Entre dos aguas

Entre dos aguas

Tiki

25/06/2021

Entre dos aguas

«al gigante Paco de Lucía»

Con los jeans de botamangas Oxford calzados a lo flamenco y la camisa floreada de cuello ancho y abierta hasta el cuarto botón y las botas de cuero de vaca de Aragón y la melena izada al viento que entra por la ventana de su casa de Almería, Paco*, se tira en unos futones multicolores que pueblan la habitación con piso de pinotea, pocos muebles, unos libros desordenados en el suelo, un cenicero lleno de colillas de cigarrillo y un cuadro en la pared que muestra a su mamá, Lucía, la que le dio su nombre artístico y todo su amor en los brazos, cuando atravesaban las calles de Algeciras; callejas de piedra por donde el viento del Mediterráneo llamaba a bailar en las noches de San Juan, quemando los muñecos y elevando al cielo la plegaria de los espíritus para aventar a los demonios moriscos que las habitaron por nueve siglos y las dejaron impregnadas de sabia ismaelita que corre por sus venas y rasguea en las guitarras y los taconeos bailaores.

Junto al florero lleno de margaritas y verónicas y al sahumerio que humea el ambiente, Paco se pone a leer el libro de poemas de García Lorca que siente deslizarse en su corazón y lee sus sonetos de amor y de pasión. Deja el libro junto al cenicero y la copa de Jerez a medio terminar y toma la guitarra flamenca, la echa a andar.

“Este es el año del Toro, Paco”, le dijo su hermano Luis, la noche anterior cuando cenaron en la taberna con sus amigos de siempre, gratinados de música y esplendor y bañados en vino de la bodega Villaflor. Paco preguntó por qué. Luis le respondió que iba a arremeter con todo y él entendió que era un designio que venía del más allá que se adueñaba de la boca de su hermano.

Compuso como siempre su tema: tac, tac con el taco de las botas, los dedos chistando y las palmadas percusivas sobre la caja de la guitarra, inclinado su cuerpo hacia el gran ventanal mientras las cortinas de yute, movidas por el viento del mar, acariciaban la mesita de mármol con las partituras. La luz iba ingresando, como pidiendo permiso después de recorrer siglos de historia, que entraban en sus ojos y en su alma. Pensó en el océano que lo separaba de América, luego pensó en los dos manantiales que lo llenaban cuando las mañanas vacías de inspiración se abrían: Magdalena y la música. Su título no podía ser otro. “Entre dos aguas”.

Magdalena entró en la habitación y se puso a ordenar los papeles y libros desparramados y Paco con amabilidad la convidó a sentarse a su lado en los futones y le convidó las primeras estrofas de su tema y la copa de Jerez medio llena. La bebió con sensualidad. Lo acarició rozando su creciente calvicie. Una mujer flamenca tiene garra y ternura, tiene fuerza y suavidad. Lo besó. La guitarra quedó en el piso y ellos también. Hubo de todo: caricias y besos y mucho más. El deseo atraviesa una tormenta de olas intensas. “Entre dos aguas, la llamaré” —pensó, mientras se abrochaba la camisa.

—¿Cuándo es tu vuelo? —preguntó Magdalena.

—Mañana —contestó Paco.

Magdalena lloró suave y a la vez sonriente. Le secó las lágrimas con su pañuelo.

A los toros bravos no hay ninguna tranquera de amor que los detenga. No tienen horizonte, solo inmensidad.

*Los hechos descriptos son ficcionales – Cualquier semejanza a la realidad es pura coincidencia

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