde lo más oculto de la montaña, apareció un hombre que solo llevaba un calzón como vestido, su sonrisa era aún más profunda y hermosa que la de los demás. Con los brazos extendidos le hizo señas a Luisa de que se acercara, pero ella, precavida, prefirió ignorar su llamado. Sin embargo, él optó por ir hasta donde estaba la joven y la invitó a tirarse al pozo desde la roca más alta. El agua se veía tentadora, tan transparente que podía ver su reflejo y el miedo que le transmitía saltar desde aquella altura. No obstante, no podía dejar de pensar en la sonrisa característica de aquellos que salían del pozo.
En un momento de valor decidió saltar, liberarse de sus miedos y sumergirse en lo profundo del agua. Así lo hizo y en un abrir y cerrar de ojos estaba adentro. Pasaron tan rápido aquellos segundos entre el aire y el agua que no alcanzó a saborear el momento. Cuando abrió los ojos se encontraba acompañada por especies marinas que jamás había visto. Eran de los colores del arcoíris, brillaban al moverse y se acercaban para jugar con Luisa. Nadando un poco más al fondo, apreció una cordillera, un valle y una meseta. Luisa estaba fascinada al ver tantos colores y tanta luz reunida.
Cuando regresó a la superficie se encontró con un pequeño envase flotando, lo tomó y lo abrió. Al abrirlo un aroma a jazmín se despertó, poco a poco iba sintiendo como recorría todo su cuerpo. Desde la superficie el hombre que la incitó a saltar le sugirió que bebiera el líquido con olor a jazmín y que se dejara llevar por la suave fragancia. Así lo hizo y de repente se vio obligada a recostarse en una roca por el mareo que la bebida le ocasionó.
Estando allí miró hacia arriba, la vista era perfecta, los árboles se alineaban geométricamente, el sol, entrando justo por la mitad de las hojas hacía pensar que el universo conspiraba para crear un momento mágico. A lo lejos, el sonido de los pájaros cantando, los grillos moviendo sus alitas y el viento, dando la sensación de que todo se movía, le transmitía una paz sin igual. Contempló el nacimiento del pozo en la montaña, el agua cambiaba de color al parpadear. Aguamarina, naranja, lila, y azul pastel eran los colores más destacados.
Un grupo de mariposas se postraron en el cuerpo de Luisa y así comprendió que era hora de levantarse. Al estar en pie, se le dibujó una sonrisa como aquella que había visto en las demás personas, no paraba de reír. El hombre en el calzón se acercó a ella y tomó la palabra para explicarle que había sucedido allí. En realidad, no fue nada extraordinario, el aroma a jazmín contaba con un componente que le abrió su mente y el corazón para apreciar más las cosas pequeñas de la vida. Al estar en sintonía con la naturaleza, mientras se postró en aquella roca y miró hacia arriba, las mismas mariposas que la despertaron al final, le brindaron unas pequeñas gafitas de colores para que pudiera admirar la belleza en cada ser vivo que estaba a su alrededor. Los pájaros y los grillos solo quisieron acompañarla a reconocer que lo hermoso existe desde la partícula más mínima de la creación. Al fondo del agua, existe un mundo paralelo donde las especies marinas se alimentan de las sonrisas de todas aquellas personas que visitan el lugar y se llevan el gozo en su corazón.
Luisa abrazó aquel hombre que la había inspirado a sentir tanto amor. En muestra de su gratitud, le prometió que volvería cada año con un grupo de personas nuevas que estuvieran dispuestas a abrir su mente y corazón para alimentar a aquellas especies marinas que viven de la alegría de las personas. Desde aquella experiencia, prometió detenerse y apreciar día a día los pequeños detalles de la creación y por supuesto, desde aquel día el olor a jazmín la acompaño a todos los lugares a donde iba.
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