Mi viaje a China no se trata solo de visitar lugares y probar comidas. Es un viaje de descubrimiento personal, una inmersión en una cultura rica y fascinante que me abre los ojos a nuevas perspectivas. Regreso a casa con el corazón lleno de recuerdos y la mente rebosante de conocimientos.
Para describir la experiencia de viajar a China en su totalidad, las palabras no son suficientes. Es necesario sentir el aroma de las especias en el aire, escuchar el bullicio de las calles, saborear la deliciosa comida y sentir la calidez de la hospitalidad china. Es un viaje que involucra todos los sentidos, una experiencia que te transforma y te deja con una profunda apreciación por una cultura milenaria que sigue viva y vibrante en la actualidad.
Conversar con lugareños amables y sonrientes, ansiosos por compartir su cultura y tradiciones. Escuchar historias fascinantes sobre dragones, emperadores y dioses. Cada interacción es una oportunidad para aprender y crecer, para conectar con la esencia de este pueblo milenario.
Todo empezó con una leyenda que me contaron de que hace miles de años, en la época de la dinastía Shang, vivía un hábil arquero llamado Hou Yi. Un día, derribó nueve de los diez soles que abrasaban la tierra, trayendo alivio al pueblo. Como recompensa, la diosa Chang’e le otorgó un elixir de la inmortalidad.
Temiendo que Hou Yi se corrompiera por el poder, Chang’e bebió el elixir ella misma y ascendió a la luna. Para conmemorar su sacrificio y celebrar la reunión familiar, la gente comenzó a elaborar pasteles de luna durante el Festival del Medio Otoño.
La llama que se encendió con el mito de los pasteles de luna se ha convertido en un fuego ardiente de pasión por la cultura china, una pasión que me acompañará por el resto de mi vida. Es como sumergirme en la vibrante mezcla de modernidad, tradición y misticismo que caracteriza a la cultura.
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